Anastasia estaba en una reunión que sus tíos habían organizado en homenaje a su hermana mayor, Valentina, quien había desaparecido sin dejar rastro.
Hasta la policía se había dado por vencida. Parada en un rincón, observaba a Rogelio, su cuñado, un científico muy reconocido, premiado por estudios basados en la relatividad... o algo así. La verdad, ella no entendía mucho del tema.
No le quitaba la vista de encima. No podía comprender cómo una joven hermosa y dulce como su hermana, que contaba con apenas 23 años, podía estar enamorada de un hombre de unos 40. ¿Cómo podía ser?
De repente, su tía se acercó para sacarla de sus pensamientos.
—Cariño, ¿necesitás algo? —preguntó la mujer.
—¿Qué? —dijo Anastasia, desconcertada.
—Estás muy ausente... —comentó, tomándole la mano—. Solo quiero que sepas que tanto tu tío como yo estamos acá. Ahora vas a vivir con nosotros hasta que cumplas 18, o el tiempo que necesites. Y también tus primitos te quieren como a una hermana...
—Tía, no sigas... Quizás Valentina aparezca antes de que cumpla los 18. Faltan dos años...
La tía la miró con preocupación y le acarició la mejilla.
—Amor mío... —trató de decir, pero Ana desvió la mirada hacia la puerta.
—¡Mis amigos están acá! —exclamó, con el rostro iluminado.
Ahí se acercaban un joven muy pintoresco y extravagante —aunque vestido de negro, su actitud lo delataba— y una chica totalmente opuesta: oscura, con maquillaje intenso, piel muy blanca y el cabello largo cubriéndole parte del rostro.
—¡Matilda! ¡Gusty! —exclamó, y los abrazó.
—Lo sentimos, querida amiga —dijo Gusty con voz tenue.
—Tía, ¿puedo mostrarles mi nueva habitación? —preguntó Anastasia.
—Claro, Ani, podés hacer lo que quieras, cariño —respondió la mujer, acariciándole el brazo.
Y la chica se fue abrazada de sus amigos.
Ya en el cuarto, Anastasia se quedó de pie junto al escritorio, mientras sus amigos se sentaban en la cama. Se dedicó un momento a observarlos: Matilda, oscura, aficionada a lo sobrenatural y con cierta falta de personalidad. Gustavo, extravagante, con demasiada personalidad y, además, abiertamente gay. Por alguna extraña razón, estos dos seres tan distintos —y tan ajenos a su mundo, que solo giraba en torno a estudiar, leer y sacar buenas notas— se complementaban a la perfección los tres.
—¿Cómo lo estás sobrellevando? —preguntó Matilda. Ana suspiró.
—No lo sé... Necesito saber dónde está...
—No le des mucha vuelta a eso, amiga —le aconsejó Gusty.
—Es que... no puede ser. No siento que esté... —trató de explicar, pero no le salían las palabras—. Traje algunas cosas de ella —continuó, tomando unos cuadernos del escritorio.
—¿Del estudio de diseño? —preguntó Gusty, emocionado—. ¡Quiero ver! Compartimos pasiones...
—Gusty, no creo que sea el momento... —intervino Matilda.
—Está bien, no me molesta —la interrumpió Anastasia, y le entregó algunos cuadernos a su amigo—. Yo no entiendo nada de moda —rió.
—¡Pero mirá qué diseños! —exclamó él, entregándole uno a Ana.
—Son perfectos... —dijo ella, admirada.
—Es verdad —agregó Matilde, asomándose por detrás.
Gustavo tomó otro folio de la pila y se quedó mirándolo, extrañado.
—¿Esto...? ¿También era de ella?
—¿Qué cosa? A ver... —preguntó Ana, tomando el folio y comenzando a leer—. Gravedad y espacio-tiempo, agujeros de gusano, física cuántica... ¿Qué es esto?
—Esperá —intervino Matilda, ahora hojeando las páginas—. Acá dice... Rogelio Müller.
—¡Es de su novio! —exclamó Anastasia, tomando de nuevo el folio—. Pero... ¿por qué lo tenía ella?
Esa noche, prácticamente, no pudo dormir. Mil preguntas le daban vueltas en la cabeza. ¿Qué era todo eso? ¿Por qué su hermana tenía un folio de su novio científico? Si ella era diseñadora...
