Me senté en el borde de mi cama, con la mirada fija en el papel que tenía en mis manos. El examen de admisión a la universidad parecía una montaña insuperable, pero yo estaba decidida.
Acababa de cumplir 19 años y mi vida había sido marcada por las expectativas de mi padre.
Pensé en mis hermanas. Dania, la mayor, se había casado con un hombre rico a los 23 años, cumpliendo con la petición de mi padre. Ahora, a los 26, Dania era una mujer elegante y sofisticada, con una hermosa niña de 2 años que era la luz de nuestros ojos, pero yo sabía que su matrimonio había sido más una transacción comercial que un acto de amor.
Mi otra hermana, Tania, tiene 23 años y esta en una situación similar. Mi padre ha propuesto que se case con un hombre con mucho dinero, y Tania parece no resignarse a su destino.
Me pregunto si mi hermana mayor es feliz en su matrimonio, o si simplemente esta cumpliendo con las expectativas de nuestra familia.
Yo, por otro lado, he logrado evitar el destino que parece estar trazado para mí.
Gracias a la insistencia de mi madre, he podido terminar la preparatoria y ahora estoy a paso de ingresar a la universidad.
Era un pequeño triunfo, pero para mí es un gran paso hacia la independencia.
Me levanté de la cama y me miré en el espejo. ¿Qué planes tenía mi padre para mí? ¿Me propondría también a algún hombre rico? ¿Me obligaría a casarme sin amor? Me estremecí al pensarlo.
No, no iba a dejar que mi padre decidiera mi destino sin luchar. Iba a hacer todo lo posible para seguir mi propio camino...
Bajé las escaleras corriendo, mi corazón latiendo con ansiedad al escuchar los gritos provenientes de la sala.
Al llegar, vi a mi hermana Tania discutiendo con mi padre. Me detuve en la puerta, sin querer interrumpir, pero mi curiosidad me obligó a entrar ya que la puerta estaba abierta.
—¿Por qué insistes en que me case con él, papá?—, preguntó Tania con lágrimas en los ojos. —No lo amo, no lo conozco siquiera. ¿Por qué me obligas a hacer algo que no quiero?—.
Mi padre se puso de pie, su rostro enrojecido de ira. —Porque es un hombre rico, Tania. Tiene dinero, posición social... te dará una vida cómoda y segura. ¿Qué más podrías pedir?—
Tania sacudió la cabeza. —Amor, respeto, felicidad. No quiero una vida comprada con dinero y posición. Quiero elegir a quién amar y con quién compartir mi vida—
Mi padre se burló. —El amor es un lujo que no podemos permitirnos. La seguridad y el bienestar son lo que importa. Y yo sé lo que es mejor para ti—.
Me sentí un nudo en el estómago al ver a Tania tan desesperada. Quería intervenir, pero no sabía cómo. Mi padre parecía decidido a imponer su voluntad, sin importarle lo que Tania deseaba.
—¿Y si me niego?— preguntó Tania con desafío. —¿Qué pasará si no me caso con él?—.
Mi padre se cruzó de brazos. —Entonces sufrirás las consecuencias. No te daré más apoyo económico, tendrás que valerte por ti misma. ¿Es eso lo que quieres?—.
Tania se puso pálida, y yo sentí un escalofrío. ¿Cómo podía mi padre ser tan cruel? Quería hacer algo, decir algo, pero mi voz se quedó atrapada en mi garganta.
Mi hermana me miró, y vi la desesperación en sus ojos. Sabía que tenía que hacer algo para ayudarla.
Mi voz tembló al hablar, pero las palabras salieron de mi boca con determinación. —Papá, no la obligues a hacerlo si ella no quiere— Mi padre se volvió hacia mí, con su rostro enrojecido de ira.
—¡Vete de aquí, Viviana!—, gritó, voz retumbo en la habitación. —No te metas en esto—. Su mirada me hizo sentir un escalofrío, pero no me moví.
Quería defender a mi hermana, quería que mi padre entendiera que no podía obligarla a casarse con alguien que no amaba.
Pero antes de que pudiera decir algo más, mi madre intervino. Estaba llorando, su rostro estaba desencajado por la preocupación. Se acercó a mí y me tomó del brazo, intentando sacarme de la habitación.
—Viviana, por favor, sal de aquí—, me susurró, con su voz temblando. —No empeores las cosas—.
