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El Alfa Quiere Redimirse

00

—Divorciémonos.

La voz de Alessio Albrecht cortó el silencio como un bisturí, precisa y sin emociones. Ni siquiera se dignó a mirar al hombre que había sido su esposo durante ocho largos años. Frente a él, Enzo Volkov entrecerró los ojos, cruzándose de brazos con frialdad.

—¿Quieres separarte mi ahora? — soltó Enzo mientras se cruzaba de brazos.

Ocho años atrás, Alessio, quien no era el verdadero villano. Solo era un hombre que despertó atrapado en la piel del antagonista de una novela BL escrita por su compañera de oficina. En ese mundo ficticio, su personaje era cruel, obsesivo y dispuesto a cualquier cosa para separar al protagonista de su verdadero amor.

Durante esos ocho años de matrimonio, fingieron ser una pareja estable, se tomaron fotos, asistieron a eventos, y compartieron silencios cada vez más pesados. Pero el amor… el amor nunca fue mutuo. O eso pensaba Alessio.

Y así, un día, harto del eco de su propia culpa y su amor no fue correspondido, solicitó el divorcio.

—Me arrepiento de todo, sé que ya no puedo volver al pasado.  Pero deseo solucionar las cosas.

No obstante, esperaba que Enzo Volkov su esposo solo en papel, aceptara gustoso. Después de todo, ¿no lo había odiado desde el inicio?

– No me divorciaré de ti, Alessio.

– Te obligué a casarte, te alejé de Artem…

– Eso está en el pasado. Pero no podemos divorciarnos.

—Lo siento, te daré lo que quieras como compensación, incluso las acciones de Blockium.

—¿Crees que te daré el divorcio si me das algo? ¿Crees que me divorciaré de ti para volver con ese simple repostero? Lamento decepcionarte, no me divorciaré del gran director de la empresa Blockium. – respondió Enzo cruzándose de brazos, frunciendo el ceño, mirando fijamente a Alessio.

— … - pensé: ‘Eso también es mi culpa’. Enzo, quien alguna vez fue el brillante y gentil protagonista, ahora convertido en un hombre frío e impenetrable.

—Bien, te daré el matrimonio que tanto quisiste, empecemos de nuevo.

—No tienes que hacer eso… Al final yo soy el causante de todo.

Alessio agachó la cabeza, sentía vergüenza verlo después de todo lo que hizo. En eso oyó un fuerte golpe contra la mesa, sentía cómo Enzo comenzaba a molestarse.

—Deja de decir tonterías, si es tu culpa, ¿qué fue lo hiciste mal?

—Yo te obligué a casarte conmigo, alguien a quien no amas.

Alessio levantó la cabeza con lágrimas en los ojos. Enzo, al ver el rostro de Alessio, se quedó en silencio, pero su rostro comenzó a ponerse serio. Alessio no soporta la culpa, concluyó la conversación de manera unilateral, dejando a Enzo atrás.

Tomo su abrigo y salió apresuradamente de la sala privada del restaurante. Al salir, se detuvo en la acera, soltando un suspiro. ‘Todo término’, comenzó a caminar de nuevo, sin mirar atrás.

—¡Alessio espera!

—¡Detente! ¡No sigas!

Se detuvo en medio de la calle, volteando a ver a Enzo, quien lo llama con desesperación, pero fue muy tarde cuando se percató de que un camión venía en su dirección.

La muerte, pensó, sería su redención. Pero el destino, o tal vez el autor original de la novela, no le concedió esa libertad. Un accidente. Un segundo de descuido. Un camión. Y entonces, la segunda oportunidad.

Cuando abrió los ojos, despertó en el pasado. Antes del compromiso. Antes del daño. Esta vez, Alessio eligió dar un paso atrás.

—He estado equivocado todo este tiempo al insistir tanto en este compromiso. Nunca más volveré a aparecer ante ti. —le dijo con convicción.

Sin embargo, en esta ocasión, Enzo, ese mismo protagonista al que un día persiguió con desesperación, ahora era quien lo perseguía a él.

—¿Es él a quien ahora amas?

 —Deberías tener en cuenta mis sentimientos, Aless.

—¿El amor que tenías por mí ya se disolvió?

—Sí. Él es mi nuevo amor – mintió Alessio, temblando por dentro.

