..."Dedicatoria para mis lectores y mi sobrinas"...
A todos los lectores que alguna vez se sintieron como forasteros, a aquellos que buscan un refugio en la imaginación y a los que creen que los sueños pueden ser más reales que la realidad misma: este libro es para ustedes. Que Aetheria sea un faro de esperanza, un lugar donde la magia florece y donde los lazos de hermandad son más fuertes que cualquier adversidad.
Aetheria, un nombre que evoca la esencia misma de lo etéreo, de lo sublime, de aquello que trasciende lo tangible. Es el reino de los sueños, el espacio donde la imaginación se libera de las cadenas de la lógica y donde los límites se desvanecen como niebla al amanecer. Aetheria es el hogar de aquellos que se atreven a soñar en grande, de los que ven la belleza en lo invisible y de los que creen en el poder transformador de la esperanza.
Y en el corazón de Aetheria, encontramos a tres hermanos, unidos por la sangre, pero también por un destino que los llama a la aventura y a la superación. Cada uno de ellos es un reflejo de las virtudes que hacen de Aetheria un lugar tan especial:
• Erick, el mayor, es la valentía personificada. Su liderazgo es el faro que guía a sus hermanos a través de la oscuridad, su determinación es el escudo que los protege de los peligros y su corazón es el lazo que los mantiene unidos. Erick es el guerrero que lucha por la justicia, el protector de los inocentes y el símbolo de la esperanza en un mundo lleno de incertidumbre.
• Ailan, el mediano, observa el mundo con una frialdad calculadora. Su silencio esconde una mente aguda y una lealtad inquebrantable hacia sus hermanos. Aunque su exterior sea distante, su presencia es un baluarte de seguridad y su determinación es inquebrantable. Ailan es el guardián silencioso, el estratega astuto y el protector implacable de aquellos a quienes ama.
• Eli, la menor, es un torbellino de imaginación. Su mente es un universo infinito de posibilidades, y su creatividad es el pincel que da color a Aetheria. Eli ve magia donde otros ven lo ordinario, y su espíritu soñador es el motor que impulsa a sus hermanos a explorar nuevos horizontes. Es la artista que encuentra la belleza en cada rincón, la visionaria que transforma la realidad y el alma que inspira a los demás a creer en lo imposible.
Aetheria es un lugar donde los sueños se hacen realidad, donde la magia es palpable y donde los lazos de hermandad son más fuertes que cualquier adversidad. Pero también es un reflejo de nuestro propio mundo, con sus desafíos, sus injusticias y sus momentos de oscuridad. A través de las aventuras de Erick, Ailan y Eli, exploraremos los temas universales del amor, la pérdida, la esperanza y la redención.
Este libro está dedicado a todos los lectores que se atreven a soñar, a imaginar y a creer en un mundo mejor. Que Aetheria sea un refugio para sus almas, una fuente de inspiración para sus corazones y un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz al final del túnel. ¡Bienvenidos a Aetheria!
^^^—Elimar Alza—^^^
..."*Los sueños no siempre son falso**s*."...
Desde pequeños, nuestra madre nos envolvía en una historia mágica, un mundo que parecía existir solo en las páginas de los libros de fantasía. Aún después de mi nacimiento, ella seguía pintando cada rincón y detalle de ese mundo con palabras, aunque mis hermanos se mostraban escépticos. Pero en mi interior, algo me decía que era real. Ese mundo era real.
—Mi pequeña Eli, muchos creen que estoy chiflada por insistir en que Aetheria es más que una fantasía, pero es real, lo siento en mi corazón —susurraba mi madre, Helen, postrada en la cama del hospital, mientras acariciaba suavemente mi cabello negro con su mano frágil. Sus ojos verdes, aunque cansados, aún brillaban con un amor incondicional. Llevaba una bata de hospital blanca, que contrastaba con su piel pálida, y el olor a desinfectante y medicinas impregnaba el aire, mezclándose con el suave aroma a lavanda que siempre emanaba de ella. A su alrededor, las máquinas emitían pitidos constantes, recordándonos la fragilidad de su vida.
—Yo te creo, mami —respondía con una sonrisa, mirando a la mujer frente a mí, consumida por la enfermedad y agotada de depender de medicinas para seguir adelante.
—Eli, cuando sientas que te llaman y el miedo no te paralice, ve a ese lugar —me confió, antes de exhalar su último aliento.
—¿Mami? ¡Mami! —grité, con las lágrimas brotando sin control.
Los médicos inundaron la habitación, apartándome de mi madre. Me quedé afuera, hecha un ovillo, abrazando con fuerza a mi viejo conejito de peluche. Las lágrimas no cesaban de caer. Ailan se acercó y me abrazó en silencio, su cabello castaño oscuro rozando mi mejilla. Erick, con sus ojos marrones llenos de dolor, se mantuvo a nuestro lado, ofreciéndonos su apoyo incondicional.
