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BRONCE

1. Prometido a una bestia

...ADRIAN:...

Estar ante mi padre no era tan intimidante como el permanecer de pie ante la reina Vanessa.

Su mirada recorría cada parte de mí como si fuese un gato apreciando un ave distraída a su alcance. Sus ojos entre plata y azul eran fríos, carentes de alguna suavidad, tenía la piel blanca, muy pálida y el cabello tan oscuro como las alas de cuervos.

Era una mujer hermosa, cuya presencia parecía ser el de una víbora, el peligro podía sentirse, la energía oscura de la reina era palpable.

Una sonrisa tiró de sus labios rojos y sentí como se me helaban los huesos.

Se levantó del trono con gracia y empezó a bajar las escaleras.

Sus vestido era color blanco, mangas largas de encajes y una falda acampanada, sobre su cabeza reposaba una corona de diamantes.

Se detuvo frente a mí y elevó una ceja.

— ¿Cuántos años tienes? Querido — Su voz era melodiosa, pero engañosa.

— Treinta y dos.

Pareció sorprendida.

— Creí que eras el más joven.

— Soy más joven que mi hermano Arturo, por tres años — Dije, sosteniendo su mirada pesada.

— Sé que existe una princesa.

— Es la menor de los tres.

Soltó una risa — Pensé que Archibald perecería cuando sus hijos estuvieran en los veinte, a este paso, tu hermano seguirá siendo príncipe a los cuarenta... Es un poco cómico tener un título cuando ya no se tiene la edad, pobre, su reino no durará mucho si su padre no muere pronto — Entornó una expresión de pena, bastante fingida.

Sonaba a amenaza.

— He venido a cumplir con el trato, majestad, seré su esposo.

— Oh, pero que conmovedor — Tocó mi barbilla, a pesar de ser más alto, me sentí vulnerable — Eres guapo, muy guapo de hecho — Me reparó — Pero, entiende, no necesito de un rey.

— ¿Por qué aceptó el acuerdo?

— Porque me aburro — Frunció los labios — Necesito algo con que divertirme y por lo visto, tú eres adecuado.

— Majestad... Los conflictos entre los reinos...

— Hay que dejar muchos puntos claros — Dió golpecitos en mi pecho con su dedo índice.

El hombre apostado junto al trono vigilaba los movimientos, era un ser extraño, con una cicatriz en el lado derecho de su rostro, fornido y con uniforme, el cabello entre blanco y plateado, los ojos grises.

La reina siguió mi mirada.

— O'Brian, por favor deja de distraer a mi futuro esposo, no querrás que te recuerde lo que no debe hacerse en mi presencia.

Él solo apretó su mandíbula y se alejó un poco.

La reina me giró el rostro a la fuerza hacia ella.

— Solo serás mi esposo, pero las decisiones son completamente mías, entiendes.

— ¿Qué papel jugaré?

— Hay que entretener a los súbditos, darles lo que quieren en ocasiones, para callar sus estúpidas quejas... Siempre me han cuestionado por gobernar sola, no me creen capaz, pero si me caso y tengo un rey a mi lado, ya no se quejarán... Serás mi adorno y uno muy hermoso — Se mordió los labios — No te atrevas a cuestionar, porque ocurrirán cosas malas y si me cuestionas, tu reino y tú sufrirán las consecuencias, O'Brian puede darte una demostración si gustas — Hizo un gesto hacia el hombre, éste se marchó por una puerta trasera, volvió en seguida arrastrando a alguien.

Tragué con fuerza ante el nudo que me atravesó.

Estaba tan golpeado que no distinguía sus facciones, le faltaban dedos y trozos de piel.

El olor a sangre y carne quemada me revolvió las entrañas.

— Es uno de los hombres de tu padre, un mensajero que vino a traer el último mensaje hace como un mes — Dijo ella, haciendo un gesto de asco, elevando sus manos — No me gusta que me hagan enojar, que me provoquen, así que míralo por ti mismo.

— Majestad... ¿Por qué le ha hecho daño? Solo es un mensajero — Dije y chasqueó la lengua.

— Es un hombre del Archibald, sabía que mensaje entregaría, sobre amenazas y eso es muy bajo, amenazar en mi propio reino es algo que no voy a tolerar, tu padre tendrá que aprender que conmigo no se juega.

— Aceptó el trato y esto es...

— Siempre y cuando se me respete, yo respetaré, tu padre me ha amenazado que si no cumplo con mi parte del trato, se acabará la consideración ¿Eso no te suena a amenaza?

— Las amenazas de guerra deben cesar.

— Por supuesto, pero si viene a cobrar lo que pedí para mi reino, debe hacerlo con educación.

La reina era desquiciada, mi padre lo sabía y aún así me envió.

Ella firmó un tratado, aceptó recibirme como esposo, como una ofrenda de paz, debía pagar su deuda, Floris se beneficiaba del comercio y ella siempre sacó provecho, pero aún no pagaba, tenía que retribuir de esa forma.

Así es que se mantenían dos reinos aliados.

— O'Brian, corta su cabeza y envíala a su padre, es bueno darle un susto — Ordenó como si estuviese hablando de despellejar a un animal para la cena.

El hombre sacó una espada, podía escuchar los quejidos del moribundo en el suelo, escuchar su agonía y su respiración.

