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Viviendo Con El Intruso

Capítulo 1

La suave brisa, el color anaranjado en el cielo, el camino rocoso y no asfaltado, por alguna razón Tara se hallaba transpirando a pesar de que la noche estaba cayendo, y por más que odiara sudar, sentía una especie de emoción hormigueante en su estómago conforme se acercaba a su destino. La casa de sus padres.

Por fin había cumplido la edad requerida para ser considerada una adulta y poder dejar el orfanato, ya estaba un poco más cerca de comenzar a cumplir sus objetivos, y estaba determinada a iniciar por reclamar aquel lugar construido por sus padres, y que se trataba del único recuerdo y objeto de valor sentimental que tenía por parte de ellos.

A cada uno de sus lados solo tenía árboles y más árboles que dejaba atrás conforme seguía avanzando. No podía evitar cuestionarse del por qué sus padres habían tomado la decisión de construir una casa a mitad de un bosque y rodeada de árboles, pero una vez que sus pies se detuvieron frente al lugar, todo pareció tener sentido. Se trataba de una casa de dos niveles, con paredes totalmente cristalizada, desde donde estaba segura, se podría apreciar la belleza del bosque que la rodeaba.

Aunque no podía ver como era la casa por las enormes cortinas que cubrían los cristales desde el interior, ya podía hacerse una idea de lo que podía esperar una vez entrara allí. Con la adrenalina circulando por sus venas y la euforia que marcaba su brillante sonrisa, se apresuró a terminar de recorrer el caminito de piedra que llevaba a la entrada. Buscó con desesperación la bolsita de plástico con la llave en el interior que le había sido entregada con los papeles de la casa por las monjas del orfanato, y se apresuró a girar la llave para encontrarse con... ¿un hombre?

– Espera, ¿tú quién eres?

Aquel hombre de cabellos castaños y espalda ancha, dio una breve vuelta sobre sí mismo para mirar a Tara que se mantenía estática en el marco de la puerta. Un pan a medio comer estaba en la mano del hombre y vestía ropa que parecía ser de dormir. Una sonrisa ladeada se dibujó en sus labios antes de dirigirse a Tara.

– Iván Reid

"Genial, otro listillo" pensó ella despectivamente mientras dejaba caer su bolso y la maleta que le habían acompañado durante todo el camino. No le interesaba por ninguna razón el nombre de aquel hombre, mucho menos hacer una amistad con él. Lo que específicamente quería saber es cómo había logrado entrar a su casa y con qué motivos se estaba quedando en ella.

– Las cortesías no son necesarias. ¿Quién es usted y como entró a mi casa? ¿Quién le autorizó?

El rostro de Tara se frunció con desconcierto al percatarse de que las palabras que habían salido de su boca, no hacían mas que provocarle gracia al desconocido que ya no era tan desconocido. Al menos sabía que se llamaba Iván.

– Esta.. —hizo una pausa deteniéndose a admirar todo el lugar como si se tratara de un premio muy placentero— Es mi casa, y al parecer, tú eres mi garantía.

Una risa burlona no pudo evitar salir de los labios de Tara mientras lo observaba con sorna. ¿Garantía? Ni que se tratara de un electrodoméstico sacado de alguna tienda, aquella escena ya comenzaba a parecerle muy surrealista para su gusto, considerando que ella era escéptica por naturaleza, así que estaba decidida a terminar aquello de una vez por todas.

– ¿Garantía? No me hagas reír y salte de mi casa.

Con aquellas palabras tan directas dio por terminada la conversación. Tomó su equipaje que había dejado a su lado y se movió por la estancia sin prestarle atención al ya proclamado Iván. En el nivel inferior no parecía haber habitaciones, un enorme recibidor daba la bienvenida en cuanto las puertas se abrían, al fondo un marco de puerta parecía conectar con lo que era la cocina, sorpresivamente la misma daba lugar a la sala de estar en donde se ubicaba también la escalera que llevaba al segundo piso. Una puerta de madera se alzaba debajo de la escalera y quiso pensar que se trataba de algún baño para visitas, pero ya tendría tiempo de verlo todo con mas calma, ahora se moría de ganas por ver el segundo nivel.

Subió las escaleras con la emoción de una niña de doce años recién mudada. Al final de los escalones se topó con un pasillo con puertas de lado a lado. Las fue pasando una a una sin decidirse en cuál debería de entrar primero. Su duda se disipó al toparse con una de las puerta que estaba al fondo del pasillo a la izquierda, en la que un cartel tallado citaba "Tara". No tuve que pensárselo dos veces para entrar allí.

Una habitación completamente blanca le dio la bienvenida. En el centro de aquel espacio se hallaba una gigantesca cama llena de lo que se veía eran unos mullidos y cómodos cojines, aparte de las almohadas y las ropas de la cama. Al lado derecho había una pequeña mesita redonda con un jarrón como decoración y al lado de esta se hallaba un sencillo pero bonito armario. Del lado izquierdo de la cama había un cuadro de elefante en el suelo y en la pared contigua había un enorme escritorio con una silla.

