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¿A Dónde Pertenezco? No Soy Ella.

1. Despertar entre el mar y la arena

El sol apenas se asomaba por el horizonte cuando ella abrió los ojos. La luz era tan intensa que por un momento pensó que había muerto, pero el ardor en la garganta y el sabor a sal en los labios le confirmaron que estaba viva o al menos eso parecía; un aura de haber escapado a un fatal destino la acompañaba, sin dejar de sentirse envuelta en una piel que no es la suya.

El sonido del mar fue lo primero que escuchó. Una ola rompía cerca, arrastrando espuma y restos de algas. Luego, el viento, silbando entre las rocas, el sonido que la hace estremecer, como una vaga sensación que no puede reconocer.

Todo estaba borroso, como si despertara de un sueño demasiado profundo. La arena húmeda le raspaba la piel y un sabor salado se acumulaba con mayor intensidad en su lengua.

La mujer intentó incorporarse, pero el cuerpo no le respondió de inmediato. Estaba empapada, temblando, con las ropas adheridas como una segunda piel, y fría, la ropa tan fría parecía helar su piel haciéndola erizar y sentir la respiración pesada. Un dolor punzante en las costillas la obligó a quedarse en el suelo, jadeando, confundida.

- “¡Eh! ¡Está viva!”, gritó una voz masculina, apagada por el rugido de las olas.

Dos hombres se acercaron corriendo. Por el aspecto que tenían, no era difícil llegar a concluir que eran pescadores. Uno de ellos tenía las manos llenas de algas; el otro llevaba un sombrero remendado y una red al hombro. Se inclinaron junto a ella, murmurando palabras que no entendía del todo. La mujer aun desorientada se preguntaba: ¿Dónde estaba?

- “Tranquila”, dijo uno de ellos, acercándole una botella de agua. “Estás a salvo”, agregó, aunque no entiende cómo apareció aquella mujer, en medio de esa playa de abundantes peces, pero poco concurrida por sus peligrosas aguas, el mar ahí es oscuro, helado y especialista en tomar cuerpos y no regresarlos.

Ella intentó hablar. ¿Cuál era su nombre? ¿Quién era? Pero no salió nada de su boca, solo un susurro roto, mira al redor como intentando saber si aquel sitio le resulta familiar, pero absolutamente ningún recuerdo aparece en su mente, y tiembla, porque se sentía la pequeñez de un humano completamente solo en el mundo.

Horas más tarde, una ambulancia la recogió en el pueblo. Mientras la llevaban al hospital, el paramédico le preguntó si podía recordar algo.

Ella negó con la cabeza, estaba muy asustada, el vacío en su mente era inquietante, daba miedo y helaba la piel, una sensación de peligro que no la suelta y muchas preguntas en su cabeza, sin respuestas. Busca recuerdos, no hay ninguno, y es desesperante, despertar sin saber qué ocurrió para que te encuentres en ese estado, sin recuerdos para tener esperanza de pedir ayuda a alguien que quieras, desolador, una melancolía se apoderó de ella, y luego miedo, aquel temor que te inunda de no saber quién eres.

- “No se preocupe. Esto a veces pasa debido a traumas, golpes en la cabeza. Puede ser amnesia temporal”, dijo el paramédico, esperando tranquilizarla, se podían sentir lo nerviosa que estaba, su miedo, su soledad.

Pero mientras ella miraba el cielo por la ventanilla, supo, de alguna manera inexplicable, que no era temporal. Algo dentro de ella estaba roto, como si no solo hubiera olvidado, sino que hubiese cambiado de lugar. Como si su alma no estuviera en el cuerpo correcto y en su mente otra pregunta repetitiva “¿A dónde pertenezco?”.

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...✅✅ MENSAJE A MIS LECTORES✅✅...

...Saludos cordiales a todos, empiezo esta nueva historia de sesenta (60) capítulos....

...Es importante hacer una aclaración especial, porque la narrativa podría no resultar agradable para personas de naturaleza sensible; forma parte de un desafío lanzado y que me propone crear un thriller psicológico con tintes de terror y un amor que sobrevive a la muerte, veamos si puedo lograrlo 🫡....

...Mis lectores habituales saben que mi mayor interacción con ellos es mientras la historia está en emisión....

...Si la historia les va gustando, pueden dejar sus comentarios y darle "Me gusta"👍👍👍 en cada capítulo y siempre estaré agradecida por sus regalitos 🎁🎁🎁 y votos🗳️🗳️🗳️....

...Si la historia no te gusta, agradecería que dejes de leer tranquilamente y busques una novela de tu agrado, por respeto a los lectores que continúan entusiasmados con el argumento. Hay historias para los diferentes gustos en esta plataforma gratuita....

...Muchas gracias por tu atención....