La espada bajó con rapidez, la sangre salpicó el mármol y la cabeza se separó del cuerpo, callando cada sonido tormentoso.

— Limpia esto en seguida — Ordenó ella, con gesto de desagrado.

El hombre arrastró el cuerpo y tomo la cabeza del cabello para llevarla como una bolsa de mano.

Me quedé a solas con la reina.

— Puedo bajarle a las amenazas, siempre y cuando seas obediente a mí, no me cuestiones, mi reino es más grande, tiene más soldados y barcos, puedo atacar a tu nación cuando guste, un simple papel no va a detenerme — Dijo, sonriente — Príncipe Adrian, sé leal a mí y todo seguirá en calma.

No tenía salida, no conocía este reino, no podía tener aliados dentro de ese oscuro castillo que parecía una mazamorra.

Por ahora, solo me quedaba aceptar mi destino.

— Lo seré, mi reina.

— Bien, aunque, no esperes que solo te conserva a ti, debes entender que tengo un amante y que no pienso desecharlo, no aún — Dijo, rozando su mano por mi pecho.

No me importaba si tenía amante, mientras estuviese lejos de su atención por un tiempo, estaba bien.

— Lo acepto, majestad.

— Te encantará conocerlo, me gustaría jugar con los dos al mismo tiempo — Sonrió abiertamente, con una mirada llena de lujuria.

— ¿Jugar?

— Sí, aunque ya lo verás después, ahora quisiera divertirme contigo — Bajó su mano por mi abdomen — Ver lo que ocultas — Tocó por encima del pantalón y me sentí muy incómodo — Siento que está muy blando aquí ¿A caso no te gusto? — Se pegó a mí, con gesto de decepción.

— Majestad, estoy agotado, tuve un viaje largo.

— El duque Dorian siempre tiene viajes largos antes de llegar aquí y está dispuesto siempre — Protestó, con su mano puesta en mis partes aún — Ambos gozan de la misma edad... No me mientas, querido.

— Majestad, acabo de conocerla, es natural.

— ¿No te parezco hermosa y atractiva?

No, no lo era, era un horrible ser por dentro.

— Lo es, pero no es por su causa, yo... — Prefería ser sincero antes de que se le ocurriera hacerme daño — Mis gustos son diferentes.

— ¿Cómo? — Su enojo destelló en sus ojos.

— Me gustan los hombres.

En realidad, había tenido uno que otro gusto por mujeres, pero solo con Miller había experimentado por primera vez, no me gustaba mancillar señoritas y en el palacio de mi padre solo habían doncellas, los miembros del consejo eran mayores, así que mis primeros encuentros fueron con el bufón de la corte.

No era solo para desahogarme, me gustaban los hombres tanto como las mujeres.

Así que había dicho una verdad a medias.

La reina soltó una carcajada.

— El rey a hecho una maldita jugada ¿Cree que puede venir a burlarse de mí?

— No se trata de una burla — Dije, con cuidado — Él siente tanta vergüenza...

— Aún así, lo ha hecho a propósito — Siseó ella.

— Majestad, le voy a complacer en todo.

Sonaba tan patético, por ahora, solo podía ganarme su confianza. ¿Para qué? ¿Qué podría hacer contra una reina tirana que tenía a todos agarrados del cuello?

Jamás fui buen líder, los logros siempre fueron para mi hermano mayor e incluso Ania mostraba más valentía que yo.

— Espero que esto pase de una miserable burla — Advirtió — No estaré nada complacida si no puedes entretenerme, no me servirías para nada más.

La reina me apretó en la ingle tan fuerte que caí de rodillas.

El dolor era agonizante.

...****************...

— ¿Otra vez soñando despierto? — Preguntó Levi, agitando su mano frente a mí.

Estaba en el sillón de mi escritorio, recostado contra el espaldar, con las piernas elevadas y recostadas sobre la mesa.

Con un papel en mis manos.

— Recibí otra carta de mi padre.

— ¿Qué dice?

Levi se había ganado mi confianza, venía de Hilaria para ser miembro del consejo, era un hombre inteligente y bastante estratega, un ser que hubiese querido en mi consejo mucho antes.

Resolvimos muchos problemas juntos, llevaba tres años bajo mi mandato.

Levi era un ser misterioso, pero confiable.

Era atractivo.

Con su piel pálida y su cabello negro, los aretes y la ropa negra, el porte delgado y esbelto, los ojos verdes brillantes.

— ¿Qué dice el viejo rey? — Metió las manos en los bolsillos de sus pantalones.

— Dice que mi prometida ya debe estar en las costas de Floris... Pero, este mensaje es viejo, los mensajes de ésta mañana me avisan de que ya está de camino a la capital.

— ¿Aún con ese asunto de la prometida?

Le permitía sus imprudencias, no me importaba, él jamás sobrepasaba mi poder o eso creería.

— Se toma muchas molestias.

— Eres un rey, puedes elegir con gusto una prometida, una mujer de Floris, no necesitas obedecer a tu padre.

— A decir verdad, no tengo ganas de elegir una prometida — Confesé, suspirando.

No quería casarme.

— Tienes un deber, necesitas herederos para continuar el legado.

— Estoy construyendo sobre el mar — Dije, dejando la carta de lado — Sir Levi, estás tierras son ajenas a mí, mi gente no me ve como su rey, ni siquiera sé si estoy haciendo un buen trabajo.

