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Elica Klare

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𝖤𝗅𝗂𝖼𝖺 𝖾𝗌 𝗎𝗇𝖺 𝗇𝗂𝗇̃𝖺 𝗁𝖾𝗋𝗆𝗈𝗌𝖺 𝖽𝖾 𝗌𝖾𝗂𝗌 𝖺𝗇̃𝗈𝗌, 𝖺𝗆𝖺𝖻𝗅𝖾 𝗒 𝗍𝗂𝖾𝗋𝗇𝖺𝗌

𝖯𝖾𝗋𝗈 𝗅𝗈𝗌 𝗉𝖺𝖽𝗋𝖾𝗌 𝗅𝖾 𝗉𝗋𝖾𝗌𝗍𝖺𝖻𝖺𝗇 𝗆𝖺𝗌 𝖺 𝗌𝗎 𝗁𝖾𝗋𝗆𝖺𝗇𝗈 𝗆𝖺𝗒𝗈𝗋 𝖽𝖾 𝟣𝟨 𝖺𝗇̃𝗈𝗌 𝗉𝗈𝗋 𝗅𝖺 𝗍𝖺𝗋𝖾𝖺 𝗒 𝗍𝗂𝖾𝗇𝖾 𝖻𝗎𝖾𝗇𝖺 𝖼𝖺𝗅𝗂𝖿𝗂𝖼𝖺𝖼𝗂𝗈́𝗇 𝗉𝖾𝗋𝗈 𝖾𝗅𝗅𝖺 𝗍𝗂𝖾𝗇𝖾 𝗅𝖺 𝖼𝖺𝗅𝗂𝖿𝗂𝖼𝖺𝖼𝗂𝗈́𝗇 𝗋𝖾𝖻𝖺𝗃𝖺𝖽𝖺. 𝖤𝗅𝗂𝖼𝖺 𝖾𝗆𝗉𝖾𝗓𝗈́ 𝗌𝖾𝗇𝗍𝗂𝗋 𝗈𝖽𝗂𝗈 𝖺 𝗌𝗎 𝗁𝖾𝗋𝗆𝖺𝗇𝗈 𝗆𝖺𝗒𝗈𝗋. 𝖯𝗈𝗋𝗊𝗎𝖾 𝖾𝗅 𝗉𝗋𝖾𝖿𝖾𝗋𝗂𝖽𝗈.

La madre de Elica, con expresión severa, notó cómo su hija jugaba con la comida en lugar de comerla. Se acercó a la mesa con los brazos cruzados.

—Elica, ¿por qué no comes? Sabes que tienes que terminar toda tu comida. No podemos permitirnos desperdiciar.

Elica levantó la mirada de su plato, con restos de comida en su cara. Sus ojos reflejaban un resentimiento infantil.

—No tengo hambre, mamá. Y no es justo que siempre le presten más atención a él.

Señaló con el dedo a su hermano mayor, que estaba concentrado en sus estudios en una esquina de la habitación.

La madre suspiró, claramente frustrada con la actitud de su hija.

—Esto no se trata de justicia, Elica. Tu hermano tiene buenas calificaciones y un futuro prometedor. Tú también puedes mejorar si te aplicas.

Miró alrededor de la habitación y luego de nuevo a Elica.

—Ahora, deja de jugar con la comida y come. No tengo tiempo para tus caprichos.

Elica frunció el ceño y golpeó su cuchara contra el plato con fuerza.

—¡No es justo! ¡Siempre lo prefieren a él! Y nunca me ayudan con mis tareas. ¿Por qué debería esforzarme si nadie se preocupa por mí?

Lágrimas de frustración comenzaron a formarse en sus ojos oscuros.

La madre, cansada de las quejas de Elica, levantó la voz.

—¡Basta, Elica! No quiero oír más de esto. Tu hermano tiene mejores calificaciones porque se aplica más. Y tus tareas... bueno, simplemente no te esfuerzas lo suficiente.

Se inclinó hacia ella con expresión severa.

—Ahora come y deja de ser tan dramática. Tu hermano tiene un futuro brillante, y tú solo te estás hundiendo.