—Entonces, parece que desde mañana no volverás a ver a tu “nuevo amor” – susurró Enzo con una sonrisa inquietante.

"!!!"

Y no estaba dispuesto a dejarlo escapar.

—Yo te cuidaré.

—Gracias por tu preocupación, pero no es necesario.

—Viviré contigo a partir de ahora.

Esta vez, algo era distinto. El dulce y brillante protagonista que alguna vez quiso proteger… ahora lo estaba acorralando con una intensidad.

¿Qué había cambiado?

¿O acaso Alessio nunca comprendió quién era realmente Enzo Volkov?

Una historia sobre redención, segundas oportunidades…

Y un amor que tal vez nunca fue tan inocente como parecía.

01

Los primeros rayos del sol empezaron a filtrarse con suavidad a través de las rendijas de las cortinas, iluminando el aire de un tenue dorado que se deslizaba tranquilamente por las paredes de la habitación. La luz se propagaba como una cálida brisa, impactando al principio los bordes del desordenado escritorio, seguidamente los libros apilados junto a la ventana, hasta alcanzar finalmente el lecho donde el chico estaba durmiendo.

Se encontraba envuelto en sábanas cálidas que se depositaban descuidadamente sobre su cuerpo. Su rostro descansaba cómodamente sobre la almohada, luciendo etéreo. El sol rozaba sus mejillas con una infinita delicadeza, dando un resplandor suave a la perfecta curvatura de su nariz. Su cabello, de un castaño claro, reposaba enredado sobre su frente y la almohada. Bajo ese escenario de luz acogedora, sus labios entreabiertos, exhalando un aliento tranquilo, casi inaudible.

Comenzaba a despertar, frunciendo suavemente el ceño al percibir la caricia suave del sol atravesar su rostro. Se escapó un suspiro de sus labios, suave y casi imperceptible, mientras sus párpados temblaban antes de rendirse gradualmente al resplandor dorado que los llamaba. Abrió los ojos a medias, mostrando unos ojos hermosos que se asemejaban a dos preciadas gemas de zafiro verde, luciendo muy cautivador.

Su pelo se deslizó hacia un lado, mostrando la fina línea de su cuello y la curvatura de su clavícula, que se destacaba entre las sábanas arrugadas. El espacio, ya bañado en una luz más sólida, parecía cubrirlo en un aura cálida y brillante. Parpadeó varias veces, tratando de localizarse. Observó el techo de la habitación, le parecía muy familiar, era el cuarto que tenía en casa de sus padres. Sus ojos se abrieron por completo ahora, se incorporó quedando sentado en la cama, miró atentamente la habitación, las paredes pintadas de un tono gris-azul.

– Estoy seguro de que el camión… ¿Dónde estará Enzo? –  Soltó casi susurrada, con la voz aún rasposa por el sueño, de repente sintió un fuerte dolor de cabeza.

- ¡Ahg\, maldita sea!

Tomo su teléfono de la mesita de noche, lo encendió viendo la hora [6:15 am], pero sorprendió al ver la fecha [12/08].

- Es 8 de diciembre.

Murmuró aún desconcertado, estaba seguro de que ayer había sido mediados de agosto, específicamente 17 de agosto, el día que se casó con Enzo. Debido a que Enzo era un recién contratado, insistí tanto que apenas se terminó su proyecto, nos casamos, por lo que no tenía sentido que sea diciembre. Abrió el calendario del teléfono viendo impactado el año.

- Regresé a 8 años\, antes de todo.

El teléfono cayó en la cama mientras las manos me temblaban levemente, aún lleno de una mezcla de confusión y arrepentimiento. En realidad, no estaba en su mundo, aunque todo parecía tan real y familiar. Había transmigrado a un mundo de una novela que no reconocía más que por fragmentos. Él no era más que el antagonista, el hermano adoptivo del protagonista, el que interfería entre la relación entre los protagonistas, y al final era mandado al extranjero por sus padres, desapareciendo sin dejar rastros, pero a pesar de todo él era un exitoso y perfecto Alfa incluso era el director de una de las grandes empresas, aunque tenía problemas temperamentales.