— Lo hace, majestad, hay paz y tranquilidad.

— Soy egoísta, quiero reinar y morir, no dejar la responsabilidad a un hijo, no imponer.

Hablaba desde mi experiencia siendo un príncipe vendido y torturado por su difunta esposa.

Él me evaluó detenidamente.

— Puede cambiar las reglas, tiene el poder.

— He cambiado muchas reglas y fui cuestionado.

— Siempre serás cuestionado — Dijo y bajé las piernas del escritorio, me levanté — El rey Archibald tiene que dejar de preocuparse por asuntos que no le competen, si su prometida ya tocó tierra, no hay nada que hacer, los rumores de su casamiento ya están en boca de los súbditos, no hay vuelta atrás. Tendrás que recibir a esa mujer. Es ventajoso, así podrá callar el eco de lo que dijo ese barón en la corte, lo acusó directamente de ser sodomita.

Eso ya no me molestaba, el juicio había ido bien. Todos recibieron justicia que yo consideré adecuada.

El asunto en estos momentos, no era ese.

Una vez más permití a mi padre hacer lo que quisiera con mi vida, a pesar de estar lejos seguía decidiendo y yo me sentía tan indiferente que no me molesté en discutir, estaba tan cansado que no importaba si mi padre seguía tratándome como incompetente.

Me volvería a casar.

Mi padre no se arriesgaría a entregarme a una mujer poco confiable, no podía cometer el mismo error dos veces.

Levi me observó — ¿No puedes dejarme de lado? ¿Verdad? — Sonrió con picardía.

— Eres arrogante, pude superarme.

— Con tu intento de conquistar a lord Leandro Mercier me queda claro, soy reemplazable — Hizo un gesto de dolor, fingiendo que agonizaba.

— Te contrataré como bufón.

Recordé a Miller, jamás supe nada más de él, eso me trajo malos recuerdos.

— Si no le tuvieras miedo a las cadenas, hubieras sido un buen...

Coloqué mi dedo en su boca.

— No me hagas echarte de mi oficina.

No necesitaba revivir mi agonía, había enterrado mis recuerdos en lo profundo de mi mente, estaban apenas contenidos, no podía permitir que Levi me lo recordara.

Por eso no éramos compatibles, su única necesidad era el encadenar y sentirse un domador.

— Lo lamento, es que es lo único que me alivia. Buscaré a otra candidata y tengo alguien en mente — Elevó una comisura, tomando mi mano.

Ya sospechaba quien podría ser, la doncella de la duquesa Pepper, esa señorita que le había mandado a investigar por su relación con el cobrador de deudas que cumplió muchos de los crímenes del duque.

— Espero que tengas suerte.

Me robó un beso en los labios.

— Gracias, majestad — Me guiñó un ojo y salió de la oficina.

Observé la ventana.

El invierno me recordaba una vez más que Vanessa seguía ganando desde la muerte.

El Rey Adrian:

2. Fantasmas que aparecen

...FREYA:...

El invierno de Floris era muy cálido, nada comparado con la crudeza de Polemia. El carruaje avanzaba por tierras tranquilas, caminos despejados, había muchas casas a lo lejos, personas que parecían libres.

No podía creer tal fortuna, en mi hogar solo veía un muro y montañas blancas llenas de salvajes hambrientos de carne humana. Este reino era completamente diferente, era libre, de pronto, todo lo que leí en los libros se hizo realidad.

Desde que el barco llegó a la costa, me sorprendí al ver un muelle lleno de personas y edificios con tejas, todos parecían cómodos y confiados.

Había caballos saludables, atados a carruaje, los últimos caballos de Polemia habían perecido hace años.

No había salvajes, eso era un hecho.

— Pensé que Floris no tendría nieve — Protestó mi hermana Florence, era mayor que yo por un año.

Mi padre no la escogió a ella para casarse, pero si la envió conmigo para ayudarme en lo que necesitara, Florence había resumido la frase con la palabra "sirvienta" pero aceptó gustosa acompañarme.

¿Quién no querría salir de Polemia?

Seguía sin comprender porque me eligió a mí, siempre me llamaba incompetente.

Yo era un poco cobarde y tímida, a decir verdad no sabía si podría ser reina, no me gustaba hablar con extraños, ni en público, todo este reino era fascinante, pero también me causaba miedo.

¿Y si ese tal rey Adrian Rhodes era igual que mi padre?

Un estremecimiento me recorrió.

Recibí instrucciones claras y a pesar de que no deseaba esto, era mi deber.

— Estamos en invierno, aquí hay cuatro estaciones — Dije, explicandole lo que había leído en el mismo libro que describía el clima de Floris.

— Tenemos tan mala suerte que no llegamos en otra estación, espero sobrevivir lo suficiente para conocer la primavera, nunca he visto las flores, ni tampoco la hierba — Florence siguió observando por la ventana.

— ¿Sobrevivir lo suficiente? — Me espanté.

— No sabemos que nos espera en la capital, con ese rey, mi padre dijo que debíamos permanecer alerta.

Sus ojos se abrieron mucho.

— No creo que nos vayan a asesinar — Chasqueé la lengua — Soy su prometida y este reino no parece estar sumido en el temor.

