Recuerdo cuanto odiaba mi hermana hacer estas tareas cada vez que teníamos una maestra nueva… pero bueno.. completare esta información para no retrasarme… siempre he cumplido con mis deberes, por lo que continuare asi… además a diferencia de mis hermanos aun no tengo una familia de la cual ocuparme… La primera parte es la identificación… bien..
mi nombre es Bella Volt segunda princesa del imperio de oro, hija del emperador Vittorio Volt y la emperatriz Emma Volt... Hermanos… si,.. somos cuatro hermanos, mis dos hermanos mayores son Leandro quien se casó con mi cuñada Berenice y nos dio dos hermosos sobrinos,.. a los cuales nombraron igual que mis padres, tambien esta mi hermano Arturo, gemelo de Leandro..
[bueno no escribire que ahora esta seguramente, en ese estupido ducado en una cita con esa malvada mujer Esther Spencer… aun recuerdo como hace dos años ella mando a azotar a una doncella solo por mancharle el guante o como se burlaba de la apariencia de otras señoritas haciéndolas llorar] mis hermanos, ellos tienen magia de fuego y oscuridad al igual que mi padre y tengo una hermana gemela llamada Elena que tiene el poder de la oscuridad y del agua… yo tengo el poder del viento y del agua… soy la única que no tiene el poder de la oscuridad… por lo que hay varias cosas que a diferencia de ellos no puedo hacer… ellos ni mis padres, nunca hicieron diferencia, yo tenia el poder del agua para sanación como don principal y tambien el de viento… pero, ambos eran casi defensivos… por lo que a diferencia de ellos nunca me interese en nada más… ¿debería agregar a mi cuñado? bueno esta por casarse con Elena… mi cuñado se llama Bernard, no es del imperio de Oro, sino de un reino del continente, tiene negocios de comida y aunque no tiene titulo nobiliario, él adora a mi hermana, realmente es una buena persona que incluso mi padre ha tenido que aceptar…
¿Qué me gusta hacer? .. me gusta leer novelas de amor, comer cosas dulces como pasteles y ayudar en los hospitales usando magia para cambiar mi apariencia… a pesar de que el imperio es muy seguro, de igual forma nos cuidamos con mis hermanos de esa forma..
tercera pregunta, ¿cuáles son tus mayores fortalezas? mmmm creo que la magia… creo…
Descríbete… bueno… tengo el bello cabello negro y unos ojos celestes…
¿cómo es tu familia? mi familia es justa y amable, mi padre es protector y firme… mi madre es justa y cariñosa… mi hermano Leandro es carismático, astuto y vivaz, Arturo es inteligente, tranquilo y disciplinado… y Elena es amable y aventurera…
¿cuál es tu mayor defecto? mmmm creo que sobre pensar todo… definitivamente eso..
[recuerdo que cuando éramos niñas Elena y yo subimos a uno de los arboles del palacio… ella no dudo en saltar de la cima… yo estuve pensándolo tanto tiempo, que mi padre pensó que tenia miedo de bajar por lo que me bajaron con magia]
Bien… ya termine mis quehaceres del día de mañana… ahora iré a ayudar a mi cuñada con mis sobrinos… mi hermano Leandro es un excelente General, pero definitivamente no los sabe vestir… jajaja… de hecho creo que de los cuatro es el mas parecido a mi padre… y creo que quizás sea el próximo emperador… aunque decirle eso es molestarlo jajaja hasta hace un año, siempre huía de las responsabilidades por andar de enamorado o capturando criminales, pero ahora que esta casado, es un hombre responsable…
Esa tarde, Bella se fue a ver a sus sobrinos con quienes compartía jugando en la alfombra, cuando su hermano Leandro entro al salón, visiblemente preocupado…
- hermana, la esposa de un amigo se encuentra mal por su embarazo, ¿podrias ir a verla?