—Eli, ¿por qué lloras? —preguntó Erick, mi hermano mayor, al encontrarme desconsolada frente a la habitación de mamá. Su voz sonaba apagada, como si también estuviera luchando por contener el dolor. Llevaba una camiseta de rayas y unos pantalones de mezclilla desgastados, reflejando su estilo práctico y sencillo. Ailan se quedó a mi lado, en silencio, ofreciéndome su presencia como único consuelo. Yo solo pude señalar la habitación de mamá, incapaz de articular palabra.
Mis ojos se volvieron vacíos, reflejando la ausencia que sentía en el alma. Madre era nuestro todo, el pilar que nos mantenía unidos. Y lo peor estaba por venir: solo unas semanas después de su partida, toda la responsabilidad cayó sobre los hombros de Erick, que apenas tenía 16 años. Me acerqué a él, con mis manitas aferradas a mi estómago vacío. Ailan, con su mirada seria y protectora, nos observaba desde la distancia, vestido con una camiseta de color verde y pantalones cortos.
—Erick, tengo hambre —le dije, mirándolo con ojos suplicantes.
—Voy a buscar algo para comer. Ailan, cuida de Eli —respondió Erick, con la voz cargada de una preocupación que le pesaba en el alma.
Ailan bufó, pero tomó mi mano con firmeza y me condujo a la sala de estar. —Siéntate tranquila, aquí te voy a dibujar —me dijo, intentando ocultar su propio miedo tras una máscara de calma. Me senté en el sofá, abrazando a mi peluche como si fuera un salvavidas.
—Pero tengo hambre —murmuré, sintiendo un vacío en el estómago que se sumaba al vacío que había dejado la ausencia de mamá.
—Lo sé, Eli. Yo también tengo hambre, y Erick seguro que también. Pero tienes que entender que estamos haciendo todo lo posible por salir adelante sin mamá —respondió Ailan, con un tono frío que no lograba disimular la tristeza que le embargaba. Con solo 14 años, él y Erick se habían visto obligados a asumir responsabilidades que no les correspondían, cuidando de mí, que apenas tenía 9.
Guardé silencio, sintiendo un nudo en la garganta. Ailan me dedicó una sonrisa forzada, tomó su libreta de dibujos y una pluma, y comenzó a trazar mi rostro sobre el papel. Suspiré cuando un estruendo sacudió la puerta. —¡Abran! ¡Mocosos, paguen el alojamiento! —Miré a Ailan con los ojos llenos de pánico.
Erick entró por la puerta trasera y la cerró de golpe. —¡Rápido, tenemos que irnos! —nos alertó, mientras los golpes en la puerta se volvían cada vez más violentos. Erick me alzó en sus brazos, mientras Ailan guardaba a toda prisa algunas cosas en su mochila. Subimos los tres a las habitaciones y metimos lo que pudimos en pequeños bolsos. Yo guardé una foto de mami, aferrándome a su imagen como si pudiera protegerme.
—¡Abran, pequeños moscos! —gritó aquella voz amenazante, mientras forcejeaba con la puerta. Erick nos guió hasta un escondite improvisado.
—No llores, Eli. Todo estará bien, te lo prometo —susurró Ailan, cubriendo mi boca con su mano y abrazándome con fuerza contra su pecho. De repente, uno de los hombres descubrió nuestro escondite en el armario y me agarró del brazo con brusquedad.
—¡No! —grité, presa del pánico, mientras me arrancaban de los brazos de mi hermano.
—¡Suéltala! —gritó Erick, forcejeando con los otros hombres que lo tenían atrapado.
Los hombres eran figuras imponentes, con rostros endurecidos por la vida en la calle. Sus ojos eran fríos y calculadores, y sus manos estaban marcadas por cicatrices que contaban historias de peleas y sufrimiento. Uno de ellos, el que me sujetaba, tenía una voz grave y rasposa, como si hubiera pasado años gritando órdenes. Su aliento olía a tabaco y desconfianza, y su mirada era la de un depredador que había encontrado a su presa.
—Miren, son unas ratas. Su madre está muerta y tienen deudas. Los mataría si pudiera, pero les servirán a mi jefa. Vámonos —ordenó el hombre que me sujetaba, con una mirada que helaba la sangre. Me arrastró fuera del escondite, llevándonos a un lugar desconocido. Abrazaba con fuerza a mi peluche, mientras agarraba la mano de Erick, buscando en él un poco de consuelo.
Lloraba en silencio, sintiendo que el miedo me consumía por dentro. Miré la gran casa a la que nos llevaban, un lugar sombrío y lúgubre. Al entrar, vi que había más niños, sus rostros reflejaban la misma confusión y miedo que sentía. —¿Qué es esto? —preguntó Ailan, con la voz temblorosa.
