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DESNUDA EN TU PIEL

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“𝐸𝑟𝑒𝑠 𝑚𝑖́𝑎, 𝐴𝑢𝑟𝑜𝑟𝑎 𝐶𝑜𝑛𝑡𝑖, 𝑦 𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑟𝑖𝑛𝑐𝑜́𝑛 𝑑𝑒 𝑡𝑢 𝑎𝑙𝑚𝑎 𝑚𝑒 𝑝𝑒𝑟𝑡𝑒𝑛𝑒𝑐𝑒, 𝑦 ℎ𝑎𝑟𝑒́ 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑙 𝑚𝑢𝑛𝑑𝑜 𝑎𝑟𝑑𝑎 𝑎𝑛𝑡𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑑𝑒𝑗𝑎𝑟 𝑞𝑢𝑒 𝑎𝑙𝑔𝑢𝑖𝑒𝑛 𝑚𝑎́𝑠 𝑠𝑖𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑎 𝑡𝑒 𝑚𝑖𝑟𝑒"

^^^𝐴𝑡𝑡.. 𝑆𝑎𝑙𝑣𝑎𝑡𝑜𝑟𝑒 𝑅𝑜𝑚𝑎𝑛𝑜^^^

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¡ATENCIÓN, HERMOSAS! 🔞

Esta novela será intensa y diferente a todo lo que han leído antes. Esta historia no es como las demás: explora emociones crudas, pasiones ardientes y temas oscuros que podrían desafiar sus expectativas. Con un contenido más fuerte y audaz, te invitamos a adentrarte con mente abierta. Si no es de tu agrado, simplemente pasa a otra aventura literaria, pero por favor, no reportes. ¡Déjate atrapar por esta experiencia inolvidable!

CAPÍTULO 1

...𝐈𝐓𝐀𝐋𝐈𝐀, 𝐌𝐈𝐋𝐀́𝐍, 𝟖:𝟎𝟎 𝐏. 𝐌....

...『2024』...

...——— ☆ • ♧ • ♤ • ♧ • ☆ ———...

  La torrencial lluvia golpeaba los ventanales de la mansión Conti con una fuerza casi destructiva, como si intentara derribarlos y dejar al descubierto el caos interno que reinaba en el hogar. Cada golpe del agua contra el cristal resonaba como un eco furioso en el amplio comedor, donde Aurora Conti, una joven de apenas dieciocho años, se encontraba sentada con los puños cerrados sobre su regazo. Sus ojos azules brillaban intensamente, reflejando una mezcla de desafío y miedo, mientras se mantenían fijos en la mesa, frente a la que su familia, o lo que quedaba de ella, la juzgaba como si estuviera en un tribunal.

  Su padre, Ricardo, tenía el rostro enrojecido por la desesperación que lo abrumaba, sus rasgos marcados por las preocupaciones acumuladas. En contraste, su madrastra, Claudia, mostraba una calma gélida, una serenidad que ocultaba una cruel satisfacción. A su lado, su hermanastra Valeria, de veintidós años, jugueteaba despreocupadamente con un mechón de su cabello rubio, dejando escapar una sonrisa burlona que hacía que Aurora se sintiera aún más acorralada.

  El ambiente era denso y asfixiante, y el silencio se rompía únicamente por el incesante tamborileo de la lluvia y el sonido del hielo que chocaba en el vaso de Ricardo, quien parecía buscar consuelo en la bebida. Aurora podía sentir que algo terrible se avecinaba. Había una tensión palpable en el aire, vislumbraba la forma en que su padre evitaba su mirada, así como la satisfacción apenas disimulada en el rostro de Valeria. Todo giraba en torno a la deuda. Esa sombra siempre acechante. Millones que Ricardo había derrochado en apuestas y negocios fallidos, empujando a la familia al borde de la ruina. Pero lo que realmente desgarraba el corazón de Aurora era su madre, recluida en un hospital, librando una lucha titánica contra un cáncer que requería tratamientos costosos que la familia ya no podía permitirse.

