Hola a todxs las personas que me leen, vamos a iniciar una nueva historia. Esta vez no será una historia de mafias ni pertenece a la saga, no quiero forzar esas ideas o va a salir una basura jajaja.
Esta nueva historia será un romance de oficina (CEO × secretario) tendremos el cliché de hetero con h de homosexual y celosos, aaaah benditos celos yyy, posible triángulo amoroso 😏
Espero que sea de su agrado, dejen sus comentarios y sus dudas.
Por cierto, estoy escribiendo un omegaverse también, no sé, quizá la suba un poco después de está, ya veremos cómo avanzamos jaja.
Aquí le dejo a los protas.
De izquierda a derecha: Oliver Hayes y Xavier Belmont.
—¡Lárgate y no vuelvas!
El grito resonó con fuerza desde la entrada de una pequeña agencia de publicidad, llamando la atención de los transeúntes. Las puertas se abrieron de golpe y, en cuestión de segundos, Oliver Hayes cayó pesadamente sobre el pavimento. Su caja de pertenencias rodó a su lado cuando su antiguo jefe, con absoluta indiferencia, la arrojó sin el menor cuidado.
El impacto contra el suelo le dolió más en el orgullo que en el cuerpo. Alrededor, la gente se detenía para observar el espectáculo. Algunos lo miraban con lástima, otros con desconcierto, e incluso hubo quienes parecían divertidos con la escena. Era mediodía y la calle estaba llena de vida, lo que solo aumentó su vergüenza. Lo habían echado como si fuera basura, sin la menor consideración, y frente a una multitud que no tenía reparo en presenciar su humillación.
Respiró hondo y, con una mueca de fastidio, comenzó a recoger sus cosas. No quería demostrar lo afectado que estaba, aunque por dentro un nudo de frustración se formaba en su garganta.
—¡De mejores lugares me han corrido! —gritó con ironía mientras metía de vuelta en la caja unos documentos arrugados. Murmuró un par de maldiciones en contra de la empresa y, aunque intentaba mantener la cabeza en alto, la verdad era que estaba preocupado.
—Toma.
Una voz masculina y serena lo hizo levantar la mirada. Su corazón dio un vuelco al ver a Alexander Vaughn en cuclillas frente a él, extendiéndole un pisapapeles que había rodado lejos de la caja.
—Mierda… —susurró Oliver, sintiendo cómo el calor subía a su rostro. Bajó la mirada y tomó el objeto con torpeza—. Dime que no viste nada.
Alexander esbozó una sonrisa.
—Depende. Si eso te hace sentir avergonzado, entonces no vi nada.
Oliver chasqueó la lengua.
—Eso es aún peor.
Se levantaron juntos y Oliver ajustó la caja entre sus brazos mientras comenzaban a caminar. Su mente seguía procesando lo sucedido y, al mismo tiempo, intentaba distraerse para no pensar en la inminente realidad: otra vez estaba desempleado.
—Otra vez estoy desempleado… —murmuró con un suspiro.
—Ya te dije, puedes trabajar en el hospital.
Oliver no respondió de inmediato. Agradecía la oferta, y de hecho, había considerado seriamente la posibilidad. Pero cuando se lo mencionó a su madre, la reacción de ella fue inmediata y feroz.
"¡No te pagué una carrera para que terminaras en un hospital, haciendo lo que odias!"
No es que lo odiara, pero sabía que trabajar en un hospital significaba renunciar a cualquier posibilidad de creatividad. Y aunque su anterior trabajo tampoco le permitía desarrollarse plenamente, al menos no sentía que estaba desperdiciando su carrera por completo. O eso quería creer.
—Gracias por la oferta, pero mamá me mataría si acepto —respondió con una sonrisa amarga, mirando la caja con tristeza.
Alexander lo observó con atención, como si analizara cada uno de sus gestos antes de hablar.
—Oliver… sabes que puedo ayudarte.
—No. —La respuesta fue firme e inmediata.
