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Confusión Nuestra

Prólogo

Dalia Morgan siempre ha sido una persona perseverante, positiva y trabajadora; no importa cómo había sido un poco dura la vida, veía cómo continuar con una sonrisa agradecida. No sentía la necesidad de depender de nadie, ella misma podía salir adelante; su vida había sido más que evidente de ese hecho. Había criado a su par de hermanos pequeños gemelos luego de la muerte abrupta de su madre, y aunque su padre también estaba ahí para ellos, él tenía que trabajar duro para poder darles una vida decente.

No fue fácil para su padre ser viudo y un padre soltero.

Amaba mucho a su madre y fue un duro golpe la muerte de ella, pero Dalia no podía sentir tanto dolor. Estaba acostumbrada que su madre era un espíritu libre, que le encantaba la adrenalina y las carreras de autos. Así que, su muerte, aunque trágica, no fue un golpe tan severo, de todas maneras ella ya cuidaba de los gemelos desde que nacieron.

No podía reclamarle nada a su madre, aunque no fue muy amorosa ni una madre de tiempo completo, le enseñó el valor de perseverar ante cualquier dificultad y eso, lo agradecía profundamente.

Ahora que tenía que estudiar, trabajar y cuidar de sus hermanos, esta enseñanza era lo que más le hacía caminar hacia adelante.

Sus hermanos ya eran bastante mayores y podían ir solos a la escuela, lo único en que les ayudaba era hacerles el desayuno y las comidas, además de lavar. Así que ya tenía más tiempo para sus tareas de la universidad y conseguir un trabajo de fin de semana. El cual, no fue difícil de conseguir ya que su padre la había recomendado como ayudante de limpieza en la casa de un pariente lejano. El primo, del sobrino, de la hermana de la segunda esposa de su tío. No podría decir que se tratase de un pariente, ni siquiera lejano, pero le habían dado la oportunidad de ganar dinero para sí misma, aunque solo fuese como mucama por dos días, era mucho mejor que pasar horas repartiendo volantes en el sol.

La paga era generosa, unos doscientos cincuenta dólares por los dos días y lo que cocinara podía comer en la casa. Sería un alivio para la carga de su padre pues la universidad no era barata y los gemelos ya iban a preparatoria.

Entonces…

Miró la puerta del departamento con detenimiento para cerciorarse que se trataba de la casa que había dicho su padre.

Era el 1608. No cabía duda.

Miró a su alrededor y podía ver bolsas de basura negra amontonada en la puerta y parte del pasillo hacia el ascensor. Olía como basurero y parecía el lugar de un viejo sucio. Sintió cierto pesar y estaba pensando si al final era mejor seguir repartiendo volantes.

Entonces se abrió la puerta y sobresaltó a Dalia.

En el umbral se asomó un hombre alto, mucho más alto que ella, con el cabello desordenado, la barba espesa y ropa agujerada y sucia. Parecía un pordiosero. Dalia quiso darse la vuelta, cuando una voz grave y muy masculina la paró.

-¿Eres tú la hija de Robert?

-Um – Dalia quería negarse y escapar, pero ya la habían descubierto y no era de las que huían – Sí, ¿usted es el señor Smith?

-Sí – lo vio rascarse la barriga que por suerte no era un globo – Pasa. Lo siento, no he podido limpiar, he estado ocupado con mi trabajo…

Dejó la puerta abierta y Dalia como pudo, entre tanta bolsa de basura entró.

-Es pintor, ¿verdad?

-Sí. Una vez que empiezo a pintar, olvido todo a mí alrededor.

-Sí, ya veo – no importa donde mirara Dalia, parecía un tiradero de basura – No se preocupe, yo voy a mantener su casa limpia – puso su bolso en lo que parecía un perchero, se amarró el cabello y sacó su delantal personal al igual que unos guantes de caucho y un cubre bocas – Tendré la cena a las siete.

-No tienes que apresurarte.

