En el extremo norte del continente se alza el Reino de Hielo, un vasto territorio donde los inviernos no terminan y los glaciares relucen como muros de cristal bajo la luz de la luna. Su capital, Eryndor, fue construida sobre antiguos acantilados helados, protegida por murallas de piedra y acero que resisten incluso las tormentas más feroces.
Hace siglos, cuando esas tierras eran apenas desiertos de nieve y pueblos nómadas luchaban por sobrevivir, un joven guerrero llamado Aldren, ancestro de Orion, unificó las tribus bajo un solo estandarte. Con ingenio, disciplina y pactos con los magos del norte, levantó fortalezas, domó rutas comerciales y convirtió el hielo en un recurso valioso: exportaban cristal endurecido, gemas enterradas bajo los glaciares y tejidos únicos de bestias árticas.
El linaje real mantuvo la tradición: disciplina, leyes estrictas y la convicción de que el deber está por encima de los deseos personales. Bajo ese orden implacable, el reino prosperó durante generaciones, extendiendo sus fronteras y ganándose el respeto —y el temor— de sus vecinos.
Ahora, el joven Rey Orión, conocido como el Rey de Hielo, debe mantener la prosperidad del reino. Pero para asegurar el futuro, debe cumplir el mandato más antiguo: Elegir a su reina.
❄️❄️*El Heredero de hielo ❄️❄️*
Nadie elige nacer bajo el peso de una corona, pero Orión no tuvo esa suerte. Desde su primer llanto, el destino del Reino de Hielo ya estaba marcado en sus pequeños hombros.
Mientras otros niños construían fuertes de nieve, Orion aprendía a empuñar una espada más grande que su brazo. Su padre, el rey Aldric, era un hombre de pocas palabras y ninguna sonrisa. Solía decirle:
—Un heredero no ríe, Orion. Un heredero gobierna.
A los cinco años ya podía leer los gestos de los cortesanos mejor que los libros que le daban para estudiar. A los ocho, derrotó al capitán de la guardia en un duelo con espadas de madera. A los diez, descubrió la gran verdad de la corte: las sonrisas eran cuchillos esperando la espalda adecuada.
Su madre, más tierna, intentó devolverle un poco de humanidad. Le regaló un cachorro. Orion lo entrenó como guardia personal… y pronto el animal intimidaba a los propios soldados.
El consejo real jamás dejó de recordarle que la fortaleza de un rey no se medía solo en batallas ganadas, sino en el linaje que dejara.
—Un reino sin herederos es un reino débil —decían.
Orion lo escuchaba con su típica frialdad, convencido de que el deber era una cadena que nunca se rompía. A menudo, cuando estaba solo, sonreía con un humor helado:
—Todo mi reino entero dependerá de a quién decida besar en el altar.
Creció sabiendo que el amor era un lujo de campesinos y poetas, no de reyes. Por eso, cuando finalmente se sentó en el trono, no buscó afecto, sino estrategia.
El Rey de Hielo no fue moldeado por cuentos de hadas, sino por inviernos implacables, acero y la convicción de que el deber, aunque pesado, era el único camino para mantener el reino próspero.
*Hija del Gran Frely*
Antes de ser conocida en la corte, Serena fue la hija de un arquero, unos de los grandes y quien tenía la Lazarot de oro, hecha por el mismo abuelo del Rey Orión.
Pero despues de su retiro,su padre, Edran Frely, no le importaba los títulos ni grandes riquezas, crió humilde y de corazón puro y duro a Serena. Fue un arquero legendario que podía derribar un ciervo a doscientos pasos y un soldado leal al reino hasta el último aliento.
Edran tenía las manos curtidas por el frío y el trabajo, pero cuando miraba a su hija, sus ojos se volvían cálidos como un fuego de hogar. La amaba con un amor paciente y firme, y nunca trató de protegerla de la vida dura que les tocó.
—Ser fuerte no es ser cruel, Serena —le decía mientras ajustaba la cuerda de un arco pequeño para sus manos infantiles—. Es aprender a levantarte cada vez que caes.
Le enseñó a disparar antes que a bordar, a caminar en silencio por el bosque antes que a bailar. Bajo su guía aprendió a negociar con comerciantes testarudos, a defenderse con cuchillos, a medir los gestos de los hombres y a confiar más en su instinto que en las palabras bonitas.
Cuando él murió, el mundo de Serena cambió para siempre. Fue llevada a la mansión de su tío, el Duque Adrien Frely, un hombre severo pero dulce para ella y sus hijas como fue su padre. Allí conoció a sus primas, Liora y Adena, quienes la recibieron con cariño. Desde el primer día, trataron de convertirla en “una dama adecuada para la corte”: vestidos finos, sonrisas contenidas, reverencias elegantes.
Serena intentó complacerlas… por un tiempo.
Pero ni los bordados ni los bailes lograron apagar el eco de las palabras de su padre ni la libertad que sentía al tensar la cuerda de un arco en el bosque.
En cada lección de etiqueta, Serena se sentía un poco más atrapada. Y aunque quería a sus primas, no compartía su sueño de casarse con un noble poderoso.
