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CONTIGO SÍ...

De tal palo...

¡Holaaaaa, mis tóxicos lectores! Como lo prometido es deuda, aquí está la tan esperada historia del heredero Moretti…

Esta será una montaña rusa de emociones, una mezcla explosiva entre odio y amor, una lucha de poderes entre dos polos opuestos que, inevitablemente, se atraen. Prepárense para vivir intensamente cada capítulo, donde la pasión, los choques de carácter y la tensión estarán a flor de piel.

Nuestra caleña, fuerte, decidida y auténtica, llegará para bajar a Emilio Moretti de su nube de egocentrismo y egoísmo, rompiendo todos sus esquemas y desafiando sus reglas. Pero, cuidado… porque Emilio no se quedará atrás: él le enseñará a la bella colombiana que, cuando el amor es verdadero, absolutamente todo puede cambiar.

Les recuerdo que para una mejor comprensión y para disfrutar plenamente esta nueva entrega, es fundamental que lean la saga completa:

∆ La Conquista

∆ Sabía que Eras Tú

∆ Para Volver a Amar

∆ Desde que Llegaste

∆ Mi Segundo Intento

∆ El Indomable

∆ Tatuada en mi Piel

∆ Cero Amor Ciego

∆ Amigos No, Por Favor

Espero de corazón que disfruten esta historia tanto como yo al escribirla. Gracias por acompañarme en cada capítulo, por su amor y fidelidad a lo largo de esta saga.

Así que, sin más preámbulos… ¡comencemos esta nueva aventura!

Y no olviden dejar sus likes, calificaciones, votos y, por supuesto, sus infaltables comentarios que tanto me inspiran a seguir creando para ustedes.

En el marco de la Feria de Cali, unos apuestos italianos han arribado a la vibrante ciudad colombiana. Uno de ellos es un hombre maduro y atractivo, con un porte imponente, mirada seductora y un aura que no pasa desapercibida, pese a su edad. Su nombre: Alessandro Moretti, un hombre de negocios, el mejor de la industria automotriz a nivel mundial. Sin embargo, hace algunos años se retiró de la industria y ahora lleva una vida menos acelerada, disfrutando de otros oficios y, sobre todo, de los momentos con su amada fiera, la hermosa María José Espinoza, la única mujer capaz de doblegarlo.

A su lado camina un galán italiano: su hijo. Un hombre de 30 años, seductor como su nombre lo indica. Emilio Moretti es alto, de cabello negro, barba perfilada y labios rosados. Sus ojos, una mezcla hipnotizante entre los verdes de su madre y los grises oscuros de su padre, lo hacen irresistible. Ninguna mujer se resiste a sus encantos, tal como sucedía con su padre en su juventud.

Emilio, actual CEO de la compañía automotriz Moretti, mantiene una relación algo confusa con Bella, una hermosa italiana que lo ama sinceramente. Sin embargo, él solo juega con sus sentimientos. Así lo ve ella, aunque Emilio siempre ha sido honesto respecto a sus intenciones, alegando que jamás le ha ofrecido nada aún así le cuesta dejar de frecuentarla pues el sexo con ella es bueno.

Pero la vida, como un boomerang, pronto le hará pagar cada lágrima que ha provocado a las mujeres que intentaron atraparlo. Al escurridizo empresario todas le gustan, pero aún no ha llegado aquella que logre hacerlo sentar cabeza, como bien le recuerda su abuelo Leonardo.

La Feria de Cali es todo un espectáculo. Las calles están llenas de color, música y alegría, y las caleñas, famosas por su belleza, se roban todas las miradas.

—Padre, tengo mucha sed. El sol está radiante… ¿Qué tal si vamos a tomar algo? —dijo Emilio, secándose el sudor de la frente.

—Claro, vamos. Debe haber algún lugar cerca —respondió Alessandro, mirando a su alrededor.