Me resistí un momento, mirando a mi hermana, que me devolvió una mirada desesperada. Quería ayudarla, quería hacer algo para que mi padre cambiara de opinión. Pero mi madre me arrastró fuera de la habitación, cerrando la puerta detrás de nosotros.
—¿Por qué papá es tan cruel?—, le pregunté a mi madre, sintiendo lágrimas en mis ojos. —¿Por qué no puede entender que Tania no quiere casarse con ese hombre?—.
Mi madre me miró con tristeza, sacudiendo la cabeza. —No sé, Viviana. Tu padre solo piensa en el bienestar material, no en la felicidad de sus hijas— Me abrazó, intentando consolarme.
—Vamos, vamos a calmarnos y pensar en qué podemos hacer para ayudar a Tania—. Pero yo sabía que no sería fácil. Mi padre era un hombre obstinado, y una vez que se le metía algo en la cabeza, era difícil hacerle cambiar de opinión.
Después de unos minutos Tania subió a su habitación furiosa y la cerró con fuerza, mi madre me dijo que iría hablar con mi padre y salió de mi habitación.
Yo sabía que mamá no podía hacer nada, ya que crecí viendo a mi padre darle golpes cada que mi madre intervenía por nosotras.
Me deslicé en silencio hacia la habitación de Tania, mi corazón latia con preocupación. Al abrir la puerta, la encontré acurrucada en la cama, llorando desconsoladamente. Me senté a su lado y la abracé, intentando consolarla.
—Tania, ¿estás bien?—, le pregunté, aunque sabía que la respuesta era obvia.
Ella sacudió la cabeza, su rostro enrojecido y hinchado por el llanto. —No quiero casarme, Viviana. No lo amo. No quiero pasar el resto de mi vida con alguien que no me hace feliz—.
La abracé más fuerte, sintiendo su dolor y su miedo. —No te preocupes, Tania. Estoy aquí para ti. No dejaré que papá te obligue a hacer algo que no quieres—.
Tania se aferró a mí, llorando aún más fuerte. —Gracias, Vivi. Pero no hay nada que podamos hacer, papá ya lo decidió y me pasará como mi hermana Dania—.
La mecí suavemente, intentando calmarla. —No tienes que preocuparte por nada. Encontraremos una manera de salir de esto. Juntas—.
Pero en mi interior, sabía que no sería fácil. Mi padre era un hombre poderoso y obstinado, y no se detendría ante nada para conseguir lo que quería.
Pronto Tania se quedó dormida de tanto llorar, me levanté de la cama y la cubri con la cobija y salí de la habitación en silencio.
Entre a mi habitación y me recosté en mi cama, mirando al techo mientras mi mente daba vueltas a todo lo que había pasado.
La imagen de mi hermana llorando desconsoladamente en su habitación me perseguía, y no podía sacudir la sensación de impotencia que me invadía.
Me preguntaba cómo podía mi padre ser tan cruel, cómo podía priorizar su propio beneficio sobre la felicidad de sus hijas.
La idea de que algún día podría estar en la misma situación que Tania me helaba la sangre. Me imaginaba siendo obligada a casarme con alguien que no amaba, alguien que me haría infeliz y me quitaría la libertad de elegir mi propio camino.
La sola idea me hacía sentir claustrofóbica, como si las paredes de mi habitación se estuvieran cerrando sobre mí.
Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana, mirando hacia afuera sin ver realmente lo que había allí.
Pensé en la posibilidad de escapar, de huir lejos de mi padre y de la vida que me había sido impuesta. Me imaginaba viviendo en un lugar donde pudiera ser libre, donde pudiera elegir mi propio destino y vivir mi vida como quisiera.
La idea de la libertad me parecía un sueño lejano, algo que solo existía en la imaginación de los demás. Pero sabía que tenía que hacer algo, que tenía que encontrar una manera de escapar de la vida que me estaba siendo impuesta.
No sabía cómo, ni cuándo, pero sabía que tenía que hacerlo. Por mí misma, por mi hermana, por nuestra libertad..
Me desperté con un sobresalto, mi corazón latia con ansiedad al escuchar los gritos que provenían de abajo.
Me levanté de la cama y salí corriendo de mi habitación, bajando las escaleras con rapidez para ver qué estaba pasando.
Al llegar a la planta baja, mi mirada se posó en la sala, y lo que vi me dejó sin aliento.
Mi padre estaba siendo sujetado por el cuello por un hombre muy alto y grande, con una mirada cruel en sus ojos.
Detrás de él, había varios hombres más con apariencia rústica, parecían matones.