  —No te andes por las ramas, Ricardo —dijo Claudia, con una voz muy aguda— Solo díselo. No tenemos toda la noche.

  Ricardo tosió y sus dedos temblaban alrededor del vaso. —Aurora, ¿aún recuerdas el préstamo que solicite a manos de los Romano?… —preguntó a lo que ella asintió —Bueno...hemos encontrado una forma de solucionarlo...

  Ella frunció el ceño, sintiéndose incómoda como si un escalofrío le recorriera la espalda. —¿Qué solución papá..? —preguntó, tratando de mantener la calma a pesar del nudo en su garganta.

  —Salvatore....—respondió Ricardo, y las palabras salieron como un golpe—Ha aceptado cancelar la deuda. Pero a cambio… deberás casarte con él.

  El mundo de Aurora se paralizó en el instante en que escuchó el nombre: Salvatore Romano...Ese nombre era como un veneno que todos susurraban, un eco temido en cada rincón de la ciudad. Se trataba del magnate multimillonario que había levantado un imperio formidable, un vasto dominio que abarcaba desde impresionantes rascacielos que se alzaban hacia el cielo hasta innovadoras tecnologías que estaban a la vanguardia del mercado.

  Salvatore no era solo un empresario exitoso; era un hombre de una belleza inquietante, con rasgos perfectamente esculpidos. Sus ojos, de un gris profundo, tenían un brillo penetrante que cortaba como el acero, y su presencia era capaz de helar la sangre de quienes lo rodeaban. Los rumores sobre él lo seguían como sombras inquietantes y persistentes: ninguna mujer que cruzaba el umbral de su vida parecía salir de allí para contar su historia. Amantes que desaparecían en la oscuridad, que se esfumaban sin dejar rastro, y un velo de misterio que lo envolvía todo, o al menos eso era lo que decían los rumores.

  Nadie había logrado presentar pruebas concretas en su contra, pero tampoco había alguien dispuesto a desmentir lo que se decía. La figura de Salvatore era un enigma, un enigma del que todos hablaban, pero que pocos se atrevían a desafiar.

  Aurora se levantó de un salto, haciendo que la silla hiciera ruido al arrastrarse. —¡No! —gritó, con la voz temblando —¡No soy algo que puedas vender! ¡Esto es una locura, papá! ¡No quiero casarme!

  Ricardo se puso de pie, con el rostro lleno de ira. —¡No tienes derecho a hablarme así, niña insolente! —gritó, acercándose a ella.

  —¡¿Por qué yo?! ¡Solo tengo 18 años! —respondió Aurora, señalando a su hermanastra —¡¿Por qué no la casas a ella?!

  Valeria se rió de manera cruel mientras se recostaba en su silla. —Oh, Bella, no seas tan ingenua. ¿Casarme yo? ¿Con ese monstruo? —Hizo una pausa y sus ojos brillaron con maldad— ¿No has oído lo que dicen?....Las mujeres que se acercan a él no regresan. No voy a arriesgarme, querida.

  Aurora sintió un escalofrío, pero no dejó que el miedo la controlara. —¿Por qué yo? —preguntó con voz firme— ¡Tengo dieciocho años! ¡Apenas empiezo a vivir! No puedes obligarme a casarme con un hombre al que no conozco, y mucho menos con alguien como él... ¡Es....es como condenarme a la muerte!

  De repente, Ricardo le dio un golpe en la mejilla, un sonido fuerte que llenó la habitación. Aurora retrocedió, sintiendo el dolor en su rostro, pero se mantuvo en pie, con los puños apretados y los ojos llenos de lágrimas que no quiso dejar caer.

  —¡Cállate! —gritó Ricardo, señalándola con un dedo tembloroso— ¡No tienes idea de lo que está en juego! Si no aceptas, lo perderemos todo: la casa, la empresa, ¡todo! Y tu madre… —Su voz se quebró, aunque en sus ojos no había arrepentimiento, solo desesperación— Tu madre morirá sin dinero para su tratamiento... ¿ Quieres eso? ¿Ah?

