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SIEMPRE FUISTE TÚ

🫧🫧🫧¡IMPORTANTE LEER!🫧🫧🫧

...*✨Bienvenidos a un nuevo mundo✨*...

...Siempre fuiste tú ...

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...*⚠️ Advertencia de contenido⚠️*...

“Siempre Fuiste Tú” es una obra de ficción que aborda temas como el embarazo adolescente, la presión social, las decisiones impulsivas, la amistad que se transforma en amor, y las consecuencias emocionales de crecer demasiado rápido.

Aunque el tono general de la novela mezcla comedia romántica juvenil con elementos de drama, algunos capítulos pueden contener escenas que reflejan situaciones intensas o difíciles.

Se incluyen temas como:

🫧Embarazo no planificado

🫧Relaciones sexuales entre adolescentes

🫧Conflictos familiares

🫧Ansiedad emocional

🫧Secretos, decisiones y consecuencias.

Esta historia está dirigida a lectores mayores de 16 años.

El objetivo no es juzgar, sino explorar con humanidad y realismo las emociones y vivencias de jóvenes en momentos cruciales de su vida.

Nota:

Esta historia trata temas que pueden no ser del gusto de todos. Se requiere discreción, respeto y empatía al leer.

Si el contenido no es de tu agrado, recuerda que cada lector conecta con historias diferentes.

Gracias por leer 💜

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...FICHA DE PERSONAJES ...

📀Edad: 17 años

📀Curso: Último año de secundaria

📀Personalidad: Dulce, emocional, soñadora, con una vena sarcástica que saca cuando está cómoda. Muy leal, algo terca y romántica empedernida, aunque lo oculte con una carcajada. A veces se ahoga en sus emociones, pero siempre sale con la frente en alto.

📀Habilidades: Canta como un ángel.

Excelente en historia, arte, música.

Tiene talento natural para escribir canciones y contar historias.

📀Quiere estudiar: Artes escénicas o producción musical (aunque lo niega a veces por miedo).

📀Mejor amiga: Sofía

📀Mejor amigo: Nicolás

📀Relación con Nico: Se conocen desde que tienen uso de razón. Sus madres son mejores amigas y los criaron como si fueran hermanos. Lo ama en secreto desde los 14, pero ha aprendido a callarlo con excusas tontas.

📀Dato curioso: Cuando tenían 15 años, Lía y Nico se escaparon juntos una tarde para tatuarse un pequeño avioncito de papel en la muñeca, como símbolo de su promesa de estar “siempre juntos, aunque la vida los lleve por caminos distintos”. Lo hicieron a escondidas de sus madres y cuando ambas se enteraron… estuvieron castigados un mes completo sin poder verse después de clases.

🏀Edad: 17 años

🏀Curso: Último año de secundaria (mayor por meses)

🏀Personalidad: Protector, bromista, muy inteligente. Tiene alma de líder, pero odia el drama. Sarcástico, con corazón suave escondido bajo el disfraz de chico seguro de sí. Tiene su lado romántico bien enterrado… excepto cuando se trata de Lía.

🏀Habilidades: Excelente en matemáticas, física y deporte. Capitán del equipo de baloncesto. Talentoso para el dibujo técnico y bocetos.

🏀Quiere estudiar: Arquitectura (y llegar a construir grandes obras en la ciudad o incluso en el extranjero).

🏀Mejor amigo: Kevin

🏀Mejor amiga: Lía

🏀Relación con Lía: La conoce desde que tiene memoria. Vive defendiéndola, molestándola, ayudándola… y últimamente, no puede dejar de mirarla diferente. Pero se repite que “es como su hermana”. Aunque el corazón no opine lo mismo

🏀Dato curioso: Siempre lleva un llavero que Lía le regaló cuando tenían 10. Dice que es feo, pero nunca lo quitó. Y conoce sus gustos mejor que ella misma.


🍓Edad: 17 años

🍓Curso: Último año de secundaria

🍓Personalidad: Astuta, divertida, directa.

La amiga que te da el consejo que no quieres escuchar, pero que necesitas. Fiel como nadie, pero con lengua filosa. Le encanta shippear a Lía y Nico como si fuera una novela coreana. Tiene ese toque rebelde con sentido común, y defiende lo que ama con garras.

