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"Embarazada De Un Magnate"

Episodio 1: La noche que todo cambió

Me llamo Alana Forbes. Y si pudiera elegir un solo momento para congelarlo en el tiempo, para no avanzar jamás, sería uno en el que mi madre pudiera abrazarme. Aurora… así se llamaba. Nunca la conocí. Murió el día en que nací. Un parto de alto riesgo, decían. Y sin embargo, desde que tengo uso de razón, he sentido su amor como si lo llevara tatuado en la piel.

Mi papá, Leonardo Forbes, me contó más de una vez que ella le rogó que si algo llegaba a pasarle, me cuidara, me amara con toda su alma. Y vaya que lo hizo. Papá fue padre y madre. Nunca se volvió a casar. Nunca permitió que nadie llenara ese lugar. Y aunque muchas veces vi tristeza en sus ojos, jamás me hizo sentir sola. “Tu madre ya te amaba desde que eras del tamaño de una semilla, Alana”, solía decirme con la voz quebrada. “Y yo también aprendí a amarte desde ese mismo instante”.

No tuve una infancia típica, pero fui feliz. Tenía todo lo que necesitaba: una familia, amigos y sueños grandes. Aunque a veces, ser la hija del poderoso Leonardo Forbes podía ser una presión constante. La gente asumía que lo tenía todo resuelto, que vivía en un mundo perfecto. Pero nadie ve las grietas cuando las paredes están bien pintadas.

Afortunadamente, tuve a Sofía. La conocí en el kínder. Asistimos al mismo colegio y desde entonces no nos separamos. Nuestra amistad resistió el tiempo, los cambios, incluso mis peores días. Su madre, María, fue lo más parecido a una figura materna en mi vida. Siempre estuvo ahí, para ella y para mí, con consejos sabios, abrazos cálidos y esas sopas que curaban cualquier tristeza. María me hizo sentir como una hija más. En su casa siempre había un lugar para mí en la mesa… y en el corazón.

También conocí a Nick Altamirano en la secundaria. Él era el típico chico que todas querían: guapo, popular, con esa sonrisa torcida y seguridad que desarmaba. Desde el primer año me perseguía, me buscaba, me llevaba flores. Y yo, sin haber conocido antes el amor, creí que él lo era. Pensé que alguien que te hacía sentir especial debía ser quien merecía tu corazón. ¿Qué sabía yo? Nunca había amado a nadie más, y confundí atención con amor. O al menos eso creía…

Aunque siempre fui una chica hermosa —o al menos eso decía todo el mundo—, jamás lo vi como un arma. Tenía el cabello largo, negro como la noche, y unos ojos marrones que heredé de mi madre. Mi piel, clara con un suave tono bronceado, parecía brillar cuando me reía de verdad. Pero nunca fui altanera. Era más bien de perfil bajo. Me gustaba trabajar duro, destacar por méritos, no por apariencia.

Terminé la universidad a los 21 años. Había ingresado joven, adelantada para mi edad, gracias a mi esfuerzo. Y al fin me graduaba en Administración de Empresas. Mi padre estaba orgulloso, y yo también. No solo por cumplir, sino porque en el fondo, yo quería más. Siempre soñé con manejar la empresa de mi familia, tener una vida profesional activa, y también… un hogar bonito, lleno de amor. Por eso, con tres años de compromiso con Nick y la boda a la vuelta de la esquina, creí que tenía todo resuelto. O eso pensaba.

Esa noche, para celebrar mi graduación, decidimos salir. Yo no era muy de fiestas, pero Sofía me convenció. Había un nuevo bar en la ciudad, “Eclipse”, que se había vuelto popular. Sofía me pasó a buscar, como siempre, puntual y llena de entusiasmo.

—¡Pero mírate! —exclamó ella al verme salir—. Si yo fuera Nick, me desmayo al verte.

—Por favor —reí, abrochándome el cinturón—. No exageres.

—No exagero. Te ves increíble, Alana. Y... ¿estás bien? Digo, con todo lo de la graduación, la boda en camino...

Dudé unos segundos antes de responder.

—Sí, o al menos eso creo. A veces... no sé, es como si todo fuera perfecto y al mismo tiempo... incompleto. ¿Nunca te ha pasado sentir que algo te falta, aunque en teoría tengas todo?

Sofía frunció los labios, en silencio por un momento. Luego giró hacia mí mientras el auto estaba detenido en un semáforo.

—Te voy a decir algo que he estado guardando. No quería meterte ideas, pero ya no puedo seguir callando, Alana.

