Vanity Lance
–¿Quién sabe, quizá George sea el próximo primer ministro? –pregunta Miranda Condell, una de las mujeres más ricas de Reino Unido.
Miro el celular cuando la bola de angustia crece en mi pecho. Georgie es muy pequeño para dejarlo solo con una niñera. Una niñera que no me da ni una pizca de confianza, parece que odiara a los niños, pero la familia de George insistió en que ella era la indicada, porque había cuidado a los hijos de no sé qué conde.
Idiotas.
Yo quería contratar a Cecil, una adorable chica con el cabello teñido purpura, sin experiencia, pero con un corazón gigante. Georgie y ella congeniaron de inmediato, pero por supuesto ellos saben más que una simple mujer que lo único que ha hecho en su vida ha sido caminar por pasarelas.
George toma mi brazo con fuerza. –¿No lo crees, querida? –me pregunta con una mirada de advertencia.
Miranda arruga su nariz. –Quizá nuestra querida Vanity está pensando en su exnovio. –Los dedos de George se entierran en mi brazo–. Creo que lo leí en una de esas revistas que las empleadas dejan regadas por la sala… Tú saliste con Mauro Farina, ¿no es así? –pregunta con sus ojos brillando de curiosidad–. Un hombre muy guapo, y muy rico debo agregar. Ninguna cualidad que no tengas, George querido, por supuesto, pero por lo que he leído Mauro llegará lejos.
No puedo evitar sonreír cuando recuerdo a Mauro.
–No hay nadie que conozca que merezca más el éxito que él –lanzo con orgullo. Lusso ha conquistado el mercado del lujo y la moda como ninguna otra marca podrá hacerlo jamás.
Miranda jadea con un disfrute maquiavélico. –Oh, querida, me parece una desconsideración lo que acabas de decir –dice mientras sus labios se elevan en una sonrisa–. Nuestro George podrá enojarse.
George acerca sus labios a mi frente. –No soy celoso –dice mientras sus dedos bajan a mi cadera y se entierran en mi carne con crueldad–. ¿Verdad, cariño?
Asiento mientras todo el color desaparece de mi rostro.
No debí decir lo que dije, lo sé ahora. Puedo ver en sus ojos que esto tendrá consecuencias.
–Lamento tener que despedirme tan abruptamente, Miranda, pero tenemos que volver a casa para ver a nuestro hijo.
–Oh, lo entiendo, lo entiendo –responde sin dejar de mirarme con deleite.
Ella lo sabe. Todos en nuestro circulo lo saben. Algunos me miran con lastima, y otros, como Miranda, con un interés sádico.
Debo ser la comidilla en las reuniones en el club de golf. Todas deben comentar sobre mi exceso de maquillaje y los magullones en mis brazos, pero he aprendido a ignorar sus curiosas miradas.
Lo he hecho por Georgie.
Nada es más importante para mí que mi hijo y George ya amenazó con quitármelo el mismo día que nació, me dijo que debía comportarme o nunca más podría cargar a mi hijo en mis brazos.
He cometido muchos errores en mi vida, y ciertamente casarme con George es el peor de ellos.
Pero no Georgie. Mi hijo no es un error. Mi hijo es lo mejor que me ha pasado en la vida y sé, sin lugar a duda, que volvería a elegir este camino, cada doloroso paso, para poder tenerlo en mi vida, para poder escuchar a su corazón latir junto al mío.
Nos despedimos del diverso grupo de personas y luego George toma mi brazo y prácticamente me saca a empujones del lujoso restaurante.
–Te gusta joderme la existencia, ¿no?
No digo nada, porqué sé que será peor, siempre lo es cuando le contesto.
Cuando estamos frente al auto abre la puerta y me empuja dentro antes de cerrar la puerta con tanta fuerza, que mi hombro y parte de mi muslo es golpeado.
Muerdo mis labios para que ningún sonido salga de mi boca. Con el tiempo aprendí que quejarme y llorar lo enoja más.
Miro por la ventana mientras George se sienta a mi lado, sudando ira.
No dice nada. Nunca dice nada durante el viaje a casa. Le gusta jugar con mi cabeza y sabe que el miedo suele bloquearme en ocasiones, y sabe que sé lo que pasará cuando lleguemos.
Sabe que le temo.
