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Alianza Con El Mafioso

Capítulo N°1

Era un viernes por la tarde, todos los empleados de la compañía  O'Connor Technology se habían marchado a la hora habitual, salvo por una persona, Loreta Rosietti que aún permanecía en la oficina de su jefe tomando los apuntes para las citas de la próxima semana. Ella era la secretaria privada del presidente de la compañía, el señor  Lewis O'Connor, un hombre de casi sesenta años, robusto, malhumorado que creía que la vida de su secretaria le pertenecía y que podía disponer de sus horarios a su antojo.

— Loreta por favor, recuerda programar otra vez la cita con el señor Harris, ese hombre es un fastidio pero un excelente proveedor  y tiene los mejores chips del mercado —ordenó, mientras se reclinaba en su asiento y fumaba su puro.

— Muy bien, señor el lunes temprano llamaré al proveedor—respondió aguantando las ganas de vomitar, el humo en la oficina casi no le permitía respirar y se estaba mareando.

— Eso sería todo, creo que por hoy es suficiente.

— De acuerdo —dijo y cerró su agenda.

— Puedes retirarte, nos vemos el lunes —comentó apagando el cigarro en el cenicero.

— Gracias.

Loreta estaba a punto de ponerse de pie para salir de la oficina cuando la puerta del despacho se abrió de golpe y un hombre que inspiraba miedo entró sin previo aviso, sin siquiera anunciarse y el rostro del ceo palideció era como si hubiera visto un fantasma o peor a su peor pesadilla. Así que Loreta se dirigió a la puerta e hizo su trabajo.

— ¡Señor, no puede ingresar así! Dígame que necesita y le programaré una cita para el lunes a primera  hora —ofreció, pero ese hombre simplemente la ignoró por completo, ni siquiera se dignó a mirarla

— Loreta, no es necesario, yo atenderé a este hombre ahora mismo— dijo y simplemente le hizo señas a la joven para que se retire, entonces pronunció —Espera en tu escritorio, quizás necesite de tus servicios.

Ella asintió.

— Llama a Thomas y George, diles que suban.

— Muy bien señor—contestó, mirando cómo ese hombre solo se cruzaba de brazos sin decir ni una palabra.

Algo no estaba bien, su jefe nunca llamaba a sus hombres de confianza a una reunión así que ella corrió por el pasillo y al llegar frente a su escritorio de inmediato marcó el número de George.

— Loreta, ¿Qué sucede? —preguntó George de manera inmediata.

— ¡Suban!—contestó la secretaria sin poder controlar su voz.

Habían pasado dos horas desde esa interrupción y la secretaria permanecía impaciente en su escritorio esperando que el señor O'Connor le otorgue el permiso para poder abandonar el lugar y llegar temprano a su hogar; Sin embargo los minutos pasaban y sabía que sus ilusiones eran infundadas y que seguramente la reunión se extendería hasta altas horas de la noche, ya que se llevó a cabo de improvisto y las discusiones en voz alta no mermaban.

Loreta reviso una vez más el teléfono, tenía varios mensajes de su niñera, donde le exigía el doble de paga por las horas extra que estaba realizando por cuidar a la pequeña Lucía, entonces con pesar respondió

— Lo siento, intentaré llegar cuanto antes, pero por favor no te vayas, te necesito solo una hora más —suplicó resignada observando la pantalla en espera de una respuesta, hasta que por fin  el celular se iluminó nuevamente y en él apareció solo una palabra que fue más que suficiente para regresarle el alma al cuerpo…

— Ok.

—Gracias, te juro que te lo recompensaré…—contestó pero simplemente la pantalla se apagó sin recibir una contestación.

Loreta suspiro aliviada, al menos su niñera no abandonaría a Lucia, sin embargo ahora si o si debía volver a casa. Con pesar, casi por inercia, se levantó de su silla y se dirigió a la puerta de la sala de juntas, estaba a punto de interrumpir la reunión cuando él gritó enfurecido de su jefe la detuvo.

— ¡No, solo en tus malditos sueños les entregaré mi empresa a ese miserable, y dile que antes deberán pasar sobre mi cadáver!