—¿Qué pasa?

Suspiró.

—He escuchado cosas sobre Nick… desde hace meses. Rumores de chicas, de fiestas a las que va solo. Y no solo lo dicen extrañas… me lo dijo incluso una chica de nuestra carrera. Dicen que lo han visto con una tal Camila.

El nombre resonó en mi mente como una campana indeseada.

—Camila... —repetí, apenas audiblemente—. ¿Y tú lo crees amiga?

—No te quiero hacer daño, pero... me preocupa que estés entregando tu vida a alguien que tal vez no lo merece. Te conozco desde que teníamos moños en el kinder. Has sido como una hermana para mí, y mi mamá también te adora. Solo quiero que estés segura de que no estás en esto por costumbre o por miedo a estar sola.

Miré por la ventana, en silencio.

Alana—Nunca he estado con nadie más… Nick fue el primero que me prestó atención, que me hizo sentir especial. Yo pensé que eso era amor… o al menos eso creí. Pero últimamente… siento que no hay esa chispa, ese fuego que ves en las películas o que ves en otras parejas. Y no sé si eso es normal o... una señal.

Sofía me tomó la mano con cariño.

-Eso no es egoísmo, Alana. Es tener el valor de cuestionarte lo que sientes. Y si en algún momento te das cuenta de que no es lo que mereces, tienes todo el derecho de cambiar de rumbo. Nadie puede juzgarte por buscar algo verdadero.

La conversación quedó flotando en el aire mientras el auto se dirigía hacia Eclipse. Lo que ninguna de las dos sabía era que esa noche, esa conversación, y ese lugar... cambiarían el rumbo de mi vida para siempre.

En el bar Eclipse

No suelo salir mucho. Mis planes siempre han girado en torno a mi carrera, mi familia, Nick... Pero esa noche, sentía que merecía celebrar. Graduarme como la más joven de mi clase no fue fácil, y Sofía me había insistido tanto en ir a Eclipse, que simplemente me dejé llevar. Además, confieso que necesitaba distraerme, aunque no lo admitiera en voz alta. Había algo en mí que pedía respirar diferente, vivir un poco, sentir algo nuevo. Lo que no sabía era que esa noche, el destino se reiría de todos mis planes.

—¡Alana! —Grito lucia una compañera, agitó la mano desde una de las mesas VIP del lugar—. ¡Por fin llegaste, mujer!

El lugar era impresionante. Eclipse tenía una arquitectura moderna pero cálida. Luces tenues que resaltaban la elegancia del lugar, música suave de fondo y una atención tan pulida que resultaba reconfortante. Me gustaba. Era ese tipo de lugar en el que se podía hablar, reír y al mismo tiempo, sentirse en otro mundo.

Alana: Wow —murmuré al llegar a la mesa donde ya estaban algunos compañeros de la universidad—. Me encanta.

—Te lo dije —sonrió Sofía—. Eclipse no decepciona. Además, dicen que el dueño es un magnate joven, guapo y... un poco difícil de tratar —añadió bajando la voz con aire de misterio.

—¿Difícil de tratar? ¿Tipo arrogante? —pregunté divertida.

—Tipo frío y peligroso. El típico empresario que ha construido un imperio a base de ambición, no de sonrisas. Dante Salvatore... ese es su nombre —susurró con dramatismo.

El nombre no me decía nada, pero no le di mayor importancia. Me sentía bien. Sofía estaba feliz, yo también. Conversamos un rato, entre bromas, planes futuros y sueños que aún parecían alcanzables. En un momento, reímos tanto que me dolió el estómago. Era una noche perfecta… hasta que el destino decidió juguetear conmigo.

—Voy al tocador, ya regreso —anuncié.

—Te acompaño —dijo Sofía, pero negué con una sonrisa.

—Estoy bien, ya vuelvo.

Me abrí paso entre los pasillos, buscando el baño. Al doblar una esquina, abrí la puerta equivocada. Me di cuenta demasiado tarde. La sala era una oficina, elegante y silenciosa. Y lo peor… no estaba vacía.

Un hombre, alto, de traje impecable y mirada gélida, me observaba desde detrás del escritorio. Su rostro, perfectamente esculpido, transmitía una calma que no era del todo amable. Su porte imponía. Yo, en cambio, me quedé clavada en el sitio como una idiota.

Dante: No suelo tolerar interrupciones —dijo, sin levantar la voz.