  —...No fui yo quien creó esta deuda, papá —respondió— Esto es culpa de ustedes. Tú gastas el dinero en apuestas, y en tus dichosas inversiones que nunca salen bien, Valeria en fiestas, joyas y autos nuevos, y ni hablemos de Claudia… Yo no tengo nada que ver con esto... apenas sí me das para mis gastos; pero todo lo demás lo gano por mi cuenta...Con trabajos de medio tiempo.

  Valeria se acercó a Aurora con una sonrisa maliciosa.

  —Pobrecita. ¿De verdad crees que tienes opción? Salvatore quiere algo específico: una chica pura, virgen. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras le llegaran — Yo… bueno, digamos que yo no cumplo con ese requisito. Pero tú, mi dulce hermanita, eres perfecta. ¡Eres lo que él quiere! Tan pura e inocente... Además, yo ya estoy con el mayor de los Moretti. Es rico, guapo y talentoso... Aunque su fortuna no se compara con la de los Romano, al menos es algo.

  Aurora sintió que se le escapaba el aire. Las palabras de Valeria la hirieron, haciéndola sentir vulnerable. Pero no solo era la manipulación lo que dolía; también era la verdad detrás de ello. Su madre, la única que la había amado incondicionalmente, ahora dependía de máquinas para vivir. Sin dinero para su tratamiento, no habría esperanza, y no podía dejarla no después de saber que las quimioterapias estaban haciendo efecto en ella.

  —¿Y si me niego? —preguntó Aurora, desafiando a su padre, aunque su voz temblaba un poco.

  Antes de que él pudiera responder, Claudia intervino, con un tono dulce pero amenazante. —Si te niegas, querida, tu madre morirá. No habrá más tratamientos. ¿Quieres ser responsable de su muerte?

  Aurora apretó los dientes, sintiendo un torbellino de odio y desesperación. Quería gritar, golpear, escapar, pero no podía. No cuando la vida de su madre estaba en juego. Miró a Ricardo, buscando un poco de humanidad, pero solo encontró cobardía. Miró a Valeria, esperando ver un poco de culpa, pero solo vio satisfacción.

  —Esto es necesario —dijo Ricardo, ahora más calmado pero igual de decidido— La boda es mañana. Salvatore vendrá por ti.

  —¡No! —gritó Aurora, intentando ir hacia la puerta, pero Ricardo la agarró del brazo con fuerza.

  —¡Basta de tonterías! —rugió, arrastrándola hacia las escaleras— ¡No vas a arruinar esto!

  Aurora luchó, pero recibió otro golpe más fuerte en el rostro, haciéndola tambalear. Las lágrimas le quemaron los ojos, pero las contuvo. No quería darles la satisfacción de verla llorar. Ricardo la empujó escaleras arriba, ignorando sus protestas, y la metió en su habitación, cerrando la puerta de un portazo.

  —¡Te quedarás aquí hasta que aprendas a obedecer! —gritó, y el sonido del cerrojo al cerrarse fue como una condena para ella.

  —¡Papá! ¡Por favor! —gritó, pero él no le hizo caso. Finalmente se dejó caer contra la puerta, con la mejilla adolorida y el brazo lastimado. Aquella habitación, grande y austera, se sentía como una prisión. No había ventanas grandes, solo una rendija alta que dejaba pasar la luz gris de la lluvia. No había escapatoria. Mañana sería la boda. Mañana conocería a Salvatore Romano, el hombre envuelto en rumores oscuros, el hombre que pronto...la reclamaría como suya.

CAPÍTULO 2

...𝐀𝐔𝐑𝐎𝐑𝐀 𝐂𝐎𝐍𝐓𝐈...

...——— ☆ • ♧ • ♤ • ♧ • ☆ ———...

