Edward Safra es un neurocirujano de veintisiete años, en pocos meses su vida ha dado giros inesperados, tuvo que meter preso a su padre, el presidente de la nación, porque era un traficante de mujeres, encumbrado en las más altas esferas del poder.
El escándalo escaló en todos los medios, y aunque los tres hermanos Safra estuvieron involucrados en el descubriento, fue él quien decidió asumir las consecuencias; tanto Eliana y Mark Safra estaban iniciando su vida matrimonial y cargar con el escándalo era algo que no iba a permitir.
Empezar de nuevo lo llevó a Nueva York, en donde se embarcó en una relación que encendió su piel, y nublo sus sentidos; no puede creer que ahora esté en el aeropuerto regresando a su país, cuando hace tres días, su piel ardía por Estrella Portugal, una mujer mayor que él, sofisticada, elegante, millonaria y que además es la suegra de su hermana.
...🔞*** Hace tres noches ***🔞...
...(Escena exclusiva para público adulto)...
Después de que el botones dejó el equipaje y salió con una reverencia, Edward no perdió tiempo. Cerró la puerta con seguro, se giró hacia Estrella con una sonrisa que destilaba deseo y la cargó en brazos como si fuera lo más natural del mundo.
- "¿Qué haces, loco? Vas a matarte", rió ella, sorprendida.
Estrella, que le llevaba veinte años, se sintió de pronto ligera, deseada, adorada. Él la miraba como si no viera una mujer mayor, sino una diosa inalcanzable que había bajado a la tierra para él. Y eso la encendía.
- "Eres un atrevido, Edward", murmuró Estrella.
- "Y tú, la mujer más hermosa que he visto nunca. No me importa si tienes veinte, cuarenta o sesenta. Me vuelves loco igual", dijo Edward.
La besó, no con timidez, sino con una hambre descarada. La apretó contra la pared, su boca devorando la suya, las manos recorriendo sus caderas, subiendo por su cintura, sintiendo cada centímetro, adueñándose de cada espacio. Estrella gimió, dejándose hacer, sintiéndose deseada solo como él podría lograrlo, después de años que no se sentía así.
- "Voy a darme un baño. Quiero verte cómo me miras cuando me ponga eso que compré", dijo ella, escapando con una sonrisa pícara.
- "¿Y si mejor no te pones nada?, le lanzó Edward, atrapándola de la muñeca antes de que se fuera. "Aunque, si insistes, prometo arrancártelo con la boca".
Ella soltó una risa baja, sensual, antes de desaparecer en el baño. Edward se metió al jacuzzi un rato, pero su mente solo imaginaba lo que venía. Cuando salió, se sirvió un trago, se puso una bata abierta y esperó de pie. El whisky se le olvidó en la mano en cuanto la vio.
Estrella salió caminando lento, con un conjunto rojo tan mínimo que parecía pintado en su piel. Encaje que dejaba ver los botones de su pecho endurecidos, una tanga diminuta entre sus piernas. Su cuerpo era maduro, real, curvilíneo, marcado por los años y el deseo. Y para Edward, simplemente perfecto.
- "Mierda…", murmuró él, tragando saliva. "Eres todo lo que quiero".
La tomó de la cintura con fuerza y la besó. No hubo palabras. Solo bocas, lenguas, manos que bajaban directo a sus glúteos, que empujaban su cuerpo contra su erección. Estrella jadeó al sentirla. Era joven, duro, hambriento.
- "Me haces sentir… como si tuviera veinte otra vez", susurró ella, pegada a su pecho.
- "Es que te veo así. Joven, fuerte, deseable. Y esta noche te voy a hacer sentirlo. Hasta que no puedas más", manifestó para luego morder su labio.
La condujo a la cama. La hizo arrodillarse frente a él, mientras se desnudaba por completo. Su masculinidad quedó al nivel de su rostro. Estrella no lo dudó. Lo tomó con la mano, lo besó suavemente en la punta, luego lo envolvió con los labios, lenta, provocadora. Edward echó la cabeza hacia atrás y gimió.
