Capitulo 1: EL PRINCIPIO DEL FIN
Era el año 2010. Ya habían pasado dos años desde el regreso de Ana de 1987. Vivía tranquila. Su vida transcurría entre su trabajo en la universidad y su hogar: el antiguo departamento que había pertenecido a sus abuelos.
Llegó a casa con su portafolio y un diario en mano. Estando en la puerta, notó que, bajo sus pies, había un gran sobre amarillo que alguien había pasado por debajo. Lo levantó y lo dejó sobre una mesa junto a la entrada.
—Debe de ser alguna cuenta que pagar… —se dijo para sí.
Lo primero que hizo fue darle de comer a Viajero, su gato. En realidad, ya vino con la casa. Pertenecía a los anteriores dueños del departamento, quienes se habían mudado al exterior.
Luego se vistió con ropa cómoda, tomó unas papas fritas y las puso en una fuente para terminar en el sofá viendo The Secret Cop, una serie policial protagonizada por un Chris Richard de unos 44 años. A pesar de haber pasado tantos años, y de ser ahora todo un hombre —ya no ese jovencito que ella conoció—, seguía siendo tan apuesto, o quizás más, de lo que ella recordaba.
Estaba sentada en el sofá, abrazada a su fuente de papas fritas, cuando de repente, la puerta se abrió: entraron Matilde y Gusty con su propia llave.
—¡Hola! —los saludó ella.
—Se nos hizo tarde, ¿ya empezó? —preguntó Matilde, dejando sus llaves sobre el sobre en la mesa.
—No, apenas está empezando… —respondió Ana.
Rápidamente, sus dos amigos se sentaron junto a ella. Gusty tomó la fuente entre sus brazos y comenzó a comer.
—¡Está cada vez más lindo, amiga! Comías bien —dijo el chico.
—Gustavo, tenés novio —terció Matilde.
—¿Y qué tiene? Es la verdad…
Anastasia los observaba con gracia, disfrutando de las locuras de sus amigos.
—Cuando era joven, sus rasgos eran más delicados. Pero la verdad que sí... —dijo Anastasia con una sonrisa.
En la serie, Chris era un policía importante que se metía en problemas por rescatar a su hijo de algunos líos. Justo en ese momento pasó una escena en la que estaba con la actriz que representaba a su esposa y se daban un beso. Ana bajó la mirada, algo avergonzada. Aún le afectaba verlo con otra. De más está decir que todavía lo amaba.
—¿Y esa quién era? —preguntó Gusty.
—Es su compañera… —respondió Ana.
—Mmm, me parece que va a engañar a la mujer… —comentó el muchacho.
Ana rió otra vez.
De repente, sonó el timbre y los tres se miraron. ¿Quién sería justo ahora? Ana dudó en abrir, pero la visita parecía bastante insistente.
—¿Quién será? —preguntó mientras se levantaba.
—No sé, ¿pero esto lo repiten? —preguntó Matilde.
—Sí, muchas veces. Me fijo en la guía y les aviso —dijo Ana mientras iba hacia la puerta.
Eran sus tíos, quienes llegaron sin avisar.
—¿Por qué tardaste tanto en abrir? —preguntó Yoly al verla.
—¡Hola, tíos! —los saludó con un beso a cada uno.
—Trajimos empanadas y pizzas. Imaginamos que estaría toda la pandilla completa —bromeó Rolo.
Todos se encaminaron a la cocina.
—Cuántos recuerdos me trae esta casa, de cuando vivía acá… —mencionó su tía mientras dejaba las cosas sobre la mesa.
—¿Viviste mucho acá, Yoly? —preguntó Gusty.
—Sí, corazón. Toda mi niñez y adolescencia, hasta que me fui a la universidad —respondió.
—¿Y los chicos? —preguntó Ana mientras buscaba vasos.
—Ya están mayores —respondió Rolo.
—¡Tienen 15 y 12 años, tío! —rió Ana.
—Maga está de pijamada en lo de una amiga, y Ari… ya sabés, se cree un hombre y necesitaba la casa solo para una cena con amigos —respondió Yoly.
Su tía caminó hacia un cuadro en la pared y lo contempló. Eran sus padres, con Ana y Valentina.
—Cómo extraño a tu padre… Y bueno, a tu madre también, claro. Pero con él viví acá…
Ana se acercó y se paró a su lado.
—Te entiendo… Yo los extraño a los tres —respondió.
Yoly la miró.