Mientras tanto, en un gastrobar ubicado en el corazón de Cali:

—¡Oís, Susy, ayúdame a atender las mesas! Las chicas están amanecidas y me dejaron botado con el trabajo hoy —gritaba Andy desde detrás de la barra, claramente estresado.

—¡Andy, no me hagás esto! Tengo que ir a la empresa, hoy presentaré mi propuesta a los italianos —respondió Susy, ajustándose el bolso al hombro con apuro.

—¡Porfa, porfa! Solo un momento mientras llega Aurora.

—Vos sos un intenso, oís… —refunfuñó Susy, soltando un suspiro resignado mientras dejaba su bolso sobre una silla.

En ese momento, Alessandro y Emilio entraron al gastrobar. El lugar era acogedor, vibrante y encantador. Las paredes estaban adornadas con imágenes de mujeres bellas bailando salsa, transmitiendo la esencia misma de Cali. Un cuadro destacaba especialmente: mostraba a una bella Susana vestida de reina, irradiando elegancia y carisma.

La salsa romántica sonaba de fondo, envolviendo el ambiente en un halo sensual que invitaba a bailar pegadito.

—Wow… qué lugar tan lindo. Mi fiera estaría encantada. En el próximo viaje que hagamos, sin duda la traeré aquí —dijo Alessandro, dejando escapar una espléndida sonrisa mientras recorría el lugar con la mirada.

—Admiro ese amor que tú y mi madre tienen. Son tan cómplices, tan divertidos… y a la vez tan íntimos. Ojalá algún día pueda entenderme con una mujer así —respondió Emilio, con un dejo de nostalgia.

Alessandro lo miró con complicidad y, apoyando una mano en su hombro, le dijo con firmeza:

—Nunca lo harás si sigues saltando de cama en cama, hijo. Ya es momento de que dejes tus andanzas, porque cuando llegue la indicada… querrás borrar todo ese historial y que ella fuera la única.

Emilio soltó una sonrisa irónica, pero algo en su mirada indicaba que las palabras de su padre habían dejado eco en su interior. Afuera, el bullicio de la feria continuaba, mientras dentro del bar se respiraba una mezcla de deseo, lecciones de vida y la promesa de nuevas historias por escribir.

—Buenas tardes, caballeros. ¿Desean tomar algo en especial? —preguntó la bella caleña, acercándose con una sonrisa luminosa.

Tenía el cabello largo, rizado y negro azabache, unas cejas perfectamente delineadas y labios carnosos que se movían con natural sensualidad. Sus ojos eran una mezcla hipnotizante de gris y café claro, y su cuerpo… unas curvas de infarto, con caderas hechas para moverse al ritmo frenético de la salsa. Era una mujer alegre, vivaz y extrovertida, con ese toque arriesgado e intrépido tan característico de las caleñas. Diseñadora gráfica empírica y asesora financiera de profesión, a sus 28 años era apasionada por los autos y todo lo relacionado con ellos. La menor de dos hermanos, una colombiana aguerrida y soñadora que quería comerse el mundo a bocados.

Emilio, acostumbrado desde siempre a que las mujeres se derritieran a su paso, notó algo inusual: la caleña no mostró ni un atisbo de interés, a pesar de que él era, sin duda, más que atractivo. Ese detalle captó de inmediato su atención.

—Buenas tardes, señorita. ¿Podría traernos dos cervezas bien heladas? Tenemos bastante sed —pidió educadamente Alessandro, sonriendo con cortesía.

La joven, que estaba tomando nota, levantó la vista de pronto, como cayendo en cuenta de algo. Frunció un poco el ceño con curiosidad y soltó, con esa chispa picante y espontánea de los caleños:

—¡Espere un momentico… ¿son italianos?! No… ¡usted es el gran Alessandro Moretti! ¡El famoso italiano, dueño de la compañía automotriz más grande del mundo! ¡Uy nooo! ¡Qué impresión! Usted es una leyenda en el mundo automotriz.

Alessandro sonrió, divertido y halagado por la admiración sincera de la joven.