Quizá no le tome mucho tiempo esta noche, quizá me dé unos cuántos golpes y luego me folle hasta quedarse dormido. Después de todo, bebió casi cuatro vasos de whiskey y siempre que bebe alcohol se duerme más temprano.
Lo miro de reojo con la esperanza de verlo bostezar, pero está con los ojos muy abiertos mirando al frente mientras sus dedos están blancos de tanto presionar el volante.
Quizá no sea tan rápido después de todo.
Si me hubiese golpeado antes de quedar embarazada podría haberlo dejado, pero la primera vez que lo hizo tenía ocho meses de embarazo y me pidió que lo perdonara, que estaba muy estresado con las elecciones, que no sabía lo que hacía y que yo tenía la culpa por no saber leer su humor.
Debería haber huido, pero tuve un embarazo complicado, y no podía levantarme de la cama.
Luego, cuando Georgie nació, supe que fue un error quedarme…
–¡Bájate!
Salto, asustada con su grito.
Abro la puerta del auto, pero antes de bajar, me empuja al suelo de nuestro garaje.
La piel en mis palmas y rodillas se rompe de inmediato con el golpe.
Me levanto sin quejarme, solo para ser tomada de mi cabello.
–Vas a pagarme cada humillación –sisea mientras avanza hacia la casa.
Una de las empleadas abre sus enormes ojos castaños cuando nos ve.
–¡Largo de aquí! –grita y ella desaparece, obedientemente.
Subimos las escaleras y mi corazón se paraliza cuando escucho a mi hijo llorar.
Me muevo bruscamente hasta que me suelta y corro hacia la habitación de Georgie.
Abro la puerta y veo a mi pequeño llorar en su cuna, siendo ignorado por su niñera.
–¡Fuera! –grito esta vez yo–. Fuera y no vuelvas.
La mujer sale de la habitación mirándome como si yo fuera la peor madre del mundo, y sí, puede que no sea una gran mamá, pero nunca dejaré llorar a mi pequeño, no si yo puedo darle consuelo.
–¡Mami! –grita estirando sus manitos hacia mí.
Lo cojo en brazos y mi pequeño comienza a calmarse poco a poco.
–Ya, cielo, mamá está aquí.
Un portazo me hace voltear a la puerta y palidezco cuando veo a George furioso.
–Deja al niño en su cuna.
–No ahora, Georgie me necesita.
–¡Déjalo en su maldita cuna!
–George, por favor…–le ruego, pero entiendo que debí hacerle caso cuando me lanza lejos con un golpe certero en mi espalda.
Georgie vuela lejos de mis brazos y es en este momento cuando mi corazón se rompe.
Nunca había lastimado a Georgie.
Comienza a lanzar patadas a mi rostro y vientre, pero nada duele tanto como escuchar el llanto de mi pequeño.
–¡Eres una perra asquerosa! – sisea–. ¿Extrañas a ese fracasado? –pregunta con el rostro deformado por la rabia–. ¿Deseas que te folle para gritar como la perra que eres?
–No… Basta, por favor –le ruego mientras me arrastro hacia mi pequeño que sigue llorando en el suelo.
George se abalanza sobre mi cuerpo y sé lo que quiere. Comienza a desnudarme, luchando por sacar mi vestido manchado de sangre.
–¡Mamii! –grita mi bebé con miedo y dolor.
Georgie está sufriendo.
Trato de luchar, pero un nuevo golpe en mi rostro llega y quedo por unos segundos en blanco, congelada ante la escena que ocurre a mi alrededor.
Mi hijo está llorando y mi esposo está tratando de violarme.
Pensé que Georgie estaba a salvo con su padre, pero me equivoqué.
–¡Mami!
Los gritos de Georgie siguen llenando la habitación y es el combustible que necesito en este momento.
Estiro mi mano hasta alcanzar un jarrón que está botado en el suelo. Lo tomo como puedo y antes de pensarlo dos veces golpeo a George con fuerza en el rostro.
Sus ojos se abren sorprendidos, pero antes de que pueda hacer algo, vuelvo a golpearlo con toda la fuerza que me queda.
George cae sobre mi cuerpo como peso muerto.
Me agito lo suficiente para poder sacármelo de encima y luego gateo hasta dónde está mi hijo. Lo tomo en mis brazos y beso el horrible golpe que tiene en su frente.
