¡Date prisa!. ¡No lograremos verlo!
Fueron las últimas palabras que escaparon de sus delgados labios.
Pi... pi... pi...
Se escuchaba el pitido de la pequeña máquina que mostraba su pulso. Era estable, pero... tan débil.
¡Te quiero mucho!. ¡No lo olvides!
Recordé en ese instante. Ella no lo había decidido. No deseaba estar en esa camilla. Inmóvil y demacrada.
El brillo de sus ojos no existía. Ya no. El característico color rosa de sus labios había desvanecido. Su piel morena, se encontraba pálida. Tanto como la mía. Grandes ojeras adornaban su delgada anatomía.
No era la misma chica que daba brincos de alegría y griataba eufemismos a los cuatro vientos.
¿Qué le había sucedido?
Yo. Esa era la respuesta.
Al conocerme, su vida perfecta y color de rosa desapareció. Problemas y complicaciones la acompañaban a diario. Uno de esos era yo.
Que desastre. Era yo quién debía encontrarse postrado en la cama, casi sin vida. No ella.
¿Cómo puedo resolver esto?. Me preguntaba cada segundo.
Y... cuando estaba a punto de lanzarme a la soledad, a mi única solución aparente. Escuché su voz apagada.
Te quiero mucho. No lo olvides...
Depositó sus manos sobre mis hombros, y cuando decidí voltearme a verle, con una amplia sonrisa en mis labios y lágrimas en mis ojos. Me encontré con una fina línea.
Piiiiii....
Ya no estaba...
Había muerto...