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BAJO LA PROTECCIÓN DEL MAGNATE

Capítulo 1

... HUIDA EN LA OSCURIDAD ...

La lluvia golpeaba el parabrisas con mucha intensidad, mientras Emma apretaba el volante con los nudillos blancos. El viejo auto que había robado horas atrás chirriaba cada vez que le hacía el cambio de velocidad, pero seguía avanzando, rugiendo contra el viento que aullaba como si quisiera detenerla, No podía parar, No ahora, No cuando estaba tan cerca.

El teléfono en el asiento del copiloto vibró por quinta vez en los últimos minutos, El nombre en la pantalla: Tío Giovanni Emma lo miró un segundo, con el corazón bombeando adrenalina en cada latido. Luego, sin pensarlo dos veces, arrojó el móvil por la ventanilla, Que lo rastreen si querían, Ya había borrado todo antes de salir, Ya había dejado atrás su vida.

—No me vas a atrapar… no está vez — murmuró, con la mandíbula apretada.

Dos días antes, había escuchado la conversación que lo cambió todo. Oculta en el pasillo, detrás de una puerta apenas entornada, Emma había oído a su tío negociando su futuro como si se tratara de una simple mercancía.

— “Mil millones Y la ruta - Es joven, bonita, obediente. Pertenecerá a quien pague más.”

— Obediente, mis ovarios, pensó.

Desde entonces, su mente se había convertido en un campo de batalla: miedo, rabia, desesperación. Pero, sobre todo: determinación, No sería vendida, No sería una víctima más en el mundo retorcido de Giovanni Moretti, el infame traficante de armas con conexiones en media Europa.

Por eso había tomado el dinero escondido en el falso fondo del armario, robado un auto del taller clandestino que su tío usaba como fachada, y se había largado sin mirar atrás.

El plan era sencillo: llegar a Marsella, contactar al único coyote que no la delataría, pues al no trabajar con mafias estaría menos expuesta a que su tío se enterara de su paradero, la idea, embarcarse hacia Estados Unidos con un pasaporte falso. Su contacto se llamaba Darío, Le habían dicho que cobraba caro, pero cumplía.

Emma ya había pagado el precio. Ahora solo quedaba sobrevivir.

Catorce horas después, y con apenas media barra de cereal en el estómago, Emma dejó atrás el caos y se encontró frente al muelle 17 en Marsella, donde la oscuridad era más densa que la noche. Darío la esperaba en la sombra, fumando un cigarro y envuelto en una chaqueta de cuero que olía a gasolina.

—¿Tienes el dinero? —preguntó sin preámbulos.

—Lo que prometí. Doscientos mil. En efectivo —respondió Emma, mostrando la mochila cerrada con candado.

El hombre la miró de arriba abajo, como si evaluara si valía más de lo que estaba recibiendo. Luego hizo una señal con la cabeza.

—Sígueme. No hables, no mires a nadie, y si te atrapan, no me conoces.

Emma tragó saliva y asintió. El barco no era más que un carguero oxidado con bandera panameña. Subió a bordo entre contenedores, sombras y la promesa de una libertad que aún no sentía.

...****************...

Las primeras horas en alta mar fueron tranquilas, pero la calma era una mentira disfrazada. A mitad de la noche, un grito desgarrador la despertó, Abrió los ojos en la pequeña bodega donde la habían escondido junto a otros cinco migrantes, Uno de ellos, un chico marroquí de unos veinte años, estaba siendo arrastrado por dos hombres armados.

—¡Se robó comida! —gritó uno de los guardias.

—¡Es mentira! ¡Solo tenía hambre!

El disparo retumbó como un trueno en la oscuridad, Emma sintió el vómito subirle a la garganta, pero lo contuvo, No podía delatarse, No podía mostrar debilidad.

A partir de entonces, cada minuto se convirtió en una tortura. Dormían en el suelo, comían sobras, y hablaban en susurros. Emma no confiaba en nadie, pero su instinto la mantuvo alerta, Dos noches más tarde, escuchó algo peor que los disparos: una conversación entre dos tripulantes.

—¿Y esa nena? ¿La viste? No parece de las nuestras…

—Escuche que es sobrina de Moretti y la quiere de vuelta. Puso precio. Cien mil viva, cincuenta muerta.

