💌 Queridos lectores:
¡Hola a todos los que han llegado hasta aquí!
De todo corazón, quiero agradecerles por regalarme algo tan valioso como su tiempo. Este espacio, estas palabras, esta historia… nacen del deseo sincero de compartir algo que llevaba mucho tiempo guardado en mí. No soy una escritora profesional, no tengo diplomas colgados ni cientos de libros vendidos. Lo que tengo es algo más crudo, pero también más real: amor por las letras, miedo a fallar, y una inmensa necesidad de expresarme.
Hasta hoy, la poesía había sido mi único refugio. Mis textos eran breves, líricos, íntimos. Pero un día, sentí que no bastaban. Quería construir algo más grande. Un universo. Una historia. Así nació esta novela: un impulso entre lo que soy y lo que aún no me atrevo a ser.
Sí, soy nueva en esto de escribir novelas, y sé que me equivocaré. Pero también sé que cada error será un paso hacia adelante, una lección. Por eso, si ves alguna falta, algún detalle que puede mejorar, no dudes en comentarlo con respeto. Estoy aquí para crecer, para aprender de cada uno de ustedes.
Solo les pido una cosa: si esta historia no es para ti, si no conecta contigo, está bien. De verdad. Solo sigue tu camino en paz, sin necesidad de dejar comentarios crueles. Muchos autores aquí somos principiantes. Ponemos alma, tiempo, noches sin dormir y latidos verdaderos en cada línea. Y aunque una palabra puede construir, también puede herir.
Si, en cambio, esta historia logra tocarte —aunque sea un poquito—, te agradeceré infinitamente que me regales un “like”, un comentario bonito, o incluso un “regalito”, si la plataforma lo permite. Porque esas cosas, por pequeñas que parezcan, son los abrazos invisibles que nos animan a seguir.
Ahora sí… deja que esta historia te atrape.
Bienvenidos al mundo de secretos, poder y pasiones desbordadas.
Bienvenidos a la historia del italiano… y su esposa rusa.
📖 Prólogo: La sangre que une y la traición que separa
En un rincón de la vieja Europa, donde los imperios colapsaron pero las promesas de poder nunca murieron, nació una historia que desafió los límites de la lealtad, el amor… y el miedo.
Franco Ferrer era italiano, de mirada severa y voz de acero. Hijo de hombres que gobernaron con puño firme, creció rodeado de códigos que no se escriben en libros, sino en la piel. El respeto, la muerte, el honor: todo estaba entrelazado. Desde joven se ganó su lugar en la cima del mundo subterráneo, donde cada sonrisa puede ser un cuchillo y cada pacto un veneno lento.
Ella, en cambio, vino del hielo.
Aleksandra Romanov. Hija de la estepa rusa, de belleza glacial y ojos como dagas escondidas. Nadie sabía si había amadoante de el , pero todos sabían que a su lado no se mentía dos veces. Era parte de la mafia rusa, criada entre hombres que juraban con sangre y mujeres que aprendían a sobrevivir con dignidad o a morir sin ella.
Se conocieron por negocios. Se enamoraron por error. Se casaron por impulso.
O por destino.
Lo que nadie imaginó fue que su unión generaría una descendencia tan fuerte como peligrosa: Fernanda Ferrer. La niña nacida de dos mundos en guerra. Criada entre disparos y cuna de oro, con una lengua que aprendía poesía y un corazón que aprendía a no confiar.
Fernanda creció sabiendo que su vida no sería común. Pero ni siquiera ella sospechaba cuán trágico y hermoso sería su destino.
Cuando sus padres fueron asesinados, la sangre en las paredes fue el primer aviso de que el pasado nunca muere. Que los enemigos no siempre vienen de lejos. Y que el amor, en las manos equivocadas… puede ser la más cruel de las armas.
Esta no es una historia de cuentos de hadas.
Es una historia de fuego.
De pactos que queman.
Y de una mujer que, con cada paso que da, decide entre la sumisión y el caos.
Bienvenidos al infie..... donde la reina un no a caido.
¡Nicolaok Bianchini!
¿Dónde estás?
El grito resonó por toda la mansión.
Su voz, más grave que nunca, se extendió como un eco aterrador
en cada rincón, alcanzando incluso los pasillos más oscuros.
Los hombres de su equipo, entrenados en el arte de la caza y la tortura, miraron
con incertidumbre, un sudor frío recorriéndoles la frente.
Ellos sabían que enfrentarse a Nicolaok Bianchini significaba no solo
perder la vida, sino despojarse de toda humanidad.