—Sí, soy Alessandro Moretti, mucho gusto. Y él es mi hijo, Emilio Moretti, actual CEO de la compañía —respondió, señalando a su hijo con una mirada orgullosa.

La caleña lo saludó con un apretón de manos firme y una gran sonrisa que le iluminó el rostro.

—Un placer conocerlo, don Alessandro —dijo con entusiasmo y respeto. Luego, volviendo la mirada a Emilio, su tono se tornó más neutral y formal—. Mucho gusto, señor Emilio.

Emilio sintió un leve pinchazo en su ego. Estaba acostumbrado a captar toda la atención, pero la caleña parecía inmunizada a sus encantos. Algo nuevo para él… y bastante irritante.

—Sé que usted no me conoce, pero he seguido su carrera de cerca y lo admiro mucho. De hecho, en dos horitas tengo programada una entrevista con usted para mostrarle la nueva propuesta de diseño para el 2025… —se detuvo de repente y se llevó una mano a la boca, soltando una risita nerviosa—. ¡Ups, disculpe! Creo que estoy hablando como parlante de publicidad. Ya mismito le traigo sus cervezas...

La joven se dio media vuelta, moviendo las caderas con esa gracia natural que parecía fluir en cada caleña, dejando tras de sí un leve aroma a coco y vainilla. Emilio la siguió con la mirada, frunciendo levemente el ceño, intrigado y algo desconcertado.

—Qué mujer tan interesante —murmuró Alessandro, dándole un codazo a su hijo, que seguía en silencio.

Emilio no respondió de inmediato. Solo bebió un sorbo de agua mientras su mente comenzaba a maquinar… aquello, sin duda, se estaba poniendo interesante...

Ambiciosa ejecutiva...

La caleña regresó a la mesa con las cervezas bien frías y, como aperitivo de bienvenida, les trajo un pasabocas típico de la ciudad: chontaduro con sal y miel, acompañado de trocitos de empanada valluna.

—Señores, aquí están sus cervezas. ¡Disfruten su bebida y las delicias de mi bella ciudad, la sucursal del cielo! —dijo Susana, con esa sonrisa amplia que mostraba los hoyuelos irresistibles en sus mejillas.

El joven italiano no podía apartar la vista de ella. La observaba atentamente, analizando cada movimiento de sus labios, ese gesto coqueto y natural, y cómo se le marcaban esos sexys huequitos cuando sonreía. El acento caleño, cargado de picardía y dulzura, sonaba para él extremadamente excitante y encantador.

De pronto, Susana consultó la hora en su reloj y con un ligero tono de apuro anunció:

—Señores, me tengo que ir. Los espero en la empresa más tarde, como acordamos.

Pero Alessandro, que no desaprovechaba ninguna oportunidad para bromear y, de paso, hacerle pasar un mal rato a su indomable hijo, sonrió con picardía.

—Espere, señorita Montero… ¿qué le parece si nos sirve de guía turística? De paso, nos enseña un poco más de su hermosa ciudad.

Susana rió con frescura y asintió, aunque pensativa.

—¡Bueno, me encanta la idea! Solo tengo un inconveniente… debo ir a mi casa a ponerme a tono para la reunión. Si no tienen problema en esperarme un ratico, con gusto les hago el tour camino a la empresa.

Emilio, cruzándose de brazos y con un gesto de arrogancia, soltó con voz fría:

—Las mujeres se demoran un siglo… creo que mejor nos vamos por nuestra cuenta.

—En eso tienes razón, hijo. Pero un buen caballero siempre sabe esperar —intervino Alessandro, mirándolo por encima de su copa con esa expresión astuta de quien sabe lo que está haciendo.

Susana, algo incómoda pero manteniendo su sonrisa profesional, respondió de inmediato:

—No, señor, ni más faltaba. No quiero incomodar al CEO de la compañía automotriz Moretti. Los espero en la empresa a la hora acordada.

Sin más, se giró sobre sus talones, dejando tras de sí su aroma cálido y dulce, y se dirigió a atender unas mesas más antes de marcharse.