Mi madre estaba sentada en el sofá, sollozando y con una expresión de terror en su rostro.
El hombre que sujetaba a mi padre era el que se iba a casar con mi hermana Tania.
No entendía qué estaba pasando, pero mi instinto me decía que algo estaba mal.
—¿Dónde está tu hija?—, preguntó el hombre con una voz baja y amenazante.
Mi padre se debatió de su agarre, pero no pudo liberarse. —No lo sé— dijo con dificultad. —Huyó. Pero la encontraré y se la llevaré para el atardecer—.
El hombre sonrió con una expresión maliciosa. —Mas te vale, como no lo hagas, acabare con tu vida—, dijo con una voz fría y calculada.
Lo soltó con un empujón, y mi padre cayó al suelo con un golpe seco. El hombre se limpió la mano con asco, como si hubiera tocado algo repugnante.
Antes de salir de la casa, el hombre miró hacia mi y nuestros ojos se encontraron, sentí un escalofrío recorrer mi espalda al ver la expresión maliciosa en su rostro.
Me miró con una intensidad que me hizo sentir como si pudiera ver dentro de mi alma.
Me quedé paralizada, sin saber qué hacer ni qué decir. El hombre y sus acompañantes salieron de la casa, dejando a mi padre tirado en el suelo y a mi madre sollozando en el sofá. Yo me quedé allí, congelada en el miedo y la incertidumbre.
Salí del shock y corrí hacia mi padre para ayudarlo a levantarse, mi madre también se acercó para echar una mano. Pero cuando mi padre estuvo de pie, nos empujó con brusquedad y gritó que lo soltáramos.
—¿Dónde está Tania?—, preguntó con una voz que resonó en toda la sala.
Me quedé desconcertada y le pregunté —¿De qué hablas, papá?—.
—¡Huyó!—, gritó mi padre, su rostro estaba enrojecido de ira. —¡Esa estúpida huyó y ahora tengo que encontrarla!—
Me quedé congelada por un momento, sin saber qué decir. Mi padre me tomó por los brazos y me sacudió con fuerza, haciéndome sentir un dolor agudo en los hombros.
Mi madre intentó intervenir, diciendo —¡Suéltala Enrique, déjala!— pero mi padre la empujó con violencia y ella cayó al sofá, sollozando.
Lo miré a los ojos, y vi la ira y la desesperación reflejadas en ellos. —¿Dónde está tu hermana?— gritó de nuevo.
Con miedo, le dije —No lo sé, papá. No sé dónde está Tania—.
Pero no me creyó. Me miró con una expresión de incredulidad y furia. —Más te vale que aparezca—, dijo con una voz baja y amenazante. —Porque de no, tendrás serios problemas. ¿Entendiste?—
Asentí con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta. No sabía qué había pasado con Tania, pero sabía que tenía que encontrarla antes de que mi padre lo hiciera. De lo contrario, las consecuencias serían terribles.
Subí a mi habitación y tomé mi teléfono, tratando de comunicarme con algunas de las amigas de Tania.
Pero ninguna de ellas sabía nada de ella, o al menos eso decían. Decidí llamar a Javier, el novio de Tania, pero no me respondió. Así que llamé a su hermana, Jenifer, mi amiga.
—¿Hola?—, contestó Jenifer al teléfono.
—Hola, Jeni. Soy Viviana. Necesito hablar contigo— le dije, tratando de sonar calmada.
—¿Qué pasa, Vivi? ¿Todo bien?—, me preguntó Jenifer, notando algo en mi voz.
—No—, le dije, suspirando. —Tania ha desaparecido y mi padre está furioso. Estoy tratando de encontrarla, pero no sé dónde está. ¿Sabes algo de Javier? ¿Está en casa?—.
—No, Javier no está en casa— me dijo Jenifer. —No sé a dónde se fue, pero se llevó toda su ropa. Creo que se fue de viaje o algo así—.
Me sentí un escalofrío recorrer mi espalda. —¿Toda su ropa? ¿Estás segura?—
—Sí, estoy segura—, me dijo Jenifer. —Mi mamá estaba muy extraña cuando se dio cuenta. Dijo que Javier se fue sin decir nada, solo se llevó todas sus cosas—.
Me quedé en silencio por un momento, procesando la información. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaban Tania y Javier? ¿Y por qué se habían ido sin decir nada?.
—Jeni, ¿crees que Tania y Javier estén juntos?—, le pregunté, esperando que ella tuviera alguna idea.