🍓Habilidades: Muy buena en literatura, debates y ciencias sociales. Tiene un blog de crítica social que pocos conocen. Baila increíble (y lo sabe).

🍓Quiere estudiar: Psicología o Comunicación Social.

🍓Mejor amiga: Lía (cómplices de vida)

🍓Pareja: Kevin (sí, los opuestos se aman)

🍓Relación con Nico: Lo respeta, pero lo friega cada vez que puede. No deja que se le suba el ego.

🍓Dato curioso: Tiene una lista con más de 30 teorías de por qué Lía y Nico deberían estar juntos. Algunas con evidencia adjunta.


⚜️Edad: 17 años.

⚜️Curso: Último año de secundaria.

⚜️Personalidad: El alma del grupo. Es payaso, coqueto, protector y de mente muy abierta. Le gusta molestar a Nico, pero lo quiere como a un hermano. En el fondo tiene un corazón gigante que solo Sofía conoce del todo. Muy observador, y aunque actúe despreocupado, siempre sabe más de lo que dice.

⚜️Habilidades: Estrella del equipo de básquet junto a Nico. Es bueno con la tecnología y la música urbana. Tiene una voz profunda que sorprende cuando canta.

⚜️Quiere estudiar: Negocios internacionales.

⚜️Mejor amigo: Nicolás

⚜️Pareja: Sofía (la domadora oficial de su caos)

⚜️Relación con Lía: La trata como su hermanita. A veces le hace bullying cariñoso, pero siempre la defiende.

⚜️Dato curioso: Se burla de todos, pero si alguien más lo hace con sus amigos, se vuelve fiera. Guarda una foto de todos ellos en la billetera desde el primer año de secundaria.

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Mi lugar favorito siempre fuiste tú

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...CAPÍTULO UNO...

Dicen que cuando alguien es parte de tu vida desde siempre, es difícil notar en qué momento empezó a importarte más de lo normal.

A mí me pasó a los catorce.

Él me pasó.

Nicolás Reyes.

Y no dejó de importarme nunca.

—¿Vas a quedarte ahí parada todo el día o piensas subir? —preguntó su voz desde el auto, con esa sonrisa que siempre me rompe la concentración.

Ahí estaba, apoyado con un brazo sobre el volante, su cabello blanco despeinado por el viento y el buzo gris que le regalé para su cumpleaños que casi siempre lleva puesto.

Desde pequeño, Nicolás había sido diferente. No por su forma de hablar, ni por su inteligencia —que también—, sino por su cabello blanco como la sal. Nicolás nació con una condición genética rara. No era albino, no tenía la piel pálida. Tenía poliosis, una condición que le robó el pigmento al cabello pero le dejó todo lo demás intacto. Sin embargo tenía ese aspecto casi fantasmal que a todos los demás les parecía hipnótico. A pesar del cabello, tenía la piel bronceada, algunas pecas en el rostro, ojos gris oscuro y cejas perfectamente marcadas. Un contraste que lo hacía único.

—Ya voy, gruñón —respondí, metiéndome a su lado con mi mochila al frente—. ¿Dormiste mal o solo estás en modo antisocial desde temprano?

—Estoy en modo “casi llegamos tarde porque alguien tarda media vida en alistarse”.

—Disculpa por ser chica y tener que resaltar mi belleza—dije girándome hacia él—. No todos podemos tener la suerte de despertar ya perfectos.

Nico soltó una risa baja mientras arrancaba.

—Tontita.

Llevábamos yendo juntos al instituto desde que tengo memoria, siempre nos íbamos en bici, pero en primer año su mamá le regaló este auto por su cumpleaños.

Desde que nuestras madres, mejores amigas desde la infancia, decidieron que “no había nada más seguro que ir juntos”.

Lo que ellas no sabían era que yo me subía al carro de Nicolás todos los días… con el corazón en la garganta.

Él ponía su playlist de siempre, que cambiaba cada mes.

Yo abría la ventana, sacaba la cabeza un poco, y fingía que el aire no me enrojecía los ojos.

—¿Tenemos entrega hoy? —pregunté, mientras él se detenía en el semáforo, rascándose la nuca como si estuviera repasando mentalmente el horario.

Nicolás giró apenas el rostro hacia mí, sin dejar de mirar al frente.

—¿Otra vez no hiciste la tarea? —preguntó con resignación.