–Ya, cielo, todo estará bien –susurro mientras el miedo se filtra en mi piel al ver a George en el suelo.
¿Está… muerto?
Trago el nudo que se forma en mi garganta al pensar en eso.
Me acerco, aterrada, y lo muevo con mi pie. Quiero llorar de alegría cuando lo escucho magullar algo.
Está vivo.
El hijo de puta sigue vivo.
Miro los ojos aterrados de Georgie y tomo una decisión. No permitiré que mi hijo le tema a este hombre como lo hago yo.
–Encontraré un lugar seguro para ambos –le juro a mi pequeño y sé que haré lo que sea necesario para cumplir ese juramento.
Vanity
Mientras espero con mi hijo bajo un puente en la ciudad de Milán, sé que tomé la decisión correcta al llamar a Mauro.
Él podrá ayudarnos.
Lo único que tomé antes de huir fue mi cartera en la cual tenía unos pocos euros, los necesarios para pagarnos un pasaje en tren a Milán… el último lugar donde me sentí a salvo.
A salvo en los brazos del hombre que se acerca furioso mientras mira mi rostro.
Rompo en un sollozo antes de ser contenida en sus brazos.
–Dime dónde está y lo mataré –masculla Mauro mientras sus ojos verdes miran el golpe en la frente de Georgie.
Me alejo mientras seco las lágrimas, que se niegan a dejar de caer.
–No quería llamarte, pero no tengo a nadie…–comienzo a explicarle, pero me detengo cuando me doy cuenta de que estoy sola en esto. Sola con mi pequeñito–. Solo tengo a este pequeño. George se quedó con todo… él tiene todo mi dinero, todas mis cosas…–susurro con culpa. No debí llamarlo. Mauro tiene una esposa, la cual debe estar odiándome en este momento–. Lo siento mucho, Mauro, sé que no debería haberte llamado, pero cuando salí de esa casa traté de recordar cuando fue la última vez que me sentí a salvo y… Lo siento. Venecia debe odiarme.
Mauro me abraza y besa la cima de mi cabeza como hace años solía hacerlo.
–Venecia me pidió que viniera a ayudarte –dice–. Me alegra que me llamaras.
Mi hijo estira sus brazos hacia Mauro, y yo sonrío antes de entregárselo. Vuelvo a romperme cuando entiendo que mi pequeño, a pesar del infierno que vivió, sigue confiando en las personas.
Mauro besa la cima de la cabeza de Georgie y luego atrapa su nariz, haciéndolo reír.
–Georgie confía en las personas correctas, ¿verdad, cielo? –le pregunto y mi pequeñito me devuelve una sonrisa, que inflama mi corazón.
–Vamos a mi casa –dice Mauro.
Retrocedo asustada.
–No puedo, George puede encontrarnos.
Las comisuras de la boca de Mauro se elevan en una sonrisa. –Ese hombre no podrá acercarse a ustedes, te lo aseguro.
–No lo conoces, no conoces el poder que tiene él y su familia. Sabe de mi pasado, será el primer lugar en el que me buscará.
Claro que lo hará, siempre ha estado obsesionado sobre mi relación con Mauro.
–No entrará –insiste.
–No quiero que se vuelva a acercar a nosotros, menos a Georgie –le pido aterrada–. No quiero que pueda volver a lastimarlo. Por favor.
–¿Qué necesitas? –pregunta en un tono suave.
–Un lugar lejos de aquí. Un lugar donde pueda ocultarme y empezar de nuevo –le pido–. Un lugar seguro –agrego en un susurro.
Lo único que quiero es un lugar seguro para Georgie.
Mauro toma su teléfono y se aleja.
Lucho contra el miedo irracional de que pueda estar llamando a George. Recuerdo como era mi vida al lado de este hombre, el cariño que siempre vi en sus ojos, y sé que el miedo está solo en mi cabeza. Mauro no me lastimaría.
Luego de un momento se acerca con resolución.
–Pronto estarás en un lugar seguro –declara y todo mi cuerpo se relaja antes de estallar en un sollozo doloroso.
Me lanzo a su pecho con mi pequeño en brazos.
–Gracias, Mauro. Gracias por todo.
Besa la cima de mi cabeza. –Agradéceme cuando estés a salvo –pide.
