NovelToon NovelToon

Los Hermanos Casasola

Prólogo

La historia de los hermanos Casasola no era común. Su apellido era sinónimo de poder, y su imperio era el resultado de generaciones de trabajo, ambición y secretos bien guardados. Eran temidos, admirados, deseados. Pero también estaban solos, aunque jamás lo admitieran. Rodeados de lujos, pero hambrientos de algo que no sabían que les faltaba.

Emiliano creía que lo tenía todo resuelto. Él no amaba. Él dirigía. Calculaba. Dominaba. Para él, el amor era un error de juicio, una distracción. Ya había cometido el error de entregarse una vez, y aún cargaba con las consecuencias. Había aprendido la lección: nunca más.

Augusto, por su parte, vivía con una intensidad peligrosa. Se lanzaba al vacío con cada experiencia, cada mujer, cada noche interminable. Pero bajo su fachada de conquistador empedernido, escondía heridas más profundas que cualquier escándalo de revista. Heridas que no mostraba ni a su hermano.

Y entonces… llegaron ellas.

Katherine, con su elegancia discreta, su temple de acero y su historia marcada por una traición que le robó la fe en los finales felices. Danitza, con su risa a medias, su sarcasmo como escudo y la mirada de quien ha visto demasiado en poco tiempo.

No llegaron buscando amor. Tampoco lo ofrecieron. Pero su mera presencia trastocó los cimientos de dos vidas construidas sobre el control y la distancia emocional.

Fue una mirada al azar.

Una discusión innecesaria.

Un encuentro forzado.

Y luego… el caos.

Porque donde ellas caminaban, algo cambiaba. Donde sus voces sonaban, se sembraban dudas. Y en el corazón de los imperturbables Casasola, comenzó a crecer algo que ni el poder ni la razón podían controlar: el deseo de sentirse vistos. Comprendidos. Amados.

Pero el amor no llega sin condiciones. No cuando hay heridas abiertas, pasados que vuelven como sombras y enemigos dispuestos a destruir lo que apenas empieza a construirse.

Y ellos lo aprenderán. A la fuerza.

Serán traicionados por quienes menos esperan. Se enfrentarán a decisiones que pondrán a prueba su lealtad, su familia, sus principios. Descubrirán que el poder no compra lo que el alma realmente anhela. Y que, por más que lo intenten, el corazón no se negocia.

Ni Emiliano ni Augusto estaban preparados para enamorarse. Pero lo hicieron. Contra todo. Contra todos. Contra sí mismos.

Y cuando llegue el momento de elegir entre el orgullo y el amor, entre el pasado y el futuro, entre la venganza y la redención… tendrán que decidir si son lo bastante valientes como para cambiar el rumbo de su historia.

Porque hay batallas que se ganan con estrategias, pero otras solo se vencen con el alma desnuda.

Y esta… esta será la guerra más intensa que jamás hayan librado.

Aquí comenzamos con esta nueva historia.

Espero que sea de su agrado, y ¡si es así!

No olviden dar me gusta, calificar la novela, darle regalitos y por qué no. Darle el voto que es importante.

Estaré leyendo sus comentarios.

Por aquí les dejaré las imágenes de los personajes para ver si cumplen con sus expectativas.

Gracias niñas, nos estaremos leyendo.

Traición

Katherine Villanueva salía del consultorio de su doctora con una sonrisa que le llegaba hasta las orejas, estaba que no cabía de alegría. El sol le daba en la cara, y el sobre que llevaba en la mano casi no pesaba. Dentro contenía la confirmación de que estaba embarazada. ¡Iba a ser mamá!

Su corazón latía muy fuerte mientras caminaba por la acera, tocándose suavemente la pancita como toda futura mamá. ya estaba pensando en cómo darle la sorpresa a Damián, su novio. Estaban a unas semanas de casarse, y ahora este regalo de la vida sellaría su amor para siempre. Un hijo suyo y de Damián.

—Hoy será una noche inolvidable —murmuró mientras cruzaba la calle rumbo al supermercado.

