El fuerte sonido del claxon del auto de su esposo le hizo saltar de la cama asustada. Solo que recordó que no sería su esposo sino su exesposo. Hacía más de medio año que habían firmado el divorcio. Cómo pudo se incorporó, el dolor de cabeza era insoportable y la luz matinal que entraba por la ventana le cegó por un breve instante, cuando pudo enfocar su visión, se dió cuenta del enorme cuadro de colores sobre la cabecera de la cama, en definitiva ese no era su dormitorio. Gabriela vio de reojo un cuerpo moverse sobre la cama donde momentos antes estaba acostada y entonces al igual que el filme de una película vieja, las imágenes de la noche anterior llegaron a su mente. Su amiga Andrea la había convencido de ir a aquel bar para distraerse un poco.
—No está bien que te quedes encerrada en casa un viernes por la noche —dijo Andrea aferrándose a su brazo haciendo un esfuerzo por levantarla del sofá —no me digas que piensas seguir guardando luto a Roberto, él anda muy feliz con la mujercita esa, ¿cómo se llama? ¿Valeria?
—No es eso, Andy. Solo no tengo ganas de salir.
—Anda, acompáñame —insistió Andrea con un tono infantil que lejos de molestar a Gabriela le causaba gracia —. No te voy a soltar hasta que aceptes salir conmigo.
—Andy, en serio no quiero.
—¿Por qué no, mamá?
Ahí estaba también su hijo con su sonrisa dulce y perfecta confabulando en su contra para sacarla de su encierro voluntario.
—Pues, como que por qué. Cómo crees que te voy a dejar en casa solo.
—No, mamá. Por mí no te preocupes. Es más yo quedé de salir con Mario así que ni siquiera estaré en casa.
—¿¡Así!?, y ¿a quien le pediste permiso? —Omar rió por la actitud evasiva de su madre —. No te rías. Te estoy hablando en serio.
—Mamá, ya no tengo diez años.
Omar no dijo nada más y se perdió tras la puerta de la cocina. Tenía razón y Gabriela lo sabía, el chico ya tenía dieciocho y acaba de entrar a la universidad, era lógico que no sintiera el deber de pedir permiso si quería salir. De hecho él solo avisaba que iba a salir ya fuera con su amigo Mario o Danna, su novia, Gabriela lo aceptaba como si nada porque Omar era un chico centrado, responsable y no tenía vicios; nunca le había dado un problema cuando niño ni a lo largo de su adolescencia así que, confiaba en él.
—Bueno, Gaby. ¿¡Nos vamos ya!?
—Pero…
—¡Vayan! —respondió Omar desde la cocina.
—Ya ves, tu hijo está de acuerdo.
—Está bien, Andy. Vamos.
En ese momento Gabriela lamentaba no haberse mantenido firme en rechazar la invitación de su amiga. En cuanto llegaron a ese bar sintió como si todas las miradas estuvieran sobre ella, como si de alguna manera todos supieran que ella era una maestra de cuarenta años, divorciada y con un hijo casi adulto, una mujer fracasada que buscaba un nuevo comienzo. Se sentía ridícula así que comenzó a beber para relajarse un poco.
Poco a poco la inseguridad que sintió al principio fue quedando a un lado y entre risas y tragos, Gabriela se fue animando a bailar.
—Este vestido negro te queda muy bien —dijo Andrea mientras salía del armario con el vestido negro que Gabriela uso en la boda de Carlos, un amigo y socio de Roberto, hacía casi diez años.
—No sé, Andy. Creo que está muy corto —. La mirada de Andrea le hizo titubear.
—Claro, vamos a tomar unos tragos y bailar un poco, no a trabajar.
Gabriela negó con la cabeza.
—Además no creo que me quede.
—Yo digo que si, estás en muy buena forma. Ya quisiera yo verme como tú cuando llegue a los cuarenta.
Gabriela le miró con una sonrisa, Andrea tenía treinta y ocho pero le gustaba decir que tenía treintaicinco, solo para sentirse más joven.
—Bien, hagámoslo —dijo Gabriela y tomó el vestido de la mano de su amiga y se lo probó. Verse al espejo con ese vestido le dió un poco de vergüenza, pero Andrea tenía razón, aún le quedaba muy bien, en realidad no era tan corto solo un poco arriba de la rodilla pero si se amoldaba muy bien a su figura y ese escote en “V” le hacía lucir muy bien sus atributos. Gabriela recogió su cabello intentando hacerse un moño alto pero Andrea se lo impidió.
—No es necesario. Tu cabello es hermoso, tienes que lucirlo. A mí siempre me ha gustado tu cabello, ya sabes es largo, ondulado y rubio.
—Cualquiera que te escuche diría que me tienes envidia.