Alessandro, con tono firme pero tranquilo, reprendió a su hijo mientras se recostaba en la silla y tomaba un sorbo de cerveza.

—No tenías por qué ser descortés con la señorita Montero.

Emilio bufó, mirando a su padre con desdén.

—Padre, te conozco… eres un viejo zorro y sé para dónde vas con esto. No te voy a negar que es guapa, tiene un acento excitante y esa boquita… bueno, es bastante apetecible. Pero tampoco es la gran cosa. Además, es demasiado parlanchina. Espero que para los negocios sea seria, porque detesto cuando juegan con mi tiempo laboral.

Alessandro soltó una carcajada profunda y le dio un ligero codazo.

—Cuidado, mi galán seductor… no te vayas a estrellar con pared. Se me hace que esta colombiana te va a dar mucha lata… —se burló con una sonrisa socarrona, disfrutando cada segundo del descoloque evidente en su hijo.

Emilio se limitó a sonreír de medio lado, mirando fijamente hacia donde Susana se movía con soltura entre las mesas, sin saber que ese encuentro casual sería solo el comienzo de un juego mucho más peligroso de lo que imaginaba.

—Lo sé, jefe. Le aseguro que no volverá a ocurrir —se disculpó la caleña, algo avergonzada mientras bajaba un poco la mirada. Había llegado varios minutos después de lo estipulado a la empresa por estar ayudando a su hermano Andres en el gastro bar.

—No te preocupes —respondió él con una sonrisa generosa—. De hecho, ya no será a mí a quien debas cumplirle… estoy seguro de que los italianos van a querer llevarse hoy mismo a su país a mi talentosa diseñadora gráfica… y a mi excepcional financiera.

Los ojos de Susana se iluminaron ante la posibilidad. Una sonrisa amplia se dibujó en su rostro.

—¡Eso sería maravilloso! Finalmente podría hacer mi sueño realidad… trabajar con los grandes.

—Ah, ¿sí? ¿O sea que yo no soy un grande? —bromeó fingiendo indignación, llevándose una mano al pecho con dramatismo.

Ella rió con soltura, haciendo sonar esas carcajadas que tenían ritmo de maracas y alegría de feria.

—¡Claro que lo eres! Pero ya sabes a lo que me refiero…

—Sí, sí, lo sé. Date prisa. Ve con Andrea y revisa que todo esté en orden. Según mi reloj, faltan veinte minutos para la llegada de Alessandro Moretti y su hijo, Emilio Moretti.

Susana simplemente asintió, omitiendo mencionar que ya conocía personalmente a los italianos.

Junto a Andrea, la eficiente secretaria de Thiago, Susana se encargó de preparar la sala de juntas. Se aseguraron de que cada carpeta estuviera en su lugar, las botellas de agua dispuestas, el proyector listo y la presentación cargada. No había margen para errores.

El reloj marcó la hora. Los italianos llegaron con una puntualidad impecable, esta vez vestidos con atuendos ejecutivos que reflejaban el poder que representaban.

Alessandro Moretti vestía un traje gris a la medida, con camisa blanca y corbata sobria, irradiando autoridad con cada paso. Emilio, por su parte, llevaba un traje azul marino ajustado a su atlético cuerpo, la camisa ligeramente entallada dejaba entrever su físico tonificado. Su cabello negro estaba perfectamente peinado hacia atrás, dejando al descubierto su frente y acentuando sus intensos ojos gris-verde. Su expresión era seria, con esa rigidez que reservaba para los negocios, contrastando con el joven encantador y seductor que era fuera de los negocios.

Thiago fue el primero en entrar a la sala, ocupando la cabecera de la mesa como CEO. Detrás de él ingresaron los Moretti y los demás ejecutivos, cada uno tomando su respectivo lugar con fluidez.

Emilio lanzó una mirada panorámica a la sala. Sus ojos recorrieron cada rincón, hasta detenerse, inevitablemente, en Susana.