¡Demonios! ¡Cuánto la extrañaba! Desde la muerte de sus padres, había sido Valentina quien la crió —con ayuda de sus tíos, claro—. Tenían apenas 10 y 18 años cuando ocurrió... pero Valen ocupó por completo el espacio que quedó vacío. Solo ella. Y ahora...
De repente, recordó que hacía un mes Valentina y Rogelio estaban por viajar a Massachusetts, Estados Unidos, porque él tenía una conferencia muy importante. Pero al final se había suspendido, así que no viajaron.
Su cabeza iba a explotar. Tenía que dejar de pensar tanto... pero también tenía que encontrar respuestas. Con sus cortos 16 años, estaba dispuesta a todo para descubrir la verdad y hallar a su hermana.
A la mañana siguiente se levantó decidida. Valentina estaba viva, lo sentía. Pero debía saber dónde. Y para eso, tendría que enfrentarse a su cuñado. Aunque no podía hacerlo desde la ignorancia. Tenía que prepararse.
Ese mismo día, luego de la escuela, fue a la biblioteca con el folio en mano. Buscó libros sobre los temas que aparecían allí y los enumeró. También fue al cyber, el internet podía ser una gran ayuda. Era 2003, y se daba cuenta de que la tecnología se estaba apoderando del mundo. Era hora de hacerse amiga de ella.
Cuando llegó a la casa de sus tíos —su nueva casa—, cargada de libros enormes, sus primitos jugaban en la sala. Ariel, el mayor, de 8 años, la vio llegar y exclamó con alegría:
—¡Mamá! ¡Ya llegó!
Su tía corrió hacia ella y la abrazó.
—¡Qué susto nos diste! —exclamó.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ana, confundida.
—Pensamos que te había pasado algo —terció su tío, más tranquilo, llegando desde el fondo.
—Solo estaba en la biblioteca...
—¡Pero nos asustaste! ¡Tenés que avisar! —insistió la mujer.
—Bueno... perdón —dijo Ana, bajando la vista.
—Niños, vayan a jugar a sus cuartos —ordenó su tío—. Sentate, Ana.
—Pero ya pedí disculpas... —objetó ella mientras se sentaba.
—No te preocupes —dijo su tía, tomándole la mano.
—Creemos que lo mejor es comprarte un celular —dijo su tío.
—Pero...
—Es solo para quedarnos tranquilos. Después de lo que pasó con... Bueno, ya sabés —explicó él.
—¡Sí, sí! Cariño, vienen unos más pequeños, podés guardarlo en la cartera del colegio —agregó su tía, entusiasmada.
—Así avisás cuando pase algo como hoy, o si tenemos que ir a buscarte —continuó su tío.
Anastasia pensó un momento, no muy convencida. Pero si servía para darles tranquilidad, después de la desaparición de su hermana, decidió aceptar.
Anastasia prácticamente no salía de su cuarto. Llegaba del colegio y se encerraba a estudiar y leer los libros que había traído de la biblioteca. Casi no dormía. Había abandonado toda relación con el mundo exterior, y así estuvo durante semanas.
—Dilatación del tiempo: el tiempo transcurre más lento para objetos que se mueven a velocidades cercanas a la luz.
—Gravedad y espacio-tiempo: la relatividad describe cómo la gravedad curva el espacio-tiempo.
—Agujeros de gusano —leyó en voz baja—. ¿Agujeros de gusano? —repitió para sí—: túneles que conectan puntos diferentes del espacio-tiempo...
Eso último la dejó pensando. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué tenía que ver todo esto con su hermana? O mejor dicho… ¿tenía algo que ver con la desaparición de Valentina?
Siguió leyendo otro punto:
—Mecánica cuántica: algunos científicos estudian la posibilidad de viajes en el tiempo...
—¿¡Qué!? ¿¡Pero de qué diablos estamos hablando acá!? —se preguntó, impactada.
Esto iba más allá de su comprensión. Pero no podía detenerse. Tenía que seguir investigando. Debía llegar más a fondo.
Y así lo hizo. Durante dos semanas no salió de su cuarto. Pegó anotaciones por todas partes. Y, además de su obsesión por encontrar a su hermana, descubrió que ese tema le fascinaba. Apenas comía —y si lo hacía, era en su cuarto—. Llegaba de la escuela y se metía en su mundo de física cuántica y agujeros de gusano.
