Hola, soy Aksel Klutzberg, el protagonista de esta historia.
¿Y quién soy yo? Pues el alfa de la manada GoldenFang, un alto rubio fornido alfa, que tiene una vida de ensueño y un montón de admiradoras. ¡Ja! ¿Qué te crees? Esa es la vida que quisiera tener, pero no.
La verdad es que soy un alfa flaco y moreno, que tiene una vida de perros y ninguna admiradora. No, en serio, es un desastre. Vivo en la casa de la manada, conduzco una camioneta que parece un zombie, trabajo en una ferretería que es lo único que me queda, y cuido de una manada que está al borde del abismo. No busco el amor, pero ¿Qué haré si un día me la encuentro? No tengo ni idea. ¿Me enredaré con mis palabras o peor con mis pies? Seguro que sí. Apenas puedo mantener a flote a la manada, ¿cómo voy a darle la vida de lujos y demás que mi luna se merece?
-Si tan solo enterraras a la camioneta y cambiaras los jeans remendados, tal vez nos veríamos más presentables-, dice River, mi lobo.
¿Podrá Aksel encontrar a su mate y salvar a su manada? ¿O se enredará en sus propios problemas y perderá todo lo que ama?
Entré en mi casa con ganas de tirarme en la cama y dormir hasta el día siguiente. Había pasado una mañana aburrida en el instituto, donde últimamente nadie me hablaba ni me miraba. Lo único que me hacía soportar el día era Liam, mi mejor amigo. Bueno, mi único amigo. Él era el único que me trataba con normalidad. Pero hoy no había venido. Ayer cumplió años y tuvo su primera transformación, así que se quedó en casa.
Al llegar a la puerta, me encontré con Rosa. Ella ha estado cuidando de mí desde que mi madre se fue hace un par de años.
—Hola, Aksel —me dijo con una sonrisa dulce—. ¿Qué tal el día?
—Hola, Rosa —respondí con desgana—. Normal, creo.
—Bueno, mi niño, te esperan en el despacho del alfa —informó sin más.
Me quedé paralizado. ¿Qué? ¿El despacho de mi padre? No había hecho nada para que me llamara allí.
—¿Está de mal humor? —pregunté con recelo.
—No lo sé, Aksel. Solo sé que es urgente. Vamos, no te demores.
Rosa me tomó de la mano y me arrastró hasta el despacho. Es el lugar donde mi padre solía reunirse con otros alfas y atender los asuntos de la manada, aunque últimamente nadie venía. Cuando entré, la silla del alfa estaba vacía, la chimenea apagada. Parecía que no había nadie.
En el sofá, con cara de pena, estaba Mark, el beta de mi padre. Me miró con compasión. Se levantó y se acercó a mí.
—Hola, Aksel —saludó con voz grave.
—Hola, beta Mark —respondí con nerviosismo—. ¿Le pasó algo a mi padre?
Estos últimos años, mi padre había estado en constante furia desde que mamá lo dejó. Bueno, en realidad, nos dejó a todos.
—Tengo algo para ti —dijo, sacando un sobre del bolsillo.
—¿Qué? —pregunté, confundido.
—Una carta de tu padre —dijo, y me la entregó.
Me quedé helado. ¿Una carta? ¿Qué significaba eso? ¿Dónde estaba él?
—¿Una carta? —repetí, incrédulo.
—Sí. La encontré esta mañana en su escritorio —dijo, tranquilo, entregándomela.
Sentí un nudo en el estómago. Esto ya lo había vivido antes. Cuando ella se fue.
"Aksel, la manada es tuya. Desde que tu madre nos dejó, no tengo nada que me ate a esta manada. Lo siento, pero no puedo seguir viéndote sin recordar la traición de tu madre. Marius."
Esto es una puta broma, ¿verdad? ¿Ninguno de los dos se dignó a despedirse en persona? ¿De verdad tenían que hacerlo con una maldita nota?
