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El Hermano Silencioso

Capitulo I Lealtad

La primera regla de mi vida se llamaba Clara.

Éramos una constelación de dos desde los ocho años, cuando nuestras madres nos obligaron a jugar juntas en la fiesta de cumpleaños de un vecino. Yo, Olivia—o Liv, como ella insistía en llamarme—, era la soñadora. Clara era la ancla. Su mundo, grande, brillante y ridículamente adinerado, giraba alrededor de la mansión Hawthorne y el peso de un apellido que la asfixiaba. Mi mundo, pequeño, cálido y caótico, gravitaba alrededor de ella.

Clara lo era todo: mi confidente, mi cómplice, mi hermana de elección. La idea de hacerle daño era una herejía.

Por eso, el primer encuentro con Ethan, su hermano mayor, sigue grabado en mi memoria no como el comienzo de algo, sino como el anuncio de un fin.

Tenía yo trece años, y era mi primera pijamada en su gloriosa y solitaria casa. Clara me arrastró a una sala de estar donde se congregaban las reliquias familiares. Estábamos bromeando sobre qué retrato era más feo, cuando él entró.

Ethan tenía dieciocho, y ya poseía esa presencia callada y dominante que lo hacía parecer diez años mayor. Nosotras éramos explosiones de risa y trenzas enredadas. Él era el silencio. Alto, delgado, con el cabello negro y unos ojos del color del Atlántico en un día de invierno. Simplemente nos miró, recogió un libro de un estante, y se fue. No nos dirigió la palabra, ni un asentimiento.

"Es un amargado," susurró Clara con un giro de ojos, como si estuviera acostumbrada a ser invisible para él. "Ignóralo. Es el 'heredero silencioso'. Solo existe para hacer lo que papá dice."

Pero no pude ignorarlo. Había una intensidad, una sombra profunda y atractiva en su forma de sostenerse, que me hizo sentir que esa etiqueta de "amargado" era solo una tapadera. Sentí un tirón instantáneo, magnético y totalmente inadecuado. Era la primera vez que un chico no se sentía como un simple compañero de juegos. Se sentía como un peligro.

Desde entonces, él fue una constante en el fondo de mi vida. Un fantasma bien vestido, siempre allí, siempre mirando, nunca hablando.

Ethan fue enviado al extranjero, sus padres querían que estudiara y se comprometiera con el negocio familiar, ya que él sería quien llevará las riendas cuando su padre se retirara. No podía mentir, me dolió que se hubiera ido, sin embargo, sentí paz al saber que no lo volvería a ver. Mi amistad con Clara era mucho más importante que una atracción de adolescente.

Un año después de que Ethan se fuera mis padres se mudaron de ciudad llevándome con ellos y separándome físicamente de mi mejor amiga, ese si fue un golpe fuerte que hizo tambalear mi mundo. Desde ese entonces han pasado exactamente seis años, ahora tengo veinte años en los que me dedique a estudiar administración de empresas y así poder ayudar a mis padres en el negocio familiar. Hoy es el día de mi graduación con apenas veinte años fui considerada la mejor de mi clase y graduada con honores.

”Estoy tan orgulloso de ti”, dijo mi padre visiblemente emocionado.

”No hubiera podido lograrlo sin ustedes”, la emoción ahogaba mi voz dejándola salir apenas en un susurro.

Se podía decir que mi vida era perfecta, hasta ese día en el que mi amiga Clara me envió una invitación a su boda, pero lo que más me impacto fue el hecho de que aparte de la invitación me envió una nota de voz donde me pedía ir a verla antes de la boda. Ella no sonaba como una novia feliz, más bien parecía que estaba a punto de celebrar un velorio. Sus palabras estaban cargadas de una gran tristeza y aunque estábamos separadas por la distancia nosotras nos manteníamos en contacto.