Después de dos semanas de estudio intenso, sintió que había llegado el momento de enfrentarse a Rogelio. Así que, ese día, después del colegio, se cambió de ropa por una más formal y se dirigió a la universidad donde él solía dar clases. Pero antes, envió un mensaje a sus tíos:
“Voy a casa de Matilde a hacer un trabajo práctico.”
Cuando su tía leyó el mensaje, dejó el celular sobre la mesa.
—¿Qué pasa? —preguntó su esposo.
—Nada. Anastasia dice que va a hacer un trabajo a la casa de su amiga.
—Está bien. Por fin salió al mundo… —comentó el hombre—. ¿Pero…?
—No lo sé, amor... —dijo la mujer, visiblemente agotada—. Sé que no tenemos experiencia con adolescentes, y que ella pasó por mucho... pero ¿será normal que se encierre todo el día en su cuarto y no sociabilice?
—No lo sé, cariño. Lo sabremos cuando Ariel y Marga sean adolescentes...
—Me preocupa que no hable... no sé si deberíamos dejarla ser o intentar ayudarla.
—Mejor preguntemos a un especialista. Que nos oriente.
Ya en el salón, Anastasia no quiso interrumpir la clase de Rogelio, que casualmente hablaba de relatividad y agujeros negros. Se sentó al fondo, en silencio. Escuchó con atención, y gracias a todo lo que había estudiado, se permitió estar en desacuerdo con varios puntos.
Cuando la clase terminó y todos los estudiantes se fueron, se acercó mientras él acomodaba sus papeles. En la pantalla aún quedaba proyectada una imagen.
—Relatividad y energía cuántica... cuánto hay por explorar, ¿verdad? —comentó.
Rogelio se giró, sorprendido.
—¿Anastasia?
—Hola, Rogelio.
—Tanto tiempo... no te veía desde...
—Desde hace dos semanas. Desde la reunión por la desaparición de Valentina —afirmó ella.
—Sí... desde ahí.
Se miraron, en tensión.
—Así que esto es un agujero de gusano... —comentó Ani, para romper el silencio.
—Sí. Es lo que se ha detectado en el espacio —respondió él.
—¿Y solo se forman allá? ¿O también podrían aparecer acá?
—De hecho, algunos científicos creen que aquí también podrían encontrarse. Han observado huecos sin lógica aparente... pero para generarlos se necesita una cantidad de energía desorbitante, que aún no han conseguido replicar.
—¿Algo así como un rayo? ¿Energía a velocidad de la luz? Como en Volver al Futuro... —bromeó.
—Sí, algo así —rió Rogelio—. Aunque no creo que haya alguien tan loco como para capturar un rayo...
—Yo no estaría tan segura... —respondió ella, mirándolo fijo.
Rogelio frunció el ceño, intrigado.
—Veo que te gusta este tema. Podrías estudiar algo relacionado cuando termines el colegio —dijo.
—Aún me faltan dos años...
—Nunca es demasiado temprano —respondió, mientras se sentaba y escribía en un papel—. Te voy a dar algunos contactos de universidades... incluso de Estados Unidos.
Anastasia lo observó seria por un momento.
—¿Cuándo fue la última vez que viste a mi hermana? —preguntó, seca.
Él dejó de escribir y la miró con lentitud.
—Como le dije a la policía, la última vez fue la noche anterior... cuando la dejé en tu casa.
—Extraño… esa mañana ella dijo que te vería en el almuerzo —lo contradijo.
—En efecto, pero jamás llegó...
Se miraron en silencio por unos segundos, hasta que Rogelio cortó el papel con los datos y se puso de pie.
—A Val le hubiese gustado que estudies algo así...
—Le gustará que lo haga —respondió Ani, tomando el papel.
Rogelio la miró con extrañeza.
—Gracias, Rogelio.
Y se dio media vuelta.
Ya afuera, Anastasia se apoyó contra una pared. Estaba agitada. Sabía que Rogelio ahora entendía que ella sospechaba. Pero también sabía que no iba a detenerse. No hasta encontrarla. No importaba cuánto tiempo pasara.
Cinco años más tarde, la tía Yoly colgó el teléfono fijo.
