Corazón de Hielo: Sombras del pasado
¿Alguna vez han escuchado esa frase que dice que el cuerpo muere cuando el alma lo abandona?
¿Tienen idea de lo que es estar muerta en vida?
Pues así me siento…
Muerta en vida.
No siento nada más que odio y rencor. Deambulo por este mundo como un fantasma, como si mi karma no hubiera terminado.
¿Amor…? Ja.
El amor murió para mí.
Ahora, lo único que quiero es venganza, y cuando les cuente mi historia, entenderán por qué mi vida está vacía.
Mi nombre es Diana Quintana.
Fui una mujer que lo tenía todo: un gran amor… y un hijo de un año.
El pequeño Gabriel era mi vida, el premio a todo por lo que luché.
Y los perdí a ambos… en un mismo día.
Un año antes
—Mamá, ya te dije que Cristóbal me espera. Recibí una nota donde me citó aquí, en el hotel Paraíso —dijo Diana, hablando por el altavoz mientras estacionaba su coche.
—Hija… no es buen presagio. No puedes ver al novio un día antes de la boda —le advirtió Gricelda con voz temblorosa—. Las madres siempre presienten la tragedia...
—¡Mamá, por el amor de Dios! Cristóbal y yo llevamos dos años juntos, tenemos al hijo más hermoso del mundo. Nada puede salir mal.
Diana colgó con una sonrisa tranquila mientras salía del auto. El sol destelló en su cabellera rubia, obligándola a cubrirse los ojos con sus gafas oscuras.
—Te llamo más tarde, estoy por entrar al hotel.
Se dirigió a la suite preferencial y deslizó la tarjeta por la ranura. Cabe destacar que el hotel pertenecía a la familia Quintana, siendo el más lujoso de la ciudad.
—Mi amor, ya estoy aquí —anunció alegremente.
Pero su sonrisa se desvaneció al instante.
En el suelo yacía un vestido azul, junto a unos tacones altos. Claramente, de mujer.
—¡No puede ser! Dios… dime que me equivoqué de suite.
Pero ahí estaban también unos zapatos masculinos relucientes… los mismos que Cristóbal solía usar a diario.
La cama estaba desordenada. Pétalos de rosa por todas partes, una botella de vino a la mitad, dos copas servidas, restos de bocadillos en los platos… todo parecía preparado para un rato romántico.
Diana se quedó inmóvil, con el corazón encogido.
La puerta del baño se abrió y un hombre cargaba a una mujer. Ambos estaban completamente desnudos.
—¡Demonios! ¡Diana, qué haces aquí! —gritó Cristóbal al soltar de golpe a su amante y cubrirse con una toalla.
Catalina, aún sin inmutarse, le dirigió una mirada gélida. ¡Caíste en mi trampa! maldita perra, pensó mientras se ponía de pie con total descaro.
—¡Cristóbal! Esto no puede ser cierto… ¡Mañana es nuestra boda! ¡Tenemos un hijo! ¿Cómo pudiste?
—Diana, no es lo que parece… —balbuceó él, dando un paso al frente.
—No mientas —intervino Catalina, sujetándolo del brazo—. Ya nos descubrió. No te va a creer.
—¡Cállate, maldita zorra! —gritó Diana antes de abofetearla con fuerza—. Sabías que era mi prometido, y te valió un comino. Esto lo sabrá todo el mundo. Catalina, tú y este desgraciado están acabados.
Catalina era supuestamente la “mejor amiga” de Cristóbal… o al menos eso le hizo creer.
—Y tú, Cristóbal… te juro que no volverás a ver a tu hijo. ¡La boda se cancela!
Su corazón estaba hecho pedazos y su mundo, destruido.
—¡Ni lo sueñes, Diana! Tú sabes que yo dependo de este matrimonio: mi puesto, mi vida, todo gira en torno a ti y a los negocios de tu familia —bramó él, con desesperación.
—¿Estás conmigo por conveniencia…? —susurró Diana, aún más herida.
—Ya era hora de que abrieras los ojos —escupió Catalina con una sonrisa venenosa—. ¿Qué creías, niñita rica? ¿Que podías tenerlo todo? Pues no.
Cristóbal me prefiere a mí en la cama. ¿Viste lo feliz que estaba cuando interrumpiste?
—¡Pueden irse al infierno! —gritó Diana, dando la vuelta para irse.
Pero entonces, Cristóbal apretó los puños y gritó con amenaza:
—¡Tú eres la que va a sufrir! Gabriel está conmigo. Ahora mismo está con mi madre. Si no llegas a la iglesia… no lo volverás a ver.
Diana no respondió. Solo el frío recorriendo su espalda la delató.
—¿Todavía quieres casarte con ella? —preguntó Catalina, sorprendida—. ¡Diana ya se fue!