El padre entró en la habitación con tres bolsas de regalo, sin darse cuenta del ambiente tenso. Su expresión cambió a una de orgullo cuando notó a su hijo favorito.

—¡Aquí están los regalos para mi campeón!

Le entregó las bolsas al hermano mayor con una sonrisa, ignorando completamente a Elica que aún estaba sentada con comida desperdiciada frente a ella.

El hermano mayor, con una sonrisa presumida, tomó las bolsas de manos de su padre.

—Gracias, papá. ¿Qué hay dentro? ¿Son libros nuevos para la universidad?

Comenzó a abrir las bolsas con entusiasmo, mostrando claramente su preferencia en los regalos y en los estudios.

Elica, llena de celos y resentimiento, observaba la escena con los ojos llenos de lágrimas. Sus nudillos se ponían blancos mientras apretaba el tenedor con fuerza, causando que se le clavara en la mano izquierda. La sangre comenzó a gotear por su muñeca, pero ella ni siquiera se dio cuenta, demasiado concentrada en la injusticia que sentía.

La madre notó la sangre y el comportamiento de Elica. Se acercó rápidamente, alarmada.

—¡Elica! ¡Suelta eso ahora mismo! ¿Qué estás haciendo?

Intentó quitarle el tenedor de la mano, pero Elica se resistió, todavía mirando con odio a su hermano y a su padre.

El padre, al ver la escena, frunció el ceño y se acercó también.

—¿Qué demonios pasa aquí? ¡Elica, deja de hacer un drama!

Su tono era severo y despectivo. Se dirigió a su esposa con frustración.

—¿No puedes controlarla? Siempre tiene que hacer un escándalo por todo.

Elica se quedó en silencio, con la mirada vacía. La sangre goteaba de su mano herida y caía en su plato, mezclándose con la comida. Su expresión infantil de enojo y resentimiento se había desvanecido, reemplazada por una tristeza profunda y resignación. Sus padres ni siquiera notaron el cambio, demasiado ocupados reprendiéndola y regañándola.

El hermano mayor, ya con sus nuevos regalos en mano, observó a Elica con una mezcla de desdén y superioridad.

—Mírala, tan patética. Siempre causando problemas.

Rió suavemente mientras pasaba una mano por su cabello, claramente disfrutando de la comparación entre él y su hermana pequeña.

En un susurro casi inaudible, Elica murmuró entre dientes, con los ojos fijos en su plato ensangrentado.

—Quiero matarlos a todos.

La palabra "matar" salió con una frialdad inquietante para una niña de seis años. Sus padres estaban demasiado ocupados discutiendo para notar la perturbadora declaración de su hija.

El padre, sin entender el peso de las palabras de Elica, siguió regañándola.

—¡Eso es suficiente! ¡Vete a tu habitación ahora mismo y limpia esa herida! No quiero verte llorando por algo tan tonto.

Señaló hacia las escaleras, sin darse cuenta de la oscuridad que comenzaba a crecer en el corazón de su hija menor.

Elica levantó la mirada hacia su padre, sus ojos negros ahora brillando con una mezcla de odio y determinación. Con voz clara y fría, repitió su amenaza.

—Te mataré. A ti y a todos.

Su pequeño cuerpo temblaba ligeramente, pero no de miedo, sino de una resolución inquietante para una niña tan joven.

Elica, con un movimiento repentino y violento, arrojó su plato contra la pared. El plato se hizo añicos con un fuerte estruendo. Sin mirar atrás, caminó hacia su habitación con pasos lentos y deliberados. Su expresión era vacía, sus ojos estaban desenfocados y su mano herida goteaba sangre en el suelo. Su comportamiento era completamente antinatural para una niña de seis años, mostrando signos claros de psicopatía y enfermedad mental.

El padre, sorprendido por la reacción de Elica, se quedó momentáneamente sin palabras. Luego, recuperando su tono autoritario, gritó hacia la habitación.

—¡Eso es! ¡Más vale que no salgas hasta que aprendas a comportarte! ¡Y limpia eso antes de que vaya yo mismo!