Sentí que el corazón se me detenía por un instante. Su tono era grave, controlado… intimidante.

Alana: Lo siento… fue un error. Buscaba el baño, no quise entrar. No sabía que—…

—Claramente no sabías —interrumpió con sequedad.

Tragué saliva. No podía moverme. ¿Por qué me miraba así? Sus ojos eran profundos, pero no vacíos. Cargaban una especie de tensión contenida. No era una mirada lasciva… pero sí perturbadora. Me hacía sentir desnuda, sin haberme tocado.

Y fue entonces que mi mente cometió la traición más estúpida.

“Dios… qué atractivo es, !qué cuerpo!. ¿Qué estoy pensando? ¡Tengo prometido!”

Él se incorporó y caminó hacia mí con paso lento pero firme. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, me miró de forma directa.

—¿Siempre sueles entrar sin tocar o solo cuando estás vestida así?

Me sonrojé de inmediato. El vestido rojo abrazaba mi silueta con fuerza. Me sentí juzgada… y observada.

—No sabía que había alguien… y esto… no es lo que parece.

—Relájate —murmuró, ladeando la cabeza con una media sonrisa que no llegaba a los ojos—. No estoy ofendido… solo curioso.

—¿Curioso?

—No cualquiera entra a esta oficina sin una invitación.

—Y no cualquiera debería tenerla tan mal señalizada —respondí, intentando recuperar algo de dignidad.

Una ceja se le arqueó apenas. Parecía encontrarme divertida. O molesta. O ambas cosas.

—Dante Salvatore —se presentó al fin.

Yo no respondí. No sabía si decir mi nombre. No sabía ni si debía estar ahí aún.

—¿Y tú eres…?

—Solo una equivocación —respondí finalmente, saliendo apresuradamente de la habitación con las mejillas ardiendo.

Cuando regresé a la mesa, mi respiración aún no volvía a la normalidad. Sofía me lanzó una mirada sospechosa.

—¿Todo bien?

—Sí… solo me perdí un poco —mentí.

No podía contarle. Aún no procesaba lo que acababa de pasar.

Pero mientras me sentaba de nuevo, giré un poco la vista hacia la dirección del pasillo. Y fue entonces cuando lo vi, a lo lejos, desde el segundo nivel del bar. Dante me observaba. De brazos cruzados, con una copa en la mano, con esa expresión inescrutable que parecía leerme entera.

Y aunque no quería admitirlo, hubo algo en ese cruce de miradas que me dejó un nudo en el pecho.

No era solo atracción… era inquietud. Era un presentimiento.

Y sin saber por qué… supe que no sería la última vez que lo vería.

Capitulo 2- Recuerdos que arden"

"Recuerdos que arden"

Desde la mirada de Dante Salvatore

No hay paz para los hombres que aprenden a sobrevivir siendo lobos.

Y yo, Dante Salvatore, hace años que olvidé cómo confiar.

La vida me enseñó con brutalidad lo que muchos aprenden con tiempo. Perdí a mi padre a los veintitrés, en una época en la que todavía era demasiado ingenuo para entender el poder real de la traición. Cuando murió, dejó una fortuna, empresas en expansión y un apellido que se convirtió en blanco de buitres. Mi madre, destrozada, apenas pudo mantenerse en pie. Mi hermana menor... bueno, ella todavía creía que el mundo era justo. Yo no.

Fue entonces cuando me transformé. Dejé atrás la sonrisa fácil, la compasión y las segundas oportunidades. Si quería conservar lo que era nuestro, tenía que convertirme en alguien capaz de dar miedo con una mirada. Y funcionó. Mis tíos no lograron quitarnos nada, pero el precio fue alto: mi alma dejó de pertenecerme.

Hoy tengo 26 años. Soy dueño de lo que muchos sueñan y temen al mismo tiempo. Un apellido que abre puertas y genera silencios incómodos. Control de negocios que abarcan desde bienes raíces hasta el entretenimiento nocturno. Y un corazón que ya no cree en promesas.

Mis amigos son pocos, contados con los dedos de una mano y todos saben que mi lealtad es tan valiosa como peligrosa. No doy segundas oportunidades. No creo en eso.

Y sin embargo... hay algo que me persigue.

O más bien, alguien.