Una risa burlona se me escapó. El beta de mi padre me miraba con pena, y eso dolía más que cualquier otra cosa.
¿Cómo podía haber cambiado tanto mi vida en un solo año? ¿Qué más me podía pasar? ¿Quién más me iba a abandonar?
—Muchacho, tranquilo. Todo va a estar bien —intentó consolarme Mark—. Sé que esto pinta mal, pero de alguna forma mantendremos la manada.
¿La manada? ¿Y ahora quién iba a encargarse de la manada? Yo no podía, no hasta cumplir la mayoría de edad y tener mi transformación. Y para eso... aún faltaba más de un año.
—Mi madre no tiene hermanos. ¿Quién ocupará el lugar del alfa? —pregunté.
—En estos casos, sería el heredero. Es decir, tú. Pero aún eres menor. Las relaciones con las manadas vecinas son estables, así que no deberíamos preocuparnos por ahora de algún enfrentamiento —explicó Mark.
—¿Yo? Aún me falta más de un año —respondí, inquieto.
—Hay una forma, pero el Consejo de Manadas debe aprobarla —dijo—. Si no te reconocen como alfa, podrían decidir desintegrar la manada.
—¡No pueden hacer eso! Esta es la manada de mi abuelo… y del padre de él —reclamé, molesto.
—Lo sé. Por eso pediremos su autorización y que te reconozcan formalmente como alfa.
Pasaron dos días desde que Mark envió la carta al consejo. Dos días en los que no dejé de pensar en cómo mi vida estaba yéndose al carajo.
—Vamos, Aksy —intentó animarme Liam—. Todo va a estar bien. La manada te apoya, lo sabes, ¿no?
—Odio que me llamen Aksy —gruñí—. Y no creo que todos me apoyen. He escuchado los rumores.
Y era cierto. La noticia de que mi padre se había largado se propagó como pólvora. Todos lo sabían. Todos querían respuestas. Incluso yo.
—Cuando seas el alfa oficial ya no podré llamarte así —dijo Liam, haciendo un puchero.
—¿Puedo pedirte un favor? —le pregunté.
—Siempre.
—El día que me abandones, al menos despídete de mí. No me dejes una nota.
—Eres mi mejor amigo, mi hermano. Nunca te abandonaré.
—Lo sé… solo prométemelo.
—Te lo prometo.
—Gracias.
En ese momento, Mark entró en la sala con una caja pequeña y un sobre.
—Alfa Aksel —me llamó—. Ya contestaron los del consejo.
Desde que mi padre se fue, él y algunos guerreros me llaman así. A mí me suena ridículo.
—¿Qué dicen? —preguntó Liam, nervioso.
—Aceptan que Aksel sea el nuevo alfa de la manada —anunció, inexpresivo.
—¡Eso es genial! —dijo Liam.
—Con una condición —añadió Mark, mirándome con severidad—: debes poder transformarte en lobo.
Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Transformarme? ¿Cómo se supone que iba a hacer eso si aún no tenía la edad?
—Está bien —dije, intentando sonar tranquilo—. Mientras tanto, ¿tú te encargarás de la manada hasta que cumpla 18?
—No, Aksel, no entiendes —dijo, aún más serio—. Tienes que cambiar en estos días. Para ser exactos, en tres días.
—¿¡Qué!? —dijimos Liam y yo al unísono.
Mark dejó el sobre con la respuesta del consejo sobre la mesa y abrió la caja. Dentro, una botella pequeña con un líquido dorado.
—¿Qué es eso? —pregunté, receloso.
—Parte del ritual del Llamado del Lobo. Debes beberlo lo antes posible. Después, esperaremos a que salga la luna, dentro de tres noches. Nos reuniremos en el claro del bosque, con dos miembros del consejo y algunos de la manada. Ahí, delante de todos, te transformarás en lobo.
—¡Es peligroso! —protestó Liam—. Se supone que nos transformamos naturalmente a los 18. Adelantarlo... no es seguro.