Eligió con cuidado los ingredientes para una cena especial: pasta fresca, su vino sin alcohol favorito, una ensalada ligera, velas aromáticas de vainilla y jazmín, y un pequeño pastel con glaseado blanco donde mandó a escribir con letras doradas. ¡Papá, te espero con amor! También compró una pequeña cajita donde colocó el test de embarazo positivo junto con una nota que decía: ¡Nuestro amor está creciendo!

Unas horas más tarde, estaba emocionada, sin prisa por el pasillo del edificio. El elevador la dejo en el piso correcto y su corazón iba a explotar, pero no por nerviosismo, sino por la emoción. Su mente repasaba cada detalle de lo que había preparado: el menú que él tanto amaba, el vino tinto favorito de Damián, las velas aromáticas, el pequeño regalo con el moño dorado y, por supuesto, el sobre guardado en su bolsa, con la mejor noticia que había recibido en su vida.

Sonrió emocionada mientras se detenía frente a la puerta del departamento. Sacó las llaves de su bolsa, tocó dos veces. Pensó que él ya había llegado y sería bonito sorprenderlo antes de la cena. Esperó un poco. Nada. Tocó de nuevo.Nadie respondía.

Mejor pensó. Así podría preparar todo bien y la sorpresa sería aún mejor para cuando Damián regresara.

Abrió la puerta y entró. La sala estaba medio oscura, solo entraba luz por las cortinas. Dio un paso y sintió algo raro. Había un desorden extraño. En el sillón había una blusa negra de encaje que no era de ella. Y en la alfombra, unos zapatos que nunca había visto.

Katherine, con las bolsas del súper en el brazo, sintió que el tiempo se paraba al ver los zapatos rojos tirados en la sala. No eran suyos, ni de broma se compraría algo así. También había un abrigo de piel y un olor dulce que no era su perfume. Su corazón, que antes latía de alegría por la sorpresa, ahora le golpeaba fuerte, pero de nervios.

Con manos temblorosas, dejó la bolsa en la cocina sin hacer ruido. Sacó de su bolso la pequeña caja con el moño dorado, donde guardaba el regalo que había elegido con tanto cariño: una pulsera con la inscripción ¡Siempre juntos! Había sido el toque final para acompañar la cena de esa noche. Quería decirle que estaban esperando un bebé. Pero ahora, todo se había ido por el caño como un sueño que se vuelve en una pesadilla.

Un ruido. Venía de la habitación.

Katherine tragó saliva. Tenia un nudo en la garganta, y sentía sus pies pesados mientras caminaba por el pasillo. Con cada paso, la hacia sospechar más. Su cabeza no quería aceptar lo que ya intuía.

Se quedó parada en la puerta, sin aire como si alguien le hubiera dado un golpe en el pecho. El sobre con los resultados cayó al suelo, sin que nadie lo notara. Lo que veía era feo, irreal y tardó en entenderlo.

Damián, su novio, el hombre con el que quería pasar el resto de su vida, estaba en la cama… con su madre.

El mundo se le vino abajo en silencio.

Empezó a temblar. Un dolor horrible le atravesó el pecho, una mezcla de tristeza, enojo y traición se arremolinaban como una tormenta dentro de ella.

—¿Qué… qué está pasando? —alcanzó a decir casi sin voz, que apenas salia de su boca.

Los dos se asustaron. Damián se tapó con las sábanas, sus ojos bien abiertos como platos. Su mama volteó despacio, con el cabello revuelto, tapándose apenas con una bata.

—Katherine… —murmuró Damián—. No… no es lo que parece.

—¿No es lo que parece? —repitió ella sin ganas —.¿De verdad vas a usar ese cliché barato conmigo? ¿Conmigo, Damián?

Miro a la mujer que, desde hacía tantos años, había dejado ser su mamá. La que la abandonó por un hombre rico y las fiestas de sociedad antes que quedarse con su hija que lloraba por ella todas las noches.

—¿Tú? —dijo con voz temblorosa —No lo puedo creer… No puedo… —respiro hondo y dio un paso atrás —¿Tú también, mamá?

