NovelToon NovelToon

Alfa Vendido: Cadenas Rotas

Introducción

En el bosque hay un lugar donde la luna brilla más que en ningún otro sitio.

Es un claro rodeado de árboles, que dejan pasar su luz entre las hojas. El suelo está cubierto de monlie, unas flores blancas y luminosas que solo se abren cuando la luna las ilumina. Su aroma es dulce y delicado, como el de un sueño. Las monlie son el regalo de la luna a las manadas que son fieles y bondadosas, y que protegen a los más débiles. La manada SilverClaw es una de ellas, y tiene una conexión especial con la luna. El claro es su santuario, donde celebran sus ritos y sus fiestas.

Pero todo cambió cuando Turik, que era un buen alfa, se volvió malvado y ambicioso. Turik solo quería su gloria y su beneficio, y atacaba a las otras manadas sin piedad. Turik despreciaba a las monlie, y las maltrataba y las ignoraba. Turik se creía más que la luna, y quería dominar el bosque con su fuerza y su terror.

Las monlie empezaron a marchitarse y a morir, y cada vez menos flores se abrían con la luna. El claro perdió su magia y su encanto, y se volvió un lugar triste y doloroso. Las monlie dejaron de bendecir a la manada, y se rebelaron contra Turik. La manada SilverClaw sufrió mucho por la tiranía de Turik, y muchos lobos murieron o huyeron. Los que se quedaron vivieron con miedo y tristeza, y olvidaron la fe en la luna.

El rechazo y dolor (Max)

—¡Esto no puede estar pasando! —gritaba mi madre al ver que ninguna de las monlies se abría bajo la luz de la luna.

Nuestras preciosas flores... las que nos salvaban la vida, las que sanaban las heridas causadas por el veneno mortal de la plata, las que nos consolaban cuando nuestro compañero de alma nos abandonaba o rechazaba. ¿Qué haríamos sin ellas?

—Madre, por favor, cálmate. Tal vez solo sea un retraso. Quizá abran en un rato —le dije, aunque ni yo creía en mis palabras.

Cada vez eran menos las que florecían, y muchas ya estaban marchitándose. Sentía un nudo en la garganta, un vacío helado en el pecho.

Estoy convencido de que esto es un castigo de la Luna. Y cómo no habría de castigarnos, después de todo lo que la manada ha hecho. Soy el hijo del alfa, su heredero, pero ahora él yace en el hospital de la manada, herido de gravedad por balas de plata... y no tenemos ninguna monlie que pueda salvarlo. ¿Qué pasará si muere? ¿Qué pasará si debo ocupar su lugar? ¿Qué pasará si la Luna nos da la espalda para siempre?

Mi padre y su beta han sembrado el terror, dentro y fuera de la manada. Convirtieron a Silverclaws en la más temida, sí, pero también en la más odiada. Han matado, torturado, violado a inocentes. Han traicionado pactos, roto alianzas, aniquilado enemigos. Han desafiado a la Luna con cada acto impío.

Muchos lobos y sus familias huyeron a otras manadas. Yo he hecho todo lo que he podido para ayudarles a escapar de este infierno que antes fue mi hogar. He mentido, desobedecido, arriesgado mi vida. He hecho lo que fuera necesario para salvar a quienes pude.

De cachorro, admiraba a mi padre. Era un lobo imponente de pelaje azabache, el líder fuerte y justo que todos respetaban. Era mi héroe. No sé en qué momento se transformó en eso... en esa criatura cruel, despiadada, ese monstruo que me repugna y me aterra. Pero aun así... no quiero perderlo. Sé que soy débil por sentir esto. Debería odiarlo. Debería desearle todo el dolor que ha provocado... pero no puedo.

—Vamos, quiero estar con él hasta el final —suplicó mi madre, con lágrimas resbalando por sus mejillas.

Yo sabía que aún vivía. Ella lo sentía por el vínculo que compartían como mates. Pero también era evidente que su vida se apagaba. Yo también lo percibía: el dolor de su agonía, la sensación del lazo debilitándose. Él era mi padre. Mi alfa. Y lo estaba perdiendo.