Sabía exactamente a dónde quería llegar Alexander y no podía permitirse aceptar su ayuda. No después de la confesión que había recibido de él semanas atrás. Alexander era un hombre increíble: amable, inteligente, generoso… pero Oliver simplemente no podía corresponderle. Desde hacía años, su corazón pertenecía a alguien más. Y aceptar su ayuda solo abriría la puerta a malentendidos que terminarían por destruir la amistad que aún conservaban.
Alexander suspiró y decidió no insistir.
—Está bien… pero al menos deja que te invite a comer. No vas a rechazar una comida, ¿verdad?
Oliver se detuvo frente a un pequeño restaurante y dudó. Quería rechazarlo, quería encontrar una excusa y marcharse, pero el hambre apretaba su estómago y su cartera estaba casi vacía. Su sueldo, junto con una pequeña liquidación, llegaría hasta el día siguiente. No tenía muchas opciones.
—Bien, vamos.
Entraron al restaurante y se dirigieron a una mesa junto a la vidriera. El lugar estaba casi vacío, salvo por un par de clientes dispersos. En la pared, un televisor transmitía noticias, y el murmullo de la presentadora llenaba el ambiente con un tono monótono.
Tras hacer su pedido, el silencio se instaló entre ellos. Oliver tamborileó los dedos sobre la mesa antes de decidirse a hablar.
—Doc… ¿cree que pronto encontremos un donante para mi madre?
Alexander lo miró con seriedad antes de negar con la cabeza.
—Lamentablemente, la lista de espera es enorme… y tu madre es AB negativo. Es el tipo de sangre más difícil de encontrar.
Oliver desvió la mirada hacia sus manos, sintiendo cómo la desesperanza se apoderaba de él.
Su madre ya había perdido un riñón a causa del cáncer. Ahora, con la enfermedad atacando el único que le quedaba, cada día que pasaba se sentía como un reloj de arena escurriéndose demasiado rápido.
—¿No hay alguna manera de acelerar el proceso? —preguntó con un hilo de voz—. Tiene que haber una forma de encontrar un donante más rápido.
No pedía un milagro. Solo quería más tiempo. Más tiempo con la mujer que lo había criado cuando sus padres biológicos decidieron que él no era parte de sus planes.
Alexander se inclinó levemente hacia adelante, su expresión reflejando un dilema interno.
—Sí, hay una forma… pero no es barata. Conseguir un donante fuera del sistema oficial puede costar al menos novecientos mil dólares o un millón, quizá más.
Oliver sintió que el aire le faltaba.
Novecientos mil dólares. Un millón mil dólares.
Eran cifras absurdas. Inalcanzables para alguien como él.
Apretó las manos con fuerza sobre la mesa, luchando contra la rabia y la impotencia que se acumulaban en su interior.
"Si tan solo tuviera dinero."
Pero no lo tenía. Apenas si podía mantenerse a flote con su salario mediocre. No tenía contactos, no tenía oportunidades reales de ascender, no tenía absolutamente nada que le permitiera cambiar su situación.
"¡Maldita sea!"
La mesera llegó con su pedido, sacándolo bruscamente de sus pensamientos.
—Aquí está su comida, disfruten.
Oliver intentó sonreírle, pero la expresión que logró formar fue tan extraña que la chica pareció desconcertarse.
Después de eso, ambos comieron en silencio. Alexander lo observó varias veces, como si quisiera decir algo, pero finalmente optó por callar.
Y Oliver solo podía pensar en esas cifras malditas y en cuánto odiaba ser tan insignificante en un mundo donde todo se compraba con dinero.
Afuera, la vida seguía su curso.
Pero para Oliver, el tiempo parecía haberse detenido en una espiral de desesperación de la que no encontraba salida.
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¿qué les pareció? dejen sus comentarios plis
Por cierto, si subo la otra, será por día un capítulo de cada una, ¿qué piensan?
Nos leemos pronto, besos y cuídense mucho.
La carpeta con fotografías voló por el aire antes de estrellarse contra su rostro. No se movió para esquivarla. No parpadeó. Se quedó de pie, inmutable, mientras los papeles caían en un desorden caótico a sus pies. La tensión en la sala era sofocante, cargada de ira, de reproche, de una decepción que no necesitaba ser verbalizada.
