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Mi Suggar Es Un Mafioso

Prólogo

La vida de Zaira Montes siempre había sido una constante lucha contra la adversidad.

Creció en un barrio donde los sueños solían morir jóvenes, aplastados por la pobreza, la violencia o la indiferencia. Pero ella, con la testarudez de quien no conocía otro camino que el de resistir, se aferró a sus ilusiones.

Cada mañana, entre calles grises y atestadas de vendedores ambulantes, caminaba hacia la universidad cargando libros prestados, esperanzas remendadas y un corazón hambriento de un futuro distinto.

Soñaba con ser alguien. No una princesa ni una estrella de cine, sino una mujer capaz de construir su propio destino, lejos de las carencias que marcaron su infancia.

Con jornadas de estudio eternas, trabajos mal pagados y una familia que apenas podía sostenerse, Zaira creía que lo único que necesitaba era una oportunidad. Una chispa que encendiera el cambio.

A su lado, siempre caminaba Tatiana, su mejor amiga, una joven que había aprendido demasiado pronto que la belleza podía ser un arma. Mientras Zaira apostaba todo a su inteligencia, Tatiana confiaba en seducir a quien pudiera abrirle las puertas del lujo y el poder.

Compartían risas, secretos y miedos, pero también caminos opuestos.

Para Tatiana, el mundo era un juego de astucia donde sobrevivían los más ambiciosos, donde los sentimientos eran un lujo que no se podía permitir.

A kilómetros de distancia —en un mundo hecho de cristal, acero y dinero— Leonardo Santos vivía atrapado en su propio infierno dorado.

Magnate, dueño de imperios que se alzaban como torres sobre los demás, su nombre inspiraba respeto, temor... y silencios. No todos sus negocios podían llamarse limpios; en las sombras, Leonardo había construido una red tan poderosa como peligrosa.

Pero ni toda la fortuna del mundo había podido salvar a su esposa y a su pequeño hijo. El accidente que los arrancó de su vida le dejó un vacío imposible de llenar.

Desde entonces, su corazón era un campo de ruinas, su alma, un soldado caído en una guerra interminable.

Solo existía el trabajo, las negociaciones despiadadas, el control absoluto. Solo existía el dolor, camuflado bajo trajes a medida y sonrisas calculadas.

Mujeres que calmaban su lobo interior, pero que después no volvía a ver jamás.

En las sombras que rodeaban su imperio, otro hombre observaba, esperando su momento:

Astuto, implacable y sediento de poder, había sido aliado y enemigo de Leonardo en distintos momentos, pero ahora su ambición lo había transformado en una amenaza silenciosa.

Mientras Leonardo se sumergía en su dolor, su enemigo trazaba su plan: destruirlo, apoderarse de su imperio, y quedarse con todo aquello que Leonardo aún protegía.

Zaira quería cambiar su vida y darle una mejor vida a su madre.

Tatiana quería conquistar el mundo, vivir una vida sin tener que estudiar ni trabajar.

Leonardo, en el fondo, quería salvar la suya.

Pero su enemigo solo quería verlos caer.

Todo iba perfectamente bien. Y cuando sus caminos se cruzaron, ninguno de ellos imaginó que el verdadero peligro no estaba en el mundo que los rodeaba...

Si no en todo lo que empezarían a sentir.

“A veces, el destino no une a quienes buscan amor, sino a quienes más lo temen.

Porque en un mundo donde el poder se compra y la lealtad se vende, el verdadero enemigo siempre es el corazón”

Capitulo 1

El sol comenzaba a ponerse sobre las montañas, tiñendo el cielo de un naranja cálido que se filtraba por la ventana de la pequeña habitación de Zaira. El aire fresco de la tarde acariciaba su rostro mientras se sentaba frente a la mesa de madera, cubriendo su rostro con las manos. La luz suave iluminaba las hojas dispersas con apuntes, libros de texto y una taza de café frío.

La universidad parecía tan lejana, el sueño de terminar su carrera parecía imposible desde donde ella se encontraba. Sus dedos recorrían las páginas del cuaderno de matemáticas, pero su mente divagaba, perdida en la preocupación por el futuro.

