En la oscuridad escondía su rostro deforme, mientras su cuerpo danzaba junto a la más hermosa de las criaturas.
Él le amaba, pero nunca le permitía ver su verdadero rostro, por miedo a perderle y nunca más poder verle.
Vueltas y vueltas, risas y abrazos... eran las acompañantes de tan bella actuación, que se vió destruída por la repentina aparición del causante de una de tantas cicatrices.
Su rostro dejó de ser cubierto por el seductor manto de la noche, y como suponía, la persona a la que brindó ayuda y amor, le apuñaló, y con esto, una nueva cicatriz nació.
Y como en muchas otras ocasiones, una vez más, juró nunca amar o confiar en esas criaturas que se mostraban perfectas en el exterior.
Toda bestia siempre será... una perfecta imperfección...
(Relatos de un peregrino)