Prólogo
A veces las cosas terminan así.
Y por más que intentemos juntar los pedazos,
jamás vuelve a ser una pieza completa.
La verdad… ya ni me importa.
A veces el amor se va sin cerrar la puerta.
Y una se queda ahí, sentada, con cara de boluda,
esperando volver a sentir lo que ya no está.
Pero no.
No vuelve.
Y una aprende —con los ojos hinchados y el orgullo hecho pelota—
que el pasado, ahí queda.
Y que lo único que queda por hacer…
es aceptar lo que se fue y no va a volver a ser.
Esta es la historia de cómo me equivoqué muchas veces.
Y de cómo, entre error y error,
me fui encontrando.
O algo así.
Capítulo 1 :“Te odio”
El teléfono de Alison vibró sobre la mesa. La pantalla se iluminó con un mensaje que le detuvo el corazón por un instante:
“Te extraño.”
No tuvo tiempo de procesarlo cuando otro llegó, directo al pecho:
“¿Sabés por qué no voy a seguir insistiendo? Porque no tenés la menor intención de dejar a tu marido. Sé que tenés miedo, como decís, pero ya no voy a insistir más. Si realmente hubieras querido, ya le habrías hablado. Lo peor es que me ilusionás. Igual, me di cuenta de que ya no sos la misma. Besos. Voy a cambiar el número, así no te molesto más. Cuidate mucho.”
Alison sintió un nudo en la garganta. La rabia y el dolor se mezclaban, ardiéndole en los ojos. Apenas intentaba comprender lo que estaba leyendo, cuando apareció otro:
“TE ODIO.”
Así, en mayúsculas.
“Ojalá nunca te hubiera conocido. Te odio. En realidad, me odio a mí por creerte. Sos una manipuladora.”
Ya no pudo contenerse. Con el pulso tembloroso, los dedos volaron sobre el teclado, apretando cada letra con furia:
—La verdad, me cansé. ¿Cuánto más tengo que aguantar? No quiero seguir en tu juego perverso. Que seas feliz y encuentres a alguien que pueda satisfacer tus necesidades, porque evidentemente yo no soy esa persona. No tengo que dejarme pisotear por nadie. Pensá lo que quieras. ¿Querés creer que soy una manipuladora? Perfecto, lo soy. Pero recordá quién insistió en que fuéramos novios: vos. El que quería vivir conmigo y después se echó atrás: vos. Pero claro, la mala siempre soy yo. Si poner límites me convierte en una manipuladora, entonces acepto ese rol. Chau. Que tengas una buena vida.
Se quedó mirando la pantalla, el pecho agitado, como si acabara de correr una maratón. A pesar del dolor, algo dentro suyo se sentía… liberado.
Cinco minutos después, el celular volvió a vibrar.
“Besos. Cuidate. Una lástima que todo termine así. No te voy a volver a molestar.”
Y luego, otro:
“¿Te acordás de aquella tarde en la plaza? Estábamos tirados en el pasto. Hoy entiendo cuando me decías que te daba miedo que todo terminara mal. Tenías miedo de no volver a ver ni hablar con alguien que te importaba tanto.”
Alison se dejó caer al suelo del departamento. Cerró los ojos y, por un instante, dejó que los recuerdos la invadieran: el sol tibio, la risa compartida, la mano apretando la suya.
—Sí… ese era mi miedo —susurró, con los dedos temblorosos—. Pero las cosas no cambian. Me decís que me odiás, que soy manipuladora. Pero más manipulador que vos, no creo.
La respuesta llegó rápido:
“Te pido mil disculpas. Sé que eso no cambia nada. Voy a cambiar el número, así no te molesto más. Voy a tratar de olvidarte, que es lo más difícil. Ya te lo dije: soy una mierda de persona.”
Alison suspiró largo. Las palabras la atravesaban como agujas, pero trató de mantenerse firme.
—No sos una mierda. Sos impulsivo. No medís lo que decís. A veces, cuando estamos enojados, decimos verdades que duelen. Si sentís que me odiás porque te lastimé, entonces lo mejor es alejarnos, para no seguir hiriéndonos.
“No te odio” —respondió él enseguida— “pero saber que no voy a poder hablarte más, ni verte, me parte al medio. Sabés que te amo un montón. Sos mi debilidad.”