— No somos de este reino.

Cierto, pero yo era la prometida, el rey debía saber que estaba en camino.

...****************...

Al llegar a la capital me sentí más asombrada, la ciudad era grande, con muchos edificios hermosos y elegantes, carruajes iban y venían, las calles estaban llenas de adoquines, había personas que caminaban por las aceras.

— ¿Qué es eso? — Preguntó Florence, señalando un lugar que rodeados.

— Creo que es una plaza.

Los libros ilustrados sirvieron de algo.

— ¿Para qué sirve?

— Es un espacio decorativo y con esculturas que rinden homenaje, sirve para entretener a las personas — Dije, observando la hermosa fuente que estaba en medio de la plaza.

— Me parece extraño, la gente luce tan confiada y bien alimentada.

— Son libres, así debe ser — Suspiré.

— Hubiera preferido nacer aquí.

— No te dejes asombrar, éste y otros reinos tienen mucho para ayudar a Polemia, padre dijo que son egoístas, saben que nuestra nación está sufriendo y no hacen nada para ayudarnos — Dije, recordando sus palabras.

— Por eso la alianza es fundamental — Concordó ella — Si ese rey nos ayuda, hay esperanza.

— Debe ayudarnos, si aceptó el casamiento es evidente que lo hará.

— No hay que fiarse hasta estar frente a él.

Florence siguió ojeando la calle.

— Mira ¿Y esos que son? — Volvió a preguntar.

Había algunos edificios con vidrieras y objetos exhibiéndose, ropa en muñecos de madera y otras cosas.

— Ah, es comercio — Dije, recordando más sobre lo que leí.

— ¿Comercio?

— Son cosas que se intercambian por piezas de plata y oro.

— Oh — Florence se quedó pensativa — Quisiera tener piezas para intercambiar, esos vestidos están hermosos.

Tal vez mi padre me eligió por tener un poco más de conocimiento, Florence era lista y bastante valiente, pero desconocía más sobre el mundo que yo.

Mis manos sudaban a pesar del frío.

Recorrimos un montón de calles.

Pasamos frente a muchos palacios y me pregunté si todos eran propiedad del rey.

— Vaya, esto si es lujo — Jadeó Florence.

El carruaje se detuvo, no podía ver muy bien al frente.

— ¿Qué busca? — Gritó alguien.

— ¡Traigo a la prometida del rey!

Conocimos al cochero en el puerto, era un soldado del rey y fue enviado a trasladarnos.

Esperamos unos minutos.

Hubo un ruido de cadenas y después el carruaje avanzó.

Había un puente elevado y una trinchera.

Los muros me desanimaron, pensé que no habría, pero eran más pequeños que los de Polemia.

El carruaje volvió a detenerse.

— Creo que ya podemos bajar — Dijo Florence y abrió la puerta.

— Espera...

No me hizo caso.

Bajó del carruaje y tuve que seguirle, sosteniendo la falda de mi vestido para no caer.

Me sorprendió ver un patio bastante grande y elevé mi mirada.

Torres altas rozaban el cielo gris, el castillo era rústico, pero hermoso, con muchas ventanas en arco y dos grandes puertas pesadas en lo alto de unas escaleras de la entrada.

— Guao — Musitó Florence.

Había guardias con uniformes azul y dorado, también había hombres con armaduras.

Me observaron con mucho detenimiento.

Una mujer de cabellos dorados y ropas de cuero se aproximó, llevaba pantalones como si fuera algo muy visto.

— Señoritas, soy Ania Rhodes, princesa de Hilaria.

— ¿Hilaria? — Florence jadeo.

— Es de otro reino — Susurré.

La princesa pareció sorprendida al oírme hablar, se tensó de una manera que no comprendí al detallar mi apariencia.

— Yo soy Freya Vos y ella es mi hermana Florence Vos, también somos princesas — Dije, con la voz un poco baja, me sentía insegura en aquel lugar.

Los guardias observaban alertas, incluso hubo uno que pareció ser golpeado por una impresión que no comprendía.

Tal vez no estaban acostumbrados a ver extranjeros, pero esa princesa dijo que era de Hilaria así que eso no tenía mucho sentido.

Seguramente les asustaba el hecho de que yo era de Polemia. Era normal que hubieran juicios.

— Les haré pasar, los guardias y sirvientes se encargarán de descargar sus pertenencias.

— ¿Dónde está el rey? — Pregunté.

— Está en una reunión, le avisaré de su llegada.

Subimos las escaleras con un poco de inseguridad, yo trataba de mantener la postura firme, pero esos guardias no dejaban de taladrar con la mirada.

Las pesadas puertas se abrieron.

Me sorprendí al hallar un amplio vestíbulo, pulcro y encantador.

— Las voy a guiar a un salón — Dijo, caminando y la seguimos.

Había partes demasiado oscuras, con piedra rústica en lugar de mármol, como si el castillo estuviese sufriendo una remodelación.

Entramos a un salón.

— Esperen aquí — Ordenó y se marchó.

Había dos guardias en la entrada así que no era conveniente marcharnos a curiosear.

— ¿No te parece extraño? — Me preguntó Florence, en Polemo — Nos observaron como si no esperaban nuestra llegada.

Los guardias dieron una mirada hacia nosotras, me tensé.

