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Me Enamoré De Mi Enemigo

capitulo 1

La campana de la preparatoria San Angelo resonó en los pasillos, anunciando el inicio de otra jornada. Los estudiantes se agolpaban en los corredores, algunos corriendo para no llegar tarde, otros riendo mientras compartían secretos. Entre la multitud, caminaba una chica que siempre llamaba la atención aunque intentara pasar desapercibida.

Ariana De Luca, de cabello negro y liso que caía como una cascada hasta la cintura, rostro delicado y unos ojos verdes que parecían esconder tormentas, avanzaba con paso firme. Vestía el uniforme escolar con un aire casi indiferente, como si ese lugar no pudiera ofrecerle nada nuevo. Para sus compañeros, Ariana era la chica bonita, inteligente y misteriosa. Para su familia… era poco más que una sombra.

—¡Ari, espérame! —gritó Camila, su mejor amiga, corriendo detrás de ella con la mochila a medio cerrar.

—Vas a perder hasta los zapatos si no aprendes a organizarte —comentó Ariana, rodando los ojos pero esbozando una ligera sonrisa.

—Para eso te tengo a ti, ¿no? —contestó Camila, dándole un empujón cariñoso.

Detrás apareció Valentina, la tercera en el inseparable trío. Ella caminaba con calma, observando a todos con una mirada aguda.

—Ya empezaron los rumores —dijo con tono serio—. Dicen que Ethan Moretti rechazó otra vez la propuesta de compromiso de sus padres.

Ariana arqueó una ceja sin interés aparente. El nombre “Moretti” no le era desconocido. No podía serlo.

Ethan Moretti… el chico que a ojos de todos era perfecto: alto, de hombros anchos, cabello oscuro con ese corte que parecía sacado de un dorama coreano, y un porte tan elegante que incluso los profesores le hablaban con respeto. Era el presidente del consejo estudiantil, el mejor en deportes y el más buscado por las chicas. Y sin embargo, lo que nadie sabía —o al menos no querían creer— era que detrás de esa fachada de príncipe escolar, se escondía un heredero de la mafia rival.

Ariana bajó la mirada hacia su cuaderno. No le gustaba mostrar interés por nada de lo que se relacionara con los Moretti. Su abuelo, Don Vittorio De Luca, le había enseñado desde pequeña que ellos eran enemigos naturales.

Pero lo curioso es que ninguno de sus padres lo sabía. Para ellos, Ariana solo era la hija “defectuosa”, la que nunca estaría a la altura de su hermana mayor.

En la cafetería del abuelo

Después de clases, Ariana cambió el uniforme por un delantal negro. La cafetería de su abuelo era un lugar tranquilo, con mesas de madera y un aroma constante a café recién molido.

—Llegas puntual, como siempre —dijo Don Vittorio, un hombre mayor, de cabello plateado y mirada intensa, sentado en una mesa apartada.

—No tengo a dónde más llegar —respondió Ariana con un tono irónico mientras acomodaba unas tazas.

El abuelo soltó una risa seca.

—No olvides que aquí no solo sirves café. Aquí aprendes a observar, a escuchar, a mandar.

Ariana lo miró de reojo. Esa cafetería, aunque abierta al público, era el centro de operaciones encubierto de los De Luca. Y ella, con apenas 19 años, ya era la mente que movía a los hombres de su abuelo.

De pronto, entraron dos clientes que Ariana reconoció de inmediato: eran hombres de los Moretti. Fingió no verlos, pero su mandíbula se tensó.

—Recuerda, niña —susurró Vittorio mientras encendía un cigarro—, tu mayor arma no es la fuerza, sino el secreto.

En el bar de los Moretti

Mientras tanto, en la zona elegante de la ciudad, Ethan limpiaba vasos detrás de la barra del bar de sus padres. No necesitaba hacerlo —tenían empleados de sobra—, pero lo hacía para distraerse.

Su abuelo, Don Vittorio Moretti, entró al lugar con su aura imponente.

—Ethan —dijo con voz grave—, es hora de que dejes de jugar a ser un chico normal.

—Estoy en la universidad, abuelo. También en la preparatoria, para mantener las apariencias. Eso ya es suficiente.

—No lo es —replicó Salvatore golpeando la barra—. Necesito que dirijas a mis hombres. No eres un niño. Eres un Moretti.

Ethan apretó el vaso con fuerza, conteniendo la rabia. No era que no supiera hacerlo. De hecho, ya había liderado varias operaciones en la sombra. Pero odiaba la presión constante, el hecho de que hasta su vida sentimental intentaran controlarla.

Su padre, Alejandro, intervino con voz tranquila pero fría:

—Ya hemos hablado con la familia Mancini. Isabella es una buena candidata. Debes comprometerte.

—No voy a casarme con alguien que no amo —respondió Ethan, tajante.

El silencio que siguió fue más pesado que cualquier grito.