¿Cómo iba a pagar el semestre siguiente? La deuda acumulada ya le ahogaba el corazón, y el dinero que necesitaba para terminar la carrera parecía un sueño inalcanzable.

— ¿Por qué no me puedo enfocar? —susurró Zaira, dejando caer el bolígrafo sobre el cuaderno y pasando una mano por su cabello, despeinándolo aún más.

Había crecido en un barrio pobre, donde el dinero no solo no sobraba, sino que era un bien escaso. En su barrio, los sueños solían morir antes de nacer, o al menos eso sentía ella la mayoría de los días. Las calles polvorientas y las casas de ladrillo a medio construir eran todo lo que conocía. Zaira miró por la ventana, observando a los niños que jugaban al fútbol en la esquina de la calle, con sonrisas llenas de esperanza, ajenos a la lucha constante que vivía.

— ¿Qué hago? —se preguntó en voz baja, mirando sus manos, alzándolas lentamente, como si esperara una respuesta de ellas.

Dejó de pensar por un momento y recogió sus cuadernos, los metió a su mochila desgastada y decidió regresar a la universidad, donde ya sabía que escucharía una advertencia del director.

Zaira suspiró, poniéndose de pie lentamente. Abrió la puerta y salió dispuesta a darle él frente a la vida sus adversidades.

Sus pasos lentos y seguros, le permitía ver un poco más del lugar donde vivía, de las cosas que tenía que hacer su madre para comer algo aunque estaba enferma.

El recuerdo de que ella no tenía un auto, le hizo sacar de sus pensamientos y obligarla a correr o la dejaba el transporte.

Una hora después, ya estaba en la universidad, donde Tatiana la esperaba.

Zaira, tratando de sonreír, aunque su tono revelaba su agotamiento.

Tatiana llevaba una blusa ajustada que dejaba entrever su figura perfectamente esculpida por horas de gimnasio. Su cabello rubio, lacio y bien cuidado caía sobre sus hombros. Zaira la observaba, envidiando en silencio la vida de su amiga, tan diferente a la suya. Mientras Tatiana siempre estaba rodeada de lujos, Zaira apenas se daba el lujo de un café de la tienda.

—No sé cuánto más podré aguantar, Tati —susurró Zaira, apretando los bordes de su mochila gastada como si pudiera extraer de ella una solución mágica.

El bullicio de la cafetería universitaria la envolvía: risas, conversaciones cruzadas, olor a café barato y galletas rancias. Pero en su mesa, el mundo parecía detenido, suspendido entre el cansancio y la angustia.

Tatiana, su mejor amiga desde el primer año, dejó caer el bolígrafo con un suspiro exagerado.

—Zaira, ¡vas a colapsar! —exclamó, cruzando los brazos sobre la mesa—. No puedes seguir matándote en esa tienda de noche por un sueldo miserable y estudiando de día. Te va a dar algo.

Zaira rio sin humor, echando hacia atrás su cabello oscuro.

—¿Y qué otra opción tengo? Cada mes es una batalla. La renta, la universidad, el transporte... —Enumeraba mientras sus ojos se humedecían—. Y ahora, con la enfermedad de mi mamá... —la voz se le quebró.

Tatiana le tomó la mano con firmeza.

—Esta noche no vamos a pensar en deudas ni enfermedades. Esta noche vas a salir conmigo.

—¿Salir? —repitió Zaira, como si la palabra le resultara ajena.

—Sí, salir. Hay un club nuevo en la ciudad. No es como los de mala muerte, te lo prometo. Es elegante, privado... Y tú necesitas distraerte. —Le guiñó un ojo, traviesa.

Zaira dudó. No era su estilo, y lo sabía. Pero algo en la seguridad de Tatiana, en su sonrisa decidida, le hizo asentir finalmente.

—Está bien... pero solo un rato.

La noche cayó como una seda negra sobre la ciudad, manchada de luces y promesas inciertas.

Frente al Club Eclipse, Zaira se sintió diminuta. Una fila de autos lujosos llegaba y partía, mientras hombres trajeados y mujeres vestidas como estrellas de cine desfilaban hacia la entrada.

—¿Tati... estás segura? —susurró, abrazándose a sí misma.

