NovelToon NovelToon

CONTRATADO PARA DESTRUIRME

El enemigo en mi puerta

...🟣🟣🟣...

...CAPÍTULO 1...

GABRIELA

El claxon sonó dos veces frente a mi casa, esa forma odiosa que tiene Sebastián de anunciar su llegada, como si yo fuera una portera y no la madre de su hija.

Valentina entró primero, arrastrando su maleta con la furia escrita en el rostro. Tiró la mochila en el sofá y gritó desde el pasillo:

—¡Te dije que no vuelvo a pisar esa casa si esa mujer sigue ahí!

Me quedé helada un segundo, mirándola subir las escaleras como un huracán de quince años. Sebastián apareció detrás, impecable como siempre, traje oscuro, reloj carísimo y esa expresión de hombre que nunca pierde el control.

—¿Qué le dijiste a Valentina? —pregunté en seco, cruzándome de brazos.

Él arqueó una ceja, con esa calma que me pone de los nervios.

—Yo no. La que habló fue Natalia.

Ahí estaba. El nombre maldito. Natalia. La nueva “pareja” de Sebastián. Modelo de catálogo, sonrisa de anuncio, y aparentemente sin el más mínimo tacto con mi hija.

—¿Y qué demonios le dijo tu Natalia para que llegue furiosa a mi casa?

Sebastián suspiró, como si tuviera que lidiar con dos adolescentes y no con la madre de su hija.

—Nada. Valentina exagera, como siempre. Ya sabes cómo es… drama para llamar la atención.

Sentí cómo la sangre me hervía.

—¿Drama? ¡Sebastián, tiene quince años! Si tu novia se pasó de lista con ella, lo mínimo que haces es ponerla en su lugar, no defenderla.

Él se acomodó la corbata con ese gesto irritante, como si el mundo entero fuera un negocio que podía ordenar con un movimiento de muñeca.

—Natalia no dijo nada malo. Solo comentó que Valentina debería aprender a ser “No tan corriente”. Eso fue todo.

—¡¿No tan corriente?! —casi grité, y tuve que bajar la voz para no darle el gusto de verme perder el control—. Sebastián, ¿te das cuenta de lo que implica que tu novia le diga eso a nuestra hija?

Él sonrió, con esa maldita sonrisa que siempre fue mitad arrogancia, mitad malicia.

—Gabriela, dramatizas.

—¿Yo dramatizo? —di un paso hacia él, y lo odié por seguir oliendo a ese perfume caro que todavía me revolvía el estómago—. La próxima vez que esa tal Natalia insinúe una sola palabra fuera de lugar sobre Valentina, no seré más amable ni contigo, ni con ella. La pondré en su lugar.

Hubo un silencio pesado. Podía escuchar a Valentina cerrar la puerta de su cuarto de un portazo arriba. Sebastián me sostuvo la mirada con sus ojos grises, fríos, desafiantes.

—¿Terminaste? —preguntó al fin.

—No, Sebastián. Esto no se termina nunca, porque tú siempre eliges creerle a cualquiera antes que a tu propia hija.

Él sonrió otra vez, pero había un brillo peligroso en sus ojos.

—Lo dices como si tú fueras un ejemplo perfecto de madre.

Y ahí estaba. El primer golpe bajo de la noche.

Me quedé callada un segundo, apretando los puños. Lo peor de Sebastián no era lo que decía… sino cómo lo decía, con esa calma que hacía que cada palabra se sintiera como un contrato firmado con sangre.

Lo odiaba.

Lo odiaba con cada fibra de mi ser.

Y, maldita sea, todavía me temblaban las rodillas cuando me sostenía la mirada.

—Lo dices como si tú fueras un ejemplo perfecto de madre —repitió Sebastián, con esa calma que me hacía querer lanzarle la lámpara del pasillo en la cabeza.

Me acerqué un paso más, sin importarme lo cerca que estaba de él, ni que pudiera ver cómo me temblaban las manos.

—No te atrevas a cuestionar lo que yo he hecho por Valentina. Porque, a diferencia de ti, yo no tuve una empresa millonaria detrás. Ni un apellido que me abriera puertas. Yo lo hice sola. Todo.

Él no respondió de inmediato. Solo me miró.