Recuerdo

Hace tres años, en mi peor noche, estuve al borde de la muerte. Fue un accidente de auto O eso fue lo que me hicieron creer. Yo sé que fue provocado. Nunca logré demostrarlo, pero lo sentí. Ese auto no falló por casualidad. Y esa noche, entre el humo, el olor a gasolina y el dolor... hubo una chica. No recuerdo su rostro del todo. Sólo sus ojos Marrones, su voz temblorosa llamando ayuda, y sus manos pequeñas sujetando las mías con fuerza mientras me sacaba del coche. Me salvó. Y desapareció. Como un maldito fantasma.

He intentado encontrarla desde entonces. Pero las cámaras del lugar no funcionaban. Sospechosamente. Alguien las borró o saboteó para que no descubriera lo que realmente paso. Y por más que he movido contactos, nada. A veces creo que me la imaginé. Pero no. Sé que fue real. Porque logre tomar su colgante de media luna cuando me sacaba, cada vez que sueño con esa noche, la veo. Y despierto con el mismo deseo de saber quién era... y por qué no volvió.

—Señor Salvatore, todo está listo en el salón privado. ¿Desea que preparemos la cama especial? —preguntó Luca, uno de los gerentes de Eclipse, mi bar más nuevo.

—Hazlo —respondí con tono seco, mientras ajustaba el reloj en mi muñeca—. Y mantén la seguridad alerta esta noche. No quiero sorpresas.

Luca asintió y desapareció con rapidez.

El Eclipse era un proyecto personal. No por el dinero. De eso tenía de sobra. Era más bien una especie de refugio. Aquí podía observar a la gente, estudiarlos, entender lo que querían sin que lo dijeran. Me gustaba eso. El silencio entre los gritos. Las miradas fugaces. Las verdades ocultas en una copa.

Esa noche, el lugar estaba lleno. Música suave, luces cálidas, y la típica mezcla de carcajadas y secretos flotando en el aire.

Desde el segundo piso, mi rincón habitual, observaba a los grupos disfrutar de la noche. No me gustaba socializar sin razón, y las pocas personas que podían acercarse lo sabían bien. En ese juego, solo los leales sobrevivían. El resto, se descartaba.

Entonces la vi.

Vestido rojo, escote medido, pero con ese tipo de elegancia que no necesita ser evidente para llamar la atención. No era solo su cuerpo lo que destacaba, era su forma de moverse… como si intentara encajar en una fiesta que no era del todo suya. Sonreía, conversaba con una amiga, pero sus ojos miraban distinto.

Me intriga la gente que intenta ocultarse siendo el centro.

La perdí de vista por un instante, cuando se alejó del grupo. La vi caminar por el pasillo lateral, y algo me tensó el cuerpo. Una corazonada.

La cámara marcaba que se dirigia a mi oficina.

No me molesté en avisar a seguridad. Bajé por mi cuenta.

Y me senté sin prisa.

Allí estaba. Parada en medio de la oficina, mirando los estantes como si buscara una excusa rápida.

Su expresión de susto era tan genuina que no supe si reír o fruncir el ceño.

—No suelo tolerar interrupciones —dije, dejando que mi tono hiciera su trabajo.

Ella se sobresaltó.

—Lo siento… fue un error. Buscaba el baño, no quise entrar. No sabía que—

—Claramente no sabías —la corté.

Tenía nervios, pero no temblaba. Era raro. Las personas suelen encogerse ante mi presencia, como si mi sola figura bastara para intimidar. Ella… no. Su incomodidad era otra. Una mezcla de vergüenza y... ¿atracción?

No, no podía estar seguro. Pero sus ojos no mentían.

Me acerqué. Lento. Controlado. Quería ver si retrocedía. No lo hizo.

—¿Siempre sueles entrar sin tocar o solo cuando estás vestida así? —le pregunté, sin cambiar el tono.

Su reacción fue inmediata. El rubor subió a sus mejillas como una tormenta repentina. Bajó la mirada. Por un momento, me pareció que se regañaba a sí misma.

"¿Qué pensabas que iba a pasar si la provocabas?", me dije. Pero no me arrepentí.

Ella se recompuso y respondió con algo de dignidad. Lo agradecí.

—No sabía que había alguien… y esto… no es lo que parece.

—Relájate —murmuré, ladeando un poco la cabeza. No era una sonrisa completa, solo una curva sutil que no alcanzaba mis ojos—. No estoy ofendido… solo curioso.

—¿Curioso?

—No cualquiera entra a esta oficina sin una invitación.

—Y no cualquiera debería tenerla tan mal señalizada —disparó de vuelta. Directa.

Eso me hizo alzar una ceja.

Tenía carácter. Aunque intentaba parecer tranquila, no lo estaba. Y sin embargo, no huyó. Eso también me intrigó.