— Interesante, contemos con esos cien mil ufff …

Emma sintió que el mundo se detenía, La habían encontrado.

Aquella noche, cuando el barco atracó clandestinamente en las costas del Caribe para repostar, Emma tomó la decisión, No esperaría a llegar a Estados Unidos con ellos, Moriría antes.

Saltó del barco bajo la lluvia, con una linterna entre los dientes, la mochila al pecho y la certeza de que, si no nadaba rápido, la corriente la arrastraría al infierno.

Las olas la golpearon como látigos, Tragó agua, peleó contra la oscuridad y llegó a tierra firme con el cuerpo exhausto y los pulmones en llamas, Caminó descalza durante horas, cruzando manglares, campos plagados de insectos y caminos de tierra.

Cuando al fin encontró un pequeño pueblo costero, sobornó a un pescador con un reloj de oro robado a su tío.

—Necesito llegar a Miami —le dijo, con la voz rota.

El hombre dudó, pero el brillo del oro pesó más que el riesgo. La llevó hasta una avioneta privada escondida en una pista de tierra entre cañaverales.

—No preguntes. Solo sube y reza —le advirtió.

La avioneta voló sin permisos, sin plan de vuelo, y sin garantías. Emma temblaba en cada sacudida, pero no rezaba, No creía en dioses, Solo creía en su instinto, ya que mucho había rezado para que sus padres no estuviesen muertos y nadie la escucho.

El aterrizaje en Miami fue brusco. Tan pronto como sus pies tocaron suelo americano, Emma corrió sin mirar atrás, Ya no tenía pasaporte, No tenía identidad, Pero tenía vida, Y eso era más de lo que muchos habían conseguido.

Entró a Estados Unidos como un fantasma. Invisible, solitaria, pero libre. O eso pensaba.

Horas después, mientras buscaba refugio en un barrio marginal, escuchó una voz femenina tras ella:

—Bonito cabello para alguien que parece estar huyendo.

Emma giró con los puños cerrados, lista para defenderse. Pero la figura frente a ella sonrió con una mezcla de simpatía y descaro.

—Tranquila, chica. No soy tu enemigo. Me llamo April. Y tú… hueles a problemas.

Emma se dejó caer sobre la acera. Por primera vez en días, soltó una carcajada ahogada.

—No tienes idea.

Y sin saberlo, había encontrado a su primera aliada

.

Capítulo 2

... ALIADAS EN LA TORMENTA...

El amanecer en Miami no era cálido ni acogedor. Era húmedo, ruidoso, y se sentía como un golpe de realidad en la cara. Emma se despertó encogida en un callejón, con la chaqueta mojada, la espalda adolorida por dormir en el suelo y el sonido de los autos pasando a metros de su cabeza.

A su lado, April roncaba suavemente, con una pierna estirada sobre una caja de cartón y un sombrero de vaquero viejo tapándole la cara.

—Despierta, vaquera —susurró Emma, dándole un leve codazo.

April se removió, hizo una mueca y levantó el sombrero apenas lo suficiente para mirarla.

—¿Ya amaneció? Rayos. Soñaba que comía waffles... —se incorporó, se estiró como un gato perezoso y miró alrededor—. Sí, sigue siendo una pesadilla.

Ambas soltaron una risa baja, aunque sus cuerpos gritaban de cansancio. Llevaban cuarenta noches durmiendo en la calle. No tenían papeles, ni un centavo, ni un lugar seguro. Pero estaban vivas, Y juntas, Eso era algo.

Emma no sabía bien por qué había confiado tan rápido en April. Tal vez fue su descaro, o la forma en que, sin conocerla, la había llevado hasta un refugio improvisado en la azotea de un edificio abandonado.

Tal vez era su forma de hablar, como si nada la intimidara, aunque tenía el mismo miedo oculto en los ojos que ella.

—¿Entonces qué haremos hoy, jefa? —preguntó April, poniéndose de pie y sacudiéndose el pantalón—. ¿Volvemos a buscar trabajo entre la basura o intentamos robarle la cartera a algún ricachón con cara de idiota?

Emma arqueó una ceja.

—¿Siempre tan optimista?

—Siempre práctica. Dijo April alzando sus hombros.