Ella se quedó en silencio unos segundos, conmovida por esa frase que tanto había deseado escuchar… pero en otro momento.
—Sos muy importante para mí, muy especial. Pero no podemos seguir así. No está bien seguir lastimándonos.
“Te quiero demasiado y me volvés loco” —dijo él— “pero voy a respetar tu decisión. No puedo obligarte a que me ames. Esto va a doler mucho. Te deseo lo mejor. Te quiero.”
Esa noche, Alison se durmió llorando. El insomnio la acorraló hasta que el llanto la dejó sin fuerzas.
A la mañana siguiente, vio un último mensaje que había llegado en la madrugada:
“Lo único que puedo decirte es que te quiero. Sos alguien tan difícil de olvidar. Solo recuerdo tomar tu mano y caminar. Mirar a mi izquierda y verte ahí, apretando mi mano solo para hacerme saber que estabas conmigo. Una y mil veces vi en tus ojos tanto… pero tan poco al mismo tiempo, que no supe cómo leerlos a tiempo. No sé si vas a leer esto, quizás ya estés en otros brazos. O quizás yo, por despecho, esté con alguien más. Pero ninguno de los dos está donde realmente pertenece. Solo quiero… solo quiero que me ames una vez más.”
Alison se quedó mirando el mensaje durante un largo rato, con los ojos hinchados y el alma hecha trizas. Con un impulso, marcó su número.
Esperó.
Nada.
Lo intentó otra vez.
Silencio.
Tal vez la había bloqueado.
Tal vez, como dijo, ya había cambiado su número.
Lo había perdido para siempre.
Así terminan las historias que nunca empiezan bien.
¿Cómo llegué a esto?…
Les comenzare a contar desde el principio.
Capítulo 2 - Abril
El sonido del hervidor burbujeando se mezclaba con el leve crujido del pan en la tostadora. Una mañana de abril cualquiera, pensó Alison, mientras untaba manteca sobre una tostada. Todo parecía calmo, como si la rutina pudiera protegerla de lo que dolía.
Pero en cuestión de segundos, una voz del pasado rompería ese frágil equilibrio.
El teléfono vibró. Número desconocido. Dudó un instante. Pensó en no contestar. Pero algo —una corazonada, quizás— la hizo deslizar el dedo sobre la pantalla.
—¿Alison? —preguntó una voz insegura—. Soy Rocío…
El mundo se detuvo por un instante. Su mente voló atrás en el tiempo: los pasillos del colegio, el perfume de los uniformes recién planchados, el sonido de las risas contenidas en clase. Ese vínculo que había sido tan fuerte como breve.
—Hola, Alison. ¿Cómo estás? —preguntó Rocío del otro lado—. Te quería hacer una consulta: ¿estás trabajando?
—No, en este momento no —respondió Alison—. Estoy haciendo algunas cosas personales.
—Bueno, ¿sabés qué? Acá donde estoy trabajando quedó un puesto libre, y te recomendé. Andá urgente a esta dirección: calle XXX 1234. Te toman seguro.
Alison no tuvo tiempo ni de terminar su desayuno. Se metió a la ducha, se cambió rápido y salió apurada, con la esperanza de no llegar demasiado tarde.
Al llegar, Rocío la esperaba en la puerta con una sonrisa.
—¡Vení, vení! Te presento al jefe de área —dijo con entusiasmo.
Alison la siguió con cierta curiosidad. Se adentraron en una oficina pequeña, al costado del depósito. Un hombre mayor, de rostro serio y porte firme, levantó apenas la vista por encima de sus anteojos.
—Hola, soy Robert —dijo, extendiéndole la mano—. Encargado de Depósito y Mantenimiento en D.G.C. S.A. Bienvenida a bordo, Alison.
—Gracias —respondió ella, estrechando su mano con una sonrisa—. Estoy muy emocionada de estar acá.
Robert se levantó y comenzó a guiarla por el edificio, mostrándole cada sector y presentándola a los empleados que se cruzaban en el camino.
—Como sabés, sos nuestra nueva empleada de limpieza y mantenimiento —explicó mientras caminaban—. Quiero asegurarme de que conozcas bien tus tareas.
Comenzaron por la planta baja, donde se encontraba la recepción.
—Este lugar siempre debe estar impecable. Es la primera impresión que los visitantes tienen de la empresa.
Pasaron luego por una puerta lateral que conducía al sector de Mercado Libre, donde se procesaban pedidos y se atendía al público.