Un pequeño y coqueto mueble redondo estaba en el centro de la habitación, y al darse la vuelta para contemplar la pared que estaba a su espalda, pudo descubrirla llena de hermosos cuadros de todos los tamaños. De repente se sentía como si hubiera despertado en alguna historia o película donde podría disfrutar de muchas cosas glamorosas.

Dejó su equipaje sobre la cama mientras caminaba hacia el armario para ver su interior. Estaba mentalizada para encontrarlo completamente vacío, pero sus ojos se desorbitaron al notar algunas prendas en el. Con la felicidad recorriendo sus venas, no pudo evitar chillar y saltar de la emoción de un lado.

– Que bueno ver que te estás adaptando perfectamente, pero creo que me malinterpretaste.

La profunda voz de Iván se coló en sus oídos deteniéndola en seco de su momento de felicidad. Con una mano al corazón por el repentino susto que se había llevado, se giró para encarar a aquel hombre que ya hacía a 15 kilómetros de distancia.

– ¿Por qué sigues todavía aquí?

Como respuesta obtuvo unos papeles que fueron lanzados a su cama por Iván. Tara entrecerró los ojos sin confiarse demasiado en la situación que se estaba desarrollando en ese momento. Caminó con cautela hasta tomar lo que estaba sobre su cama, miró el contenido de los papeles y frunció el ceño confundida. Era un testamento, igual que el que había traído del orfanato. Dudaba haber extraviado aquellos papeles tan importantes, y no le había dado oportunidad a Iván para acercarse a ella y sacarlos de su equipaje de algún modo, así que, ¿cómo es posible que tuviera esa documentación?

– ¿No me invitas a entrar? —cuestionó Iván desde el marco de la puerta donde permanecía apoyado— Necesitas una explicación y solo yo puedo dártela.

Los ojos de Tara discurrían entre Iván y los papeles que sostenía aún en sus manos sin saber con exactitud qué hacer. ¿Podía confiar en él? Mentalmente negó con la cabeza intentando despejar sus pensamientos, más que poder confiar en él lo que debía preguntarse era, ¿quería confiar? La respuesta seguía siendo no pero Iván tenía razón en algo, solo él podía darle una explicación.

Bajó sus defensas rendida ante la obviedad del asunto y con un movimiento de cabeza le permitió la entrada a su habitación. Esperaba no arrepentirse de eso. Tomó asiento en su cama mientras que con la mano le señaló a Iván el mullido mueblecito que estaba en el centro. Al parecer el hombre no se hacía de rogar.

– Puedes comenzar, quiero que seas lo más claro y preciso que te sea posible.

Mientras Tara tuviera en sus manos el control absoluto de la situación no habría nada que temer.

– Conocí a tu padre —fue el modo de empezar que adoptó Iván pero no pudo evitar verse interrumpido por Tara.

– ¡Mentiroso! —exclamó con desprecio acompañado de una mirada asesina. Si había algo que Tara no podía soportar, eran las personas mentirosas— Mis padres murieron cuando yo era pequeña.

Esta vez fue el turno de Tara de ser interrumpida.

– No tienes que explicarme lo traumática que fue tu infancia, conozco los detalles. Y por más que lo sienta, viviste una mentira toda tu vida.

¿Cuales eran las probabilidades de que estuviera diciendo la verdad? Y aunque así fuera, a los ojos de ella Iván no parecía condolerse demasiado cómo profesaba en sus últimas palabras.

– ¿Viviendo una mentira? ¿Y entonces qué? ¿Resulta que soy la hija de dos grandes y famosos millonarios y mi nacimiento fue alguna clase de escándalo por el que tuvieron que darme en adopción? ¿O es que acaso tengo una gemela malvada en alguna parte del mundo? —inquirió con notable sarcasmo en su voz.

– Nada de eso, aunque lo último es una probabilidad. Cómo te dije, conocí a tu padre, hace algunos tres años, y debo admitir que no esperaba tanta historia de trasfondo.

– No te entiendo. ¿Cómo es posible que conocieras a mi padre? Mis padres murieron a los pocos meses de yo nacer.

– Tu madre sí, pero tu padre es otra historia. Te dejó en el orfanato bajo una identidad que no era la suya y se marchó de tu lado sin mirar atrás. La razón por la que conozco todo esto es porque tu padre se vio obligado a contármelo cuando solicitó mis servicios.

– ¿Tú servicio? ¿Acaso eres un mafioso prestamista? Porque de lo contrario no entiendo por qué tan siquiera una persona se vería en la obligación de contarte un secreto tan perturbador.

Tara no pudo evitar observar los hoyuelos que se formaron en las mejillas de Iván al sonreír. ¿Y ahora qué le causaba gracia?

– No soy prestamista, tampoco mafioso. Soy un abogado, uno muy bueno si se me permite decir. Cuando conocí a tu padre estaba en la cárcel, incriminado en un homicidio, fui elegido para ser su abogado defensor.

Iván hizo una breve pausa por temor a ser interrumpido por Tara con una de sus fuertes negativas como había pasado en las últimas explicaciones, pero esta vez nada pasó. Tara se hallaba con la mirada fija en Iván y su expresión dejaba ver que el relato había captado su curiosidad.