—Nicolaok: ¡Búsquenla!
su voz cortó el aire como una cuchilla afilada.
—¡Mi esposa escapó!
La incredulidad en sus palabras era palpable, como si lo que decía no pudiera ser cierto.
Una furia imparable lo invadió, y al instante todos en la habitación
quedaron rígidos, aguardando su siguiente orden.
—Nicolaok: ¿Cómo es posible que mi esposa se haya
escapado de veinticinco hombres armados hasta los dientes?
—¿Acaso tienen problemas mentales?
El silencio que siguió fue absoluto, y él lo rompió con una amenaza definitiva.
—Nicolaok: Tienen veinticuatro horas para encontrarla, o serán fusilados, uno por uno.
Hola.
Mi nombre es Fernanda Ferrer de Bianchini.
Sí. Soy la esposa de Nicolaok Bianchini.
Y sí, estoy escapando de él.
No me miren con esos ojos llenos de juicio.
No soy una tonta, no soy una víctima; soy una mujer que ha decidido vivir.
No voy a seguir atada a este matrimonio.
No voy a seguir siendo la muñeca que él mueve a su antojo.
Lo sé, tarde o temprano él me encontrará.
Pero si eso pasa...
Porque no voy a estar dispuesta a vivir ni un segundo más con él.
No lo amo.
Y jamás lo amaré.
No importa lo que haga, no importa lo que pase.
Lo siento por los guardaespaldas.
Lo siento por todos los que me han servido durante estos años.
Pero yo necesito vivir.
Bajo cualquier costo.
Este es mi escape.
Y tengo una historia que contarles.
Mi vida no comenzó con un "y vivieron felices para siempre".
Ni siquiera con un "bajo la luz del sol".
No. Mi vida comenzó con muerte.
Soy hija de Franco Ferrer, un hombre de poder, inteligencia y astucia.
Un hombre que movía los hilos de Italia como si fuera su marioneta.
Y de Aleksandra Romanov, una mujer que más que hermosa, era poderosa.
Mi madre era parte de la mafia rusa, con una presencia que aterraba incluso a los más temidos.
Mis padres eran dos fuerzas de la naturaleza que
nunca debieron cruzarse, pero lo hicieron.
Y ese cruce fue mi condena.
Mi padre, Franco, era un hombre fuerte, pero el dolor lo quebró.
Tras la muerte de mi madre, perdió el rumbo.
El alcohol se convirtió en su compañero, y su ira, en su única respuesta.
Pero él encontró a los asesinos de mi madre.
Y con manos de hierro, les dio la muerte de la forma más brutal que pudieras imaginar.
Mi madre murió por confiar demasiado en las personas.
Mi padre murió por vengar su amor.
Y yo...
Yo estaba sola.
Con solo 15 años, mi vida se fue al abismo.
Frente a mis ojos, vi cómo mi madre caía, y luego mi padre.
Un tiro al pecho. Un instante después, la oscuridad lo envolvió todo.
El dolor era insoportable, como si el peso del mundo estuviera sobre mis hombros.
La vida, la que una vez soñé, se desvaneció ante mí.
En un abrir y cerrar de ojos, todo cambió.
Quedé huérfana.
Pero el destino tenía otros planes para mí.
Mi madre me dejó algo más que su legado. Me dejó amigos.
Francesco Bianchini, el hermano de mi esposo Nicolaok.
Un hombre que conocía el peso de las armas tanto como el de los secretos.
Y en Rusia, Alexander y Dmitry Abramovich, dos
hombres cuya lealtad hacia mi madre era inquebrantable.
Ellos me ofrecieron una salida.
Una oportunidad para huir de Italia.
Para ir a Rusia y asumir mi rol como hija de Aleksandra Romanov.
Para convertirme en algo más que una hija perdida.
Pero, claro, el destino tiene su propio camino.
En lugar de ser salvada, fui vendida.
Me entregaron a Nicolaok Bianchini, un hombre que no veía en mí más que una propiedad.
Un contrato firmado en sangre.
Un matrimonio arreglado.
Nada de amor, nada de cariño, nada de lo que prometen las películas.
Recuerdo el día que conocí a Nicolaok.
Era un hombre alto, imponente, con ojos fríos como el hielo.
Su presencia era tan dominante que ni siquiera podía mirarlo directamente
sin sentirme pequeña, vulnerable.
Me sentí como un objeto en sus manos, algo que él poseía.