De regreso a casa

Esa noche, Ariana llegó al lujoso departamento de los De Luca. Lo que debería haber sido un hogar cálido, era en realidad un campo de batalla emocional.

—¡Llegas tarde! —espetó Bianca, su hermana mayor, con una sonrisa venenosa.

—Estaba trabajando —contestó Ariana con calma.

—¿Sirviendo cafés? Qué desperdicio —rió Bianca, mirando a sus padres en busca de complicidad.

El padre, Marco, apenas levantó la vista del periódico.

—No seas grosera con tu hermana, Bianca… aunque, tienes razón. Ariana, deberías aprender de ella.

Ariana no respondió. Ya estaba acostumbrada a esas comparaciones. Sabía que lo único que la mantenía en pie era el apoyo de su abuelo.

Cuando por fin se encerró en su habitación, dejó escapar un suspiro. Se miró al espejo: una chica frágil a ojos de su familia, pero en realidad, una leona en las sombras.

—Dos vidas, dos máscaras —susurró para sí misma—. Algún día no podré ocultarlo más.

Y lo que Ariana no sabía era que, al otro lado de la ciudad, Ethan pensaba lo mismo, mirando por la ventana de su habitación.

Dos enemigos, dos vecinos, dos destinos que estaban a punto de colisionar.

La mañana siguiente amaneció con un cielo gris, como si presintiera lo que estaba por ocurrir. Ariana caminaba hacia la preparatoria con paso firme, la mochila colgada al hombro y los auriculares puestos. La música a todo volumen era su escudo personal: un muro invisible para no pensar en las palabras de su hermana la noche anterior.

Al llegar, se encontró con Camila esperándola en la entrada.

—¡Al fin! Pensé que me ibas a dejar sola con el profesor de matemáticas —se quejó, exagerando.

—No te haría eso, ¿quién más me va a prestar los apuntes cuando falte? —contestó Ariana con una sonrisa ligera.

Ademas tu sabes que hacer unos dias me mude ya no soportaba a mi familia el abuelo no está serca haci que ahora vivo sola.

!Enserio!—dice camila sorprendida.

Claro—contesta ariana como si no fuera la gran cosa...

Valentina apareció unos segundos después, con un café en la mano.

—Chicas, acabo de enterarme de algo… —susurró, bajando la voz—. Dicen que la familia Mancini está presionando otra vez a Ethan Moretti para que acepte el compromiso.

—¿Otra vez con lo mismo? —bufó Camila—. Ese chico es demasiado serio para esas tonterías.

Ariana fingió indiferencia, aunque por dentro un cosquilleo le recorrió el estómago. No era interés romántico… al menos no quería admitirlo. Era curiosidad, mezcla de respeto y rivalidad. Ethan Moretti no era un nombre que pudiera pasar desapercibido en la vida de una De Luca.

En el pasillo...

Cuando entraron al edificio, el murmullo de los estudiantes se intensificó. En el centro del pasillo, rodeado de un pequeño grupo de admiradoras, estaba Ethan. Con su uniforme impecable, la corbata ajustada y el cabello peinado con precisión, parecía una estatua de perfección.

Ariana torció la boca.

—Míralo… como si fuera una estrella de cine —murmuró.

Camila, siempre atrevida, lanzó un silbido que hizo que varias chicas la miraran mal.

—Si yo tuviera ese rostro, también lo presumiría —dijo con descaro.

Valentina, en cambio, observó con ojo crítico.

—Lo curioso es que parece que no disfruta la atención. Fíjate en su mirada: está en otro mundo.

Y tenían razón. Mientras todos lo miraban con admiración, Ethan mantenía una expresión distante, como si cargara con un peso que nadie más podía ver.

En ese instante, los ojos verdes de Ariana y los oscuros de Ethan se cruzaron por primera vez en la preparatoria. Fue un segundo apenas, pero suficiente para que Ariana sintiera un escalofrío recorrerle la espalda.

—¿Te vio? —susurró Camila, apretando el brazo de Ariana.

—¿Y qué? —replicó ella con frialdad, apartando la mirada.

Clase de literatura.

El destino, o la mala suerte, quiso que ese día Ariana y Ethan compartieran la misma clase de literatura. El profesor, un hombre mayor con gafas gruesas, decidió sentarlos en la misma fila para un proyecto grupal.

—De Luca, Moretti, trabajarán juntos. Entreguen un ensayo la próxima semana —anunció con autoridad.

Ariana y Ethan se miraron al mismo tiempo, ambos arqueando una ceja con desagrado.

—Perfecto… —murmuró Ariana en voz baja.

—Igual pienso —respondió Ethan con frialdad, sin apartar la vista del cuaderno.

Durante la clase, no cruzaron palabra. Ariana escribía con rapidez, como si quisiera demostrar que no necesitaba a nadie. Ethan, en cambio, tomaba notas de manera meticulosa, con una calma que desesperaba a cualquiera.

Camila, desde el otro lado del salón, le hacía señas a Ariana con cara de “¡qué suerte!”. Valentina rodaba los ojos, sabiendo que para Ariana eso era más un castigo que una bendición.

