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¿Y Si Me Quedo?

Capítulo 1

02:30 de la mañana

El reloj de la sala de descanso marcaba las 02:30 de la mañana, y el silencio era casi absoluto. El zumbido del aire acondicionado llenaba el espacio, mezclado con el sonido bajo de la lista de reproducción instrumental que Thiago escuchaba para intentar controlar la ansiedad. Estaba acostado en el pequeño sofá, abrazado a su propio abrigo, con los ojos entrecerrados, tratando de encontrar un poco de paz. Pero la paz nunca duraba mucho para alguien como él.

De repente, la alarma sonó en el hospital, estridente y urgente.

—Código rojo. Accidente múltiple. Sector de emergencia. Repitiendo: código rojo.

Thiago se levantó de un salto, el corazón latiendo con fuerza. Cogió su portapapeles, se ajustó la identificación en el pecho y salió casi corriendo por los pasillos aún vacíos. Ya conocía el protocolo: debía permanecer en su propio sector, pero algo dentro de él, un instinto tal vez, lo empujó en la dirección contraria.

Cuando llegó a la entrada de la emergencia, el caos ya había comenzado. Sirenas, gritos ahogados, los paramédicos trayendo pacientes uno tras otro, todos ensangrentados, algunos inconscientes. Un accidente grave en la carretera: seis víctimas, tres en estado crítico.

Thiago miró hacia un lado y reconoció las batas azules del ala de neurocirugía. Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Era el área de Dominic Vasconcellos.

Aun así, movido por las ganas de ayudar, corrió hacia allá.

—¡Eh, tú! —gritó una enfermera, señalando—. ¡Lleva esta camilla directo a la sala de trauma 3!

Thiago asintió rápidamente y comenzó a empujar la camilla con agilidad. El paciente convulsionaba levemente, con un corte profundo en el cráneo. Al entrar en la sala, se topó con él.

Dominic Vasconcellos.

Postura rígida, manos enguantadas, ojos afilados como bisturíes. Un hombre frío, meticuloso, intimidante. Y, aun con todo eso, el corazón de Thiago latía diferente solo con verlo. Era un amor silencioso, platónico, doloroso.

—¿Qué haces aquí? —disparó Dominic, sin desviar los ojos del monitor.

—Yo… vine a ayudar. Faltan manos y… y esta paciente… —intentó explicar, tartamudeando.

—No perteneces a esta ala. —El tono fue cortante como una navaja—. Eres solo un técnico, y además un becario. ¿Quieres presumir? ¿Quieres mostrarte útil donde no es necesario? Sal. Ahora.

Las palabras lo golpearon como una bofetada.

Thiago tragó saliva. Miró a su alrededor, sin saber a dónde ir, sintiendo la mirada de todos los otros profesionales sobre sí, como si fuera un error, una vergüenza. Sus manos temblaban, no solo por el nerviosismo, sino por la vieja amiga ansiedad que ya estaba picando su pecho.

—Dominic, él solo quería ayudar —dijo una enfermera, en voz baja.

—No tiene preparación para esto —replicó el neurocirujano, nada conmovido—. Si algo sucede, el que va a responder soy yo. Ahora sácalo de aquí.

Thiago sintió el rostro arder. La vergüenza quemaba tanto como el dolor. De todas las personas, él, el hombre por quien su corazón latía en secreto desde hacía dos años, fue quien lo tiró al suelo con palabras crudas y sin piedad.

—L-lo siento… —murmuró, dando dos pasos hacia atrás.

—No tienes que disculparte. Solo desaparece.

Thiago salió de la sala, tragando lágrimas, el pecho en colapso. No quería llorar allí. No quería darle a Dominic la mínima satisfacción de verlo quebrar.

Pero Dominic no sabía que aquel chico de bata simple y ojos dulces… era hermano de su mejor amigo. Hijo del dueño del hospital. Y que detrás de la sonrisa inocente, había un corazón profundamente herido que solo quería ser aceptado, y tal vez, ser amado.