—No digas “otra vez” como si fuera tan seguido —dije haciendo puchero—. Solo… se me olvidó. Un poco.

—Ajá, claro —respondió con sarcasmo—. Hoy toca entregar la de física, por cierto. Ya casi termino la mía, solo me falta pulir un par de cosas.

Fruncí los labios.

—Odio física. Los números no me hablan, Nico. Me ven y huyen.

—No es que te huyan, es que los ignoras descaradamente —rió, y luego soltó un suspiro—. Mira, sé que repudias todo lo que implique fórmulas, pero haz el esfuerzo o vas a reprobar. Y no quiero tener que ayudarte a recuperar otra vez en vacaciones, ¿sí?

—Lo dices como si tú no fueras el culpable de que pase…

—¿Yo?

—¡Sí! Te aprovechas de que soy buena en Historia, Arte y todo lo bonito del mundo para cambiarme las tareas como si fuera trato justo.

—Y lo es —dijo con una sonrisa de suficiencia—. Además, admitámoslo, sin mí ya estarías llorando en una esquina con un “reprobado” en matemáticas aplicadas.

—¡Eso es debatible!

—Ajá… claro.

El semáforo cambió a verde y seguimos avanzando entre risas, mientras yo abría el bolso y buscaba desesperada la libreta para ver si alcanzaba a copiar algo antes de llegar al instituto.

—Cinco minutos más y ya está lista. Si quieres, te la paso rápido cuando lleguemos —dijo con ese tono protector que siempre usaba conmigo. Ese que me hacía sentir que, pasara lo que pasara, él siempre estaría ahí.

—¿Qué haría sin ti?

—Reprobar. Eso harías.

Rodé los ojos, pero sonreí. Porque tenía razón y porque, aunque me costara admitirlo… me encantaba que siempre fuera él quien me salvara en el último minuto.

Eso también me pasaba con Nico.

Esos pequeños gestos.

Esa manera en la que me cuidaba sin hacerlo obvio.

Afuera la ciudad despertaba, caótica y brillante como siempre.

Adentro, en ese auto, era nuestro lugar.

Uno donde podía mirarlo de reojo, donde podía imaginar cómo sería si alguna vez se girara y me besara sin previo aviso.

Donde podía pensar que tal vez, solo tal vez…

—¿Estás muy en tu mundo o vas a bajarte conmigo? —dijo, frenando frente al instituto.

Lo miré.

Él también me estaba mirando.

—Estoy bajando —respondí con una sonrisa, abriendo la puerta.

Cuando entré al salón, después de que Nico se perdiera un rato con sus compañeros del equipo de basquetbol, ya había el típico caos de todos los días: gente riendo, otros en voz alta hablando del nuevo escándalo de una celebridad, y tres o cuatro pegados a sus celulares con cara asociales.

Me fui directo a mi lugar —segunda fila, junto a la ventana— y empecé a sacar mis cosas.

Mi cuaderno, lápiz, audífonos.

Todo normal, hasta que alguien se paró justo frente a mí.

—¿Tú eres la mejor amiga de Nicolás, cierto?

Levanté la vista.

La chica tenía el cabello rubio cortado justo por encima de los hombros, delineador marcado, labios rosados y una actitud como si todo el salón girara a su alrededor.

—Sí, somos cercanos —respondí sin mucho detalle, dejando los ojos en mi estuche.

—Me llamo Ariana —dijo, sonriendo como si ya me conociera—. Bueno… la verdad es que me gusta Nicol y como tú eres su mejor amiga, pensé que tal vez podrías ayudarme.

La miré con calma.

Mi sonrisa fue suave, casi automática.

—¿Ayudarte cómo?

—No sé. Hablarle de mí, decirle que me gustaría conocerlo, invitarlo a salir. Algo así. Tú sabes.

Claro que sabía.

Esto no era nuevo.

Nico es guapo. No guapo tipo “lindo”, sino guapo en serio. Alto, espalda ancha, voz grave, sonrisa que desarma a quien lo escuche y además es inteligente.

Así que sí. Es popular entre las chicas. Mucho.

No era la primera vez que una chica se me acercaba para tratar de llegar a él. Tampoco sería la última.

Y aún así, era insoportable cada vez que pasaba.

Volví al presente. Ariana me seguía mirando, esperando una respuesta.

