La casa presidencial rebosaba de periodistas, luces destellaban con intensidad, y las voces mezclaban elogios ensayados con murmullos de aprobación. El motivo de la celebración era el logro académico de Natalia Carmona, sobrina del presidente, convertida en un símbolo conveniente del supuesto espíritu piadoso y familiar de Carmelo Carmona.
Con un gesto estudiado, Carmelo alzó su copa en dirección a Natalia, sonriendo con esa expresión perfectamente medida que hacía que la gente lo viera como un líder admirable.
—Me siento muy orgulloso de esta talentosa chica —pronunció con tono solemne, como si la afirmación viniera del fondo de su corazón.
Los periodistas captaron el momento de inmediato, interpretando la sonrisa que Natalia le devolvió como una prueba de admiración filial. Ninguno de ellos, sin embargo, tenía la más mínima idea de la tormenta que se desataba en el interior de la joven. Fingía como siempre, porque no había otra opción.
Carmelo, siempre el maestro de la manipulación, decidió extender la celebración hacia otro logro familiar.
—Aunque este no es el único motivo de celebración —continuó con una pausa calculada—, porque la casa presidencial está llena de chicos talentosos.
Desvió la mirada hacia su hijo Rómulo, quien, a diferencia de Natalia, no disimulaba tan bien su desagrado.
Rómulo también había obtenido su grado en Arquitectura con méritos sobresalientes. Estaba lleno de sueños y esperanzas, pero ninguno de esos sueños incluía seguir el camino que su padre quería para él. Más bien, se trataba de trazar su propio destino y llevar consigo lo que más le importaba: sus primas Natalia, de 18 años, y Verónica, de 16. Esa idea era su verdadero motivo de regocijo, no aquella celebración forzada.
—¡Felicitaciones para Natalia y Rómulo! —exclamó Carmelo, con una emoción fingida que pocos en la sala podían detectar como tal.
Acto seguido, llevó su copa a los labios con elegancia, un gesto que mezclaba clase y una leve vulnerabilidad que, como siempre, cautivaba a las masas.
—¡Siento tanto orgullo porque en mi familia hay mucho talento! —agregó con una sonrisa magnética.
Nada de aquello era cierto. A excepción de Rómulo, Natalia y Verónica, los otros hijos de Carmelo, Roberto y Mireya, eran flojos, poco aplicados en los estudios, más inclinados a los excesos y los problemas que a los logros. Pero Carmelo, aunque consciente de ello, jamás perdería la oportunidad de promocionarse como el patriarca ideal.
En medio de aquel espectáculo, Rómulo se inclinó hacia Natalia y murmuró con fastidio:
—Me duele la cara de tanto fingir y sonreír.
Natalia mantuvo la expresión impecable mientras respondía con la misma sonrisa fingida que había perfeccionado con los años.
—Descuida, Rómulo, ya está por terminar esta tortura.
Mientras los flashes seguían capturando el momento y los brindis continuaban, Rómulo y Natalia mantenían el contacto que, en secreto, siempre habían preservado a espaldas de Carmelo. Ambos sabían que, si su padre llegaba a descubrir lo que tramaban, estarían en serios problemas.
En el fondo, Rómulo solo esperaba el día en que Natalia obtuviera su grado, el momento exacto en que podrían planear su escape definitivo de la casa opresiva en la que vivían. Soñaba con sacarlas a ella y a Verónica de aquel ambiente tóxico y empezar de nuevo lejos del control férreo y abusivo de su padre.
Se inclinó levemente hacia Natalia y le susurró al oído:
—Cada vez estoy más cerca de cumplir la promesa que les hice.
Pero algo insólito ocurrió durante la cena. Natalia, ansiosa y nerviosa, deslizó su mano bajo la mesa y tomó la de Rómulo. Él, acostumbrado a estos gestos fraternos, no reaccionó de inmediato. Sin embargo, en cuestión de segundos, sintió que el toque ya no era el mismo. No era solo apoyo o conexión familiar… había cambiado y era algo más íntimo.
Un escalofrío recorrió a Rómulo, una sensación desconocida y abrumadora se alojó en su pecho. Por primera vez, su percepción de Natalia no era la de su prima a quien debía proteger, sino la de una mujer, y eso lo aterrorizó.