— ¡Puede que eso sea fácil de resolver, así que mejor firme los documentos antes de que sea demasiado tarde y mi jefe no se muestre tan generoso!—contestó.

—¡No lo haré, jamás le entregaré mi imperio a ese mocoso! —gritó con firmeza Lewis.

—Bueno, usted se lo busco —respondió de nuevo ese hombre misterioso que ni siquiera se anunció al llegar.

Loreta sintió verdadero temor.  La voz rasposa y gélida de ese hombre resultaba tan amenazadora que por instinto la joven retrocedió. No era momento de interrumpir, ni mucho menos asomar su cara en ese lugar. Su cuerpo se estremeció, tenía un mal presentimiento , esa no era una discusión normal, no discutían por la venta de ningún dispositivo tecnológico y por el rumbo que estaba tomando la reunión sospechaba que algo grave iba a ocurrir muy pronto. Pensativa volvió a su asiento, no podía parar de temblar, todas sus alarmas estaban alertas aunque debía obedecer, ya no deseaba seguir en la oficina.

Ya era casi medianoche, estaba exhausta, tenía sueño y necesitaba con urgencia tomar algo para despabilarse y dejar de pensar en esa discusión que sin intenciones de ser indiscreta escuchó. Sentada en su escritorio miró su celular nuevamente, solo habían transcurrido quince minutos desde que su niñera le respondió la última vez y al parecer estaba  muy molesta. Necesitaba volver a su casa cuanto antes, la niña estaba inquieta. Lentamente se incorporó y se dirigió a la cocina y al ingresar una sonrisa iluminó su rostro al sentir el delicioso aroma del café recién preparado que humeaba en la cafetera. Siguiendo su ritual habitual buscó su taza personal, se sirvió de la bebida y con mesura le colocó dos cucharaditas pequeñas de azúcar a la taza,  luego se sentó sobre la mesada meciendo sus pies.

Ella amaba el café de la oficina, ya que era una marca especial que traían exclusivamente para su jefe  unos proveedores de Colombia, por tal motivo no perdía la oportunidad de saborear esa delicia y disfrutar de su aroma, su sabor, su textura, solo por beber esa bebida valía la pena soportar el malhumor de Lewis O'Connor y hasta sus coqueteos de vez en cuando.

Estaba inmersa en sus pensamientos, ajena a todo lo demás. Ese era su momento especial en el día, donde podía deleitarse con un buen café, cerrar sus ojos y olvidarse de todas sus cuentas, sus responsabilidades y simplemente disfrutar ese pequeño instante con alegría.

—  ¡¿No sabes cuanto te extraño los fines de semana?!—dijo abriendo sus ojos y mirando fijamente el líquido oscuro que se movía dentro de la taza en forma de remolino —. ¡Te amo, eres el amor de mi vida! —comentó y sin más comenzó a reír, aunque en realidad eran los nervios lo que la hacían actuar con incoherencia y ser bromista.

Cualquiera que la oyera creería que le estaba confesando su amor a un hombre, sin embargo, la realidad era otra. Ella había perdido toda esperanza de volver a enamorarse y últimamente su café era mucho más importante que cualquier persona de sexo masculino. En él se refugiaba en noches fría, ya que era lo suficientemente caliente para incendiar todo su cuerpo por dentro con tan solo un pequeño sorbo; era acogedor, mucho mejor que los brazos del  patán con el que ella se había involucrado en el pasado y sobre todo paciente, siempre estaba esperando por ella al finalizar la jornada para que sus labios se deleiten con su sabor.

Ella reía como tonta por ser tan romántica y ocurrente, hasta que los recuerdos se agolparon como siempre en su mente y la melancolía la abrazo a tal punto que le cortaba la respiración, haciendo estragos en su maltrecho corazón. Sus ojos se cristalizaron, el café había perdido su encanto y la tristeza la embargo como cada viernes que recordaba la última noche que estuvieron juntos y mirando a la nada se recrimino una vez más.

—¡Basta, ya debes olvidar a  ese idiota! —suspiró y bebió un sorbo, sin embargo ahora la bebida estaba tan amarga, sin vida, e insípida como ella —. Loreta Rosietti, deja de pensar en el pasado y concéntrate en el futuro —se aconsejo como siempre.