El almuerzo

En la cafetería de la escuela, Bianca —la hermana mayor de Ariana— apareció con su grupo de amigas. Siempre caminaba como si el suelo le perteneciera, y ese día no fue la excepción.

—Miren quién está aquí… la sombra de la familia De Luca —dijo con una sonrisa venenosa, acercándose a la mesa de Ariana.

Camila se levantó de inmediato, lista para saltarle encima, pero Ariana le puso una mano en el hombro.

—No pierdas energía, no vale la pena —dijo con calma, aunque por dentro ardía.

Bianca soltó una risa arrogante y se alejó. Sin embargo, antes de salir del comedor, pasó junto a la mesa de Ethan y, para sorpresa de todos, intentó coquetear con él.

—Hola, Ethan —dijo con voz melosa—. No entiendo cómo nadie ha tenido el valor de invitarte a salir.

Ethan la miró apenas un segundo y luego volvió a su bandeja de comida.

—Porque no me interesa.

Las carcajadas estallaron en el comedor. Bianca se quedó helada, su rostro enrojecido de furia. Ariana, desde su mesa, no pudo evitar una sonrisa satisfecha, aunque la ocultó tras el vaso de jugo.

—Eso fue épico —susurró Camila, conteniendo la risa.

Valentina, más analítica, agregó:

—Ese chico tiene algo… demasiado frío para ser normal.

Ariana no respondió, pero en su mente ya lo había confirmado: Ethan Moretti no era un simple estudiante.

La doble vida

Esa noche, Ariana cambió el uniforme por ropa negra ajustada. Se colocó una peluca corta y una máscara. En el sótano de la cafetería de su abuelo, los hombres de los De Luca la esperaban.

—Jefa —dijo uno de ellos inclinando la cabeza—, los Moretti se han estado moviendo en el norte de la ciudad. ¿Qué ordena?

Ariana respiró hondo. Su voz cambió, volviéndose más firme, más fría.

—Refuercen nuestras rutas. Si los Moretti quieren guerra, se la daremos.

Nadie imaginaba que aquella joven de 19 años, a quien su familia trataba como una inútil, era en realidad la mente que dirigía operaciones criminales en la sombra.

continuará...

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capitulo 2

Al otro lado de la ciudad, en un almacén oscuro, Ethan también se reunía con los hombres de su abuelo. Sin máscara, pero con el mismo aire de autoridad.

—No den un paso en falso —ordenó con calma, pero con una mirada que helaba la sangre—. Si los De Luca intentan cruzar nuestras rutas, elimínenlos.

Dos líderes jóvenes. Dos herederos del poder.

Y ninguno de los dos sabía todavía que su enemigo vivía… justo al lado de su puerta.

 

El lunes siguiente, el ambiente en la preparatoria estaba más cargado de rumores que de tareas. Todos hablaban del desplante que Ethan había hecho a Bianca en la cafetería.

—¿Escuchaste? Le dijo que no le interesaba. Así, en su cara —susurraban los estudiantes en los pasillos.

Bianca, por supuesto, caminaba furiosa, con una sonrisa falsa pegada a los labios, como si nada hubiera pasado. Pero Ariana sabía leerla: su hermana mayor estaba hirviendo por dentro.

 

El proyecto literario

En clase de literatura, el profesor recordó a los grupos sobre el ensayo. Ariana se sentó junto a Ethan en la última fila, como había ordenado la semana pasada.

—¿Ya pensaste sobre qué escribir? —preguntó ella, con tono desafiante.

—Sí —contestó Ethan sin mirarla, pasando las páginas de su cuaderno.

—¿Y vas a compartirlo conmigo? —insistió Ariana.

—No —respondió con la misma frialdad, como si estuviera comentando el clima.

Ariana lo miró incrédula.

—Esto es un trabajo en grupo, ¿lo recuerdas?

—Sí. Pero prefiero hacer todo yo mismo.

Ariana apretó los puños, dispuesta a responderle con una de sus frases ácidas, cuando Camila, desde la primera fila, giró la cabeza y les hizo un gesto cómplice: un beso al aire dirigido a Ethan.

Él ni siquiera pestañeó. Ariana, sin poder contenerse, soltó una risa seca.

—¿Siempre eres así de encantador, Moretti?

—No. Solo cuando me obligan a trabajar con desconocidos.

Ese comentario la tocó de lleno.

—Perfecto. Entonces no nos molestamos y cada uno hace su parte.

El profesor carraspeó desde su escritorio.

—De Luca, Moretti… si no aprenden a cooperar, les pondré un cero a ambos.

El silencio cayó entre ellos. Ariana se mordió el labio. Ethan simplemente suspiró.

 

El choque en el pasillo

Después de clase, Ariana salió a toda prisa, pero al girar la esquina del pasillo, chocó de frente contra Ethan. Ambos cayeron al suelo: sus libros y cuadernos rodaron por todas partes.