Esa noche, en un espacio que ambos sabían era un punto ciego de la cámara, ocurrió lo impensable, se dieron su primer beso y aunque ambos sabían que estaba mal no podían detenerse, esta situación continuó por las siguientes semanas.
Natalia observó a Rómulo con incredulidad. La idea de que él aceptara un puesto en el ministerio de infraestructura, un obvio acto de nepotismo, le parecía desconcertante.
—¿Por qué aceptaste el trabajo que te ofreció el tío? —preguntó, con el ceño fruncido.
Rómulo, con la mirada fija en la copa que sostenía entre las manos, suspiró antes de responder.
—Natty, si queremos huir, debemos dejar que papá crea que todo está bien y baje la guardia —aseguró con firmeza.
Natalia entrecerró los ojos, analizando cada palabra con cautela.
—Pero estás atándote más a él. A su red. A sus reglas.
Rómulo levantó la vista, su expresión endurecida por la convicción.
—Lo sé. Pero si parezco demasiado distante, si me rehúso abiertamente, papá comenzará a sospechar. Mejor que piense que finalmente acepté ser parte del juego.
Natalia tragó saliva. Nunca le había gustado ese tipo de estrategias, pero sabía que con Carmelo no había margen para errores.
—¿Estás seguro de que esta es la mejor manera? —susurró, todavía escéptica.
Rómulo deslizó una mano sobre la mesa y tocó suavemente la de Natalia, un gesto de confianza.
—No hay otra opción, Natty. Si queremos salir de aquí, debemos ser más listos que él.
Ella asintió lentamente, aunque no le gustaba mucho la idea, confiaba en Rómulo y en el fondo, los dos sabían que la farsa solo era el primer paso hacia la libertad.
—Descuida, todo va a salir bien — le aseguró Rómulo — Solo tienes que confiar en mí
Rómulo acarició su mano en un gesto muy íntimo, sabiendo que cada vez estaba más confundido cuando se trataba de Natalia.
A sus 24 años, Rómulo nunca había tenido una relación. No porque le faltaran oportunidades, sino porque el peso de su apellido era demasiado. Ser un Carmona significaba que cada mujer que se acercaba lo hacía con segundas intenciones, buscando más el poder y el prestigio de su familia que a él como persona. Esa realidad lo había llevado, inconscientemente, a cerrar su corazón y a desconfiar de cualquier emoción genuina.
—Natty esto no está bien, debemos parar — dijo Rómulo intentando mostrarse fuerte
Por eso, cuando sus sentimientos por Natalia comenzaron a cambiar, se sintió atrapado en una encrucijada que no sabía cómo resolver.
La amaba, sí, pero ¿qué clase de amor era? ¿Era el amor por la mujer que lo miraba con ternura cuando nadie más lo hacía? ¿Era el amor por la persona que lo hacía sentir menos solo en la prisión dorada de la casa presidencial?
O, más inquietante aún, ¿cuánto de ese amor provenía del hecho de que ella era la hija de Juan Carmona, el hombre al que siempre había admirado y que había sido arrebatado por culpa de su padre?
La duda lo consumía. ¿Era Natalia un reflejo de la figura paterna que perdió demasiado pronto? ¿O era ella, en esencia, la mujer que realmente despertaba su deseo?
El conflicto se volvía insoportable, porque si era lo primero, entonces aquello que sentía no era amor, sino una búsqueda desesperada por llenar un vacío en su interior, pero si, por el contrario, era lo segundo, entonces estaba aún más perdido de lo que creía.
—¿Rómulo, tú también me consideras indigna? — preguntó Natalia con los ojos enrojecidos.
Rómulo no soportó ver esa imagen de Natalia sintiéndose rechazada por la única persona en la cual confiaba así que tomó su quijada y le dio un beso lleno de pasión luego de eso cruzaron todos los límites entre un hombre y una mujer, siendo esta la primera vez de ambos, y aunque fueron muy discretos con su romance en la casa presidencial no había nada oculto y pronto lo descubrirían de la peor manera.