- ¿un amigo? seguramente alguno de tus secuaces locos por la espada
- jajaja por supuesto… pero, conozco Greenville, debe estar desesperado, por eso me pidió ayuda…
- bien… iré… pero, solo si le enseñas a decir a estas hermosuras que yo soy su tia favorita…
- jajaja por supuesto…
Al día siguiente la princesa Bella salió rumbo al condado Greenville para cumplir con la solicitud de su hermano.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
Para conocer mas de la familia Volt del Imperio de Oro, puedes leer:
- Mi príncipe Vengativo
- Una princesa sin fronteras
- Ni villana, ni santa
Al día siguiente, llegué temprano a la mansión Greenville con la intención de visitar a la condesa Elysia. Me condujeron al salón principal, un espacio encantador, decorado con tapices delicados y arreglos florales que llamaron mi atención de inmediato. Mientras esperaba, me entretuve recorriendo el lugar con la mirada, disfrutando de la calma de la mañana.
Fue entonces cuando un hombre entró. De porte serio y mirada firme, aunque con cierto aire reservado, se detuvo al verme. Reconocí enseguida la semejanza con la condesa: debía de ser su hermano, el barón Ernesto. Sonreí con cortesía, dispuesta a saludarlo con la educación acostumbrada.
Para mi sorpresa, él carraspeó y, con una firmeza algo nerviosa, empezó a hablar como si yo hubiese confesado un interés romántico en él.
—Le agradezco mucho, señorita… realmente es hermosa. Pero no estoy interesado en una relación en este momento.
Lo observé parpadear, tan serio y sincero, que por un instante no supe si reír o indignarme. Opté por preguntar, suavemente:
—¿Perdón?
Pero él continuó, enredándose más con cada palabra. Me hablaba de que seguramente encontraría a alguien que me hiciera feliz, de que yo era hermosa, pero que él no quería casarse ahora y que era mejor que me mantuviera alejada. Su tono estaba cargado de una honestidad tan torpe que tuve que contener la risa.
Finalmente, asentí, jugando un poco con la situación:
—Eh… claro… me mantendré alejada, no se preocupe.
En ese instante apareció Elysia. Su expresión, mezcla de sorpresa y diversión, me confirmó que todo había sido un malentendido. Se apresuró a aclarar:
—¡Hermano! No digas tonterías. Ella no está aquí por eso. Esta es la princesa Bella Volt, vino a visitarme…
El rostro de Ernesto cambió por completo. Sus ojos se abrieron de par en par, y su incomodidad se transformó en un rubor tan evidente que casi me hizo reír en voz alta.
—¿Princesa Bella? —balbuceó, incrédulo.
Elysia se encargó de presentarme con toda la formalidad que él había omitido, y yo, incapaz de resistirlo, solté una risa ligera cuando él intentó disculparse torpemente.
—No se preocupe, barón Ernesto. Me halaga su… honestidad —le respondí, con una sonrisa juguetona.
Su vergüenza era tan palpable que resultaba enternecedora. Lo vi luchar con sus palabras, intentando explicarse, asegurando que el problema no era yo sino él, que cualquiera en su lugar estaría encantado pero que no buscaba nada. Mientras hablaba, bajaba la mirada como un joven atrapado en una travesura.
Yo, por mi parte, disfrutaba del espectáculo. Era raro encontrar a alguien tan genuinamente nervioso frente a mí.. La mayoría de los hombres se esforzaban por impresionarme, y aquel barón… simplemente no sabía dónde esconderse.
—tranquilo, barón —le aseguré con suavidad—. no debe justificarse tanto. Se lo prometo, me mantendré alejada.
lo dije con un tono travieso, porque quería ver hasta dónde llegaba su desconcierto. Y, efectivamente, lo vi abrir la boca para responder y luego cerrarla de golpe, sin encontrar nada que decir..
Elysia, que lo observaba desde un sofá, estaba al borde de las lágrimas de la risa. yo misma tuve que contenerme, porque cada gesto de Ernesto lo hacía ver aún más encantador en su torpeza.