—Ya ha funcionado antes. Se usa en situaciones especiales —respondió Mark.
—Vale —dije, extendiendo la mano hacia el frasco.
Mark me lo dio. Era viscoso y brillaba como miel rara. Lo abrí, lo acerqué a la boca.
—¿Y qué pasa si no funciona? —preguntó Liam, deteniéndome.
Mark suspiró, me miró a los ojos.
—Tienes derecho a saberlo. Primero, sentirás fiebre y agotamiento. La transformación será diez veces más dolorosa que una normal. Existe la posibilidad de que tu lobo despierte confundido, salvaje… que lastime a alguien. O peor: que no resistas la transformación y mueras.
—Están locos si creen que… —Liam se detuvo al ver que me lo tomaba de un solo trago.
Le devolví el frasco vacío a Mark. Me ardía la garganta.
—Ya ni modo —dije.
Los tres días pasaron lentamente. Cada vez me sentía peor. El calor en mi cuerpo no cesaba, tenía pesadillas con lobos feroces y sangre. Rosa me cuidaba, pero yo solo quería que llegara la luna y se acabara todo.
Por fin, la noche llegó. Mark me llevó al claro. Allí estaban Liam, los dos del consejo y varios de la manada. Todos me miraban. Curiosidad. Expectación. Lástima.
—Aksel —dijo Samuel, uno de los del consejo, con solemnidad—. Estamos aquí para presenciar tu transformación. Según el Libro Antiguo, solo los elegidos pueden despertar al lobo antes de tiempo. Es una prueba de valor, fuerza… y sacrificio. ¿Estás listo?
—Sí —mentí, con un nudo en la garganta.
Me senté desnudo en el centro del círculo. Las miradas pesaban. Busqué la de Liam. Me sonrió. Yo le devolví el gesto.
La luna apareció. Llena, enorme, blanca. Me hipnotizó. Y entonces, el dolor.
Un puñal en el pecho. Mil agujas. La piel se me arrancaba. Caí, convulsionando. Mis huesos se rompían. Quise morir.
—Aksel, ¡resiste! —escuché la voz de Mark, lejana.
—No va a poder… es muy joven, muy débil —susurró alguien.
—¡Callaos! No interrumpan el ritual —ordenó Samuel.
Intenté concentrarme. Quería oírlo. Mi lobo. Mi otra voz. Pero no había nada. Solo silencio.
¿Dónde estás? Vamos, ¿dónde estás, lobo?
Nada.
Perdí el conocimiento.
Cuando desperté, el dolor era menos. La luna seguía ahí, más alta. Voces a mi alrededor.
—¿Por qué no cambia del todo?
—Quizás necesita más tiempo…
—O quizás ya esté muerto.
No. No estoy muerto. No voy a morir. Tengo que ser el alfa.
Y algo cambió.
El dolor se volvió calor. El calor, fuerza. Mis sentidos se afinaron. Mi lobo despertó.
—¡Lo logró! —gritó Liam.
—¡Nuestro alfa! —dijo Mark.
—¡Pero qué pequeño es! —se burló alguien.
—¡No importa el tamaño, sino el carácter! —dijo Samuel.
Me levanté. Miré mis patas, mis garras, mi pelaje negro azabache.
Era yo. Completo.
Pero faltaba algo. La voz.
¿Dónde estás, lobo?
Y ahí, por fin, apareció.
—¿A quién le dice pequeño ese sopenco? —resonó en mi mente con descaro—. Soy River, tu lobo. Y soy el mejor.
Hoy es otro día en el que tengo que levantarme temprano para ir a trabajar y subirme a mi vieja Zombie, una camioneta que ha sobrevivido a una guerra nuclear. Sé que hubo una época en la que fue de un hermoso verde, pero ahora la pobre tiene más óxido que pintura. Te juro que le faltan casi la mitad de las piezas, pero, milagrosamente, todavía funciona. Solo me queda reírme de las cosas que me hace pasar, porque si lloro... se oxida más.