Rómulo estaba atrapado en una tormenta de emociones, debido a lo que acababa de ocurrir con Natalia, además de que sus sentimientos se confundían, y su razón luchaba contra su corazón, además de que la culpa se entrelazaba con el deseo de actuar como un hombre y asumir su responsabilidad y sus planes iniciales ahora no servían de nada y necesitaba un camino que le diera una salida definitiva.
Así que con voz firme y una mirada decidida, le hizo una propuesta que venía gestando desde hacía días cuando notó que la intimidad entre ellos cada vez era mayor.
—Natty, huyamos con Verónica —murmuró Rómulo, acariciando su cabello, como si el contacto pudiera disipar el miedo que veía reflejado en sus ojos.
Natalia lo miró, aterrada por la posibilidad.
—Rómulo, tengo miedo de lo que pueda hacer el tío…
Rómulo apretó la mandíbula, sosteniendo su resolución con más fuerza.
—No te preocupes porque tengo algo de dinero ahorrado, y con eso podemos irnos al país del Este los tres y empezar de nuevo, lejos de todo esto —aseguró, antes de besarla con intensidad, queriendo imprimir en ese gesto la promesa de un futuro diferente.
Cuando se separaron, Natalia todavía tenía dudas, pero Rómulo se aferró a la convicción de que esta era la única manera y solo así podría protegerlas, aunque ni el mismo estaba seguro de si esta era la mejor decisión.
Tres días antes….
En la sala privada del palacio presidencial, un ambiente de elegancia marcada por la tensión que se respiraba en el aire, Margarita de Carmona, la primera dama, se encontraba sentada tras un majestuoso escritorio de caoba y su porte imponente y su rostro, tan encantador como intimidante, dejaban en claro que es una mujer de carácter férreo y su sola presencia le había ganado el respaldo absoluto del pueblo, tanto que ni siquiera el tirano Carmelo Carmona se atrevía a desafiarla.
De repente, el asistente personal irrumpió en la estancia con paso medido y respetuoso, trayendo consigo un sobre sellado del servicio secreto y con voz discreta, anunció:
—Señora, acaba de llegarnos información confidencial.
Margarita extendió lentamente la mano, y tomó el sobre y, rompiendo el sello con determinación, revisó brevemente su contenido y sus ojos se agrandaron, reflejando un horror mezclado con furia contenida: porque la información implicaba a Rómulo Carmona Jr. y a Natalia Carmona en un asunto delicado el cual amenazaba con desestabilizar el ya frágil orden familiar.
Con un gesto brusco, levantó la mirada hacia su asistente y, con voz cortante, le preguntó:
—¿Alguien más tiene conocimiento sobre esto?
El asistente, con voz temblorosa, pero firme, respondió:
—No, señora. Le aseguro que esta información se ha mantenido en el más estricto secreto y solo nosotros la conocemos.
Mientras el silencio se adueñó de la sala y el ambiente se cargó de la gravedad de la situación, la mirada de Margarita se suavizó momentáneamente, revelando un dolor profundo e inconfesable, y en un susurro interno, se reprochó a sí misma, porque sabe que de alguna manera tuvo algo que ver con la muerte tanto de la madre de Rómulo como la de Natalia y esa pesada culpa le marcaba el alma, y se convenció a sí misma de que era su obligación moral proteger a Rómulo y a Natalia de la incesante furia y la ambición despiadada de Carmelo.
Con voz autoritaria y una pizca de melancolía, Margarita trazó un plan para cortar esta situación de raíz:
—Escucha: necesito un listado de las mujeres solteras más adecuadas para Rómulo Carmona Jr. Y quiero tenerlo listo en dos horas.
—Y, de paso, tráeme un vaso de agua y un analgésico —añadió, dejando entrever la fatiga que ocultaba en ese momento.
El asistente asintió y se retiró rápidamente con diligencia, dejando atrás el peso de la conversación. Margarita, sola nuevamente en su despacho, deslizó los dedos sobre el sobre que descansaba frente a ella, su mente atrapada entre los recuerdos dolorosos y la culpa ineludible que llevaba consigo. Se reprochaba en silencio el papel indirecto que había jugado en aquellas tragedias familiares, el eco de decisiones pasadas que aún la perseguían.