Cuando finalmente murmuró un agradecimiento, derrotado, yo incliné la cabeza y respondí con calma:
—La verdad, ha sido el momento más entretenido de mi visita.
El sonrojo que le cubría las orejas me arrancó otra sonrisa. Y cuando Elysia, con malicia fraterna, lo provocó recordándole que me había llamado hermosa, Ernesto casi se ahogó intentando explicarse..
—Es evidente que la princesa es… hermosa —terminó admitiendo, con voz nerviosa.
No pude evitar reírme, esta vez con franqueza. Le aseguré de nuevo que estaría tranquila, que cumpliría mi palabra y me mantendría alejada, aunque en el fondo, la verdad, su vergüenza me resultaba deliciosa..
—No tiene por qué sentirse presionado, barón. Créame, me resulta refrescante alguien que no intenta impresionarme… aunque no puedo evitar pensar que su vergüenza es bastante encantadora.
Y mientras lo veía tragar saliva, rojo como un muchacho, supe que aquella visita había valido la pena mucho más de lo que imaginaba.
Todavía me reía en silencio por el malentendido de Ernesto cuando decidí concentrarme en lo que realmente me había llevado allí: Elysia.. Su energía estaba agitada, demasiado pesada para alguien que debía conservar serenidad. Me incliné con suavidad hacia ella y posé mis manos sobre su vientre. Enseguida dejé que mi magia fluyera.. una luz azulada, fresca como un arroyo en primavera, se extendió alrededor.. Pude sentir cómo las tensiones que la rodeaban se deshacían poco a poco, arrastradas como hojas en el agua.
El suspiro aliviado de Elysia fue mi mejor recompensa. Sus ojos brillaban con emoción mientras me estrechaba la mano.
—¡Es increíble! —exclamó—. No sabes cuánto mejor me siento…
Le sonreí con ternura, casi divertida por su entusiasmo.
—No es nada. Solo estabilicé tu energía. Te ayudará a descansar, aunque también puedes moverte un poco más sin dolor.
El rostro de la condesa se iluminó al instante. Esa mujer, pensé, siempre parecía tener una chispa extra que la hacía contagiar vitalidad a quienes la rodeaban.
—¡Quiero salir! Necesito respirar aire fresco después de tantos días…
La expresión de Hans, su esposo y uno de los mejores amigos de mi hermano, cambió de inmediato. Lo vi acercarse y rodearla por la cintura con gesto protector, casi posesivo.
—No, amor. No sola —dijo en un tono suave, pero firme.
Yo habría intervenido, pero no hizo falta. La mirada de fastidio de Elysia se suavizó de repente, como si hubiera encontrado una solución. Giró hacia su hermano y, con esa astucia juguetona que tanto la caracteriza, anunció:
—Está bien… entonces que Ernesto me acompañe.
La pausa de Hans fue elocuente. Sus ojos se entornaron, meditando, hasta que por fin asintió.
—Perfecto. Que sea tu hermano quien te muestre el lugar. Así yo me quedaré tranquilo.
Cuando tomó el brazo de su hermano, Ernesto se quedó rígido como una estatua. Verlo titubear fue casi tan gracioso como su torpeza inicial conmigo.
—Sí… claro, hermana. Será un gusto.
Entonces Elysia giró hacia mí, sus ojos chispeando.
—¿Princesa nos acompaña a los jardines y todo lo que rodea la mansión?
Me puse de pie con naturalidad, alisando mis faldas.
—Claro, los acompaño —respondí, y le guiñé un ojo con complicidad.
Mientras esperaba a la condesa que hablaba con su esposo, sonreía por el sonrojo en las mejillas del Barón Ernesto Parsons quien se movia nervioso a mi lado..