Unos días después de mi graduación le pedí a mis padres viajar a mi ciudad de origen, al principio ellos rechazaron mi solicitud, pero al darse cuenta de que ya no soy una niña y que soy capaz de cuidarme por mí misma accedieron pagando mi boleto de ida como si fuera un regalo por ser tan buena en la universidad.

Después de un largo viaje, finalmente llegué a la mansión Hawthorne, era exactamente igual a como se veía cuando era apenas una niña, algunos recuerdos llegaron invadiendo mi mente y llenándome de añoranzas del pasado.

Caminé a la entrada principal donde fui recibida por mi mejor amiga de manera efusiva.

“¡Liv, por fin llegas!”, exclamó Clara con efusividad.

Nos abrazamos con tanta fuerza que sentía el aire salirse de mis pulmones, teníamos mucho tiempo sin vernos a pesar de estar en contacto todo este tiempo por mensajes o llamadas.

“Vine tan pronto pude, sabes que mis padres son un poco sobreprotectores“.

Entramos a la gran casa llena de los lujos de siempre, en la sala se encontraban los padres de Clara viendo algunas revistas. Ellos al verme, mostraron una sonrisa de satisfacción.

“Olivia, hija bienvenida a tu casa", Felicia, la mamá de Clara atrajo mi atención.

“Gracias, señora“, respondí con formalidad.

“No seas tan formal hija. Eres de la familia, así que llámame Felicia."

En la voz de esa mujer había algo que no me gustaba, pero lo ignoré. La primera tarde transcurrió entre relatos de nuestros seis años separadas y los incesantes preparativos de la boda que, de cerca, parecían consumir la poca vitalidad de Clara. Me confesó sus temores, sus dudas, y para la media noche, se había quedado dormida en el sofá de la biblioteca, agotada por la presión.

Yo la cubrí con una manta y me levanté para irme a la habitación de huéspedes. Fue entonces, en el oscuro umbral de la biblioteca, donde lo vi por primera vez en seis años.

Ethan estaba allí. El Hermano Silencioso. Más alto, más ancho de hombros, y su silencio ahora se sentía como una amenaza contenida. No me dirigió la palabra. Solo se acercó, la sombra profunda en sus ojos del Atlántico era lo único que reconocía de mi flechazo adolescente.

Me tomó el rostro con brusquedad. Fue un beso cargado de la rabia helada y la necesidad desesperada de quien ha estado callado por veinte años. La lealtad que le debía a Clara se hizo pedazos contra la pared. Sabía que era un error que nos destruiría a todos, pero no me detuve.

Esta mañana, al despertar en la cama de huéspedes, el único testigo del desastre era la calma de Clara, que seguía durmiendo en el sofá.

"Voy a la cocina a por café," le dije, mi voz sonando extrañamente firme.

Ella asintió, volviendo a hundirse en el cojín. Yo me dirigí a la cocina, cada paso sobre la moqueta gruesa era un intento de deshacer un crimen. Y al entrar, me encontré de nuevo con mi cómplice.

Ethan estaba junto a la encimera de mármol. Tenía una taza de café en la mano y miraba por la ventana. Sus ojos se encontraron con los míos. Fríos, calculadores, sin una pizca de la pasión de hacía unas horas.

"El café está fuerte," dijo. Su voz era grave, un susurro que me pareció la cosa más cruel que podía haberme dicho.

No era una advertencia sobre la bebida. Era una advertencia sobre él.

Capitulo II Un desliz

El aire en la cocina era espeso, no por el vapor del café, sino por la traición que flotaba entre nosotros.

Me quedé inmóvil, mirando la jarra, sintiendo su advertencia como un golpe físico. El café está fuerte. No había necesidad de preguntarle qué quería decir. Quería decir: "Lo de anoche fue una mierda fuerte, y no podemos dejar que se repita." Quería decir: "Estás aquí por mi hermana. Recuérdalo."

Me armé de valor. Yo era la invitada, la amiga de Clara, la recién graduada con honores. No iba a permitir que su silencio me intimidara.

