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Después Del Matrimonio, Llega Una Infidelidad.

Beso.

Alexander había salido de aquél juicio, completamente victorioso. No era de extrañar, ya que era conocido como el mejor abogado de todo Manhattan.

Lo llamaban «El abogado del diablo», porque no existía ningún juicio que perdiera.

Ahora estaba agotado, complacido, extasiado por si mismo. Todo el estrés que soportó estos meses, debido a ese caso difícil, finalmente dió resultados. Tanto, que hasta pensó que merecía un trago por su arduo trabajo.

Y como si alguien lo hubiera escuchado, la puerta de su oficina se abrió, revelando a Camila, su hermosa, joven y sensual asistente. Ella traía consigo una botella de champaña, le regaló una sonrisa coqueta.

—Creo que merecemos un trago por tan buen trabajo –propuso, la verdad es que lo mejor hubiera sido negarse e ir a casa con su esposa e hija. Pero ya llevaba varias semanas rechazando a dicha joven y lo cierto es que pensó, que si aceptaba ahora, ella finalmente dejaría de molestarlo–.

—Seguro.

Respondió simplemente, ella sonrió victoriosa y se sentó en su escritorio, sirviendo dos copas. Ambos las bebieron en cuestión de segundos y pronto él se puso de pie, tomando su saco para irse a casa.

—Gracias por la champaña, pero ya debo irme. Buen trabajo, te veré mañana a primera hora –mientras caminaba hacia la puerta, la joven lo tomó bruscamente del brazo y sin darle tiempo de reaccionar, estampó sus labios contra los de él. Besándolo de forma brusca, intensa y sensual, sus dientes mordisqueaban y sus labios succionaban los suyos–.

El hombre quedó perplejo, no podía creer lo que estaba ocurriendo. Nunca antes pesó que aquella asistente suya, se tomaría tal atrevimiento. Estaba apunto de apartarla, hasta que sintió su aroma, un delicioso aroma a rosas, mezclado con licor. Por alguna razón, ese aroma lo embriagó. Tampoco ayudaba la pasión con la cuál ella lo besaba, hacia mucho que no veía ese tipo de fuego y sensualidad.

Lo cierto es que desde hace meses no había tenido intimidad con su esposa, pues su nuevo caso lo consumía por completo. Y ahora, estando allí, en su propia oficina, con esa joven seduciendolo de ese modo, causó algo en el.

Causó emoción.

Pasión por lo prohibido.

Y entonces, antes de que pudiera darse cuenta, sus manos ya estaban en la cintura de la joven, devolviéndole el beso con vehemencia. Sus lenguas se encontraban en una lucha por el dominio, ambos se tragaban los gemidos del otro, inmersos en el placer que un simple beso les proporcionaba.

La mujer, pronto comenzó a volverse más atrevida, y una de sus manos bajó a la entrepierna del hombre, sintiendo lo duro que ya estaba. Y fue eso, lo que le hizo recuperar la cordura.

Cuando sintió su tacto, pronto recordó a una mujer que conoce bien, recordó a su esposa; Victoria.

Porque solo ella tiene permitido tocarlo.

Apartó bruscamente a la morena, quien lo observaba con los ojos brillantes de deseo, los labios hinchados por el beso, su labial corrido. Y su mensaje, era más que claro que en silencio le suplicaba que la hiciera suya. Ambos jadeaban por el intenso deseo, la tensión sexual que se había formado tampoco ayudaba para nada.

—Jefe, yo...

—Esto no debió pasar –la cortó al instante–. Ésto nunca pasó.

Tomó su abrigo y salió de aquella oficina, dejando sola a la joven dama. En todo el recorrido a casa, no podía dejar de pensar en ella, un sentimiento de culpa lo carcomida por dentro, pero había algo más, un sentimiento que hace mucho tiempo no sentía; deseo.

La pasión que poco a poco con su esposa fue perdiendo.