– Le expliqué mis términos y condiciones para poder ser su abogado, no tuvo ninguna objeción y procedí a llevar su caso. El proceso fue más largo y tedioso de lo que habíamos estipulado y requerimos más pruebas que eran necesarias para demostrar su inocencia, por lo que nuestro costo establecido subió más.

– ¿De donde obtendría mi padre el dinero para pagar tus servicios?

– Si te soy sincero no lo sé, y aunque lo supiera, el secreto profesional no me permitiría decírtelo.

– ¡Pero soy su hija! —golpeó el mullido colchón sobre el que estaba sentada, abandonando la cómoda posición en la que se encontraba para inclinarse sobre Iván– Tengo derecho a saberlo.

– Es tu padre, ya tendrás oportunidad de saber todo lo que necesites, pero no me corresponde tal cosa a mi. Tú padre logró modificar el testamento que se te había dejado. Eras menor de edad y él era tu responsable ante la ley, por lo que se me fue concedida parte de la casa como pago a mis servicios.

– Eso no es legal, ¿qué clase de abogado corrupto eres tú?

Aquella palabra no pareció sentarle nada bien a Iván. Su ceño se ensombreció y sus facciones se  tensaron, dejando ver un rostro excesivamente serio.

– Si quieres apelar a alguien puedes hacerlo, pero todo el proceso está perfectamente legalizado y no hay fraude alguno. De ti depende si aceptar esta situación de la mejor manera posible, o si quieres ponerte a rabiar cómo chiquilla malcriada.

Iván se inclinó sobre Tara arrebatando los papeles que estaban entre sus dedos, para luego ponerse de pies y salir a paso decidido de aquella habitación.

– ¡Al menos cierra la puerta! —gritó Tara bajando de la cama y caminando a grandes zancadas antes de dar un portazo— ¡Bruto!.

Con los pensamientos a mil por hora, se dejó caer nuevamente en la cama. Ni siquiera sabía si podía confiar en lo que había escuchado, pero una parte de su cerebro, aquella que es poco racional, le decía que Iván no ganaría nada con inventar tal historia. Así que de momento podía darle el beneficio de la duda.

Quizás más adelante lograra que él le contara un poco más sobre su padre. Si había algo que no podía negar, era que el nombre de él figuraba en los papeles del testamento, así que debía de cooperar hasta lograr encontrar una forma de solucionar aquella situación.

El día que era el más esperado de toda su vida, se había convertido en el más largo de todos, y su malestar aumentaba al pensar en que habrían muchos más por delante. Cubrió su rostro con sus brazos y dejó su mente en blanco. Solo necesitaba descansar esa noche para poder afrontar todo la mañana siguiente.

Capítulo 2

– Buenos días Tara.

El sonido de los utensilios de cocina chocando de lado a lado se detuvo cuando Tara se percató de la presencia de Iván en la cocina. Miró sobre su hombro para asegurarse de que él no fuera lo suficientemente idiota como para no haber guardado una distancia prudente entre los dos. Afortunadamente lo encontró sentado en uno de los taburetes que había detrás de la isla de la cocina.

– Buenos días Iván.

Bien, había logrado pasar mas de dos palabras con él sin necesidad de haber entrado en una discusión. "Los ánimos están menos caldeados" pensó ella mientras se daba vuelta y continuaba lo que estaba haciendo. Iván no pudo evitar lanzarle una mirada de sorpresa al ver como ella le dejaba en un plato una pequeña porción de desayuno.

– Te lo agradezco.

– No te hagas tantas ilusiones, cuando aprenda a distribuir bien las proporciones no verás otro como ese de mi parte.

Aunque no podía verlo porque ya estaba camino a las escaleras, Iván no pudo evitar lanzarle una mirada cargada de diversión. Podía decir y alegar lo que quisiera, pero había logrado que aquella chiquilla le preparara un desayuno tras su primera noche conviviendo juntos. Tomó un pedazo del pan tostado y lo mordió. Crujiente y con buena textura, como le gustaba. Con un tenedor tomó un poco de los huevos revueltos que había en el plato y se lo llevó a la boca.

Se sentía muy complacido ya que al parecer Tara tenía buenas habilidades en la cocina. O eso pensaba hasta que mordió algo crujiente, y no era precisamente el pan. Lo tomó entre sus dedos solo para percatarse de que se trataba de un pedazo de cáscara. Después de aquel descubrimiento era él quien esperaba no recibir ninguna otra comida por parte de ella.

Mientras tanto, en su habitación Tara disfrutaba del resto de su chocolate envuelta en sus sábanas. Tenía tantas cosas en las cuales pensar pero por alguna razón en ese momento se hallaba completamente en blanco. Quizás lo mejor para ella sería quedarse encerrada en su habitación organizando y dándole vida a su espacio. Luego de permanecer en cama durante media hora más, se puso de pies con energía y tomó el equipaje que había traído con ella para dejarlo todo sobre la cama.

