En un pequeño pueblo olvidado por el tiempo, se susurraba sobre una cabaña en el bosque. Nadie se atrevía a acercarse, pues se decía que quien cruzara su umbral nunca regresaría. Sin embargo, la curiosidad de Clara, una joven aventurera, la llevó a desafiar la advertencia de los ancianos.
Una tarde nublada, Clara se adentró en el bosque. Los árboles parecían susurrar su nombre mientras avanzaba, y la luz del sol apenas lograba atravesar las densas ramas. Finalmente, llegó a la cabaña: una estructura de madera desgastada, cubierta de hiedra y sombras. Con un leve temblor en las manos, empujó la puerta y entró.
El interior estaba cubierto de polvo y telarañas, pero lo más inquietante era el silencio; un silencio tan denso que parecía tener vida propia. En una mesa al fondo, encontró un viejo diario. Las páginas estaban amarillentas y las palabras parecían fluir con una urgencia oscura. Había relatos de aquellos que habían entrado antes que ella: murmullos sobre sombras que danzaban en las esquinas y ojos que observaban desde la oscuridad.
A medida que leía, Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda. De repente, un estruendo resonó en el techo; algo había caído. Su corazón latía con fuerza mientras se giraba lentamente. En ese instante, vio una figura oscura asomándose por la ventana: una mujer con ojos vacíos y una sonrisa torcida. Clara intentó retroceder, pero las sombras del lugar parecían cobrar vida y atraparla.
La figura sonrió más ampliamente y susurros llenaron el aire: "Ahora eres parte de nosotros". Las paredes comenzaron a cerrarse y el diario se cerró de golpe, como si hubiera consumido su esencia. En ese instante, Clara comprendió que nunca podría salir de allí; su curiosidad la había llevado a convertirse en otra historia más en aquel diario maldito.
Y así, cada luna llena, el viento llevaba al pueblo el eco de su risa perdida, recordándoles que hay lugares donde la curiosidad puede ser más peligrosa que cualquier monstruo.