—¡Mira por dónde vas! —exclamó Ariana, frotándose el codo.

—Lo mismo digo —respondió Ethan, recogiendo sus cosas con calma irritante.

Mientras ambos intentaban recuperar sus cuadernos, Ariana notó que uno de los de Ethan se abrió. Dentro había anotaciones en clave, diagramas de rutas y símbolos que no parecían de un simple estudiante.

Ethan reaccionó rápido y cerró el cuaderno de golpe. Sus ojos oscuros se clavaron en ella.

—¿Qué viste?

—Nada… —mintió Ariana, aunque su sonrisa irónica lo traicionaba.

Él inclinó la cabeza, estudiándola como si pudiera leer sus pensamientos.

—No me gusta la gente curiosa.

—Qué casualidad, a mí tampoco me gustan los tipos misteriosos que se creen superiores.

El silencio entre ambos fue interrumpido por Camila, que apareció riéndose a carcajadas.

—¡Parecen un matrimonio discutiendo!

Ariana y Ethan, al unísono, contestaron:

—¡Cállate, Camila!

La carcajada de la chica resonó por todo el pasillo, mientras Ariana y Ethan se alejaban en direcciones opuestas, aunque con la misma sensación incómoda en el pecho: el presentimiento de que estaban más conectados de lo que querían admitir.

 

La llamada inesperada

Esa noche, cuando Ariana revisaba los mensajes en su teléfono, recibió una llamada desde un número desconocido. Dudó en contestar, pero lo hizo.

—¿De Luca? —dijo una voz grave.

—¿Quién habla?

—Digamos que alguien que sabe más de ti de lo que imaginas. Nos veremos pronto.

La llamada se cortó de golpe. Ariana quedó mirando la pantalla, con el corazón acelerado.

Al otro lado de la ciudad, Ethan también recibía una llamada similar.

—Moretti… el juego ya comenzó.

Ambos jóvenes, sin saberlo, estaban entrando en un círculo del que no habría salida fácil.

La noche caía sobre la ciudad, pintando las calles con un resplandor anaranjado de faroles y neones. Para cualquiera, era una noche más. Para Ariana y Ethan, significaba otra jornada en la vida que ocultaban tras sus uniformes escolares.

 

Ariana en la cafetería

La campanilla de la cafetería del abuelo sonó con suavidad. Ariana, con el delantal puesto y una bandeja en la mano, sonreía amablemente a los clientes habituales. Para todos, era la “nietecita encantadora” de Don Vittorio De Luca, el viejo italiano dueño del lugar.

—Ariana, ¿puedes atender la mesa de la esquina? —pidió una de las empleadas.

Ariana asintió, llevando un par de cafés. Pero cuando se acercó, reconoció a los hombres: dos sujetos trajeados, con tatuajes ocultos bajo las mangas, rivales de otra familia.

Uno de ellos le sonrió con burla.

—Así que la princesa De Luca sirve mesas. Qué desperdicio.

Ariana apretó la bandeja con fuerza, manteniendo la compostura.

—¿Van a ordenar algo más o solo vinieron a molestar?

El hombre soltó una carcajada.

—Tienes el carácter de tu abuelo. Algún día, niña, eso te va a costar caro.

Ariana dejó la bandeja en la mesa con un golpe seco.

—Y a ustedes el café.

Mientras se alejaba, su abuelo la observaba desde el mostrador. Sus ojos sabios y cansados se posaron en ella con orgullo silencioso. Sabía que su nieta no era una simple mesera: era la única capaz de mantener el linaje De Luca en pie.

 

Ethan en el bar

Al otro lado de la ciudad, Ethan trabajaba en el bar de sus padres. El lugar estaba lleno de ejecutivos y clientes distinguidos. Él servía tragos con una calma impecable, pero su mirada estaba siempre atenta.

De repente, un hombre robusto con chaqueta de cuero se acercó a la barra y le deslizó un sobre. Ethan lo tomó con discreción, mientras seguía limpiando un vaso.

—¿Mensaje de tu abuelo? —preguntó en voz baja.

El hombre asintió y se marchó sin más.

Ethan abrió el sobre en la trastienda. Había un mapa con varias marcas rojas y una orden escrita a mano:

"Destruir los puntos de distribución De Luca. Hoy, medianoche."

Sus ojos se oscurecieron.

—Así que empieza el movimiento…

 

Encuentro inesperado

Cerca de la medianoche, Ariana se dirigía a un almacén en las afueras, acompañada de dos hombres de confianza de su abuelo. La misión era simple: inspeccionar la mercancía y asegurar que no hubiera infiltraciones.

Pero al entrar, se dio cuenta de que no estaban solos. Luces apagadas, ruidos metálicos, pasos firmes. El corazón de Ariana se aceleró.

De las sombras emergió un grupo de encapuchados. Entre ellos, una figura alta, con paso seguro y mirada helada. No pudo ver su rostro por completo; solo la silueta de su cabello oscuro bajo la capucha.