— Fuimos anunciadas, abrieron las puertas — Dije, hablando en su idioma para no levantar sospechas.

— Esa princesa intentó disimular su impresión — Florence siguió contestando a su manera.

Observé el salón.

— No siempre se recibe gente de Polemia.

Había hermosas lámparas de cristal colgando del techo y cortinas largas color vino, adornando las enormes ventanas que ofrecían una vista del patio.

Florence se paseó por el salón, atreviéndose a detallar la enorme chimenea y los sillones decorados.

— Nuestras habitaciones parecen mazamorras en comparación a este lugar.

— Solo es una superficie — Protesté.

Había cosas mucho más importantes.

Esperé ansiosamente, ni siquiera me molesté en sentarme.

Mis manos seguían sudando a pesar de llevar guantes.

...ADRIAN:...

Otra reunión del comercio y me acabaría ahorcando, dejé a sir Levi hablar, le gustaba lucirse en esos asuntos.

Tenía al general Morgan como ministro de defensa, teniendo en cuenta que Levi fue nombrado mi ayudante, el puesto había quedado vacante y consideré que el viejo tenía buenas estrategias y sabía lo suficiente del ejércitos, aunque sus comentarios eran un poco fastidiosos y lame suelas.

El líder de la hermandad de caballeros y la hermandad de espía, se encontraban solo cuando se le requería.

No necesitaba muchos consejeros, solo los necesarios, el ministro de comercio también venía cuando se le llamaba.

El resto del tiempo, éramos Sir Levi, Ania y yo.

Ania irrumpió, leyendo mis pensamientos.

— Majestad, acaba de llegar su prometida.

Me tensé, no esperaba que fuese hoy.

En realidad no quería que llegara el momento.

Nunca.

— Bien, doy por terminada la reunión — Gruñí, levantándome y Levi dejó de discutir con el ministro de comercio — Seguiremos discutiendo más tarde. Levi, levántate, es hora.

Lo noté tenso.

— Ministro, puede volver luego, espere mi llamado.

— Si, su majestad — Dijo el anciano.

Salimos del salón del consejo.

— Espera, Adrian — Dijo mi hermana, tomando mi muñeca — Antes necesito decirte algo...

— ¿Es urgente?

— Llegaron dos mujeres.

— ¿Dos? — Rió Levi — Vaya, el rey Archibald nunca fue tan generoso.

— No es una broma — Siseó Ania — Se ven extrañas, de hecho no parecen venir de Hilaria, dicen que son princesas.

Fruncí el ceño.

En Hilaria no habían princesas, solo Ania, el resto eran duquesas. Pensé que mi padre mandaría algún pariente cercana con un título así.

Seguro se trataba de una confusión.

— ¿Cómo?

Sir Levi perdió la sonrisa.

— Velo por ti mismo — Dijo ella, tensa.

¿Por qué tan nerviosa?

Caminé con prisa y firmeza.

Ambos me siguieron.

Entré al salón, efectivamente, habían dos mujeres.

Una estaba de espaldas, observando por la ventana y la otra tocaba el espaldar de uno de los sillones.

La que curioseaba tenía el cabello de un rubio pálido, recogido en una trenza, llevaba un vestido gris y su piel era muy pálida.

Nunca la ví antes.

— ¡Su majestad, el rey Adrian Rhodes a llegado! — Anunció Levi.

Ambas mujeres dieron un respingo.

La rubia tomó una postura firme e hizo una reverencia.

— Majestad, es un gusto conocerle — Dijo y fruncí el ceño ante su acento extraño.

— ¿Quién es usted?

La otra mujer se aproximó y giré mi rostro hacia ella.

Todo pareció quebrarse, abrirse y tornarse oscuro, una sensación desagradable me dominó al verla.

Era imposible.

Presencié como su cabeza fue cortada, como su espeluznante risa se detenía en seco por el golpe del filo.

No podía ser verdad.

Esto era una pesadilla.

Vanessa se hallaba frente a mí, el rostro pálido como siempre, los labios rojos y los ojos entre azul y plateado, el cabello negro recogido en un tocado, la ropa negra anunciando que volvía de la muerte.

La furia me hizo avanzar.

— ¡Maldita! ¿Cómo te atreves a regresar? — Grité y ella se sobresaltó, con miedo en su expresión, como si pudiera ocultar su maldad con eso — ¡Yo te ví morir, lárgate, deja de atormentarme ya! — Avancé para atacarla.

Levi y Ania se atravesaron.

— ¡Espera, Adrian, detente! — Gritó mi hermana.

La desgraciada retrocedió, temblando, la mujer rubia se acercó a ella y la tomó del brazo, observando con miedo también.

— ¡No ven lo que veo! — Grité, con la respiración rápida y el corazón a trote — ¡Vanessa volvió!

Los guardias aparecieron también.

— ¡No es Vanessa! — Gritó Levi, tratando de controlarme, empujé contra él.

— ¡Sí lo es! ¡Maldita, vuelve al infierno, déjame en paz, te mataré yo mismo!

La infeliz empezó a temblar, con los ojos aguados.

— ¡Basta, Adrian, estás perdiendo control, ella no es Vanessa, es imposible que lo sea, esa mujer ya está muerta! — Gritó Ania, forcejeando conmigo, tanta era mi rabia que no podían retenerme, perdían el agarre y yo avanzaba más a la desgraciada.