"Gracias por la información," respondí con una sequedad que no sentía, tomando la jarra. Intenté actuar con indiferencia, pero mis manos temblaban mientras servía el líquido oscuro.

Él no se movió de la encimera. Era una pared de mármol y silencio.

"¿Cómo está Clara?" Su voz era plana, sin emoción, como si se viera obligado a preguntar por mera cortesía.

"Cansada. La boda la tiene al límite," contesté. Sentí una punzada de culpa al escuchar el nombre de mi amiga.

"Tiene miedo," murmuró Ethan, finalmente apartando la mirada de la ventana para fijarla en su taza. "Y con razón."

Esa frase me congeló. ¿Miedo a qué? ¿A la vida que le espera? Me atreví a preguntar, manteniendo mi voz baja: "¿Miedo a esta casa?"

Ethan esbozó una media sonrisa, fría y corta.

"Clara le teme a este lugar, Liv. Siempre le ha temido a esta familia. Lo de anoche..." Hizo una pausa, y por un segundo, sus ojos me buscaron con una intensidad fugaz, casi de arrepentimiento. "Lo de anoche no fue nada. Un error, un desliz." No entendía por qué volvía a mencionar lo de anoche, pensé que hablábamos de Clara.

La frialdad de su voz me dolió, no podía negarlo. Aunque tenía razón, por supuesto. Yo no era su responsabilidad, ni la heredera que debía cargar con el peso de los Hawthorne. Yo era solo un desliz en una noche de tormenta.

"Lo tengo claro," dije, volviéndome hacia la cafetera. "Fue un error, y no volverá a pasar."

La puerta de la cocina se abrió con un chasquido. Clara entró, con el cabello despeinado y una sonrisa somnolienta que me iluminó el alma. El ancla. La razón por la que estaba allí.

"¡Ahí están mis dos personas favoritas en el mundo!" exclamó Clara, ignorando por completo la helada tensión que flotaba entre nosotros. Se acercó a su hermano, le dio un beso rápido en la mejilla, y luego se dirigió a mí para abrazarme con fuerza. "Gracias por el café, Ethan. Y Liv, ¿ya tienes habitación? Papá le dijo a Felicia que te asignara la de huéspedes cerca de la biblioteca."

Mi cuerpo se tensó. La habitación de huéspedes de la que hablaba estaba al final del pasillo donde había ocurrido el beso.

Ethan dejó su taza con un golpe seco. "Yo me voy. Tengo una reunión urgente."

No se despidió de mí. Simplemente salió. Una retirada rápida, como si huir fuera el único remedio.

Clara me arrastró a una de las sillas del desayuno, rebosante de charla sobre las pruebas del vestido y los arreglos florales. Sentada allí, escuchando los planes de mi mejor amiga, sentí un terror silencioso. La mansión ya no era un refugio. Ahora era una trampa, un laberinto donde el hermano de mi amiga era la única salida y, a la vez, el mayor peligro.

Mientras Clara se perdía en los detalles de las invitaciones, yo solo podía pensar en una cosa: Mi equipaje ya estaba arriba. Pasaría las próximas semanas durmiendo a metros de Ethan, obligada a convivir con el hombre cuyo silencio se había roto con la única palabra que mi lealtad prohibía escuchar.

—...y luego tenemos que ir a ver el centro de eventos. Mi madre quiere el salón Olympus porque es el más grande, pero a mí me parece que parece un mausoleo. Deberías venir a verlo conmigo —Clara me miró con sus ojos ansiosos, buscando mi aprobación.

—Claro, vamos —respondí, intentando concentrarme. La verdad era que me daba igual el salón. Podrían casarse en un basurero y, si ella era feliz, yo estaría allí. Pero no sonaba feliz.

—¿Estás segura de que todo está bien, Clara? —pregunté, deslizando la pregunta entre un sorbo de café que, en efecto, estaba demasiado fuerte—. Quiero decir... ¿con todo esto? Te escucho hablar de los arreglos, pero no de... él.

