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LA FARSANTE

Capítulo 1

El sol neoyorquino, apenas se atreve a asomarse por la ventana del pequeño apartamento de dos habitaciones en Queens.

En la pequeña sala, Dinorah con el récipe médico en la mano, contiene las lágrimas, por la desesperación que se cierne sobre ella. A sus veinte (20) años ha tenido que subsanar los gastos médicos de quien le dio la vida, las necesidades básicas de su pequeño hogar y los caprichos de su hermana adolescente.

Respira profundo para ocultar su pesar de la vista de su madre y atender a su llamado, agradece que haya sobrevivido al Guillain-Barré y hará todo lo que esté a su alcance para lograr la total recuperación; camina con una quietud y una elegancia que le son innatas, hasta llegar a la habitación que antes era la principal y ahora comparten.

El otro dormitorio, ese que hasta hace poco era de ella y su hermana menor; es un torbellino adolescente de ropa y apuntes, pertenecientes a Dalila, quien siempre está ajena al peso que cae sobre los hombros de Dinorah.

En la sala, el caballete de madera para patrones y la máquina de coser industrial, ahora están cubiertas por un fino velo de polvo, como testimonio silencioso de lo que había sido el vibrante atelier de alta costura de su madre. Las telas, que antes eran cortadas con precisión para los vestidos que Dinorah misma había modelado con gracia natural, permanecen apiladas, como un recordatorio constante del talento de Dana y a la vez, de la parálisis económica que amenaza con ahogarlas. El aroma a tela nueva y sueños ambiciosos ha sido reemplazado por el tenue olor a medicinas, y el único patrón que ve ahora es el de la desesperación.

—¡Ay, Dinorah, no sé qué vamos a hacer!— dice la mujer con los ojos se cristalizados, cuando la ve entrar y vuelve su vista al estado de su cuenta bancaria que se refleja en la pantalla de su móvil —esta enfermedad me ha dejado como un trapo, y para colmo, estamos sin un dólar, no sé cómo vamos a salir de esta aquí en Nueva York— dice, con la voz apenas en un susurro.

La chica se sienta al borde de la cama, le aparta el teléfono celular y toma suavemente la mano de su madre; en tanto, la mira a los ojos para tratar de transmitirle toda la calma y la fuerza que puede.

—Mamá, por favor, no pienses en eso ahora— dice tratando de ahogar sus propias preocupaciones —lo más importante es que te recuperes. Créeme, que el dinero es lo de menos en este momento— agrega acariciándole la mano.

—Pero, mi niña, los gastos, las medicinas, sé el sacrificio tan grande que estás haciendo y me duele verte tan preocupada por mí y por esta situación, aunque lo intentes disimular— insiste la madre con los ojos llenos de lágrimas.

—Mamá escúchame, vamos a estar bien ¿si?— con la mano libre limpia las lágrimas de su madre —siempre hemos salido adelante, ¿verdad?, esto es solo una prueba más, y la vamos a superar juntas, como siempre lo hemos hecho. Tú solo enfócate en tu recuperación, en hacer la fisioterapia, en ganar fuerza cada día, hasta volver a ser la mujer que eras y ya verás que después de que estés bien, en poco tiempo ya no serás solamente la modista, si no la gran diseñadora que siempre quisiste ser— la anima con una sonrisa que busca ser un ancla para su progenitora en medio de la tormenta —Ya verás que poco a poco todo se va a ir acomodando, yo estoy aquí contigo y vamos a salir de esta— añade y Dana suspira, sintiendo un leve alivio al escuchar las palabras de su hija, aunque la preocupación no desaparece por completo, el apoyo de Dinorah le dan un poco de paz.

—Gracias, mi amor, no sé qué haría sin ti —dice la madre, apretándole la mano...

En Las Vegas.

El sol ya se ha ocultado cuando Renzo Costa abre los ojos; la suite del casino, es un campo de batalla de botellas vacías, colillas de cigarrillos y la cruda realidad.