Y entonces la vio. No era la misma chica alegre, desenfadada y chispeante que los había atendido unas horas antes. Frente a él estaba una mujer completamente diferente: profesional, elegante y deslumbrante.

Susana vestía una blusa blanca ejecutiva de seda, metida en una falda tubo azul rey que moldeaba sus curvas con discreción y clase. La falda tenía una pequeña abertura en la pierna derecha, que dejaba ver apenas un destello de piel al caminar. Llevaba zapatos de tacón de aguja azul rey con detalles en blanco, joyería minimalista a juego y un reloj plateado en la muñeca izquierda.

Su cabello largo y rizado estaba recogido en una coleta alta, con un flequillo de lado que enmarcaba su rostro. Un maquillaje sutil resaltaba la forma de sus ojos y la armonía de sus facciones.

Emilio la escaneó de pies a cabeza. Una sensación desconocida le recorrió el pecho. Allí estaba, imponente, sofisticada… completamente fuera de su control.

Susana se limitó a ofrecer una sonrisa cordial, sin rastro del calor de la tarde. Ya no era la mesera vivaz. Era la ejecutiva lista para negociar.

Emilio se acomodó en su silla, frunciendo apenas el ceño. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía fuera de balance.

Y eso… lo irritaba.

La reunión dio inicio. Como era de esperarse, todas las miradas estaban puestas sobre los empresarios extranjeros. Thiago, el CEO de la empresa de diseño gráfico, se puso de pie para darles la bienvenida.

—Esta reunión tiene un propósito claro —comenzó con tono firme—. Buscamos establecer una alianza con la compañía automotriz Moretti, la más prestigiosa a nivel mundial. Para ello, mi diseñadora y financista más talentosa ha preparado una propuesta que, sin duda, podría marcar un antes y un después en el mercado: la colección Full Sport Cars para el próximo año. Una línea deportiva de alta gama que pueda ser accesible para distintos tipos de bolsillos.

Alessandro se acomodó en su asiento, su expresión denotaba entusiasmo.

—Esto se va a poner interesante —comentó, entrelazando los dedos sobre la mesa con expectación.

—Veamos de qué se trata —dijo Emilio, con voz seca y sin mostrar el más mínimo atisbo de emoción, en contraste con su padre.

Susana se puso de pie, recibiendo el apuntador de manos de Andrea, la secretaria de Thiago. Con paso seguro, se dirigió al frente de la sala, donde una gran pantalla proyectaba la primera diapositiva. Su postura era firme y su mirada se paseaba con seguridad por cada uno de los presentes.

—Señores —inició—, como ya lo explicó mi jefe, Full Sport Cars es una propuesta pensada para un público diverso: desde los millonarios egocéntricos playboys que buscan llamar la atención con autos lujosos y reconocidos, hasta ese joven de clase media que sueña con tener su primer deportivo de lujo sin que eso signifique hipotecar su vida.

Alessandro se inclinó discretamente hacia su hijo y susurró:

—Wow, esto me gusta.

Emilio, en cambio, alzó una ceja con desdén. Luego habló en tono arrogante, lo suficientemente fuerte para que todos lo escucharan.

—En la teoría suena interesante, pero en la práctica es un proyecto demasiado ambicioso, costoso y poco rentable. Nos generaría un gran flujo de gastos en diseño, producción y ejecución. No veo en qué nos beneficiaría un proyecto tan fantasioso como ese.

Susana lo miró con calma. Respiró hondo antes de responder.

—Entiendo que para un empresario acostumbrado a controlar cada gasto y enfocado únicamente en clientes adinerados, este proyecto suene descabellado. Incluso… ridículo.

Las cejas de Emilio se fruncieron ante el tono desafiante de la caleña.

—Entonces explíquese. No me gustan los rodeos —masculló, con evidente irritación.

Susana alzó una ceja, y su voz adquirió un tono sereno pero firme.

—Parece que la paciencia no es una de sus virtudes, señor Emilio.