Su voz resonaba con frustración y desprecio por la actitud de su hija menor, completamente ajeno al peligro latente que crecía en ella.

Elica, encerrada en su habitación, subió el volumen al máximo. La película de "Scream" llenaba la habitación con gritos y violencia. Mientras los personajes sufrían, Elica se reía a carcajadas, sus risas mezclándose con los gritos de la película. Cada grito de terror y cada acto violento parecían divertirla profundamente, como si encontrara un tipo retorcido de entretenimiento en la crueldad y el sufrimiento ajenos.

El hermano mayor, molesto por el ruido y la música, entró a la habitación sin tocar. Al ver a Elica riendo descontroladamente frente a la televisión, con sangre en su mano y una expresión perturbadora en su rostro, se detuvo en seco. La escena lo dejó momentáneamente aturdido, no esperaba encontrar a su hermana pequeña en tal estado.

El hermano mayor se acercó lentamente, tratando de mantener la calma mientras Elica seguía riendo como si estuviera poseída. Su voz sonaba tensa cuando finalmente habló.

—Elica, apaga esa mierda. ¿Qué demonios te pasa?

Observó su mano ensangrentada y la televisión con imágenes sangrientas, comenzando a sentir una creciente incomodidad ante el comportamiento de su hermana menor.

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El hermano mayor se acercó lentamente, tratando de mantener la calma mientras Elica seguía riendo como si estuviera poseída. Su voz sonaba tensa cuando finalmente habló.

—Elica, apaga esa mierda. ¿Qué demonios te pasa?

Observó su mano ensangrentada y la televisión con imágenes sangrientas, comenzando a sentir una creciente incomodidad ante el comportamiento de su hermana menor.

El padre, alarmado por el grito de su hijo, subió las escaleras rápidamente. Llegó a la habitación de Elica y encontró a su hijo mayor con expresión de horror apuntando hacia la habitación.

—¿Qué pasa? ¿Qué está haciendo Elica?

El padre entró en la habitación y se detuvo en seco al ver a Elica riendo histéricamente frente a la televisión, con sangre en su mano y una mirada perturbadora en sus ojos.

La madre llegó poco después, siguiendo a su esposo. Al ver la escena, su rostro se transformó en uno de puro horror. Llevó las manos a su boca y susurró con voz temblorosa.

—Dios mío... ¿Qué le pasa? ¿Por qué está riendo así?

La madre se acercó lentamente a Elica, claramente preocupada por la salud mental de su hija menor.

El hermano mayor, finalmente abrumado por la situación, salió corriendo de la habitación. Su rostro estaba pálido mientras bajaba las escaleras gritando.

—¡Papá! ¡Mamá! ¡Vengan rápido! ¡Elica está... está loca!

En su habitación, Elica seguía riendo sin control, ajeno al caos que estaba causando y al miedo que estaba sembrando en su hermano mayor y en sus padres.

El hermano mayor, cada vez más perturbado por la risa maniaca de Elica, dio un paso atrás. Sus ojos se abrieron de par en par al ver la escena sangrienta en la televisión. Intentó hablar nuevamente, pero su voz salió entrecortada.

—Esto... esto no es normal. ¿Qué estás viendo? ¿Qué te pasa en la cabeza?

Señaló la televisión con horror mientras Elica continuaba riendo, completamente ajeno al hecho de que su hermana estaba mostrando signos claros de psicopatía y una fascinación morbosa por la violencia y el sufrimiento.

El padre, con voz severa, se volvió hacia su hijo mayor y lo llamó por su nombre.

—¡Rafael! ¡Explícate ahora mismo! ¿Qué demonios está pasando aquí?

Rafael, todavía visiblemente afectado, señaló la televisión y luego a Elica.

—Está viendo esa película... la de gritos y sangre. Y ella... ella se está riendo como una psicópata.