- "Dios, Estrella…", dijo él jadeante.
Ella lo lamía, lo consumía profundo, mientras lo miraba con ojos oscuros, sabiendo el efecto que tenía. No era sumisa, era dominante. Lo controlaba desde su boca. Edward la sujetó del cabello, marcando el ritmo. Cuando sintió que iba a correrse, la apartó con un jadeo y la tumbó boca arriba.
Le arrancó el sostén con los dientes, le mordió los botones, le acarició su feminidad ya empapada. Le abrió las piernas sin pedir permiso, y bajó la cabeza.
La lengua de Edward trabajó con precisión, devorándola sin pudor. Estrella gemía, arqueaba la espalda, le sujetaba la cabeza y le pedía más. No había pausa, ni elegancia, solo hambre. La hizo sentirse en la gloria así, gritando, temblando de placer.
Y entonces se adentró en ella. De un solo empuje, duro, hasta el fondo. Estrella gritó otra vez, envolviéndolo con las piernas, arañando su espalda. Edward la embestía con fuerza, la sujetaba por la cintura, hablándole al oído:
- "Eres mía. Tu cuerpo, tu olor, tus gemidos. Todo lo que eres. No me importa tu edad. Me vuelves loco. Me haces duro con solo mirarte, dijo Edward sin elegancia, con deseo absoluto.
- "Sí… sigue… no pares", gemía ella, perdida en el vaivén.
Cambió de posición. La puso en cuatro sobre la cama, le alzó las caderas, y estuvo dentro de ella otra vez, más salvaje. La palma contra su espalda baja, empujando más adentro, más hondo, hasta hacerla temblar de nuevo. Estrella una vez más probó la gloria, gritando sin vergüenza.
Edward la llenó segundos después, con un gemido ronco, mordiendo su hombro mientras se deshacía dentro de ella.
Se derrumbaron juntos, sudados, jadeando, envueltos en un calor que no era solo físico.
- "Nadie me había hecho sentir así… jamás", dijo Estrella, aún temblando; al menos no lo recordaba así, quizás en ese momento se había olvidado de todo lo pasado.
- "Y nadie me había hecho amar tanto el sabor de la experiencia", sonrió él, besándole el cuello.
Volvieron a hacerlo en la ducha. Después en el sofá. Luego en el suelo de la habitación, riendo, besándose, explorando. Estrella se sintió viva, libre, deseada. Y Edward, rendido ante la mujer que lo volvía loco cada vez que le decía su nombre entre jadeos.
Esa noche no durmieron. Se amaron hasta que el amanecer los encontró abrazados, exhaustos y felices.
...🔞 *** Fin del recuerdo *** 🔞...
Solo que después de eso, vino la llamada que levantó las alertas, la que los despertó del sueño prohibido, la que los golpeó ante la realidad.
Es la tercera llamada del vuelo que lleva a Edward de regreso a su país natal, quiere ver el rostro de la mujer que se adueñó de todos sus sentidos; tal vez su ausencia es la respuesta a su pregunta, y la elección que ella hizo, y que él debe aceptar.
Con la mochila al hombro y el pasaporte en la mano, voltea para dirigirse a su puerta de embarque, con ese vacío en el alma, no hay más nada que hacer solo seguir adelante, y esperar que el destino, le muestre el camino que aún no ha encontrado hacia la felicidad.
...Edward Safra...
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...Saludos cordiales a todos, empiezo una nueva historia....
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Edward subió al avión, escuchó al piloto indicar que se pongan el cinturón de seguridad. Las aeromozas lo quedan mirando de reojo, tiene unos ojos azules encantadores, su metro noventa de estatura lo hace resaltar en cualquier lugar; y aunque la mayoría de sus viajes siempre fueron en primera clase, después del día que llevó a la policía a desbaratar el negocio de su padre todo cambió para él.