Cristóbal no respondió. Pero la conocía demasiado bien. Cuando Diana calla… es porque ya está tramando algo.
—Debo irme. Ella irá por Gabriel.
Hay quienes dicen que a los niños hay que dejarlos fuera de las peleas de adultos, pero eso nunca lo escuchó Cristóbal.
El hombre, llamó a su madre y le pidió que sacara al niño al parque, lejos de cualquier posibilidad de que Diana lo encontrara.
Una hora después, Cristóbal pasó a recogerlo.
Diana, por su parte, fue a casa de los Balmaseda, pero no encontró a nadie.
—¡Maldito Cristóbal, ojalá te mueras! —gritó entre lágrimas—. Eres un desgraciado. ¡Te odio! Te odio tanto…
Si a mi hijo le pasa algo… no te lo voy a perdonar.
Se quedó esperando en su auto, sollozando sin consuelo. Pero su dolor estaba por agravarse.
El accidente
Cristóbal conducía con nerviosismo. Gabriel lloraba sin parar en el asiento trasero.
—¡Ya cállate! —gritó, alterado—. Me estás poniendo nervioso. Tu madre se cree la dueña del mundo… pero esta vez, yo voy a ganar.
En ese instante, el semáforo cambió a rojo.
Y entonces, todo ocurrió en un instante.
Un auto los embistió con fuerza por detrás, lanzándolos contra el vehículo que tenían al frente.
Tres autos quedaron destrozados.
Gritos, vidrios rotos, metal crujiente…
Pero nadie vio al cuarto vehículo.
Su conductora desapareció entre las sombras, huyendo de la escena como una sombra…
Dejando atrás el inicio de una tragedia.
Minutos después, las unidades de emergencia acudieron en cuanto recibieron el llamado.
Tres ambulancias llegaron al lugar, y de una de ellas se bajó un joven rubio, de unos treinta años.
—¡Dime que no es cierto! —exclamó el chico, titubeando, con miedo de avanzar—. El auto que está prensado en el medio… es el de mi hermano, Cristóbal.
—Camilo, por favor, si los conoces, recuerda el juramento —intentó detenerlo uno de los superiores.
—¡Déjame ver! —gritó el joven, zafándose del agarre. Corrió directo hacia el lugar del accidente.
—No… no… ¡Esto no puede ser posible!
Camilo cayó de rodillas al suelo, y sus gritos fueron desgarradores.
—¡Es mi hermano! ¡Y mi sobrino está en la parte de atrás!
La escena conmovió a todos. Ese día, la vida de Gabriel se apagó, mientras que Cristóbal se debatía entre la vida y la muerte.
—¡Rápido, sáquenlos de aquí! —ordenó Camilo, luchando con todo su dolor para liberar a su hermano de entre las latas comprimidas.
En el auto trasero, otro joven también luchaba por su vida.
—Masculino, 25 años, Dante López. Es oficial de la Guardia Costera —informó una paramédico con pesar.
—Pobre chico… —murmuró, conmovida.
—Si sobrevive, irá a prisión. Ha ocasionado la muerte del niño… y del pasajero del auto de adelante.
No muy lejos de ahí, Diana se bajó de su coche al ver a Lucrecia.
—Señora, devuélvame a mi hijo. Me iré lejos, y por fin descansará de mí —le dijo con el pecho oprimido por un presentimiento.
—Gabrielito está con mi hijo. Me dijo que lo llevaría a dar una vuelta —respondió Lucrecia justo antes de que su celular sonara.
—Es Camilo, dame un momento.
Lucrecia notó que la mujer había llorado. Imaginó que algo no estaba bien.
—Madre… tienes que ser muy fuerte. Mi hermano… madre, mi hermano tuvo un accidente…
El mundo de Lucrecia se derrumbó.
—¡Dime que mi hijo está bien! ¡Dime que Cristóbal sobrevivió!
—¿Qué? Señora, no me asuste. ¿Qué le pasó a Cristóbal? ¿¡Mi hijo está con él!? ¡Hable, por favor! —Diana, desesperada, sacudió la chaqueta de Lucrecia.
—Sufrió un accidente, Diana. Vamos juntas.
Camilo les envió la dirección. Diana, temblando de los nervios, hizo un esfuerzo por mantenerse en pie, por su hijo.
Camilo no fue capaz de decirle a su madre que Gabriel había muerto.
Cuando ambas llegaron al lugar, lo que vieron las devastó por completo:
El cuerpo del pequeño fue retirado envuelto en una sábana blanca.
—¡No… mi niño no, no puede estar muerto! ¡Déjenme verlo! —gritó Diana, incrédula, abriéndose paso entre la multitud.
Algunos solo observaban. Otros seguían trabajando.