[Nunca pensé que llegaría a presenciar algo así. Estoy acostumbrada a que la sola mención de mi apellido provoque incomodidad, respeto o incluso temor.. “Los Volt”, como suelen llamarnos en los corredores de la corte, nunca ha sido sinónimo de dulzura… pero por mí sola, nadie se habia puesto asi de nervioso…al contrario, he vivido con esa carga desde pequeña: la princesa que no sonríe demasiado, la que mide las palabras, la que siempre tiene un aire de hielo alrededor. Y en cierto modo lo acepté, porque me daba libertad; nadie se atrevía a acercarse con ligerezas. por eso me resulta desconcertante lo que ocurre con el barón Ernesto. su rostro encendido, sus torpes intentos por hablarme, el modo en que evita mi mirada como si fuese capaz de leerle el alma… todo en él desarma esa imagen severa que el mundo me atribuye. no se aleja porque me tema, ni guarda silencio por respeto rígido, sino porque… se sonroja. Porque no sabe qué hacer conmigo. y.. curiosamente, no me molesta. Al contrario, me enternece. Me resulta casi imposible no sonreír al verlo tan perdido en su propio nerviosismo, como un muchacho que teme tropezar en cada palabra.. Es refrescante. La princesa que todos creen inalcanzable no es temida por él… solo lo intimida de una manera distinta, tan inocente que hasta me conmueve. Quizás después de todo, no soy solo un apellido temido, que la corte susurra en voz baja. O quizás sí… pero ante él, por alguna razón, me descubro queriendo ser algo más suave, algo más cercano.]
Para mi sorpresa, cuando nos dirigíamos al jardín, Elysia se excusó con una sonrisa que delataba alguna travesura suya. Alegó cansancio y decidió quedarse dentro, dejándome sola con el barón Ernesto.. por un instante pensé que correría tras ella para reclamarle semejante abandono, pero me contuve. la chispa maliciosa en los ojos de la condesa había sido demasiado evidente: me estaba entregando a su hermano como quien suelta un pajarillo nervioso en mis manos.
El paseo comenzó con un silencio incómodo, roto solo por el crujir de la grava bajo nuestros pasos. Ernesto caminaba junto a mí con una rigidez que me resultaba casi cómica, como si cada movimiento fuera calculado para no tropezar.. aunque no tardó en hacerlo de todos modos.
—Tenga cuidado, barón —dije, conteniendo una sonrisa cuando casi perdió el equilibrio al esquivar una rama.
Se recompuso enseguida, rojo hasta las orejas..
—P-perdón, princesa. Yo… —su voz vaciló, y en un arranque de honestidad .. murmuró.. Es que… usted es hermosa.
Me detuve un instante, mirándolo de reojo. La confesión había salido atropellada, como si las palabras lo hubieran traicionado, y el sonrojo que lo cubría lo hacía parecer un joven inexperto más que un barón.
—Gracias, barón —respondí con suavidad, sin apartar la mirada de él—. Es un halago que no esperaba..
Eso solo empeoró su estado. Vi cómo se frotaba la nuca, incapaz de sostenerme la mirada. Un suspiro nervioso escapó de sus labios antes de añadir, atropelladamente:
—Debo disculparme otra vez.. por antes. Por haberla confundido con una señorita que… que buscaba una cita conmigo.
Ahí sí no pude evitar reír. Una risa ligera, elegante, que resonó entre los setos del jardín.
—créame, barón, jamás nadie se había disculpado tantas veces conmigo en tan poco tiempo.
Él se cubrió el rostro con una mano, y eso solo hizo que mi sonrisa se ampliara. Había en su torpeza una sinceridad tan pura que desarmaba cualquier máscara que yo pudiera llevar.
Seguimos caminando unos pasos más en silencio, hasta que no resistí la tentación. Quería entender por qué, en su mente, me había confundido con una cita. Giré hacia él con una sonrisa serena, aunque en el fondo me divertía muchísimo..
—Barón… —dije suavemente, deteniéndome junto a un sendero cubierto de rosas blancas—. ¿puedo hacerle una pregunta?
Él me miró como si temiera una sentencia.
—S-sí, alteza..