-No, no – negó Dalia. Ella era una persona obsesionada con el orden y la limpieza, ver el tiradero ya le picaba las manos – No es molestia.

-Continúe su trabajo, yo le llamo cuando esté lista la cena.

-Bueno…

El hombre se dio la vuelta, mientras Dalia comenzaba a limpiar el enorme desorden. Miró el reloj, apenas eran las dos, esperaba poder terminar a las cinco para poder ir a comprar la despensa porque estaba más que segura que ese refrigerador bonito en la cocina estaba de adorno.

Uf.

Era un trabajo titánico.

Capítulo 1

Empezó por recoger todas las bolsas y apilarlas para luego empacarlas en bolsas más grandes, luego recogió lo que quedaba en el piso. La gran mayoría de basura era periódico, tubos de pintura de óleo, y envases de comida rápida.

Apestaba, pero no podía hacer más que aguantar la respiración y continuar recogiendo; pronto la sala quedó despejada y fue directo a la habitación principal solo para ver más bolsas con envases de comida y revistas. No podía concebir cómo este hombre podría dormir en un cuchitril.

Mientras sacaba basura de debajo de la cama, también se deshizo de papeles arrugados y esparcidos por todo el suelo, se preguntaba qué era hasta que vio las revistas.

Las revistas eran de historias para adultos. Se sobresaltó y las soltó.

Casi maldijo. No entendía cómo este hombre compraba revistas; la era del internet estaba en su punto máximo, por qué contaminar la mente de ella con estas revistas.

Ahora solo podía imaginar que estos papeles arrugados eran…

Metió la basura en la bolsa y se apresuró mientras intentaba pensar en los deberes de la escuela. Logró desviar su mente en la limpieza de la cocina y la trapeada, para cuando volvió en sí, ya eran las cuatro de la tarde.

La casa estaba limpia. Ya podía verse el suelo y sus azulejos de color verde oscuro; los muebles de la sala estaban libres de ropa y periódico, al fin se podía sentar. La cocina estaba limpia y la tarja reluciente. Solo faltaba el baño y luego iría a comprar.

...****************...

Desde el estudio, que era el único lugar más espacioso del departamento, la luz del atardecer pasaba a raudales a través del ventanal que venía desde el techo hasta el suelo. Fuera del ventanal había un pequeño balcón, y mientras las cortinas se mecían por el viento de la tarde, una silueta se asoma, aparragando sobre el barandal de seguridad.

Kei Smith caló el humo de su cigarrillo antes de soltarlo y dejar que el viento se lo llevara. Caló de nuevo mientras observaba el regreso de Dalia.

Debería decir que el padre de esta chica era un idiota. ¿Cómo podía permitir que su hija se metiera a la casa de alguien como él? No era un hombre bueno ni amable, era un maldito que se aprovechaba de absolutamente todo lo que venía a su camino. Y esta mujer, suspiró, lo estaba poniendo duro con solo observar el movimiento de sus espectaculares piernas.

Se acomodó el miembro incómodo y apagó el cigarro cuando escuchó la voz de ella llamarle para tomar un baño.

Sonrió con sorna.

Sí, un baño. Era buena idea, pero no quería tomarlo solo.

-¡Voy en un momento!

Miró en dirección de su nueva obra y era el rostro de una mujer en el justo momento del éxtasis del orgasmo. Tomó un bolígrafo estilográfico y firmó como BlackRose.

Dejó el bolígrafo, acomodó de nuevo su miembro más tranquilo y salió del estudio para ver una luz resplandeciente en todo el lugar.

El lugar estaba totalmente limpio y no se veía sombrío como lo había estado viendo por algunas semanas. Debía felicitar que esta mucama era muy buena. Miró hacia la cocina, donde la encontró con un delantal nuevo, revolviendo algo de una olla.

Sin decir nada se fue al baño y se tomó una ducha rápida, se afeitó la espesa barba y peino su cabello con sus dedos hasta atrás, sin embargo cuando se disponía a salir, se dio cuenta que solo había la toalla de secado y había olvidado traer una muda nueva de ropa. Sin embargo, sin pensárselo demasiado salió del baño con la toalla sujeta en sus caderas pero que amenazaban con caerse. Y en ese instante, un grito lo hiso detenerse.