La mujer se levantó, sin mirarla a los ojos.

—Katherine… escúchame…

—¿Escucharte? —la interrumpió con un grito—. ¡¿Escucharte después de esto?! ¿Después de lo que me hiciste de niña y ahora esto? ¡Te metiste con mi novio!

—No lo planeamos… solo pasó… —dijo la mujer, esquivando su mirada—. Damián y yo…

—¡Cállate! —la grito Katherine —. ¡No trates de justificar lo que no tiene nombre! ¡Ni siquiera estabas en mi vida! ¡Desapareciste! ¡Te fuiste con ese hombre y me dejaste sola con papá, llorando por ti cada noche!

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no se permitió derramarlas. No frente a ellos. No les daría ese gusto.

—Damián… —susurró—. ¿Desde cuándo?

Él bajó la mirada. No dijo nada . El silencio fue más que suficiente que cualquier excusa.

—¿Desde cuándo? —pregunto de nuevo, dando un paso más, con la voz temblorosa.

—Hace unos meses… —confesó él sin verla—. Fue cuando ella regresó… Me sentía solo, tú trabajabas mucho , y ella…

—¿Y ella qué? ¿Te consoló? ¿Te engañó? —dijo Katherine—. ¡No puedo creerlo!

Se giró, casi sin aire, sentía que asfixiaba. tomó el sobre del piso. Lo apretó contra su pecho, con las manos temblorosas.

—Hoy te iba a dar la mejor noticia … —susurró —¡Hoy… te iba a decir que seremos papás, Damián!

Nadie dijo nada.

Damián la miro pálido.

—¿Qué… qué dijiste?

—Estoy embarazada. —Se rio sin gracia —Pero no te preocupes… ¡jamás permitiré que formes parte de la vida de mi hijo! ¡Jamás!

Su mamá abrió la boca, pero Katherine la interrumpió.

—¿Tú qué vas a decir ahora? ¿Te sientes orgullosa? ¿Te sientes joven de nuevo acostándote con el prometido de tu hija? ¿O solo querías hacerme daño?

—No… no quería hacerte daño, hija…

—¡No me llames hija! ¡Perdiste ese derecho hace años! —grito Katherine —Me diste la vida, sí, pero también me la arruinaste cuando te fuiste. Y ahora vienes a destruir lo poco que había logrado reconstruir.

Damián se acercó.

—Katherine… por favor… podemos hablar. Yo… yo cometí un error.

—¿Un error? —se río Katherine —Un error es olvidar una fecha importante, no acostarte con la madre de tu prometida. ¡Eso es una traición! ¡que asco!.

Volvió a voltear hacia la puerta. El sobre crujió en su mano.

—No los quiero volver a ver. A ninguno de los dos. Y si intentan acercarse a mí, juro que me van a conocer como enemiga.

Y salió del departamento, sin mirar atrás, sintiendo que cada paso era una puñalada en el corazón. Bajó las escaleras corriendo sin aire , llorando y con un dolor horrible en el alma.

Una vez en la calle, sintió el frío de la noche. Se apoyó contra una pared y se dejó caer lentamente. Las lágrimas finalmente brotaron sin control. Su vientre le dolió de ternura.

—Lo siento… bebé… lo siento tanto… —murmuró con la voz rota—. No mereces esto, no mereces ni un papá así, ni una familia como esta…

Llamó a un taxi con manos temblorosas. No quería volver a casa. No quería volver a ver nada que le recordara lo que había perdido en un instante. Pero había una persona con la que sí necesitaba hablar.

Su papá.

Marcó el número y esperó.

—¿Hola, hija? —respondió la voz ronca, amable de su padre.

—Papá… —susurró llorando—. ¿Puedo ir a casa?

—Claro, hija, ¿qué pasó? ¿Estás bien?

—No… —sollozó—. No estoy bien.

—Ya voy por ti —dijo él sin preguntar más.