En parte, es mi culpa. Desde que asumí el puesto de alfa de la manada GoldenFang, no he podido darle el mantenimiento que necesita. ¿El motivo? ¿Falta de tiempo? Pues sí. ¿Falta de dinero? Definitivamente, sí.
Ahora, si te preguntas cómo es esto posible siendo yo un alfa, alto, hermoso y fornido,de ojos irresistibles y cabello al viento, dueño de una empresa multimillonaria... ¡pff! Error.
Aunque de hecho soy alto, no tan musculoso como otros alfas. Tengo el cabello castaño oscuro, que por lo general llevo en una coleta,y ojos marrones de lo más normales. Supongo que tengo algún atractivo, pero ¿quién puede asegurarlo? La verdad es que no he tenido ningún romance. Ninguna chica se ha fijado en mí.
Bueno... cuando iba a la escuela, algunas sí me miraban y se emocionaban conmigo, pero tuve que dejarla antes de cumplir los 17 para ser alfa de la manada a tiempo completo y sin vacaciones.
El viaje desde la manada hasta el pueblo Goldwunder dura casi media hora en este trasto. Podría llegar antes si me transformara en lobo, pero eso llamaría demasiado la atención, ¿no crees?
Soy dueño de una ferretería, el único negocio de la manada que pudimos salvar. Antes, en el pueblo teníamos más de una docena de negocios, pero después de que el cobarde de mi padre —el anterior alfa— decidiera esfumarse con el dinero de toda la manada, todo cambió. ¿Y por qué hizo eso? Pues si lo ven, pregúntenle.
En realidad, la manada era de mi abuelo materno. Antes, las hijas, aunque fueran primogénitas o únicas, no podían asumir el liderazgo. Así que mi madre tuvo que emparejarse con mi padre, el tercer hijo de la manada GreedClaw. Con el tiempo llegaron a enamorarse y la manada prosperó más de lo que se esperaba. Tuvieron a su heredero alfa —o sea, yo—. En una reunión de alfas del consejo de manadas, mi madre conoció a su mate y se fue. Solo me dejó una nota con el beta.
Mi padre pasó un par de años hecho una furia. Estaba dolido, obvio, pero decidió desquitarse con la manada. Empezó a gastar más, y le importaban poco los problemas. Su beta le dijo algo como que no se deprimiera, que seguro él también encontraría a su mate. Y no tuvo mejor idea que llevarse todos nuestros recursos y emprender un viaje sin retorno en busca de su destino. ¡Ajá! También me dejó una nota con el beta.
El único que tuvo la decencia de despedirse fue Mark, el beta de mi padre. Intentó ayudarme durante algunos años a dirigir la manada y a enseñarme los asuntos de la ferretería, pero la manada le recordaba constantemente que era el beta del alfa ladrón, así que decidió irse con su mate e hijos.
Y hablando del beta, su hermano menor es mi mano derecha en la ferretería. Mattheo es un joven lobo que recién se ha transformado. Me agrada; es muy trabajador y respetuoso.
Llego a la ferretería y comienzo a acomodar las cosas para abrir. Intento mantenerla lo más surtida posible, ya que es la única del pueblo, pero se queda corta en comparación con las inmensas ferreterías de la ciudad cercana. Mientras acomodo los nuevos productos, entra Mattheo.
—Buenos días, Alfa —dijo Mattheo—. ¿Cómo estás hoy?
—Hola, Mattheo —respondí—. Estoy bien, gracias. Aquí soy Aksel o "el jefe".
—Disculpa, Aksel. ¿Necesitas ayuda para abrir la tienda?
—Casi termino. Pero puedes empezar a revisar el inventario.
—Claro, no hay problema.
Él comenzó a revisar el inventario mientras yo terminaba de acomodar algunas cosas. Al cabo de un rato, se acercó a preguntarme algo.
—Oye, Aksel, ¿qué te parece si le ponemos un logo a la ferretería? Sería más fácil de recordar para los clientes que solo el nombre "Martillo Dorado".