Sonrío y seco mis lágrimas antes de mirar los ojos oscuros de mi pequeñito.
–Hoy comenzaremos una nueva aventura –le juro a mi pequeño, quien me sonríe.
Hoy volveremos a vivir.
*****
–Por favor, use su cinturón –me indica la azafata, despertándome de un sueño inquieto–. Estamos a minutos de aterrizar en el aeropuerto de Sinaloa.
Asiento con una sonrisa antes de abrazar con más fuerza a mi pequeño, quien sigue durmiendo.
Beso el enorme chichón en su frente con mi corazón roto.
Pensé que Georgie estaba a salvo, pensé que su papá no lo lastimaría, pero me equivoqué, y esa equivocación me pesará toda la vida.
Sujeto la peluca rubia sobre mi cabeza y miro por la ventana como la ciudad comienza a hacerse cada vez más grande. Nunca he estado en México, ni siquiera cuando modelaba me tocó viajar a este país.
Mierda, no hablo español.
Mauro me dijo que un amigo de él me estaría esperando en el aeropuerto, pero no me dijo nada del idioma. Espero que no sea un problema.
Como medida preventiva tomo el celular que Mauro me entregó y descargo una aplicación de idiomas.
Aprendo rápido, claro que no tan rápido como para aprender un par de frases antes de que el avión aterrice, pero al menos puedo intentarlo.
Georgie despierta cuando estoy intentando aprender a decir hola y toda mi atención se centra en mi persona favorita.
–¿Dormiste bien, cielo?
Mi pequeño asiente antes de bostezar y no puedo evitar besar todo su pequeño rostro.
–¿Papi? –pregunta asustado mirando a su alrededor.
Abrazo a mi hijo. –Papi no está aquí.
Siento como su pequeño cuerpo se relaja y sé que tomé la decisión correcta.
–Oh –exclama mi pequeño cuando el avión toca tierra y luego sonríe–. No. No. No –dice golpeando el aire.
Mami, papi, no y ya, son las únicas palabras que sabe hasta el momento. Georgie tiene once meses y cada día aprende algo nuevo.
–Estamos a salvo –le digo y me gano otra hermosa sonrisa.
Juro que por esas sonrisas vivo.
Georgie aplaude cuando el avión comienza a detenerse.
–Estamos a salvo –repito, porque necesito creerlo.
Georgie y yo estamos a salvo.
Nico Messina
Me apresuro al avión cuando veo a una mujer rubia bajando la escalera con un niño igual de rubio que ella.
Podría estar descansado después de partirme el lomo cinco años sin un puto día de descanso. Podría estar disfrutando de la hacienda que compré hace dos meses. Podría estar descansado en mi sala, o quizá hacer uno de los cientos de arreglos que tengo que hacer en mi nuevo hogar, pero no, por supuesto que no.
El descanso no se inventó para mí.
Y tampoco podría decirle que no a pequitas o a su esposo.
Y es por ese motivo que estoy un domingo en el aeropuerto quemándome bajo los cincuenta grados de calor, en vez de estar nadando en mi enorme piscina.
Cuando Vanity se acerca puedo ver los moretones decorando su rostro de una forma grotesca.
Bueno, supongo que tampoco soy la clase de hombre que podría decirle que no a una mujer que necesita ayuda.
–Soy Nico Messina –me presento.
Los ojos oscuros de la mujer se abren sorprendidos.
–¿Hablas inglés? –pregunta aliviada.
–Lo hago. Italiano también –digo–. Y español, pero algo me dice que no es tu fuerte.
–No lo es –dice mientras se acomoda la peluca que su hijo no deja de tirar–. Este es Georgie –lo presenta.
Me obligo a sonreír. No me gustan los niños. Tenía problemas para soportar a mis propios primos. Pequitas fue la excepción de mi regla de cero contacto con niños que no saben hablar, porque la pequeña gusanita me seguía a todas partes.
–Tenemos que irnos –digo y tomo la maleta que la azafata me entrega–. ¿Esto es todo?
Sus ojos se nublan por unos segundos. –No tenemos nada. En esa maleta están las cosas que Mauro me entregó.
Asiento y subo su maleta al asiento trasero de mi Jeep.
–Sube –le ordeno.
Me obligo a mantener mi sonrisa falsa en su lugar cuando Vanity se sienta con su hijo adelante.