—Dante Salvatore —me presenté.

Silencio.

Esperaba una reacción, pero lo único que recibí fue una respuesta que me hizo girar la cabeza levemente:

—Solo una equivocación.

Y se fue.

Sin mirar atrás.

Yo me quedé mirando su espalda mientras se alejaba. Y por primera vez en mucho tiempo, algo en mi pecho se movió.

"Interesante...", pensé.

Y sin quererlo, una sonrisa casi imperceptible apareció en mi rostro.

Minutos después, la vi volver a su mesa. Su respiración no era normal. Hablaba con su amiga, pero algo en su postura había cambiado.

Me apoyé en la barandilla con la copa entre los dedos y me quedé observándola.

No sabía quién era. No sabía su historia. Pero por alguna razón… no podía dejar de mirarla.

No por belleza. He visto muchas mujeres hermosas.

Era otra cosa.

Era ella.

Capítulo 3: La verdad bajo las luces de Eclipse

El bar estaba lleno de risas, luces cálidas y el vaivén de copas que celebraban promesas, metas alcanzadas y sueños futuros. Alana y Sofía estaban en una de las mesas centrales, rodeadas de algunos compañeros que celebraban la próxima boda de Alana, su reciente graduación y lo que parecía ser un futuro prometedor. Todo era perfecto, hasta que la oscuridad decidió filtrarse por la rendija más inesperada.

Mientras Sofía hablaba con uno de los chicos, Alana sonreía, tranquila. Fue entonces que recibió un mensaje.

Camila Jiménez: "¿Disfrutando tu noche? Pensé que te gustaría saber dónde está realmente tu prometido. Estoy en Eclipse también… y no estoy sola."

Le siguió un video. Alana lo abrió sin pensar. En él, Nick. Su prometido. Besando con desesperación a Camila en una sala privada, susurrándole cosas que le helaron el alma. El estómago se le dio vuelta. La música del bar desapareció. Solo quedó ese retumbar sordo en su pecho.

—¿Qué pasa? —preguntó Sofía, alarmada por el rostro pálido de Alana.

Alana le mostró el video, sin poder hablar. La rabia creció en los ojos de su amiga.

—¡Vamos! —dijo, tomando su mano.

Caminaron con firmeza hacia la parte trasera del bar. Justo cuando se acercaban a una de las puertas privadas, escucharon voces. Se detuvieron. Era Nick. Y Camila.

—Ella no lo sabrá —decía Camila con tono burlón—. Es tan ingenua… cree que te ama y que tú también la amas.

—Nunca la amé —respondió Nick, sin remordimiento—. Solo era parte del plan de mi padre. Pero Alana… no me daba lo que tú sí. Todo tenía que esperar. Siempre "después del matrimonio". Yo no soy un santo, Camila. Tú me das lo que necesito. Tú me entiendes…

—Y yo te amo —agregó Camila, envolviéndolo con sus brazos—. Ella solo quería una fantasía de amor puro. Pero tú no naciste para eso, Nick.

-Aveces las más puritana, son las más putas y zorra. Tú mereces alguien como yo.

La puerta se abrió de golpe.

—¡¿Cómo pudiste?! —la voz de Alana rompió el aire como un rayo. Nick dio un paso atrás, sorprendido, pero sin culpa.

—¿Cómo pude qué, Alana? ¿Buscar lo que tú te niegas a darme? ¿Eso?

Sofía avanzó con furia.

—¡Eres un cerdo! Y tú Camila una perra.

Nick ni la miró. Solo clavó sus ojos en Alana, desafiante.

—Tú fuiste la que decidió que todo tenía que esperar hasta el matrimonio. Que querías llegar pura al altar. Que querías ser la novia perfecta. Pero, ¿qué recibía yo a cambio? Rechazo, reglas, distancia. Me cansé. Me harté de vivir bajo tus términos.

-Que te cortaba solo dejar que te hiciera mía.

—¡Yo te queria! —gritó Alana, con el corazón hecho trizas.

—No, tú amabas lo que creías que era yo —dijo él, encogiéndose de hombros—. Pero nunca viste quién soy realmente.

Fue entonces que Camila salió, con una sonrisa venenosa.

—Yo sí lo amo —dijo, colocándose a su lado—. Y yo sí le doy lo que necesita. No como tú… que lo tienes como un adorno de vitrina.

—¿Esto era lo que querías? —Alana temblaba— ¿Destruirme por envidia?