Al principio cuando transmigro estaba tan feliz con su compañera por usar su nombre, ahora si no seguía el curso de la historia podría vivir bien el resto de su vida, sin embargo, las cosas no siempre salen como queremos, Alessio recuerda el día que conoció a Enzo, por su hermano Artem, el otro protagonista. Cuando lo vio y sus miradas se encontraron el mundo pareció detenerse, ese chico era su tipo ideal, lastimosamente eran el novio de su hermano, trato de reprimir sus sentimientos, pero estos surgieron inevitablemente ante los constantes encuentros, permitió que estos sentimientos surgieran, al saber algo de la trama hizo que Artem se enamorara de otra persona y uso su poder para obligar a Enzo a comprometerse y casarse con él.

Pero después de 8 años de matrimonio, Alessio se arrepintió amargamente. Debido a su codicia, ambos fueron infelices en este matrimonio, así que el día de su aniversario planeó disolver su matrimonio. Pero las cosas no salieron como esperaba, Enzo quien se enojó y soltó comentarios despectivos hacia el trabajo de Artem, alejando que él no lo dejaría por un simple repostero cuando estaba casado con el director de Blockium, se sorprendió por las repentinas palabras de Enzo, él nunca decía algo así, al contrario, era alguien amable y brillante, aún más arrepentido Artem, prometió darle todo, dejarlo libre, pero las cosas no resultaron, al final huyo del restaurante, pensando que todo termino, alzó la vista, el cielo nocturno un lienzo profundo y sereno, salpicado de estrellas que titilaban como si supieran algo que él no. La luna, apenas una curva pálida, flotaba entre nubes deshilachadas. En ese instante breve, el mundo parecía inmóvil. Cuando escuchaba que Enzo lo llamaba, comenzó a caminar escuchando el constante llamado de Enzo, hasta que sus pasos dudaban entre irse o volver; no pudo evitar voltear a verlo. Estaba de pie en la acera, mirándolo. Sus ojos se abrieron desmesurados, su boca tembló tratando de decir algo, sin palabras. Siguió su mirada, de pronto, un destello brillante, venía directo hacia él. El tiempo pareció colapsar en un solo segundo.

Justo cuando su mente giraba entre sus recuerdos de su vida pasada, un suave golpeteo resonó en la puerta.

—Joven maestro. ¿Está despierto? Sus padres y su hermano lo están esperando para el desayuno —dijo una voz cálida desde el otro lado. Era la sirvienta.

La reconocí enseguida, con un leve movimiento, me incorporó lentamente, soltando un suspiro. Esta vez estaba decidido dejarles el camino libre a los protagonistas, pero sin ser el villano, alguien más hará el papel de antagonista. Yo seré un personaje extra en esta historia.

- Ya estoy despierto\, informales que bajaré pronto\, Mina.

Escuché cómo los pasos de Mina se alejaban por el pasillo, amortiguados por la alfombra del corredor. El silencio volvió a envolver la habitación. Me dirigí al armario con calma, deslizando los dedos entre las telas hasta encontrar un traje elegante, pero discreto, como dictaba la costumbre familiar. Al vestirme, sentí el peso de la rutina, como si cada botón y cada pliegue del pantalón confirmaran que había regresado antes de todo. Respiré hondo y salí de la habitación. Descendí hacia el comedor, donde sabía que mis padres y mi hermano ya me esperaban listos para desayunar. Al observar cómo Artem reía junto a nuestros padres, sentí una punzada de arrepentimiento. Creo que en estas fechas hice que terminaran.

- Si realmente regresé\, esta vez no cometeré los mismos errores.

Murmuró recordando que en estas fechas obligaba a Enzo a tener citas. Si no recordaba mal, aún no le pedía matrimonio. Me sentí aliviado y una sonrisa se mostró en mis labios. Aún no es tarde, pensé para caminar con pasos decididos adentrándome al comedor.

02

Al cruzar el umbral, vi a mis padres conversaban con expresión relajada, los gestos pausados y cálidos, mientras Artem, con su energía habitual, gesticulaba animado.

Me acerqué lentamente, la luz del ventanal bañaba la mesa y daba al momento un aire casi irreal.

—Buenos días, Artem, mamá, papá —saludé con voz clara.

Artem giró hacia mí con una sonrisa amplia, sus ojos resplandecientes, como si mi presencia complementara la escena.

—¡Buenos días, hermano! —respondió con alegría.