—No lo es —admitió sin titubeos—. Como tampoco lo es hacer caridad regalando los automóviles de mi compañía solo para complacer a clases sociales conformistas y mediocres.

Thiago tragó saliva y la miró de reojo, temiendo una respuesta impulsiva de su parte. Le suplicó con la mirada que se moderara.

Pero Susana no retrocedió.

Con una sonrisa irónica, cambió la diapositiva. Aparecieron en pantalla gráficos y tablas detalladas: gastos estimados en diseño, ensamble, lanzamiento, así como las proyecciones de ganancias netas tanto por ventas individuales como por contratos mayoristas con concesionarios internacionales.

—No sé, señor Emilio, si esta diapositiva aclara en algo sus dudas respecto al proyecto. Y respondiendo a su comentario primitivo y mezquino, le diré lo siguiente: entiendo que para alguien que nació en cuna de oro, donde todo le ha sido dado sin gran esfuerzo, sea difícil comprender lo que significa luchar por un sueño.

Susana clavó su mirada en él, segura, sin rastro de miedo...

Proyecto fantasioso...

La reunión continuo, al parecer la colombiana tenía el control pues sus palabras eran seguras y firmes, no había duda ni miedo en ninguna de ellas...

—Para usted, comprar un auto deportivo es como quitarle un pelo a un gato. Pero para una persona que viene desde abajo, representa años de sacrificios, privaciones y trabajo duro. Y cuando lo logran, créame, lo valoran mucho más que un junior que lo obtuvo con un simple clic en su cuenta bancaria.

Emilio soltó una sonrisa burlona.

—¿Ya terminó con su discurso de psicología barata? ¿Pretende convencerme apelando a la manipulación emocional sobre los privilegiados y los que no lo son?

—Por supuesto que no —respondió con ironía—. No intento manipular la brillante mente de un gran CEO como usted. Ironizó ella —Esta es solo una idea que nació en la cabeza de una joven ambiciosa que cree que los sueños se trabajan, no se heredan. Y que algo considerado fantasioso, puede convertirse en una realidad con impacto global.

Sus ojos brillaban con pasión mientras continuaba.

—Como empleada leal a esta empresa, solo estoy tocando la puerta. Ustedes decidirán si nos dejan entrar. Pero si la cierran, eso no me desmotivará. Al contrario, me dará más impulso para tocar muchas más puertas. En una de esas, quizás la compañía Ivanov quiera apostar por este proyecto… tan fantasioso.

La sala quedó en un silencio sepulcral. Todos la miraban con asombro. Había hablado con el temple de una líder.

Alessandro fue el primero en levantarse.

—Deseo que sea nuestra compañía la que reciba los primeros aplausos cuando este maravilloso proyecto se haga realidad. Señorita Susana Montero, yo apuesto por usted y por esta idea.

—Gracias, señor Alessandro —respondió ella, conteniendo una emoción vibrante en su voz—. Le aseguro que daré el mil por ciento para que todo salga impecable.

—No lo dudo, señorita Montero.

Emilio se aclaró la garganta.

—Que mi padre haya aceptado su proyecto no significa que yo lo haya hecho. Pero para no contradecirlo, y en respeto a su buen olfato para los negocios, acepto con una condición: el proyecto deberá ejecutarse en menos tiempo del estipulado en su propuesta.

Antes de que Susana pudiera responder, Thiago intervino.

—Señores Moretti, para nuestra empresa es un honor que deseen impulsar esta propuesta, aun con dudas. Pero, antes de firmar la ejecución, necesitamos dejar algo claro: los créditos de diseño son de Susana Montero, y los avances y objetivos alcanzados corresponden al equipo de esta empresa. Por lo tanto, en común acuerdo, solicitamos que la señorita Montero sea nombrada como gestora principal del proyecto en su compañía.

Emilio la miró, meditando. Susana no bajó la mirada. Había llegado para quedarse.

—No estoy de acuerdo en que se nos imponga a la señorita Montero como ejecutora del proyecto —soltó Emilio con arrogancia, entrelazando los dedos sobre la mesa—. Nuestra compañía cuenta con personal más calificado y apto para llevarlo a cabo.