–Creo que eso va en contra de las leyes –digo.
–Sí, pero no tienes una silla, estará mejor en mis brazos –dice antes de quitarle otro mechón de la peluca a su hijo, quien parece estar obsesionado por arrancársela de la cabeza.
–Mami, no –chilla con fuerza.
–Cielo, no –le dice con paciencia y yo me obligo a ignorarlos y salir del aeropuerto.
Hoy tengo que instalar dos puertas y una ventana y también tengo que instalar a mis invitados.
Y quizá debería cocinarles algo.
Mierda. ¿Qué se supone que come un niño tan pequeño?
–No tengo palabras para agradecer lo que estás haciendo por nosotros.
–Lo estoy haciendo por pequitas –digo y cuando su ceño se frunce en confusión me apresuro en agregar: –Mi prima. Venecia.
–Ah, la esposa de Mauro –susurra con resignación y todos los pelos de mi nuca se erizan.
–¿Ustedes dos fueron novios? –pregunto por cortesía.
–Lo fuimos, hace muchos años.
–Mauro está casado –digo con más fuerza de la necesaria–. Está casado con mi prima, y ella no es de las mujeres que se hacen a un lado cuando hay otra mujer acechando a su marido.
La mujer a mi lado palidece. –Yo no…
–Un consejo, no jodas a pequitas, tiene garras y sabe usarlas –advierto.
–Yo no… Mauro y yo… Eso está acabado. No soy ese tipo de mujer –agrega en una carrera.
–Yo solo decía… –digo antes de concentrarme en tomar la salida hacia la autopista–, que Pequitas es peligrosa –agrego con una sonrisa al recordar a mi prima.
Mierda. Quería ir a visitarla a Milán para conocer a mi sobrino, pero imagino que eso tendrá que esperar hasta que mis invitados estén instalados.
–Mami, no –vuelve a gritar el niño.
Vanity suspira antes de quitarse la peluca y entregársela a su hijo.
Su cabello oscuro y rizado cae en ondas por su espalda como una hermosa cascada.
–¿Está encendido el aire acondicionado? –pregunta mientras levanta su cabello con la mano que no está sosteniendo al pequeño demonio.
–Sí, esto es Culiacán, te acostumbrarás.
Sus ojos oscuros me miran incrédulos.
–Nací en Londres –dice a modo de disculpa.
–Sí, bueno, yo nací en el infierno –digo apuntando a nuestro alrededor–. Las temperaturas rondan los cuarenta y cinco grados en un día agradable.
Vanity me mira con una pizca de temor, pero luego me mira con resolución.
–Eso no será un problema –me asegura–. Y esto no es el infierno, créeme, vengo de él.
Mis ojos navegan por los moretones en su rostro. –Dime que al menos le devolviste uno de esos golpes.
–Oh, lo hice –responde antes de besar la frente del pequeño demonio, quien está succionado el cabello de la peluca.
–Bien por ti –digo antes de tomar el desvío hacia la hacienda–. En cuarenta minutos estaremos en la hacienda –agrego cuando un olor nauseabundo inunda el auto.
–Necesito cambiarle el pañal –dice con un mohín mirando al pequeño demonio que creó.
Abro las ventanas de mi auto, desesperado por airear el lugar.
–Huele peor que la mierda de mis animales –me quejo–.¿No lo tienes, ya sabes, entrenado?
–¿Entrenado? –pregunta arrugando su frente.
–Sí, entrenado –digo mientras me orillo en la carretera–. ¿Todavía no te avisa cuando quiere hacer? –pregunto cuando me detengo.
–¡No es un perro! –devuelve con indignación.
Pienso en Lucky. –No, no lo es. Un perro al menos avisa –digo antes de salir del auto y escapar del olor vomitivo.
He visto a un hombre orinarse y cagarse encima cuando no tolera bien el dolor, pero incluso eso es mejor que el olor que sale de ese niño.
¿Qué mierda le dará de comer?
Me sacudo para intentar eliminar el olor, pero no tiene el resultado que espero. Ese hedor se quedó grabado en mi cerebro.
Vanity sale con su pequeño demonio y lo acomoda sobre el capot.
–Lo sé, lo sé, el sol quema –arrulla a su criatura.