—Lo siento, mi amor. Yo haciendo este comentario y…
—Tía, tengo todo muy asumido. Pero debo admitir que una hermana… es otro nivel, así que…
—¿Vienen a comer? —preguntó su tío.
Comieron muy rico y pasaron un gran momento entre todos, hasta que llegó la hora de que sus tíos debían irse.
—Vendremos más seguido, chiquita —dijo su tío dándole un beso.
—Aunque vos también podrías venir de visita a casa, mi amor —continuó su tía mientras la abrazaba.
—Siii, tía, ya voy a ir… —respondió.
Una vez solos, los tres se miraron.
—Bueno, nosotros también nos vamos —dijo Matilde.
—¿Quieren quedarse a dormir?
—No, amiga, tengo que abrir el local de tatú —respondió su amiga.
—Y yo tengo que ir temprano al instituto —agregó Gusty, quien llevaba dos años estudiando diseño—. Además, tengo que aprovechar el transporte.
—Está bien. Entonces nos quedamos solos con Viajero… —dijo ella saludándolos.
Matilde fue a tomar las llaves, que había dejado sobre el sobre en la mesita junto a la puerta.
—Uy, tenés una gran carta —comentó, tomándolo entre sus manos.
—Sí, seguro es algún impuesto —dijo Anastasia, restándole importancia.
Matilde cambió de expresión al instante de leer quién la enviaba.
—¡No! —exclamó.
Ambos amigos la miraron sorprendidos.
—Ay, ¿qué? —preguntó Gusty.
—Ana… —respondió, paralizada, enseñándole el sobre—. Es de… Es de Val Green.
—¿Qué? —preguntó Ana, sosteniéndose de la pared por la impresión.
—¡A ver! —reaccionó rápido Gusty, tomando el sobre—. Es verdad, amiga.
Ana tomó el sobre y los tres caminaron hacia la cocina. Se paró frente a la mesa, mirando la gran carta entre sus manos.
—¿Y si es algo malo? —preguntó.
—Claro que no, nena —respondió Gusty. Tomó el sobre y, con un cuchillo que había en la mesa, lo abrió. Luego se lo devolvió.
—Abrila —dijo el muchacho.
Ana miró la carta, luego a su otra amiga. Tragó saliva y metió la mano dentro del sobre, sacando un par de hojas dobladas. Respiró hondo y las abrió.
Reconoció la letra al instante. Sí, era de Val. Era de ella.
Nunca supo qué ocurrió con ellos luego de aquel huracán. Sabía que vivían, porque los había visto en revistas y programas, pero nunca se animó a hacer nada para acercarse… Pero ¿por qué ahora? ¿Por qué su hermana —quien ya debía ser una mujer de unos 50 años— decidió dar el primer paso?
Capitulo 2: ¡QUE DIA!
Estaban en la cocina. Ana se sentó a la mesa con la carta entre sus manos.
—¿Y? ¡Leéla! —dijo Gusty, ansioso.
—¡Dejala! No seas pesado —lo frenó Matilde, dándole un leve codazo—. Dale tiempo.
Luego miró a su amiga con suavidad.
—Leela tranquila, en voz baja. Nosotros vamos a estar sentados en el sofá, ¿sí?
Ana asintió con la cabeza, apenas.
Cuando se quedó sola, respiró hondo. Ya no tenía sentido dilatar más ese momento. Abrió la carta.
“Querida Ana:
Espero que te encuentres bien. Al fin tomé el valor suficiente para hacer esto. No sé en dónde estarás viviendo, pero solo recuerdo la dirección de nuestra casa en zona sur. Estoy esperanzada de que, si ya no estás ahí, alguien te la haga llegar de alguna manera.
Nunca dejé de pensar en vos, pequeña mía. Pero... desde hace un tiempo, te extraño aún más. Quizás sea la edad... o quizás el hecho de que mi niña mayor, Alex, de apenas 21 años (cumple en unos días), haya decidido casarse con su novio de toda la vida.
Pienso en cómo desearía que estuvieras acá conmigo, abrazándome y acompañándome.
Junto a esta carta te envío una prueba de invitación a la boda —que será dentro de un año— y una copia de aquellas tres pequeñas fotos que nos tomamos en la cabina de la playa, ese día previo a tu cumpleaños 21, cuando compartimos un día hermoso juntas.
Ojalá respondas a mi carta. Y no te enojes por no haberte escrito antes... Tenía miedo de que, en verdad, aquel día en la playa no hubieras vuelto. Aunque espero que sí.