—No sé si Nico esté buscando salir con alguien ahora. Ya ves cómo anda con una y con otra—dije tranquila, girando las hojas de mi cuaderno—. Pero si te interesa, deberías hablarle tú directamente.

—¿Crees que tendría oportunidad?

—Eso depende de él.

Ella frunció los labios, decepcionada.

Quizás esperaba más entusiasmo de mi parte.

Pero sinceramente, no me salía.

En ese momento, Sofía entró al salón como un torbellino, se dejó caer a mi lado y me miró con cara de “¿quién es esta?”

Ariana se fue poco después, y Sofía aprovechó para clavarme los ojos.

—¿Ya empezaron a llegar las fans de tu futuro esposo o apenas es la primera tanda?

Solté una risa baja.

—Sofía, por favor.

—¿Qué? No lo digo por molestar. Lo digo porque si no se lo dices pronto, te lo van a arrebatar y no quiero verte llorando por alguna “Ariana” cualquiera que se lo lleve en la graduación.

Rodé los ojos.

Pero por dentro…esa idea también me atravesó.

Y dolió más de lo que quería admitir.

—¿Qué te dijo esa chica? —preguntó Sofía, mientras jugaba con el espiral de mi cuaderno.

—Que le gusta Nico —respondí, cerrando el estuche con más fuerza de la necesaria—. Y que si podía ayudarla a acercarse a él.

—¿Y le dijiste que se siente y espere a que caiga un meteorito? Porque eso es lo único que podría romper lo que ustedes dos tienen.

—Le dije que si le gusta, que se lo diga ella. Yo no soy su intermediaria.

Sofía entrecerró los ojos, pero no dijo nada más.

En ese momento, la puerta del salón se abrió… y como si el universo se divirtiera jugando conmigo, entró Nicolás.

—¿Qué miras tanto? —me dijo al acercarse y dejar su mochila en la silla vacía a mi lado.

—Nada, idiota. Solo me sorprendió verte a tiempo.—sonrió maliciosamente—¿Esta vez no te enrollaste con alguna tipa antes de clases?

—Muy graciosa —murmuró—. Solo tuve una visión de que te dejaba plantada y me sentía culpable. Así que vine por reflejo.

Sofía soltó una carcajada.

—¿Tienes visiones con ella? Confirmado. Cásense.

Nico le tiró una mirada rápida mientras se sentaba.

—¿No tienes una historia que subir a Instagram o algo?

—No me cambies de tema, señorito de mis teorías.

Antes de que pudiera contestar, el profesor entró.

Nico se inclinó hacia mí en voz baja.

—¿Te dijo algo raro esa loca? ¿Te molestó?

Volví a mirarlo.

Cómo no se da cuenta.

Cómo no nota que me sé de memoria cada gesto suyo.

Que ya no sé cómo fingir que solo me importas “como familia”.

—Nada importante —respondí, bajando la mirada.

El profe empezó a hablar de un trabajo nuevo, una presentación en parejas sobre las transformaciones políticas del siglo XX.

—Las parejas serán… escogidas al azar —dijo el profesor, y la clase entera soltó un “nooo” al unísono.

—Excepto Castellanos y Reyes —agregó el profe con una sonrisa—. Ustedes dos siempre funcionan como equipo.

Yo levanté la vista.

Nico me miró y sonrió.

—¿Ves? Hasta el sistema educativo sabe que no puedes vivir sin mí.

—O tú sin mí —le respondí bajito.

Y ahí estuvo otra vez.

Esa chispa.

Ese segundo en que el mundo se apaga.

Y quedamos solo él… y yo.

La clase siguió.

Tomamos apuntes.

Él me pasó dulces cuando pensó que no veía.

Yo dibujé su inicial en la esquina del cuaderno sin querer.

Y cuando salimos, me alcanzó el brazo para detenerme.

—¿Esta noche te puedo pedir ayuda con Historia? Me toca el repaso de la Segunda Guerra y sabes que me duermo en esa parte.

—Solo si tú haces mis ejercicios de física antes —le dije.

—Hecho.

Así funcionábamos.

Nos cubríamos las espaldas.

Nos cuidábamos sin preguntar.

...📀...

Entramos al hall de la casa de Nico con el mismo ritmo de siempre: yo quitándome los zapatos como si viviera ahí (porque básicamente es así), y él dejándose caer sobre el sofá como si el día le hubiera robado media vida.