—¿Un logo? —respondí con sarcasmo—. ¿Y qué tal un martillo con una corona encima? Suena muy original.
Mattheo rió.
—No, no. Algo más creativo, o por último más clásico. Algo que llame la atención.
—Bueno, no sé —dije—. Nunca se me ocurrió ponerle un logo. ¿Tienes alguna idea?
Mattheo pensó un momento y luego propuso:
—¿Qué tal si ponemos un martillo y una llave cruzados? Es simple pero efectivo.
—Hmm... —reflexioné—. No está mal. Me gusta.
Durante el día entraron algunos clientes. Uno buscaba una sierra eléctrica, otros pinturas y algunos cosas pequeñas como clavos o lijas. Y bueno, otros solo estaban mirando.
De repente, un chico entró en la tienda y casi se llevó algo sin pagar. Fui a reclamarle, pero el muchacho se echó a llorar y dijo que sus compañeros de clase lo habían puesto a prueba para ingresar a su grupo. Lo dejé ir con una advertencia. Espero que haya aprendido la lección.
Ya por la tarde, mientras cuadraba la caja, sonó el teléfono de la tienda. Al contestar, escuché una voz masculina que preguntaba por mí.
—Sí, soy yo —respondí.
—Hola, Aksel. Soy el Sr. White. ¿Cómo estás, joven?
—¡Hola, Sr. White! Bien, gracias —respondí con entusiasmo. Este señor es un cliente de hace años.
—Me alegra escuchar eso, joven. Quería preguntarte si aún tienes la casa que está a las afueras del pueblo. Mi hijo, que es vendedor de propiedades, está buscando fotos de algunas casas en la zona para un posible comprador que viene de la ciudad.
—Sí, la casa sigue ahí, pero ha estado abandonada desde hace años —le respondí—. ¿Quiere que le tome unas fotos? No tengo problema.
—Eso sería genial, muchacho. Muchas gracias. Mi hijo te lo va a agradecer —dijo el Sr. White.
Al principio no estaba seguro de querer vender la propiedad. Era la casa de mi abuela materna, abandonada desde hace años. Pero decidí tomarle unas fotos para pasárselas al hijo del Sr. White. No perdía nada intentándolo.
Colgué el teléfono y me acerqué a Mattheo.
—Mattheo, cierra la tienda y vuelve con cuidado a la manada.
—¿Y usted, jefe? —me preguntó con curiosidad.
—Voy a tomar unas fotos a la vieja casa —le respondí con una sonrisa irónica.
Sí, esa va a ser mi nueva gran pasión: fotografiar casas viejas y abandonadas.
Me subí a mi Zombie y conduje hasta el borde del pueblo, donde se encuentra la vieja casa.
Es una enorme construcción de dos plantas, con un jardín descuidado y lleno de maleza. Algunas ventanas están rotas y la pintura se cae a pedazos. Es la casa más bonita que he visto en mi vida. No, en serio: es un desastre.
Saqué mi teléfono, el último modelo... de hace seis años, y tomé algunas fotos. No soy fotógrafo profesional, pero me las arreglo. Las fotos salieron un tanto borrosas y oscuras, pero es lo que hay.
Tras unos minutos, guardé el teléfono y volví a mi Zombie. Intenté arrancar el motor, pero solo conseguí que tosa y escupa una ardilla. Después de varios intentos, logré ponerlo en marcha y me dirigí de regreso a la manada.
Nuestra comunidad no está tan mal en general. Es un conjunto de casas amplias, pero la mayoría están vacías. No quedamos muchos en la manada. La mayoría se fue a buscar una vida mejor en otros lugares. Y no los culpo. Yo también me iría si pudiera. Pero alguien tiene que quedarse a cuidar de los que quedan. Y ese alguien soy yo.
En el centro están la clínica y la escuela para los cachorros. Son los únicos edificios que mantengo en buen estado, pues son los más importantes. Aunque, si les preguntas a los cachorros, seguro que preferirían el gimnasio.