—No lo sé, Vivi—, me dijo Jenifer. —Pero si se fueron juntos, eso explicaría por qué Javier se llevó toda su ropa. ¿Quieres que trate de averiguar algo más?—
—Sí, por favor—, le dije, sintiendo una pequeña esperanza. —Necesito saber qué está pasando—.
Me senté en la cama, mirando el teléfono que acababa de colgar. La conversación con Jenifer me había dejado con más preguntas que respuestas. ¿Dónde estaban Tania y Javier? ¿Se habían ido juntos? ¿Y qué iba a pasar cuando mi padre se enterara?.
Sentí un nudo en el estómago al pensar en la reacción de mi padre. No iba a ser fácil decirle que posiblemente Tania se había ido con su novio.
Mi padre iba a estar furioso, y yo iba a ser la que tendría que darle la noticia.
Me levanté de la cama y bajé las escaleras, sabiendo que tenía que enfrentarme a mi padre en algún momento.
Cuando llegué a la sala, mi padre estaba sentado en el sofá, mirando por la ventana con una expresión de ira en su rostro.
—Papá, necesito hablar contigo—, le dije, tratando de sonar calmada.
Me miró con una expresión de impaciencia. —¿Qué pasa?—
Me tomé un momento para respirar profundamente antes de hablar. —Creo que Tania se fue con Javier—, le dije, tratando de ser lo más directa posible.
Mi padre se puso de pie de un salto, su rostro enrojecido de ira. —¿Qué estás diciendo?— gritó. —¿Cómo sabes eso?—
Le expliqué lo que Jenifer me había dicho, y mi padre se puso aún más furioso. —¡Esa estúpida!—, gritó. —¡Se va a arrepentir de esto!—
—Tu lárgate de aqui—su grito retumbó mis oidos, sentí un escalofrío recorrer mi espalda al ver la ira de mi padre. Sabía que iba a hacer algo para encontrar a Tania, y no iba a ser bueno para ella.
Me fui de casa, necesitaba escapar de la ira y la tensión que se había apoderado de ella. Llamé a Esteban, mi novio, y le pregunté si estaba en casa.
Me dijo que sí, y decidí ir a visitarlo. Me vestí rápidamente y salí por la parte trasera de la casa, tomando un taxi en dirección a su casa.
Cuando llegué, Esteban me estaba esperando en la entrada. Corrí hacia él y le di un fuerte abrazo, sintiendo un alivio instantáneo.
Me preguntó si todo estaba bien, y le contesté que sí, aunque en realidad no era así. Me dio un beso que me hizo sentir mejor, y entramos a su casa.
La madre de Esteban me recibió con una cálida sonrisa, y me sentí inmediatamente cómoda. Me gustaba estar en casa de Esteban porque era un lugar cálido y tierno, muy diferente a la tensión y el estrés que había en mi casa. Pasé la tarde con ellos, y por un momento, me olvidé de todos los problemas que me estaban agobiando.
Pero cuando llegó la tarde, supe que tenía que irme. Esteban se ofreció a llevarme a casa, y acepté. Me despedí de su madre y subí a su auto. De camino a casa, solo podía pensar en lo que iba a pasar con Tania.
Esteban notó mi preocupación y tomó mi mano, entrelazándola con la suya. Me dio un tierno beso en la mano, y sonreí.
Cuando llegamos a la parte trasera de mi casa, Esteban se detuvo y me miró. —Nos vemos después—, me dijo, y me dio un beso en los labios. Me bajé del auto y me quedé de pie, observando cómo se alejaba.
Rodeé la casa para entrar por la puerta principal, y fue entonces cuando vi algo que me hizo sentir un escalofrío. Había un montón de autos de lujo negros estacionados frente a mi casa.
Corrí hacia la entrada, mi corazón latiendo con ansiedad. Tomé las llaves con mis manos temblando y entré a la casa.
Lo que vi me dejó sin aliento. Había muchos hombres en mi casa, todos ellos con trajes oscuros y expresiones serias. Me sentí como si hubiera entrado en una pesadilla.
Me quedé paralizada por un momento, mi mirada fija en los hombres que habían irrumpido en mi casa esa mañana. ¿Qué estaban haciendo aquí de nuevo? Me acerqué a mi padre, que estaba de pie en la sala, con una expresión seria y tensa.
—Papá, ¿qué pasa?—, le pregunté, tratando de mantener la calma.
Pero mi padre no me respondió. En su lugar, me miró con una expresión furiosa y dijo: —Sube con tu madre—.