Pero el remordimiento, lejos de debilitarla, solo reforzaba su determinación. Miró por la ventana, observando el horizonte como si pudiera encontrar respuestas en él. Sabía que cada minuto contaba, que el destino de esos jóvenes dependía de su habilidad para mover las piezas a su favor. Con voz baja, pero decisiva, pronunció palabras que sellaban su compromiso:
—No permitiré que el pasado destruya el futuro de estos dos jóvenes.
Con esa convicción, guardó cuidadosamente el sobre en un cajón oculto del escritorio, respiró profundo y enderezó los hombros, preparándose para enfrentar el desafío que tenía por delante, y esta vez, no fallaría.
Dos horas después, el asistente personal regresó a la sala con un nuevo sobre en la mano, y su tono discreto reflejaba la importancia de la información que traía consigo.
—Señora, estos son los expedientes de las mujeres más adecuadas según sus requerimientos.
Margarita extendió lentamente la mano y tomó el sobre, rompiendo el sello con precisión. Sus ojos recorrieron los nombres y los datos con rapidez, pero a pesar de las cualidades destacadas de algunas de ellas, ninguna lograba captar su atención, hasta que llegó a un apellido que despertó su interés: León.
Entre los datos aparecían las hijas de la familia León: Karin y Katherine, de 25 y 24 años respectivamente y sin perder tiempo, dirigió su mirada afilada hacia el asistente, con voz cortante, preguntó:
—¿Algo más que deba saber sobre la familia León?
El asistente, siempre preciso, respondió sin titubeos:
—Aunque son padres amorosos con sus hijas, en realidad les dan prioridad a sus hijos varones.
Margarita frunció el ceño. Aquella revelación le provocó una mezcla de molestia y cálculo frío porque odiaba esa actitud, la había visto demasiadas veces en su vida, y sabía cómo afectaba a quienes quedaban relegadas en un hogar donde el apellido lo era todo e imaginó la posición de esas chicas dentro de su familia, y comenzó a ver cómo podía aprovecharse de ello.
Respiró hondo, templando su determinación con la claridad del estratega que siempre había sido.
—Explícame, ¿quiénes son estas mujeres de la familia León? Necesito conocer todos los detalles.
El asistente asintió y prosiguió con la información en tono profesional:
—La familia León ha sido comerciante de renombre durante más de 60 años. En cuanto a sus hijas, Karin, la mayor, es una joven sobresaliente: deportista consumada, posee un carisma natural y fue coronada reina de belleza en su facultad. Su porte es elegante y su energía deslumbran en cualquier entorno.
Margarita esbozó una leve sonrisa de incredulidad.
—Nadie es tan perfecto.
El asistente, con la misma discreción de siempre, añadió:
—Existe un rumor de que mantiene una relación ambigua con su amigo de la infancia.
Margarita asintió, pensativa, no descartaría a Karin todavía, pero le daría el beneficio de la duda antes de tomar una decisión.
—¿Qué hay acerca de la menor? —preguntó con interés.
—Katherine, la hija menor, es un poco más frágil de salud, pero se destaca por su inteligencia excepcional y su aguda capacidad analítica.
Margarita asintió lentamente y mientras procesaba la información, en su rostro se dibujaba una mezcla entre interés y determinación, sabía que allí, en esa familia, en esas dinámicas desbalanceadas, podía encontrar lo que buscaba, con voz autoritaria, emitió su nueva orden:
—Necesito que concretes una cita con la familia León para hoy mismo. Quiero conocer a esas jóvenes antes de hablar con Rómulo.
El asistente se retiró de inmediato, mientras Margarita volvía a mirar por la ventana porque esa visita no sería solo un encuentro casual y sería el inicio de un movimiento calculado, una pieza más en el tablero de ajedrez que estaba construyendo para cambiar el futuro y la pregunta era: ¿Cómo reaccionarían las hijas de la familia León a la propuesta que estaba por hacer?
Margarita estaba dispuesta a tomar las riendas y a forjar nuevas alianzas en pos de la seguridad de su familia, la cita con las hijas de la familia León se convertiría en el primer paso para reordenar el destino familiar, cada minuto contaba, y no podía permitirse distracciones.