  La suave luz gris del amanecer entraba por la ventana de mi habitación, recordándome que el tiempo se me había acabado. La noche anterior no pude dormir en absoluto. ¿Cómo podría hacerlo? Las palabras de mi padre, de Claudia y de Valeria resonaban en mi cabeza como un martillo: —“Mañana es la boda.” — “Eres perfecta para él.” Cada una de esas frases se sentía como una cadena que se apretaba más y más alrededor de mi cuello. Salvatore Romano, el monstruo que todos temían, era ahora mi destino... y yo iba a ser una de sus víctimas.

   “¿Qué demonios es lo que estaré pagando en esta vida?”

  De repente, un golpe en la puerta me asustó. El cerrojo chirrió al abrirse, y Claudia entró en mi habitación con un vestido blanco envuelto en plástico. Su sonrisa era tan falsa como sus cirugías, una inquietante fachada de elegancia.

  —Es hora de que te prepares, querida —dijo, dejando el vestido en la cama— No querrás hacer esperar a tu futuro esposo.

  La miré en silencio, sin poder hablar. Ante esto, ella simplemente giró sobre sus talones y salió cerrando la puerta detrás de ella nuevamente con seguro. Me quedé quieta, mirando la tela blanca. El vestido tenía un hermoso encaje y diamantes, pero esa belleza parecía burlarse de mí. No era un vestido de novia; era una trampa, lista para asfixiarme. ya me había duchado así que solo faltaba ponerme el vestido , con las manos temblorosas, empecé a ponérmelo sin atreverme a mirarme en el espejo. En su lugar, me concentré en mi único objetivo: sobrevivir, y mantener a mi madre con vida... ¿Eso no podía ser tan difícil, verdad?...

  En el instante en que terminé de ajustar el vestido a mi figura, Claudia apareció en la habitación con su energía característica. Se acercó a mí rápidamente y comenzó a trabajar en mi peinado, manejando con habilidad cada uno de los mechones de mi cabello. Mientras realizaba su tarea, también empezó a aplicar el maquillaje, esculpiendo mis rasgos con precisión. Sin embargo, lo que me llamó la atención fue la falta de alegría y entusiasmo en su forma de actuar; su dedicación no parecía surgir de un deseo genuino de embellecerme, sino que era el resultado de una orden directa de papá, quien le había encargado que me preparara para esa ocasión tan "especial". Finalmente, cuando terminó, me colocó el velo, dando el último toque a mi apariencia.

  Una hora más tarde, un guardia de rostro severo me escoltó escaleras abajo. La mansión estaba envuelta en un profundo silencio, como si las paredes mismas comprendieran que lo que estaba por suceder no era una celebración festiva. Ahí estaba Valeria en el vestíbulo, luciendo un vestido rojo que parecía clamar arrogancia. Me observó con esa mezcla de lástima y satisfacción que me provocaba una ira intensa. Mi padre, vestido con un traje impecable, ni siquiera se molestó en levantar la vista para mirarme.

  Fuera, el Rolls-Royce negro esperaba, brillante bajo la lluvia interminable que caía del cielo. Tomé una profunda respiración y subí al vehículo, sintiendo cómo mi corazón golpeaba contra mis costillas con fuerza. El interior del automóvil olía a cuero de alta calidad y poder, pero lo que realmente me detuvo en seco fue la figura que se encontraba frente a mí: Salvatore Romano. Se sentaba en el asiento de enfrente, ocupando el espacio con una autoridad que parecía abrazar al mundo entero. Su traje negro parecía absorber la luz a su alrededor, y su cabello oscuro, peinado hacia atrás, dejaba al descubierto un rostro que era a la vez impresionante y aterrador; pómulos marcados, una mandíbula definida y unos ojos grises que me atravesaban como cuchillos. La intensidad de su mirada me hizo sentir expuesta, vulnerable, pero al mismo tiempo encendió en mí una chispa de desafío que no podía ignorar.