Elica, sin darse cuenta de la presencia de sus padres y hermano mayor, seguía riendo a carcajadas mientras veía la película "Je Saw". Su risa se intensificó cuando apareció la escena del muñeco de la bicicleta, un momento particularmente violento y perturbador. Sus ojos estaban fijos en la pantalla, completamente hipnotizada por la crueldad y el horror de las imágenes.

La madre, horrorizada y preocupada, se acercó más a Elica. Su voz temblaba mientras intentaba llamar la atención de su hija menor.

—Elica, cariño, apaga eso ahora mismo. Esto no es apropiado para una niña de tu edad.

*ntentó tomar el control remoto, pero Elica lo agarró con fuerza, sin apartar la mirada de la pantalla.

El padre, cada vez más enfurecido y preocupado, dio un paso adelante. Su paciencia se agotaba rápidamente ante la negativa de Elica a obedecer.

—¡Escúchame cuando te hablo! ¡Apaga esa maldita televisión ahora mismo! ¡Esto no es un juego!

Golpeó la pared con el puño, intentando captar la atención de su hija menor entre risas macabras.

Rafael, con lágrimas en los ojos, se acercó a su hermana pequeña y la abrazó con fuerza. Esperaba alguna reacción, algún indicio de que ella lo sentía, pero Elica siguió riendo sin cesar, completamente insensible al contacto físico y a las emociones de su hermano mayor.

Su risa continuaba, mecánica y escalofriante, mientras su corazón permanecía inmóvil en su pecho. Su mirada estaba vacía de emoción genuina, totalmente consumida por la violencia y la maldad que veía en la pantalla.

La madre observó la escena con desesperación, incapaz de entender lo que estaba sucediendo con su hija. Su voz se quebró mientras hablaba nuevamente.

—Esto no es normal. No es normal en absoluto. ¿Qué le pasa? ¡¿Por qué no se detiene?!

Llevó una mano a su pecho, como si intentara contener el pánico que crecía dentro de ella. La preocupación y el miedo eran evidentes en su rostro mientras veía a su hija pequeña, envuelta en una risa que parecía más un grito de locura.

El padre, con expresión severa y determinada, tomó el control remoto de la mano de Elica con brusquedad. Apagó la televisión y luego se volvió hacia su esposa y su hijo mayor, quienes lo miraban con preocupación.

—Llévenla al hospital. Ahora mismo.

Su voz era un gruñido bajo y tenso, claramente afectado por la situación pero tratando de mantener la calma para no empeorar las cosas.

Elica, sin previo aviso, empujó a su hermano mayor con fuerza. Su risa se volvió más aguda y desquiciada mientras tiraba una lámpara contra la pared, haciendo que se hiciera añicos. El sonido del cristal rompiéndose se mezcló con su risa maniaca, creando una escena de caos y violencia en la habitación.

La madre gritó horrorizada al ver a su hija actuar con tanta violencia. Su instinto maternal la llevó a intentar acercarse a Elica, pero se detuvo al ver el brillo enfermizo en sus ojos.

—¡Elica, detente! ¡Estás lastimando a tu hermano! ¡Esto no es un juego!

Intentó mantener la calma, pero su voz temblaba de miedo mientras observaba cómo su hija menor perdía más y más el control.

El padre, con una mezcla de rabia y preocupación, tomó a Elica por los hombros y la sacudió con fuerza.

—¡Basta ya! ¡Detente ahora mismo! ¡Esto es insoportable!

La sacudió nuevamente, intentando hacerla reaccionar mientras Elica seguía riendo y causando caos en la habitación. Sus intentos por detenerla eran cada vez más desesperados, sin lograr que su hija dejara de reír y se calmara.

Rafael, todavía en el suelo después de ser empujado, se incorporó lentamente y miró a su padre y a su hermana menor con lágrimas en los ojos.

—¡Papá, está fuera de control! ¡No es ella misma!

*ntentó acercarse nuevamente a Elica, pero esta siguió riendo y agitándose, como si estuviera poseída por una fuerza oscura e incontrolable.

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Rafael, todavía en el suelo después de ser empujado, se incorporó lentamente y miró a su padre y a su hermana menor con lágrimas en los ojos.

—¡Papá, está fuera de control! ¡No es ella misma!