Ambas mujeres rieron por el comentario. Gabriela sabía que no era así, Andrea era una mujer muy guapa que no le afectaba en nada haberse divorciado ya dos veces. Ella salía a divertirse y conquistar hombres, no le era para nada difícil.
Mientras bailaban ambas mujeres solas, Gabriela no pudo evitar notar al hombre que estaba en la barra; él la miraba fijamente, con una mirada oscura y juguetona. La verdad era un tipo apuesto, las luces oscuras del lugar lo hacían lucir aún más varonil. De repente ese hombre se levantó y caminó hacia ellas, en verdad parecía un sueño de hombre, alto y delgado; de hombros anchos y en muy buena forma. No parecía ser un hombre musculoso de esos que pasan sus días en el gimnasio para terminar llenos de bolas por todo el cuerpo, esté era más bien del tipo atlético, justo como a ella le gustaba, quizás ya había bebido demasiado si es que comenzaba a fijarse en esos detalles.
—¿Te puedo acompañar?
Esa voz aterciopelada y oscura le causó un estremecimiento agradable que le provocó calor, de repente, se sintió sofocada.
Gabriela buscó a su amiga pero ella ya estaba bailando con alguien más. Entonces se sintió valiente y algo atrevida, y sin dar una respuesta, continuó bailando ahora cerca de ese apuesto hombre, quizás un poco más provocativa y sensual de lo debía, ayudada quizás por el alcohol y con el deseo de sentir algo mas que la soledad que sentía en casa desde hacía tantos años incluso cuando su esposo estába con ella. Era la primera vez que salía desde su divorcio, ya estaba ahí qué más podía hacer sino disfrutar esa noche para después volver a su rutina habitual, después de todo, qué era lo peor que podía pasar.
Leonardo sintió el aire frío colándose bajo la sábana. Conocía muy bien la sensación de tener un cálido cuerpo femenino a su lado, después de despertar cada mañana durante dos años a lado de su novia Natasha era normal que conociera bien la sensación. Era una lástima que de un momento a otro se viera obligado a experimentar ese frío al despertar.
El sonido del claxon se escuchó otra vez, a Carlos, su amigo, le gustaba molestar cuando sabía que tenía compañía. Leonardo solo se dió la vuelta dispuesto a seguir durmiendo deseando que esa chica dejara de dar vueltas y volviera a la cama, en cuanto despertarán por completo podrían repetir el encuentro; sin embargo parecía que ella se estaba preparando para irse, quizás se sintiera molesta por el molesto ruido pero Carlos no tocaría la bocina de nuevo, siempre lo hacía dos veces solo para molestar. Leonardo hizo un esfuerzo por abrir los ojos, tenía resaca pero nada que no hubiera sentido antes.
—Vuelve a la cama —dijo con voz adormilada. La chica se quedó estática. Leonardo la vio como una imagen borrosa frente a él, poco a poco su visión se fue aclarando —Wow —fue lo único que se le ocurrió cuando la vio bien a plena luz del día.
…
Gabriela no supo cómo debía sentirse ante la mirada de ese hombre, no supo cómo sentirse respecto a todo. Ella no recordaba que se viera tan… tan joven. El pánico creció, era como una ola que se levantaba frente a ella y la revolcaba sin dejarla respirar. Ese chico debía ser apenas unos años mayor que su hijo y ella se había acostado con él.
“Wow” que quiso decir con eso. Seguro que a él le había pasado lo mismo, de noche con la precaria iluminación del lugar y con los tragos encima, no se había dado cuenta que se estaba llevando a una mujer vieja a la cama.
Gabriela terminó de ponerse el vestido evitando mirar al joven aunque de vez en vez fallaba; era imposible no querer mirar, la sábana solo cubría su erección y no hacía un buen trabajo. Imágenes fugaces de sus manos aferrándose a esos brazos y como sus pechos se habían frotando una y otra vez contra su duro pecho mientras él… por todos los cielos ella debía salir de ahí antes de que terminará por ponerse en vergüenza de nuevo.
—¿A dónde vas? —dijo el joven con esa voz ronca que seguro usaba con todas las jovencitas que llevaba a dormir con él, esa voz que con toda seguridad las hacía temblar.
—Me voy a mi casa —su respuesta fue mecánica. Gabriela puso todo de sí para no sentirse intimidada frente a ese joven que la veía como si ella aún siguiera desnuda.
—Pero aún no hemos terminado.
Gabriela abrió los ojos de par en par, indignada por la insinuación burlona de ese hombre, acalorada porque él estaba tan duro que podía verlo aun a través de la sábana que tenía enrollada y excitada porque recordaba muy bien lo mucho que había disfrutado la noche anterior. Su teléfono sonó con la canción de rolling in the deep, el joven sonrió; nunca más dejaría a Andrea tocar su celular.