Clara dejó de mordisquear una tostada. El brillo en sus ojos se opacó ligeramente. Era una grieta fugaz, pero yo la vi.

—¿El prometido? Sí, claro. Todo bien. Es un buen partido, Liv. Ya sabes. Cumple con el perfil Hawthorne. —Su tono era una mezcla de resignación y burla que me revolvió el estómago. Sabía que su matrimonio era más un negocio familiar que un romance. Era la triste realidad de su mundo.

—Pero, ¿tú estás bien? ¿Estás enamorada? —insistí.

Ella dudó, mirando la puerta por donde Ethan se había ido. Luego se inclinó hacia mí, bajando la voz.

—Liv, lo que siento por él es respeto. Es un hombre amable. Y la boda... es necesaria. Mis padres están felices. El negocio familiar... ya sabes. Necesitan la fusión de empresas que esto trae. No es el cuento de hadas que solíamos leer, pero es mi vida. —Me apretó la mano sobre la mesa—. Pero no te preocupes, no viniste aquí a ser mi terapeuta. Viniste a ser mi dama de honor y a divertirte.

Me forcé a sonreír, sintiendo el peso de mi propia hipocresía. Ella me confiaba su infelicidad, y yo, en secreto, había besado a su hermano.

—Y en cuanto al amargado de mi hermano... —continuó Clara, volviendo a su tono ligero—. ¿Viste qué seco? Diciendo que no te recordaba. Es un idiota. Ni siquiera te dio un beso de bienvenida.

La culpa se me subió a la garganta. No solo me había dado un beso de bienvenida; había sido el beso que había incendiado mi lealtad.

—No importa —me apresuré a decir, desviando el tema—. ¿Qué hay de tu prometido? ¿Cuándo lo conoceré?

—En la cena. Vendrá esta noche. Pero antes, quiero que me ayudes a desempacar y a revisar unas cajas viejas. Necesito mi dosis de "normalidad" contigo.

Subimos las escaleras, y la mansión pareció volverse más grande, más laberíntica. Mi equipaje me esperaba en la habitación de huéspedes, justo donde Clara había dicho: cerca de la biblioteca. Un recordatorio constante de mi crimen.

Mientras desempacaba, noté que la pared que compartía con la biblioteca se sentía extrañamente fría al tacto. Una hora después, Clara me llamó a su habitación. Estaba sentada en el suelo, rodeada de cajas polvorientas etiquetadas como 'Recuerdos de Infancia'.

—Necesito que te quedes con esto, Liv —dijo, extendiéndome una pequeña caja de madera de cedro—. Son las cartas que nos escribíamos en la universidad. Léelas si quieres. Pero no las dejes por ahí. Papá es muy estricto con la privacidad.

—Claro, las guardaré en mi habitación —respondí, sintiendo el peso emocional de la caja.

Al volver a mi habitación, la curiosidad me picó. Era tentador leer las voces de nuestras yo más jóvenes, llenas de sueños y promesas inocentes. Abrí la caja. No solo había cartas. También había una foto de nosotras de trece años, riendo, y justo detrás, desenfocado, se veía el hombro y la silueta alta de un joven: Ethan. El fantasma bien vestido.

Dejé la foto y las cartas a un lado, sintiendo el impulso de ir a la biblioteca para ver dónde había estado de pie esa noche.

Sabía que no debía, pero la atracción era demasiado poderosa. Era como si la gravedad de Ethan me arrastrara.

Salí de mi habitación y caminé por el pasillo. La puerta de la biblioteca estaba entreabierta. Me acerqué, asomándome. La habitación era silenciosa, con el olor familiar a cuero y papel envejecido. El rincón donde sucedió todo estaba oscuro, envuelto en una sombra que parecía perpetua.

De repente, un sonido me hizo saltar. Un portazo en el piso de abajo.

Retrocedí, chocando con algo duro e inesperado. Un pecho.

Me giré, el corazón latiéndome en la garganta. Era Ethan. Estaba a menos de un metro, con los brazos cruzados y esa expresión impasible que lo caracterizaba. Parecía haber subido en silencio, o yo estaba demasiado absorbida por la escena del crimen para escucharlo.