—¿Quién anda ahí? —gritó uno de los hombres de Ariana.

La respuesta fue inmediata: un puñetazo que lo dejó inconsciente. El otro trató de reaccionar, pero cayó tras un rodillazo seco.

Ariana se quedó sola, frente al desconocido. Ambos se midieron en silencio. El aire pesaba, cargado de tensión.

El encapuchado se quitó la chaqueta, revelando un físico entrenado. Ariana, con un movimiento rápido, se ajustó la máscara negra y la peluca que ocultaban su identidad.

—Parece que esta noche tendremos baile —dijo ella con voz fría.

—Me gusta la música violenta —contestó él, adoptando posición de combate.

El choque fue brutal. Patadas, bloqueos, puñetazos. Cada golpe revelaba que no eran simples mafiosos improvisados, sino guerreros entrenados hasta la médula. Ariana sintió un dolor en el tobillo al esquivar un golpe, pero no se detuvo. Él, por su parte, parecía sorprendido por la fuerza de esa misteriosa chica.

En un giro del destino, cayeron al suelo juntos, rodando entre cajas hasta quedar frente a frente. El encapuchado quedó encima de ella, inmovilizándola. Sus máscaras se deslizaron en la caída.

Y entonces ocurrió.

Por primera vez, sus miradas se encontraron sin barreras.

Ojos verdes contra ojos oscuros. Ariana y Ethan.

Ambos quedaron paralizados, jadeando. El mundo se detuvo por unos segundos.

Ariana reaccionó primero, apartándolo con un empujón desesperado.

—¡No puede ser…! —susurró, incorporándose a medias.

Ethan, todavía atónito, no alcanzó a responder. Solo sabía una cosa: la enemiga que había jurado derribar… era la misma chica con la que compartía pupitre en clase.

El silencio tras el choque de miradas pesaba más que cualquier golpe recibido. Ariana y Ethan seguían jadeando, sus respiraciones entrecortadas chocando en el aire frío del almacén.

Ella intentó moverse, pero un dolor agudo le atravesó el tobillo torcido. Apretó los dientes, ocultando la mueca, mientras buscaba fuerza en su orgullo.

—Aléjate de mí —murmuró Ariana, intentando incorporarse.

Ethan no respondió de inmediato. Sus ojos aún estaban clavados en los de ella, intentando procesar la revelación.

Es ella… la chica de la escuela. La misma que me mira con desprecio en clase. Y ahora la tengo aquí, en medio de una guerra.

Ariana apartó la mirada, intentando recomponerse. Pero al hacerlo, tropezó con unas cajas y perdió el equilibrio. Ethan, sin pensarlo, la sujetó por la espalda. Fue en ese instante cuando ocurrió: el tirón desgarró la tela fina de su camisa, y con ella el sujetador.

El sonido del desgarro retumbó como un trueno en la cabeza de Ariana.

Quedó de rodillas, con la parte superior de su cuerpo expuesta bajo la tenue luz que se filtraba por los ventanales rotos. Un escalofrío le recorrió la piel. Se cubrió instintivamente el pecho con los brazos, sintiendo que no solo había perdido la máscara, sino también su última barrera de dignidad.

Sus ojos verdes brillaron con lágrimas contenidas.

—…Ya está —susurró, con voz quebrada—. Me quitaste todo. Mi rostro, mi secreto… mi ropa. Acaba conmigo de una vez.

El silencio era tan profundo que se escuchaba el goteo constante de agua de alguna tubería rota. Ethan se quedó petrificado, con la sudadera en las manos, sin saber cómo moverse.

¿Qué demonios acabo de hacer?

Ariana levantó la vista, sus labios temblaban, pero su voz sonó fuerte, casi como un grito.

—¡Hazlo! ¡Mátame! ¿No es eso lo que quieres? ¿Lo que espera tu abuelo? ¡Termina lo que empezaste!

Ethan tragó saliva. Dio un paso hacia ella, pero no como enemigo. Se quitó la sudadera negra que llevaba puesta y, con suavidad, se la colocó sobre la parte delantera, cubriéndola por completo.

Su voz, grave pero temblorosa, llenó el silencio.

—Lo siento… no era mi intención, —mirando hacia otro lalo.

Ariana lo miró incrédula, aún temblando.

Ethan se inclinó, sus ojos brillaban con una mezcla de seriedad y respeto.

—No voy a matarte. No así. No en esta situación. Ganar así sería… sucio. Y yo no soy alguien que se enorgullezca de aprovecharse de una desventaja.

Las lágrimas rodaron silenciosas por las mejillas de Ariana.

—¿Me viste? ¿Viste todo?

El silencio de Ethan fue la respuesta más clara. Sus labios se apretaron, como si las palabras le pesaran demasiado.

Ariana bajó la cabeza, con una amarga sonrisa.

—Ese silencio… significa que sí.