La euforia de la noche anterior se ha disipado, dejando sólo el amargo sabor de la derrota. Se jugó hasta la reserva de emergencia, esa que guardaba para simular que tenía algún tipo de control y en una apuesta final y desesperada para tratar de recuperarse, la perdió en la ruleta. Ahora está en completa bancarrota, ya antes había dilapidado hasta el último centavo de la herencia de su abuelo y no le queda nada.

Por primera vez en su vida, un nudo frío se instala en su estómago, siempre había tenido un as bajo la manga, un préstamo de un amigo, una pequeña venta de algo de valor, pero ahora no tiene nada, nisiquiera una excusa que le sirva para seguir financiando su vida de excesos; sabe que la situación es crítica...

Un fajo de papeles sobre la pequeña mesa de la cocina la atrajo como un imán, son las facturas médicas, los recibos de farmacia, los costos de los tratamientos de su madre que se apilan. Se sienta a sacar cuenta y los números cada vez se suman más y no hay manera de ignorarlos; la salud de su madre depende de ellos, y sus bolsillos, que antes medianamente equilibrado por los encargos de costura, ahora están vacíos.

Dinorah apreta los labios, no puede sentarse a esperar un milagro, sabe que necesita actuar rápido y si quiere encontrar una solución, debe salir a buscarla. La elegancia que su madre le había inculcado, la misma que había modelado en los salones de alta costura, sería ahora su armadura en la jungla de Nueva York...

Renzo camina de un lugar a otro dentro de la habitación, Víctor, su mejor amigo y compañero de juerga lo mira tratando de ayudarlo a conseguir una solución.

—Invéntales algo nuevamente, siempre que lo haces, consigues dinero— propone.

—Si, pero no sé qué más excusa inventar— responde dejándose caer en el sofá.

—Dile a tus padres que necesitas dinero porque ahora sí te vas a matricular en la universidad— aporta su idea.

—¿Y crees que con eso los convenceré?— cuestiona Renzo.

—Si a eso le agregas que quieres sentar cabeza...— Renzo no lo dejó terminar

—Fue la primera excusa que puse cuando me quedé sin un centavo de mi herencia— responde —cosa que mi hermano me recalca cada vez que recurro a ellos por dinero.

—Bueno, pero le consigues de todas formas ¿no?, para seguir dándote buena vida— afirma Victor.

—¿Buena vida dices?...

Dinorah se viste impecablemente, con una falda a media pierna tipo lápiz color añil, una blusa en tono crema y unos zapatos tipo stilletto color nude; se mira en el espejo y practica una postura para irradiar una confianza que no siente.

Capítulo 2

En la elegante mansión de los Costa, en la zona alta de Manhattan, Elena desayuna junto a su hijo mayor, Roberto.

—¿Qué has sabido de tu hermano?—pregunta, preocupada por la vida de excesos que está llevando su hijo menor.

—Nada mamá, aún debe tener dinero porque no ha llamado más para pedir— responde con molestia.

—Por favor Roberto...— la réplica de la mujer queda interrumpida por una llamada entrante, en su teléfono móvil.

—Hola mamá— la voz alegre de Renzo al otro lado de la línea se deja escuchar, le hace una seña a su acompañante y activa el altavoz.

—Hola Renzo, ¿Cómo has estado?, ¿qué te tiene tan ocupado que hace meses que no vienes a verme?— cuestiona la madre.

—Lo que pasa es que me he enamorado mamá, finalmente encontré una novia encantadora— se justifica.

—¿Ah, si?— pregunta incrédula , levantando una ceja, mientras ve que Roberto niega en silencio y se cruza de brazos.

—Si mamá, proviene de una buena familia, pero lo mejor es que me adora, por eso quiero saber si puedes enviarme dinero para comprarle el anillo de compromiso— suelta, sin un apice de vergüenza.

Roberto esboza una sonrisa, porque todas las llamadas de su hermano terminan pidiendo dinero.

—¡Vaya! Eso sí es una sorpresa, porque hasta hace poco detestabas la idea del matrimonio, y ¿cómo se llama?— indaga la mujer.