Thiago caminaba rápido por el pasillo lateral, la cabeza baja, los ojos llorosos. Cada paso resonaba como una acusación. La bata parecía más pesada que nunca, apretando su pecho como si quisiera aplastar todo por dentro. Él solo quería ayudar. Solo quería hacer algo bien. Ser visto. Ser útil. Pero todo lo que consiguió fue ser tratado como un estorbo, de nuevo.

Empujó la puerta de la sala de descanso con fuerza y, en cuanto se encerró allí dentro, se derrumbó en el suelo. Las lágrimas vinieron sin permiso, calientes, silenciosas. Apoyó la frente en las rodillas y respiró hondo, intentando contener el llanto, pero su garganta estaba demasiado apretada.

"¿Quieres presumir? Solo desaparece".

Las palabras de Dominic martilleaban en su cabeza. Ya había sido humillado en la infancia por sus padres, ignorado, despreciado... pero escuchar aquello de alguien que admiraba tanto, que lo hacía soñar en silencio, dolía de una forma diferente. Peor. Más profunda.

El celular vibró. Era un mensaje de Theo.

> 🌙 Theo: ¿Estás bien? Te vi saliendo del ala de Dominic… ¿qué pasó?

Thiago miró la pantalla por largos segundos antes de responder.

> Thiago: Nada grave. Solo intenté ayudar y me regañaron. Voy a quedarme aquí un rato. No le cuentes nada, ¿sí?

Segundos después, el celular sonó. Era Theo, claro. Dudó, pero atendió.

—Hermanito, ¿qué te hizo? —la voz de Theo venía cargada de preocupación.

—Nada, de verdad… yo solo… invadí su ala sin permiso. Fue mi culpa. Pensé que podía ayudar y…

—¡No importa! —interrumpió Theo—. Solo quisiste ayudar. ¡Y él no tenía derecho de hablarte así!

Thiago cerró los ojos, mordiendo los labios. No quería que su hermano creara confusión por su causa. Ya bastaba con ser una carga para sus padres.

—Theo, por favor… solo déjame tranquilo. Solo quiero que esta noche termine pronto.

Hubo un silencio del otro lado de la línea. Entonces Theo suspiró, derrotado.

—Está bien. Pero, Thi, él no tiene idea de quién eres. ¿Y sabes qué es peor? Siempre me dice que odia a la “gente mimada que cree que solo porque tiene apellido puede todo”. Si supiera quién eres, dudo que tendría el coraje de tratarte así.

Thiago sonrió triste, con los ojos aún llenos de lágrimas.

—Tal vez sea mejor que siga sin saberlo…

—No tienes que esconderte, Thiago. Eres increíble. Mucho más de lo que ellos pueden ver.

Thiago solo negó con la cabeza en silencio.

Después de colgar, se quedó allí por largos minutos. El rostro aún húmedo, el pecho apretado, pero el llanto había cesado. Solo quedaba el vacío. Un silencio que gritaba por dentro.

Del lado de afuera, el hospital seguía en el caos. Pero dentro de aquella sala, había solo un chico intentando entender si aún valía la pena luchar.

Y sin darse cuenta, del otro lado de la puerta entreabierta, un par de ojos oscuros observaba en silencio.

Dominic.

No escuchó todo. Pero lo suficiente para sentir una leve molestia en el pecho, algo que no entendía. Algo que lo irritaba.

Y, por primera vez, se preguntaba: ¿quién diablos era ese chico?

Capítulo 2

Silencio en Día Libre

El sonido del despertador sonó a las 07:00, pero Thiago no se movió.

Era su día libre, y eso debería significar descanso, paz… libertad. Pero para él, era solo otro día de soledad. Un largo intervalo entre un turno exhaustivo y otro, donde todo lo que más intentaba evitar — pensamientos, recuerdos, angustias — volvían a surgir.

Continuó acostado, encogido bajo la cobija ligera, con los ojos abiertos y perdidos en el techo de la habitación. La luz del sol entraba tímida por las rendijas de la cortina. Afuera, el mundo seguía normalmente. Adentro, todo parecía en suspensión.