Frente a él, su padre respiraba con dificultad, los nudillos blancos de tanto apretar los reposabrazos de su silla. Sus ojos, antes llenos de autoridad y orgullo, ahora reflejaban un cóctel de furia y desilusión. Xavier podía ver la vena latiendo en su sien, un recordatorio de que el hombre había sobrevivido a dos paros cardíacos y que cualquier alteración en su estado podía ser fatal. Por eso, aunque la rabia se agitaba en su pecho, se mordió la lengua. No quería cargar con la muerte de su padre en su conciencia.
—¡¿Qué carajos significa esto?! —bramó Abraham Belmont, su voz retumbando con un estruendo que parecía sacudir los cimientos de la mansión.
Xavier se mantuvo en silencio. Sabía que cualquier palabra solo avivaría el fuego.
—Cariño, por favor… —su madre se apresuró a rodear el brazo de su esposo, susurrándole con tono apaciguador—. Recuerda que tu corazón no puede soportar estas alteraciones.
Pero Abraham no tenía intención de calmarse. Se sacudió el agarre de su esposa con impaciencia, sin apartar la mirada de su hijo.
—¡No me pidas que me calme! —rugió, poniéndose de pie—. ¡Nuestro apellido está enlodado! ¡Nuestro prestigio, la compañía, todo lo que construimos está en riesgo por esta basura!
—Hermano… —la voz temblorosa de su hermana menor rompió el tenso silencio. Se acercó a su padre con urgencia, tomándolo del brazo para ayudarlo a sentarse—. Por favor, piensa en la salud de papá. Papá, estoy segura de que Xavier tiene una explicación. No creo que él sea capaz de algo así…
Abraham dejó escapar una carcajada amarga antes de lanzar otra mirada asesina a su hijo.
—Un año, Xavier… —su voz bajó a un tono peligroso, más letal que los gritos anteriores—. Apenas llevas un maldito año al frente de Imperium y ya lo estás echando a perder.
El peso de esas palabras se incrustó en el pecho de Xavier como una estaca. Imperium era el legado de su familia. Un imperio construido con sudor, sacrificio y decisiones calculadas. No había margen para los errores, y mucho menos para los escándalos.
—Voy a arreglarlo, papá —dijo con firmeza, su rostro carente de emoción.
Pero por dentro… por dentro estaba hirviendo. Su sangre era lava corriendo por sus venas, un fuego abrasador de rabia y sed de venganza. No solo por la humillación que le habían infligido, sino porque sabía exactamente quién era la responsable.
Victoria Jazyper.
—¡Por supuesto que lo harás! —tronó su padre, golpeando con fuerza el escritorio—. Es tu maldita responsabilidad solucionar este desastre. ¿Acaso tienes idea de lo que está en juego? ¡Mira las malditas fotografías!
Xavier bajó la vista. Las imágenes esparcidas en el suelo mostraban momentos capturados con precisión venenosa. Él y Victoria en lugares privados, lo suficientemente íntimos para que cualquiera asumiera que había algo más entre ellos. Un error monumental. Xavier nunca repetía con una mujer. Nunca. Pero con ella…
Había sido un descuido. Se dejó llevar porque en la cama era exactamente como le gustaban: obediente, sumisa, sin exigir más de lo necesario. Parecía entender las reglas. Nunca se dejaron ver en público, porque en su familia existía una norma estricta: solo se le permitiría ser visto con la mujer que sería su esposa. Y él, desde luego, no tenía intención de casarse con nadie.
No obstante, Victoria no tardó en mostrar su verdadera naturaleza. Cuando lo vio en el set de fotografía hablando con otra modelo, se transformó en una fiera posesiva. Celos. Reproches. Llamadas insistentes. Su paciencia se agotó y la dejó atrás sin una sola explicación.
Ahora ella se vengaba de la peor manera posible.
La mañana había comenzado con una tormenta mediática. Victoria Jazyper apareció en una entrevista exclusiva, su rostro cubierto de moretones, su labio partido, un ojo inflamado.