Llegamos al hospital. En la entrada estaba el beta, gritándole a la compañera del delta, que lloraba desconsolada. A mi padre y a él siempre les había disgustado la debilidad. Supuse que ella lloraba por su compañero herido… o algo peor.

—¡Ya cierra la boca y deja de llorar, Bris! —le gritó Droch con evidente desprecio—. Él ya murió. Tus lágrimas de mierda no lo van a traer de vuelta. Ve a casa, recoge tus cosas. Ahora me perteneces.

Y le dio una bofetada que la hizo caer.

Me congelé. No solo por la violencia, sino por lo que implicaban sus palabras. ¿Cómo habíamos llegado a este punto? ¿Cómo era posible que Bris le perteneciera ahora a Droch?

Vi a Bris alejarse, cojeando, con sangre corriéndole por la comisura del labio. Me acerqué al beta, intentando mantener la compostura, y le pedí un informe sobre los heridos.

Ocho lobos. Dos ya recuperados, gracias a nuestras habilidades de sanación. Tres seguían en cirugía, con heridas profundas. Dos muertos… entre ellos, el delta. Y mi padre... aferrándose a la vida, apenas resistiendo el veneno.

La manada WhiteMoon se había defendido. Había sido nuestra manada la que atacó primero. Los nuestros, los de mi padre, quienes invadieron su territorio, secuestraron y ultrajaron a sus hembras sin distinción de edad. No éramos lobos. Éramos monstruos.

Entré en la habitación. Lo primero que recibí fue lo de siempre: su desprecio. Me llamó inútil por no haber conseguido ni una sola flor para curarlo. Rió con amargura, mirándome como si fuera una decepción andante. Luego, al ver a mi madre, su rostro se suavizó un poco.

—Mujer, ya deja de llorar. Estaré bien. Droch fue por una bruja para ayudarme —le dijo, sosteniéndole el rostro.

Él la amaba, o al menos eso creía. Pero mi madre… ya no. Era el vínculo lo que los mantenía juntos, nada más. Ella me miró con una mezcla de tristeza y determinación. Sabía lo que vendría. Ninguno de los dos había logrado detener la sed de poder de mi padre. Luego miró la ventana.

—Sé que es tarde, sé que es cruel —dijo mi madre, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla.

—Mi luna, tranquila. Estoy seguro de que el inútil de mi hijo y mi beta podrán vengarnos mientras me recupero.

—Padre, te prometo cuidar bien de la manada mientras te curas.

—Me importa poco esa promesa —interrumpió él con desdén—. Yo quiero que acabes con la manada WhiteMoon —tosió—. Max, júrame que acabarás con todos. No dejes ni un cachorro con vida. Quiero que los extingas.

Lo miré, horrorizado. No iba a prometer eso. Sentí el miedo atenazarme el pecho. ¿Y si me obligaba? ¿Y si mi madre me dejaba solo?

—Padre, lo siento, eso no...

Mi madre me tomó la mano, llamando mi atención. Se separó de él y lo miró. Lo miró de verdad. Y entonces habló:

—Sé que es tarde. Sé que esto no compensa todo lo que permití… pero ya no más —se irguió con firmeza. Tomó aire, y sentí cómo apretaba mi mano, como si tomara fuerza de mí.

—YO, DAYANA KING, LUNA DE LA MANADA SILVERCLAWS, TE RECHAZO, TORIK WARRIK, COMO MI MATE Y COMPAÑERO DE VIDA.

Mi padre gritó. Un alarido desgarrador. Llevaban más de sesenta años unidos. Y ahora... el vínculo se rompía.

No podía creerlo. Miraba a uno y a otro, incapaz de procesarlo. Vi las lágrimas silenciosas de mi madre.

—Te amé desde el momento que la Luna nos emparejó —dijo ella, con voz quebrada—. Pero dejé de hacerlo cuando te vi disfrutar el daño que causabas… a tu manada. A tu cachorro. Creí que podías cambiar, pero no. Las monlies no eran para ti.

—Maldita… te di todo —susurró él, mientras sus ojos se cerraban—. ¿Por qué? ¿Por qué ahora?