Aferrándose con fuerza en la cálida vasija pensó, si tan solo su amor hubiera sido correspondido, si tan solo la hubiera valorado, sin tan solo no la hubiera engañado diciendo palabras tan lindas, promesas de amor inconclusas y vacías, hoy tendría confianza en los hombres, pero no, su vida o el destino le puso en el camino a alguien cruel y despiadado que solo jugo con sus sentimientos, la uso a más no poder para luego desaparecer de su vida por completo sin darle alguna señal de que estaba a punto de ser abandonada unos días antes de su boda. Devastada por sentirse tan miserable miró su mano izquierda, aquella donde aún reposaba el anillo de compromiso y que con el tiempo fue el símbolo perfecto para recordar que no volvería a caer bajo los encantos de ningún hombre y no se entregaría en cuerpo y alma. Ella ahora era más madura, más sabia y sobre todo ya no era esa ingenua que se dejaba convencer fácilmente con palabras tiernas dichas en la cama por el calor del momento.

Loreta jugaba con la sortija, cuando unos gritos en el pasillo llamaron su atención, entonces dejó la taza sobre la mesada y se acercó a la puerta, con cuidado y sin hacer ruido la abrió unos centímetros, lo suficiente como para observar y no ser descubierta, ya que espiar estaba muy mal visto por parte de su jefe, que le exigía discreción absoluta y  siempre le recordaba que nada de lo que viera dentro del piso de presidencia podía salir de su boca o la despediría de forma inmediata.

—¿Qué sucede?—musitó entre dientes al ver que los gritos se elevaron de tono y su jefe insultaba a más no poder — Algo no está bien—dijo e intentó apartarse de la puerta pero la curiosidad fue mayor, sin imaginar que a partir de ese momento su vida cambiaría para siempre.

Capítulo N°2

Loreta seguía aferrada al picaporte, deseaba cerrar la puerta y refugiarse en la cocina, sin embargo una fuerza superior la mantenía en ese lugar siendo testigo de todo. Los gritos continuaron por varios minutos hasta que al fin cesaron y solo se escuchó la risa de su jefe retumbando en la oficina, de repente dejó de reír y dijo con seriedad.

—¡Vete, vete como la rata que eres y dile a tu jefe que no vuelva a insistir con lo mismo!

—¡Te arrepentirás de todo esto! ¡Has cavado tu propia tumba y lo sabes! —amenazó el hombre misterioso, levantando la voz, haciendo que retumbe las palabras en toda la sala.

—¡No me amenaces, no sabes con quien te mentiste, tu jefe es solo un insecto comparado conmigo! —respondió a viva voz el ceo.

— ¡Bueno, ese insecto te tiene preparada una sorpresa y espero que la disfrutes! —comentó con orgullo y sintiéndose victorioso.

—¡Largo, ya perdí mucho tiempo escuchando tus tonterías! —ordenó Lewis.

En ese instante la puerta de cristal de la sala de juntas se abrió de par en par y azotando una de las hojas, haciendo temblar el vidrio templado, el hombre de tapado gris, lentes oscuros que había llegado sin cita previa salió del lugar. Con una media sonrisa sarcástica en su rostro se detuvo en el pasillo y girando sobre sus talones fingió sostener un arma en su mano y apuntó hacia la oficina.

— ¡Hoy te mueres, viejo decrépito! —susurró.

Estaba a punto de alejarse cuando se percató que la secretaria no estaba en su escritorio, cerrando sus puños con fuerzas, maldijo en otro idioma, esa mujer era una amenaza, había visto su rostro y lo mejor era que sus hombres también acaben con ella. Con pasos firmes se dirigió al ascensor, casi que al mismo tiempo que de este salían dos hombres vestidos de negro, en sus cabezas llevaban pasamontañas para proteger sus identidades y al pasar cerca del hombre misterioso inclinaron un poco sus cabezas en forma de reverencia mostrando respeto. Una vez que el supuesto ceo ingresó al habitáculo de metal y descendió por el mismo, los hombres abrieron sus tapados y dejaron a la vista dos armas de gran porte.