Pero no podía permitirlo, no podía pensar así, él era un hombre felizmente casado, tenía la familia perfecta, la vida perfecta, la esposa y la hija perfecta. Sin embargo, algo dentro suyo, algo muy oscuro, quería más.

No, no quería algo más, quería a alguien más.

Trató fuertemente de eliminar esos pensamientos prohibidos de su mente, aquellos deseos pecaminosos, pero ahora era imposible. Pues sólo podía recordar el dulce sabor de los labios de su asistente.

Más toda su pasión se fue por el drenaje cuando cruzó la puerta de su hogar, y pronto fue recibido por su pequeña princesa; Lily.

—¡Papi! –gritó la niña con emoción, corriendo a los brazos de su padre. Él rápidamente la tomó en brazos con una cálida sonrisa, y un enorme nudo en la garganta–.

—Hola, mí pequeña princesita –respondió, besandole las mejillas. Pronto escuchó pasos y tragó grueso, vió a cierta rubia que lo recibía con una cálida sonrisa, sintió alivio al verla, pero también una enorme culpa, porque acababa de serle infiel a su esposa, incluso si no lo había querido, incluso si trataba de convencerse a sí mismo de que aquello había sido un accidente–.

—Bienvenido a casa, mí amor –lo saludó Victoria, su esposa, quien quiso darle un beso en los labios, pero éste se apartó rápidamente. Sintiéndose morir ante su acción, y ante la mirada de desconcierto de su mujer–.

—Lo siento, cariño. Es que necesito un baño, ya sabes, no quiero pegarte mis malas energías –sonrió con calma, rogando en silencio que ella no viera a través de su mentira. Para su fortuna, su esposa lo miró de forma comprensiva y asintió con calma–.

—Está bien, amor. Tu ve a ducharte, yo terminaré de preparar la cena y luego me cuentas como estuvo el juicio, ¿De acuerdo?

Propuso y él asintió, subiendo rápidamente las escaleras para encerrarse en el baño. Tan pronto como tuvo privacidad, vomitó. No podía creer que le había mentido a su esposa y, peor aún, le había sido infiel. ¿Cómo podía ser posible? Habían estado casados por cinco años, juró jamás hacer una cosa así, pero ahí estaba.

¿Lo peor? Es que no podía dejar de pensar en ella... En Camila.

Se metió bajo la ducha, con la esperanza de que aquella culpa desapareciera, pero su mente comenzó a jugarle en contra. Pues cada vez que cerraba los ojos, sólo podía imaginarse a si mismo teniendo intimidad con aquella joven. Saboreando sus dulces labios, recorriendo su sensual cuerpo, marcandola como suya y solo suya.

Escucharla a ella gimiendo su nombre...

—Mierda... –musitó, al darse cuenta que, de forma inconsciente, había comenzado a masturbarse y había eyaculado en la ducha–.

Ésto no puede estar pasando, no a mí...

Oficina.

Luego de haberse duchado, bajó a cenar con su familia, su hermosa y perfecta familia; la misma que hace unos minutos acababa de traicionar.

Por suerte, ni Lily, ni su esposa notaron lo tenso que yo estaba. Se centraron en hablar de trivialidades como la escuela, o alguna nueva película que su pequeña hija quería ir a ver pronto.

Pero Alexander no prestaba atención, no podía, pues todo lo en lo que podía pensar ahora mismo, era en Camila.

Él no era un hombre estúpido, al contrario, era uno muy inteligente. Y bien sabía que aquella joven sentia demasiada atracción por él.

Lo supo con pequeños detalles demasiado obvios para el ojo humano, ella siempre usaba ropa sensual, vestidos bien pegados al cuerpo. O blusas con faldas muy cortas, seguidos de un perfecto maquillaje y una energía seductora que, al parecer, solo ella podía emanar.

Al principio fue sutil, dejaba caer algún bolígrafo al suelo, y para recogerlo, se agachaba en frente de Alexander, dándole una excelente vista de su trasero.