Tomó el celular. Ningún mensaje nuevo. Ninguna llamada.

Solo el silencio.

Suspiró y rodó hacia el lado. Vio la foto que aún insistía en mantener como fondo de pantalla: él y Theo, sonriendo en un raro fin de semana en la playa. Era una de las únicas memorias buenas que guardaba de la vida en familia, antes de que todo se derrumbara. Antes de que los padres lo llamaran vergüenza. Antes de que el padre dijera, con frialdad quirúrgica, que él era una falla de carácter, una desviación inaceptable.

El rechazo no dolía más como antes… pero aún dejaba marcas.

Se levantó lentamente. Fue hasta la cocina minúscula de su apartamento y preparó un café solitario. Pasó por la estantería donde guardaba algunos libros de enfermería y una caja de madera. Se quedó parado frente a ella por largos segundos antes de abrirla.

Allí dentro, cartas que nunca fueron enviadas. Todas escritas para el mismo destinatario:

Dominic Vasconcellos.

Palabras que jamás serían leídas. Deseos que nunca serían atendidos. Un amor imposible, ridículo, unilateral. Pero era allí donde él colocaba todo lo que no podía decir en voz alta. Y tal vez nunca dijera.

Con la taza en las manos, Thiago se sentó en el sofá y encendió la TV solo para llenar el vacío. Las noticias pasaban como ruido blanco. Él miraba, pero no veía. El pensamiento aún estaba preso en la noche anterior — en la voz fría de Dominic, en las palabras duras, en la mirada de desprecio. Él no conseguía entender cómo podía amar a alguien que lo lastimaba tanto. Pero el corazón era terco… y tonto.

Alrededor de las diez, Theo mandó un mensaje:

> 🌞 Theo: Hermanito, ¿vas a salir hoy? Yo estoy de guardia hasta las 20h, pero después paso por ahí. ¿Quieres cenar conmigo?

Thiago sonrió levemente. Theo siempre intentaba compensar todo lo que el mundo le arrancaba.

> Thiago: Quiero sí. Voy a esperarte.

Era extraño cómo pequeños gestos, como aquel mensaje, aún conseguían mantenerlo entero. Incluso cuando todo dentro de él parecía derrumbándose.

Decidió entonces tomar un baño, vestir una ropa cómoda y caminar hasta la plaza cerca de casa. El aire fresco tal vez ayudara a vaciar la mente. Llevó consigo un libro — incluso que supiera que no iba a leer ninguna página.

Se sentó en un banco bajo la sombra de un árbol. Parejas pasaban de manos dadas. Niños corrían. Personas sacaban fotos, reían, vivían. Y él… solo existía.

Fue en ese momento, mirando el mundo girar a su alrededor, que se preguntó:

“¿Y si yo no estuviera más aquí? ¿Alguien sentiría falta?”

La pregunta quedó suspendida en el aire, como humo. Dolorosa. Cruda. Real.

Pero antes de que se hundiera en ella, el celular vibró de nuevo. Otro mensaje.

Esta vez, de un número desconocido.

> 📱: Thiago, soy el Dr. Dominic. Necesitamos conversar. ¿Estás disponible mañana antes de la guardia?

Su corazón paró por un segundo.

Dominic.

¿Por qué estaría mandando mensaje? ¿Cómo consiguió el número? Y lo más importante: ¿qué quería?

Thiago quedó encarando la pantalla como si ella pudiera darle respuestas.

Pero había solo una certeza en aquel momento.

El mañana no sería más tan silencioso.

Thiago aún encaraba el mensaje cuando el sol comenzó a bajar en el cielo. Los colores del fin de tarde teñían la plaza de dorado, pero todo parecía distante, como si él estuviera dentro de un vidrio, observando el mundo sin tocarlo.

"Thiago, soy el Dr. Dominic."