Si lo hiciste, amaría que me respondas.
Te amo con el alma, hermana mía, a pesar de los años y la distancia.
Espero tu respuesta.
Un fuerte beso y abrazo.
Val.”
Ana se quedó atónita.
Estaba tan aturdida que apenas podía razonar. Su corazón latía con fuerza. Lo único que tenía claro... era que respondería.
Aunque... ¿qué le escribiría?
Debía pensar bien qué hacer.
Esa noche, sus amigos no la dejaron sola.
Matilde durmió con ella, mientras que Gustavo lo hizo en el sofá. Tenía una habitación libre, la que había sido de su tía cuando vivía allí, pero solo la usaba para guardar cosas; ni siquiera tenía una cama armada.
Por una endija de la ventana entraba una tenue luz de la calle. Gracias a eso, podía ver —aunque fuera un poco— las pequeñas fotos que sostenía entre las manos. Escuchaba a su amiga dormir a su lado, y deseaba poder hacerlo también, pero era imposible.
Su cabeza no paraba.
Su hermana la había contactado.
Y si lo había hecho... era porque deseaba verla. ¿Qué reacción tendría ella al ver en persona a una Valentina de casi cincuenta años? Decía en persona porque, en realidad, ya la había visto en televisión alguna vez. Debía admitir que era muy hermosa y jovial; no esperaba una madurez diferente para ella. Muy coqueta, elegante, la típica esposa de Hollywood.
¿Estaría bien volver a verla?
Aunque algo le decía que sí, que valdría la pena... sobre todo por conocer a sus sobrinos, que tendrían casi su edad.
Así estuvo hasta que amaneció.
A la mañana siguiente, sus amigos notaron sus ojeras y le aconsejaron que no fuera a trabajar. Pero Ana pensó que lo mejor, en ese momento, era mantener la cabeza ocupada.
Aunque, al parecer, la pandilla —como les decía su tío— tenía razón.
Todo el día se mostró distraída y descoordinada, ajena a todo. Y eso, claro, no resultaba conveniente para una profesora universitaria.
Regresó muy agotada a su casa. Como era su rutina, le dio de comer a Viajero, para luego prepararse un té con un sándwich de pan de salvado, lo más simple que encontró.
De repente, sonó su celular.
Era Matilde.
—Amiga, ¿cómo estás?
—Estoy bien...
—No estoy segura… Encima Gusty tenía esa salida con su novio y yo tuve que venir a acompañar a mamá. Intentaron otra vez estafar a mi abuela.
—Oh, lo siento, Mati...
—Pero si necesitas que vaya, voy.
—¡No! ¿Estás loca? Tu mamá te necesita. Además, yo estoy bien.
—No lo estás...
—Amiga mía, gracias. Pero lo único que necesito en este momento es... un buen baño de una hora en la bañera para relajarme.
—¿Estás segura?
—Claro que sí. Vos acompañá a tu mamá en este momento.
Se despidieron y colgaron.
Ana se quedó mirando a la nada. Pero, pensándolo bien, lo de la tina no era mala idea.
Ana estaba en su tina, rodeada de sales, velas encendidas y música relajante saliendo de su celular. Se había tapado los ojos con una pequeña toalla.
"Vaya... sí que surte efecto", pensó. Se sentía mejor, más liviana. Sin tanto peso. Tal vez estaba habiendo mucho alboroto por nada. Quizás esto realmente era un buen comienzo...
Pero no. Tenía que dejar de mentirse.
No era su hermana el verdadero problema que flotaba en el aire. Lo que pasaba era que Val seguía casada con Ralf, uno de los mejores amigos de Chris. Y Ana sabía que, tarde o temprano, al reencontrarse con su hermana, lo vería a él.
¿Y qué excusa pondría entonces?
Seguía exactamente igual a la última vez que él la había visto, salvo por su cabello, que ahora llevaba a los hombros.
—¡Mierda! —susurró al sentir que la preocupación volvía.
¿Por qué?
De pronto, el maullido de Viajero la sacó de sus pensamientos.
—¿Qué hacés acá? —preguntó, retirándose la toalla de los ojos.
El gato había dado un salto y ahora estaba en el borde de la tina.
—¿Qué querés? Ya comiste... Si seguís así te vas a poner como una pelota.
Viajero no dejaba de maullar, frotándose contra lo que encontraba a su paso. Entonces, con otro salto ágil, subió sobre un pequeño mueble al lado de la bañera, donde Ana, con su típica mala costumbre, había dejado el secador de pelo enchufado.