-¡Dios mío! – Dalia se tapó los ojos con ambas manos, ella estabas entada en la sala tomándose un pequeño respiro cuando lo vio salir casi desnudo – ¡Señor Smith! ¡Aun no me he ido! ¡Póngase algo de ropa!

-La olvidé, vivo solo y no pensé que seguías aquí.

-Sí bueno – miró entre las rendijas de sus dedos – Vaya a… ¡Ah!

Ahora se volteó completamente porque la toalla se había desparramado hasta los pies de ese hombre sin vergüenza.

Kei solo sonrió divertido. Tomó la toalla y se fue a su habitación. Se puso su ropa interior y solo una camiseta sin mangas. No tuvo la decencia de estar presentable ante Dalia, que además su mucama, era una mujer.

Dalia estaba totalmente asustada y no podía concebir en su mente lo que le pasaba a este hombre.

Tenía el pudor esfumado de su ser, tampoco tenía vergüenza y posiblemente no la vea como una persona sino como un mueble más de la casa.

Cuando salió, aunque ya vestido, pudo notar que andaba con solo su ropa interior y Dalia sintió su cara arder.

-Hay… la cena está lista – se levantó, intentando mirar por otro lado – Si no hay nada más, me iré, vendré mañana temprano para hacerle el desayuno y terminar algunas cosas de la limpieza que faltó.

-¿Por qué no te quedas a cenar? No he tenido ningún invitado en mucho tiempo.

Dalia quería negarse. ¿Cómo podría sentarse en la misma mesa que este hombre desvergonzado? Pero realmente estaba hambrienta y cansada, dudaba poder llegar a casa sin desmayarse a medio camino.

Gimió internamente y terminó aceptando.

Se levantó y fue a servir dos platos de esta rica sopa de verduras y carne. Mientras sacaba el segundo plato, sintió la presencia de ese hombre que la había encerrado entre sus brazos. Alzó la cabeza y al fin pudo ver su rostro.

Luego de verlo casi desnudo, no había tenido el valor de verle a los ojos, sin embargo, estando tan cerca, logró verle al fin sus ojos.

Unos ojos tan oscuros como boca de lobo que amenazaban con tragarla.

Era guapo. Muy guapo. Nada que ver con el hombre pordiosero que vio al llegar al departamento. Una mandíbula fuerte y cuadrada, la nariz grande y perfilada, ojos rasgados con pestañas espesas y unos labios gruesos.

Tragó asustada.

-Se… señor Smith, esto…

-Huele bien.

Aunque Dalia no sabía a qué se refería, si a la comida o a ella misma. Aunque al recordar que aún no se había duchado al fin salió de la niebla mental y terminó alejándose de él. Se sintió avergonzada de dejarse llevar por el ritmo de esta persona. Ella era una mujer íntegra y respetable, no dejaría que nadie la acosara o se burlaran de ella.

-Señor Smith – se alejó dos pasos para verle el rostro – Yo solo soy su ama de llaves los fines de semana. Limpiaré su casa, pero eso es todo. Yo no soy una persona de la que se puedan burlar y tampoco se lo voy a permitir. ¿Está claro?

Él la miró con escrutinio, cosa que la pudo nerviosa, pero antes de darse por vencida y salir de la casa, él asintió.

-Por supuesto. Lo siento, la broma llegó lejos. No volverá a pasar.

Dalia suspiró aliviada.

-Está bien. No soy rencorosa – sonrió al fin y señaló la mesa – Siéntese, en un momento le sirvo.

Él solo asintió y al verlo sentarse, Dalia al fin dejó caer su corazón de su garganta. Realmente no quería dejar el trabajo, la paga era muy buena como para dejarlo por el acoso de este hombre, que aunque guapo, no le quitaba lo horrible de su broma fuera de lugar.