Katherine le dio la dirección. Mientras esperaba, se abrazó a sí misma. El sobre con los resultados del embarazo seguía en su mano, arrugado y mojado por las lágrimas. Lo miró, y por primera vez esa noche, sonrió levemente. No todo estaba perdido. Tenía una razón para seguir.

El auto de su papá llegó unos minutos después. Ella subió sin decir nada, solo lo abrazó y lloró.

—Estoy aquí, hija. Estoy contigo —le dijo él, acariciando el pelo —Nadie te va a lastimar más .

Llegaron a casa en silencio. Al llegar, su padre la ayudó a entrar, le preparó un té caliente y la arropó en el sillón. Cuando ella le contó todo, él cerró los ojos con fuerza, aguantando el enojo.

—No sé cómo alguien puede hacerle eso a su propia hija —murmuró él—. No sé cómo se atreve a regresar después de todo.

—No importa… ya no quiero saber de ella. Ni de él. Tengo a este bebé y te tengo a ti. Eso es lo único que me importa ahora.

Nació muerto

El tiempo pasaba lento. Katherine ya no contestaba las llamadas de Damián. Su mamá le mandaba correos, mensajes, hasta trató de verla en el trabajo, pero nada. Ella quería paz, no justificaciones ni explicaciones.

Un mes después, al salir del médico, Katherine recibió una notificación para una audiencia. Damián quería negar que era el padre y pedía una prueba de ADN.

—¿Le da miedo hacerse responsable? —dijo su papá, enojado—. ¡Después de todo lo que hizo, todavía duda!

—No importa —dijo Katherine, seria—. Se la voy a dar. Y cuando se confirme, lo voy a demandar hasta que no tenga ni un peso.

Hicieron la prueba semanas después. Damián llegó con su misma actitud de siempre, pero no podía verla a los ojos. El resultado salió positivo, obvio. Y aun así, trató de llegar a un acuerdo para no ir a juicio.

—No quiero tu dinero, Damián —dijo ella, firme—. Quiero que te vayas de nuestras vidas. Que desaparezcas. Y si te acercas, voy a usar todo lo que pueda para proteger a mi hijo.

Se levantó de la silla, con orgullo, como madre y mujer. La habían lastimado mucho, sí. Pero había vuelto a nacer. Y ahora tenía una razón más grande que su propio dolor.

La vida seguía. Pero ella ya no era la misma.

Ahora era Katherine Villanueva. Mamá. Luchadora. Fuerte como el fuego que la hizo así.

Y nadie, jamás, la iba a volver a quebrar.

Unos meses después, el sol empezaba a entrar por las ventanas de las oficinas de M&D Corporation. Katherine estaba en su escritorio revisando papeles cuando sintió un dolor fuerte. Se tocó el vientre y frunció el ceño.

—Ana —dijo con dificultad, con la voz temblorosa—. Creo que… creo que algo anda mal.

Ana, su asistente y amiga de siempre, se sorprendió.

—¿Estás bien, Katherine? ¿Qué pasa?

Katherine trató de levantarse, pero se mareó.

—Me duele mucho… no sé qué es… —Trató de calmarse—. Por favor, llévame al hospital, aún no es tiempo de que nazca mi bebé.

Ana no lo pensó dos veces. Se levantó y la ayudó a levantarse.

—¡Vamos! —dijo, temblando, mientras llamaba a emergencias—. Tranquila, Katherine, todo va a estar bien.

La ambulancia llegó y sirena la puso muy nerviosa. Katherine sentía cómo su cuerpo se apretaba con cada dolor. Ana le agarraba la mano para darle fuerza, pero por dentro estaba muy asustada.

En la ambulancia, Katherine luchaba contra el dolor mientras Ana le hablaba para animarla.

—Ya casi llegamos… aguanta, amiga… tú puedes…

Pero el dolor era cada vez más fuerte y algo empezó a salir mal. Los paramédicos empezaron a hablar preocupados.

—El corazón del bebé está latiendo muy lento —dijo uno, mientras preparaban a Katherine para el parto.

Ana apretó los puños. No quería pensar en lo que podía pasar.