Iba a darme la vuelta para terminar con la discusión cuando lo escuché soltar, con la naturalidad de quien pide un café:

—Y por cierto, tenemos que hablar de AUREA.

Sentí que el estómago se me helaba.

—¿Qué?

Sebastián se metió las manos en los bolsillos, como si estuviera demasiado cómodo en mi casa.

—VALCORP está interesada en adquirir tu empresa. Y yo soy el encargado de convencerte de vender.

Lo miré incrédula, con una risa nerviosa que se me escapó sin poder evitarlo.

—¿Esto es una broma, cierto? ¿Después de discutir por tu novia ahora vienes a decirme que…?

—No es broma. —Su voz fue firme, cortante.

—¿Vienes aquí, dejas a nuestra hija llorando en su habitación y luego me sueltas que tu objetivo es destruir lo único que he construido en mi vida?

La sonrisa arrogante regresó a sus labios.

—Yo no usaría la palabra “destruir”. Prefiero llamarlo… optimizar.

Lo quería matar. Literalmente.

Apreté tanto los puños que sentí las uñas clavarse en la piel. Él lo sabía, lo disfrutaba. Sebastián Valtieri siempre jugaba con ventaja, y esta vez no era diferente.

—Vas a fracasar, Sebastián. —Mi voz salió baja, envenenada—. Porque si antes no pudiste destruirme cuando me dejaste sola con una niña en brazos… mucho menos podrás hacerlo ahora.

Él me sostuvo la mirada, y por un instante juro que vi algo quebrarse en sus ojos grises. Pero solo duró un segundo.

—Ya veremos, Gabriela. —Se giró hacia la puerta, impecable como siempre—. Ya veremos.

El portazo retumbó en mi casa como una sentencia.

Mientras lo veía alejarse desde la ventana, y mi corazón latiendo a mil por hora, entendí una sola cosa:

La guerra apenas comenzaba.

Guerras declaradas

...🟣🟣🟣...

...CAPÍTULO 2...

GABRIELA

¿Quién demonios puede cerrar los ojos después de que su exmarido aparece en la puerta, deja a su hija hecha un mar de lágrimas y encima te dice, como si fuera el clima, que viene a devorar tu empresa?

No. Nadie duerme. Ni siquiera con dos tazas de té de manzanilla y un podcast de meditación de esos que prometen “paz mental”.

A la mañana siguiente llegué a la oficina con ojeras que ni el mejor corrector del mercado podía cubrir. Y ahí estaba ella, como siempre, esperándome con su mirada de rayos X: Cecilia Andrade.

—Buenos días, jefa —canturreó, entregándome un café que olía a salvación líquida—. Tienes cara de… “mi ex volvió a arruinarme la vida”. ¿Acierto o me quedo corta?

Le lancé una mirada asesina.

—¿Me puedes dar cinco minutos de silencio antes de empezar con tus predicciones de tarot?

—Ajá. —Se cruzó de brazos, divertida—. Eso significa que Sebastián hizo de las suyas.

Suspiré, hundiéndome en la silla de mi oficina.

—Cecilia, no tienes idea…

Me interrumpió levantando un dedo.

—Déjame adivinar: el príncipe Valtieri te jodio el día con esa cara de idiota, Valentina se peleó con la Barbie nueva de su papá y tú… terminaste deseando lanzarle un florero a la cabeza.

La miré en silencio.

—¿Ves? —sonrió ella, orgullosa—. No necesito tarot. Tengo años de experiencia viéndote sufrir por ese hombre.

Me llevé la mano a la frente, derrotada.

—No es solo eso, Cecilia. Ahora resulta que también quiere AUREA.

Su expresión cambió de golpe.

—¿Cómo que quiere AUREA?

—VALCORP fue contratada para absorbernos. Y Sebastián es el encargado.

Cecilia parpadeó un par de veces, como si procesara la bomba nuclear que acababa de soltar. Luego soltó una risa incrédula.

—Bueno, por lo menos el universo tiene sentido del humor. ¿Qué es más entretenido que tu exmarido millonario intentando arruinarte profesionalmente después de arruinarte sentimentalmente?

La fulminé con la mirada.

—No me hace gracia.

—A mí sí —respondió, encogiéndose de hombros—. Aunque supongo que de verdad hablas en serio.