Capítulo 2

Cuando llegó a su casa, lo único que quería era quedar acostada en su cama hasta la siguiente mañana. Pero aún no se había duchado y necesitaba cerciorarse que los gemelos hubiesen terminado sus deberes escolares.

Así que primero optó por tomarse la ducha y dejar que el agua tibia se llevara su agotamiento y los sucesos en esa casa, ya que sin duda, el señor Smith le había dado una tremenda primera impresión y no fue ni remotamente agradable; además de sucio y descuidado, pervertido y despreocupado.

Luego de salir del baño, mientras secaba su cabello se dirigió a la habitación de los muchachitos que no paraban de aullar cada cinco minutos. Dejó la toalla colgada en sus hombros y llamó la puerta con golpes firmes.

-Voy a entrar.

Les dio unos cinco segundos de espera antes de abrir la puerta. Ambos parecían un poco agitados pero Dalia no se los recordaría, mientras no estuvieran haciendo cosas indebidas, no husmearía en su habitación.

-Buenas noches muchachos.

-Buenas noches – respondieron al unísono. Le encantaba escuchar su sincronización aunque a ellos mismos les desagradaba.

-Ya me voy a dormir, como mañana es domingo les doy permiso de desvelarse pero solo hasta media noche – miró el reloj del escritorio y vio que eran las nueve y media – También quiero saber si ya terminaron los deberes.

-Claro que sí – respondió Max, quien era el más revoltoso – Quería pasar la noche en los juegos…

Recibió un zape de su hermano, indicándole con la mirada que los había delatado, pero Dalia fingió no escuchar. Era normal que quisieran jugar más y con el hecho que habían terminado su tarea, le bastaba para no limitarlos tanto.

-Ya acabamos – el mayor de los dos, Leo, se levantó y con una sonrisa le mostró su libreta que era demasiado legible, con una letra meticulosa y hermosa.

Bueno, bueno – acarició la cabeza de cada uno – Ya no los molesto más. Ya saben hasta las doce, no quiero levantarme en la madrugada y que sigan desvelándose porque entonces perderían sus derechos.

-No, no – Max sacudió ambas mano – No será demasiado.

-Está bien.

Se dio la vuelta pero antes de cerrar la puerta, Leo la detuvo.

-¿Cuándo viene papá?

-Está en un viaje de negocios, dijo que regresaría en una semana a más tardar. No se preocupen – entonces les dio un abrazo a cada uno – Siempre se mantiene comunicado y activo en sus redes sociales, así pueden saber que está bien.

Leo asintió y Max solo le dio una palmada.

Dalia cerró la puerta y dejó escapar un suspiro. Su padre se dedicaba a la fotografía, de esa forma había conocido a su madre y se habían enamorado y casado, pero eso no impidió que su madre continuara con sus actividades y terminara en ese accidente. Pero en fin, daba gracias que su padre no colapsó y continuó trabajando a pesar del dolor.

Aún continúa con su profesión y tiene que viajar a otros lugares para hacer sus catálogos y exposiciones. No eran ricos, pero tampoco les faltaba nada.

Solo que Dalia quería empezar a ganar su propio dinero porque la mesada de su padre llegaba ser insuficiente para pagar copias, papeles, cuadernos o libros para completar sus conocimientos sobre su carrera. Así que no tuvo más remedio que empezar con repartir volantes pero era tan agotador y frustrante que aceptó ser la persona de la limpieza para otra persona.

Creyó en el juicio de su padre de recomendarle este cliente pero ahora dudaba. ¿Lo engañaron o es demasiado simple para ver que la otra persona no era normal?

Cerró los ojos intentando no maldecir. Al final solo soltó un suspiro y se fue a su habitación. Ya mañana vería cómo enfrentarse con todo, por el momento solo quería dormir.

...****************...

A la mañana siguiente, Dalia se levantó temprano para dejar listo el desayuno de los gemelos y una nota que les pedía encarecidamente que pasaran la aspiradora por la casa y lavaran los trastes que ensuciaran, además de que quedaba comida para el medio día, ya que ella llegaría hasta después de la cena.