Cuando llegaron al hospital, todo pasó muy rápido: médicos, enfermeras y luces por todos lados. Ana trataba de mantenerse fuerte, agarrando la mano de Katherine, que estaba perdiendo el conocimiento.

Después, todo quedó en silencio.

Horas después, en la sala de espera, Ana no dejaba de morderse las uñas y mirar el reloj. Por fin, un señor mayor entró por la puerta con cara seria y cansada. Era Mauricio Villanueva, el papá de Katherine.

—Ana —dijo con voz grave—. ¿Dónde está mi hija?

Ana se levantó rápido y lo llevó a una salita.

—Señor Villanueva… vamos con el doctor… hay noticias… su hija… su hija está en coma.

El señor Villanueva pestañeó varias veces, sin creer lo que oía.

—¿Qué pasó? ¿Y el bebé?

Ana tragó saliva, con lágrimas en los ojos.

—El bebé… nació muerto, señor. Fue un parto difícil. Los médicos hicieron todo lo posible, pero no pudieron salvarlo.

El señor se tapó la cara con las manos y se dejó caer en una silla, sin fuerzas.

La doctora Jiménez entró a la habitación y el señor Mauricio se levantó.

—¿Y mi hija? ¿Cómo está? ¿Puede salir del coma?

La doctora Jiménez dijo que no con la cabeza.

—Es muy pronto para saberlo, señor Villanueva. Estamos haciendo todo lo que podemos. Pero está muy delicada.

—¿Puedo verla? —preguntó con voz débil.

—Claro —dijo la doctora Jiménez—, solo un momento, después la vamos a pasar a esta habitación.

Ana lo tomó del brazo para ayudarlo a caminar —Vamos.

Al entrar, el señor Villanueva se acercó despacio a la cama donde su hija estaba inmóvil, llena de tubos y aparatos.

Tomó la mano de Katherine entre las suyas y sintió su piel fría.

—Hija… —susurró con lágrimas en los ojos—. Por favor, despierta… te necesito… necesitamos tu fuerza…

Ana se quedó atrás, con el corazón roto, mirando la escena.

El tiempo se detuvo en esa habitación. La vida de Katherine dependía de un hilo y la noche era muy oscura.

Después de días de angustia. Por fin Katherine abrió los ojos. La luz del hospital le parecía rara, pero reconoció el techo, las máquinas y las voces.

—Katherine… —la voz suave de la doctora se oyó en la habitación—. Qué bueno que despertaste.

Ella pestañeó, buscando algo familiar.

—¿Dónde… dónde está mi bebé? —preguntó con la voz temblorosa, con miedo en los ojos.

La doctora suspiró y no la miró a los ojos.

—Katherine, tengo que decirte la verdad. Tu bebé no sobrevivió al parto.

Se hizo un silencio muy grande. Katherine empezó a llorar sin poder parar.

—No… no puede ser… —dijo llorando—. ¿Por qué? ¿Por qué me pasa esto a mí?

La doctora trató de consolarla, pero no servía de nada.

Pasaron los días, pero Katherine seguía muy triste. La pérdida de su bebé la perseguía a todas partes y no la dejaba tener esperanza.

Una noche, en la oscuridad, sin fuerzas, Katherine trató de quitarse la vida.

Su papá la encontró a tiempo y la llevó a un centro psiquiátrico para que la ayudaran.

—Hija, no estás sola —le dijo llorando—. Vamos a salir adelante juntos.

Katherine luchó contra sus problemas durante meses, pero se aferraba a la idea de que su bebé estaba vivo.

Con esa idea en la cabeza, se dedicó a visitar orfanatos durante dos años.

Allí, entre risas y miradas de agradecimiento, Katherine encontraba un poco de paz.

Cada niño que abrazaba le recordaba el amor que tenía dentro. En cada niño veía al suyo que no llegó a conocer.

Aunque su corazón seguía roto, el cariño que daba la ayudaba a sentirse mejor.

Se despidió de los niños, que le dieron unas bolsas con regalitos que habían hecho para ella.

Subió al avión. Tenía una junta importante para hacer una alianza entre dos empresas grandes.

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play