—¿Qué hacés ahí? ¡Viajero, bajate! —le gritó, alarmada.
Pero el gato parecía ajeno a sus advertencias.
—¡Viajero! ¡Te va a dar corriente! —exclamó, incorporándose de golpe.
En ese momento, el gato se asustó con su tono de voz y, al saltar, empujó el secador que cayó directo al agua.
Ana intentó salir de inmediato, pero no llegó a sacar ni un pie.
Sintió una descarga. Primero fue una cosquilla, de esas que no hacen reír, sino que anuncian dolor. La sensación comenzó en su pierna y subió como un latigazo eléctrico por todo su cuerpo.
No pudo resistirlo.
El cuerpo le falló y se desmayó, cayendo al suelo mojado.
Capitulo 3: VOLVIENDO AL PRINCIPIO
Ana despertó aturdida. Estaba tirada en el piso del baño. Como pudo, se incorporó y miró a su alrededor; todo se veía algo nublado.
Lentamente se puso de pie, tomó la bata colgada en su lugar habitual y se la puso.
Se miró las manos. Las mangas eran verde manzana.
—¿Yo tengo una bata verde manzana? —se preguntó, confundida. Evidentemente, no estaba razonando del todo bien.
Cruzó la puerta del baño. Notó que los muebles eran distintos, pero no le dio importancia: seguramente se había golpeado fuerte la cabeza.
Entró en su habitación… y ahí la vio.
Una chica estaba parada frente al espejo, probándose aros de una caja.
—¿Quién sos? —preguntó Ana.
La muchacha se dio vuelta de golpe.
—¿Vos quién sos? —dijo, tomando un florero de una repisa.
Ana entornó los ojos para enfocar mejor.
—¿Tía Yoli? —preguntó, incrédula.
—¡Me llamo Yoli, pero no soy tu tía! —exclamó la chica, apuntándola con el florero como si fuera un arma.
Sí. Era Yoli. Pero mucho más joven. Adolescente, incluso.
—Creo que… estoy entendiendo lo que pasó…
—¡Sí! ¡Una intrusa en mi casa! —gritó la chica.
—¡No, no! Quizás no me creas, pero soy tu sobrina. Me llamo Anastasia, vengo del futuro…
—¡¿Qué estás diciendo, loca?! —Yoli se acercó un paso, sin soltar el florero.
Ana retrocedió y de un salto se subió a la cama.
—¡Esperá! ¡Te lo juro! Sos mi tía. Sé que fuiste tía muy joven, que tu hermano mayor tuvo una hija cuando vos tenías solo siete años. Esa fue Valentina…
—¿Cómo sabés eso? —preguntó Yoli, alarmada—. ¡SOCORRO!
—¡No grites, por favor!
—¡Mis únicas sobrinas tienen 10 y 2 años!
—¿Diez y dos? —Ana se quedó pensando—. Entonces estamos en 1989… y vos tenés 17 años.
—¿Me estuviste espiando? —acusó Yoli, avanzando otro paso.
—¡No! Te lo juro. Soy tu sobrina. Vengo del 2010. Si no me creés, decime… ¿cómo sé lo de tu lunar cerca del ombligo, por el que nunca te animás a usar trajes de baño de dos piezas?
—Eso… se lo conté a una amiga.
—Tía… vos nunca tuviste amigas. —La chica se quedó pensativa. Ana aprovechó—. Y del chico del puesto de diarios… te gusta desde los quince, pero no te animás a hablarle porque te da vergüenza…
—¡Eso sí no lo sabe nadie!
—Nos lo contaste a Val y a mí cuando éramos chicas…
—¡Ya es suficiente! —gritó Yoli, y se abalanzó sobre ella con el florero en alto.
Ana, asustada, quiso retroceder en la cama, pero calculó mal. Cayó hacia atrás… y se golpeó la cabeza.
Otra vez, volvió a desmayarse.
Anastasia se despertó sobresaltada. Estaba acostada en la cama de dos plazas de sus abuelos. Miró hacia un costado y vio, sentada junto a ella, a su tía Yoli... y seguía siendo una adolescente, claro.
—¿Cómo estás? —preguntó la chica.
Ana intentó incorporarse, pero un dolor agudo le atravesó la cabeza.
—Te diste un buen golpe —continuó Yoli, mientras le ofrecía una bolsa—. Te traje hielo.
—Gracias... —murmuró Ana, apoyando la bolsa sobre su frente.