—No nací para ser una mula de nadie —decía con una sonrisa desafiante mientras Liora intentaba alisarle el cabello—. Quiero ver el mundo, vivir mi propia vida… no pasarla encerrada en un salón esperando órdenes.
Por las noches, cuando las luces del palacio se apagaban, solía subir al tejado y mirar el horizonte. Soñaba con caminos desconocidos, con aventuras que la llevaran más allá de las fronteras del reino.
Sabía que su padre habría sonreído al verla así: rebelde, indómita, con el corazón puesto en la libertad.
– Papa..cuanto te extraño.
••
La mañana era fría y clara cuando el Duque Adrien Frely hizo llamar a sus hijas y a Serena al gran salón de la mansión. Su porte era impecable como siempre, y su ceño fruncido indicaba que lo que iba a decir no era una simple charla familiar.
Liora y Adena, las hijas del Duque, llegaron primero, con vestidos sencillos pero elegantes. Serena apareció última, con los pantalones de montar aún llenos de polvo y el cabello atado con una cinta raída.
Adrien se aclaró la garganta y desplegó un pergamino con el sello real: el lobo de hielo de los Orion.
—El Rey ha enviado invitaciones a las casas nobles —anunció con solemnidad—. Quiere conocer a las jóvenes de las familias influyentes. Entre ellas, a ustedes tres.
Adena se llevó las manos al pecho, emocionada. —¿De verdad? ¡Será un honor conocer al Rey Orion!
Liora, más serena, solo inclinó la cabeza. —Es una oportunidad importante para nuestra familia.
En cambio, Serena ni siquiera levantó la vista. Estaba ajustando la cuerda de su arco.
—Genial, horas sin comer para caer desmayada por el corsé, y escuchar a las molestas de las hijas de os otros duques —dijo con simpleza, mientras probaba la tensión del arco—. Paso.
Adrien la miró incrédulo, como si acabara de escuchar la mayor blasfemia posible. —Serena, ¡es el Rey! Esta es una oportunidad que no debes desperdiciar.
Ella soltó una risa suave, burlona. —No me malinterprete, tío… pero el Rey le va a interesar a alguien como yo, además seguro se enamorar de alguna de mis primas . Y No tengo interés tampoco.
Adena intervino con un suspiro resignado. —Al menos podrías mostrar algo de respeto Sere,La mitad de las damas del reino matarían por esa invitación.
—Exacto, la mitad de las damas. Yo no soy parte de esa mitad —replicó Serena, colgándose el carcaj al hombro—. Solo iré para cono muestra y vuelvo..Ahora tengo un entrenamiento pendiente.
Adrien, ya rojo de frustración, dio un paso hacia ella. —¡Serena, no puedes seguir comportándote así! La familia Frely debe mostrar unidad ante la corte.
Serena se detuvo en el umbral de la puerta, giró la cabeza y sonrió con ese gesto travieso que tanto irritaba a su tío.
—No se preocupe, tío. Mostraré unidad… cuando nos ataquen los bandidos. Por ahora, prefiero aprender a defenderme.
Sin esperar respuesta, salió con paso firme hacia el patio de entrenamiento, dejando a Adrien con los puños apretados y a sus primas tratando de contener la risa.
—Padre… —dijo Liora en voz baja, con una sonrisa cómplice—. Ya debería saber que cuando Serena decide algo… no hay fuerza en el mundo que la haga retroceder.
Adrien solo se dejó caer en su sillón, murmurando para sí: —Edran… ¿Por qué también le enredarste ese carácter infernal?
❄️
El salón del trono estaba iluminado por el tenue fulgor de los cristales de hielo que pendían de los candelabros. El frío no era un problema para Orion; al contrario, lo hacía sentirse en casa.
Se mantenía sentado, erguido en su trono, con el mentón apoyado en un puño, mientras su madre, la Reina Vianna, entraba con un brillo de emoción que él ya encontraba agotador.
—Orion —empezó ella con voz firme pero dulce—, el día de la ceremonia se acerca. He revisado las listas… Hay dos jóvenes que merecen especial atención: Nadyra de Lethran y Veira de House Rethnor. Ambas son de linaje fuerte y muy bien educadas.
Orion levantó una ceja con el mismo interés que se le dedica a un copo de nieve más entre millones.
No interrumpió, así que Vianna prosiguió, entusiasmada:
—Nadyra tiene fama de ser elegante, generosa y refinada. Sabe tocar el arpa, bordar y…
Orion carraspeó apenas y alzó la mano, interrumpiéndola con frialdad.
—¿Y sabe leer un mapa, dar órdenes a un pelotón, negociar un tratado? —preguntó, con la voz tan seca que incluso el capitán de la guardia evitó mirarlo.
La Reina lo miró con una sonrisa paciente, como si hablara con un niño que no entiende de buenas maneras.
—Querido, esas no son tareas para una futura Reina. Debe traer elegancia y estabilidad a la corte.
Orion se recostó en el trono, sus ojos grises brillando como el hielo.
—Elegancia y té no ganan batallas ni sostienen el reino. Si necesito un adorno para los banquetes, pediré una estatua de mármol.