Mientras las aeromozas cuchichean por la apariencia de ángel de Edward, pocas podrían imaginar que lleva una fiera encerrada dentro de él; y mientras recuesta su cabeza en el asiento, las imágenes del momento de quiebre para la vida de su padre llegaron una vez más a su mente.
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...** Hace nueve meses **...
...(⚠️Esta escena contiene violencia, podría no ser apta para personas sensibles⚠️)...
La isla parecía estallar desde dentro, los disparos cruzaban el aire, se podía escuchar el sonido de las balas cuando rebotaban contra las paredes de concreto; era difícil distinguir los gritos de los criminales alertando que la policía había llegado, y los gritos de pánico, de las mujeres que estaban ahí, privadas de su libertad para satisfacer la perversión de hombres sin escrúpulos.
Mientras las mujeres se escondían dentro de los cuartos que odiaron desde el momento que se convirtieron en su tortura, los cuerpos de sus custodios, caían abatidos sobre la cerámica fría de los pisos blancos que ahora están salpicados de sangre.
Y ahí en medio del caos, dentro de una oficina fortificada, “La Bestia”, un apodo ganado por derecho, por sangre, empujó a Edward Safra detrás del escritorio, buscando cobertura.
- "¡Quédate ahí!", manifestó la Bestia entre dientes, sudoroso, con la mandíbula tensa mientras trataba de obtener comunicación con el exterior. "¡Mierda! No hay señal. Lo están bloqueando todo".
- "Tiene que haber otra salida", expresó Edward, sus ojos recorriendo el entorno como un animal acorralado; él había traído la operación policial, mientras se sumergía en una actuación de maldad, que no nacía de su ser.
- "La hay, pero no entiendo cómo nos encontraron. Luego del intento fallido de secuestrar a la hija de la señora Portugal, subimos toda la maldita seguridad. Esa chica estúpida cayó tan fácil, la teníamos lista; su madre arruinó demasiados negocios, y los afectados querían venganza. Íbamos a hacérsela tragar por la garganta usando a la hija como muñeca de carne; pero no contábamos que su equipo de seguridad fuera tan eficiente", comentó Bestia orgulloso de su proceder, en ese momento Edward no sabía que tan involucrado estaría con aquella señora Portugal.
Edward lo miró con una mezcla de náusea y furia que trataba de mantener escondida, por eso se tragó las palabras.
- "¿Así funciona esto?", preguntó Edward, fingiendo inocencia, como si aún no supiera todo lo que sabía.
La Bestia soltó una risita seca mientras abría una trampilla bajo la alfombra, revelando un escondite lleno de armas: pistolas, cuchillos, cinta adhesiva, una caja de pastillas y jeringas.
- "Ni te imaginas. La chica que escogimos esa noche era la hija de un viejo enemigo de tu padre. Un bocón que se creyó listo. Le mandamos el video de la primera vez de su princesa, gritaba como si la estuvieran despellejando. Luego le mandamos más, cosas que harían vomitar a cualquiera. Lo tenemos calladito, por la otra hija, la más chica, una ternura, si habla, ya sabes", dijo el Bestia como si se tratara de un juguete y no de seres humanos.
El corazón de Edward golpeaba fuerte en su pecho como un tambor de guerra. Ya no podía disimular más. En su mente, se superponían dos imágenes: la del monstruo que era su padre y la de su madre, la mujer que creía muerta y que ahora sabía que no lo estaba; que había tenido que huir para protegerlos, después de haber conocido ese infierno.
Edward extendió el brazo hacia el escritorio, donde reposaba una Glock 17. La tomó con firmeza y como quien sabe, que no hay momento para la duda, la tomó sin titubear.
- "¿Sabes usar eso?", preguntó La Bestia con una sonrisa torcida.
- "Por supuesto", respondió Edward sin vacilar.
- "Mejor, así nos podemos ir por el túnel. Hay una lancha esperando. En tierra firme hablaremos con tu padre. Él arreglará todo", aseveró el Bestia como si no fuera la primera vez que tuvieran que mover el negocio, esa que jamás se terminaba de cerrar.