Me quedé callada, mirando por la ventana. Sentía que el aire estaba más denso, como si mi propia empresa me respirara en la nuca, recordándome que era vulnerable.

—Cecilia —dije en voz baja—, no puedo dejar que gane. AUREA es más que una compañía. Es… la única forma que encontré de sobrevivir a todo lo que viví.

Ella me observó en silencio, y por una vez dejó el sarcasmo a un lado.

—Entonces no lo dejaremos ganar. Punto.

Justo cuando estaba por responderle, sonó mi celular. Era un número desconocido. Contesté con el ceño fruncido.

—Señora Estévez —una voz masculina, formal—. Habla Claudio Ferrer, inversionista de VALCORP. Me gustaría agendar una reunión con usted para discutir sobre la propuesta de adquisición.

Me quedé helada.

Ellos ya habían movido ficha.

Cecilia me quitó el celular de la mano y contestó ella misma con la calma de un tiburón:

—Claro, señor Ferrer. La señora Estévez estará encantada de reunirse… cuando el infierno se congele.

Y le colgó.

Yo la miré boquiabierta.

—¡¿Qué acabas de hacer?!

Ella dio un sorbo a su café como si nada.

—Salvé tu mañana. De nada.

Me llevé las manos a la cara.

...🟣...

Cuando llegué a casa, lo primero que escuché fue un portazo. Valentina había declarado huelga de silencio.

Otra vez.

La encontré tirada en la cama, con los audífonos puestos y una cara de tragedia shakesperiana.

—¿Puedo pasar o necesitas que te traiga pañuelos para la actuación? —le pregunté desde la puerta.

Me lanzó una mirada asesina.

—No es un chiste, mamá.

Me acerqué despacio, como si intentara domar a un tigre herido.

—Lo sé, mi amor. Pero entonces, dime qué pasó para entenderte.

Ella se quitó un audífono.

—Natalia me odia. Te lo juro. Hace como si yo fuera invisible, y cuando habla es para decirme que soy una malcriada, corriente y vulgar igualita a ti.

La frase me cayó como un cubo de agua fría.

—¿Qué?

—Sí —soltó ella con rabia contenida—. Y papá… no nunca dice nada.

La rabia se me instaló en el pecho. Podía soportar mil cosas de Sebastián, pero que no defendiera a nuestra hija… eso era imperdonable.

Me senté junto a ella y le acaricié el cabello.

—Mira, Tina, que Natalia diga lo que quiera, No le prestes atención, que realmente la que quiere llamar la atención es ella. Por meterse con una niña de quince años. Y tu papá… bueno, ya sabes cómo es.

—¡Otra vez con lo mismo! —explotó—. Siempre es “ya sabes cómo es”. ¡Siempre tengo que aguantar que me compare con alguien o que diga que invento cosas!

Me dolió escucharla así, con tanto resentimiento en la voz. Y aunque quería protegerla de todo, sabía que no podía suavizar la realidad.

—No tienes que aguantar nada —le dije con firmeza—. No eres invisible, ni malcriada. Eres fuerte, inteligente y demasiado buena para que alguien como Natalia te haga sentir menos.

Valentina me miró con ojos llorosos.

—¿Y si papá me odia por haberla tratado así? ¿Y si prefiere estar con ella que conmigo?

La abracé fuerte, tragándome mis propias lágrimas.

—Eso nunca va a pasar. Y si llega a pasar… aquí me tienes a mí para recordarte quién eres de verdad.

Se quedó en silencio, escondida en mi pecho, como cuando era niña.

Cuando por fin logré que Valentina se quedara tranquila y se durmiera, bajé a la sala como un fantasma. La casa estaba en silencio, pero mi cabeza era un campo de batalla.

Entre la rabia por Natalia, el dolor de ver a mi hija llorando y el descaro de Sebastián con su “optimización”, sentía que podía estallar en cualquier momento.

Me serví un café (a medianoche, porque sí, mi vida es un caos) y abrí el portátil solo para distraerme. Grave error.

El primer correo en mi bandeja me dejó tiesa:

De: VALCORP Holdings – Departamento Legal

Asunto: Propuesta de adquisición estratégica de AUREA Tech

Estimada Sra. Gabriela Estévez:

Por medio de la presente, nos dirigimos a usted en representación de VALCORP Holdings para comunicarle que, tras un análisis exhaustivo del estado actual de AUREA Tech, hemos iniciado un proceso formal de propuesta de adquisición estratégica.