—¿Quién era? —preguntó su esposo, entrando en la sala.
—Llamaron de la universidad de Stanford. Quieren que Ani dé una charla…
—¡Eso es maravilloso! —exclamó Rolo—. ¿Pero…?
—Claro que es maravilloso. Se ha preparado y estudiado tanto todos estos años… Pero… me gustaría que conozca a alguien. Nunca tuvo novio...
—Todo a su tiempo. Por ahora no parece interesada en eso.
—¿Sabés? El otro día leí un artículo… ahora hay algo nuevo, con esto de los géneros… Se llama “asexual”.
—¿Asexual?
—Sí, personas que no se quieren vincular con nadie.
—No lo sé, amor. No lo creo. Pero mientras la llamás para contarle lo de Stanford, yo llamo a la psicóloga. A ver qué nos dice.
Capítulo 3: El episodio
Ya era 2008 y Anastasia no había dejado de buscar a su hermana. Estudió y se preparó mientras cursaba la escuela, y al terminar se anotó en la universidad. Se había convertido en toda una científica y, en poco tiempo, ya era reconocida como una experta en física cuántica.
Gracias a sus estudios, había comenzado a dar clases y charlas. Algunas celebridades del ambiente científico ya la conocían, sobre todo por haber desarrollado dos dispositivos innovadores: uno llamado “Extractor de Rayo”, que atraía descargas eléctricas, y otro, del tamaño de un celular, que predecía la aparición de tormentas eléctricas: el “Detector de Tormentas” o DDT.
Ahora se encontraba en el norte del país, acompañada por su pequeño grupo de ayudantes: sus inseparables amigos Maty y Gusty. Estaban en medio de un desierto, observando cómo se aproximaba una tormenta intensa.
—Uy… Esta se ve muy fea —comentó Gusty, con la mirada fija en el cielo.
—Sí... Es hermosa —respondió ella, mirando su DDT, que apuntaba directamente hacia las nubes negras.
—¿Dónde lo coloco? —preguntó Maty desde cierta distancia, con el Extractor de Rayo en las manos, que era del tamaño de una caja de zapatos.
—¡Ahí está bien! —le indicó Anastasia.
Matilde colocó el aparato sobre la tierra seca y corrió hacia sus amigos.
—Amiga, está muy cerca. ¿Por qué no nos vamos? —preguntó Gusty, preocupado.
—Aún no...
—¡Vamos! —exclamó Matilde, llegando hasta ellos.
—¡Vayan ustedes al coche! ¡Yo todavía no! —insistió Anastasia.
Sus amigos se miraron con temor. ¿Cuánta ambición había ahora en Anastasia? Tanta que empezaba a dar miedo.
—Eso que viene ahí... ¿Es un tornado? —preguntó Gusty, con los ojos desorbitados.
Frente a ellos, una especie de trompo con rayos emergiendo giraba y avanzaba velozmente.
—¡VAMOS! —gritó Maty.
Pero Anastasia estaba inmóvil. El trompo estaba peligrosamente cerca. Gusty la agarró de los hombros y la hizo girar.
—¡Si no venís, te arrastro! —le gritó.
Finalmente, los tres salieron corriendo: primero Matilde, luego Gustavo, y por último ella.
Entonces sonó su celular. ¿Quién llamaba en ese momento? No quiso contestar… pero de repente lo recordó:
—¡El Extractor de Rayo! —exclamó.
Con ese remolino, seguramente sería destruido. Trató de volver, pero Gusty la tomó de la cintura y la detuvo.
—¡NO! ¡DEJAME IR! —quiso gritar, pero en el forcejeo cayó al piso, y con ella el DDT.
¡Demonios! Seguramente se había roto.
—¡NO HAY TIEMPO! —gritó Gusty, y ambos corrieron hacia el auto ochentoso, donde Matilde ya lo tenía en marcha.
—¡Vamos! ¡Parece que nos sigue! —exclamó Gusty.
Los corazones les latían a mil. Por más que trataban de alejarse, el tornado seguía detrás.
—¡Hola! —dijo Anastasia atendiendo el celular, que ya no era un 1100, sino un moderno C3.
—¿No puedo creerlo... atendió? —preguntó Matilde, pisando el acelerador.
—Sí, ¡atendió! —respondió Gusty, mirando a Anastasia que iba agitada en el asiento trasero.