Decidieron volver a un supermercado pequeño donde, el día anterior, habían intentado convencer al dueño de que les diera algo de trabajo a cambio de comida. No habían tenido suerte, pero no era momento de rendirse.

Caminaron por las calles como fantasmas sin nombre. Miami era un paraíso brillante para los turistas, pero también un infierno para los invisibles.

Cada esquina parecía ocultar una amenaza: policías que hacían preguntas incómodas, mafiosos callejeros con ojos hambrientos, y gente demasiado ocupada para notar a dos chicas hambrientas que cargaban con el peso del mundo en los hombros.

Cuando llegaron al supermercado, el dueño —un hombre bajito y calvo con acento cubano— las miró con recelo.

—¿Ustedes otra vez?

—Solo queremos limpiar, ordenar las estanterías, lo que sea —dijo Emma, con voz firme.

—Por comida. Ni un dólar —agregó April, levantando las manos en señal de paz.

El hombre bufó, cruzó los brazos… y tras un largo silencio, suspiró.

—El baño necesita una limpieza que ni el diablo quiso hacer. Si lo dejan como nuevo, les doy una bolsa de pan y algo de fruta. ¿Trato?

—Trato —dijeron las dos al unísono.

Horas más tarde, empapadas en cloro, desinfectante y sudor, se sentaron en el callejón trasero del local, compartiendo la bolsa con una voracidad que hacía temblar.

Emma devoró un plátano en tres bocados, mientras April masticaba un panecillo con cara de éxtasis.

—Nunca pensé que comer panecillo y frutas fuera lo mejor de mi semana —dijo April, relamiéndose los dedos—. ¿Y tú de dónde vienes, Emma? Porque esa cara no es de calle — decidió por fin preguntar, ya que desde que se conocieron ninguna comentaba nada de su pasado.

Emma se quedó en silencio un momento, mirando una nube gris que flotaba sobre la ciudad.

—Europa. Mi tío quería venderme a una red mafiosa. Así que me escapé.

April parpadeó. No se río. No hizo preguntas estúpidas. Solo asintió, como si entendiera más de lo que decía.

—Yo soy de Kansas. Mi madre murió cuando era niña, y mi padre se fue con una camarera y nunca volvió. Me vine a Miami buscando trabajo. Me estafaron. Perdí todo. Ya sabes… lo típico.

—Vaya combo tenemos —murmuró Emma.

—Pero aún respiramos. Eso vale más que el oro.

La conexión entre ellas era algo que ninguna buscaba, pero ambas necesitaban. Y en una ciudad que parecía tragarse a los débiles, habían encontrado la fuerza de no estar solas.

Esa noche, regresaron a la azotea. Habían improvisado un pequeño refugio con lonas, cartones y un viejo colchón que April había conseguido de un contenedor. Desde allí, podían ver los rascacielos brillar en la distancia, como gigantes ajenos a sus miserias.

Emma se acurrucó con una manta fina, mientras April contaba historias sobre los clientes locos que atendía cuando era mesera. Su risa era contagiosa. Tan natural que, por un segundo, Emma casi olvidó el miedo.

—Mañana iremos a la zona del puerto —dijo April, mientras se acomodaba—. A veces los cargueros dejan mercancía sin supervisión. Tal vez podamos encontrar algo que vender.

—O podríamos conseguir trabajo real. Algo que no huela a delito.

—En tu mundo de princesa fugitiva, tal vez. En el mío, la supervivencia no pregunta por la legalidad.

Emma sonrió. Le gustaba esa chica. Le gustaba su sarcasmo, su humor ácido, su coraje.

—Eres un desastre —dijo.

—Y tú una fugitiva elegante. Hacemos buen equipo.

...****************...

Al día siguiente, el sol picaba como fuego en la piel. Caminaban por la zona industrial cuando Emma notó algo extraño. Un auto negro con vidrios polarizados había dado la vuelta por la misma calle dos veces.

—Nos están siguiendo —susurró, sin girar la cabeza.

—¿Estás segura?

—Sí. Mantente cerca.

April no hizo preguntas. Solo se ajustó la gorra y caminó más rápido.

Doblaron una esquina, luego otra, hasta que encontraron una escalera metálica que daba a una terraza. Subieron sin mirar atrás, agachándose entre las sombras.