—Este espacio tiene que mantenerse limpio y ordenado. Es fundamental para el ritmo de trabajo del equipo.
Subieron al primer piso, donde estaban las oficinas de ventas.
—Limpiá temprano, antes de que lleguen los vendedores. Y esta sala de reuniones —dijo, señalando una puerta— siempre debe estar perfecta. Acá se hacen encuentros importantes con ejecutivos y clientes.
Finalmente, llegaron al tercer piso, donde estaba el comedor y las oficinas del área de bazar, que manejaba una microempresa de artículos de cocina y decoración.
—Acá tenés que ser muy meticulosa, especialmente con los productos delicados. También está la oficina del CEO, así que no puede fallar nada en este piso.
Alison asentía, memorizando cada indicación.
—¿Entendido, Alison? —preguntó Robert, mirándola fijo.
—Sí, señor Robert. Entendido —respondió con seriedad.
—El dueño de la empresa es muy detallista. Se fija hasta en el polvo de los zócalos. Así que prestá atención. Un descuido puede afectar la imagen de todos.
Ella asintió en silencio, consciente del compromiso que asumía. Robert la llevó luego hasta una puerta casi oculta entre su oficina y la entrada al depósito.
—Acá tenemos el sector de productos tecnológicos —explicó—. Computadoras, parlantes, impresoras. Todo esto se despacha a clientes de todo el país.
—¿Y esa otra puerta? —preguntó Alison, señalando una más pequeña, al fondo.
—R.M.A. —dijo Robert—. Es el área de servicio técnico. Por ahora está cerrada, los chicos están de vacaciones. No vas a tener que entrar, a menos que sea estrictamente necesario.
De regreso en su oficina, Robert le dedicó una sonrisa más amable.
—Creo que vas a hacer un gran trabajo. Si tenés dudas o necesitás ayuda, preguntá sin miedo. ¿Podés empezar mañana?
—¡Ya mismo! —respondió Alison, decidida.
No había traído ropa de trabajo ni estaba preparada, pero su orgullo le impidió rechazar la oportunidad. No quería parecer poco profesional.
Robert soltó una carcajada.
—¡Genial! Entonces seguí a Rocío y comenzá. Recién hicimos remodelaciones, hay polvo y escombros por todos lados. En unos días vuelve el CEO, y todo tiene que estar impecable.
Ese día fue largo. Alison terminó cubierta de polvo, con las manos doloridas y el cuerpo agotado. Pero por dentro, se sentía plena. Había sido útil. Había demostrado su valor.
De regreso en el colectivo, mientras las luces de la ciudad pasaban por la ventana, pensó en Rocío. Ella la había recomendado, había hablado por ella ante el jefe de Recursos Humanos, y gracias a eso, evitó entrevistas y pruebas. Fue contratada de inmediato.
Cuando el colectivo se detuvo en su parada, Alison bajó con una sonrisa cansada. Se despidió de Rocío con un gesto desde la ventanilla y descendió, agotada pero feliz.
Su primer día había terminado.
Y era apenas el comienzo.
Capítulo 3 – Reunión de consorcio
Alison siempre había sido una observadora nata. Desde chica le fascinaba analizar a las personas: qué las movía, qué les gustaba, qué las irritaba. Para ella, cada gesto, cada silencio, cada detalle mínimo decía más que mil palabras.
Y en su nuevo trabajo, esa habilidad se volvió casi un superpoder.
Mientras limpiaba escritorios o desinfectaba picaportes, su mirada aguda escaneaba a cada empleado. Notaba cómo se vestían, cómo se peinaban, cómo caminaban. Escuchaba los tonos de voz, distinguía las risas sinceras de las forzadas, registraba las palabras que se repetían y los tics nerviosos que afloraban en las reuniones. En silencio, iba armando un archivo mental: quiénes eran líderes naturales, quiénes vivían distraídos, quiénes necesitaban aplausos para sentirse vivos y quiénes se escondían detrás de una sonrisa impecable.
Alison no trabajaba solo con trapos y desinfectantes: trabajaba con percepciones. Se sentía como una detective en terreno corporativo, recolectando pistas, uniendo cabos, sacando conclusiones. Y aunque sabía pasar desapercibida, nada se le escapaba: ni el roce furtivo de dos miradas, ni un silencio cargado, ni una sonrisa de compromiso.