Durante los primeros días, trató de hablarme, pero cada palabra
que salía de su boca estaba teñida de órdenes.
Y cada gesto de su parte, aunque aparentaba ser suave,
me recordaba que no había espacio para mi opinión, para mi deseo.
¿Y qué pasó entre nosotros?
Nada.
Nada en estos diez años, nada de cariño.
Un matrimonio que comenzó con una jaula de oro y terminó en una prisión mental.
Me convirtió en su propiedad.
Me forzó a vivir bajo su control, bajo sus reglas.
El amor no estaba presente, y ni siquiera la idea de ser una esposa feliz.
Simplemente era un contrato, un acuerdo que no me preguntaron si quería firmar.
De vez en cuando, sentía la mirada
de Nicolaok sobre mí, una mirada que destilaba poder, pero nunca cariño.
Nunca una muestra de afecto.
¿Cómo íbamos a enamorarnos si nuestra vida no era nuestra?
¿Cómo íbamos a construir algo juntos si no estábamos juntos, realmente?
No.
Él nunca me vio como a una persona.
Solo como una herramienta, un peón en su gran juego de poder.
¿Y que volvio a pasó entre nosotros?
Nada.
Nosotros nunca nos enamoramos.
Nunca hubo un momento en el que sintiera que podía contar con él.
Y cuando comencé a ver mi vida marchitarse en ese matrimonio, supe que no podía seguir.
La opresión, la soledad y la constante lucha interna me estaban consumiendo.
¿Qué pasó entre nosotros?
Nada.
Y por eso escapé.
Porque no podía vivir una vida en la que todo era dictado por él.
No podía seguir existiendo bajo el yugo de un hombre que no me amaba y que solo me usaba.
Lo siento por los guardaespaldas.
Lo siento por todos los que intentaron controlarme.
Pero ya no soy su prisionera.
Ahora soy libre...
Libre para decidir mi destino.
Libre para huir.
Y aunque Nicolaok me persiga, aunque todo el
poder del mundo se vuelva contra mí, lo haré.
Sobreviviré.
Porque mi historia no está escrita por él.
La escribiré yo.
FERNANDA FERRER
NICOLAOK BIANCHINI
𝔉⟦FERNANDA ⟧𝔉
Para entenderme tiene por ender saber mi historia.
mis padres y mi casamiento con Nicolaok Bianchini.
FERNANDA FERRER
Hija de Franco Ferrer y Aleksandra Romanov.
Nací en una cuna de poder, pero no de paz.
Italia fue el escenario de mi infancia, pero mi sangre estaba dividida entre dos mundos:
el italiano, calculador, silencioso, que actuaba en las sombras…
y el ruso, fiero, imponente, capaz de destruir imperios por lealtad o venganza.
Mi padre, Franco Ferrer, fue uno de los hombres más influyentes del sur de Italia.
Inteligente, frío, pero con un extraño calor en los ojos cuando me miraba.
Jamás levantó la voz, pero nadie se atrevía a contradecirlo.
Era el tipo de hombre que podía sentarse a cenar contigo, sonreírte…
y ordenar tu ejecución una hora después si lo traicionabas.
Para mí, era mi héroe.
Mi seguridad.
Mi única certeza.
Mi madre, Aleksandra Romanov, era otra cosa.
Rusa de nacimiento, formada entre hielo y acero.
Era hermosa.
De esas mujeres que no necesitan maquillaje ni
palabras para llenar una habitación.
Tenía una presencia que doblaba voluntades
y una mirada que le arrancaba la verdad a cualquiera.
Ella no fingía.
No negociaba.
Te advertía una sola vez
y si no obedecías,
no te daba una segunda oportunidad.
Ambos eran líderes en sus mundos.
Se conocieron en una reunión de negocios entre clanes.
¡Él buscaba una alianza.
Ella no necesitaba aliados, pero aceptó escuchar.
Lo que surgió entre ellos no fue amor de novela.
Fue respeto,
admiración…
Y con el tiempo, una complicidad brutal.
Formaron un imperio.
Uno silencioso, poderoso, que cruzaba fronteras y controlaba
territorios que ni la policía se atrevía a nombrar.
Y luego… llegó la traición.
Yo tenía apenas 10 años cuando ocurrió.
Recuerdo que mi madre me peinaba en el salón principal
con el mismo vestido azul que ahora tengo escondido en una caja vieja.
Me hablaba de Moscú, de los inviernos donde el viento cortaba la piel
de las nieves que ocultaban los cuerpos enemigos.