— ¡Dejen de interponerse en mi camino! — Mi voz se tornó más áspera, sentía la cólera avanzar por todo mi sistema, ardiendo en mi ser.

— No sé a qué se refiere... — Jadeó ella, llorando — Soy Freya...

— ¡Maldita mentirosa!

— ¡Adrian, estás equivocado, no hagas una estupidez, es evidente que hay cierto parecido, pero ella no es Vanessa, entiéndelo, está muerta! — Insistió Ania, tomando mi brazo — ¡Guardias, saquen a las princesas de aquí!

— ¡No, no se atrevan! — Ordené y los guardias se quedaron estáticos, sin saber que hacer.

— ¡Hagan lo que diga, el rey no está en sus cabales en estos momentos, por favor, lleven a las princesas a otro salón! — Gritó Levi, rojo del esfuerzo que hacía en contenerme.

Los guardias las condujeron.

Las dos observaban asustadas hacia mí.

Esa mujer, me observaba con mucho miedo.

Maldita infeliz.

Me zafé de sus agarres.

Solté un gruñido de furia.

— Mi padre hizo esto... Maldito...

— Son de Polemia — Dijo Levi y giré mi rostro.

— Sus acentos son...

Lo tomé del cuello.

— ¿Sabías sobre esto?

— Majestad, su padre lo mencionó una vez, dijo que debía casarse con alguien de Polemia... Esas princesas vienen de allá.

— Maldito traidor.

Le lancé un puñetazo.

Freya Vos:

3. Un acuerdo confuso

...FREYA:...

El rey estaba loco, parecía un desquiciado.

Mi pánico estaba latente mientras los guardias nos llevaban a otro salón y nos pedían esperar allí.

Me senté en uno de los sillones, temblando.

Florence se mantuvo pegada a mí.

— ¿Qué fue eso? — Jadeó, observando hacia el umbral — Te casarás con un hombre malo y loco.

— Tengo miedo — Susurré, recordando como ese hombre se había lanzado casi sobre mí mientras me insultaba, en su mirada había una furia ardiente, su cuerpo mostraba un odio descontrolado.

— No te preocupes, no voy apartarme de ti — Tocó mi cabeza.

Temblé más fuerte.

Si ese hombre era así de agresivo, yo viviría un infierno, en este reino extraño nadie podría auxiliarme.

Mi hermano Oraham siempre fue despiadado, nos asustaba con lanzarnos fuera de la muralla, nos llevaba al calabozo como castigo para ver al salvaje que estaba encadenado allí y lo molestaba, se ponía tan agresivo que luchaba con las cadenas.

Él siempre disfrutó de ser malvado, me criticaba por cobarde y débil.

Empecé a temblar más fuerte.

Si ese rey era malvado, entonces yo estaría a merced del peligro.

— No quiero casarme con un rey así.

Mi hermana me observó compasiva, no tenía palabras de aliento para mí.

— Es un lunático.

— Pero... Me llamaba Vanessa — Dije, sopesando la situación — La princesa le dijo que esa mujer estaba muerta ¿Quién es Vanessa?

— Es lo de menos, si se puso así es porque está desquiciado.

— Tal vez solo me confundió.

— ¿Con una muerta? — Resopló — Solo los locos creen que los muertos vuelven a la vida.

— ¿Y ese hombre qué le acompañaba? ¿Quién será? Me parece familiar.

— Tiene rasgos pálidos — Concordó — Pero, no tenía acento, tal vez es solo una casualidad... Desde que pisamos éste reino, he visto personas de todo tipo de piel, aquí en Floris no hay una sola raza.

— Es cierto — Jadeé.

Unas doncellas entraron, venían acompañadas con guardias.

— El rey a ordenado que las llevemos a sus aposentos.

Ambas nos tensamos.

— Debe haber una confusión, el rey no nos quiere aquí — Gruñó Florence, mucho más valiente que yo al hablar.

— Acaba de ordenarlo, las demás sirvientas ya trasladaron sus pertenencias.

Mi hermana iba a objetar.

— Está bien, vamos, Florence — Me levanté del sillón.

Las sirvientas nos condujeron por el castillo.

Subimos unas escaleras amplias, luego nos desviamos por un pasillo y atravesamos las escaleras en espiral de una de las torres.

Al llegar a otro piso, las sirvientas se detuvieron y abrieron dos de las puertas.

— Sus habitaciones quedan una al lado de la otra, cualquier cosa que deseen, tiren de la cuerda que está colgando en la pared junto a la cama, estaremos a su disposición — Dijo la doncella y agradecí.

— Yo me encargaré de ayudarle a Freya en lo que necesite — Gruñó Florence, desconfiada.

— Por supuesto, en cuanto conozca este castillo de pies a cabeza, puede hacerlo, mientras, nosotras nos haremos cargo.

— Soy yo quien la vestirá y peinará.

Puse los ojos en blanco.

— Como guste.

Ambas doncellas se marcharon.

Los guardias se quedaron en el pasillo.

Decidí entrar a la habitación.

Encontré una alcoba hermosa, con una cama enorme que tenía dosel y cortinas color vino, también tenía un espacio para el té y el suelo estaba recubierto con alfombras, había una chimenea con ornamentos dorados.