Loreta estaba hipnotizada, inmóvil, su retina no se apartaba de esos dos hombres, entonces como si fuera una máquina sin emociones prestó atención a cada detalle. El andar de ambos era seguro, preciso y hasta parecían militares por su forma de marchar al unísono. Mirando para todos lados y apuntando sus armas se dirigieron al despacho de su jefe interrumpiendo de forma abrupta la conversación que Lewis mantenía con su mano derecha y su jefe de seguridad.

Por instinto Loreta cerró nuevamente la puerta casi al mismo tiempo que en todo el lugar, se sintió una balacera, de manera automática cubrió sus orejas con ambas manos para proteger sus oídos. Con desesperación observó la acogedora cocina, en busca de un escondite, sabía que si esos hombres la veían no dudaría en terminar con su insignificante vida. De repente se dio cuenta que  solo había un lugar en donde esconderse y sin pensar abrió el compartimento donde por lo general dejaban la basura de todo el piso, hasta que el sábado a la mañana pasaba a recogerla la empresa recolectora de residuos. En el pequeño compartimiento solo había una bolsa, ella se metió en el clóset implorando que nadie se le ocurriera revisar, estaba incómoda, le costaba respirar, así que abrió nuevamente la puerta sacó la bolsa y la dejó lo más cerca posible de la puerta. Por la ranura observaba el exterior de la cocina  y tratando de no hacer ningún ruido permaneció inmóvil implorando a todos los dioses protección.

Unos minutos más tarde la puerta de la cocina se abrió de golpe y ella contuvo el aliento al ver que uno de los hombres se acercaba a la taza, miraba la marca de su lápiz labial  y con una media sonrisa pronunció.

— El café sigue caliente, revisemos todo el lugar, no puede haber testigos o el jefe nos matará —dijo tirando el contenido de la taza a la bacha—. Hay una señorita escondida en este lugar y será muy divertido jugar con ella antes de acabar con su asquerosa vida.

— Entendido, pero creo que sí alguien vio o escuchó algo, ya debe estar muy lejos de aquí, solo un tonto se quedaría en la escena de un crimen —opinó el hombre más pequeño, restando importancia al asunto.

El hombre más robusto y serio que parecía tener el mando de la situación acortó la distancia que los separaba y tomando el cuello de su acompañante le gritó.

—¡El jefe fue bastante claro en ordenar que no dejáramos clavos sueltos y creo que aquí falta una pieza importante! —dijo de repente y señalando el escritorio de Loreta, entonces aclaró—. ¡Falta la secretaría de ese infeliz y seguramente vio a Igor, así que será mejor que busques algo, cualquier cosa que nos diga quién es esa mujer o donde vive! —ordenó.

— Está bien, pero suéltame de una vez por todas, me estás ahorcando.

El hombre soltó a su compañero y ambos salieron de la cocina, con movimientos torpes comenzaron a revolver todo a su paso, destruyendo las pocas pertenencias que tenía la joven secretaria sobre la mesa. De repente la sirenas de la policía alertaron a los delincuentes y uno de ellos dijo

—¡Lo mejor es que le omitamos el detalle de la secretaria al jefe y salgamos de aquí! —sugirió uno de los malhechores.

— Muy bien, salgamos de aquí después de todo, ya realizamos nuestro trabajo. Ese maldito y sus hombres murieron como gusanos aplastados por mi arma —comentó el líder del equipo.

— La policía se acerca. Vamos antes que nos encuentren — sugirió el más pequeño con nerviosismo, pero entonces al mirar debajo del escritorio sonrió ampliamente, dio unos pasos y se inclinó un poco para tomar el bolso de la secretaria entre sus manos y pronunciar con satisfacción—. ¡Mira tengo su cartera, seguramente habrá una pista!

— ¡Muy bien enano, ahora sí larguémonos de aquí!

Ambos hombres salieron del edificio por la puerta de servicio para evitar las cámaras de seguridad, entonces se subieron a su automóvil y se alejaron a toda prisa para evitar a la policía que estaba a solo una cuadra de la compañía.