Por primera vez, Ethan no supo qué decir. La dureza de sus entrenamientos, los años bajo la sombra de su abuelo, nada lo había preparado para esto: para ver vulnerabilidad en medio de una guerra.

De pronto, un ruido retumbó desde el pasillo. Voces masculinas se acercaban, pesadas, armadas. Los hombres de Ethan.

Él reaccionó en segundos. Tomó a Ariana entre sus brazos, sin darle tiempo a protestar. Ella quiso resistirse, pero el dolor de su tobillo la dejó sin fuerzas.

—¿Qué haces? ¡Suéltame! —susurró, forcejeando en vano.

—Cállate si quieres vivir —respondió Ethan, con un tono frío que le heló la sangre.

La llevó hasta un viejo armario de metal, lo abrió y la acomodó en el interior. Ariana lo miraba con furia y desconcierto.

—¿Piensas encerrarme como a un animal?

—Pienso salvarte el cuello —le replicó, mirándola directamente a los ojos—. Si te encuentran aquí, no dudarán en matarte.

Cerró la puerta del armario con cuidado. Un segundo después, entraron tres de sus hombres.

—Jefe, ¿y la chica? ¿La viste? —preguntó uno, con la voz ansiosa.

Ethan se giró lentamente hacia ellos, con la expresión endurecida.

—Está herida. Encuéntrenla. No regresen hasta que lo hagan. Yo me encargo del resto.

Su tono fue tan frío, tan aterrador, que los hombres se miraron entre sí con un escalofrío recorriéndoles la espalda. Nadie se atrevió a discutirle.

—S-sí, jefe —contestaron, saliendo casi a tropezones.

El silencio volvió al almacén. Ethan apoyó la mano en el armario, aún con la respiración agitada.

Dentro, Ariana se mantenía inmóvil, abrazando la sudadera contra su cuerpo, sintiendo el eco de cada palabra que había escuchado.

Un enemigo… que la había protegido.

Continuará..

capitulo 3

El sonido de las botas alejándose se desvaneció en el pasillo, dejando un silencio denso en el almacén. Ethan esperó unos segundos antes de abrir la puerta del armario. Ariana se coloco la sudadera y salió tambaleándose, con el rostro pálido pero los ojos llenos de furia contenida.

—No necesitabas salvarme —escupió, ajustándose la sudadera.

—Y sin embargo lo hice —replicó él, con voz baja, casi un susurro helado.

Ella intentó caminar hacia la salida, pero el tobillo inflamado la traicionó. Tropezó, soltando un quejido de dolor. Ethan reaccionó antes de que cayera, tomándola entre sus brazos con la misma firmeza con la que habría cargado un arma.

—¡Suéltame! —gruñó Ariana, golpeándole el pecho con los puños cerrados.

—Si te suelto, no llegarás ni a la puerta —dijo él, con calma implacable.

La lluvia comenzó a golpear los ventanales rotos, primero como un murmullo, después como un rugido constante. Ethan salió con Ariana en brazos, el agua empapando sus cabellos y la sudadera que la cubría.

Ella se retorcía en vano.

—¿Adónde me llevas?

—A un lugar donde no te encuentren —contestó sin mirarla.

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La casa olvidada...

Ethan cruzó varias calles hasta llegar a una vivienda apartada, un antiguo hogar de su infancia. El portón chirrió al abrirse y, al entrar, el aire húmedo y el olor a madera vieja los envolvieron.

La dejó suavemente en un sillón del salón. Ariana respiraba agitada, sus labios temblaban de frío y rabia.

—¿Qué es este lugar? —preguntó, mirándolo con recelo.

—Mi refugio. Nadie viene aquí.

Encendió una lámpara, apagando el foco central para no llamar la atención desde afuera. Luego fue hasta un cajón y sacó una pomada y unas vendas. Se arrodilló frente a ella.

—No te muevas —ordenó con suavidad, tomando su tobillo.

Ariana quiso apartarse, pero el contacto de sus manos firmes y cálidas la inmovilizó más que el dolor. El contraste era desconcertante: el mismo hombre que la había puesto contra el suelo hace apenas unos minutos ahora aplicaba la crema con cuidado, como si temiera lastimarla.

—¿Por qué haces esto? —susurró ella, intentando ocultar su confusión.

—Porque, no lo se, solo no soy como tú crees. Y porque dejarte morir no me haría más fuerte.

Ariana lo observó fijamente. Había algo en su mirada que no encajaba con el monstruo despiadado que se había imaginado.

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El peso de las familias

Mientras envolvía el tobillo con la venda, el teléfono de Ethan vibró. Contestó sin dejar de trabajar en la cura.

—¿Qué quieres, papá? —dijo con voz cortante.

Ariana escuchó cada palabra, contenida en el silencio.

—Ya te lo dije —continuó Ethan, con un tono helado—. No voy a casarme con esa mujer. No me interesa, ni hoy ni nunca. Si la vuelves a invitar a casa, me aseguraré de que se arrepienta.