Tatiana, enfundada en un vestido rojo que parecía derretirse sobre su figura, rio divertida.

—Confía en mí. Además —añadió, señalando su propio escote—, vestimos bien, babean, nos invitan tragos y nos vamos. Sin compromisos.

Dentro del club, la música envolvía el aire con un ritmo hipnótico, y las luces tenues creaban un ambiente de misterio y pecado. Zaira se sintió fuera de lugar de inmediato. Su vestido negro sencillo, que para ella era casi un lujo, parecía desentonar entre tanto brillo y tela costosa.

Lo que no sabía era que, en una de las zonas exclusivas del club, alguien la había notado.

Desde un balcón en penumbra, con un whisky en la mano, el dueño del Eclipse la observaba con interés frío.

—¿La ves? —dijo, girándose hacia un hombre vestido de negro junto a él.

El guardaespaldas asintió.

—La chica perfecta para el señor Santos.

El dueño sonrió, un gesto calculador y astuto.

—Asegúrate de que se quede. Leonardo ha estado demasiado huraño últimamente. Es hora de ofrecerle un regalo... uno que no pueda rechazar y menos hoy, que cumple años.

—Ahora mismo hago mi trabajo señor.

Mientras tanto, abajo, Zaira se sentía como Alicia cayendo en el País de las Maravillas, sin imaginar que aquella noche marcaría el comienzo de todo.

—¡Eso es amiga, olvida todo por estar noche! —Exclamo Tatiana moviéndose su cuerpo al ritmo de la música.

Zaira sonrió y se unió a su amiga.

Ella no tenía idea de que esa noche sería el comienzo de su ruina O de su salvación.

Capitulo 2

El amargor del licor bajaba por su garganta como fuego líquido, abrasando sus entrañas, pero Zaira no se detenía. Una copa. Dos. Tres.

Cada trago era un escudo improvisado contra las voces que resonaban implacables en su cabeza: Las facturas apiladas sobre la mesa de la cocina, marcadas con sellos rojos de "Vencido".

Los libros de la universidad que ya no podía comprar. La tos seca de su madre, que se oía cada noche a través de las paredes finas como papel.

Tragaba y reía, como si el alcohol pudiera borrar la realidad. Como si pudiera, por unas horas, anestesiar el dolor.

Sentada en uno de los sofás laterales del club, bajo una luz tenue que teñía su piel de tonos ámbar, Zaira reía de algo que ni siquiera entendía. Sus mejillas estaban encendidas por el alcohol, sus pupilas brillaban como estrellas perdidas, y su cuerpo se balanceaba al ritmo lento de la música grave que vibraba en las paredes.

A su lado, Tatiana sonreía forzada, fingiendo diversión mientras sus ojos traicionaban la culpa que carcomía su interior.

De vez en cuando, lanzaba miradas nerviosas hacia el balcón privado, donde Sergio, el dueño del club, le hacía discretas señas con la cabeza.

La presión sobre sus hombros era sofocante.

Tatiana tragó saliva, ajustando su vestido corto mientras sentía el peso del sobre lleno de promesas aún invisible en sus manos.

—¿Sabes, Tati? —balbuceó Zaira, dejando caer la cabeza sobre el hombro de su amiga, su aliento impregnado de ron barato—. A veces... a veces sueño que... un tipo rico, ¿sabes?, se enamora de mí... y me saca de este infierno —rio con una carcajada quebrada, amarga, que sonó como un lamento perdido en la música.

—¡Qué estupidez, ¿no?! —se burló de sí misma, sus palabras arrastradas y vulnerables—. ¡Una chica pobre salvada por un príncipe millonario! ¡Qué chiste!

Tatiana cerró los ojos un segundo, dejando que la culpa le arañara el alma.

La estaba vendiendo.

Y aun así, le acarició el cabello enredado con una ternura hipócrita, como si ese gesto pudiera redimirla.

—No es una estupidez, Zai... —susurró, su voz temblando levemente—. A veces la vida... nos da oportunidades donde menos las esperamos.

Zaira alzó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de alcohol y tristeza.

Antes de que pudiera responder, dos hombres de seguridad, enormes y vestidos con trajes negros impecables, se materializaron frente a ellas como sombras pesadas.