Así estuvo todo el día, yendo y viniendo por toda la habitación, doblando ropa, colgando fotos, desempolvando adornos, ni siquiera sintió el paso de las horas transcurrir, no fue hasta que su estómago gruñió que se percató de que no había comido nada más luego de su desayuno.

Aprovechó que la habitación se hallaba impecable para tomarse un descanso y salió de esas cuatro paredes. Mientras caminaba descalza por el pasillo a su mente se le ocurrió la brillante idea de preguntarse dónde se hallaba Iván. La noche ya había caído y le parecía extraño no haber sentido su presencia en todo el resto del día. Tampoco es que haya estado tan absorta en lo que hacía.

Llegó al último escalón y examinó toda la planta baja, realmente Iván no estaba por ningún lado, eso era bueno. Caminó hasta la cocina y una caja cuadrada y plana llamó su atención, la abrió por simple curiosidad, encontrándose con varias rebanadas de pizza. Bien, si Iván se había tomado la molestia de dejarle algo para cenar no podía negar que era un gesto muy humanitario de su parte.

Tomó la caja en sus manos y se desplazó hasta el sofá de la sala de estar, tomó el control remoto una vez que había dejado la pizza en la mesita de centro y encendió el televisor. Pasó uno a uno los canales sin saber qué ver y simplemente lo dejó en la primera película infantil que se cruzó por su camino. Estuvo buen rato comiendo y entretenida en lo que estaba mirando, y cuando quiso pararse para ir a tomar una ducha, casi cayó muerta al mirar la imponente figura que había estado a un lado de ella sin saber por cuánto tiempo.

– ¿Qué estás haciendo ahí? ¿Planeas matarte de un susto?

– Puede ser —murmuró Iván pasando una mano por su pelo para apartar los mechones de su cabello que goteaban— ¿Ya terminaste?

Tara se quedó pérdida unos segundos antes de poder comprender la pregunta que Iván le había formulado. Pero qué culpa tenía ella de que aquel individuo se hallara en plena sala de estar vistiendo una simple toalla alrededor de su cintura y con su cuerpo goteando agua de la ducha. Si lo conociera un poco más no le importaría pensar que en ese momento parecía haber sido tallado por ángeles.

Pero como llevaban un tipo de convivencia complicada, lo único que pudo pensar fue "exhibicionista" antes de lanzarle una mirada de desprecio. Tomó la caja de pizza en sus manos y se movió hasta la cocina para dejarla en la basura. Lavó sus manos y se dio media vuelta con la intención de subir, darse un buen y relajante baño y terminar por dormirse en su cómoda cama. Pero su adorada fantasía se vio interrumpida por la fuerte mano de Iván cerniéndose sobre la muñeca de ella.

– No me respondiste Tara.

– Ya he terminado aquí —lo miró exasperada— Puedes disfrutar de tu noche en total tranquilidad.

Los ojos de Iván le dedicaron una mirada que no supo descifrar, y su mano se cerró con más presión sobre ella.

– Sí, puede que tengas razón... —guardó silencio como si estuviera imaginando aquello— Pero no estaría mal pasar un rato en compañía.

Los ojos de Tara lo analizaron con cuidado, intentando descubrir el momento en el que se reiría de ella diciéndole "caíste". Pero por más que esperara no parecía que fuera a llegar. Sin embargo, no sabía que tan buenas eran sus intenciones.

– Gracias, pero paso.

Movió su brazo para zafarse de su agarre y continuó su camino, antes de que los dedos de Iván volvieran a sujetar su muñeca. ¡Qué insistente!

– Sé que hemos comenzado con el pie izquierdo, pero no tiene por qué ser así. Tratar de pasar un rato agradable no nos va a matar a ninguno.

Cierto, tenía razón. Pero ella no lo veía así. Estaba cansada, apestaba a sudor y solo quería poder lanzar su cuerpo contra algo mullido que la atrapara en plena caída. Iván no parecía ser del todo desagradable, aunque tampoco era un pan de Dios, pero mental y físicamente prefería evitarlo lo más que pudiera. Sin embargo, a pesar de todas las negativas que su vivaz mente estaba formulando, sus labios parecieron traicionarla.

– Bien, me doy una ducha y vuelvo.

Se movió con rapidez sin darle tiempo a Iván de que se planteara volver a sujetarla con la intención de hacerle alguna otra insistencia, y subió de dos en dos los escalones. Caminó por el pasillo hasta encerrarse en el cuarto de baño que quedaba justo al lado de su habitación. Afortunadamente se había tomado unos minutos durante el día para poder dejar una toalla y un cambio de ropa en el lugar, de lo contrario se vería obligada a salir de su refugio momentáneo.

Con toda la calma que podía reunir, llenó la bañera, dejando caer en ella cualquier gel de baño que hiciera espuma y la ayudara a tener una ducha más agradable. Soltó su cabello, retiró su ropa de indigente guardándola en el cesto para las prendas sucias, y sumergió su cuerpo en el agua.