Les dejaba dinero para que pudieran pedir pizza en la noche.

Se secó las manos en el paño de la cocina, tomó su bolso y salió hacia la casa de ese hombre excéntrico.

Al llegar, se tomó unos segundos antes de poder llamar el timbre.

Por un instante se imaginó que la casa, de nuevo estaba como un basurero, pero cuando el señor Smith la dejó pasar, se sintió aliviada que continuaba limpia tal y como lo había dejado el día anterior.

El hombre notó su alivio y sonrió con cierta picardía.

-Estuve en el estudio casi toda la noche y el sonido del timbre me acaba de despertar.

Dalia se sintió un poco avergonzada der ser vista a través, pero no podían culparla, él había dado una terrible impresión ayer.

Se aclaró la garganta.

-Disculpe por despertarlo, pero…

Antes de que pudiera terminar sus palabras, una llave plateada brillaba frente a ella.

-Aquí tienes una copia. Habrá momentos que no estaré en casa y realmente quiero seguir durmiendo.

Dalia tomó la llave y se sintió aliviada, tampoco le gustaba molestar el descanso de otras personas y siendo sincera, temía interrumpirlo en lo que sea que estuviese haciendo. Ella solo quería hacer su trabajo eficientemente y luego marcharse cuando el reloj marcaran las siete.

El señor Smith se dirigió a su habitación para continuar durmiendo, mientras Dalia comenzó a limpiar todo, pero fue más rápido y en menos de dos horas había terminado. Marcando las diez, se dirigió al refrigerador, el día anterior había comprado bastantes provisiones, claro, con la tarjeta del jefe así que, aunque tambaleándose, llenó todo el frigorífico con frutas, vegetales, yogures, carnes y demás, así que sacó un par de chuletas del congelador, algunos vegetales para servir como guarnición, arroz y legumbres para una pequeña sopa.

Para el medio día, la comida estaba lista, solo estaba cortando el pepino para dar un toque fresco, cuando de nuevo sintió la presencia de él detrás de ella.

Sintió los nervios alterarse y su corazón agitarse. Estaba molesta que había faltado a su palabra.

-Tengo hambre.

Dalia apretó la mano que tenía el cuchillo.

-La comida está lista, solo – intentó calmar su corazón – Tome asiento, en un momento le sirvo.

- Quiero de lo que estás cortando.

Dalia miró las rodajas de pepino. Bueno, podría darle un puñado para que la dejara en paz, así que tomó algunos con sus dedos, pero antes de poder dárselo en sus manos, él tomó su mano con firmeza y se llevó los dedos de ella, directo a su boca.

Una electricidad recorrió todo el cuerpo de Dalia, desde la cabeza hasta los pies que la dejó paralizada y no pudo quitar su mano. La lengua de él bailó sobre sus dedos índice y pulgar, saboreándolo como un caramelo.

Rápidamente Dalia sintió su rostro enrojecer y las ganas de huir la invadían porque la vergüenza la abrumaba. Su cuerpo traidor se había estremecido e incluso tuvo la imperiosa necesidad de apretar las piernas y aliviar el dolor que invadía su intimidad, sin embargo, él soltó sus dedos.

-Delicioso – lo escuchó susurrar.

Dalia casi se cae. Sus piernas temblaban. Afortunadamente, él se fue al comedor, dejándola con la mente perturbada, el cuerpo acalorado y la confusión nublando su juicio.

Debería irse, debería renunciar. ¡Había roto su promesa! Pero… miró furtivamente hacia él, quien parecía mirarla con ojos de cazador, acechándola como su próxima presa.

Debería irse.

Debería marcharse, ya.

-¿Le gustan… las chuletas?

-Sí, me gustan mucho.

Dalia sirvió la comida y se sentó frente a él, nadie mencionó lo que había pasado con el pepino, que continuaba sin cortar.

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