Mi madre se acercó a mí y me tomó del brazo, guiándome hacia las escaleras. Quise decir algo más, preguntarle qué estaba pasando y por qué esos hombres estaban en nuestra casa, pero la mirada de mi padre me hizo callar.
Subimos a mi habitación en silencio, mi madre cerrando la puerta detrás de nosotros. Me senté en la cama, sintiendo una sensación de ansiedad y miedo....
Mi madre se sentó a mi lado y me tomó la mano. —Viviana, no sé que va a pasar— me dijo en voz baja. —Pero creo que tiene que ver con que tú hermana no aparezca. Tu padre está muy nervioso y asustado—.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
La escena en la sala era tensa y opresiva. El hombre sentado en el sofá parecía relajado, con una expresión de calma en su rostro mientras tomaba un trago de coñac.
Su pantalón de tela se ajustaba a su cuerpo de manera perfecta, y su camisa negra con las mangas dobladas hasta los codos dejaba ver sus brazos tatuados.
—¿Dónde está tu hija?— preguntó con voz calmada, sin levantar la mirada de su bebida.
Mi padre lo miró con preocupación, sin saber qué decirle. El hombre levantó la mirada y lo observó con una expresión intensa.
—No me gusta repetir las cosas dos veces—, dijo con voz irritada, separando las sílabas de cada palabra. —Pero seré amable esta vez. ¿Dónde-está-tu-hija?—
Mi padre se quedó paralizado, sin saber qué hacer. De repente, dos hombres se acercaron a él y lo sujetaron con fuerza. Mi padre intentó forcejear, pero no pudo escapar.
—Está bien, está bien—, dijo con voz asustada. —Huyó... no la he podido encontrar—.
El hombre del sofá lo miró con una expresión de desinterés, como si la respuesta de mi padre no fuera importante.
Tomó otro trago de coñac y se reclinó en el sofá, sin dejar de mirar a mi padre con una intensidad que parecía penetrar su alma.
La escena era aterradora el hombre sonrió y se burló en voz alta, su risa era petrificante y daba escalofríos. La habitación se quedó en silencio, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Luego, dijo con una voz que parecía cortar el aire:
—Te di mucho dinero por tu hija y vine por ella. No estoy dispuesto a irme de aquí con las manos vacías—.
Mi padre se quedó lívido, con voz temblorosa dijo: —Lo siento, dame más tiempo y la encontraré—.
El hombre lo miró relajado, tomó todo el líquido del vaso de un sorbo y luego dijo con una sonrisa cínica: —La paciencia y yo no nos llevamos muy bien—.
Mi padre se quedó sin saber qué hacer, el hombre se levantó y se acercó a él.
Su presencia era imponente, y su mirada parecía penetrar el alma de mi padre.
—Vine aquí por una de tus hijas—, dijo con una voz fría —Y con una me iré. Ya que fuiste un padre inservible que no pudo controlar a su hija dejándola huir...—
Hizo una pausa, y su mirada se dirigió hacia mí, como si pudiera verme a través de las paredes. Desde mi habitación mi corazón se detuvo, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
—Me llevaré a la otra—, dijo con una sonrisa cruel.
Mi padre se quedó sin aliento.— Pero señor es muy joven aún—dijo mi padre
—Eso no me importa—, respondió el hombre con una voz fría y despiadada.
—La edad no es un problema para mí. Lo que quiero es una de tus hijas, y como no puedo tener a la que quiero, me llevaré a la que tengo a la mano—.
Mi padre se quedó sin palabras, suplicando con la mirada, pero el hombre no parecía conmovido. Se acercó a él y lo miró con una expresión de desprecio.
—No te preocupes por ella— dijo. —La trataré bien... mientras me sea útil—.
El hombre se volvió hacia sus hombres y les hizo un gesto con la cabeza. —Vayan por ella—, dijo.
Mi padre gritó de inmediato, su voz sonaba desesperada resonando en la habitación. —¡Permítame ir a mi para decirle y traerla aquí!—suplicó, con su rostro desencajado por la ansiedad.
El hombre lo observó con una sonrisa maliciosa, disfrutando del miedo y la desesperación de mi padre. Se tomó su tiempo para responder, saboreando el momento.
—Tienes 5 minutos—, dijo finalmente, tomando asiento en el sofá mientras pedía a uno de sus hombres que le sirviera otro trago. —Si no la traes aquí en ese tiempo, te aseguro que las cosas no serán agradables para ti ni para tu hija—.