O, quizás, cuando le llevaba el café, que siempre tenía desabotonados los tres primeros botones de su camisa, lo que le daba una buena vista de sus voluptuosos pechos.

Tal vez, tambien pudo haber sido, como ella siempre le sonreía y se preocupaba por él. Es decir, Alexander es un abogado de primera mano, por lo que obtiene mucha demanda por su buen trabajo. Victoria no puede estar con él todo el tiempo, mucho menos Lily, ¿Y quién sí estaba? Exacto; Camila.

Él sabía que debió haberla echado desde la primer insinuación, pero pensó que no era necesario, porque él amaba a su esposa y nunca sentiría nada por aquella jovencita que lo miraba con ojos seductores y soñadores.

Que equivocado estaba.

Porque poco a poco, sin darse cuenta, fue dejando que Camila avanzara en su vida, haciendo que el bajara el muro de jefe/empleada que él mismo había creado.

Alexander despertó temprano al siguiente día, generalmente al despertar, siempre pensaba en Victoria y sonreía, volteando a abrazar a abrazar a su mujer. Pero, esta vez, no recordó a Victoria, recordó a Camila. Y, en lugar de echar esos pensamientos a la basura y abrazar a su esposa, decidió ponerse de pie e ir a tomar una ducha, porque el simple hecho de recordar su aroma y lo había dejado duro nuevamente.

Una vez más, lo mismo de la noche anterior ocurrió, cada vez que cerraba los ojos en la ducha, todo lo que podía pensar era en los deliciosos gemidos que se escapaban de la boca de Camila cuando la besara.

Una vez más, un gemido se escapó de su boca cuando se llevó a si mismo a su propio clímax.

Se vistió y, sin desayunar, decidió ir a la oficina. Estaba asustado, temeroso, ansioso y... Levemente emocionado. Un tipo de sentimiento que lo hacían querer vomitar, pero era tan emocionante que no le importaba.

Llegó a su oficina y subió al instante, Camila no estaba en su sector, por lo que se alivió, pero eso no duro mucho, porque dentro de la oficina, allí estaba Camila, esperándolo ansiosamente.

—Alexander, tenemos que hablar.

Alexander. Ella siempre solía llamarlo jefe, pero ahora mismo creía que tenía el atrevimiento de llamarlo de forma íntima. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero en lugar de desagradarle o regañarla, simplemente se sintió muy excitado. Pero intentó mantener la calma.

—Ya te dije que lo de ayer fue un error, ambos habíamos bebido y...

—¡No! –respondió ella, interrumpiendolo abruptamente. Caminó hacia él y tomó su brazo, eso no fue bueno para Alexander, pues nuevamente su delicioso aroma a rosas lo invadió, causando que un sin fin de pensamientos pecaminosos lo inundaran–. ¡No fue un error, Alexander! Ambos bebimos pero eso era lo que yo quería, ¡Y sé que tú también! Pude sentirlo en como me besaste y como me tocaste...

Ella no pudo evitar sonreír, acercándose aún más, rodeó su cuello con sus brazos y lo acercó aún más. Sus labios estaban a escasos centímetros del otro y ella, como toda seductora, comenzó a usar sus armas secretas.

—Sabes que te gustó... Y sé que quieres volver a hacerlo... –susurró, rozando sus labios con los de él, sin besarlo, simplemente provocandolo. Podía sentir como él se ponía duro contra su cuerpo, y eso definitivamente le llenaba el ego–.

—Tengo... Tengo esposa... –logró decir con la mandíbula apretada–. Y también tengo...

Antes de que Alexander pudiera terminar de hablar, Camila la estaba besándolo de nuevo. Un gemido involuntario se escapó de la boca del hombre y ella sonrió orgullosa, sabía que él no podía resistirse a ella.