Fue una sensación demasiado agradable y pensó que si permanecía más tiempo del requerido lograría hacer que Iván perdiera el interés de pasar un rato con ella. Se olvidó del mundo mientras tarareaba y chapoteaba haciendo sonidos raros con el agua, y cuando decidió salir no sabía con exactitud cuánto tiempo había estado encerrada allí. Envolvió su cuerpo con la toalla para secarlo y seguidamente vestirse con la ropa que tenía.

Con una mano abrió la puerta del baño para salir mientras que con la otra se secaba el cabello con una pequeña toalla, y chocó de frente con algo robusto. Alzó la vista para darse cuenta de que se trataba de Iván. "Qué novedad" pensó rodando los ojos.

– Ahórrame por favor la molestia de preguntarte qué es lo hacías allí parado.

– Vine a buscarte. Temía que si no lo hacía no bajarías por cuenta propia.

– Eso deja mucho que decir de ti. Pero cuando digo algo lo cumplo.

Lo apartó con un movimiento y como si él no existiera, caminó hasta la sala de estar y tomó asiento en el sofá. Un segundo más tarde ahí lo tenía a su lado. Esperó pacientemente hasta que Iván buscó la película que les permitiría pasar una noche en compañía. El título citaba "Me before you".

Aunque no era algo común, mientras vivió en el orfanato Tara disfrutó de algunas escasas noches en las que complacían a los niños poniéndoles alguna que otra película, pero no era muy conocedora de ese tipo de actividad, así que se limitó a observar en completo silencio.

Conforme la película avanzaba pudo percatarse de que la categoría era de romance, sus ojos se fijaron en el hombre a su lado mirándolo con inquietud. Segundos más tardes los ojos de Iván conectaron con los de ella. Repentinamente se sintió avergonzada de haberlo estado observando con tanto sigilo. No quería ser malinterpretada.

– ¿Película de romance? —alzó una ceja con incredulidad.

– Sí —expresó con simpleza Iván— ¿No es eso lo que a las chicas les gusta?

Tara lo miró fijamente. No podía decir si Iván acababa de hablar con inocencia o si se estaba haciendo el desentendido.

– ¿Planeas enamorarme con esa forma tan pasada de moda? Dámelo —exigió con la mano en alto en dirección al control remoto.

– ¿Enamorarte? ¿Por qué querría yo mismo condenarme? —se burló mientras le pasaba lo que le había pedido.

– Desagradable. En el orfanato era considerada una de las más bonitas, muchos de los chicos se sentían atraídos por mí —de repente, la conversación se había convertido en un ring de pelea.

– No me digas. ¿A ese punto ha retrocedido la estética masculina?

No quería aceptarlo pero era obvio que se estaba divirtiendo a costilla de Tara quien se veía cada vez más molesta. Un golpe en el pie fue más que suficiente para servirle de advertencia.

– Como quieras, tú ganas.

Silencio. Esa fue la respuesta que obtuvo por parte de Tara, y debería sentirse halagado de que ella no se hubiera parado, marchado a su habitación y dejado sólo en aquella farsa que estaban teniendo. En su lugar, la película dio inicio y ambos se perdieron en sus diferentes mundos. "Destino final" marcaba la pantalla esta vez, en letras grandes el nombre de la película.

Nada de romance ni cosas delicadas, pensó Iván con una pequeña sonrisa en los labios. Ya se había hecho a la idea de cambiar sus gustos y comenzar a sacar un poco su lado sensible para evitar ofender tan seguidamente a la quisquillosa recién mudada, pero comenzaba a darse cuenta de que después de todo no iba a ser necesario. O al menos no tanto.

Sus ojos vagaban de la televisión a su compañera siempre que tenía la oportunidad. Y cuando la película se dio por terminada, se puso de pies con rapidez para evitar que Tara se diera cuenta de que no había estado prestando atención a la película por estarla mirando a ella.

– Fue una noche agradable, que descanses.

Subió con la misma prisa que llevaría cualquiera que tuviera la necesidad de llegar a un baño, lo que dejó muy desconcertada a Tara.

– Quisiera decir lo mismo —murmuró encogiéndose de hombros y ordenando el sofá de la forma en la que lo había encontrado.

Cuando terminó subió con calma las escaleras, de todas formas no tenía prisa. Ni siquiera sabía cómo, pero había logrado que Iván le saliera corriendo a ella, por lo regular las cosas eran al revés. Caminó por el pasillo hasta adentrarse en su habitación y perderse en ella.

Giró sobre su cuerpo para acomodarse de posición y sus ojos se abrieron en el proceso. ¿Ya era de día? Sentía como si se hubiera acostado hacía tan sólo cinco minutos. Se incorporó lentamente y miró el reloj que tenía sobre su mesita de noche y ahogó un grito. La hora marcaba 11:48 am.

Trató de quitar con prisa la sábana que se había enrollado en sus piernas y saltó de la cama. Para cuando terminó de arreglarse ya era más de medio día. Comenzaba a extrañarle que Iván fuera un huésped tan silencioso y poco notorio. Quizás esta vez sí ya se hallaba fuera de la casa.