—No —respondió Camila, con los ojos encendidos de malicia. Solo quería que sintieras lo que es perder. Siempre fuiste la brillante, la hija perfecta, la prometida inalcanzable. Pero ahora… ahora eres solo una más que fue cambiada por alguien mejor.

Nick no dijo nada más. No intentó detenerla, ni negó lo evidente. Solo la miró… vacío.

Y así, Alana lo supo: el hombre con el que había planeado su vida… nunca existió.

Las luces del bar seguían girando, indiferentes al corazón que acababa de romperse.

Perspectiva de alana

Me sentía hueca. Como si algo dentro de mí se hubiera quebrado en mil pedazos y el ruido no fuera más que un eco silencioso que sólo yo podía oír. Sofía caminaba a mi lado, sin decir nada, y se lo agradecía. No necesitaba palabras. No ahora. No cuando la imagen de Nick con Camila aún ardía en mi mente.

La forma en la que me miró… sin culpa, sin remordimiento. Como si yo hubiera sido la culpable de todo. Como si querer con pureza, con paciencia, con la esperanza de construir un hogar juntos, hubiese sido un error imperdonable. Como si proteger lo más íntimo de mí fuera una ofensa.

"Alana… tú me convertiste en esto", dijo.

Lo escuché. Una y otra vez. Como una maldita grabación en bucle.

Él había elegido ser infiel. Había elegido a Camila. Y lo más cruel… no se arrepentía.

Nos alejamos del bar sin rumbo fijo, y aunque la noche era fresca, me sentía sofocada. Mis tacones resonaban en la acera, y cada paso me parecía una declaración de dignidad, aunque por dentro, me sintiera derrotada.

Sofía me ofreció su chaqueta, pero negué con un gesto leve.

—¿Quieres que vayamos a casa? —preguntó en voz baja, casi temiendo quebrarme.

—Quiero… —dudé—. Quiero respirar.

Nos detuvimos en una pequeña plaza cercana. Me senté en una banca de hierro forjado, y por primera vez en mucho tiempo, dejé que las lágrimas cayeran sin resistencia.

No lloraba solo por la traición.

Lloraba por todos los planes, por los "para siempre", por las promesas que ahora me parecían ridículas. Por haber creído que el amor era suficiente. Por haber cerrado los ojos cuando la intuición me gritaba que algo no estaba bien. Por haber querido tanto a alguien que jamás me vio de verdad.

Miré al cielo. No había estrellas, solo un manto nublado que parecía reflejar mi interior.

Y en medio de ese dolor, una certeza se fue abriendo paso: esto no era el final.

Era el principio de algo más grande. De algo mío.

—Se acabó —susurré, con los ojos ardiendo pero la voz firme—. No vuelvo a rogarle amor a nadie.

Sofía me tomó de la mano, apretándola con fuerza. Su silencio era mi escudo.

Y en ese instante, algo cambió dentro de mí. Algo se endureció, como si una parte de la niña que aún quedaba en mí hubiese desaparecido, dejando paso a una mujer que ya no estaba dispuesta a conformarse.

Ya no era la Alana Forbes que soñaba con una vida perfecta al lado del chico que juraba quererla.

Ahora… era una mujer herida, pero despierta. Y lista para escribir una historia diferente.

Una en la que yo sería la protagonista.

Mientras caminábamos de regreso al coche, sentí que algo se deslizaba por el aire. Una sensación extraña, como si alguien nos observase desde la sombra. Me giré, mirando alrededor, pero la calle estaba vacía. Sin embargo, algo me decía que no lo estaba.

Desde el segundo piso del bar, a través de las ventanas de cristal, alguien estaba mirando. Al principio no pude distinguir la figura, pero al ajustar la vista, vi una silueta masculina. Con una copa en la mano, la mirada fija en la distancia, y los brazos cruzados. No había nada en su postura que indicara una intención, solo una calma inquietante.

Mi pulso se aceleró al instante.

Era Dante.

Sus ojos se encontraron con los míos, y, aunque no me moví, sentí el peso de su mirada clavándose en mi ser. No era curiosidad. No era atracción. Era algo más profundo. Algo que no sabía definir, pero que me erizó la piel.

La tensión era palpable, aunque estábamos a una distancia que nos separaba por completo. Sin embargo, en ese breve cruce de miradas, me sentía avergonzada, su presencia me envolvía como una niebla densa, y algo dentro de mí sabía que este encuentro, aunque fugaz, no sería el último.

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