La razón es clara: en los últimos meses su empresa ha acumulado deudas y compromisos incumplidos con proveedores y socios que ahora forman parte de nuestro grupo. Además, la situación financiera de AUREA Tech empieza a ser delicada, lo que la expone a perder valor en el mercado frente a competidores más grandes.

En consideración a lo anterior, VALCORP Holdings está en posición de ofrecer una salida sólida y rentable creemos que lo más conveniente es que considere nuestra oferta de integración de AUREA Tech a nuestro portafolio. De no hacerlo, nos veremos obligados a tomar medidas más agresivas en el mercado, lo que podría afectar seriamente la estabilidad de su compañía.

Estamos dispuestos a reunirnos con usted en los próximos días para dar inicio al proceso de negociación.

Atentamente,

Departamento Legal

VALCORP Holdings

El café me tembló en las manos, casi derramándose sobre el teclado.

—Maldito seas, Sebastián —susurré, con los dientes apretados.

Como si no fuera suficiente con envenenar la mente de Valentina, ahora iba a arrancarme lo único que había logrado construir de cero.

Tomé aire, obligándome a no llorar. Si él quería guerra, la iba a tener.

Pero no contaba con algo: yo había aprendido a sobrevivir sin el, sin su dinero, sin sus contactos.

Y ahora, estaba dispuesta a todo para proteger a mi hija… y a AUREA.

El ajedrez de Sebastián

...🔵🔵🔵...

...CAPÍTULO 3...

SEBASTIÁN

La sala de juntas de VALCORP tenía todo lo que mi vida no: orden, control y silencio.

Los inversionistas hablaban entre ellos con su voz engolada y arrogante, como si cada palabra fuera una sentencia bíblica. Yo los escuchaba con paciencia, sin perder la sonrisa de tiburón que me caracterizaba.

—La adquisición de AUREA Tech no puede retrasarse —dijo uno de ellos, un tipo calvo con más dólares que escrúpulos—. Ese algoritmo de seguridad femenina vale millones. Millones que otros fondos ya están olfateando.

Asentí.

—Lo sé. Y será nuestra.

Lo dije como si fuera fácil, como si no supiera que detrás de esa empresa estaba ella.

Gabriela.

La mujer que durante seis años había sido mi esposa. La madre de mi hija. Y el dolor de cabeza más persistente de mi vida.

No podía permitir que mis socios notaran la grieta en mi voz. Para ellos, Gabriela no era más que un obstáculo. Para mí… bueno, para mí era otra cosa.

Un inversionista me interrumpió los pensamientos:

—¿Problemas personales con la dueña?

Me reí con frialdad.

—Ninguno que no pueda manejar.

Mentira. La verdad es que Gabriela siempre había sido la única que sabía cómo desarmar mis argumentos en segundos, sin necesidad de gritar. Y por eso, ahora, este “juego de adquisiciones” no era solo negocio.

Era personal.

Cuando la reunión terminó, me quedé solo, mirando la ciudad desde el ventanal del piso treinta y cinco. La ciudad bullía bajo mis pies, y yo sentía que todo estaba bajo control.

Hasta que mi celular vibró. Era un mensaje de Valentina.

— Papá, no vuelvo a quedarme en tu casa si esa mujer sigue allí. Estoy enojada contigo.

Me quedé inmóvil, con el teléfono en la mano.

Natalia. Otra grieta en mi orden perfecto.

Solté una maldición en voz baja. Porque por más que quisiera separar los negocios de mi vida personal, las dos cosas estaban empezando a chocar como trenes sin freno.

Y Gabriela…

Gabriela estaba justo en el centro del impacto.

...🔵...

Llegué a casa y lo primero que encontré fue a Natalia, en shorts diminutos y una camiseta que, honestamente, era más tela simbólica que prenda. Estaba dándole órdenes al decorador como si esta fuera su casa de toda la vida.

—El cuadro va a la derecha, no, más arriba… ¡Por Dios, un poco de gusto estético! —reclamaba, con ese tonito que mezclaba niña rica malcriada y reina de belleza frustrada.