Anduvo por todo el pasillo y bajó las escaleras animada, se dirigió hacia la cocina y se le escapó un grito al ver la espalda de Iván en la cocina. ¿Es que acaso no tenía vida social y solo sabía mantenerse encerrado en las cuatro paredes de la casa?

– Oh vamos Tara, tampoco me veo tan mal en las mañanas.

Ella le dedicó una mirada que dejaba mucho que decir mientras se sentaba en uno de los taburetes que estaban detrás de la isla. Al segundo Iván dejó un plato de pasta para Tara.

– Muy gracioso, pero la verdad es que no esperaba que estuvieras aquí — examinó y olfateó el plato con dudas— Tampoco sabía que supieras cocinar. ¿Seguro que esto no está envenenado?

– Bueno, a diferencia de ti, estoy seguro de que no encontrarás elementos no digeribles en mis platos.

Una risa se le escapó a Tara, y se apresuró a disimularla llevándose una cucharada de comida a la boca. Durante todo el almuerzo no mediaron palabra alguna, y evitaron mirarse. Tara fue la primera en terminar, limpió la vasija y caminó hasta las escaleras, deteniéndose a mitad de camino.

– Sobre eso —murmuró mirando sobre su hombro, captando la atención de Iván— La cáscara en el desayuno de ayer fue a propósito.

Salió disparada hacia las escaleras con una brillante sonrisa plantada en su rostro.

Capítulo 3

Nota mental: "No hablar de temas que impliquen responsabilidad". Fue lo que pensó Iván mientras continuaba escuchando en silencio a Tara y asintiendo de vez en cuando. Deseaba volver a ese momento de unas horas antes durante el almuerzo en el que no se dirigieron la palabra, y mucho menos hicieron el esfuerzo de mirarse.

Mientras se ejercitaba en su habitación Iván había tenido la brillante idea de ir a tocar a la puerta de Tara para hablar acerca de cómo se repartirían las actividades de la casa ahora que convivían juntos. Usualmente él se encargaba de contratar a alguien que hiciera los quehaceres domésticos, pero quería hacer sentir a Tara que sin importar su presencia, ella seguía siendo la dueña de todo aquello, y lo que ella quisiera eso se haría. Siempre y cuando no lo comprometiera a él demasiado.

– Entonces tú puedes encargarte de la aspiración —siguió parloteando Tara pero guardó silencio por unos breves segundos— No, ¿sabes qué? Yo me encargaré de eso. Tú solo desempolva, lava los baños y los utensilios de comida. Nos turnaremos para cocinar.

Después de haberlo pensado con más calma, Tara no tenía deseos de permitir que Iván irrumpiera en su habitación ni siquiera a hacer la limpieza, prefería ser ella quien invadiera el espacio personal de él.

– Bien, creo que eso es todo.

– Perfecto, ¿qué quieres para cenar?

Los ojos de ella se detuvieron en el rostro de él ante la pregunta formulada. Dos días viviendo juntos y Tara ya sentía que Iván quería hacer parecer como si tuvieran una amistad de años. Si no lo detenía ahora, luego sería muy tarde.

– Provecho para ti, yo me retiro a mi habitación en este momento.

Le dedicó una sonrisa cálida para evitar que cuestionara su decisión de irse y a paso rápido llegó hasta las escaleras, perdiéndose en ellas. En la privacidad de su habitación se dejó caer en su cama y cerró los ojos. Él estómago le gruñía por el hambre pero se rehusaba a mover tan siquiera un hueso de su cuerpo.

Mañana se levantaría temprano, se arreglaría, saldría y se compraría un rico desayuno en algún puesto que estuviera en la calle. Después de todo por fin era Lunes, imaginaba que Iván tendría que ir a trabajar y ella quería resolver un tema mientras aún estuviera a tiempo. Con ese pensamiento en mente cerró los ojos y cuando quiso volver a abrirlos el reloj en su mesita de noche marcaba las 06:50 am.

Lo más difícil para ella era tener que madrugar. Había logrado despertar al menos un día temprano durante el fin de semana por la angustia que le provocaba saber que tendría que compartir su casa con un desconocido como lo era Iván. Pero 48 horas fueron suficientes para que ella terminara asimilando la información. El día de hoy era una historia totalmente diferente.

La temperatura era agradablemente fresca considerando que todavía estaban en agosto y eso hacía que sus ganas de quedarse en cama disfrutando la calidez de sus sabanas fuera excesivamente irresistible. Pero eso no sucedería, al menos no esa mañana. Hoy era el día en el que por fin iría a la Universidad para inscribirse y estudiar su carrera deseada. Publicidad.

Aunque había crecido en el orfanato llegó a tener maestros que le daban clases particulares, las monjas le explicaron que era un arreglo estipulado por sus padres antes de fallecer. Aunque con lo que había descubierto por parte de Iván hacía menos de tres días, quiso creer que su madre fue la encargada de pensar en su educación, aunque seguía sin entender el por qué.

¿Por qué si su padre no murió ella terminó en un orfanato? ¿Seguía vivo aquel hombre? ¿Sabía su madre que su padre cometería tal acto? Conforme las preguntas se iban formulando en su cabeza, otras más llegaban para atosigarla y nublarle el juicio.