—¿Por qué pensó que yo era una señorita citada para… cortejarlo? —lade3 la cabeza, con cierta picardía—. No niego que es usted apuesto, pero asumir que todas las mujeres que se cruzan con usted buscan una cita… es sorprendente.
El color en su rostro se intensificó hasta cubrirle por completo las mejillas y las orejas. Se llevó una mano a la nuca, bajando la mirada, y murmuró con torpeza ..
—No… no es eso… no lo creo de todas. Yo… —tragó saliva, respiró hondo, y confesó en un hilo de voz—: Es por mi hermana..
Lo observé con curiosidad genuina.
—¿Elysia?
Asintió con pesar..
—Ella insiste en… presentarme señoritas. Dice que debería pensar en casarme, que la mansión es muy grande para vivir solo… es que… yo… es que… la última vez que elegí solo, tuve muy mal ojo.
Me cubrí los labios con la mano, reprimiendo una risa. El barón Ernesto, tan solemne por fuera, escondía tras esa fachada una historia más humana de lo que esperaba.
—¿Tan mal ojo tuvo, barón? —pregunté, con tono suave, aunque mis ojos brillaban de diversión.
Él bajó la vista al suelo como si las piedras fueran lo más interesante del mundo.
—Sí… terriblemente mal. Mi hermana no me lo perdona. Por eso pensé… cuando la vi… —hizo una pausa, cerrando los ojos un instante, vencido por la vergüenza— pensé que era otra de sus “buenas personas” que me traía como posible esposa.
Esta vez no pude contenerme y reí con suavidad, dejando que mi risa se mezclara con el murmullo de las fuentes cercanas.
—Así que fue eso… —musité, con una chispa traviesa en la voz—. Y yo que pensé que era su manera de intentar conquistarme.
El barón levantó la cabeza de golpe, horrorizado, y negó con la rapidez de un niño atrapado en falta.
—¡No, no! ¡Jamás me atrevería, alteza!
No pude resistirme. Verlo tan alterado, con el rostro encendido como un muchacho sorprendido en plena travesura, me inspiró un deseo juguetón.
—¿Y por qué no se atrevería a conquistarme, barón? —pregunté con la mayor calma, inclinando apenas la cabeza, como si de verdad quisiera saberlo.
Su reacción fue inmediata: abrió los ojos con asombro, casi como si hubiera dicho algo indebido. Se apresuró a bajar la mirada, la voz cargada de nerviosismo.
—Porque… porque no soy digno, princesa.
Lo observé, desconcertada. Nadie me había dicho algo así con tanta honestidad.
—¿No digno? —repetí, arqueando una ceja.
—No —afirmó con un suspiro, y entonces, como si se hubiera abierto una compuerta, las palabras comenzaron a fluir—. Usted es demasiado. No solo por su belleza, que es evidente… sino también por la amabilidad con la que trata a todos, por su carisma, por la forma en que ilumina una sala con solo entrar. Yo… yo soy solo un hombre corriente. ¿Cómo podría aspirar a alguien como usted?
Me quedé inmóvil. Yo, la princesa que siempre imponía distancia, estaba… nerviosa. Sentí un calor inesperado subirme a las mejillas, y tuve que apartar la vista hacia los lirios cercanos para ocultar mi desconcierto.
Él, en su inocencia, no se daba cuenta de que había conseguido lo que nadie más lograba: hacerme perder la compostura.
Carraspeé suavemente y forcé una sonrisa.
—Ha sido un paseo muy agradable, barón… pero creo que estoy cansada. Quizás sea mejor regresar.
Ernesto, aún sonrojado, asintió de inmediato, casi aliviado de que diera por terminado aquel momento.
Mientras volvíamos a la mansión, yo no podía dejar de preguntarme qué acababa de ocurrir. ¿Cómo era posible que aquel hombre, con sus torpezas y su falta de confianza, hubiera logrado lo que tantos nobles y caballeros jamás consiguieron? Hacerme sentir… vulnerable.
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