Loreta continuaba encerrada en la oscuridad del gabinete, con temor a salir y ser descubierta por esos malvivientes, sin embargo el silencio era tal a su alrededor que casi podía oír el palpitar de su agitado corazón retumbar en el pequeño compartimiento. Llenándose de valor tomó el picaporte y con manos temblorosas giro de él, abriendo con sigilo la puerta del compartimiento, la luz de la cocina encandiló sus ojos y la hizo parpadear insistentemente hasta que al fin se acostumbraron a la claridad. La puerta estaba abierta, y desde ahí podía ver que en la sala de juntas predominaba el silencio y una luz titilaba hasta que finalmente se apagó por completo entonces susurro..

— ¡Tú puedes Loreta, tú puedes, debes ver si alguien sobrevivió!—se animó, dándose el valor necesario para avanzar.

Parada en medio del pasillo, mientras se abrazaba a sí misma intentando calmar sus nervios y exhalando  todo el aire de sus pulmones que había reprimido por varios minutos haciendo que su pecho duela. La secretaria se obligó a arrastrar sus pies hasta el despacho e ingresar a la sala, donde solo unos minutos atrás se llevaba a cabo la reunión con ese hombre misterioso que le infunde pavor.

Capítulo N°3

La puerta estaba abierta de par en par, dentro del gran salón solo un foco permanecía encendido; en el ambiente el olor a pólvora se mezclaba con el humo del habano que estaba fumando su jefe antes de la interrupción y ahora permanencia sobre la mesa consumiéndose, el aroma desagradable inundó las fosas nasales de la joven, a tal punto que no pudo evitar toser y sentir nauseas. El silencio era tal que ella podía escuchar cada paso que daba sobre la alfombra mullida. Tragando saliva para aclarar su garganta que ahora estaba seca y rasposa se acercó a la mesa temiendo lo peor y no se equivocó.

En el lugar había tres personas en total, dos de ellas eran personas de confianza del señor O’Connor y estaban sentadas de espaldas a la puerta, lo que fue un blanco fácil para los sicarios, que simplemente acabaron con sus vidas en un instante. Los cuerpos de George y Thomas estaban apoyados sobre  el cristal y de sus cabezas la sangre fluía formando un gran charco. Loreta llevó sus manos hasta su rostro y se cubrió la boca, era obvio que los habían tomado por sorpresa y disparado a sangre fría sin darles tiempo a reaccionar.

Sus ojos desorbitados por la impresión buscaban con desesperación al presidente de la compañía, que debía estar ubicado en la cabecera, sin embargo no estaba. Caminó unos pasos conteniendo el aliento hasta que finalmente vio que el sillón presidencial estaba tirado en el piso y detrás de él estaba su jefe empapado en su propia sangre, convulsionando y tratando de alcanzar su celular. Ella se acercó de prisa al ver que continuaba con vida y que haciendo un esfuerzo sobrehumano la llamaba casi susurrando, casi en un murmullo apenas audible. Desesperada se puso de rodillas a su lado, lo giró con cuidado y dijo al ver la gravedad de sus heridas.

— ¡Señor, tranquilo todo va a estar bien, la ayuda viene en camino! —lo acomodo sobre su falda para evitar que se ahogue con su propia sangre.

— Mi… hijo…—murmuró casi sin aliento y escupiendo para poder hablar.

— ¿Qué dice?—preguntó sin entender.

— Busca a mi hijo —repitió con dificultad y casi sin aliento.

Loreta observaba con detenimiento a su jefe, de su boca salía un hilo de sangre, sus ojos perdían la delicadeza de su color celeste y  comenzaban a oscurecer, en contraste de su piel que cada vez estaba más pálida y gélida.

— Señor, usted no tiene hijos, está delirando —habló Loreta sintiendo pena por ese hombre.

— No tengo tiempo para explicarte, llama a mi hijo.

— No hable, debe descansar —ordenó la secretaria mirando la escena aterrada e intentando en vano ayudar al ceo presionando la herida del abdomen.

— Busca mi celular y llama a… Dimitrio Moretti.

— Señor…

— Loreta, escucha y deja de hablar, no tengo más tiempo, no voy a sobrevivir —la silencio y ella dejó de protestar y asintió con un movimiento de cabeza —. Esos hombres son peligrosos e Igor, no es tonto, él te vio al llegar y si sabe que estás viva, no dudará en matarte.

— ¡¿Qué?!