¡Ya basta! No tenía el tiempo para pensar en eso, ¿por qué no se había preocupado en ello durante el fin de semana? ¿Por qué justo ahora cuando planeaba ser entrevistada en la universidad? Aunque quiso evitarlo sus pensamientos la traicionaban en ocasiones y terminaba pensando en el tema, no fue hasta que salió de la casa y respiró el aire puro producido por los árboles que sintió calma.

El bosque por el que había llegado y que rodeaba toda la casa no era tan profundo, por lo que no le tomó más de 10 minutos salir de él. Debía recalcar que la sombra y la tranquilidad de todo el lugar era agradable. Al final del camino se encontró con la calle que daba a la avenida principal y tal como pensó antes de ir a dormir, habían muchos puestos de comida para desayunar.

Se detuvo a comprar un sándwich con una batida de mango y continuó caminando en dirección a la universidad. Muchas personas iban y venían en todas las direcciones haciéndola sentir algo desubicada pero trató de no dejarse afectar. No fue hasta que estuvo frente a las puertas de aquella enorme institución que sus piernas le fallaron. No podía hacerlo, debía marcharse.

– ¿Chica nueva? Vamos, no hay nada qué temer.

Con un rápido movimiento Tara se giró para observar a quien le había hablado. Era una chica de pelo largo, rubio y de rasgos delicados y juveniles parada a su lado derecho. Le estaba dedicando una cálida sonrisa que Tara no pudo evitar comparar a la de una ardilla. Su plan de retirada había fracasado antes de comenzar.

– No soy nueva —objetó Tara a la defensiva— Bueno, técnicamente sí lo soy pero aún no estoy inscrita así que no soy estudiante y bueno... perdón, hablo muchas cosas sin sentido cuando estoy nerviosa.

– Descuida —aquella alegre sonrisa no desaparecía— Yo igual vengo a hacer el proceso de inscripción, vamos juntas, tengo un primo que estudia acá. Conozco el lugar como si fuera mi casa.

Un segundo fue suficiente para aceptar aquella invitación. De todos modos si había tenido la confianza de aceptar pasar un rato a solas con Iván en la privacidad de su casa, ¿por qué no aceptar la amabilidad de esta chica? De todas formas se hallaban en un lugar público, no habían muchas cosas que pudieran salir mal.

– Mi nombre es Abby — se presentó la chica.

– Yo soy Tara, mucho gusto.

Mientras caminaban las cejas de Abby se movían de un lado a otro como si estuviera pensando en algo.

– Tara... toro... bonito juego de palabras.

Una carcajada se hizo escuchar entre las dos. Carcajada que obviamente no pertenecía a Tara.

– No vayas a enojarte, no es para ofenderte, es algo que suelo hacer con los nombres.

– Descuida, si bien es la primera vez que escucho algo parecido, no me molesta.

Estuvieron caminando en silencio por un tiempo más hasta que Abby se detuvo frente a una oficina que citaba "Administrativa".

– Hora de la ejecución, ¿te sientes preparada?

Los ojos de Tara expresaban lo dubitativa que se hallaba en ese momento y el repentino pánico que se había apoderado de ella.

– Creía que sí, ahora ya me hiciste dudar.

– Descuida, vamos juntas.

Sostuvo su brazo como si se conocieran de años y con una brillante sonrisa se adentró a la oficina obligando a Tara a seguirla. Allí fueron recibidas por una mujer de lentes puntiagudos y peinado de los 50's.

– Que tenemos por aquí —comentó con un falso entusiasmo— Un par de buenas amigas. Tomen asiento gemelitas y esperen su turno.

Tenía una voz que a Tara le recordaba a cierto personaje con tentáculos de una caricatura y casi se echa a reír ante tal pensamiento. Ambas tomaron asiento y estuvieron allí un buen rato mirando minuciosamente la oficina en la que se encontraban hasta que Abby fue llamada a otra puerta que se hallaba más en el interior de la oficina.

Los segundos le parecían minutos y los minutos horas mientras esperaba su turno. Lo que le pareció media hora más tarde pudo ver la delgada silueta de Abby salir y pasar por su lado. Un segundo más tarde escuchó su nombre ser pronunciado. En el marco de la puerta una chica casi de la misma edad que ella la esperaba con una expresión de amabilidad.

– Por aquí por favor— le indicó a Tara por dónde dirigirse— Mi nombre es Dania y soy la secretaria del rector Charles, él es quien se encarga de los procesos de inscripción.

– Mucho gusto, yo soy...

– Tara Wilson, lo sé, es mi deber conocer los nombres de los que vienen a este proceso.

Mientras seguían caminando Tara no pudo evitar sentir como si estuviera en algún tipo de recorrido guiado por aquella talentosa chica. Segundos más tarde se detuvieron en una puerta que citaba: "Rector".

– Mucha suerte, el proceso de confirmación está en mis manos, así que yo me ocuparé de notificarte después de tres días si has sido aceptada. Tú solo haz tu mejor esfuerzo.