Desde allí, vieron el auto detenerse. Dos hombres bajaron, miraron alrededor… y se fueron.

—Dios —suspiró Emma—. No fue coincidencia.

—¿Tú crees que es por tu tío?

—Lo es, estoy muy segura, tiene muchas influencias.

April la miró, sería por primera vez.

—Tenemos que movernos. Cambiar de zona. No podemos quedarnos en el mismo lugar cada noche.

—Y necesitamos ayuda. Pero no podemos confiar en nadie.

—Todavía.

Esa noche, volvieron al barrio donde habían dormido la primera vez, pero no a la azotea. Buscaron un lugar más discreto: una lavandería abandonada con una entrada trasera rota. No era cómoda, pero tenía techo y una puerta.

Emma se recostó en el suelo, con los ojos abiertos, escuchando los sonidos de la ciudad.

—¿Y si nunca dejamos de correr? —preguntó en voz baja.

April no respondió de inmediato. Luego, con un tono tranquilo, dijo:

—Entonces correremos juntas. Hasta que encontremos algo que valga la pena quedarse.

Emma sonrió, y por primera vez desde que puso un pie en América, sintió que tal vez… había alguna esperanza de llevar una vida tranquila.

Capítulo 3

...IMPACTO...

Emma corría de una manera tan acelerada que no sabía de donde había sacado fuerzas.

Las sirenas resonaban a lo lejos, y su corazón bombeaba con una furia salvaje. April le había gritado que huyera cuando vio a los mismos hombres del auto negro rondando cerca del puerto. No había tiempo para discutir.

Se separaron entre contenedores oxidados y calles vacías. Ahora Emma zigzagueaba entre las sombras de un distrito financiero que no conocía, sin mirar atrás.

Giró una esquina y se topó con una avenida iluminada. Tráfico denso, edificios lujosos, vitrinas con relojes de diamantes… y un grupo de hombres trajeados caminando hacia ella.

Emma frenó en seco.

Uno de ellos levantó la vista. Los ojos oscuros. La piel morena, Una cicatriz pequeña cerca del cuello, Lo reconoció, Uno de los matones de su tío.

Retrocedió dos pasos.

—¡Ahí está! —gritó uno.

Y entonces corrió otra vez.

La persecución fue brutal, La ciudad rica no tenía rincones donde esconderse. Ella esquivaba gente, cruzaba semáforos en rojo, se deslizaba entre autos con bocinazos detrás, Su respiración ardía, Sus piernas flaqueaban.

Hasta que lo vio.

Un edificio de cristal con una entrada privada. Un guardia en la puerta. Y justo frente a ella, una limusina negra con las puertas abiertas y un conductor revisando su teléfono.

Sin pensar, Emma se lanzó hacia el auto, se metió dentro y cerró la puerta de golpe.

El silencio fue inmediato.

Hasta que una voz grave rompió el aire.

—¿Qué demonios…?

Ella giró la cabeza y lo vio.

Sentado con elegancia, vestido de traje negro, camisa blanca sin corbata, un reloj de lujo en la muñeca y el rostro más devastadoramente hermoso que había visto jamás. Ojos grises como acero fundido. Mandíbula firme. Labios tan perfectamente formados que dolía mirarlos. La frialdad de su mirada congeló el aire en sus pulmones.

El CEO.

El mismísimo Adrián Blackwood.

—Necesito que no digas nada —susurró Emma, jadeando—. Por favor.

Él la observó con calma peligrosa. Ni una emoción en su rostro.

—Acabas de irrumpir en mi auto.

—Lo sé.

—Estoy armado.

—Perfecto yo no. -- dijo Emma tratando de no parecer nerviosa y regulando su respiración.

Se miraron un segundo, Dos.

Entonces, Adrián se inclinó apenas hacia adelante, sus ojos no dejaron los de ella.

—¿Estás huyendo de alguien?

—Sí.

—¿Es peligroso?

—Mucho.

—¿Te quieren muerta?

Emma tragó saliva.

—No, Por ahora.

Un leve destello cruzó la mirada del CEO. Luego pulsó un botón al costado del asiento. Las puertas se bloquearon con un clic.