— Estás en peligro pero no temas, Dimitrio sabrá qué hacer y te protegerá —murmuró casi sin aliento, y haciendo un último esfuerzo se quitó su anillo que contenía un sello especial —. Busca a mi hijo y entrégale mi sortija, este es el símbolo de la familia.

— ¡Señor, no sé de qué habla!—comentó aterrada.

—Escucha, presta atención, esta sortija es importante —dijo y se ahogó en su propia saliva lo que le provocó una tos incesante pero continuó—. No permitas que nadie más la vea, solo mi hijo puede poseerla, sólo a él se la debes mostrar  ¿Entiendes?

— Entiendo —respondió limpiando las lágrimas de su rostro y manchando su rostro.

— Entrégasela y él tendrá el respaldo de todo mi clan —dijo con dificultad y tosiendo sangre —. Ahora dame mi teléfono —ordenó y ella obedeció—. Acerca el celular a mi rostro y pon mi dedo pulgar izquierdo en la pantalla —el dispositivo se desbloqueó inmediatamente permitiendo el acceso a todos los archivos y contactos —. Busca el número de Dimitrio, está agendado como Dragón Blanco,  dile que el Dragón Negro murió, con eso será suficiente.

— Señor, no entiendo nada —confesó aterrada.

— Solo sigue mis instrucciones, agenda su número, llámalo y no le digas a nadie de su existencia —acariciando el rostro de la joven suspiro—. Confío en ti, no me falles —dijo por última vez antes de dejar de respirar.

—¡Señor, señor !—gritó Loreta moviendo el cuerpo inerte de su jefe, que la veía sin expresión alguna y con una oscuridad extrema en su mirada reflejo de su alma pérdida.

Habían transcurrido unos minutos, ella no sabia que hacer, no podía dejar a su jefe y salir de la oficina así como si nada, debía calmarse y seguir sus instrucciones así que recordando que aún tenía su celular con ella, agendo el número de Dragón Blanco entre sus contactos y luego dejó escapar un llanto desgarrador y se aferró con fuerzas a su jefe, liberando la tensión de lo vivido.

Loreta lloraba desconsoladamente, sus sentimientos estaban revolucionando, un poco por el shock del momento y otro poco por la impresión de ver morir a alguien entre sus brazos y no poder hacer nada para ayudarlo, ni siquiera entendía porque alguien había acabado así con la vida de tres personas, era mucho por procesar y su cabeza estaba por explotar. Su jefe no tenía enemigos, era una buena persona, no tenía hijos o al menos eso creía hasta ahora y amaba con devoción a su esposa y aunque a veces cuando tomaba alguna copa de más le gustaba nalguear el trasero de la joven o hacerle bromas, jamás se propaso de más y solo por eso aguantaba sus toqueteos de vez en cuando. Entonces golpeó su pecho intentando en vano hacerlo reaccionar.

— ¡Señor, despierte, no se puede morir! —gritó con desesperación mientras se arrodillaba a su lado y comenzaba a realizar la maniobra de RCP —. Usted es fuerte, resista, la ayuda ya  viene en camino —pedía sabiendo que era sabiendo que era demasiado tarde, luego de unos minutos se dio por vencida y se dejó caer abrazada sobre el hombre.

Ella continuaba en la oficina aferrada al cuerpo del presidente de la compañía que con el pasar de los minutos iba perdiendo temperatura y movilidad, quedando rígido entre sus brazos.

El sonido del ascenso abriendo sus puerta alertó a la secretaría haciendo que levantara la vista e intentará buscar un escondite, pero en esa sala no había ni un solo armario. Aterrada y pensando que había llegado su fin se recostó sobre el cuerpo de Lewis y sintió que su alma la abandonaba, seguramente esos hombres volvieron por ella y el terror se vio reflejado en su rostro.

Los pasos firmes de las botas de los agentes  y sus voces invadieron el pasillo, Loreta cerró sus ojos esperando lo peor, pero entonces suspiró aliviada cuando el oficial al mando gritó que eran agentes de la policía y que debían permanecer todos con las manos levantadas y en sus lugares. Con pesar, levantó su mirada hacia la entrada que permanecía abierta de par en par y sin dejar de llorar espero a que entraran los agentes.

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