El canciller, que estaba a un lado tomando notas, tosió con incomodidad.
—Su Majestad, la dama Veira, por otra parte, tiene reputación de ser más… enérgica. Participa en torneos de tiro con arco y es diestra en equitación.
Orion volvió a alzar una ceja, esta vez con un poco más de interés.
—Bueno, al menos no es completamente inútil —murmuró, con un dejo de humor oscuro—. Tal vez sepa diferenciar un caballo de un burro.
La Reina lo fulminó con la mirada.
—Orion, no deberías expresarte así. Son jóvenes con educación, hijas de grandes casas.
Él no apartó la vista de ella, con el rostro imperturbable.
—Precisamente por eso las examino. Un título no garantiza competencia. Prefiero un burro que pueda cargar el peso de la corona que una mujer que solo sepa elegir vestidos y sorber té.
El silencio en la sala fue tan denso que se podía escuchar el crujir del hielo en las columnas.
El capitán de la guardia carraspeó.
—¿Debo enviar a investigar sus capacidades, Majestad?
Orion se levantó despacio, su imponente figura proyectando una sombra alargada sobre el mármol.
—Hazlo. Quiero informes reales, no cuentos de salón. Que me traigan candidatas que puedan al menos sobrevivir a un invierno en las montañas.
Mientras salía del salón, Vianna suspiró, negando con la cabeza.
—A veces me pregunto si encontraré una mujer que soporte ese humor tuyo.
Orion, ya en la puerta, respondió sin siquiera volverse:
—Si existe, será digna de ser Reina.
••
El patio de entrenamiento del castillo Frely estaba cubierto de escarcha, y el frío mordía la piel. Para la mayoría de los soldados, aquello era una molestia; para Serena, era solo otra mañana común.
Vestía pantalones oscuros, botas endurecidas por el uso y la chaqueta de cuero de su padre. Tensaba el arco con la misma serenidad con la que otros levantaban una taza de té. La cuerda se estiró y la flecha silbó, clavándose en el centro del blanco.
—Otra vez —ordenó el general Varreck, un hombre robusto de barba canosa y voz grave.
Serena obedeció sin replicar, pero esta vez disparó con los ojos entrecerrados, calculando el viento. La flecha atravesó la anterior, dividiendo la madera.
Un murmullo de admiración se extendió entre los guardias jóvenes.
Varreck frunció el ceño, intentando no sonreír.
—Sigues siendo tan buena como tu padre… aunque mucho más testaruda.
—Es que a mí no me interesa complacerlo a usted, general —replicó ella con una media sonrisa—. Me interesa acertar.
Las risas de los soldados estallaron, aunque se callaron cuando Varreck los fulminó con la mirada.
Luego extendió un mapa de la frontera norte sobre una mesa improvisada.
—A callar todos. Tenemos informes de actividad sospechosa cerca del paso de Draven. Podrían ser bandidos o… algo peor.
Serena se acercó, apoyando un codo sobre la mesa y observando los trazos.
Notó enseguida algo extraño: dos rutas marcadas parecían cruzarse hacia un mismo punto. Su padre le había enseñado que un enemigo inteligente nunca marchaba por los caminos evidentes.
Se inclinó sobre el mapa y señaló un bosque estrecho, junto al río.
—Aquí. Si yo fuera ellos, no avanzaría por el paso de Draven. Es demasiado vigilado. Usaría este desfiladero. Es angosto, hay buena cobertura… y los vigías no alcanzan a ver bien desde las torres.
Varreck levantó la vista hacia ella, frunciendo las cejas.
—Ese camino es casi impracticable en invierno. ¿Por qué arriesgarían?
—Justamente por eso —replicó Serena—. Nadie lo espera. Un movimiento desesperado y rápido. Además… —señaló otro punto en el mapa—. Sus líneas de provisiones parecen dibujar un círculo. Esto no es una retirada, es una distracción.
El general se quedó en silencio, con el ceño cada vez más profundo.
Los soldados intercambiaron miradas, algo incómodos ante el hecho de que una joven se atreviera a cuestionar al comandante.
Varreck finalmente gruñó, rascándose la barba.
—No me gusta admitirlo, pero tiene sentido. Si nos esperan en Draven y entran por el desfiladero… podríamos perder media guarnición.
Se enderezó y miró a Serena, esta vez con respeto.
—Enviaré exploradores de inmediato. Si tienes razón, evitarás que nos tomen por sorpresa. Y si te equivocas… me encargaré de que limpies las cuadras por un mes.
Serena arqueó una ceja con sorna.
—Si me equivoco, limpiar las cuadras será un precio barato por aprender de mis errores.
Varreck soltó una carcajada ronca, que hizo temblar a los jóvenes soldados.
—Tienes la lengua de tu padre… y, parece, también su cabeza para la guerra.
Mientras los hombres se apresuraban a preparar el grupo de exploradores, Serena volvió a su arco, pero su mirada quedó fija en el mapa un instante más.
Algo en su instinto le decía que no se equivocaba. 《 El reino de Orión tendría más problemas que un simple baile para buscar esposa pensó.
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