—Porque no vas a contaminar más a mi hijo. Porque no vas a seguir siendo el monstruo que eres. Porque no mereces mi amor ni mi lealtad.

Y entonces... murió. Su corazón se detuvo. Su cuerpo quedó inerte. Su rostro reflejaba dolor, rabia e incredulidad. El vínculo se rompió. Y mi madre se desplomó.

La abracé, sintiendo en mis propios huesos el vacío, la confusión.

Un camino difícil (Max)

Desde que mi padre se fue, hace casi un año, el beta de la manada, Droch, no ha dejado de presionarme para tomar venganza. Estoy harto. Mi meta siempre fue transformar esta manada, hacerla menos cruel, menos brutal… pero nada parece funcionar.

Ninguna de las manadas vecinas asistió a la ceremonia donde me convertí en alfa. ¿Y quién querría relacionarse con SilverClaw?

Decidí visitarlas, una a una. Me presenté, les aseguré que bajo mi liderazgo las cosas cambiarían, que estaba dispuesto a enmendar los errores del pasado. Firmé todos los tratados que me permitieron, pero mis propios lobos seguían hundidos en la violencia.

—No sé qué más hacer —le confesé mentalmente a mi lobo, Logan.

—Encontrarla. Con nuestra compañera a nuestro lado, seguro que nos creerán —respondió él con seriedad.

—Tengo miedo de que nos rechace… o que la asesinen por venganza.

—Lo sé. Pero la necesitamos.

—¿Y si ella no nos necesita a nosotros?

No obtuve respuesta. Cerré el enlace y dejé la pregunta flotando.

Ya era hora de reemplazar a Droch y nombrar un nuevo beta y delta. Necesitaba aliados de verdad. Droch había insistido en retrasar el cambio durante un año, argumentando que yo no tenía suficientes amigos dentro de la manada. Y tal vez tenía razón. Antes los tenía: Rick, Drew y los mellizos Duncan y Dion. Pero todos se habían ido.

Los mellizos fueron los primeros en marcharse, tras encontrar a su compañera —sí, una sola, compartida entre los dos—. Fueron los primeros a quienes ayudé a escapar. Solo espero que estén bien, donde sea que estén.

Rick era un guerrero honorable. Detestaba la crueldad de mi padre. Murió hace cuatro años. Dijeron que fue un brujo de fuego, y no quedó nada de él para enterrar.

Drew es el único amigo que me queda. Últimamente lo siento distante. Le he rogado que sea mi beta, pero se ha negado una y otra vez. Solo me ha recomendado a otros lobos que podrían ser buenos candidatos.

Volví a la casa principal. Apenas crucé la entrada, me topé con Droch. Me miró con ese mismo gesto de siempre: frustración y desprecio.

—Un año completo, y aún no has acabado con la manada WhiteMoon. Un año y tu padre sigue sin venganza —espetó. Luego chasqueó la lengua, molesto—. No voy a esperarte más. Ahora tú eres el alfa. Mañana veré a los lobos que recomendó Drew y te daré mi opinión.

—Tu opinión es muy importante para mí —le dije con calma.

—Oh, vamos, Max, ¿en serio? —rió Logan en mi mente, burlón.

—Se te da fatal mentir —gruñó Droch—. Y yo no quiero un alfa débil. No sirves para esto.

Su mirada me hizo bajar los ojos, un reflejo involuntario.

—¿Ves? Un alfa que agacha la cabeza. No eres un alfa, eres un omega.

—¡Basta! Soy el alfa de esta manada y debes obedecerme —dije, intentando cargar mi voz de mando. Sonó más a súplica que a orden.

—Sí, alfa. Lo que ordene, alfa —se burló, teatral.

Me lanzó una última mirada cargada de veneno.

—Espero que cuando deje el puesto, también me ayudes a huir… así como hiciste con Bris —y se marchó, dejándome en silencio.

Entré y me senté en las escaleras, sosteniendo mi cabeza entre las manos. Muchas veces me sentí más un omega que un líder. Mi padre y Droch sembraron esas dudas desde que era un niño.