—¿Tu mamá está en casa? —pregunté, mientras revisaba mi mochila buscando el cuaderno de historia.

—No —respondió desde el sillón sin abrir los ojos—. Tiene turno largo en el hospital. Dijo que tal vez no llegue hoy.

Lo miré desde la cocina.

—¿Así que…?

Él abrió un ojo y sonrió.

—Así que… tardeo de estudio —dijimos los dos al mismo tiempo.

Era tradición.

Si una de nuestras madres no estaba en casa, y el otro tenía tareas acumuladas, nos quedábamos a dormir con la excusa de “hacer las tareas”.

Aunque normalmente terminábamos viendo películas, pidiendo pizza y quejándonos de la vida escolar.

—¿Y vas a querer pizza con piña esta vez también? —preguntó Nico desde el sofá, estirando los brazos como gato perezoso.

—Obvio. Es el sabor de los dioses.

—Eres una rarita —respondió, sentándose—. Pero como no quiero que llores, la pido mitad y mitad.

Me encogí de hombros mientras subía por las escaleras rumbo a su cuarto.

—¡Entonces traéme una soda de la verde y no te olvides del helado!

—¡¿Desde cuándo esto es un hotel con servicio a la habitación?! —gritó desde abajo.

—Desde que me soportás todos los días, tonto. Ya deberías saberlo.

Oí su risa, y sonreí.

Ese sonido me hacía sentir en casa.

Más que cualquier lugar, cualquier techo.

Él era mi lugar favorito.

Minutos después estábamos tirados sobre el piso de su habitación, rodeados de libros, hojas, papitas y dos cucharas de helado.

—A ver, repaso rápido —dije tomando mi cuaderno—. ¿Cuál fue el detonante de la Segunda Guerra?

—Que no me dejaras dormir la siesta hoy —dijo, con la boca llena de chocolate.

Lo miré con cara de “¿en serio?”, y él se rió como si acabara de contar el chiste del año.

—Nico, enfócate —dije entre risas—. Si no sacas buena nota, te toca hacer mis ejercicios de historia del arte toda la semana.

—Amenaza aceptada.

Y así pasamos la tarde.

Tirados en el piso.

Estudiando, riendo, diciendo tonterías.

Comportándonos como siempre…

aunque por dentro, cada minuto me recordaba que esto ya no era lo de siempre.

...📀...

—Cinco minutos más… —murmuré, sin saber muy bien dónde estaba.

El calor era suave. Cómodo.

Tenía una pierna encima de algo —o alguien— y mi cara estaba metida contra algo tibio que olía a jabón y perfume de chico.

Parpadeé un par de veces.

Sábanas.

Almohadas tiradas.

Un brazo alrededor de mi cintura.

Y en ese momento, lo supe.

No estaba en mi cama.

—¿Nico? —susurré, medio dormida.

—…¿Lía? —respondió él, con voz ronca.

Los dos abrimos los ojos al mismo tiempo.

Nos miramos.

Él estaba acostado boca arriba.

Yo, prácticamente encima de él.

Su camiseta se había subido un poco. Mis piernas estaban cruzadas sobre las suyas y su cara… estaba a centímetros de la mía.

—¡Quítate mugroso! —grité, intentando levantarme de golpe.

La cobija se enredó.

Resbalé.

Y terminé cayendo otra vez sobre él, esta vez con las manos apoyadas en su pecho… y una rodilla peligrosamente mal ubicada.

Él apretó los ojos y soltó una exhalación rápida.

—Lía… por favor… —dijo en voz baja, rojo como nunca lo había visto—. Si te vas a quedar así… al menos… quita la mano de… ahí.

Lo miré sin entender.

—¿Qué? ¿Dónde?

Él señaló discretamente hacia su entrepierna.

Yo bajé la mirada.

Y ahí estaban mis dedos.

Inocentemente apoyados en donde claramente no debían estar.

—¡Oh! ¡Lo siento, Nico! —me alejé tan rápido que casi rodé fuera del colchón.

Me senté en el borde de la cama, tapándome la cara con ambas manos.

Él se incorporó lentamente, frotándose el rostro como si intentara resetear el universo.

—No fue tu culpa —dijo, la voz aún más ronca—. Creo que me dormí primero y después como que… te acercaste. O yo te abracé. No sé.