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2. Un nombre que no reconoce

Pasaron tres días en el hospital. Nadie fue a buscarla. La llamaban la mujer del mar. Los médicos hablaban entre ellos, suponiendo teorías: un accidente en un yate, un intento de suicidio, tal vez una víctima de violencia doméstica. Le hicieron exámenes, tomografías, análisis de sangre. Su cuerpo estaba magullado, pero vivo. Sus huellas no aparecían en ninguna base de datos de búsqueda, su rostro tampoco; al menos ella no era buscada como una criminal, su identidad sigue siendo un misterio.

Una enfermera joven, de rostro amable y voz suave, le llevó un espejo la segunda mañana.

- “Quizás reconocerse sea el primer paso”, dijo la enfermera.

Ella tomó aquel espejo con manos temblorosas, los días han pasado y el miedo no se ha ido, se siente extraña, como si su cuerpo se sintiera tan ajeno a ella, sus propias manos le resultan completamente desconocidas.

Al mirarse, el corazón le dio un vuelco, pero en ese momento no tenía miedo. Lo que sentía era una total y completa desconexión, como si la mujer en el reflejo fuera una actriz interpretando su papel, un rostro que no le pertenece, una imagen que talvez conoce, pero no la siente suya.

Ojos oscuros, piel pálida, aquel cabello castaño, lacio y corto, que le resultaba más extraño, como si se hubiese imaginado con el cabello negro y largo, cuidadosamente cuidado. No estaba maltratada, pero tampoco parecía cuidada. El rostro tenía una belleza desordenada, vulnerable. Observó los labios, las cejas, la pequeña cicatriz en la ceja derecha, casi imperceptible, pero que notó, al observarse con tan excesivo detalle. Pero nada, ningún recuerdo, ni una chispa que hiciera brotar algo dentro de ella, ¿cómo alguien no podría siquiera reconocerse?, se pregunta a sí misma con desconcierto.

- “¿Cómo me llamo?”, le preguntó a la enfermera, con voz ronca, como si antes de olvidar todo, hubiese gritado con todas sus fuerzas para sobrevivir.

- “No lo sabemos, usted no tenía identificación cuando la encontraron; pero la policía ya está investigando, trate de estar tranquila, y tenga fe que encontrarán a su familia, es probable que la estén buscando”, respondió la enfermera; al menos eso si lo puede sentir, que hay alguien afuera buscándola.

Esa noche, soñó con un pasillo oscuro, caminaba descalza sobre una alfombra mojada, esa sensación de humedad en el ambiente era sutil, pero familiar. Escuchaba risas de niños, pasos corriendo, un perfume cítrico y penetrante. En el fondo del pasillo, una puerta se abría lentamente. No pudo ver qué había dentro. Solo sintió un dolor agudo en el pecho, y el sonido de una voz de hombre: grave, susurrante, que parecía empujarla a correr.

Despertó sudando, en la penumbra de la habitación de aquel hospital que la alberga desde que salió del mar. Una silueta estaba de pie junto a la puerta. No hizo ruido, solo la observaba detenidamente, como si no pudiera creer lo que estaba viendo.

Ella gritó, y se aferró a sus sábanas, como si fueran una especie de protección, como si algo le dijera que debía cubrirse de él.

Las luces se encendieron. Era un hombre de unos treinta y tantos años, alto, delgado, con ojos vidriosos y una expresión que oscilaba entre el alivio y la angustia.

- “¡Olga!”, dijo el hombre con voz rota. “Dios mío, Olga, eres tú”, agregó.

Los enfermeros entraron al cuarto, confundidos. El hombre les mostró una identificación y dijo que era su esposo. Se llamaba Felipe Miranda, le dice que ella es su esposa. Que llevaba desaparecida cuatro días, desde que ella había salido corriendo durante la madrugada, después de una discusión.

Ella lo miró fijamente. El nombre que él le dio no sonaba mal. “Olga”. Pero no encajaba con la nada que sentía dentro. No despertaba recuerdos. No despertaba nada.

Aun así, le sonrió débilmente.

- “¿Olga?”, repitió dudosa, como probando el nombre.

Felipe se arrodilló junto a su cama. Tenía las manos heladas.

- “Todo va a estar bien, mi amor. Te llevaré a casa. A ti y a los niños”, expresó Felipe con una mirada extraña.

Ella parpadeó.

- “¿Niños?”, preguntó sorprendida.

- “Sí. Facundo y Emma. Te están esperando”, respondió Felipe con una sonrisa melancólica.

El vacío dentro de ella se hizo más profundo; no reconoce esa vida, no se siente suya, ese hombre no se siente como alguien que amara, y no se siente madre, todo le resulta muy abrumador. No es su rostro, no es su familia, parece gritarle algo dentro de ella.