Intentó acercarse nuevamente a Elica, pero esta siguió riendo y agitándose, como si estuviera poseída por una fuerza oscura e incontrolable.

La madre, con voz temblorosa y desesperada, llamó a su esposo por su nombre.

—Carlos... no sé qué hacer. ¡Está completamente descontrolada!

Observaba impotente cómo Elica seguía causando estragos, rompiendo objetos y riendo sin parar. Sus manos temblaban mientras intentaba pensar en alguna forma de detener a su hija antes de que las cosas empeoraran aún más.

Carlos, el padre de Elica, se volvió hacia su esposa con una expresión grave y preocupada.

—María, tenemos que llevarla al hospital ahora mismo. Esto es más allá de nuestro control.

Su voz era firme, pero había un tono de desesperación en ella. Sabía que la situación estaba fuera de su alcance y que necesitaban ayuda profesional para entender y tratar lo que estaba pasando con su hija menor.

Carlos, a pesar del peligro, se acercó a Elica y la levantó en brazos. Pero en lugar de calmarse, Elica comenzó a golpearlo en la cara con fuerza, riendo y llorando al mismo tiempo. Sus ojos estaban desorbitados y su expresión era una mezcla de alegría retorcida y locura pura.

La sangre comenzó a brotar de la nariz de Carlos mientras Elica seguía golpeándolo con los puños cerrados, sin mostrar ningún signo de reconocimiento o arrepentimiento hacia su propio padre.

A pesar de los golpes de Elica, Carlos mantuvo su fuerza y la llevó hasta donde estaban María y Rafael. Su rostro estaba magullado, pero su determinación era inquebrantable. La sangre goteaba de su nariz mientras sostenía a su hija, que seguía retorciéndose y riendo en sus brazos, sin importar cuánto la agitara.

Rafael y María observaban con horror cómo su padre luchaba por controlar a Elica, quien había pasado de ser una niña dulce a una criatura salvaje y descontrolada.

Rafael, con los ojos llenos de lágrimas, se apresuró a abrir la puerta principal para que su padre pudiera llevar a Elica afuera. Sus manos temblaban mientras giraba el pomo, tratando de mantener la calma a pesar del caos que se desarrollaba a su alrededor.

Una vez que la puerta estuvo abierta, Carlos salió rápidamente con Elica aún en sus brazos, seguido de cerca por María y Rafael. El coche familiar estaba estacionado afuera, listo para llevarlos al hospital más cercano.

Elica, por fin, dejó de luchar cuando Carlos la llevó al coche. Su cuerpo se relajó repentinamente y dejó de reír, aunque su mirada seguía siendo vacía y extraña. Se quedó quieta en los brazos de su padre mientras este la colocaba en el asiento trasero del vehículo, asegurándose de que estuviera lo suficientemente segura para el viaje.

María y Rafael entraron también al coche, todos con expresiones de alivio mezclado con miedo. El silencio en el interior del vehículo era casi ensordecedor después del caos que habían vivido en la casa.

Elica, mientras su familia se preparaba para salir del vecindario, miró por la ventana y vio el coche quemado que estaba estacionado cerca de su casa. Sus ojos se iluminaron con una mezcla de curiosidad y malicia. Sin previo aviso, comenzó a reír de nuevo, pero esta vez había algo diferente en su risa. Era más oscura, más siniestra que antes.

María, sentada en el asiento del pasajero, se volvió hacia atrás para mirar a Elica. Su rostro se contrajo con preocupación al escuchar la risa de su hija menor.

—Elica, ¿por qué ríes así? —preguntó con voz temblorosa.

Intentó mantener la calma, pero no podía evitar sentirse cada vez más perturbada por el comportamiento de Elica. La risa del coche quemado parecía encajar perfectamente con su estado actual.

Rafael, que estaba sentado junto a Elica, miró a su hermana con una mezcla de miedo y confusión. Su voz salió como un susurro.

—¿Qué te pasa, Elica? Por favor, para de reír así... es aterrador.