Él quería alejarla, sabía que debía apartar a aquella mujer que lo besaba, pero en lugar de hacerlo, sus manos la atrajeron aún más cerca. Una de ella fue a su cabello, agarrándolo con fuerza mientras le devolvía el beso. La otra fue a su trasero, manoseandola a su antojo. Los gemidos se escapaban de la boca de ambos, estaban perdidos en el placer, no les importaba nada.

Él abrió lentamente los ojos y, en lugar de encontrar a su mujer rubia, se encontró con una jovencita morena.

Pero de pronto, un recuerdo invadió su mente, el recuerdo de su esposa. Y pronto empujó bruscamente a la mujer, ella se tambaleó, observándolo con desconcierto.

—Alexander...

—Vete, lárgate de mí oficina, ¡AHORA! –gritó con odio, su pecho subía y bajaba con rapidez, estaba excitado y angustiado al mismo tiempo. No podía creer que había permitido que esa mujer lo besara nuevamente. Ahora definitivamente era un jodido infiel, un traidor, había traicionado a su esposa y a su hija–.

—Pero Alexander, yo...

—¡DIJE FUERA!

Ese grito asustó mucho a la joven dama y salió rápidamente del lugar, dejándolo solo en su oficina.

Alexander definitivamente quería morir, ¿Cómo pudo haberle sido infiel a su esposa? ¡Y de forma voluntaria! Se sentó en su silla y pronto vió la fotografía que tenía en su escritorio, en la foto estaban su esposa, su niña y él. Se veían muy felices, porque así debía ser.

Pero ahora mismo, no podía pensar que esa imagen era una completa mentira, porque ahora él era un hombre infiel y, aunque sentía culpa, el deseo por lo prohibido era demasiado emocionante para él.

Bar.

El fin de semana había llegado, lo cuál era una completa tortura para Alexander, porque significaba que por dos días enteros no podría ver a su sensual y joven asistente. Antes, anhelaba que el fin de semana llegará para poder pasar tiempo con su amada esposa y su preciosa hija, pero ahora ya no estaba tan seguro. Ahora una tercera mujer ocupaba su mente y, tristemente, no era ninguna de ellas.

Entonces, en lugar de afrontar la realidad como un hombre, prefirió escaparse, como un cobarde.

—Tengo muchas películas para ver esta noche, nuestra Lily las escogió personalmente. Cómo has estado ausente estos días, ella quería recuperar el tiempo perdido con su papá, ¿Amor, te parece bien?

Victoria era calma, era paz, serenidad... Un refugio.

Mientras que Camila era fuego, era pecado, era prohibido...

Pero estaba mal, por mucho que lo anhelara, sabía que no podía seguir así.

—Suena maravilloso, cielo –respondió el hombre, causando que una sonrisa luminosa inundara el rostro de su esposa–. Pero quedé con los chicos en salir a beber hoy, espero que no te importe.

Y así, en cuestión de segundos, su hermosa sonrisa desapareció. Eso causó un dolor en el pecho de Alexander, pero prefirió no darle la importancia que debía, porque si seguía encerrado en aquella casa, perdería la cordura.

—Entiendo... Yo hablaré con Lily, tú ve a divertirte, sé que has estado muy estresado últimamente.

Su comprensión solo avivaba su culpa, ¿Cómo podía él, un hombre infiel, estar con una dama tan dulce y noble? Definitivamente no la merecía en absoluto.

—Gracias cariño, te debo una.

Esta vez, él se acercó y le dio un simple beso en los labios, pero no sintió nada. No había emoción, tampoco pasión como cuando Camila lo besaba. ¿Acaso era algún tipo de crisis de los treinta? ¿Acaso había dejado de amar a Victoria? No, no puede ser, él jamás dejaría de amar a su esposa, no importa quien venga, su corazón siempre le ha pertenecido a ella.

Alexander ignoró la mirada de decepción de su esposa, tampoco estaría para ver cómo su hija llora por su ausencia. Pues esta noche, él sólo quería desaparecer, su mente era un completo caos, sin mencionar su cuerpo.