—Parece un orfanato —respondió Erick, apretando mi mano con fuerza. Los hombres nos condujeron a una oficina.
Allí estaba una mujer de aspecto severo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Su cabello era oscuro y recogido en un moño apretado, y su vestido era de un color gris apagado que parecía absorber la luz. —Bienvenidos a El orfanato Alegría —dijo, mientras me pellizcaba las mejillas con brusquedad. Ailan apartó su mano de un manotazo, y la mujer respondió abofeteándolo con fuerza. Erick gritó el nombre de Ailan, mientras le revisaba la mejilla enrojecida y el labio roto por el impacto. —Qué niños tan maleducados....
Necesitan una mano dura —dijo la mujer, con una mirada amenazante. Me escondí detrás de Erick, temblando de miedo.
—¿Qué les pasa? ¿Por qué nos han traído aquí? Esto es un secuestro —dijo Erick, colocándose frente a nosotros para protegernos con su cuerpo.
—Llevenlos a sus habitaciones, que se den un baño. Y si se niegan o intentan escapar, denles una lección que no olviden jamás —ordenó la mujer, con una voz gélida. Me aferré a Erick, sintiendo que el mundo se desmoronaba a mi alrededor
..."La esperanza es el faro en la noche más oscura"...
Los hombres nos condujeron por pasillos oscuros y estrechos, el aire denso y cargado de humedad. El sonido de nuestros pasos resonaba en el silencio, amplificando mi miedo. Llegamos a una puerta de madera desgastada, donde uno de los hombres se detuvo.
—Tú te quedas aquí —dijo, empujando a Ailan hacia el interior de la habitación. Ailan se resistió, intentando mantenerse cerca de nosotros, pero el hombre era más fuerte.
—¡No! ¡No me separen de mis hermanos! —gritó Ailan, con la voz llena de desesperación.
—Cállate, mocoso —respondió el hombre, dándole un empujón que lo hizo tropezar y caer dentro de la habitación. La puerta se cerró de golpe, dejando a Ailan solo en la oscuridad.
Erick y yo fuimos llevados a otra habitación, al final del pasillo. El hombre nos empujó hacia el interior y cerró la puerta con llave. La habitación era pequeña y sombría, con una ventana tapiada que apenas dejaba entrar la luz. Había dos camas viejas y un armario destartalado. El olor a humedad y polvo era insoportable.
—Erick tengo miedo —susurré, abrazándome a él con fuerza.
—Tranquila, Eli. Todo estará bien —respondió Erick, aunque su voz temblaba ligeramente.
Nos sentamos en una de las camas, abrazados, intentando encontrar consuelo en la cercanía del otro. El silencio era interrumpido solo por el sonido de nuestros sollozos y el eco lejano de otros niños llorando en la distancia.
De repente, escuchamos un golpe en la puerta.
—¡Abran! ¡Tenemos que salir de aquí! —era la voz de Ailan, llena de urgencia.
Erick y Eli se miraron, con el corazón latiendo con fuerza. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué Ailan estaba tan desesperado?
Erick se levantó y se acercó a la puerta. Había notado que la cerradura era vieja y algo floja. Con cuidado, buscó en el suelo y encontró un pequeño trozo de metal, probablemente parte de un resorte roto de una de las camas. Con paciencia, insertó el trozo de metal en la cerradura e intentó abrirla. Para su sorpresa, la cerradura cedió con un clic suave.
—Ailan, ¿qué ocurre? ¿Por qué tenemos que irnos? —preguntó Erick, con la voz baja.
—¡No hay tiempo para explicar! ¡Solo abran la puerta! —respondió Ailan, golpeando con más fuerza.
Erick abrió la puerta con cuidado. Ailan entró corriendo en la habitación, con el rostro pálido y los ojos llenos de pánico.
—¡Tenemos que irnos ahora mismo! ¡Los hombres están buscando a alguien! —dijo Ailan, agarrando las manos de Erick y Eli.
—¿A quién están buscando? —preguntó Erick, confundido.
—¡No importa! ¡Solo síganme! —respondió Ailan, arrastrándolos fuera de la habitación.
Ailan explicó rápidamente que había logrado escapar de su habitación aprovechando un descuido de uno de los guardias. Mientras lo llevaban a su habitación, notó que la cerradura era similar a la de la habitación de Erick y Eli. Con una horquilla que había guardado en su bolsillo, logró abrir la puerta y escapar.
Corrieron por los pasillos oscuros y laberínticos, siguiendo a Ailan a través de un laberinto de puertas y escaleras. El sonido de sus pasos resonaba en el silencio, alertando a los hombres que los perseguían.