- "No", dijo Edward, clavando la mirada. "Tú no vas a salir de esta isla intacto. No después de lo que hiciste".
Y disparó, sin temblar, una sola vez directo entre las piernas; con la precisión de un experto, lo habían preparado para eso, pero nunca se inclinó a ello, hasta que fue necesario.
El alarido de dolor que soltó La Bestia fue bestial, inhumano, gutural. Se desplomó, su sangre escurriendo como un río oscuro entre sus muslos.
- "¡HIJO DE PUTA!", gimió, retorciéndose. "¿Por qué? ¿Qué carajo estás haciendo?", cuestionó.
Edward se acercó lentamente. Ya no era el hijo del presidente, ya no era el chico obediente, que su padre pretendió crearlo a su semejanza. Tal vez de cierta manera lo era, pero no para la maldad, si no para buscar lo que un solo un hombre de verdad es capaz de hallar, justicia.
- "¿Ves esa cicatriz en tu cara?", le dijo Edward con voz baja, pero helada. "Te la hizo mi madre. Esa mujer a la que tú y mi padre rompieron como si fuera un objeto; ella estuvo indefensa esa noche, pero yo seré un Safra para cobrar la ofensa".
La Bestia apenas podía respirar, menos hablar; y los ojos azules de Edward brillaban como fuego abrazador.
- "Jamás vas a tocar a otra mujer. Jamás volverás a sentirte hombre. Y te juro que voy a hacer que cada día que vivas después de hoy sea una tortura. Vas a suplicar morir, pero no vas a tener ese lujo", manifestó como sentencia.
Luego, le pisó la mano con violencia, partiendo dedos con el tacón de su bota antes de girarse y salir al pasillo, donde la operación de rescate estaba en su clímax.
Horas después, mientras helicópteros levantaban polvo en la playa y los criminales eran arrastrados esposados como perros rabiosos, las víctimas salían, una por una. Algunas apenas podían caminar, otras miraban al horizonte como si no creyeran que el sol aún existía.
Una de ellas, la joven que Edward había “elegido” dos noches antes, para fingir lealtad ante su padre, aunque nunca le había tocado ni un cabello, se detuvo frente a él, aún temblando.
- "Él dijo que eras también un demonio", murmuró la joven. "Pero para mí, fuiste un ángel".
Edward bajó la mirada. Sus ojos estaban hinchados, enrojecidos, vacíos.
- "Lo siento", susurró Edward. Perdón por todo el daño. Por todo lo que soy. Por todo lo que no pude detener antes".
Ella lo abrazó. Él no supo cómo corresponder; porque no pudo detenerlo antes, porque en el fondo vivió por mucho tiempo del mundo de apariencias de su padre, sin descubrir lo que había detrás, tuvo que ser su hermana menor quien le abriera los ojos, y no pudo quedarse sin hacer nada.
Además, había algo que lo carcomía, en ese momento, pensando que sin importar cuánto hiciera, cuánta sangre derramara, cuánto dolor causara a los que lo merecían; nunca iba a borrar el hecho de que era hijo de Jonathan Safra.
Edward siempre parecía un ángel por fuera, que vivía en una lucha con su demonio interior que lo podía volver un ser salvaje para proteger lo quien ama.
...*** Fin del recuerdo ***...
El avión ya despegó, enciende su tablet, había huido a New York, y lo que vivió fue un tórrido romance con la suegra de su hermana, y aunque cree que la historia terminó, pronto descubrirá que está a punto de aventurarse a una historia que podía llevarlo a la gloria una vez más o a descubrir que los corazones pueden romperse sin siquiera proponérselo.
- "Suena como si la energía de tu móvil estuviera por acabarse", dijo la joven que estaba sentada a su lado.