El pequeño lanza patadas mientras su madre lucha para cambiarle el pañal radioactivo. Enormes gotas de sudor cubren su rostro y la cima de sus pechos.
–Tendrás que acostumbrarte –le digo cuando la observo secarse el sudor de su frente.
–Tú también –dice cuando termina. Se acerca con el pañal usado y retrocedo como si me estuviera apuntando con un arma–. ¿Dónde lo dejo?
–Lánzalo lo más lejos posible de mí y de mi auto –devuelvo.
Sonríe antes de lanzarlo a mis pies.
El niño suelta una risotada cuando comienzo a maldecir en español, furioso con Vanity y asqueado con la mancha color mostaza en mi zapato.
Me quito el zapato y lo lanzo con todas mis fuerzas.
–¿Qué mierda? –le pregunto mientras me obligo a contar hasta diez.
–Me dijiste que lo lanzara –dice antes de subirse al auto.
–¡Te dije que lo lanzaras lejos de mí! –le grito antes de cerrar la puerta de un portazo–. Espero que estés contenta.
–Muy contenta –devuelve con una sonrisa que quisiera borrar de su rostro vende portadas.
–Y tú, engendro del mal –siseo–, espera a llegar a tu propia habitación antes de cagarte encima.
–No. No. No –dice golpeando el aire mientras burbujas de saliva salen de su boca.
–Su nombre es Geogie –dice Vanity mirándome con desdén.
–Me importa una mierda –gruño antes de incorporarme a la carretera y acelerar hacia la hacienda.
*****
–Vaya –susurra Vanity cuando entramos al camino–. Es muy espacioso.
Gruño como respuesta.
Estaciono bajo el garaje a medio terminar y me apresuro a abrirle la puerta.
–Mira donde pisas –le aconsejo mientras sus ojos navegan por el lugar cubierto de madera, tornillos, clavos y herramientas–. La casa no está mucho mejor.
Vanity sostienen al pequeño demonio más cerca de su pecho.
–¿Estás remodelando?
Asiento distraído mientras tomo su mano para ayudarla a caminar sobre un lote de ladrillos.
–Puedo ayudar –dice mientras sus enormes pestañas proyectan una sombra sobre sus mejillas.
Miro sus brazos delgados. –No lo creo.
–Soy fuerte.
–Si tú lo dices –susurro antes de mover la puerta, que aún no termino de instalar–. Bienvenidos a mi casa –agrego mientras el pequeño demonio trata de alcanzar los cables de electricidad que cuelgan por las paredes.
El polvo del hormigón comienza rápidamente a cubrir nuestros cabellos mientras avanzamos sobre los azulejos que estoy intentando sacar para poder poner el piso de madera que quiero.
–Vaya –susurra Vanity mientras coge las manos de su hijo–. Esto es… esto es algo –termina con poca convicción.
–Esto será algo. Solo tengo que trabajar más rápido –defiendo mi casa en ruinas–. La compré hace poco y quiero remodelarla completamente. –Los ojos oscuros de Vanity miran a su hijo con preocupación–. Las habitaciones que ustedes ocuparán están terminadas –digo y puedo ver como su expresión cambia.
–Gracias.
–No me lo agradezcas. No todavía –digo–. Agradéceme cuando te sientas a salvo.
Asiente. –Sobre lo que pasó en el auto… lo siento.
Miro mi zapato desaparecido y me encojo de hombros. –Tengo más zapatos –digo–. Imagino que solo tendré que tener cuidado donde pisar hasta que los encuentre. Sígueme –agrego, ignorando los brazos del pequeño demonio que tratan de tomar mi camiseta. Caminamos sobre escombros hasta que llegamos al pasillo dónde están las habitaciones–. La primera y segunda habitación serán las que ocuparán. Mañana iré a comprar todo lo que necesites al pueblo. Haz una lista –ordeno–. Los dejo para que se instalen. Yo buscaré un par de zapatillas y luego les cocinaré algo.
–No tienes que hacerlo… yo puedo cocinar.
–Nos vemos en una hora –susurro mientras salgo de mi propia habitación.
Supongo que mamá tiene razón y uno nunca sabe para quién trabaja. Y supongo también que tendré que dormir en el suelo hoy. Espero que los muebles lleguen pronto, para así poder dormir sobre un sofá.
Pero al menos, por ahora, tengo que tratar de ser un buen anfitrión.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play