—¡Nos quedamos dormidos! —exclamé, viendo la hora—. ¡Son las seis y cuarto de la mañana! ¡Mi mamá va a pensar que fui abducida!

—Tranquila, tranquilaaa —respondió él, poniéndose de pie mientras se ajustaba la camiseta—. Sal por la puerta y cruza directo a tu casa. Dile a mi tía Clau, que te quedaste estudiando y viendo pelis hasta tarde conmigo y que no te diste cuenta de la hora.

—¡Eso no me salvará del sermón por no avisarle!

—¿Y decirle que nos dormimos abrazados y me levanté con una erección mañanera es mejor?

—¡NICO!

Él se rió y esa risa fue tan contagiosa que terminé riéndome también, tapándome la cara con el hoodie que encontré tirado en el suelo.

Mientras recogía mis cosas y me preparaba para salir corriendo, no podía dejar de pensar en una cosa:

¿Por qué demonios estaba nerviosa?

Y por qué, por primera vez, me gustó estar tan cerca de él.

No, no me gusta.

...🏀...

...CAPÍTULO DOS...

En cuanto cerró la puerta, me fui directo al baño.

No.

Corrección: me arrastré como animal al borde del colapso hormonal hasta la ducha, encendí el agua fría a su máximo nivel, y me quedé ahí, con las manos apoyadas en la pared, respirando como si acabara de correr un maratón.

—Tranquilo, Nico. Solo fue una erección matutina cualquiera. Nada que ver con Lía. Para nada. Cero.

Mentira.

Ojalá pudiera decir que era por la almohada o porque soñé con una chica.

Pero no.

Era ella.

Ella, con esa carita, como si no supiera lo que provoca.

Ella, con esa risa que se le escapa cuando me llama “gruñón”.

Ella… encima mío. Literalmente.

Y luego su mano en aquel lugar como si me estuviera dando la extremaunción hormonal.

—Por favor, cerebro, no empieces.

—Por favor, otra parte del cuerpo, colabora.

Me quedé así bajo el agua helada como diez minutos.

Intentando pensar en cosas poco eróticas:

La declaración de impuestos.

La cara del profe de física cuando bosteza (parece una trucha moribunda).

La sopa de verduras de mi tía abuela.

Cualquier cosa que no fuera Lía…

…en ese maldito pijama de fresitas.

Minúsculo. Criminal.

Si lo estiraba un poco más, pasaba de pijama a ropa interior.

¿Quién carajos le dio ese pijama?

¿Quién, en nombre de la decencia, le regala eso a una adolescente?

¿Ese pijama venía con manual para romper amistades de años en una noche o qué?

—¡Concéntrate, animal! —me dije, mientras me echaba más agua helada en la cabeza.

Nada funcionaba.

Y no, no iba a tocarme pensando en ella.

Ya me lo había prometido la semana pasada…

Después de la última vez que pasó…

Fue esa noche que se quedó dormida en mi cama porque se peleó con su mamá… estaba usando mi camiseta, sin sostén… y yo… bueno, digamos que me desperté estresado a las 3 a.m. y terminé odiándome hasta el desayuno.

No. No iba a caer otra vez.

No soy un cerdo.

O eso intento.

Salí del baño con la dignidad goteando por los hombros y la toalla mal enrollada.

Me miré en el espejo.

—Es tu mejor amiga. Tu vecina de toda la vida. La que usaba brackets, hacía coreografías de High School Musical y lloraba con los documentales de animales.

Nos criamos prácticamente juntos. No puedes pensar en ella de esa forma.

No. Puedes.

…Aunque sea hermosa.

…Aunque me saque una sonrisa con solo respirar.

Me tiré sobre la cama y me cubrí la cara con una almohada.

Estoy jodido.

...🏀...

—¡Nicolás Alejandro Reyes! ¡No te vuelvas a quedar dormido sin poner la alarma! ¡Vas veinte minutos tarde! —gritó mi mamá desde la cocina, con la cuchara de madera en la mano como si estuviera invocando a los espíritus del orden y la puntualidad.

—¡Ya voy, ya voy! ¡Estoy saliendo!

—Y arregla tu habitación. Debería darte vergüenza traer a tus amigos.

—Y plancha ese uniforme que pareces una servilleta usada.