Sus palabras generaron un evidente malestar en Thiago. Aunque su expresión se mantuvo serena, su voz se tornó firme y cortante.

—Esa es la única condición que tenemos para aliarnos con ustedes. Si no es de ese modo, preferimos buscar otro socio estratégico —declaró con aplomo, mirando directamente al joven italiano.

Susana giró la cabeza para mirar a Thiago. Sus ojos reflejaban incredulidad y sorpresa. No esperaba que él defendiera su rol con tanta contundencia, y mucho menos que estuviera dispuesto a renunciar a un acuerdo multimillonario por ella.

El comentario incomodó a Emilio. Le molestó la seguridad con la que el jefe de la colombiana la respaldaba, pero lo que más le irritaba era no poder descifrar el porqué. ¿Había un interés más allá de lo profesional? La sola idea le generaba un desagrado que no supo cómo explicar.

Entonces, Alessandro intervino con su tono calmado pero autoritario, marcando el rumbo de la conversación.

—No se preocupen. Mi hijo trabajará de la mano con la señorita Montero en este proyecto —dijo, cruzando los brazos con determinación—. Y yo estaré allí para supervisar personalmente que esta cláusula sea respetada hasta el final.

Alessandro conocía muy bien a su hijo. Sabía que lo que Emilio intentaba no era otra cosa que empujar a la joven al límite, para ver si realmente tenía lo que se necesitaba para sobrevivir en un entorno de alta presión. cómo lo era la compañía automotriz Moretti.

Susana, por su parte, permanecía serena, con la espalda recta y una postura profesional impecable. Deliberadamente, ignoraba las constantes provocaciones del joven y arrogante CEO italiano. Sus ojos permanecían firmes, sin un atisbo de duda ni nerviosismo.

Emilio se volvió hacia ella, con una mirada gélida.

—Mi padre ya lo dijo. Se hará como ustedes desean —dijo con voz controlada, aunque su mandíbula delataba cierta tensión—. Con una contraclausula: la señorita Montero deberá trabajar desde nuestra sede en Italia. No aceptaré trabajo a distancia.

Pausó por un instante, solo para asegurarse de que cada palabra cayera con el peso justo.

—Y deberá saber que soy un hombre extremadamente profesional y exigente. No tolero trabajos mediocres. No espere consideración por ser mujer. Si esta dispuesta a involucrarse en un proyecto tan ambicioso, deberá estar a la altura… o rendirse antes de comenzar.

La sala quedó en silencio. Nadie se atrevió a interrumpir el cruce de palabras. Las miradas iban y venían entre ambos, como espectadores de una partida de ajedrez en plena tensión.

Susana esbozó una sonrisa lenta, casi perversa, y dio un paso firme al frente hasta quedar frente al italiano, igualando su altura con la barbilla en alto y la mirada firme.

—Me encantan los retos —dijo, con una seguridad que cortaba el aire—. También soy exigente y meticulosa a nivel laboral. Espero que usted, como buen líder, no solo sepa mandar… sino también ejecutar.

Emilio la observó con los ojos entornados. Había fuego en su mirada, pero también una chispa de reconocimiento. No era una empleada común. Era una mujer que sabía exactamente quién era y lo que valía.

Una lucha de poderes estaba por comenzar, y ninguno de los dos parecía dispuesto a ceder terreno...

—Creo que, ya que el asunto ha quedado aclarado, podemos proceder a firmar el contrato —intervino Alessandro con una sonrisa diplomática, rompiendo el silencio con tono decidido.

—Estoy de acuerdo —respondió Thiago—. Muy bien, señores, gracias por su presencia. Damos por concluida la reunión. Pueden volver a sus respectivas áreas laborales. Mientras tanto, los señores Moretti y la señorita Montero me acompañarán a mi oficina para proceder con la firma del contrato.