Colgó de golpe, sin darle oportunidad de responder. Ariana sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

¿De verdad… sería capaz de matar a alguien por ordenarle un compromiso?

Ethan guardó el móvil y se levantó, suspirando.

—Listo. El dolor bajará pronto.

Ella, aún cubriéndose con la sudadera, lo miró con mezcla de miedo y gratitud.

—Tú… eres aterrador.

Él sonrió apenas, sin humor.

—Lo mismo pienso de ti.

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Una tregua bajo la tormenta.

La lluvia azotaba los cristales, cubriendo la ciudad en un velo gris. Ethan se levantó y caminó hacia la cocina.

—No te muevas. Voy a preparar algo de comer.

Ariana lo siguió con la mirada. En ese instante, pese a todo el dolor y la tensión, sintió algo extraño en el pecho: como si el enemigo que debía odiar no fuera tan sencillo de rechazar.

Se abrazó a la sudadera, con la respiración aún agitada. El latido de su corazón era un tambor que no podía callar.

Y mientras él encendía la estufa en la habitación contigua, ambos compartían la misma certeza, aunque ninguno lo diría en voz alta: aquella noche los había marcado para siempre.

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La tormenta continuaba rugiendo afuera, como si quisiera derrumbar las paredes de aquella vieja casa. Ariana permanecía en el sillón, con la sudadera de Ethan envolviéndola, mirando de reojo cada movimiento del chico en la cocina.

El olor a sopa caliente comenzó a llenar la estancia. A pesar de todo, el aroma le despertó el apetito. Su estómago gruñó traicionero, y ella, avergonzada, cruzó los brazos para ocultarlo.

—Toma —dijo Ethan, ofreciéndole un plato humeante—. No es un banquete, pero servirá.

Ariana lo aceptó en silencio, intentando mantener su orgullo intacto. Probó una cucharada. El calor del caldo bajó por su garganta como un abrazo inesperado.

—No está mal —murmuró, casi como un cumplido escondido.

—Mejor que nada —contestó él, tomando asiento frente a ella con su propio plato.

Por un momento, la escena parecía surreal: dos enemigos cenando bajo la misma tormenta, como si fueran dos desconocidos atrapados por casualidad.

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La llamada

El silencio fue interrumpido por el sonido del móvil de Ariana, vibrando en el bolsillo interno de la sudadera. Ella palideció.

—No contestes —advirtió Ethan, con tono firme.

Pero Ariana ya había sacado el teléfono. El nombre en la pantalla la golpeó como un puñal: “Mamá”.

Temblando, deslizó para responder.

—¿Mamá?

—¿Dónde demonios estás, Ariana? —suena la voz, baja como un cuchillo—. Te hablo claro y sin rodeos: eres la vergüenza de esta casa. Ya estoy harta de tus locuras, de tus actitudes. No voy a permitir que sigas mancillando el apellido. Te voy a arreglar la vida yo misma: te caso con quien yo diga, y punto.

Se oye la respiración contenida.

—¿Casarme? —dice Ariana con voz que intenta controlarse—. Mamá, no puedes seguir decidiendo por mí. ¿Desde cuándo mi vida le pertenece a otra gente? ¿De verdad crees que un anillo puede comprar mi silencio?

—¡No me contestes con sermones! —corta la madre, con voz agria—. Es por tu bien. ¿Quieres que esta familia quede en la calle? ¿Que la gente hable? Yo me sacrifico por la sangre —y escupe la palabra como si fuera barro—. Si no cooperas, traeré a alguien que haga lo que tú no quisiste hacer. Te lo advertí.

Se siente en la voz de Ariana un latigazo de ira. —El silencio antes de su respuesta es un espacio lleno de veneno.

—¿Traer a alguien? ¿Eso es una amenaza? —Ariana ríe con amargura—. ¿Y de verdad crees que eso me asusta? Llevo años soportando tus planes, tus humillaciones, tus sermones sobre familia y honor. ¿Sabes qué? Estoy cansada.

—¡No me digas que estás cansada! —la madre grita—. ¡Esto no es capricho! Vas a tener estabilidad, vas a dejar de hacer el ridículo y punto. Tu vida ya tiene dueño y es victor de las vegas.

—¿Estabilidad? —Ariana lo escupe palabra por palabra—. ¿Llamas estabilidad a venderme como moneda de cambio? ¿A vivir con un hombre que no elegí? ¿A mirar por la ventana mientras mi vida se deshilacha por decisiones que no tomo? No. Eso no es vida.

—La madre respira, su ira se convierte en un veneno más frío.

—Si sigues así, juro que te quitaré todo: herencias, nombres, hasta la dignidad. Yo sé manejar esto. Y si no te portas, iré y arreglaré las cosas por las buenas o por las malas.

—¿Por las “malas”? —la voz de Ariana se vuelve filosa, letal pero contenida—. ¿Eso crees que me sorprende? Me criaste con esa palabra: “arreglar”. Arreglas vidas, rompes sueños, coses bocas con tu moral barata. Pero escucha: ya no vivo contigo. Hace dias que me fui de tu casa, me casaré y haré lo que quiera, cuando yo quiera. No eres mi dueña.