—Eso era antes de conocerla— dice titubeando un poco, mientras en su mente inventa un nombre al azar— Laura, Laura Villamizar, así se llama, estoy seguro que te encantará—agrega con un creíble entusiasmo, esperando ansioso la respuesta a su petición.

—¿Villamizar?, ¿de los Villamizar de Hudson Yards? ¡Qué bueno hijo!, tienes que traerla para presentárnosla, ahora déjame hacer unas consultas y te aviso, por favor llama más seguido— dice apresuradamente y cuelga la llamada; por un momento pensó en transferirle el dinero, pero algo dentro de sí se lo impidió, ahora al ver la cara de su otro hijo, cree que es válido que ambos desconfíen. Lo que ella desconoce es que ese mala cabeza que engendró, está arrepentido de dar un apellido tan a la ligera, sin percatarse de la prominencia de este.

—¿Será verdad?, jamás me había pedido dinero para un anillo de compromiso— dice con dudas.

—Eso es cierto, pero te lo ha pedido para una carrera imaginaria, para negocios, para rescatar a un náufrago del fondo del mar— enumera Roberto —son tantas las mentiras que es difícil creerle, aunque diga la verdad.

—Tu hermano ha llevado una vida desordenada, despilfarró en tiempo récord la herencia que le dejó su abuelo, no ha terminado una carrera y pasa el tiempo en Las Vegas donde, según él, tiene negocios— hace una pausa para ordenar sus pensamientos —por eso no creo que me engañe, bien podría pedirme dinero directamente, sin tener que decir que es para un anillo...

Dinorah comienza su búsqueda desesperada donde la lógica le indica, que son en los imponentes edificios de oficinas de Manhattan, presenta su limitado currículum, enfatizando sus habilidades organizativas y su rápido aprendizaje; sin embargo, la respuesta reiterada es un rotundo NO. Sin experiencia, ni un título específico, nadie le da una oportunidad, además que ella espera un plan de seguro médico de acceso rápido. Con cada rechazo merma su determinación y el sueño de un trabajo de oficina estable, con beneficios, se desvanece lentamente.

Sin darse por vencida, la chica se dirige a las casas de moda, tiene esperanzas en su talento, bien podría ser modelo de prueba, no necesariamente debe ser en una pasarela; así que, con las esperanzas renovadas se presenta en grandes atelieres, donde el aire denso con el aroma de telas finas y creatividad, le recuerdan el antiguo espacio de trabajo de su madre.

Se ofrece para cualquier tarea, ya sea de asistente, modelo, incluso limpiadora, pero únicamente consigue que algunos le dediquen una breve mirada de interés, les impresiona su aplomo natural, pero nadie le ofrece un puesto que pueda proporcionarle los ingresos inmediatos que necesita con desesperación. El mundo de la moda, por muy glamuroso que fuera, le demuestra ser impenetrable sin las conexiones adecuadas o una entrada formal.

El sol comienza a ponerse por debajo de los rascacielos, Dinorah se encuentra caminando rumbo a la estación del metro que la llevará cerca de su residencia, sus pies duelen debido a las largas caminatas y su positivismo de hoy, se ha perdido, siente que la energía de la ciudad es indiferente e incluso hostil, a su difícil situación; va elegantemente vestida, sí, pero se siente completamente derrotada.

La pesadez en los párpados de Roberto Costa es la muestra del cansancio, debido a la fuerte jornada que comenzó a las 3 de la madrugada con una video conferencia con sus socios alemanes. Conduce por las calles de Manhattan, tratando de mantener la vista en la carretera, recostado contra el asiento de cuero de su Mercedes del año, el ronroneo del motor es apenas un murmullo contra el estruendoso tráfico de la ciudad.

Suspira con fastidio, este parece ser una tarde donde todos los semáforos en rojo lo esperan, su mente sólo quiere estar en su apartamento, darse una buena ducha y acostarse a dormir; tamborilea con los dedos el volante, mientras trata de mantenerse en vigilia mirando a los transeúntes y es entonces cuando la ve al otro lado de la calle.