Asentí, apenas curvando los labios en una suave sonrisa, y me senté frente a él.

También mis padres me saludaron al presenciar mi llegada. Con dulzura, mamá levantó la vista y me brindó una sonrisa dulce.

—Buenos días, cariño. ¿Dormiste bien? —preguntó, sirviendo un poco más de café en su taza.

—¿Hoy vas a trabajar, hijo? —añadió papá, sin dejar de remover su té, aunque su tono era cálido, pero firme.

Asentí con suavidad mientras tomaba la servilleta y la colocaba sobre mi regazo, mientras me servía un poco de fruta del centro de la mesa.

— Perfecto. Hoy iremos juntos a la empresa. —continuó él entonces, levantando la vista para encontrar la mía—. Quiero mostrarte algo.

Asentí ante las palabras de mi padre, con una ligera inclinación de cabeza. No fue necesario agregar más; ambos comprendimos que ya había iniciado el día para nosotros. El desayuno transcurrió de forma armoniosa, con pequeñas conversaciones, risas breves de Artem, y los suaves comentarios de mamá, siempre atentos a cada detalle en la mesa.

La calidez del momento se contraponía con la dureza del día que se aproximaba, pero por un momento todo parecía en armonía.

Al acabar, dejé con cuidado la servilleta sobre el plato. Papá se levantó casi al mismo tiempo junto a mí. Nos encaminamos hacia la puerta y, antes de retirarnos, nos volteamos hacia ellos.

—Hasta luego, mamá, Artem —expresé con tranquilidad.

—Nos vemos al almuerzo —añadió papá, mientras ajustaba el reloj en su muñeca.

Ambos nos despidieron con sonrisas. Sin más retrasos, salimos de casa con destino a la empresa.

──────  ≪ °❈° ≫ ──────

Al llegar a la empresa, las puertas de cristal se abrieron, permitiendo la entrada del aire fresco de la mañana. El ruido de teclados y teléfonos cesó momentáneamente al pasar el vestíbulo. La recepcionista, en compañía de varios trabajadores cercanos, se levantaron de manera respetuosa.

—Bienvenidos, presidente y director —saludaron al unísono, con respeto marcado en sus voces.

Papá asintió con su porte habitual, firme y sereno. Yo lo imité, con una leve inclinación de cabeza.

Sin detenernos, nos dirigimos hacia el ascensor al fondo del pasillo. Las puertas se cerraron suavemente después de nosotros, y empezamos la subida hacia el último piso, donde se encontraba la oficina de mi padre.

Al llegar a la oficina, las puertas de vidrio se abrieron y papá se aproximó con naturalidad a su escritorio, como si cada paso estuviera ensayado por años de costumbre. La habitación era extensa, iluminada por la luz que fluía desde los ventanales que presentaban la ciudad en miniatura.

Me detuve frente al escritorio, de pie, con las manos tras la espalda, a la espera de sus instrucciones. Él se sentó en su silla, cruzó brevemente las manos sobre la superficie pulida y comenzó a hablar con tono firme pero satisfecho.

—Hijo, has hecho un buen trabajo. El proyecto que estuviste a cargo fue un éxito.

Asentí en silencio, aunque internamente me empeñaba en recordar precisamente a qué proyecto mencionaba. Ocho años han pasado, a veces los detalles se disolvían como niebla en la memoria. Aun así, no mostré duda.

Papá siguió sin titubear.

—Por lo tanto, desde este momento te ocuparás del desarrollo de los productos y de cómo ampliar el mercado.

Incliné la cabeza de manera suave —Gracias, padre. Entonces, sin más, me retiraré —dije con formalidad, dando un paso atrás.

Sin embargo, antes de poder voltearme, su voz me detuvo.

—Ah, y contarás con tu oficina propia. Ya han iniciado su preparación.

Apenas me volteé, con una leve inclinación de cabeza, y contesté.

—Claro. Gracias. Después salí, con pasos firmes, mientras esa sencilla frase resonaba en mi interior con un eco imprevisto: “mi propia oficina”.

Durante mi paseo por el pasillo, las palabras de papá continuaban resonando en mi mente: “mi propia oficina”. No obstante, ese pensamiento provocó otro pensamiento inesperado: “esto significa que todavía no le he solicitado matrimonio a Enzo...”