Marcela Molina tiene 21 años, y es ante todo el optimismo andante, tiene una sonrisa transparente, y una mirada tan tierna que parece traspasar el alma; tiene una belleza natural, que no necesita adornos, más que la espontaneidad de sus facciones. Tiene un block de belleza en el YouTube, además de haberse graduado como nutricionista, y regresaba de un congreso sobre alimentación saludable, realizado en Nueva York.
- "Lo siento, no debí meterme", dijo Marcela, algo avergonzada ante la mirada sería de Edward.
- "Debí cargarla antes de subir, lo olvidé. Así que supongo no podré avanzar", respondió Edward.
- "Conéctala al puerto USB del asiento, déjame prestarte un cable, si acá tengo uno, toma", expresó Marcela con amabilidad.
Edward agradeció el gesto y conectó la tablet, iba a decirle algo a la joven, cuyo nombre desconocía, pero le resultaba familiar, pero ella ya se había puesto los audífonos y parecía tararear una canción famosa. Él solo sonrió, solo era una chica normal, y él había olvidado lo que eso significaba.
...Marcela Molina...
Estrella Portugal es una mujer de 47 años a quien no se le ha apagado la belleza; es elegante, sofisticada, siempre dueña del lugar donde pisaba y la más importante ejecutiva del Conglomerado Portugal, conocida en el mundo empresarial internacional como la reina Midas de los negocios, todo lo que ella dirige lo convierte en éxito, aunque en el fondo eso sea un rasgo intrínseco de la mayoría de los Portugal.
...Estrella Portugal...
Tiene dos hijos, Alex de 26 años y Camila de 19 años, aunque a ambos los criaron con los mismos principios, los dos son muy diferentes, mientras el mayor siempre ha sido centrado y responsable, la menor no ha tenido idea alguna de qué hacer con su vida; y ahora se ha convertido en el desafío más grande de Estrella.
Mientras su hija, está sedada durmiendo en la cama del hospital, Estrella mira por la ventana, a la ciudad que nunca duerme, mira su reloj y sabe perfectamente que Edward debe estar surcando los cielos, alejándose de ella, y las lágrimas brotan de sus ojos sin poder evitarlo, se preguntaba si acaso se había atrevido a soñar demasiado; y en su mente, el recuerdo de la primera provocación, ronda sin cesar.
...*** Hace siete meses ***...
La casa de Estrella Portugal no parecía un hogar, sino una escenografía diseñada para una película elegante y silenciosa. Cada objeto tenía un propósito estético. El mármol negro del recibidor contrastaba con la calidez de las luces tenues.
Edward llegó puntual. Demasiado puntual, pensó al mirar su reloj mientras se paraba frente a la puerta, respiró hondo antes de tocar el timbre; algo más fuerte que él lo había obligado a aceptar esa invitación, no era un niño para no saber que esa mujer le atraía, pero como la primera polilla que se acerca a la luz para morir, él asistía a lo que fue la chispa inicial de la aventura.
Fue ella misma quien abrió. Llevaba un vestido color vino, sin escotes pronunciados, pero ceñido al cuerpo con una precisión peligrosa, que marcaba las curvas que la edad no se había atrevido a borrar. El cabello suelto, más informal que de costumbre, y un perfume que parecía más una caricia que un aroma.
- "Hola", dijo Estrella con voz suave.
- "Hola", repitió él, sin poder evitar mirarla con más detenimiento de lo debido.
- "Pasa, será una cena para dos. Camila apenas llegó de viaje, se fue con unas amigas, no me dió tiempo de decirle. No hay nadie más esta noche", comentó Estrella.
Edward sintió el primer golpe en el estómago. No era por el vino que aún no se servía. Era por la certeza de estar caminando en un terreno delgado, inclinado, donde cualquier paso podía llevarlo al borde del deseo.
La mesa estaba servida con sencillez. Una vela, platos blancos, sin lujos excesivos; pero ella, en esa atmósfera, lo era todo, su presencia era una delicia para sus ojos.
- "¿Cocinas tú?", preguntó Edward, tomando asiento.