Entre la marea de peatones, una mujer elegante se destaca, Lleva una falda oscura y una blusa color crema, la ropa parece que se desliza con gracia por su figura, y su cabello, cae en ondas perfectas sobre sus hombros. Hay algo en su postura, en la forma en que se mueve, que irradia una sofisticación que no requiere esfuerzo.

Justo cuando el semáforo parpadea en verde, sus miradas se encuentran, es un instante fugaz, apenas una fracción de segundo, pero para el empresario, el tiempo parece detenerse. Sus ojos, esos ojos claros, le provocan una mezcla de curiosidad y algo indescifrable que le remueve el estómago y una chispa recorre su espina dorsal, no hay una sonrisa, ni un gesto, sólo una conexión eléctrica que se disuelve tan pronto como el flujo de peatones la arrastra al otro lado de la calle.

El Mercedes avanza, pero la imagen de aquella mujer se ha grabado a fuego en su mente. El cansancio que lo embargaba minutos antes se ha disipado, siendo reemplazado por un cosquilleo inexplicable en el pecho, se siente cautivado y abrumado por la persistente imagen de unos ojos misteriosos.

Capítulo 3

Dinorah hace una inhalación profunda antes de entrar a su casa, mañana será un nuevo día y lo aprovechará para seguir buscando trabajo, después de llevar a su madre a revisión médica y luego a las terapias; por lo pronto, dibuja una sonrisa en su rostro y abre la puerta de su apartamento.

—Hermana, necesito un teléfono nuevo— ese el recibimiento que le da Dalila al verla entrar, por lo que la sonrisa es reemplazada por un entrecejo fruncido. No es posible que con 16 (dieciséis) años no se dé cuenta de la situación en la que están.

—¿Qué le pasó al tuyo?— cuestiona.

—Está pasado de moda y ya todas mis amigas tienen uno nuevo, yo tengo un año con el mismo— se queja y eso exaspera a Dinorah, pero se contiene, no quiere que su hermana haga un berrinche que moleste a su madre.

—Creo que no te has dado cuenta de la situación en la que estamos— responde en un tono muy bajo, pero imprimiéndole fuerza a sus palabras —en este momento lo más importante es la salud de mamá y eso tiene un costo, lo que tú pretendes no es una necesidad, tu tienes un móvil que funciona perfectamente, así que espero que entiendas.

—¿Y yo tengo que pagar los platos rotos? no es mi culpa que a mi mamá le haya dado esa enfermedad, además ella siempre me dió todo que quería, así que ahora te toca a tí— dice en un tono autoritario, da la vuelta y entra a su habitación cerrándola de un portazo, sin darle oportunidad a la chica de contestar...

—¿Entendí bien?— pregunta Fernando Costa a su esposa Elena, dándole un sorbo a su café, para luego deslizar la taza de porcelana sobre la mesa de cristal —Renzo dice que ¿tiene una prometida?, ¿una mujer de verdad, no una de sus conquistas de una noche?— cuestiona incrédulo.

—Sí, cariño, eso fue lo que dijo cuando llamó y asegura que va en serio— responde la elegante mujer.

Fernando entorna la mirada reflejando una profunda desconfianza, no confía para nada en el menor de sus hijos.

—Tonterías— suelta dando una palmada sobre el reposabrazos de su silla —lo conozco muy bien, Renzo no ha sentado ni sentará cabeza en toda su vida— la mujer le da una mirada molesta, ella confía en que ocurra un milagro y su hijo pueda enrumbar su vida —¿Recuerdas la historia de la inversión en el club de polo en Palm Beach?, dijo que necesitaba una "gran suma" para asegurarse su parte, y casualmente la sociedad se disolvió en cuanto tuvo el dinero.

—Ya lo sé, pero recuerda que la gente puede cambiar, tal vez esta vez sea así— dice esperanzada.

—No lo creo, parece que no recuerdas cuando dijo que iba a empezar una nueva vida en Miami con esa modelo rusa y que sólo necesitaba el dinero para el boleto de avión y un "adelanto"— hace comillas con los dedos —para la casa; sin embargo, una semana después, estaba de vuelta pidiendo más y así puedo seguir— el tono del hombre ya ha pasado de la incredulidad a la molestia.