Solo lo llevaba de la mano a citas elegidas por mí, a restaurantes que no siempre deseaba frecuentar, a planes que yo decidía sin preguntarle si realmente deseaba estar ahí.

Con ese pensamiento, tuve una ligera sonrisa en mi rostro, mitad aflicción, mitad ironía. Quizás era el momento de comenzar a tomar decisiones distintas.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el undécimo piso, mi expresión ya había recuperado la compostura. Crucé el pasillo hasta llegar a mi grupo de trabajo.

—Buenos días —dije con voz clara—. Deseo transmitirles que el proyecto resultó ser un éxito.

Hubo una breve pausa, seguida de miradas que se cruzaron, y luego un murmullo de aprobación y sonrisas. Era simplemente el comienzo de algo más grande… y tal vez, también, de lo personal.

—Para festejar, después del trabajo iremos a cenar. —Anuncié con una sonrisa discreta, observando al grupo reunido.

Inmediatamente, los aplausos y vítores espontáneos se desataron en el salón. Algunos se levantaron, otros alzaron los brazos en señal de victoria, y por un momento, la rigidez de la oficina se transformó en una breve alegría.

Entre las voces, Ignat, mi colega y amigo desde hace mucho, sobresalió con uno de sus comentarios distintivos.

—¡Entonces pediremos lo más caro del menú!

La risa fue unánime, incluso yo no pude evitar soltar una carcajada breve, negando con la cabeza mientras cruzaba los brazos.

—Solo si luego no lloran cuando llegué la gran cantidad de trabajo —contesté con un tono divertido.

Ignat alzó las manos como si no tuviera culpa alguna, todavía sonriendo, y yo volteé sobre mis talones, dejando atrás las risas y reclamos mientras me dirigía a mi lugar de trabajo. Me esperaba una pila de papeleo que revisar antes del final del día, pero el ambiente liviano que se había creado lo hacía todo un poco más llevadero.

La mañana se desarrolló con el ritmo habitual: revisión de informes, firmas por entregar, llamadas breves, todo sumergido en el continuo murmullo de teclados y diálogos a media voz. A mediodía, precisamente cuando me levantaba para estirarme un poco antes del almuerzo, Ignat se acercó con su tablet en mano.

—Tendremos una reunión justo antes del almuerzo —me dijo, como si ya supiera que eso alteraría mi agenda.

Asentí sin mucho detalle, adaptándome mentalmente al resto de mi día. Fue en ese momento cuando sentí la vibración leve de mi teléfono sobre el escritorio. Lo tomé casi por reflejo. Sin darle importancia, hasta que vi el nombre que apareció en la pantalla: “Media cereza de mi pastel”.  Me quedé inmóvil unos segundos, abrí el mensaje.

El mensaje se presentaba sencillo. “Te veré después del trabajo.”

Ignoré el mensaje, bloqueé la pantalla sin responder. Estaba decidido. Enzo formaba parte de un vínculo que ya no quería sostener.

Comencé a examinar el informe para la reunión, concentrándome en los datos y análisis que tenía ante mí. Resaltaba, clasificaba y anotaba detalles, intentando mantener la concentración en la labor. Sin embargo, el móvil volvió a vibrar, una vez más... dos... tres...

(Zzzt... Zzzzt... Zzzzzt...)

El sonido insistente rompía el silencio de mi concentración. Exhalé con molestia contenida y tomé el teléfono. En la barra de notificaciones, otra vez: “Media cereza de mi pastel”.

Los mensajes llegaron uno tras otro:“Alessio, contesta.”  “Si no me respondes, iré a verte en este momento.” “Alessio.”

Me quedé inmóvil por un instante, desconcertado por la repentina insistencia. Apreté los labios, molesto conmigo mismo por no haber aún cortado ese lazo. Finalmente, escribí un breve mensaje: “Lo siento, estoy por tener una reunión. Te llamo luego.”

Vi que Enzo leyó el mensaje casi al instante. Apenas pasaron unos segundos antes de que respondiera: “Entonces te esperaré puntual en el vestíbulo cuando salgas.”

Tragué saliva, dejando el teléfono boca abajo sobre el escritorio. Aquel tono era decisión unilateral. Y aunque una parte de mí quería ignorarlo, sabía que ese encuentro ya era inevitable.

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