—¡Mi hijo! ¡Mi bebé! —Los gritos de aquella madre fueron tan fuertes, que más de uno soltó lágrimas.
—Pobrecita… cuánto dolor —susurró un espectador.
—¡Déjenme verlo! ¡Gabriel! ¡Mi pequeño! ¡Mamá está aquí!
En ese momento, Camilo se acercó y la sujetó con fuerza.
—Diana… no hay nada que hacer. Gabriel ya estaba sin vida cuando llegamos…
Sus palabras fueron como latigazos para los oídos y el alma de la mujer.
En ese instante, Diana se desvaneció en los brazos de Camilo.
Horas después, despertó en un hospital.
—Mi hijo… —era lo único que podía pronunciar.
Pero por más que deseara que todo fuera un mal sueño, su hijo no volvería.
Cristóbal aún luchaba por sobrevivir… y Dante también.
El accidente fue tan impactante, que los medios solo hablaban del caso.
Muy lejos de allí, Antonella, una mujer de edad avanzada, se acercó al televisor.
—¿Dijo que ese joven se llama Dante López? Mis oídos ya no son lo que eran, pero escuché bien…
Se acercó más, y al ver la fotografía del muchacho, afirmó:
—Es él. Es mi nieto. El hijo de mi Dorian.
Sarah, sabías que no podías ocultármelo para siempre…
Pero la alegría de Antonella no duró mucho.
—Este joven se debate entre la vida y la muerte… si sobrevive, irá directo a prisión.
La familia Quintana dejará caer todo su peso sobre él.
Ni en esta vida ni en la otra le alcanzará para pagar la muerte del niño Gabriel Balmaseda Quintana.
—No… mi nieto no. No lo dejaré solo.
Esa gente cree que por tener dinero pueden aplastar al pobre.
Ayudaré a mi nieto… algo me dice que no es culpable.
En una cama de hospital, el cuerpo inconsciente de Dante permanecía inmóvil.
Su rostro estaba irreconocible, hinchado, conectado a una máquina que lo mantenía con vida.
Pero en su mente, revivía una y otra vez un recuerdo que lo atormentaba.
—¡Dante, ven conmigo! Soy tu tío… juguemos como lo hice con Sarah.
El niño se ocultaba en el bosque, temblando de frío.
Su ropa estaba manchada de sangre.
—Él mató a mi mamá… lo hizo frente a mí.
No es mi tío… ese desquiciado no es mi tío.
El pequeño, traumatizado, se escondía para salvar su vida. Pero, en un descuido, resbaló por un acantilado.
Su grito atrajo la atención del hombre.
—Ahí estás… —murmuró, acercándose.
Comprobó la profundidad del acantilado y, con voz satisfecha, dijo:
—Mi trabajo aquí está hecho.
Pero Dante sobrevivió, y quizás más adelante él mismo nos cuente su historia.
03
La vida de este joven nunca fue color de rosas, y por lo visto, el destino aún le juega malas pasadas.
Ese día, cuando Diana recibió el cuerpo de su hijo, frente al ataúd hizo un juramento: haría pagar a todos los involucrados, incluido Cristóbal.
El alma de Diana murió con el pequeño Gabriel. Su alegría quedó enterrada con él, junto a sus sueños y las ganas de vivir.
Lo único que la motivó a seguir adelante fue la sed de venganza. Para desgracia de muchos, Cristóbal sobrevivió, aunque postrado en una cama, mientras que los abogados de la familia Quintana se encargaron de que Dante López terminara en prisión.
Pero el alma de Diana nunca volvió. Saber que uno está tras las rejas y el otro paralítico no le da consuelo. Siente un vacío amargo, como si la muerte de su hijo aún no estuviese saldada. Y no descansará hasta que así sea.
De vuelta a la actualidad.
—Eso fue lo que sucedió. —Diana miró a los periodistas frente a ella—. Lucrecia ofreció pagar una indemnización por la muerte de mi hijo... pero se tuvo que tragar sus palabras. Yo, una mujer con corazón de hielo, jamás acepté dinero de esa gentuza.
Ese tal Dante López está en prisión, y el engendro de Cristóbal postrado en una cama.
Ella no dio más declaraciones. Pero lo que nadie sabe, es que Cristóbal está en su mansión, y día tras día, ella se encarga de hacerlo sufrir… tanto como ella sufre.
—Bueno, creo que no hay nada más que agregar —sentenció Diana—. El resto de la historia ya lo conocen. Diana Quintana se convirtió en lo que es ahora: una mujer soberbia y arrogante.
En ese momento, la joven se puso de pie, sin esperar más preguntas.
—Señorita Diana, ¿qué haría si algún día Dante sale de prisión?