—¡Alo!
—¡Buenos días, maestra Gaby! ¿Que tal le fue anoche con el bombón?
—¿Dónde estás, Andy?
—En las nubes — dijo Andrea en un largo suspiro seguido de risas incluida una risa masculina que se escuchaba de fondo —¿Y tú?
Gabriela dio otro barrido rápido al lugar. La decoración era un poco minimalista; dos de las paredes estaban pintadas de un tono gris muy claro y las otras dos opuestas junto con el cielo raso estaban pintadas de blanco. La cama era enorme y en cada lado había un buró cada uno con una lámpara. La televisión estaba empotrada en la pared, no había nada más con excepción de el tipo desnudo en la cama que la miraba de esa forma oscura y con una sonrisa torcida y además, la ropa regada en el piso y el enorme cuadro de colores en la pared.
—No tengo idea —dijo Gabriela apretando de forma inconsciente las piernas —pero no te preocupes, pediré un taxi. Gracias por todo, amiga —dijo a manera de sarcasmo. Gabriela escuchó a su amiga replicar pero cortó la llamada sin prestar atención a sus palabras.
—Podrías dejar de mirarme de esa manera, es incómodo.
—Disculpa, no entiendo. ¿De qué manera te estoy mirando? —dijo haciéndose el inocente, tanto la versión de depredador como la de víctima le quedaban perfectas. Gabriela tenía que admitir que en realidad el hombre era un sueño, su rostro era perfecto y sin poder evitarlo se tomó el tiempo para observar su pecho y su bien esculpido abdomen, acariciando con la mirada esa línea de vello que nacía desde su ombligo y se perdía bajo los límites de la sábana que aún lo cubría a medias.
—Creo que ahora soy yo quien se siente incómodo —dijo divertido acomodándose en la cama solo para hacer que su torso se apretara y el aliento de Gabriela se escapará en un suspiro—. Anda vuelve a la cama.
De una extraña forma, Gabriela se sintió tentada a aceptar la oferta, un delicioso calor se formó en la parte baja de su abdomen recorriendo su cuerpo. Por primera vez desde su divorcio, (incluso antes de eso), ella sentía esa atracción por alguien, su cuerpo le urgía a pegarse al de él y fundirse hasta saciar esas ansias. Podría hacerlo si quisiera, no tenía un esposo a quien faltarle y su hijo ya era un adulto que prácticamente no podía decirle nada por no haber llegado a dormir. Si tan solo ese hombre al que deseaba tocar y besar y porque no, montarlo como lo había hecho en la noche no fuera así de joven. Gabriela movió la cabeza para sacudirse esas ideas ridículas y al fin tomó sus zapatos del piso, se los pondría estando afuera.
—No puedo. Sabes, esto ha sido un error. Disculpa.
Gabriela dio media vuelta para salir de esa habitación que la mantenía presa de su deseo. No quiso voltear ni detenerse a mirar a detalle el lugar, era evidente que estaba en el departamento de ese joven, en realidad no había mucho que mirar, solo unos pocos muebles y paredes prácticamente vacías. Cuando Gabriela salió hasta la calle pudo respirar más tranquila, volteo a ver el edificio y agradeció que el departamento del apuesto joven no estuviera en la cima de ese enorme edificio sino en el tercer piso. Con la mente más despejada, Gabriela hizo la parada a un taxi, lo siguiente sería pensar en lo que le diría a su hijo para justificar su ausencia.
Estar en el patio de una escuela durante el receso, para una maestra que quiere descansar del bullicio suele ser más estresante de lo que son las clases en sí. Pero Gabriela no se sentía con ánimos para ir a la sala de maestros y tomar su descanso allí. Era algo tonto pero sentía que con solo verla a la cara alguien podría saber lo que había hecho la noche del viernes, como si de alguna manera lo tuviera escrito en la frente. Al menos en el patio, los niños no tenían la capacidad de ver en ella lo avergonzada que estaba.
—¡Vamos, amiga! Tampoco es para tanto.
Gabriela había estado evitando a su amiga durante el resto del fin de semana y todo lo que había podido hasta ese momento. Por la mañana evitó ir a la sala de maestros por su café solo para no encontrarla de frente, ella lo sabía y si se le ocurría abordar el tema de una forma indiscreta frente a alguien lo suficientemente perspicaz para saber de lo que estaban hablando entonces no podría vivir con la vergüenza.
—Es en serio, Andrea. ¿¡Te parece que no es para tanto!? Claro, tu estás acostumbrada a enredarte con cualquier pelmazo que te encuentres por ahí que ya no te parece que sea para tanto.