...Olga...

3. Extraña sonrisa

El auto avanzaba por un camino de curvas entre los árboles, tenías que hacer un largo recorrido a las afueras de un pueblo que tampoco le traen momentos de la memoria perdida. Felipe conducía en silencio, con los nudillos blancos por la presión en el timón del vehículo. Ella, “Olga”, según él, observaba por la ventana, intentando atrapar fragmentos de algo: un recuerdo, una emoción, una pista, algo que la conectara por el camino que la lleva a la que dicen es su casa, pero no había nada. Era como ver el mundo por primera vez desde un cuerpo prestado.

- “Estamos cerca”, dijo Felipe, sin mirarla. “Los niños han estado con mi madre, estos días, mientras te estuve buscando. No saben exactamente lo que pasó. Les dije que mamá necesitaba descansar unos días”, agregó sin mirarla.

“Mamá”, aquella palabra cayó como una piedra en su estómago. No se sentía madre. No sentía ese lazo instintivo que se supone despierta el alma ante un hijo. Todo en ella seguía desconectado, una historia que no se sentía suya.

Llegaron a una casa de estilo antiguo, con fachada de piedra y jardín cubierto de hierba crecida. Aparentemente, era una casa muy hermosa, pero tenía algo inquietante, como si los cimientos guardaran secretos. Una brisa helada sopló en cuanto ella bajó del automóvil, como si le alertara que solo podría sentir helar su ser en aquel lugar.

- “¿Aquí vivimos?”, preguntó ella, con voz baja.

Felipe asintió. La tomó del brazo con suavidad, pero con una firmeza que no pasó desapercibida. Aquel toque se sintió tan extraño, sin ninguna conexión, para supuestamente ser su esposo y el padre de sus hijos.

Al entrar, el olor a cera y madera vieja la envolvió. No era un hogar desordenado ni cálido. Estaba impecable, quizás demasiado, obsesivamente limpio. Cada cosa en su lugar, como si nadie hubiera vivido ahí en años, como la imagen en una revista vieja.

Dos pequeños salieron corriendo desde una habitación. El niño mayor, de ojos vivaces y pelo revuelto, se detuvo en seco al verla. La niña, de cabello oscuro, la miró desde atrás de una silla, supuestamente solo se había ido algunos días, pero aquellos niños también sintieron la desconexión.

- “¿Mami?”, preguntó el niño, con duda.

Ella se agachó, sonriendo con torpeza. Abrió los brazos.

- “Hola… Facundo, ¿verdad?”, dijo ella.

El niño pareció dudar. Luego corrió hacia ella. El abrazo fue tibio, pero el corazón de ella permaneció impasible. La niña no se acercó. Solo murmuró: “Tú no eres mi mamá”.

Felipe se apresuró a tomarla en brazos.

- “Emma está confundida. Es normal”, dijo Felipe, apretando la mandíbula. “Estará bien”, agregó.

Las dos empleadas de la casa solo guardaban silencio, tienen ojos, pero no son capaces de mirarla, tenían boca, pero no hablaban.

Aquella Olga miró a su hija, una niña con ojos grandes, demasiado sabios para una niña de tres años.

Esa noche, en el dormitorio que compartía con Felipe, porque no había opción, porque se suponía que era su esposo, él le ofreció una infusión caliente antes de dormir. Ella la aceptó, aunque un instinto sordo le decía que no debía confiar.

Él se sentó junto a ella en la cama, observándola como si fuera un objeto valioso, frágil. Como si temiera que desapareciera otra vez.

- “¿Has recordado algo? ¿Alguna imagen? ¿Mi rostro, al menos?”, preguntó Felipe, tocando su mano y una extraña sonrisa.

Ella negó con la cabeza, y alejó su mano de él. Felipe bajó la mirada, decepcionado.

- “Te amo, Olga. Te necesito de vuelta. Todo esto ha sido un infierno. Pero ya estás en casa. Y te juro…”, expresó Felipe mirándola con intensidad, como si estuviera hecha de vidrio a punto de romperse. “Te juro que nunca más dejaré que te pase nada malo”, agregó con una mirada fría que intentó disimular. Un aura extraña parecía cubrir a ese hombre, podría parecer apuesto, pero esa sensación de peligro al verlo es inevitable.

En la penumbra, cuando Felipe ya dormía, ella se levantó y caminó por la casa. Había una puerta cerrada en el pasillo del fondo. Una puerta con cerrojo. Algo en ella vibró al acercarse.

Acarició la manija. Estaba fría. Escuchó un crujido al otro lado. No era el viento. No eran las tuberías. Parecían pasos, se estremeció. Volvió a su habitación sin hacer ruido, pero no durmió el resto de la noche.

...Felipe...

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