En su prisa, cruzó uno de los pasillos de la casona presidencial y, sin esperarlo, se encontró de frente con Carmelo, y, el choque fue tan repentino que su cuerpo se tensó por un breve instante, pero se recompuso de inmediato, manteniendo la elegancia que la caracterizaba.
El presidente la observó con su habitual mirada desconfiada, los ojos entrecerrados con una curiosidad latente.
—¿Qué tiene tan apurada a mi Primera Dama? —preguntó con tono inquisitivo, dejando claro que no le gustaban los movimientos apresurados sin explicación.
Margarita, acostumbrada a las maniobras políticas, supo al instante que debía ofrecerle un fragmento de información, lo suficiente para calmar su curiosidad, pero no tanto como para que comenzara a indagar demasiado.
—Es que estuve pensando en que ya es momento de que Rómulo se case —dijo con un aire de lógica calculada.
Carmelo enarcó una ceja con interés y extendió una mano.
—Muéstrame el expediente.
La Primera Dama, sin resistencia, le entregó el documento con serenidad y Carmelo hojeó las páginas durante unos minutos, con su expresión serena, pero analítica, hasta que finalmente asintió con aceptación.
—Como siempre, hiciste un excelente trabajo, Margarita —comentó, con un tono apreciativo pero distante—. Aunque me pregunto cómo vas a convencer a mi terco hijo.
Margarita tomó el expediente que Carmelo le devolvía y, sin perder la compostura, se inclinó levemente hacia él y le dio un beso en la mejilla, un gesto calculado que mezclaba afecto con estrategia, cuando se separó, su mirada adquirió una frialdad serena.
En su mente, el plan estaba claro: o Rómulo hacía lo que ella decía, o Natalia y Verónica pagarían las consecuencias, lo amaba, como a un hijo, pero también necesitaba enseñarle una lección.
—Descuida, cariño. Tengo mis métodos —dijo con una seguridad absoluta.
Carmelo soltó una leve carcajada, con esa sorna que dejaba claro que, aunque respetaba la astucia de Margarita, no la subestimaba.
—No me atrevo a dudarlo, querida.
La reunión, aunque breve, dejó a Margarita más alerta que nunca, sabía que cada minuto contaba, y no tenía garantías de cuánto tiempo tardaría en llegar a los oídos de Carmelo la verdad sobre Rómulo y Natalia y si su esposo descubría lo que ocurría entre ellos, el resultado sería desastroso, por eso, debía actuar con rapidez.
—Mantenme informado, Margarita —ordenó Carmelo, con un tono que no daba pie a objeción.
Margarita le sostuvo la mirada y, con una sonrisa melosa y perfectamente ensayada, respondió:
—Siempre lo hago, mi amor.
Margarita, sin perder más tiempo, se dirigió a la casa de la familia León, porque quería evaluar de cerca la alianza que estaba por proponer, y asegurarse de que el plan que había diseñado encajara con la situación que encontraría.
Al llegar, quedó impresionada por el ambiente discreto y próspero que reinaba en la residencia. La familia León, reconocida por más de 60 años en el comercio, mantenía un perfil bajo, lejos del escándalo y de la ostentación innecesaria.
Sin embargo, en esta ocasión, se esmeraron en halagarla a ella, la imponente Primera Dama, y Margarita, con la mirada afilada, tomó nota de cada gesto, cada palabra, y cada mirada furtiva.
Porque este encuentro no era solo una cortesía, sino una jugada en el tablero de poder.
Durante la visita, tanto Edison como Griselda León se esforzaron al máximo para hacer sentir bienvenida a la Primera Dama, y cada palabra estaba meticulosamente calculada para proyectar la imagen perfecta de una familia respetable.
—Nos honra mucho con su presencia —dijo Edison con un tono halagador que sonaba casi ensayado.
—Cuando su asistente mencionó que estaba interesada en hablar con nosotros sobre una alianza estratégica, nos sorprendió mucho —añadió Griselda con excesivo interés, su sonrisa era tensa pero impecable.
Margarita, sin perder tiempo en cortesías innecesarias, respondió con la frialdad que la caracterizaba:
—Quería conocerlos para concertar un matrimonio con mi hijo mayor.