  “Al menos algo de los rumores si era cierto, es un hombre muy atractivo y su belleza ...Es como la de un dios griego.... ¡¡Oh vamos Aurora!! ¡¡No halagues a tu presunto verdugo!! ”

  Apenas me acomodé en el asiento del vehículo, el motor prendió y comenzamos el trayecto en un silencio abrumador. Él no pronunció ni una palabra y yo tampoco, pero podía sentir su mirada fija en mí, como si su intensa observación pudiera atravesar mi ser. Intenté mantener la vista en la ventana, ignorando los rumores y temores que giraban en mi mente. Se decía que ninguna mujer que entraba en su vida volvía. No quería dejarme llevar por esos pensamientos oscuros, pero se tornaban imposibles de ignorar. Mi vida estaba en manos de ese hombre, y en mi interior luchaba con la incertidumbre de si él era mi salvador o, por el contrario, mi verdugo.

  Al llegar a un imponente edificio de cristal y acero, un lugar que parecía más un símbolo de poder que un espacio para celebrar bodas, sentí un escalofrío. El interior era gélido, adornado con flores blancas que recordaban a un funeral y con luces tenues que apenas lograban aportar calidez al ambiente. Un pequeño grupo de personas se agrupaba en la sala, pero su aspecto no parecía el de invitados festivos; eran hombres vestidos de trajes oscuros, con rostros serios y duros, dando la impresión de ser guardianes de un rey. Mi piel se erizó ante la intimidad de la situación, pero traté de mantener la cabeza en alto. No les daría la satisfacción de verme temblar de miedo.

  Un hombre mayor, que irradiaba autoridad, ocupaba el centro del lugar. Salvatore se situó a su lado, y yo avancé sola, sintiendo que cada paso se asemejaba a un clavo que se introducía en un ataúd. Al llegar junto a él, extendió su mano, esperando a que la tomara. Dudé por un instante; mi corazón latía pesado, como un tambor en mi pecho, y la imagen de mi madre en el hospital me pesaba en la conciencia. Finalmente, cedí. Su mano era fría y dura, y su contacto me envió un escalofrío que recorrió mi espalda de arriba a abajo.

  La ceremonia se convirtió en un borrón de palabras vacías que resonaban en mis oídos. Promesas que no quería hacer y votos que carecían de significado. Cuando el juez pronunció la frase “pueden besarse”, sentí un retorcimiento en mi estómago. Lo mire, esperando un gesto brusco, pero para mi sorpresa, se inclinó lentamente hacia mí, con esos penetrantes ojos grises fijados en los míos, cautivándome de una manera que no sabría explicar.

  Luego levantó el velo con una lentitud deliberada, como si estuviera disfrutando cada instante, como si deseara que cada segundo se grabara en mi piel. Mi respiración se detuvo en esa fracción de tiempo, mientras su mirada descendía hacia mis labios y, por un breve momento, creí que se inclinaría para besarme. Todo en su presencia sugería una sensación de posesión, un reclamo silencioso que se sentía inminente.

  Sin embargo, para mi sorpresa, no ocurrió.

  Su mano, fría al tacto, se posó delicadamente sobre mi piel, enmarcando mi rostro con suavidad, mientras que con la otra me rodeaba la cintura con un agarre firme, atrayéndome hacia él. Antes de que pudiera reaccionar, sus labios descendieron… pero no para encontrarse con los míos, sino que se posaron en mi frente. El contacto fue breve, cálido, casi reverente, aunque no como un gesto de afecto, sino como si existiera algo más, un significado que no lograba descifrar, y eso me confundía aún más.

  —Ahora eres mía, Principessa —susurró contra mi oído, su voz sonaba ronca, baja y peligrosa— No lo olvides.

  Cuando nos separamos, sus ojos permanecieron fijos en mí, y por un instante, vislumbré algo más allá de su frialdad: una chispa de fascinación, como si mi resistencia fuera un juego al que estaba dispuesto a jugar. Sin perder tiempo, sin previo aviso y sin darme la oportunidad de protestar, me tomó en sus brazos y, salimos del lugar, seguidos de cerca por sus hombres.

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