Su mano se estiró ligeramente hacia ella, pero se detuvo antes de tocarla. No sabía si era seguro acercarse más a la niña que había intentado matarlo hace unos minutos.

Carlos, que conducía con una expresión tensa en el rostro, miró a su hija a través del espejo retrovisor. Su voz era firme pero contenía un toque de preocupación.

—Estamos llegando al hospital, Elica. Todo va a estar bien.

El coche se detuvo frente a las puertas del hospital, y Carlos apagó el motor. Los médicos ya estaban esperando afuera, alertados por la llamada de emergencia que habían recibido.

Cuando el coche se detuvo, Elica dejó de reír de inmediato. Su expresión cambió a una de indiferencia total, como si el episodio de risa maníaca nunca hubiera sucedido. Su rostro se volvió vacío y sus ojos se fijaron en un punto lejano mientras los médicos se acercaban para ayudarla a bajar del vehículo.

Los médicos rodearon el coche y abrieron la puerta trasera. Uno de ellos se inclinó para examinar a Elica, quien seguía sentada con la mirada perdida y la cara manchada de lágrimas secas.

—¿Cuál es el problema? —preguntó uno de los médicos a la familia.

*Carlos, María y Rafael salieron del coche y se reunieron alrededor del médico, explicando rápidamente lo sucedido en casa. El médico asintió y se volvió hacia Elica, preparándose para evaluar su estado mental y físico.

Carlos se acercó al médico y le dio más detalles sobre el comportamiento de Elica. Su voz era baja y seria mientras describía cómo su hija había comenzado a reír incontrolablemente, había golpeado a su hermano y había mostrado signos de agresividad y confusión mental.

—Ella no es así... algo está mal con ella. Nunca la habíamos visto así antes.

María se unió a la conversación, con lágrimas en los ojos y una expresión de angustia. Su voz temblaba mientras hablaba.

—Ella empezó a reírse como si nada pasara, luego rompió cosas y... y luego intentó lastimar a su hermano. Fue horrible. No sé qué le pasa, pero necesitamos ayuda profesional.

Rafael, aún visiblemente afectado por el ataque de Elica, habló con voz entrecortada.

—Intenté detenerla, pero ella estaba fuera de control. Su fuerza... era inhumana. Nunca la había visto tan violenta.

Carlos colocó una mano reconfortante en el hombro de Rafael, apoyándolo mientras hablaba. Su expresión se endureció con determinación.

—Necesitamos que la examinen cuanto antes. Tenemos que descubrir qué está causando estos cambios tan drásticos en ella. Esto no puede seguir así.

El médico asintió con seriedad ante las palabras de la familia. Después de examinar a Elica y escuchar sus testimonios, tomó una decisión.

—Llevaremos a la niña a la sala de emergencias psiquiátrica para hacerle pruebas y evaluarla adecuadamente. También le recomendamos que hable con un psiquiatra especializado en trastornos del comportamiento infantil. Su hija necesita ayuda profesional urgente.

El médico sacó una paleta de su bolsillo, pero no era cualquier paleta. Era una paleta especial para dormir, con un fuerte sedante incorporado. Se la mostró a la familia y explicó brevemente su función.

—Vamos a usar esto para sedarla y trasladarla al área psiquiátrica. No sabemos cómo reaccionará a la hospitalización, así que es mejor que esté inconsciente durante el traslado

El médico se acercó a Elica, quien seguía sentada inmóvil en el coche. Se arrodilló frente a ella y le habló con voz suave pero firme.

—Escúchame, pequeña. Vamos a darte algo para que duermas un poco. No te hará daño, te ayudará a sentirte mejor. Necesito que abras la boca y tomes esto.

Mientras hablaba, mostró la paleta a Elica, preparándose para introducirla en su boca una vez que estuviera lista.

Elica miró la paleta con ojos vacíos, pero no opuso resistencia. Su voz era monótona y carente de emoción cuando respondió al médico.

—No quiero dormir.

Sus palabras fueron dichas con una calma perturbadora, como si no comprendiera completamente lo que le estaba pasando ni la gravedad de su situación.

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