El silencio que siguió fue breve, pero cargado de significado, Edison reaccionó rápido, recuperando la compostura con una sonrisa complaciente.
—Nos honra con su interés por nuestra familia.
Griselda, por su parte, se apresuró a asentir, aunque en sus ojos se delataba el cálculo de una madre que veía una oportunidad demasiado valiosa como para desaprovecharla.
Margarita sabía que no se había equivocado y que esta familia no era diferente a la suya en el pasado, donde las mujeres eran utilizadas como piezas de alianzas estratégicas, y ahora solo quedaba determinar cuál de estas dos jóvenes serviría mejor para sus fines.
Con voz firme y sin permitir réplicas, pidió:
—Me gustaría conversar a solas con cada una de sus hijas.
Karin, la mayor, fue la primera en presentarse, su sonrisa era encantadora, su porte elegante, y cada palabra que salía de su boca estaba diseñada para impresionar, sin embargo, Margarita no tardó en detectar la falsedad detrás de aquella actitud refinada.
La elocuencia de Karin era demasiado calculada, sus halagos sonaban vacíos, y el conocimiento de su relación ambigua con su amigo de la infancia Ibrahim solo reforzaba la sensación de que se trataba de una mujer experta en obtener lo que quería.
Katherine, por el contrario, mostró un comportamiento radicalmente distinto. Mientras sus padres seguían adulando sin medida a Margarita, la menor de las hermanas parecía ajena a toda la teatralidad que se desarrollaba frente a ella.
Observaba la escena con una mezcla de aburrimiento y desgano, y, en un momento, incluso llegó a poner los ojos en blanco de manera casi imperceptible.
Ese gesto no pasó desapercibido para la Primera Dama, y lejos de irritarla, la insolencia de Katherine la cautivó y en ella, vio algo que no encontraba en Karin: autenticidad.
Margarita fijó la mirada en la joven, en su desinterés genuino, en su resistencia silenciosa al espectáculo de elogios que sus padres insistían en representar, sí, esta era la actitud que necesitaba para Rómulo.
—Esa naturaleza desenvuelta y sincera —pensó Margarita en silencio—, es justo lo que necesito para mi querido Romy.
Convencida de que la familia León podía ser una pieza clave en su estrategia, y que Katherine representaba la candidata ideal para brindar a su hijastro protección y estabilidad, Margarita no perdió tiempo.
Se giró hacia su asistente y emitió su orden con voz autoritaria:
—Concreta una cita con ambas jóvenes a la brevedad, porque quiero conocerlas más antes de hablar con Rómulo.
Mientras el asistente asentía y se retiraba a cumplir la instrucción, Margarita trazaba el siguiente movimiento en su mente con absoluta precisión, esta alianza no solo aseguraría un futuro más seguro para su familia, sino que le permitiría mantener el control sobre Rómulo y evitar que sus decisiones personales amenazaran la estructura que ella había trabajado tanto para construir.
La residencia de la familia León estaba sumida en un ambiente de tensión apenas disimulada, en el amplio salón, decorado con una elegancia que reflejaba el prestigio de la familia, Edison y Griselda León se encontraban de pie frente a sus hijas, Karin y Katherine, impartiendo las instrucciones que debían seguir en la reunión con la Primera Dama.
Edison, con su expresión solemne y su postura imponente, comenzó con su discurso calculado:
—Mañana, cuando se reúnan con la Primera Dama, quiero que sean impecables. La familia León debe proyectar seguridad, respeto y compromiso.
Griselda, más sutil, pero igual de exigente, completó la idea con su tono persuasivo:
—Especialmente tú, Karin, sabemos que tienes una presentación admirable, pero aquí no se trata de impresionar como reina de belleza. Debes demostrar que eres una mujer digna de un compromiso sólido.
Karin, que hasta entonces se había mantenido en silencio, tensó los labios y respiró hondo, conteniendo la incomodidad que se expandía en su pecho. Sabía lo que sus padres querían, y lo que esperaban de ella, pero su corazón pertenecía a alguien más.
—No tiene sentido discutirlo, ¿verdad? —murmuró con una sonrisa ensayada, elegante pero vacía.