Me detengo en mi casa, que es la más grande y la que debería ser la mejor, pero el paso de los años la ha deteriorado bastante. Es la casa principal de la manada y del alfa, o sea, la mía. A mí me importa poco el lujo o la comodidad. Lo único importante es el bienestar de mi manada. Y el mío, claro. Pero eso es secundario.
Cuando entro, me recibe Liam, mi mejor amigo. Pero el muy cabrón se sigue negando a ser mi beta.
—¿Qué tal el día, Aksel? —me pregunta con una sonrisa.
—Aburrido, para variar —respondo con un suspiro.
—Te tengo malas noticias. —Malas noticias, para variar, pienso.
—La clínica está sin medicamentos y Eleonore se va a quedar con su mate en otra manada —dice con seriedad.
—¿Qué? ¿Cómo que se queda? —me sorprendo. Eleonore es la joven loba que se fue a estudiar medicina con el dinero que yo le di. Era la única que sabía cómo tratar a los lobos. Sin ella, estamos perdidos.
—Así es, Aksel. Su mate no quiere vivir aquí y prefiere que se queden en su manada. Dice que está muy apenada —explica Liam.
—Bueno, le deseo suerte —respondo resignado.
No puedo obligarla a quedarse si no quiere. Encontrar a nuestro mate es lo más importante. Bueno, para la mayoría de los lobos. Para mí... no sé si sea buena idea. Tal vez sea mejor estar solo que mal acompañado. Y en este caso, yo sería la mala compañía.
—¿Le deseas suerte? ¿Así de fácil? —se molesta Liam—. ¿No te das cuenta de que nos ha dejado tirados? ¿De que prácticamente te ha robado el dinero que le diste? ¿De que nos ha traicionado?
—No seas tan duro, Liam. Ella hizo lo que creyó mejor para su familia. No le guardo rencor —digo lo más calmado posible.
—Pues deberías, Aksel. Ella te debe mucho. Por lo menos deberías cobrarle lo que gastaste apoyándola con sus estudios —sugiere.
—No, Liam. No soy así.
—Eres demasiado bueno, Aksel. A veces creo que eres demasiado bueno para ser el alfa —me dice con una mezcla de admiración y frustración.
Yo solo puedo alzar los hombros. Son pocos los que creen que soy un buen alfa, o un alfa confiable. La mayoría todavía me ve como al cachorro de 17 años abandonado por sus padres. Y no les falta razón. No sé cómo llegué a ser el alfa de esta manada.
—Bueno, ¿y qué vamos a hacer ahora? ¿Cómo nos vamos a curar? —pregunta preocupado Liam.
—No te preocupes, Liam —le digo con confianza—. Voy a enviar a alguno de los jóvenes para que Eleonore les enseñe lo básico para tratar a los lobos. Ella va a aceptar porque nos tiene cariño y es su culpa que su compañero no quiera venir a este oasis. Además, voy a tener que contratar a un médico de otra manada. Si logramos vender la vieja casa, podremos solventar eso por un tiempo.
—¿Vender la vieja casa? ¿Estás seguro? —pregunta sorprendido.
—Sí, estoy seguro.
Es la única forma de conseguir dinero para la manada. Aunque no sé quién querría comprar esa casa. Tal vez algún loco al que le guste vivir entre ratas y telarañas. Ojalá.
—Está bien, Aksel. Si tú lo dices, te creo.
En ese momento, escuché la voz de mi lobo, River, en mi cabeza.
—¿Crees que te sobre algo de dinero?
—Eso espero. ¿Por?
—¿Y será lo suficiente para enterrar al Zombie?
—¡Hey! Todavía respira... creo.
—Sí, claro. Por lo menos le pondré unas flores antes de que se deshaga —se rió.
—Está bien, creo que me alcanzará para arreglarle algo. Por lo menos para que aguante un poco más.
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