- "Cuando la ocasión lo merece", respondió Estrella, sirviéndole un poco de vino. "Y esta lo merece", añadió con una sonrisa.
Durante los primeros minutos hablaron del trabajo, del centro de salud comunitario que Edward empezaría a supervisar en unas semanas. De las campañas médicas en barrios del Bronx. Estrella lo escuchaba atenta, con un respeto real por lo que hacía; había abandonado todo para dar un pequeño aporte a su fundación benéfica, aunque haya sido una casualidad y no hubiese sabido quien era la financista principal de Proyecto Esperanza.
- "No entiendo cómo un joven neurocirujano con futuro asegurado en cualquier clínica de lujo decide esto", dijo ella, mientras cortaba un trozo de salmón.
- "¿El qué? ¿Ayudar?", cuestionó Edward.
- "No", respondió ella. "Alejarse de todo. Renunciar a un futuro prometedor. No muchos lo hacen sin tener algo que los queme por dentro", añadió sin dejar de mirarlo.
- "Tal vez tengo más fuego del que puedo controlar", dijo Edward, sin evitar que eso sonara a una provocación.
Estrella lo miró sin responder. El silencio volvió, pero esta vez era otro: íntimo, peligrosamente deseoso. Cuando ella se puso de pie para llevar los platos a la cocina, Edward la siguió con la vista, y no por educación. Había una elegancia feroz en su manera de moverse, en cómo no pedía atención pero la dominaba toda; estaba electrizado por su presencia.
En la cocina, mientras ella lavaba copas, Edward se acercó.
- "Puedo ayudar", dijo él.
- "Estás invitado, no esclavizado", respondió ella con una sonrisa. Pero si insistes...".
Ella giró ligeramente, quedando demasiado y tentadoramente cerca. Edward tomó una copa, rozó su mano. Fue un segundo, pero hizo arder la piel como las brazas.
Estrella fue la primera en retirar la mirada.
- "¿Sabes qué es lo que más me inquieta de ti, Edward?, preguntó ella, tratando de no perder el poco control que tenía.
- "Sorpréndeme", dijo él.
- "Esa forma de mirarme. Como si ya supieras quién soy, pero igual quisieras descubrirlo todo desde cero. Como si no te diera miedo lo que encuentres", manifestó ella, tratando de descubrir si siente la misma provocación.
Edward bajó la copa. Había un calor en su garganta que no venía del vino.
- "¿Y sabes qué es lo que más me inquieta de ti?", preguntó Edward.
- "Dímelo", dijo ella como en un susurro.
- "Que no actúas como una mujer que se ofendería si lo descubriera, si me adentrara y descubriera todo de ti", manifestó Edward.
Hubo una pausa. El eco de esa frase pareció retumbar en el deseo refrenado de Estrella; quien volvió a hablar, muy despacio.
- "No deberíamos tener este tipo de charlas. Soy la madre del esposo de tu hermana. Tengo casi tu edad… más veinte", dijo como quien quiere sonar gracioso, pero termina siendo una tentación que no quiere que se aleje.
- "Y tú eres la mujer más viva que he conocido desde que salí del infierno", expresó Edward.
Estrella se tensó. No porque estuviera incómoda, sino porque acababa de comprender que no todo se podía disfrazar con educación, el deseo termina revelándose.
Y en la noche elegante, sin música, sin testigos, algo se había servido junto con la cena: el deseo, la curiosidad, la culpa, y una chispa que ni el juicio más estricto podría extinguir.
...*** Fin del recuerdo***...
- "Tengo sed", murmuró Camila.
Estrella corrió para ayudarla a beber un poco de agua; ella había estado viviendo un romance apasionado, sin saber que su hija estaba enamorada del hombre que renovó sus sentidos. Cuando lo descubrió, era muy tarde para echarse atrás, el problema era que Camila no estaba dispuesta a perderlo, aunque para ello, lastime a su madre y la obligara a elegir entre ella o él.
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