Cuando era pequeño, Droch me parecía distante pero obediente. Un lobo de confianza. Pero todo cambió cuando tenía siete u ocho años. La transformación de mi padre lo cambió todo.

Antes de cumplir los trece, mi padre decidió que debía "formarme como alfa". Me encerró con dos jóvenes lobos mayores y una omega de mi misma edad, atada con un collar. Decía que debía aprender a “dominar”.

No quería estar ahí. Supliqué que me dejaran salir, pero él insistió: debía quedarme dos días, observar, “aprender”. La crueldad con que trataron a la omega fue horrible. Aun así, hice lo que pude por consolarla.

Le prometí que la ayudaría a escapar, que encontraríamos a su familia.

Pero cuando los dos días pasaron, mi padre apareció… riendo. Me entregó una daga y señaló a la omega.

—Ya fue usada. Ahora será descartada. Mátala.

Me congelé. Negué con la cabeza. Él me quitó la daga, cortándome en el proceso, y se la lanzó a uno de los otros lobos. Sin vacilar, degollaron a la omega.

Después me ataron junto a su cuerpo.

—Enséñenle que debe obedecer a la primera —ordenó mi padre, su voz más fría que nunca.

—¿Cómo, alfa? —preguntó el asesino, con sorna.

—Llora como una hembra. Úsenlo como si lo fuera.

Sabía lo que venía. No hubo piedad. No hubo límites. Nadie se detuvo a pensar que yo era el hijo del alfa.

Dos días después, mi padre me sacó de ahí.

—¿Serás obediente ahora? —preguntó.

Solo asentí.

Me dio la daga de nuevo. Esta vez no necesitó una orden. Yo mismo la clavé en el pecho de uno de ellos. Entonces me felicitó y me llevó a casa, diciendo que me merecía una buena comida. Que ahora sí era un lobo de verdad.

Antes de salir, vi al otro joven, aún de pie junto a Droch.

—Espero que lo hayas disfrutado —dijo Droch, fingiendo una sonrisa—. Te envidio un poco. Este muchacho será alfa algún día… y te matará.

—Solo seguí órdenes, beta —suplicó el joven, temblando.

—Y por eso te ayudaré —respondió Droch… antes de matarlo sin remordimiento.

—No hay nada mejor que el aquí y el ahora —murmuró, dejando caer el cuerpo.

Sacudí la cabeza, intentando apartar esos recuerdos. Nunca olvidaré el rostro de aquella pequeña omega.

—Lo lamento… has pasado por demasiado —murmuró Logan en mi mente.

—Sí. Pero todo mejoró cuando pude transformarme y hablar contigo.

—Nos hicimos fuertes juntos. Pero debes dejar el pasado y aceptar lo que eres ahora.

Subí las escaleras y entré al cuarto de mi madre. Estaba sentada, perdida en sus pensamientos. Verla así me partía el alma.

—Max —me llamó, su voz rota.

—Estoy aquí, madre —me senté junto a ella.

—Si hubiera sido más valiente, lo habría dejado antes… tal vez habríamos huido a la manada de mis padres.

—No te culpes más. Estamos juntos ahora. Vamos a proteger a nuestra gente. A corregir los errores.

—Hijo… esta es una batalla que ya no puedo seguir librando.

—Entonces, yo pelearé. Y tú me harás tus postres. Trato justo, ¿no?

—Ah, mi niño… Pido a la Luna que tu compañera sea fuerte, que te ayude a liderar esta manada.

—Si es que queda algo de ella por salvar…

Me miró con tristeza.

—La vida sigue, Max. Un día encontrarás a tu compañera. No debes temer. Eres más fuerte de lo que crees. Cuando llegue ese momento, sabrás cómo protegerla. Y ella… sabrá cómo sanar tus heridas.

Algo dentro de mí se resistía a creer en eso. No quería que me rechazara ni que sufriera por lo que esta manada fue. Le pedí a la Luna, en silencio, que dondequiera que estuviera, fuera feliz. Y que si nuestros caminos se cruzaban, fuese cuando todo estuviera más en calma… cuando otras manadas ya no nos odiaran tanto.

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play