Los ejecutivos se pusieron de pie y comenzaron a salir ordenadamente de la sala de juntas. Susana y Thiago encabezaron el trayecto hacia la oficina principal.

Emilio, unos pasos detrás, no pudo evitar fijar la mirada en la caleña mientras caminaba. Sus caderas se movían con elegancia, cada paso destilaba confianza y sensualidad, sin forzarlo. El conjunto ejecutivo que llevaba —blusa blanca entallada, falda tubo azul rey con una delicada abertura y tacones de punta fina— reforzaba esa imagen de mujer profesional, segura y magnética. Su perfume, ahora más sofisticado, dejaba una estela sutil y envolvente que parecía hablar el mismo lenguaje de poder que ella.

Alessandro, que caminaba al lado de su hijo, observó de reojo el comportamiento de Emilio. Sonrió para sí mismo. Algo en su interior le decía que aquella colombiana de mirada altiva sería la perdición de su primogénito… y no le disgustaba en lo más mínimo. Tal vez ya era hora de que su hijo mayor sentara cabeza. Quizá eso también provocaría algún tipo de reacción en su hija menor, Analía.

Analía Moretti… pensó con cierta resignación. Era, sin lugar a dudas, su versión femenina: hermosa, audaz, persuasiva. Había heredado todos sus encantos y todos sus vicios. Dueña de una coquetería natural y un carácter indomable, Analía trataba los sentimientos como un juego de estrategia. Nunca se había enamorado, y lo consideraba una distracción innecesaria. Pero Alessandro sabía que, así como a él le llegó el amor en forma de desafío, a su hija también le llegaría su domador... de la forma más inesperada.

En la lujosa oficina, decorada con arte moderno y detalles que evocaban creatividad y vanguardia, los cuatro empresarios se sentaron frente a frente. Thiago y Susana a un lado del escritorio, Alessandro y Emilio en el otro.

El contrato fue colocado sobre la mesa. Thiago añadió una cláusula adicional en función de lo estipulado por los Moretti. Luego, uno a uno, revisaron el documento detenidamente.

Emilio fue el primero en firmar como representante legal de la automotriz Moretti, con una firma elegante y segura. Alessandro lo hizo enseguida como testigo. Thiago tomó el bolígrafo con solemnidad, rubricando como CEO de la firma de diseño, y finalmente Susana firmó como creadora y futura ejecutora del proyecto.

—Perfecto —dijo Thiago, guardando el documento—. Mi secretaria les enviará una copia digital del contrato a cada uno por correo electrónico.

Emilio se puso de pie y miró directamente a Susana, su tono tan afilado como su mirada.

—Entonces la espero en Italia en cuatro meses, señorita Montero. Espero que supere mis expectativas.

Ella se levantó sin dejar de sostenerle la mirada. Su respuesta fue tan tajante como la suya.

—Realmente no me interesa superar las expectativas de nadie. Mi objetivo es superarme a mí misma, porque mi mayor competencia soy yo. Los demás… son solo catapultas hacia mi meta.

Thiago sonrió disimuladamente, satisfecho con la firmeza de su pupila. Al igual que Alessandro que ya se imaginaba a ese par enfrentados día tras día en las instalaciones de automotriz Moretti.

Thiago volvió a intervenir para cerrar el acuerdo.

—Bueno, ¿qué les parece si, para celebrar nuestra alianza, nos acompañan esta noche al desfile de autos clásicos y antiguos? Que se realiza en el marco de la feria anual de la ciudad. Después, podrán disfrutar de un show de salsa en vivo. Será una excelente oportunidad para conocer un poco de nuestra cultura… y relajarse.

—Por supuesto —respondió Alessandro con entusiasmo—. Me encantaría esa idea. ¿Qué opinas, hijo?

—Si tú deseas ir, yo te acompaño, padre. Por mí, está bien —respondió Emilio con aparente indiferencia, aunque algo en su mirada delataba que no le resultaba tan indiferente como quería aparentar.

—Entonces nos vemos esta noche —concluyó Thiago, levantándose para despedir a sus invitados...

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