Edison asintió con satisfacción.
—No, Karin. No lo tiene.
Ella lo sabía, y no importaba cuánto se negara porque a los ojos de sus padres, su relación con aquel militar en ascenso era un problema debido a que no era lo suficientemente respetable para ellos, no tenía el apellido correcto, y ahora, la reunión con la Primera Dama lo dejaba muy claro, además había sido escogida para algo más grande, para una alianza que iba más allá de sus sentimientos.
Mientras Karin se resignaba a la diplomacia, Katherine observaba la escena con los brazos cruzados, su expresión reflejando una impaciencia que cada vez le costaba más contener.
—¿Y yo qué? —interrumpió con un tono de desafío—. ¿Qué se suponen que esperan de mí?
Griselda le dedicó una mirada severa antes de responder.
—Katherine, querida, solo necesitamos que seas prudente y discreta, porque esta es una reunión muy importante para nuestra familia.
Katherine soltó una breve carcajada cargada de ironía.
—¿Discreta? —repitió, con incredulidad—. No soy una moneda de intercambio como Karin.
Edison frunció el ceño.
—Katherine, esto no es un juego. Es una oportunidad para nuestra familia.
La joven se irguió, manteniéndose firme en su postura.
—Yo ya tengo mi oportunidad. Quiero construir mi carrera como decoradora de interiores, no como esposa de nadie.
Griselda suspiró con frustración.
—No estamos diciendo que renuncies a tus sueños. Solo queremos que tengas una actitud adecuada.
Katherine apretó la mandíbula, conteniendo su deseo de replicar. Sabía que, por más que discutiera, sus padres nunca la verían como algo más que una pieza dentro de sus cálculos familiares.
Sin embargo, ella no era como Karin, pero no estaba dispuesta a jugar su juego.
No obstante, en ese momento, ambas hermanas compartían el mismo pensamiento: la reunión con la Primera Dama sería un punto de inflexión, para Karin, significaba la confrontación definitiva con su futuro impuesto y para Katherine, porque era la oportunidad de probar que su vida le pertenecía solo a ella.
Mientras la tensión se asentaba en la habitación, cada una con su propia lucha interna, la cena terminó en silencio, pero la mañana siguiente traería consigo el primer paso hacia un destino que ninguna de ellas había planeado.
Cuando Margarita regresó a la casa presidencial después de su reunión con la familia León, el ambiente en los pasillos estaba más silencioso de lo habitual y fue entonces cuando notó la figura de Carmelo, esperándola con una postura relajada, pero calculada, el encuentro no estaba planeado, y aunque su corazón dio un pequeño vuelco, no dejó que el desconcierto se reflejara en su rostro.
Con la misma elegancia que la caracterizaba, se acercó y, sin pensarlo demasiado, lo besó en los labios, un gesto de calidez que ambos rara vez compartían últimamente, esto era un reflejo de lo que alguna vez fueron, y con el tiempo y el desgaste de su relación habían erosionado hasta volverse una sombra de lo que fue.
Carmelo la miró con una expresión indescifrable.
—¿Por qué me esperaste? —preguntó Margarita con suavidad, aunque ya sospechaba la respuesta.
Él sonrió con la confianza de quien está acostumbrado a controlar cada situación.
—Solo quería cenar con mi amada esposa.
Margarita fingió creerle, asintiendo con una dulzura ensayada, porque sabía perfectamente que la verdadera razón no era ella, sino las candidatas que había encontrado para su hijo, Carmelo no perdía el interés en controlar cada aspecto de la vida de Rómulo, incluso en cuestiones de matrimonio.
La cena transcurrió en una fingida armonía, Margarita respondía con cortesía, con gestos perfectamente calculados, mientras Carmelo la interrogaba con una sutileza disfrazada de conversación casual.
—Así que… ¿Quiénes son estas jóvenes? —preguntó con aparente interés.
Margarita sostuvo su copa con delicadeza antes de responder.
—Son mujeres excepcionales, pero aún debo entrevistarlas mañana para determinar cuál es la mejor opción.
Carmelo entrecerró los ojos con astucia.
—Estaré presente — insistió Carmelo.
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