Solo aquellas palabras ya habían quitado el suelo de sus pies. Dominic nunca había hablado con él fuera del ambiente del hospital. Nunca lo había mirado con algo que no fuera desprecio. Y ahora, después de haberlo humillado en frente de todo el equipo, ¿él quería conversar?

Thiago bloqueó el celular con los dedos temblorosos. No sabía qué pensar, ni cómo reaccionar.

— Ahí estás tú.

La voz familiar lo sacó de vuelta a la realidad. Theo estaba parado frente a él, con una sonrisa gentil y los ojos atentos.

Thiago se levantó inmediatamente y lo abrazó, como si fuera el ancla que necesitaba en aquel momento.

— Estaba preocupado — dijo Theo, acariciando los cabellos del hermano. — No respondiste después del mensaje de la mañana. Pensé que te hubieras… qué sé yo, hundido.

Thiago rió bajito, un sonido breve y sin fuerza.

— Casi me hundí, pero… aquí estoy.

— Vamos a casa, entonces. Yo traje pizza y tu refresco idiota de fresa. — Theo levantó la bolsa con orgullo. — Y antes que digas cualquier cosa: sí, yo sé que es dulce de más. Pero a ti te gusta, entonces cállate.

Ellos rieron juntos. Por primera vez en aquel día, Thiago sintió algo calentar dentro del pecho. Algo parecido con amor. Con acogimiento.

En aquella noche, los dos cenaron sentados en el sofá, con la TV encendida en algún programa irrelevante, solo por el ruido de fondo. Theo hablaba sobre las guardias, los pacientes que fingían fiebre solo para escapar de la escuela, y las peleas internas de los residentes. Thiago oía, riendo de vez en cuando, pero su mente aún volvía, insistentemente, para el mensaje de Dominic.

Theo percibió.

— Estás extraño. — Él entrecerró los ojos. — ¿Qué está aconteciendo?

Thiago vaciló. Tomó el celular y mostró el mensaje.

Theo leyó, frunció el ceño y soltó un largo "hm".

— Él nunca te mandó mensaje antes, ¿verdad?

— Nunca — Thiago respondió bajito. — Y ahora quiere conversar conmigo antes de la guardia de mañana.

— ¿Y qué crees que él quiere?

Thiago se encogió de hombros, encarando el vaso de refresco.

— Tal vez… despedirme. Alejarme de una vez. O solo humillarme de nuevo, en particular esta vez.

Theo bufó, cruzando los brazos.

— Mira, Dominic es mi mejor amigo hace años, pero a veces él es un idiota frío. Solo que... él no hace ese tipo de cosa por nada. Si él pidió para conversar, es porque tiene un motivo.

— ¿Y si es malo?

— ¿Y si es el comienzo de alguna cosa diferente?

Thiago desvió la mirada, sin coraje de creer en eso.

— Yo no quiero ilusionarme, Theo. Ya basta lo que siento por él en silencio. Si él sabe de eso… — Él tragó seco. — Va a odiarme aún más.

Theo se aproximó y tomó la mano del hermano.

— Thi… tú no necesitas esconder quién eres. Y mucho menos esconderte de nadie. Ni de Dominic. Ni de papá. Ni de nadie.

El silencio entre ellos fue llenado con aquella presencia cálida. Era bueno tener a Theo. Era esencial.

Antes de dormir, Thiago volvió a mirar el mensaje de Dominic.

“Necesitamos conversar.”

Podría ser el fin.

O el inicio.

Y con el corazón apretado, él respondió:

> Estaré disponible a las 06:30. Antes de la guardia.

Enviar.

Ahora, no había más cómo volver atrás.

Capítulo 3

Todo lo que Duele en Silencio

El reloj marcaba las 06:25 de la mañana cuando Thiago llegó a la sala de reuniones vacía, según lo acordado.

El hospital aún despertaba poco a poco. Había silencio en los pasillos, un vacío extraño que se extendía hasta dentro de él. El olor a café flojo y alcohol aún impregnaba el aire, mezclado con el frío cortante del aire acondicionado.

Thiago se acomodó la bata e intentó disimular el temblor en las manos. Dominic estaba en camino.