—¡Ahí están! ¡Atrápenlos! —gritó una voz a lo lejos.
Aumentaron la velocidad, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho. Sabían que si los atrapaban, las consecuencias serían terribles.
Llegaron a una puerta al final del pasillo. Ailan la abrió de golpe y los empujó hacia el interior. La habitación estaba oscura y llena de polvo, con un olor a humedad y encierro.
—¡Escóndanse! —susurró Ailan, señalando un armario viejo y destartalado.
Se metieron dentro del armario, apretujándose en el pequeño espacio. Ailan cerró la puerta y se quedaron en silencio, conteniendo la respiración.
Escucharon los pasos de los hombres acercándose. Se detuvieron frente a la puerta de la habitación y la abrieron de golpe.
—¡Busquen por todas partes! ¡No pueden haber ido muy lejos! —ordenó una voz.
Los hombres entraron en la habitación y comenzaron a registrarla. Abrieron cajones, levantaron alfombras y miraron debajo de las camas. Sentían que el corazón se les salía del pecho.
De repente, uno de los hombres se acercó al armario. Extendió la mano y abrió la puerta de golpe.
—¡Aquí están! —gritó el hombre, agarrándolos del brazo.
Erick, Ailan y Eli intentaron resistirse, pero los hombres eran más fuertes. Los sacaron del armario y los arrastraron fuera de la habitación.
—¡Suéltennos! ¡Déjennos ir! —gritó Eli, con las lágrimas brotando sin control.
—¡Llévenlos de vuelta a sus habitaciones! ¡Y asegúrense de que no vuelvan a escapar! —ordenó una voz severa.
Los hombres los llevaron de vuelta a sus habitaciones y los encerraron con llave. Sabían que habían fracasado. No habían logrado escapar.
Se sentaron en las camas, derrotados y desesperados. ¿Qué iba a ser de ellos? ¿Iban a estar atrapados en ese lugar para siempre?
...---...
A la mañana siguiente, los tres hermanos fueron despertados bruscamente por el sonido de una campana. Los guardias los sacaron de sus habitaciones y los condujeron por los pasillos hasta un gran comedor.
Al entrar, se encontraron con una multitud de niños de todas las edades, vestidos con uniformes grises y desgastados. Algunos parecían resignados, con la mirada perdida y los hombros caídos. Otros, en cambio, mostraban una chispa de esperanza en los ojos, como si aún creyeran en la posibilidad de un futuro mejor.
Erick, Ailan y Eli se sentaron en una mesa vacía y observaron a su alrededor. El comedor era un lugar sombrío y desolador, con paredes grises y mesas de madera gastadas. El aire estaba cargado de un olor a comida rancia y desesperación.
Una mujer corpulenta y de rostro severo se acercó a ellos y les sirvió un plato de avena aguada y un trozo de pan duro. Los niños comieron en silencio, sin mirarse ni hablar entre ellos.
Eli, con el estómago revuelto, apenas probó la comida. Ailan, con su habitual frialdad, comió lo justo para saciar su hambre. Erick, por su parte, intentó animar a sus hermanos, pero la tristeza que sentía era demasiado grande.
De repente, un niño pequeño se acercó a su mesa y les sonrió tímidamente.
—Hola —dijo el niño, con voz suave—. Me llamo Samuel.
Erick le devolvió la sonrisa.
—Yo soy Erick, y ellos son Ailan y Eli.
—¿Son nuevos aquí? —preguntó Samuel.
—Sí —respondió Erick—. Llegamos ayer.
—Este lugar no es muy agradable —dijo Samuel, con tristeza—. Pero hay que intentar ser fuertes.
—¿Llevas mucho tiempo aquí? —preguntó Eli.
—Sí —respondió Samuel—. Llevo aquí casi un año.
—¿Y nunca has intentado escapar? —preguntó Ailan.
Samuel negó con la cabeza.
—Es imposible —dijo Samuel—. Los guardias son muy estrictos.
—Pero nosotros vamos a intentarlo —dijo Erick, con determinación.
Samuel lo miró con sorpresa.
—¿De verdad? —preguntó Samuel—. ¿Creen que pueden escapar?
—No lo sabemos —respondió Erick—. Pero no vamos a rendirnos.
Samuel sonrió.
—Quizás pueda ayudarlos —dijo Samuel—. Conozco algunos pasadizos secretos. Pero deben prometerme que me llevarán con ustedes
Erick, Ailan y Eli se miraron con esperanza. Quizás, con la ayuda de Samuel, podrían tener una oportunidad de escapar de ese lugar infernal.
Ailan miro a Erick y Erick a siente — Está bien, por cierto cuántos años tienen Samuel?— Pregunto Erick a Samuel
—10 años — Contesto Samuel
Download MangaToon APP on App Store and Google Play