—Y dile a Lía que no se acostumbre a hacer pijamadas sin avisar. ¿Se cree que vive aquí o qué? Le voy a poner quejas a Tere.

—¡Ella básicamente vive aquí, mamááá! —grité desde la puerta mientras salía corriendo con las llaves en la mano y una tostada en la boca como protagonista de anime con mala suerte.

Subí al auto, prendí el motor y, justo cuando respiré, Lía apareció corriendo desde su casa, también con el cabello algo revuelto y la mochila colgando de un solo hombro.

—¡Mi mamá está que me pone en adopción! —dijo entrando al carro—. Juró que hoy mismo le pone cerrojo a la ventana de mi cuarto y lo sella con cemento.

—¿Por lo de esta mañana?

—Obvio. Me vio entrar a las seis y media y ya armó toda una novela. Que si me fugué, que si vendí un riñón, que si estaba en una secta…Le dije lo que me dijiste que le dijera, y no me creyó ni medio segundo.

—Tiene motivos. Con esas influencias de Sofi… ya ni se cuántas veces te has escapado.

Y yo siempre soy el tonto útil de la coartada.

—¡Eso me dijo! Literalmente. “Deja de estar usando al pobre de Nico para tus ataques rebeldes. No sé cómo te aguanta.”

La miré de reojo.

—Y tiene razón. No sé cómo te aguanto.

—Porque me quieres muchoooo. —Se acercó picándome la nariz con el dedo índice—Obvio.

Rodé los ojos mientras salíamos de la acera.

Arranqué sin decir nada, mirándola de reojo.

Y, como si nada, ahí estaba otra vez: esa cosa. Esa tensión. Esa incomodidad rara que no existía hace 48 horas.

—¿Puedes ir un poco más rápido? —preguntó Lía, ajustándose el suéter—. Tengo que llegar antes de que se termine esta hora de clase. Tengo ensayo con el grupo de música.

—Verdad que estás en ese club…

—Sí, El profesor se emocionó y ahora quiere presentar una versión acústica en el festival de primavera.

—A ver, si uno de nosotros fuera famoso, serías tú —le dije, pisando un poco más el acelerador—. Entre los musicales, los ensayos, las obras del instituto, y tus solos… ¿ya firmaste autógrafos o todavía no?

Ella se rió bajito.

—Exageras. Solo lo hago porque me gusta. Ya sabes que no me veo viviendo de eso.

—Pues deberías. Tienes talento y si no, por lo menos podrías vivir de ser la única persona que desafina afinando.

—¡Oye! —me empujó el hombro—. No te metas con mi proceso artístico.

Y ahí estaba.

Otra vez esa sonrisa.

Esa risa que se le escapa sin querer.

Esa manera de mirarme cuando se olvida de que soy “Nico, su mejor amigo”.

El semáforo cambió.

Aceleré sin hablar.

Apenas estacioné el auto, Lía bajó rápido y se colgó la mochila al hombro.

—Nos vemos en el almuerzo —dijo, sin mirarme demasiado.

Como si todavía estuviéramos en modo “olvidemos lo que pasó esta mañana”.

—Suerte con la música —respondí, y vi cómo se perdía entre los pasillos del edificio.

Respiré hondo, me froté la cara y me giré directo hacia el pabellón de deportes.

Había estado algo estresado y me dolía un poco la cabeza, tenía mil cosas en la mente y lo último que necesitaba era—

—¡Ehhh, Reyes! —dijo una voz detrás de mí, dándome una palmada en la espalda—. Hoy hay entreno a las cuatro, que no se te olvide.

Era Kevin.

Mi queridísimo amigo.

Base del equipo.

Campeón mundial en meterme en problemas.

—Sí, sí. Estoy —le respondí sin ganas.

—¿Y esa cara, qué? ¿Te rompieron el corazón o solo te está haciendo efecto la pubertad con retraso?

—Dormí mal —mentí, rascándome la nuca.

—¿Y no será que dormiste demasiado bien, pero… acompañado? —Kevin me miró con esa sonrisa sospechosa de siempre.

Rodé los ojos.

—¿Y ahora qué vas a inventar?

—No invento nada, hermano. Natalia me escribió anoche preguntando por ti otra vez.

Y te cito: “Nicolás Reyes me tiene loca. ¿Qué fue lo que me hizo?”

