Querida soledad, en tu compañía, no me siento sola; mis lágrimas me acompañan.
Esa hermosa niña, bajo el árbol de cerezos, iluminada por la luz que reflejaba y que hacía brillar su rostro, poseía unos ojos avellana y unos labios que rivalizaban con las fresas más frescas del supermercado.
Su corazón era frágil, sus sentimientos tan delicados como la porcelana. Su mirada se perdía entre las solitarias nubes mientras se sumía en los abismos de su dolor, el odio y el rencor la atormentaban noche y día, como puñales que se clavaban cada vez más en su endeble cuerpo, una carga insoportable para alguien tan vulnerable.
"Lo maté... mate a mi amado novio... ese putrefacto olor que corrompe la belleza de este árbol... es hermoso", susurró.
Querida soledad, que me abrazas en lo más profundo de mi inseguro corazón, por primera vez... no estaré sola, mis lágrimas me acompañarán.