En ese instante, los hombres que la perseguían llegaron corriendo, escaneando la calle, gritando entre ellos. Uno se acercó al guardia del edificio. Emma se encogió, pero Adrián le puso una mano en el hombro.

—No te muevas —dijo, con una tranquilidad que parecía de otro mundo.

Afuera, el guardia negó con la cabeza. Los hombres maldijeron. Buscaron unos segundos más… y se fueron.

Emma respiró por primera vez en minutos.

—Gracias… —murmuró, sin poder apartar los ojos de él.

—No me des las gracias. No he decidido qué hacer contigo.

Su tono fue puro hielo.

—¿Cómo te llamas?

—Emma —susurró.

—¿Completo?

—Emma Moretti.

—¿Y por qué te están persiguiendo, Emma Moretti?

Ella dudó. No tenía idea de quien era ese hombre que tenía al frente, un escalofrío recorrió su cuerpo de solo pensar que ese hombre podría ser su salvación o tan sencillo como su perdición. Después de pensarlos por unos segundos decidió decirle la verdad.

—Mi tío quiere venderme a una organización Mafiosa y Escapé.

Adrián no pestañeó.

—¿Nombre?

—Giovanni Moretti, Está en la lista negra de medio mundo. Traficante, extorsionador… y según él, mi único “familiar”.

Adrián guardó silencio. Él ya sabía quién era Giovanni Moretti, nunca había escuchado de que tuviese una sobrina, esa mujer que tenía al frente se veía que no estaba mintiendo, pero de todos modos se cercioraría de todo.

Luego miró al conductor por el espejo polarizado y habló con voz baja:

—Da la vuelta. Llévanos a la torre.

—¿Qué haces? —preguntó Emma.

—Sacarte del mapa, por ahora. — hablo de manera tranquila mientras tecleaba en su teléfono, pidiendo un informe completo de la mujer que tenía a su lado.

—No entiendo. ¿Quién eres?

Él la miró fijamente. No sonrió. No vaciló.

—Adrián Blackwood.

Y ahí fue cuando el nombre la golpeó.

El magnate. El enigma. El hombre que aparecía en portadas de revistas con frases como “El imperio que nadie puede tocar” o “El millonario más joven e implacable del país”. El CEO de Blackstone Enterprises. Rumores de tratos turbios. Inversiones en países sin ley. Pero también fundaciones, tecnología limpia, poder absoluto.

—No puedo quedarme contigo —dijo Emma, sacudiendo la cabeza.

—No te estoy ofreciendo quedarte. Estoy eligiendo protegerte. Por ahora.

—¿Por qué?

Adrián la observó. Su mirada no era compasiva. Era analítica. Calculadora.

—Porque alguien que corre así no miente. Porque si dijiste “Moretti”, estás en problemas reales. Y porque mi empresa tiene enemigos en común con tu tío.

—¿Quieres usarme?

—Tal vez. Pero también podría salvarte la vida. ¿Cuál prefieres?

Emma lo miró, el corazón aún galopando. Estaba atrapada en una limusina con un hombre que podía comprar países, que podía destruir a su tío con una orden... pero cuya alma parecía un enigma bajo mil capas de hielo.

—¿Y si te equivocas? ¿Si soy una trampa?

Adrián sonrió por primera vez. No fue una sonrisa cálida. Fue como si aceptara un desafío que lo divertía.

—Entonces me encargaré de ti personalmente.

El vehículo se desvió hacia una vía privada, subiendo a una torre de cristal con helipuerto. Cuando llegaron, Adrián abrió la puerta y le ofreció la mano.

Emma dudó.

Él alzó una ceja, con una elegancia letal.

—Confía un poco, Emma. O sigue corriendo sola. Pero si entras… ya no habrá vuelta atrás.

Ella lo miró, con el viento alborotando su cabello, con el pulso latiendo como un tambor, y con una voz que ni ella reconoció, respondió:

—Nunca he sido de rendirme a la primera.

Adrián soltó una risa baja, una que apenas rozaba los labios. Luego, con una suavidad desconcertante, la ayudó a bajar del auto y la guio hacia el interior de la torre más segura —y peligrosa— que había pisado en su vida, llegando al helipuerto para luego ascender en el helicóptero que ya los esperaba preparados para partir.

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