—La biblioteca está cerrada a los invitados —dijo, su voz baja y áspera, como un raspón.

—Yo... solo buscaba un libro. No sabía que estaba cerrada —mentí, sintiendo el rubor subir por mi cuello.

—No mientas —sus ojos escanearon mi rostro, fríos y penetrantes—. Te dirigiste directamente al rincón. ¿Qué estás buscando, Olivia? ¿Una repetición?

La palabra me golpeó. Repetición.

—No seas ridículo —susurré, bajando la voz aún más—. Te dije que fue un error.

—Y yo te lo dije a ti. Pero parece que a ambos nos gusta el peligro —dio un paso lento hacia mí, acorralándome sutilmente entre su cuerpo y el marco de la puerta de la biblioteca. Su proximidad era una tortura. Podía oler el café y una colonia amaderada y limpia que me recordaba a la noche anterior.

—Aléjate, Ethan. Tu hermana...

—Mi hermana está abajo, eligiendo flores para su matrimonio de conveniencia —me interrumpió, su tono lleno de amargura. Su voz era apenas audible, una conspiración peligrosa—. No uses a Clara como escudo, Liv. Ella ya tiene suficientes problemas.

—Tú eres su problema. Yo soy su amiga. Y lo de anoche fue una falta de respeto hacia ella —mi voz tembló al pronunciar la palabra respeto, que él había destruido con ese beso.

Ethan se inclinó, su aliento cálido en mi oído, contrastando con la frialdad de su cuerpo.

—Entonces demuéstralo, Liv. Demuéstrale respeto y mantente lejos. O... —hizo una pausa tensa, susurrando la última palabra—... repítelo.

Me quedé helada. En ese pasillo, con la caja de recuerdos de nuestra infancia bajo mi brazo y la puerta de la habitación de Clara cerrada, yo tenía que decidir si mi lealtad valía más que ese abismo silencioso.

Capitulo III Deseo

La palabra repítelo resonó en el pasillo como un disparo, aunque fue apenas un susurro. La proximidad de Ethan era un asalto a mi autocontrol, a la promesa silenciosa que le había hecho a Clara. Estábamos pegados, el aire entre nosotros chispeando con la misma electricidad brutal de la noche anterior.

Mi corazón latía tan fuerte que temí que el sonido viajara por las paredes y despertara a toda la mansión. ¿Cómo podía ser tan cruel? ¿Tan indiferente al caos que acababa de crear?

—No te atrevas —dije, sintiendo que mi voz fallaba. Mi mano se apretó involuntariamente contra la caja de madera que Clara me había dado; la caja que contenía nuestra historia y mi juramento.

Ethan no se movió. Su cuerpo alto y musculoso era una barrera de mármol que me impedía la retirada. El desprecio en sus ojos era casi tan intenso como la atracción que sentía.

—Parece que mi hermana tiene razón —su tono era cortante—. Eres una soñadora. Crees en los cuentos de hadas y en las lealtades ridículas.

—Y tú eres un cínico —le devolví el golpe, encontrando de repente una oleada de ira que desplazó mi miedo—. Eres miserable, y quieres arrastrar a todo el mundo contigo. ¿Qué estás haciendo? ¿Intentas sabotear la única cosa que hace feliz a Clara en este momento, aunque sea una farsa?

El desprecio se disolvió en sus ojos, reemplazado por algo más peligroso, más cercano al dolor. Él se acercó, cerrando el espacio que quedaba, obligándome a inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo.

—Lo que me hace miserable no es el matrimonio de Clara, Liv. Es esto. —Su mirada se desvió de mi boca a mis ojos, un gesto cargado de significado. —Es saber que has estado seis años fuera, y en el primer día de tu regreso, estás aquí, en la puerta de la biblioteca, jugando con fuego.

—Fui yo quien te lo pidió. Te dije que fue un error.