No sabía qué esperar. Parte de sí quería creer que sería algo profesional. Otro pedazo —aquel ingenuo, herido y esperanzado— quería creer que Dominic tal vez... tal vez había notado algo. Tal vez sería diferente.

Pero cuando la puerta se abrió, y Dominic entró con su postura impecable, la expresión fría y la carpeta en manos, Thiago supo que no era así.

No sería diferente.

—Puntual. Al menos eso. —La voz de Dominic sonó cortante.

Thiago tragó saliva y solo asintió.

Dominic se acercó, cruzó los brazos y lo encaró por largos segundos. Como si estuviera evaluando una pieza defectuosa.

—Vamos directo al grano. —Dominic habló—. ¿Por qué estás aquí, Thiago? ¿En este hospital? ¿Qué quieres de verdad?

Thiago frunció el ceño, sorprendido.

—¿Cómo así?

—Sabes muy bien lo que quiero decir. Desde que llegaste aquí, actúas como un corderito indefenso, queriendo agradar a todo el mundo, sonriendo demasiado, intentando llamar la atención. Es irritante. No es así como se trabaja en un hospital. Esto aquí es serio.

Las palabras cortaban como cuchillos.

—Yo... yo solo intento ayudar —dijo Thiago, con la voz fallando—. Yo amo lo que hago. Y nunca quise llamar la atención.

—¿Entonces por qué vives lanzándote donde no fuiste llamado? —Dominic se acercó un paso—. Estorbas. Quitas el foco. Y me haces perder tiempo. ¿Sabes cuántas personas ya me preguntaron si tienes algún tipo de protección dentro del hospital?

Thiago sintió el suelo desaparecer bajo sus pies.

—Yo no pedí nada a nadie. Yo trabajo duro…

—Eres el típico niñito mimado intentando probar que no es inútil. —Dominic disparó, frío—. Pero aquí dentro, el apellido no te protege. Aquí, o eres útil, o estás fuera.

La respiración de Thiago se hizo pesada. El pecho ardía. La garganta se trababa.

—Tú ni siquiera sabes quién soy —dijo, con dificultad—. Nunca te tomaste el trabajo.

Dominic entrecerró los ojos.

—Yo no necesito saber tu historia para ver quién eres ahora. Un chico inseguro, carente, intentando hallar sentido donde no lo hay. Intentando encajar donde claramente no pertenece.

Las palabras alcanzaron a Thiago como puñetazos en el estómago.

Un nudo subió por la garganta. Él parpadeó rápido, intentando contener las lágrimas, pero el dolor era mayor que el orgullo.

Dominic se volteó, indiferente.

—Toma esto como un consejo. Si quieres continuar aquí, escóndete menos. Y crece. Porque del modo en que estás... no vas a aguantar.

Y sin dar tiempo para respuesta, salió, dejando la puerta abierta tras de sí.

Minutos después, Thiago aún estaba allí. Parado. Vacío.

Las lágrimas finalmente cayeron, silenciosas, mientras él apoyaba las manos sobre la mesa fría.

Aquella no era solo una humillación más. Era la confirmación de todo lo que él siempre temió ser.

Un error. Una molestia. Una carga.

Salió de la sala en silencio, evitando todas las miradas. Recogió sus cosas y desapareció por el pasillo de atrás. Nadie lo vio salir. Ni siquiera Theo.

Llegó a casa y cerró la puerta con llave.

Tiró el celular en el sofá, se quitó la bata con rabia y la tiró en el suelo.

Entró en el baño, encendió la ducha y se quedó allí, vestido, con el agua fría golpeando el cuerpo, como si eso pudiera apagar lo que sentía. Como si pudiera silenciar el grito que resonaba dentro del pecho.

Él se estaba rompiendo. En pedazos.

Y por primera vez en mucho tiempo, Thiago pensó en desaparecer de verdad.

Porque tal vez, solo tal vez... si él desapareciera, nadie sentiría falta.

Ni siquiera Dominic.

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