La pregunta la hizo voltear. Esbozó una sonrisa presuntuosa, pero no respondió. Como una vez dijo Cristóbal: cuando ella calla, es porque nadie más que ella debe conocer la respuesta.
—Braulio. —Llamó a su guardaespaldas y esperó a que le abriera la puerta.
Ese día, al llegar a la mansión, se topó con Camilo.
—¿Qué haces aquí? Ya les dije que nunca voy a entregar al patán. Primero lo mato.
No esperaba encontrarse con él.
Ni sus padres han podido detenerla. Ellos también desean que deje a Cristóbal en paz, creyendo que solo así regresará la alegre muchacha que murió con el accidente.
—Diana —intervino su madre—, Camilo no está aquí por eso. Tu padre ha tomado una decisión: te unirás en matrimonio con Camilo. Solo así podemos justificar la presencia de Cristóbal en esta casa. La policía lo sabrá tarde o temprano… y pagarás muy caro.
—Ja… no me hagan reír. Ni me caso con Camilo, ni entrego a mi víctima.
Descarten la idea del matrimonio. Nunca me voy a casar.
—Mamá, el día que pierdas un hijo entenderás mi dolor. Yo morí con Gabriel.
Subió las escaleras, ignorando el resto de la conversación.
Ese día se sentía agotada. Había revivido, una vez más, la tragedia… y con ella, su dolor.
—Buenas tardes, señor Cristóbal.
Entró a la habitación donde yacía su ex prometido.
—¿Vienes a humillarme de nuevo? —preguntó él. Aunque no podía mover su cuerpo, su voz aún tenía fuerza.
—Eres muy sabio.
Diana se sentó al borde de la cama. Una lágrima rodó por su mejilla.
—Eres la única persona que conoce mi lado frágil… pero también mi lado más oscuro.
Hoy reviví la muerte de mi hijo, ¿sabes? Aún duele.
Duele no tenerlo, saber que le arrebataron la vida. Eso duele más que todo esto.
Lo abofeteó con fuerza.
—¿Recuerdas ese día? Además de revolcarte con tu amante, estabas ebrio. ¡Querías alcohol! ¡Tómalo todo!
Sacó una botella y lo obligó a beber.
—¡Púdrete en el vicio, maldito alcohólico!
Me quitaste lo que más quería… y todo por no manejar con precaución. ¡Ibas borracho y lo sabes!
Todo el amor que alguna vez sintió por él, se convirtió en rencor.
Diana ya no piensa en otra cosa más que en venganza.
—¡Ya para, Diana! Te he pedido perdón…
A mí también me duele la muerte de nuestro hijo.
Cristóbal no podía hacer nada. Era obligado, sometido por ella.
—El perdón no revive a los muertos, Cristóbal. Ese día no pensaste en Gabriel. Solo querías usarlo como excusa para obligarme a casarme contigo.
¿Me querías? Aquí me tienes.
Lo obligó a seguir bebiendo ron.
—Vivirás cada uno de tus días recordando ese momento.
El momento en que Gabriel dejó de respirar.
La puerta estaba cerrada desde adentro, y del otro lado se escuchaba la voz soberbia de Diana.
—¿Hasta cuándo? ¡Dios, por favor, toca el corazón de mi hija!
Griselda lloraba detrás de la puerta. A su lado, Camilo bajó la mirada, lleno de pesar por su hermano.
Pero no podía hacer nada.
Diana les había arrebatado el poco prestigio que les quedaba. La familia Balmaseda pasó a la historia.
Solo sobrevivió un pequeño y viejo hostal… y en una de esas habitaciones vivían ahora Camilo y la señora Lucrecia.
La familia Quintana, en cambio, es más poderosa que nunca.
Y al frente de todo está su nueva apoderada: la CEO del grupo… Diana.
Pero ni el poder ni el dinero le devuelven la alegría.
Y mucho menos ahora, que las cosas están por cambiar.
En la ciudad se mueve la competencia del Grupo Quintana.
Actúan en silencio, como un gato que acecha a su presa.
Solo les falta una pieza clave… alguien con sed de poder. Alguien que sea capaz de enfrentarlos.
Alguien como… Dante.
—¡Dante López! Tienes visita.
El joven se ejercitaba cuando uno de los guardias interrumpió su rutina.
—¿A mí?
Nunca he tenido visitas… no tengo familia ni parientes.
Caminó con el ceño fruncido, sin imaginar que su suerte está por cambiar.
Allá él si decide tomar la oportunidad… o no.
Lleva un año pagando por la muerte de un niño.
Y aunque se declaró inocente, nadie le creyó que solo fue un accidente por alcance.
No fue Dante quien provocó la desgracia.
Pero en un mundo donde solo eres un empleado… no tienes voz ni voto.
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