Salió de la casa y condujo al bar lujoso, el mismo que solía frecuentar con sus amigos cuando una era soltero. Y, en efecto, allí estaban sus dos mejores amigos; Lucas y David. Pero también había alguien más, su hermano gemelo, Cédric.

Los saludó a los tres y comenzaron a beber, lo cierto es que él no quería hablar de nada, solo necesitaba beber para poder apagar su mente, porque cuando su mente estaba cuerda, sólo pensaba en Camila.

Pero, por un segundo, dejó de pensar en ella y se centró en la conversación que sus amigos estaban teniendo.

—Te lo digo, mí esposa jamás lo ha notado, he estado con cientos de mujeres hermosas y ella sigue creyendo que soy un imbécil fiel –Las palabras de David eran fuertes y claras, un hombre que se jactaba de engañar a su esposa y no sentía vergüenza de ello. Ni por todos los años de matrimonio, tampoco por sus hijos–. Te digo que Laura es muy tonta.

—¡Lo sé! –intervino Lucas–. Maria tampoco se ha dado cuenta que la he estado engañando con las alumnas de mí clase, le digo que todo el tiempo tengo seminarios en la universidad, ¡Y la tonta me cree! Pero es bueno que lo haga, así puedo disfrutar de esas hermosas jóvenes de veinte años.

Escucharlos hablar era desagradable, de hecho, Alexander ya no solía frecuentarlos porque él no apoyaba que le fueran infieles a sus mujeres, sobretodo porque ellas eran amigas de su esposa y bien sabía cuánto sufrían ellas la indiferencia de sus maridos. Sin embargo, esa noche, ¿Qué diferencia había? Él había hecho exactamente lo mismo.

—No entiendo cómo pueden estar tan tranquilos –intervino Alexander–. Esas mujeres son sus esposas por años, las madres de sus hijos, ¿Y así les pagan?

—Oh, vamos –David se burló–. No vengas a darnos lecciones de moral, si hacemos esto es porque nuestras esposas ya no nos satisfacen. Ya no se arreglan, subieron de peso y son insípidas en la cama. No tiene nada de malo, ellas siguen siendo nuestras esposas, sólo que... Ahora tenemos nuevos intereses.

Desagradable, antes Alexander había creído que sus palabras eran desagradable, pero hoy, por alguna razón, tenían sentido. Pues Victoria también había subido de peso debido a su embarazo, luego de haber tenido a Lily, el sexo disminuyó al punto de no tenerlo. O quizás, sólo eran excusas que él buscaba.

—¿Qué hay de ti, Alex? ¿Ya le fuiste infiel a la linda Victoria?

Alexander se movió incómodo, más no respondió, no pudo hacerlo. Definitivamente era un cobarde. Sus amigos compartieron una mirada burlona ente si, sabían lo que ese movimiento significaba. Sin embargo, había alguien que no sonreía, alguien que no había participado hasta ahora.

—Espera... –Alexander levantó la vista, encontrándose con la mirada dura de su hermano gemelo–. ¿Estás diciendo que le fuiste infiel a...?

—¡Oye Alexander! –Lucas lo interrumpió–. ¿No es esa tu sexy asistente la que está entrando al bar?

Alexander rápidamente miró hacia la puerta y si, era Camila, quien venía acompañada de amigas. Su corazón comenzó a latir muy rápido, al parecer ella no lo había visto, porque fueron directamente a la barra. Ella llevaba un diminuto vestido rojo que no dejaba nada a la imaginación, y simplemente verla le bastó a Alexander para sentir que sus pantalones ya estaban muy apretados.

Trató de mantener la calma, de verdad que sí, pero se llenó de rabia cuando vió a un tipejo coquetear con Camila. Y, sin pensar en sus amigos, tampoco en su hermano que estaba observando todo y, mucho menos en su esposa e hija, él fue hacia allá y le dio un puñetazo al hombre.

Porque él no quería que nadie se acerca a Camila, no quería que la toquen, porque ella solo podía ser suya.

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