—Y yo te di el café fuerte. Un error que no quieres cometer de nuevo, ¿verdad? —Sus ojos me desafiaron—. Lo que no quieres es admitir que te asusta la idea de que ese error sea la cosa más real que ha pasado en esta casa en años.

Negué con la cabeza, mi respiración acelerada. —Clara es mi amiga. Y no voy a traicionarla por un momento de estupidez.

—Bien. —Ethan dio un paso atrás tan repentino que me sentí mareada por el vacío. Su rostro regresó a su máscara impasible, la del heredero silencioso e inalcanzable—. Entonces evita los pasillos a oscuras, Liv. Y mantente en tu papel de dama de honor leal. Porque si lo repites, será tu culpa. Y no esperes que yo te dé el café.

Se dio la vuelta sin esperar respuesta y bajó las escaleras con esa zancada poderosa y silenciosa que parecía consumir el espacio.

Me quedé sola, temblando, con la caja de recuerdos pesando en mis brazos. Acababa de tener una conversación sobre la ética de la traición con el hombre que me había besado, y me había ido sintiéndome culpable... ¡y extrañamente excitada! La adrenalina me inundó. Ethan no me había dicho adiós; me había dado un ultimátum.

Respiré hondo. Mi objetivo era Clara. La cena. Necesitaba enfocarme en mi amiga y en el prometido que, según Clara, era "un buen partido".

Me duché rápidamente, eligiendo un vestido sencillo pero elegante. Cuando bajé a la sala principal, las luces estaban encendidas y el ambiente era sorprendentemente formal. Los padres de Clara, el señor y la señora Hawthorne, estaban en el centro de la sala, irradiando esa frialdad de clase alta que siempre me había intimidado.

Clara se acercó a mí, radiante en un vestido de coctel color esmeralda. Parecía un poco más animada, aunque sus ojos seguían delatando la tensión.

—Te ves preciosa, Liv —me susurró, dándome un beso en la mejilla.

—Tú también, pero estás tensa. ¿Es por tu prometido?

—Un poco. Alexander es... muy serio. Intenta ser encantador, pero le cuesta. Es un Hawthorne de corazón, me temo —dijo con un suspiro.

Justo entonces, un mayordomo anunció la llegada.

—El señor Alexander Sterling.

Entró un hombre alto, vestido con un traje a medida, con un aire de perfección pulcra que casi gritaba "dinero viejo". Alexander Sterling era guapo de una manera tradicional: cabello rubio oscuro, ojos claros y una mandíbula fuerte. Se movía con la confianza de alguien que nunca ha tenido que luchar por nada.

Saludó a los padres de Clara con una reverencia formal y luego se dirigió a Clara.

—Clara, te ves deslumbrante esta noche.

Su voz era educada, pero sus palabras carecían de calor. Era un discurso memorizado. Lo miré y entendí el miedo de mi amiga. Este matrimonio no era una unión de almas, era un contrato. Alexander era el perfil Hawthorne perfecto, y eso era precisamente lo que lo hacía tan aburrido y tan aterrador.

Clara nos presentó. —Alexander, ella es Olivia, mi mejor amiga y mi dama de honor. Liv, él es Alexander.

Extendí mi mano, forzando una sonrisa. Alexander la tomó con una frialdad profesional.

—Un placer, Olivia. Clara me ha hablado mucho de ti. Es un alivio tener a alguien de fuera para que la acompañe en estas semanas. Este ambiente familiar a veces puede ser... denso.

—Me alegra estar aquí para Clara —respondí, retirando mi mano de su agarre que había sido firme pero impersonal.

En ese momento, Ethan entró en la sala. El efecto fue inmediato y brutal. La atención de la sala se desvió de Alexander, el prometido, al hermano, el heredero.

Ethan vestía un traje oscuro que acentuaba su físico. Su mirada cruzó la sala, ignoró a sus padres y a Alexander, y se detuvo en mí. Fue solo un instante, pero fue suficiente para que mi respiración se detuviera. Había una intensidad cruda en esa mirada que invalidaba por completo la conversación que habíamos tenido en el pasillo.