"Esto fue hecho por el joven CEO Xavier Belmont cuando le dije que quería terminar nuestra relación. Me golpeó mientras me gritaba que no iba a dejarlo porque sin él, yo no era más que una perra sin futuro."
Una mentira bien construida. Un guion que cualquier idiota querría creer.
Pero él no la había tocado en semanas. Desde que encontró una nueva amante, Victoria dejó de existir para él.
—¡Ve y busca una maldita solución ya! —el rugido de su padre lo sacó de sus pensamientos.
Xavier alzó la vista. El juicio en los ojos de su progenitor era inquebrantable.
—No regresas aquí hasta que todo esté en orden, ¿entendiste?
Fue más que una orden. Fue un destierro.
Xavier se puso de pie con calma.
—Sí, papá.
Con pasos controlados, salió del despacho. Pero la tormenta dentro de él no se había disipado.
Sabía lo que debía hacer. No era la primera vez que alguien intentaba usar su nombre para ganar notoriedad. Pero esta vez, la situación era más grave.
Las acciones de Imperium se desplomaban con cada minuto que pasaba. Los inversionistas estaban inquietos. Los clientes presionaban por respuestas. Y los medios de comunicación no soltaban el escándalo.
El titular amarillento brillaba en cada pantalla del país:
"Xavier Belmont, agresor intrafamiliar."
Dejó escapar una sonrisa helada.
Esto no quedaría así. Victoria Jazyper había cometido un error imperdonable. Y se aseguraría de que lo pagara.
—Vámonos —ordenó con frialdad.
Su fiel secretario no perdió el tiempo y, con eficiencia mecánica, abrió la puerta trasera del auto para que Xavier subiera. Tan pronto como lo hizo, él mismo ocupó el asiento del conductor y puso el vehículo en marcha.
La tensión en el interior del automóvil era sofocante, casi palpable. El silencio solo se rompía por el sonido de las notificaciones interminables en el teléfono del secretario, quien, con el ceño fruncido, intentaba mantener el control de la situación.
—Señor, no puedo seguir filtrando las llamadas. Los teléfonos de la compañía están colapsando. Los accionistas exigen respuestas y las modelos… —tragó saliva antes de continuar—. Se han amotinado en favor de Victoria. Han decidido detener todo el trabajo hasta que se aclare la situación.
Xavier giró la cabeza lentamente hacia él, su expresión tan afilada como una cuchilla.
—Diles que si se niegan a trabajar, las despedirás —respondió sin titubeos. No tenía tiempo para lidiar con idiotas que pensaban que podían chantajearlo.
El secretario, sin embargo, no mostró sorpresa. Ya lo había previsto.
—Señor, ya se los dije —contestó con calma, pero con una tensión subyacente en la voz—. Y no les importa. Dijeron que si lo hace, solo probará que lo que Victoria dijo es cierto. Si las despide, los rumores se extenderán aún más.
Xavier apretó los puños, sintiendo cómo la frustración lo carcomía desde dentro. De un golpe seco, estrelló el puño contra el cristal tintado de la ventanilla, provocando un ruido sordo que resonó en el habitáculo.
—¡Mierda! —maldijo entre dientes, su mandíbula tensa, el pulso acelerado.
Cada segundo que pasaba, su reputación se deterioraba más. Los medios devoraban el escándalo con un hambre insaciable, los inversores dudaban, los clientes retrocedían. Y él… él estaba atrapado en un maldito fuego cruzado sin margen para errores.
El secretario tragó saliva antes de atreverse a hablar.
—Señor… —dudó un instante—. Tengo una posible solución. Pero no sé si le agradará la idea.
Xavier lo miró de reojo, su paciencia colgando de un hilo delgado.
—Habla de una vez —espetó—. Necesito que la maldita prensa deje de lucrarse con mi nombre.
No importaba lo que implicara la solución. Si tenía la posibilidad de acabar con este circo mediático y restaurar su posición, estaba dispuesto a hacerlo.
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