—Entonces... ¿sos Anastasia?
—¿Me creés? ¿De verdad?
—No sé... Creo que sí. Tenés los mismos ojos grandes color miel que la bebé.
—Porque son los míos, tía —suspiró Ana—. Papá se casó con mamá, que era croata. Sus padres murieron en la guerra. Por eso solo conocimos a los abuelos paternos.
—Sí, es verdad... Entonces... ¿yo les conté lo de...? —bajó la voz—. Lo de Rolo...
—Sí. Cuando teníamos unos cinco y trece años, Val te preguntó cómo lo conociste, y vos nos contaste.
—Entonces... ¿Rolo y yo...?
—Tienen a Ariel, de quince, y a Maga, de doce...
—¡Pero si no me animo ni a hablarle!
—Te da el primer beso bajo un árbol, en los parques de Palermo. Justo este día, en la primavera.
—Está bien, te creo... ¿Cuántos años tenés? ¿Y cómo llegaste acá?
—Uy... esa es una larga historia. Tengo veintitrés recién cumplidos. Soy científica. Hace dos años viajé a 1987 y encontré a Val, que llevaba cinco años desaparecida...
—¿Sos científica? ¿Val desapareció? ¿Cómo? ¿Y cómo viajaste?...
—Tía, tranquila... vamos de a poco —la calmó Ana—. A Val la envió un ex novio científico mediante un experimento, en 2003. Yo, después de mucho investigar, viajé en 2008 por un rayo. Bueno... ahí pasamos muchas cosas hasta que logré volver.
—¿Y ahora?
—Estoy alquilando este departamento. Vivo acá, con mi gato Viajero —así se llama—. Y bueno... me tiró un secador enchufado a la bañera mientras me estaba duchando.
—Esto es tan... tan...
—¿Raro?
—No lo sé...
Se quedaron mirando unos segundos, en silencio.
—Sos muy parecida a tu papá... ¡Oh! ¡Ya no veo la hora de ver a mi hermano de grande!
El rostro de Ana cambió de golpe.
—Tía, tengo que decirte algo...
—¡Mierda! —interrumpió Yoli al mirar su reloj—. ¡Ya están por llegar mis papás y no te pueden ver acá!
—¿Los abuelos?
—Sí. Están en el médico, porque papá...
—Tiene cáncer... —completó Ana en voz baja.
Yoli la miró, sorprendida.
—¿Él va a...?
—Tía, no puedo...
La miró fijamente, pero luego cambió de tema al notar algo en la habitación.
—¿Te estabas probando las joyas de la abuela? Sabés que odia que las toquen.
—¡No vas a decir nada! —gritó Yoli, nerviosa. Tomó a Ana de la mano y la arrastró rápidamente hacia su propio cuarto.
La metió adentro justo cuando se escuchó la puerta de entrada. Yoli cerró detrás de ella con disimulo y se apoyó sobre la puerta mientras sus padres entraban a la casa.
—¿Qué hacés ahí? —preguntó la abuela, al verla.
—Los esperaba. Díganme... ¿cómo les fue?
—Lo mismo de siempre, cariño —respondió el abuelo, tomándola de la mano—. Agujas por todos lados... ¿Vamos a comer algo?
—Qué bueno que hoy tengas hambre, papá —dijo ella, aliviada.
Y los tres se dirigieron a la cocina, mientras Ana escuchaba todo desde el cuarto, con el corazón latiéndole con fuerza.
Ya era muy de noche cuando Yoli entró en el cuarto con una bandeja. Llevaba un plato de pollo con arroz y algo para beber.
—Perdón, no pude volver antes... —dijo, mientras la miraba—. ¿Encontraste algo que ponerte?
—Sí, tía. Tenemos casi la misma contextura, por suerte... No sabés lo que fue la última vez que viajé. Val me tuvo que comprar ropa, porque ella es mucho más pequeña que yo y no me quedaba nada.
—¿Dónde está ella? —preguntó Yoli, dejando la bandeja sobre la cama.
—Gracias, tía... Val... se quedó en 1987. Ahora es la esposa de Ralf May.
—¿¡El actor!?
—Sí, es mi amigo.
—¡Esto es increíble!
—La otra vez viajé para encontrar a mi hermana... pero ahora... no entiendo. Hay algo que me falta...
—No sé por qué viajaste ahora... Lo que sí sé es que hoy te tenés que quedar acá —respondió su tía, firme pero con ternura.
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