Alexander, sintiendo el cambio de dinámica, se tensó ligeramente.

—Ethan. No te vi. Llegas a tiempo —dijo Alexander con un tono que pretendía ser amigable, pero que sonaba forzado.

—Tuve que cerrar un trato. Las formalidades de los Hawthorne son implacables —respondió Ethan, su voz profunda, con un matiz de ironía—. Alexander.

Los dos hombres se dieron la mano. No fue un saludo entre cuñados futuros. Fue un apretón de manos entre dos rivales que competían por el control de la sala. Alexander era la fachada brillante, pero Ethan, el silencioso, era el poder subterráneo.

Clara, incómoda, intentó suavizar el ambiente. —Papá, ¿podemos ir al comedor? Muero de hambre.

La cena fue una tortura. Estaba sentada entre Clara y el señor Hawthorne, con Ethan justo enfrente de mí, al lado de Alexander. El señor Hawthorne, un hombre imponente y de voz autoritaria, monopolizó la conversación, hablando de la fusión de negocios con Alexander.

—...y por supuesto, Alexander, tu experiencia en el mercado asiático es invaluable. Ethan, aquí, ha estado haciendo lo propio en Europa. Con sus fuerzas unidas, la expansión será inevitable.

La frase, "con sus fuerzas unidas", me dio escalofríos. Estaban hablando de sus hijos como activos intercambiables.

Ethan apenas abrió la boca, solo contribuyendo con monosílabos o datos financieros secos. Yo lo observaba en secreto, fascinada por su capacidad para ser el centro de atención sin decir una palabra. Cada vez que nuestros ojos se encontraban, un calor prohibido me recorría el cuerpo.

En un momento, mientras el señor Hawthorne se concentraba en un vino, Ethan se inclinó ligeramente hacia Alexander, hablando en voz baja:

—Clara me mencionó que has tenido algunos problemas con las licencias en el sureste.

Alexander se enderezó, la sonrisa forzada desapareciendo. —Son detalles menores. No es algo que deba preocuparte.

—Ah, pero sí me preocupa. Es mi familia. Y si vas a unirte a ella, necesito estar al tanto de los cabos sueltos. Dime, Alexander, ¿estás cubriendo algún error de gestión?

El tono de Ethan no era una pregunta; era una acusación fría y medida. La tensión se hizo insoportable. Clara me dio una patada suave por debajo de la mesa, suplicándome con la mirada que interviniera.

Alexander se rió, pero sonó hueco. —No hay errores. Solo reestructuración. Pero, ¿por qué no le preguntas a Clara? Es tu hermana, después de todo.

Ethan desvió su mirada de Alexander, directamente a mí. Me sostuvo la mirada un latido demasiado largo, antes de responder:

—Clara ya tiene suficiente con la presión de la boda. La mantendremos fuera de esto.

En ese momento, entendí la advertencia de Ethan en la cocina. No eres ella. Él estaba protegiendo a Clara de la oscuridad de su mundo, incluso mientras él mismo jugaba a ser el villano con su prometido. Pero, ¿por qué me incluía en ese círculo de protección? ¿Y por qué sentía que esa tensión entre él y Alexander era, de alguna manera, por mí?

Me sentí un peón. Un peón en el juego de ajedrez de los Hawthorne, atrapada entre el heredero silencioso y el prometido perfecto. Mi única ancla, Clara, estaba demasiado absorta en su propio pánico para notar el peligro que nos acechaba en la mesa. Y yo, la guardiana de su felicidad, ya había caído en el juego de su hermano. La cena continuó, pero para mí, el único diálogo importante se estaba dando en el tenso y prohibido intercambio de miradas con el hombre que me había dado un ultimátum en el pasillo:

Demuéstrale respeto a Clara, Liv. O repítelo.

Y la horrible verdad era que solo deseaba la repetición.

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