Reía.
no era de contarme historia de terror pero ese día sí lo hizo.
Esa noche la mataron.
No fue un ajuste de cuentas común.
Fue una ejecución planificada. Usaron a alguien cercano.
Entraron sin disparar una sola bala.
Se la llevaron delante de nosotros y la encontramos al amanecer…
colgada de los brazos en un puente abandonado,
con su anillo de bodas entre los dientes y la palabra “TRAICIÓN” escrita en su espalda con cuchillas.
Mi padre cayó.
No físicamente. Pero algo dentro de él se rompió.
Abandonó las operaciones. Se encerró por días.
Lo escuchábamos gritar solo, romper cosas, insultar en ruso —lengua que jamás usaba—.
Yo me escondía bajo la cama, temblando. Nunca antes lo había visto así.
Tres meses después, reapareció. Más flaco.
Más pálido. Pero con una lista de nombres.
Uno por uno, fue cazándolos.
Nadie sabía cómo, nadie sabía quién lo ayudaba, pero los cuerpos
comenzaron a aparecer.
En ríos, congeladores, cementerios clandestinos.
Con la misma palabra grabada en sus espaldas: “VENGANZA”.
En menos de un año, borró del mapa a todos los responsables de la muerte de mi madre.
Y luego… trató de volver a ser padre.
Pero ya era tarde.
Yo ya no era una niña.
A los 11, sabía reconocer armas por el peso.
Sabía cómo usar una navaja.
Sabía cuándo un hombre miente por miedo. Y lo peor: ya no lloraba.
Viví cuatro años más con él. Me educó personalmente.
Me enseñó a no confiar. A no mostrar debilidad.
A leer los ojos, no las palabras.
Y aunque él creía que me protegía, en realidad solo
me preparaba para el infierno que vendría después.
A los 15 años, lo mataron frente a mí.
Estábamos saliendo de una cena discreta con un contacto de Marsella.
Fue rápido.
Un solo disparo al pecho.
Limpio.
Sin aviso.
Me salpicó la sangre en el rostro.
Vi cómo caía de rodillas, cómo me miraba como me dijo te amo… y luego se desplomaba.
Yo grité.
Por miedo. por dolor y también grité porque entendí en
ese instante que ahora sí estaba sola en el mundo.
La policía vino después, como siempre tarde.
Dijeron que fue un ajuste de cuentas. Nadie investigó nada.
No hubo funeral oficial. Solo una caja cerrada, unos pocos hombres
llorando en silencio y muchas miradas desconfiadas.
Me quedé sin nada.
Sin un hogar.
sin paz.
sin rumbo.
Pero no sin aliados.
En Italia, Franchesco Bianchini
—sí, el hermano menor de mi esposo.
fue uno de los pocos que me tendió la mano cuando todo se vino abajo.
Él y yo habíamos crecido casi juntos, compartimos
tardes de juegos, risas, silencios incómodos y miradas que nunca debieron significar nada.
Siempre fue diferente a Nicolaok. Tenía el mismo
fuego en la sangre, la misma mirada intensa de los Bianchini, pero no era cruel.
No usaba el poder para quebrar, sino para proteger.
Era más humano. Más empático.
Cuando la jaula comenzó a cerrarse a mi alrededor, Franchesco
Me habló de pasaportes, rutas clandestinas, contactos en las costas de Grecia.
Su voz temblaba cuando me decía que me merecía algo mejor.
Pero ya era demasiado tarde.
Los bianchini siempre iba un paso adelante. Siempre.
En Rusia, las cosas eran distintas… pero igual de peligrosas.
Alexander y Dmitry Abramovich, amigos leales de mi madre Aleksandra Romanova,
aparecieron en mi vida como fantasmas del pasado.
Me ofrecieron refugio, protección… y algo que yo nunca supe si estaba lista para aceptar:
el legado Romanov. Querían que asumiera mi nombre real
mi herencia de sangre: Фернанда Александровна Романова (Fernanda Aleksandrovna Romanova).
Hija de la loba del norte, Aleksandra. Heredera de alianzas antiguas, de pactos sellados en sangre.
Pero los Bianchini se adelantaron.
. Me arrancaron de la libertad justo cuando la podía rozar con los dedos.
Y desde entonces, la hija de Aleksandra vive como prisionera del hijo del infierno.
Pero no para siempre.
Nunca para siempre.
FRANCO FERRER
ALEKSANDRA ROMANOV
FRANCHESCO BIANCHINI
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