La música se desdibujó, el aire se volvió denso.

—Señoritas —habló uno, su voz grave, pero educada—, el dueño del club desea invitarlas a una zona más privada, para su comodidad.

Zaira parpadeó, confundida. El mundo a su alrededor giraba como una calesita defectuosa.

—¿Nosotras? —balbuceó, con una risita incrédula.

—Sí —asintió el guardia, tendiéndole una mano firme, implacable.

Ella miró a Tatiana, buscando una respuesta, un salvavidas.

Tatiana le devolvió una sonrisa quebrada, esa que Zaira no supo leer.

—Ve, nena —murmuró—. Estás muy ebria para seguir aquí. Yo iré enseguida.

La calidez de su voz era una mentira envuelta en terciopelo.

Zaira, tambaleándose, aceptó la mano del guardia.

Sus botas de suela gastada resonaron sordamente en el suelo pulido mientras la llevaban por un corredor tapizado de terciopelo oscuro, iluminado apenas por lámparas doradas.

El aire olía a perfume caro y a secretos podridos.

Llegaron a un ascensor privado. La cabina subió silenciosa, como una sentencia.

Cuando se abrieron las puertas, lo que apareció ante ella fue otro mundo: una suite de lujo, de dimensiones imposibles.

Sofás de cuero negro perfectamente alineados, alfombras persas mullidas, paredes de mármol que reflejaban la luz suave de candelabros de cristal.

Un aroma embriagador a maderas nobles y whisky añejo impregnaba el ambiente.

—Espere aquí, por favor —dijo el guardia antes de marcharse.

Zaira se dejó caer en uno de los sofás, la cabeza colgándole hacia atrás, los ojos cerrados.

El silencio era absoluto, salvo por el zumbido sordo de su propio corazón.

Todo le daba vueltas.

La culpa, la ilusión tonta, el miedo.

Y no sabía que, detrás de esa puerta pesada, ya caminaba hacia ella el hombre que cambiaría todo.

En otro rincón del club, en el despacho privado, Tatiana recibía su pago.

Un sobre grueso, que olía a billetes nuevos y a traición.

—No se preocupe —dijo el dueño del club, ajustándose los gemelos de su camisa a medida—. En unas horas, su amiga tendrá la vida que siempre soñó... o la que se merece.

Tatiana apretó el sobre contra su pecho, las manos frías como el mármol.

Cruzó la mirada con Sergio por un instante.

Y supo que había vendido algo que no podría recuperar jamás.

Leonardo Santos apuraba el último sorbo de su whisky en un salón privado contiguo.

La bebida resbalaba por su garganta, dejando un regusto amargo que no lograba borrar el vacío en su pecho.

La luz cálida acariciaba su rostro curtido, surcado de líneas que hablaban de sus 50 años vividos con intensidad y soledad.

El reflejo en el espejo le devolvía la imagen de un hombre poderoso... y profundamente solo.

No tenía esposa.

No tenía hijos.

Ni siquiera tenía una casa que pudiera llamar hogar.

Solo dinero. Y fantasmas.

Un bufido amargo escapó de sus labios mientras dejaba el vaso de cristal sobre la mesa. Su mirada oscura brilló un instante, cargada de una tristeza indomable.

No buscaba amor.

No buscaba compañía.

Buscaba olvido.

Se ajustó la chaqueta negra, inhaló hondo, dejando que el perfume denso del whisky y el cuero lo envolviera, y avanzó hacia la puerta de la suite.

Su paso era firme, decidido, como un depredador que ya había olfateado a su presa.

Tomó el picaporte frío entre los dedos.

La abrió.

Y la vio.

Zaira, recostada sobre el sofá, desprotegida, perdida, con la fragilidad de un suspiro a punto de romperse.

Leonardo sintió una punzada inesperada en el pecho. No era compasión.

Era deseo brutal y algo más oscuro, más retorcido. Era la necesidad de poseer algo tan limpio, tan ajeno a su mundo sucio.

Cerró la puerta tras de sí. Los clics de la cerradura sonaron como cadenas que se cerraban.

Y avanzó hacia ella... Hacia su salvación o su condena.

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