Pasaron las semanas y, junto a Rocío, empezó a relajarse e integrarse al pulso interno de la empresa. Al principio compartían observaciones sueltas, pero pronto aquellas charlas se convirtieron en auténticos intercambios de información clasificada. Fue así como, sin darse cuenta, se convirtieron en las reinas del chisme.
Pero no eran chismes vacíos. Ellas manejaban datos con precisión quirúrgica. Sabían qué pasaba en cada piso, en cada oficina, con cada empleado. Analizaban todo: desde romances clandestinos hasta ascensos sospechosos. Crónica TV les quedaba chico: eran una mezcla de periodistas de espectáculos, estrategas políticas y guionistas de novela.
Su cuartel general era el baño de recepción, rebautizado con picardía como la oficina del consorcio. Un espacio pequeño, lleno de espejos y azulejos, donde desmenuzaban los últimos acontecimientos corporativos. Allí no había filtros: se hablaba de quién estaba con quién, quién coqueteaba con el jefe y quién había escalado “por mérito propio” —guiño incluido—.
Tenían un código claro: si una susurraba “reunión de consorcio”, la otra debía presentarse en el baño lo antes posible. Era su batiseñal, su alerta roja.
Y esa mañana, cuando Rocío pronunció las tres palabras mágicas, Alison no dudó. Soltó el trapo, dejó la escalera a medio camino y cruzó el pasillo casi corriendo. No importaban el cansancio ni las tareas pendientes: lo que venía podía ser importante. O divertido. O ambas cosas.
La voz de Rocío sonó con urgencia, incluso antes de que Alison cerrara la puerta del baño:
—¿Te acordás de Matías, el chico de seguridad?
Alison arqueó una ceja, intentando adivinar a dónde iba la conversación.
—Claro.
Matías era imposible de olvidar. Siempre impecable en su camisa azul perfectamente planchada y su corbata negra. De piel clara como porcelana y pelo oscuro como la tinta, con unos ojos marrones que parecían mirar directo al alma. Siempre la saludaba con una sonrisa sincera, de esas que derriten defensas sin querer.
—Bueno... —continuó Rocío, bajando la voz—. Hablamos seguido, somos buenos amigos. Y hoy… me pidió tu número.
—¿Mi número? —Alison sintió un pequeño vuelco en el estómago.
—Sí —dijo Rocío con una risa traviesa—. Dice que le parecés una mujer hermosa, que le encanta tu forma de ser tan libre, tan vos.
Alison se quedó sin palabras. Nunca había pensado que Matías pudiera verla de esa manera. Siempre lo había ubicado en el paisaje seguro de la empresa: alguien amable y atento, sí… pero ¿interesado en ella?
—¿Y qué hago ahora? —preguntó, con una mezcla de miedo y emoción.
—Eso lo decidís vos —le dijo Rocío, apoyándole una mano en el hombro—. Pero mirá… no perdés nada con probar. Además, ¡el chico está re bueno!
Alison soltó una risa nerviosa. Pensó unos segundos, sopesó miedos y ganas, y al final se encogió de hombros. Vamos a ver hasta dónde llega esto.
Arrancó un pedacito de hoja de su cuaderno de limpieza, escribió su número con letra firme y se lo entregó a Rocío con una sonrisa cómplice.
—¡Vamos a ver qué pasa! —dijo Rocío, guiñándole un ojo antes de desaparecer con la misión en mano.
No habían pasado ni diez minutos cuando Alison sintió la vibración en su bolsillo. Un mensaje.
Era Matías.
"Hola Alison, me alegra que hayas aceptado darme tu número. ¿Cómo estás?"
Ella no pudo evitar sonreír. Lo leyó sentada en una silla del tercer piso, intentando que nadie notara cómo se le iluminaban los ojos.
"Hola Matías, estoy bien. ¿Y vos?", escribió, midiendo cada palabra como si fuera una fórmula mágica.
Así comenzó todo. Una conversación simple, sin apuros ni máscaras. Durante el resto del día, entre tareas y escobazos, los mensajes iban y venían: risas digitales, preguntas inocentes, coincidencias inesperadas.
Alison no sabía qué iba a pasar después, pero en el fondo —muy en el fondo—, una parte de ella se ilusionaba.
Tal vez, pensó, solo tal vez… esto recién estaba comenzando.
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