(Un silencio largo, la madre intenta recobrar fuerza.)

—¡No te atrevas! —escupe—. No me desafíes.

—Te voy a decir algo que quiero que se te quede pegado a la garganta —responde Ariana, y ahora no hay contención, solo verdad cruda—: si tanto te obsesiona el “bien de la familia”, casalo con tu hija favorita. Ponla en un vestido, ponle el anillo que quieres imponerme a mí, y que ella cumpla tu plan perfecto. Déjame fuera. Déjame en paz.

—Se escucha un bufido del otro lado del teléfono, mezcla de sorpresa y enojo.

—¡Eso es imposible! —responde la madre, como si la idea la quemara—. No puedes humillarme así.

—No me humillas tú. Me humillaste años atrás y lo sigues haciendo. Me humillan tus manos cada vez que intentas coser mi vida a tus expectativas. —Ariana respira, y su voz se endurece, fría—. Me cansé de pedir permiso por existir. Me cansé de ser la vergüenza oficial de la casa. Me cansé de que me digan “tienes que” cuando lo único que quiero es vivir. Así que escucha bien: deja de llamarme, deja de decir mi nombre como si fuera una sentencia. Yo ya no formo parte de tus planes.

—La madre intenta otra arremetida, más venenosa.

—No sabes lo que dices. Vas a arrepentirte. Yo soy la madre aquí.

Las palabras la desgarraban más que cualquier golpe. Ethan la observaba en silencio, sus cejas fruncidas, los puños apretados sobre la mesa.

—Sí, eres la madre —Ariana responde con una sonrisa amarga que no puede oírse—. Pero la madre de Bianca, y ser madre no te da derecho a destrozar a otro. Y un día... —la voz de Ariana se hunde y sale de nuevo más dura—. Un día me vengaré por todo. No lo confundas con capricho: no es teatro, no son palabras al viento. Voy recuperar todo lo que me haz quitado: mi dignidad, mis dias, mi libertad. Y lo haré a mi manera: desmontando cada mentira que sostenías, dejando que todo lo que construiste sobre mí se vea por lo que es.

—¡Basta! —grita ella—. No me hables así.

—Entonces deja de llamarme —Ariana aprieta los dientes—. Si quieres seguir con tus bodas de conveniencia, casa a tu hija favorita. Pero a mí, déjame en paz. Algún día nos encontraremos, y ya verás qué tan “bien” quedó el nombre de la familia.

—El sonido de la línea cambia, como si la madre mordiera las palabras sin poder soltarlas.

—Maldita… —susurra la madre y la llamada se corta de golpe.

—Sus labios se mueven en un murmullo: “Algún dia les voy a cobrar todo lo que me han hecho”.

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El colapsó

Ariana dejó caer el móvil al suelo. Las lágrimas corrieron libres por sus mejillas. Se encogió en el sillón, abrazándose las piernas, escondiendo el rostro. El orgullo que tanto defendía se rompió en mil pedazos.

Ethan permaneció inmóvil, con el pecho ardiendo. La rabia que le provocaban esas palabras ajenas lo desbordaba, aunque no era su batalla.

Se levantó sin pensarlo, se acercó a ella y la sujetó de los hombros.

—Mírame.

Ella negó con la cabeza, hundida en su dolor.

—¡Mírame, Ariana! —repitió, con voz fuerte pero no violenta.

Al fin, ella levantó la vista. Sus ojos verdes estaban enrojecidos, pero también brillaban de furia y tristeza.

—¿Ahora entiendes? —susurró, con un hilo de voz—. Nadie me quiere. Ni siquiera mi propia madre. Soy solo… un error, la segunda opción.

Ethan apretó los dientes. Por un segundo, se vio reflejado en esas palabras: recordando las veces que su abuelo lo había humillado, tratándolo como un soldado desechable, no como un nieto.

Con brusquedad, la atrajo contra su pecho. Ariana se quedó rígida, sorprendida por el gesto.

—No vuelvas a decir eso —murmuró él, cerca de su oído—. Eres fuerte. Más de lo que crees. Y no eres un error.

Las lágrimas de Ariana empaparon su camisa ya humeda. Ella quiso apartarse, pero sus manos, temblorosas, terminaron aferrándose a la tela, como si por primera vez en años alguien hubiera derribado el muro de soledad que cargaba.

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Una grieta en las máscaras

La tormenta afuera se volvió más intensa, los truenos iluminando el interior de la casa.

Ariana levantó la cabeza, sus labios rozando apenas el mentón de Ethan, y lo miró fijamente.

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué me haces sentir… que no estoy sola?

Ethan no respondió. Solo la sostuvo con más fuerza, consciente de que en ese instante, aunque fueran enemigos destinados a destruirse, algo mucho más profundo había comenzado a nacer entre ellos.

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Continuará...

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