También había un baño en una de las puertas.

El armario ya tenía mis pertenencias organizadas.

Me sorprendió la eficiencia.

En mi hogar no había sirvientes, a duras penas guardias, no vivía en un castillo si no en una torre descuidada, tenía que hacer las cosas por mi misma y tampoco tenía comodidades.

La comida era escasa y poco abundante.

Mi padre siempre nos contaba de la riqueza de los demás reinos y nunca lo creí posible, siempre pensé que era un mundo irreal.

La puerta se abrió.

Florence entró.

— Me sorprende que nos dieran nuestras propias habitaciones, pensé que íbamos a compartir cama.

— No podemos compartir habitación, no si me caso — Dije, sentándome al borde de la cama, me sorprendí por la comodidad.

— Espero que esto sea un acto de disculpa por lo mal que nos trató — Dijo Florence, cruzando sus brazos — Mucho lujo, mucha apariencia, pero no nos dan de comer.

— Florence, acabamos de llegar.

— Viajamos veinte meses hasta acá, comiendo almejas.

Observé a todas partes, había una vitrina y me acerqué, abrí una de las botellas y olí.

— Esto huele dulce.

Florence se aproximó y me arrebató la botella, olió y hasta probó.

Empezó a toser — Es una bebida fuerte.

— Oh, debe ser vino ¿Recuerdas la vez que el aliado de mi padre trajo un montón de cosas? Había barriles de esto.

— No lo tomes, te vas a sentir mareada.

Recordaba que mi padre había conseguido comprometerme gracias a ese aliado, aunque no nos contó demasiado, él se reservaba sus asuntos, solo los compartía con Oraham.

— Espera un poco, tal vez nos den comida más tarde.

— Insisto, esto es raro, no creo que seamos bienvenidas.

— Acabamos de llegar, es normal la tensión — Dije, era algo para tranquilizarme a mí misma.

Esperamos mucho tiempo, abrí la ventana del balcón, desde esa torre se podía observar la cuidad.

Florence también salió al balcón, hacía más frío desde esa altura.

— Este reino es grande — Seguía sorprendida.

— Tal vez sea más abundante en cuidades y personas, pero no creo que tan grande como Polemia.

Florence fingía inútilmente que nada le sorprendía.

Observó hacia abajo.

— Oh, mira eso — Dijo y seguí su mirada.

Había un hombre en el patio, cargando nieve con una pala, tenía grilletes en las muñecas, unidos por cadenas, en su tobillo también había una cadena unida a una bola de hierro al final.

— ¿Por qué ese hombre está encadenado? — Me desconcertó.

— Es un esclavo — Dijo Florence — No hay otra explicación ¿Por qué alguien trabajaría encadenado? Está siendo forzado, aquí hay esclavos.

— No, este lugar parece libre.

— Freya, debes ver más allá de las apariencias... Éste lugar no puede ser color de rosas y ese hombre es la prueba de ello.

— Venimos a formar alianzas, no a criticar sus modos, no tenemos derecho a juzgar cuando en Polemia se vive un infierno.

— Pero, es culpa de los salvajes y lo sabes — Protestó, alejándose del balcón — Oraham casi muere lidiando con ello, le dejaron una fea cicatriz y nuestro padre a duras penas puede mantener el reino, todo gracias a que esos salvajes están en nuestra tierra... Pero, este reino no tiene ese problema.

Suspiré pesadamente.

Solo había un hombre encadenado, los sirvientes del palacio andaban sin ataduras, eso definitivamente no podía ser esclavitud.

...****************...

Una sirvienta entró horas más tarde.

— Señoritas, vengan conmigo.

— ¿A dónde? — Exigió Florence.

— El rey la ordenado que asistan al comedor para cenar — Dijo la doña.

— Bien, tengo hambre.

— Florence — Advertí y observé a la sirvienta — ¿Está segura de que el rey quiere cenar con nosotras?

— Así es, lo acaba de ordenar.

Me levanté del sillón y seguimos a la sirvienta.

— No te preocupes, si se vuelve a poner agresivo tomamos un cuchillo de la mesa — Susurró mi hermana contra mi oído.

Le lancé una mirada y ella hizo un gesto con la mano, simulando un puñal.

Negué con la cabeza.

No quería violencia.

Nos dirigimos al comedor.

Al entrar me quedé sorprendida, había una larga mesa cubierta por un mantel blanco, tenía muchas candelabros y flores en jarrones, pero la comida fue lo que me quitó el aliento, muchos platillos inimaginables reposaban allí.

El olor exquisito inundó mi nariz y empecé a salivar.

Mi estómago se quejó, pero debido al eco de mis pasos no se escuchó o eso esperaba.

En la silla del extremo estaba el rey.

Se levantó, me tensé, asustada.

Pareció tensarse también.

Jamás había visto a un hombre de facciones tan hermosas.

El cabello era dorado y liso, rozando su frente, tenía una barba recortada, la mandíbula fuerte, la nariz recta y los ojos de color azul, con pestañas doradas y espesas.

Su rostro tenía marcas de expresión, lo que lo hacía maduro y su piel se veía un poco bronceada.

El cuerpo era esbelto y musculoso, se veía fuerte bajo el traje color azul oscuro.

Florence y yo nos quedamos de pie, haciendo una reverencia torpe.