Mi padre asintió frenéticamente, su rostro sudoroso y pálido.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
Mi padre subió a mi habitación con una expresión de angustia en su rostro. Sus ojos grises, normalmente brillantes y llenos de vida, estaban apagados y llenos de desesperación.
Mi madre y yo nos levantamos de la cama con sorpresa, notando el cambio en su semblante.
—¿Qué pasa, Enrique?—, preguntó mi madre, llena de preocupación.
Pero mi padre no respondió de inmediato. Se quedó de pie en la habitación, con la mirada fija en el suelo, como si estuviera procesando las palabras que iba a decir. Su respiración era agitada, y su rostro estaba pálido.
—Papá—, le dije, acercándome a él con preocupación. —¿Qué pasa? ¿Qué está sucediendo?—.
Mi padre levantó la mirada y me miró con ojos llenos de dolor y desesperación. Su voz tembló cuando habló, y supe que algo estaba muy mal.
—Viviana—, dijo, con su voz apenas audible. —Tienes que... tienes que ir con ellos—.
—¿Qué?—, gritó mi madre, su voz estaba llena de incredulidad y horror.
—¿Qué pasa, papá? ¿Por qué?—, pregunté con desesperación, sintiendo que mi mundo se derrumbaba.
Mi padre se acercó a mí y me tomó de los brazos, con su mirada suplicante.
—Lo siento, Viviana—, dijo, su voz temblando. —No tengo otra opción. Tienes que ir con ellos en lugar de Tania. No puedo hacer nada para evitarlo—.
Mi madre se interpuso entre nosotros, su rostro desencajado por la rabia y el dolor.
—¿Qué estás diciendo, Enrique?—, gritó. —¿Cómo puedes hacer esto? ¡Es nuestra hija! ¡No puedes entregarla a esos hombres!—.
Mi padre se derrumbó, su rostro cubierto de lágrimas. —No tengo opción— repitió, con voz rota. —Si no lo hago, nos matarán a todos. No puedo arriesgarme a perderlas a todas—.
Mi madre se quedó sin aliento, su rostro esta pálido de horror. —¿Qué has hecho, Enrique?— susurró. —¿Qué has hecho para que nos encontremos en esta situación?—.
Mi padre se encogió de hombros,su mirada era baja. —No importa lo que haya hecho—, dijo. —Lo importante es que ahora tenemos que hacer lo que ellos quieren. Viviana, tienes que ir con ellos—.
Me sentí como si estuviera en un sueño, como si todo esto fuera una pesadilla de la que pronto despertaría. Pero sabía que no era un sueño. Era la realidad, y estaba sucediendo de verdad.
—¿Qué me harán?—, pregunté, mi voz temblaba.
Mi padre se encogió de hombros de nuevo. —Solo quiere una esposa—, dijo. —Era el lugar de tu hermana, ella se fue y por eso tienes que ir con ellos. No hay otra opción—.
Mi madre se lanzó hacia adelante, abrazándome con fuerza. —No te dejaré ir—, dijo, su voz llena de lágrimas. —No te dejaré ir con ellos—.
—Papá, por favor, no lo permitas—, le supliqué, de rodillas con mi voz llena de desesperación.
—Yo no puedo casarme aún, tengo planes para mi vida. Tengo que entrar a la universidad, estudiar mi carrera, ser una profesional. No quiero esto—.
Mi padre me miró con ojos tristes, su rostro estaba lleno de dolor. —Lo siento, Viviana—, dijo, su voz suave.
—No puedo hacer nada para cambiar esto. Es demasiado tarde. Ya he dado mi palabra—.
Me sentí como si mi mundo se estuviera derrumbando. Todo lo que había planeado, todo lo que había soñado, se estaba esfumando ante mis ojos. La universidad, la carrera, la independencia... todo parecía estar fuera de mi alcance ahora.
—Pero papá—, insistí, mis ojos se llenaron de lágrimas. —No puedo hacer esto. No estoy lista para casarme. No estoy lista para dejar mi vida atrás—.
Mi padre se acercó a mí y me abrazó, su rostro estaba lleno de compasión. —Lo siento, Viviana—, repitió. —No tengo otra opción. Tienes que hacer esto por nuestra familia—.
Me derrumbé a llorar sobre el suelo, mi madre se agachó y me abrazó, no podía creer que las vidas de mis padres y mis hermanas dependieran de mí y de que me casará.
Esto no podía estar sucediendo en estos momentos, necesitaba despertar de este sueño tan amargo en el que estoy envuelta ahora mismo...
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