Apoyé el maletín sobre la mesa y la observé unos segundos en silencio. A cualquiera le parecería ardiente, una diosa de portada de revista. A mí también me lo pareció… hasta que abrió la boca.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté al fin, con la ceja arqueada.

Natalia giró sobre sus talones con una sonrisa triunfal.

—Amor, estoy organizando la sala. Es muy rara, demasiado “alternativa”. Tu hija no tiene buen ojo para la decoración, y pensé que debíamos darle un toque más… acogedor.

Ahí estaba. El detonante.

Caminé hacia ella despacio.

—¿Te atreviste a decirle eso a Valentina?

La sonrisa de Natalia vaciló un segundo, pero se recompuso enseguida.

—No fue nada grave, cariño. Solo le comenté que tiene gustos corrientes y que esa colección de vinilos que tiene es bastante… infantil. Y que debería pensar en algo más… maduro.

Me reí. Un sonido bajo, sarcástico, de esos que en mi mundo significaban “prepárate”.

—Valentina tiene quince años, Natalia. No treinta. Está en su derecho de ser una mocosa caprichosa.

Ella se cruzó de brazos, ofendida.

—¿Me vas a decir que tengo que aguantar sus berrinches? Porque, sinceramente, tu hija busca atención.

—No —le interrumpí, ya sin rastro de sonrisa—. Lo que tienes que aguantar es la realidad: Valentina es mi hija. No es tu amiga, no es tu proyecto de decoración, y mucho menos tu competencia.

Natalia abrió la boca, pero alcé un dedo, cortándola como una tijera.

—Te lo advierto solo una vez: si la vuelves a molestar, se acabó.

Su rostro se endureció, esa máscara de “yo soy la mejor opción” resquebrajándose por primera vez desde que la conocía.

—¿Estás defendiendo a Gabriela a través de ella? —escupió, como si el nombre de mi ex le quemara la lengua.

¿En serio sacó esa conclusión?

Me acerqué lo suficiente para que entendiera el mensaje.

—Estoy defendiendo a mi hija. Y eso, Natalia… está por encima de cualquier contrato, cualquier fusión y cualquier cama.

La tensión se podía cortar con un cuchillo. Ella me fulminaba con la mirada, pero yo ya estaba cansado de ese juego.

—Ahora, si quieres redecorar, empieza por tu estudio—añadí con descaro—. Que ahí sí tienes poder de decisión.

Dejé la sala sin esperar respuesta. Porque, en el fondo, sabía que había encendido una mecha y que Natalia… no era de las que se quedaban tranquilas después de una advertencia.

Subí las escaleras de dos en dos, necesitando poner distancia entre Natalia y mi paciencia. Cerré la puerta del estudio y solté un suspiro.

¿Que por qué estoy con Natalia?

Fácil.

Primero, porque me atrae. Sí, lo admito: es explosiva, ardiente, y su sonrisa de niña rica aburrida siempre viene acompañada de un vestido ajustado que cuesta más que el sueldo mensual de un gerente promedio.

No soy de piedra.

Segundo, porque me conviene. Natalia es la hija de Roberto Giraldo, uno de los tiburones más viejos y astutos del país. Su empresa y la mía, juntas, serían un monstruo indestructible y yo no desperdicio oportunidades como esas.

Y tercero… porque me recuerda lo que no debo repetir.

Gabriela.

Gabriela fue algo real. El único incendio que me obligó a casarme siendo un joven y que terminó devorando todo en seis años. Amarla fue inevitable y perderla, también. Así que Natalia es mi recordatorio constante de que, en este punto de mi vida, el amor no paga facturas.

Los negocios sí.

El problema… es que entre el deseo y la conveniencia, Natalia cree que puede opinar sobre Valentina y ahí es, cuando no me gusta.

Valentina es mi línea roja.

Mi punto débil, sí… pero también mi mayor fuerza.

Y que quede claro: nadie —ni siquiera Natalia— se mete con mi familia.

Me serví un Bourbon, dejé que la quemazón me recordara que sigo vivo, y sonreí con ironía.

Gabriela piensa que soy un desgraciado sin remedio.

Quizás lo soy. Pero mientras ella juega a ser heroína con su empresa, yo estoy preparando la partida real.

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play