Kevin soltó la carcajada.

—Y yo también quiero saber. ¿Qué demonios haces que después no te superan?

Solté una risa baja, negando con la cabeza.

—Ni idea. Yo solo existo. Y parece que eso les basta.

—¡Nah, no jodas! Algo les haces. Les das un abrazo y ya te están planeando la boda. Te envidio…

—Es mi maldición. Al parecer soy atractivo. No es mi culpa.

Kevin se rió tan duro que casi se tropieza.

—Marica, ¿Ten algo de humildad no? Pero Lastimosamente tienes razón.—Kevin chistó la lengua—Maldito encantador.

—¿Y tú? ¿Cómo va tu lista de corazones rotos?

—Censurada por el Ministerio de Salud y Sofía.

Nos fuimos caminando por el pasillo exterior, cruzándonos con gente que me saludaba como si fuera una celebridad.

Pero Kevin… Kevin lo notó.

—Hablando de cosas que no puedes evitar, ¿Tú y Lía están bien?

Lo miré de reojo.

—¿Por?

—No sé… la forma en que se bajó del carro hoy. Parecía que había visto un fantasma. O que le habían robado un beso.

Me detuve.

Maldito chismoso. El y Sofía son tal para cual…

—Todo bien. Solo está estresada por lo del grupo de música.

Kevin alzó una ceja.

—¿Y tú estás estresado porque…?

—Porque me toca Física avanzada en la segunda hora y tengo cero ganas.

Mintiendo otra vez.

Como siempre.

Porque si decía la verdad…

tendría que contarle que desperté con ella encima mío.

Y que, por un momento, deseé que no se bajara nunca.

El almuerzo llegó rápido.

Lía me mandó un mensaje diciendo que ya estaba en la cafetería y que “pidiera lo de siempre”.

O sea: lo que ella quiera, pero con papas para mí.

Me uní a la mesa con las bandejas justo cuando Sofía se estaba sentando al lado de Lía, y Kevin ya tenía su vaso de soda apoyado entre los dientes como un cavernícola.

—Ey, familia disfuncional —dije sentándome frente a ellas—. Aquí está la reina del club de fans del canto escolar.

—Gracias, plebeyo. —Lía me lanzó una papa como saludo. Le robé una de las suyas como venganza. Equidad.

—¿Y ese uniforme, Nico? —comentó Sofía con una sonrisa sabiendo lo que hacía—. ¿Te lo planchó Lía o fue producto del caos matutino?

Lía casi se atraganta.

Yo tragué rápido.

—Lo planchó el espíritu de mi voluntad por venir al instituto—respondí, mientras Kevin soltaba una risa.

—A esta altura, ustedes deberían compartir armario —añadió Kevin mirando de uno a otro—. Si viven juntos y todo…

Yo lo fulminé con la mirada.

Lía levantó las cejas.

Sofía sonrió como quien no rompe un plato, pero tiene las piezas escondidas en el bolso.

—En realidad, sería muy funcional —dijo Lía—. Ya uso sus hoodies, sus gorras y a veces sus calcetas.

—¿Ves? Sería una maravillosa parejita funcional —murmuró Kevin.

—Ya cállate Kev —le dije

—¡Pero funcionan! —saltó—. O sea, uno tiene que ser muy estúpido—Como ustedes—para no percatarse. Se entienden, se cubren, intercambian tareas, se salvan en los exámenes. Eso es amor… platónico. Obvio.

—Obvio —repitió Sofía, justo cuando Lía y yo nos miramos por un segundo.

Solo un segundo.

Pero fue suficiente para que Sofía y Kevin se miraran también, cómplices.

—Bueno, bueno —dijo Sofía con tono inocente—. ¿Y si hacemos una salida grupal este fin de semana? Tipo cine, helado, y ustedes dos pueden sentarse juntitos sin problema como siempre… porque supuestamente son como “familia”, ¿no?

Yo carraspeé.

Lía miró su bandeja como si de pronto su comida tuviera respuestas existenciales.

Y Kevin ya estaba haciendo una encuesta mental titulada: “¿Hace cuánto están estos dos enamorados y no se han dado cuenta?”

—Por mí, va —dije encogiéndome de hombros—. ¿Lía?

—Sí, va… —respondió sin levantar la vista.

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