La voz al otro lado de la línea sonaba desconcertada.
—¿Qué pasa, mi vida? Te noto agitada…
—¡Nada, tía! —exclamó ella, jadeando —Estamos en medio de un experimento simple.
—¿Experimento simple?! —repitieron a dúo los otros dos.
—¿Qué ocurre, tía? —preguntó Ani —Doblá acá —le indicó a Matilde, que giró hacia un descampado.
—Ay, cariño… No sabés lo feliz que estoy, ¡y lo orgullosa! —dijo la tía Yoly.
—¿Pero por qué?
—Es que me llamaron de una universidad en California… ¿Cómo era que se llamaba?
—¿Stanford? —preguntó Anastasia.
—¡Esa! ¡Quieren que vayas a dar una conferencia!
—¿De verdad? No lo puedo creer…
—¿Qué pasó? —preguntó Gusty.
—Gracias, tía. Te quiero. Mañana nos vemos —se despidió Anastasia, sonriente.
—¿Qué pasó? —repitió Matilde, ya tranquila porque habían dejado atrás el peligro.
—¡Chicos! —exclamó Ani con una sonrisa —¡Nos vamos a California!
Quince días después, los tres estaban en Stanford, preparándose para la conferencia.
—Estoy muy nerviosa —admitió Anastasia.
—Pero si ya diste un montón de charlas —respondió Matilde, sentada en una mesa.
—Sí, pero eran en mi país… en mi idioma. Además, no me siento segura con las botas sobre el pantalón...
—¿Qué decís? ¡Estás divina! —dijo Gusty, retocándole el maquillaje.
—Yo me siento más cómoda con pantalones anchos...
—Se llaman Oxford —aclaró su amigo —Los chupines con botas es lo que se usa ahora. Si vas a ser una celebridad, necesitás presencia, nena.
—Bueno… pero no me pintes como una puerta —dijo ella, haciendo reír a los dos.
Dio una charla excelente sobre agujeros de gusano, física cuántica y relatividad. Los estudiantes y varios adultos estaban fascinados. Aunque le preocupaba el idioma, su formación en inglés le permitió expresarse con claridad.
Hubo murmullos cuando, sin rodeos, afirmó que creía posible el viaje en el tiempo. Muchos lo encontraron poco lógico, pero ella no se detuvo. Al terminar, varias personas se le acercaron para hacerle preguntas. Estaba agotada. Solo pensaba en llegar al hotel.
Ya en el taxi tipo camioneta que los trasladaba, observaban el paisaje mientras se acercaban a un puente.
—Parece que se viene una tormenta —comentó el chofer.
Anastasia abrió los ojos como platos y miró por la ventanilla. Sacó el DDT de la cartera y trató de encenderlo.
—¿Lo trajiste hasta acá? —preguntó Gusty, impactado.
—Sí… pero no funciona. Necesito desarmarlo.
—¿No fue suficiente lo del tornado? —dijo él.
—Eso fue un hecho aislado —respondió ella, buscando con qué abrirlo.
—¡Basta! —exclamó Matilde, arrebatándole el DDT.
—¿Qué hacés? ¡Dámelo!
—¿No te das cuenta de que esto te está volviendo loca?
—¡Que me lo des! —gritó Anastasia, abalanzándose sobre su amiga.
—¡Chicas, basta! —intervino Gusty, tratando de separarlas.
—¡No! —insistió Maty —Gusty… se va a estudiar diseño.
Anastasia lo miró, y el enojo se apagó un poco.
—Perdón. Te lo quería contar, pero sabés que es mi sueño… —dijo el chico, apenado.
—¡Chofer, pare un momento! —ordenó Ani.
La camioneta se detuvo. Ella bajó, y sus amigos la siguieron.
—Podemos hablar —dijo Gusty.
Anastasia se acercó a la orilla del puente, dándoles la espalda.
—Te seguimos lo más que pudimos… —comenzó Matilde.
—Hay algo en el agua —la interrumpió Anastasia, con la mirada fija.
—¿Qué?
Maty y Gusty intentaron acercarse, pero justo en ese momento un rayo cayó sobre el agua, que había formado un hueco en medio del río.
El impacto la desestabilizó.
Y Anastasia cayó del puente.
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