Le dedicó una palmadita amistosa y se retiró dejando a Tara con la incertidumbre de si debía entrar o retirarse como que nada estaba pasando allí. Al final se armó de valor y tocó la puerta, no quería parecer alguien irresponsable en su primera impresión. Después de todo, ella era alguien que se consideraba a sí misma una persona con mucha seguridad.

En el interior del cuarto se escuchó un "adelante" permitiéndole el paso y tras la puerta Tara vio a un señor de al menos unos 50 años. Era de tez oscura y una expresión seria. Con una mano le indicó que tomara asiento en uno de los sofás que estaban frente a él.

– Así que... Tara Wilson —comentó aquel hombre de gruesa voz con un tono de lejanía mientras observaba un foulder en sus manos— No hay mucha información sobre usted señorita Wilson —se acomodó los lentes sobre su nariz para observarla fijamente— Aparte claro, del hecho de que creció en un orfanato.

El tono con el que había expresado aquella ultima frase no hacía menos que indicarle a Tara que aquel señor frente a ella esperaba más respuestas por parte de ella. Reunió toda la tranquilidad de la que podía disponer en esos momentos y se preparó para hablar.

– Ciertamente, crecí en un orfanato y cómo podrá notar en mi expediente tengo 21 años. Mi objetivo para aplicar a esta universidad es el excelente programa que tiene la carrera de publicidad.

– ¿Y qué le hace pensar señorita Wilson que usted tiene lo requerido para ingresar en esta institución? ¿Qué tipo de experiencia tiene en estudios primarios y secundarios?

Ante tales preguntas la respuesta de Tara fue entregarle un sobre que contenía unos papeles. Permitió que el rector Charles los hojeara unos minutos antes de proceder a explicarle.

– En el orfanato durante todos mis años que permanecí en él recibí clases particulares, desde lo básico hasta lo secundario. Recibí mis certificados aprobados que aseguran su validez.

Se produjo un silencio que a Tara le pareció de lo más incómodo que pudiera experimentar. Los ojos del hombre se mantenían fijos en los papeles que Tara le había suministrado observándolos de lado a lado, hasta que cerró el expediente para mirarla de una forma que ella no supo identificar.

– ¿Quién fue tu tutor?

La pregunta logró desubicar a Tara por unos segundos, obligándola a fruncir el ceño. Estaba segura de que esa información estaba explícitamente detalla en los papeles que le había entregado, pero aún así lo estaba preguntando.

– Peyton Meyers

Otro silencio incómodo. Tara comenzaba a sentirse paranoica, ¿qué tal si lo estaba haciendo mal? Tal vez eso no sería suficiente para que ella ingresara a la universidad. ¿Por qué no había pensado en eso? La seguridad que había reunido para presentarse ante este hombre comenzaba a escapársele por los poros.

– Dania, trae los papeles por favor.

La voz profunda del señor Charles hizo eco, sacándola de su agonía. Un segundo más tarde la silueta de Dania ingresó a la oficina con un par de papeles en sus manos, los cuales dejó sobre el escritorio.

– Llénalos.

Tara no supo lo nerviosa que se hallaba hasta que sus dedos temblorosos tomaron los papeles y leyó el contenido. "Examen de admisión Lengua y Literatura y Matemáticas". Cuando dejó los exámenes sobre el escritorio del señor Charles, sintió que por fin podía respirar y con educación salió de la oficina. Tenía que haber durado al menos una hora allí dentro por lo que no pudo evitar sorprenderse al ver a Abby esperándola en el pasillo.

– ¡Tara! —chilló de felicidad antes de abrazarla— ¿Qué tal te fue?

Ella correspondió a su abrazo mientras la obligaba a caminar y alejarse de la oficina de una vez por todas.

– Pienso que todo ha ido genial, en tres días sabré los resultados de los exámenes.

– Yo igual, ya no puedo esperar. ¿Tú qué carrera piensas cursar?

– Publicidad —murmuró Tara perdiéndose en sus pensamientos.

– Es una lástima, me gustaría haber estado en las mismas clases contigo, yo cursaré fotografía.

Se mantuvieron riendo y conversando como si se conocieran de años mientras caminaban hasta la salida del campus, y por más extraño que pudiera parecer las dos se sentían cómodas una con la otra.

– Te dejo acá, mantengámonos en contacto para saber qué tal fueron los resultados, yo debo marcharme ya para poder ubicar al primo que te conté estudia acá. ¿Me das tú número?

Tara buscó rápidamente un pedazo de papel y un bolígrafo para pasárselo a Abby ya que ella no tenía número, ni siquiera tenía un móvil, ¿cómo iba a poder escribirle?

– Dame tú número, así es mejor. Es que yo no traigo el mío en estos instantes.

Con una sonrisa Abby le dio el papel de vuelta para despedirse moviendo de lado a lado la mano con emoción. Aunque apenas era medio día, Tara sentía que su día había acabado, pero cambió de pensamiento rápidamente al recordar que debía enfrentarse a Iván una vez que llegara a casa.

Genial, otro día más para convivir con ese intruso.

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