—Lo sé— acepta Elena derrotada, las palabras dichas por su esposo —tal vez tengas razón y sólo busca más dinero.

—Exacto— sentencia —ese cuento de la prometida, es sólo la última de sus artimañas; así que te prohíbo que le des dinero y lo mismo le dices a Roberto, envíale un boleto de avión en clase turista y que venga personalmente a buscar lo que necesita— concluye levantándose de su asiento, para salir del lugar...

En el Harlem Hospital Center, el Doctor Morales examina a Dana, mientras Dinorah espera ansiosa sentada en la silla frente al escritorio,; recuerda cuando hace tres (3) meses diagnosticaron a su madre con el síndrome de Guillain-Barré y a partir de ese momento, todo ha sido cuesta arriba.

—Dígame doctor, ¿cómo la encuentra?— cuestiona la joven.

—Tiene una neuropatía residual— comienza a decir el galeno, a la vez que se ajusta sus lentes —recuerda que su cuerpo ha pasado por un proceso inflamatorio bastante significativo y la recuperación neurológica lleva tiempo, en vista de los síntomas que ella me comenta como la fatiga, los mareos, el cansancio y los calambres nocturnos, vamos a ajustar la medicación para ayudarla así que añadiré un par de medicamentos más— un frío se instala en el estómago de Dinorah, al escuchar que debe comprar nuevos medicamentos —pero su recuperación va por buen camino— agrega y se dirige a la paciente —continúa con las terapias Dana y haz el tratamiento al pie de la letra, recuerda que tu recuperación es un camino y no una carrera, pero todo va marchando bien, no te desesperes.

Al salir del consultorio, las mujeres sienten un pequeño alivio, sabían que la recuperación, aunque lenta, es posible; sin embargo, la pregunta que ninguna de las dos se atreve a formular en voz alta, es ¿de dónde sacarán el dinero?...

En las Vegas Víctor deja en alto la máquina de afeitar y mira a su amigo y compañero de apartamento, a través del espejo, que llega con mala cara.

—¿Ahora qué te pasa?— cuestiona haciendo una mueca.

 —Mi madre me llamó para decirme que vaya a buscar el dinero para comprar el anillo de compromiso, que ya compró mi pasaje en avión— responde visiblemente molesto.

—Eso es una buena noticia ¿qué te molesta?— inquiere el amigo.

—Que mi padre mandó a decir que si no me presento en veinticuatro (24) horas, me deshereda— responde con inquietud.

—Mándalos al diablo— recomienda con indiferencia, encogiéndose de hombros.

—No puedo perder su protección económica. ¿Qué hago, Victor?, tú eres ingenioso y encuentras soluciones para todos los problemas— cuestiona Renzo —sabes muy bien que esa novia no existe, si me piden que la presente, estoy acabado— explica recostándose en el marco de la pared.

—Ve a New York, toma el dinero para el anillo de compromiso y regresa acá, es muy fácil, te estás ahogando en un vaso de agua— expresa con simpleza.

—¿Crees que se conformará con palabras?, si solamente fuera mi madre no hay problema, incluso a Roberto podría manejarlo, pero mi padre es otra cosa, él es muy desconfiado— dice consciente de que con Fernando Costa en la ecuación, no la tendrá fácil..

—Lo primero que tienes que hacer es presentarte en Nueva York ya después me llamas para ver qué inventamos...

Un nuevo día comienza, en Las Vegas, Renzo madruga para viajar; hace tres horas que amaneció en la Gran Manzana, donde Dinorah, en su pequeño apartamento en Queens, ha hecho todos los quehaceres, se asegura de que su madre esté bien y ahora se alista para salir, a recorrer nuevamente las calles de la ciudad en busca de un trabajo; mientras Roberto Costa, en su penthouse ubicado en Brooklyn Heights, anuda su corbata frente al espejo y se sorprende a sí mismo recordando la mirada de aquella mujer misteriosa...

DINORAH VEGA

RENZO COSTA

ROBERTO COSTA

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