La expresión de rey seguía siendo severa, sus pupilas se agitaban con furia.

¿Por qué me observaba como si le hubiese hecho algo?

Yo no era esa persona que odiaba.

— Mi nombre es Adrian Michael Rhodes, rey de Floris, primero con el apellido.

— Majestad... Gracias por la invitación... — Me atreví, con voz tartamuda.

— Tomen asiento — Ordenó con tosquedad.

Me senté alejada, Florence se sentó a mi lado.

No tocamos la comida.

— Quiero que me digan ¿Quiénes rayos son? — Exigió y me estremecí ante su tono.

— Majestad, nosotras somos princesas de Polemia — Dijo Florence.

— ¿Cómo se llaman? — Gruñó, apretando sus puños sobre su silla.

— Mi nombre es Freya Vos — Dije y me observó como si quisiera atacarme, pero respiró profundamente.

— Yo soy Florence Vos, venimos por orden de nuestro padre, el rey Barnaby Vos.

— ¿Barbany? — Elevó una ceja — No conozco a ese rey, solo había oído de Polemia un par de veces.

— Nuestro padre nos ordenó venir para cumplir con lo acordado — Dije, con el corazón acelerado del miedo.

Soltó una risa irónica — Le he dicho que no conozco a ese rey y se atreve a mencionar un acuerdo que ni siquiera pasó.

Pensé que el rey estaba al tanto, estaba diciendo la verdad o de plano si estaba desquiciado.

— Majestad, nuestro padre tiene un aliado, él le aseguró que usted estaba al tanto del compromiso y que estaba de acuerdo — Dijo Florence, con expresión desconcertada.

— Claramente, eso no es cierto.

— Pero... El aliviado de mi padre...

— ¿Quién es el aliado de su padre? — Me exigió, con enojo.

Nos quedamos calladas.

Nos evaluó a ambas.

— ¿No lo quieren decir?

— No... No lo sabemos — Tartamudeé.

— ¿No lo saben? — Alzó la voz — ¿Cómo se atreven a mentirme a la cara?

— No es mentira.

— Están en mi reino, debido a que son representantes de otro reino, puedo encerrarlas en un calabozo solo por venir sin autorización — Gruñó, en advertencia.

— No sabemos el nombre del aliado de nuestro padre, él no comparte sus asuntos con nosotras — Se defendió Florence.

— Se atreven a venir a imponer, cuando ni siquiera tienen autorización.

— No estamos aquí sin autorización, usted esperaba a una prometida...

— Esperaba alguien de Hilaria — Gruñó, observandome con dureza — No dos desconocidas de Polemia.

Busqué en el bolsillo de mi abrigo.

— Majestad, aquí tiene una carta sellada, es de mi padre. No tenemos su consentimiento para saber el asunto con detalles, estamos aquí únicamente cumpliendo con lo que nos ordenó.

Parecía desconfiado.

— Deme la carta.

Me levanté y avancé insegura, con cuidado.

Extendí el sobre con una mano temblorosa.

Mi miedo podría interpretarse con nervios y él lo notó en seguida.

Tomó el sobre del otro extremo y me alejé, volviendo a mi asiento mientras observaba el sello y abría el sobre.

Leyó la carta en silencio.

Esperamos pacientemente.

Arrugó la carta después de unos minutos.

Florence soltó un gruñido bajo.

— Maldito seas Archibald — Susurró por lo bajo — Hablen, digan ¿Qué maldito propósito tiene una alianza entre Polemia y Floris?

— Majestad, si desconoce la situación de Polemia con gusto le diré — Dije y desvió sus ojos de mí — Polemia es un reino en decadencia, mi padre solo posee una pequeña parte del reino, estamos refugiados en murallas debido a que las tierras están llenas de tribus salvajes que se alimentan de carne humana.

— ¿Y qué quieren que haga? — Resopló y me irrité.

— Apoyar...

— No voy apoyar a un reino que ni conozco, no puedo fiarme de ustedes, ni de su maldito rey, el acuerdo lo hicieron con el rey de Hilaria, no me prestaré para ésta barbarie.

— Majestad, nosotras no hicimos este viaje por nada.

— Lo lamento, pero fue así...

— Solo es un ser egoísta — Gruñó Florence y él rió.

— Ningun rey aceptaría las demandas de unos desconocidos.

¿Qué era esto? Por lo visto el rey no estaba al tanto del acuerdo.

— Majestad — Dije y me observó — Hay un claro malentendido... Pero, por favor... Acepte...

— Usted no va a venir a pedirme nada ¿Con cuál de las dos pretendían que me casara?

Florence y yo nos observamos, ella ya no parecía querer hablar, se le veía muy enojada.

Solté una larga respiración.

— Conmigo, majestad — Solté, observando hacia él.

Se quedó callado y soltó una risa.

— No voy a entrar en éste juego.

Se levantó y salió del comedor, parecía atormentado.

Los sirvientes entraron y empezaron a servir la comida.

Florence empezó a comer y le advertí con la mirada.

— Ya pasé mucha hambre, Freya, no voy a desaprovechar la oportunidad solo porque el rey se ofendió.

Aunque sonaba egoísta, tenía razón.

Si volvíamos a Polemia, al menos debíamos aprovechar.

Empecé a comer.

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