—Oye, entiendo que estés enojada pero tampoco me ofendas. Además te veías muy agusto con el bombón que no quise arruinar el momento. En algún momento de la noche me hiciste una seña de que te ibas con él y pues yo solo me alegré por ti.
—¿En serio eso hice? —Gabriela busco de nuevo en sus recuerdos pero había pequeños detalles que se le escapaban a su memoria, convenientemente, recordaba bien las caricias y besos del joven con el que tuvo sexo, recordaba su cuerpo presionado con el suyo y la fuerza con que las manos de él se aferraron a sus caderas para undirse en ella con fuerza; lo recordaba también que la sola mención la hacia excitarse de manera involuntaria —. Cómo sea debiste haberme detenido. No pensaste que él tipo podía haber sido un asaltante o un violador, o asesino en serie.
Andrea se rió de forma exagerada, tanto que un par de miradas infantiles se dirigieron hacia ellas. Gabriela le hizo callar apenada pero los pequeños perdieron el interés en ellas tan rápido como el juego llegaba hasta ellos.
—¿Qué es tan gracioso? —dijo Gabriela tratando de seguir molesta con Andrea pero no podía, en realidad estaba molesta con ella misma por no poder ser tan libre como lo era Andrea. No podía estar enojada con su amiga, sabía que ella solo había querido sacarla de su encierro porque creía que no era feliz y que necesitaba salir y conocer a otros hombres para olvidar a Roberto, que tan cierto era aquello, era algo que Gabriela comenzaba a replantearse.
—Es que tú crees que te dejaría ir con un completo desconocido así sin mas. Gaby soy un poco loca si quieres verlo así, pero no soy una irresponsable.
—Entonces tú lo conoces.
—Bueno, no tan bien como tú —dijo Andrea con una sonrisa burlona y mirada picaresca, Gabriela no pudo evitar que su cara se pusiera roja y dió un leve empujón a su amiga —. Ay bueno, si. Es el primo de Bruno.
Gabriela le miró confundida, acaso Andrea esperaba que eso fuera suficiente para ella. Porque creía Andrea que ella sabía quién era Bruno.
—Y Bruno es…
—Estoy saliendo con él, ya te lo había dicho.
—Es con el que te fuiste.
—Si. Es el dueño del bar, creo que su primo es su socio. Se llama Leonardo.
—Aun así no debiste dejarme ir con él.
—Y dale con lo mismo. ¿Cual es el problema? Él no es casado y por lo que tengo entendido tú tampoco lo eres. Es un hombre educado, guapo y con dinero.
—¡Es un jovencito! ¡Ese es el problema!
—Ah entonces preferirías irte a la cama con un viejo. Discúlpame amiga pero no te entiendo.
—Sabes que, olvídalo. Tu y yo tenemos diferentes formas de pensar, quizás y pueda ser que soy una mujer anticuada o quizás tu eres demasiado liberal. El punto es que no vamos a poder estar de acuerdo con esto.
—Bien amiga. O sea entiendo tu preocupación por lo que la gente pueda pensar pero nadie tiene que saber lo que pasó y además, tampoco es como que te vayas a casar con él. Fue algo casual y ya.
Gabriela lo pensó por un momento, era cierto, solo había sido un encuentro de una vez.
—Eso es cierto pero no puedo evitar sentirme mal por ello.
—Y eso ¿Por qué? ¿Tan malo fue?
Para Gabriela no pasó desapercibido el doble sentido con el que Andrea había dicho aquello. Si eso no hubiera sido suficiente, la sonrisa de lado que le dió lo confirmó. Gabriela trató de mostrarse indignada pero de nuevo el color rojo se instaló en su rostro al recordar a ese joven.
—Anda, cuéntame. Es tan ardiente como se ve.
Gabriela lo recordaba a detalle pero no sé atrevía a decirlo, en realidad había sido el mejor sexo que hubiera tenido en años a pesar de haber estado ebria; por un momento, Gabriela se arrepintió de no haberse quedado esa mañana.
—Pues la verdad…
El timbre que indicaba el final del receso se escuchó tan fuerte que ambas maestras dieron un respingo.
—Te salvó la campana. No creas que esto se va a quedar así —dijo Andrea mientras se levantaba de su lugar —a la salida nos vemos para que me cuentes.
Cuando Gabriela se quedó sola pensó en lo que estuvo a punto de decirle a su amiga, en verdad le había gustado estar con ese joven, Leonardo, así era como le había dicho Andrea que se llamaba, pero una cosa era pensarlo y otra era admitirlo en voz alta. Una idea loca le surgió de repente escapándose con un suspiro. “Es una lastima que no lo volveré a ver”.
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