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"Rey Maldito"

Capítulo 1: El precio de un héroe anónimo

La lluvia caía con parsimonia sobre las brillantes calles de Tokio, formando charcos en el asfalto que reflejaban los neones de los carteles. Era una noche cualquiera para la ciudad, pero para Victor, era simplemente un día más… otro más de una vida sin sobresaltos, sin compañía, sin sentido.

Llevaba la mochila colgando de un solo hombro y los auriculares enterrados en los oídos. El ritmo melancólico del lo-fi sonaba apenas por encima del ruido de la ciudad. Sus ojos, oscuros y serenos, recorrían las aceras mientras las gotas empapaban su flequillo.

Victor tenía 17 años, cursaba el último año de preparatoria, y si bien su inteligencia lo hacía destacar, nadie lo notaba. Siempre fue el chico callado, el que se sentaba en la esquina del aula, el que no intervenía, el que no reía. No tenía amigos, ni quería tenerlos. Aceptó hacía mucho que el mundo no era un lugar hecho para él.

Pero había una cosa que sí lo conectaba a algo mayor: el anime.

Y entre todos los mundos posibles, entre todas las historias épicas, Jujutsu Kaisen era su favorita. Más que eso. Era su escape.

“Sukuna es un villano, sí… pero no es un esclavo de las reglas. Es libre. Hace lo que quiere, como quiere… y nadie puede detenerlo.”

Eso pensaba Victor cada vez que el Rey de las Maldiciones aparecía en pantalla. Se sabía todos sus diálogos, cada una de sus técnicas, cada gesto.

—Si pudiera nacer de nuevo... —murmuró, parándose frente a la parada del autobús—. Sería alguien como él.

A su lado, una madre joven trataba de controlar a sus dos hijos. Uno dormía plácidamente en sus brazos; el otro, un niño inquieto de apenas cinco años, daba vueltas cerca de la acera.

Victor los miró de reojo. No porque le interesaran… sino porque algo en su interior le provocaba incomodidad. Un mal presentimiento. Como si algo estuviera a punto de pasar.

Y entonces, sucedió.

Un grito. Una madre que estira la mano, pero no alcanza.

—¡Kenji, no!

El niño, riendo inocentemente, corrió hacia la calle. Un balón rojo rebotaba delante de él.

Victor vio el coche.

Vio las luces.

El tiempo se ralentizó.

No pensó. Solo reaccionó.

Soltó su mochila y corrió.

El niño no lo vio venir, pero sintió el empujón. Cayó sobre la acera del otro lado.

Victor, sin embargo, no tuvo tanta suerte.

El sonido del impacto fue seco. El coche derrapó, frenó, se detuvo metros adelante. La madre gritó. La gente se reunió.

Y Victor... Victor ya no respiraba.

Su cuerpo yacía en la calle, la sangre mezclándose con la lluvia, extendiéndose como una flor maldita.

Oscuridad.

Silencio.

Luego... una voz.

—Interesante… ¿tú fuiste quien se sacrificó por un niño? Qué absurdo.

Victor abrió los ojos, pero no estaba en Tokio. No había asfalto, ni lluvia, ni luces.

Estaba en un espacio sin forma, sin color. Un vacío. Y frente a él, una figura monstruosa, colosal, con múltiples ojos y bocas, lo observaba con desprecio.

—¿Quién… eres? —murmuró Victor, sin comprender.

—¿Importa eso? Lo relevante es que... no deberías estar muerto aún. No de esa forma. Pero supongo que tu alma es más interesante de lo que parecía.

Victor se levantó lentamente. Su cuerpo… no era el mismo. Lo sentía diferente. Más liviano. Más potente. Pero también… más oscuro.

—¿Qué… es esto?

—Una segunda oportunidad. Una maldita ironía.

Y entonces, otro recuerdo.

Fuego.

Técnicas.

Sangre.

Una risa demoníaca.

Y un nombre.

Ryomen Sukuna.

—¿Qué me estás diciendo...? —Victor retrocedió.

Pero su cuerpo no le obedecía.

Su reflejo apareció ante él. No era el del chico solitario de Tokio. Era otra cosa. Más alto, más fuerte. Con marcas negras en el rostro, ojos adicionales en su rostro... cabello en punta teñido de un rosa pálido. Una forma demoníaca que conocía demasiado bien.

—No... esto no puede ser…

—Reencarnaste. O mejor dicho… fuiste arrojado. En el cuerpo de Sukuna. Porque así lo decidió el equilibrio… o el caos. Da igual.

Victor jadeó, llevándose las manos al rostro. Pero lo que sintió fue la piel áspera y marcada por líneas oscuras.

El terror lo invadió. No por la muerte. No por el infierno.

Sino por quién era ahora.

Era Sukuna.

—Esto… esto es un error.

—¿Lo es? —rió la entidad—. ¿No dijiste que querías ser como él? ¿Libre, poderoso, temido?

Victor cayó de rodillas. Su alma temblaba.

Y sin embargo… en algún rincón de su mente, algo se agitó.

Una voz.

—"Si vas a vivir otra vez… entonces hazlo como el rey."

Un rugido lo envolvió. Un estallido de energía maldita surgió de su espalda. Su piel ardía, sus ojos brillaban.

Y en medio del vacío, el dominio tomó forma.

Un templo demoníaco, hecho de huesos, fuego y odio.

El Relicario Demoníaco.

Victor gritó. No de dolor, ni de miedo. Sino de algo más profundo. Algo que había estado dormido toda su vida.

Poder.

La risa de Sukuna retumbó en su mente.

Pero Victor no era el mismo chico de Tokio.

Y ahora, tampoco era solo Sukuna.

Era Victor, reencarnado como el Rey de las Maldiciones.

Y el mundo… estaba por pagar el precio.

El templo demoníaco ardía a su alrededor. Las paredes estaban vivas: cráneos que lloraban sangre, pilares con bocas abiertas en lamentos eternos. Un altar central, decorado con garras y llamas malditas, latía como un corazón.

Victor estaba de pie en el centro.

No lo había creado conscientemente.

No había invocado nada.

Y sin embargo, ahí estaba.

El Relicario Demoníaco: el dominio propio del ser más temido del mundo de Jujutsu Kaisen.

—Esto… no puede estar pasando —dijo, mirando sus manos.

Cuatro brazos.

Dos ojos extra más en su rostro.

El cuerpo de un rey maldito.

Sukuna.

Intentó gritar, pero su voz resonó como un eco grotesco, mezclada con otra… una risa.

—¿Estás despierto al fin?

Una voz. Profunda. Cruel. Casi divertida.

Victor miró a su alrededor, buscando la fuente. Pero no había nadie.

—No busques fuera, mocoso. Estoy dentro de ti.

Su sangre se congeló.

Sukuna.

No solo había heredado su cuerpo… también su conciencia seguía ahí, enterrada, como una sombra observando.

—Esto no es justo… —murmuró Victor—. Yo solo quise salvar a ese niño. ¿Por qué terminé aquí?

—Porque el destino no premia a los justos. Solo se burla de ellos —respondió la voz—. Aunque debo admitirlo… tú eres interesante. No cualquiera logra mantener su mente intacta dentro de mí.

Victor cerró los ojos. Respiró. O lo intentó.

Cada respiración era una descarga de energía maldita que sacudía el espacio.

Entonces, el templo desapareció.

Un destello.

Un nuevo mundo.

Abrió los ojos… y estaba de pie en medio de un bosque extraño. Oscuro. Retorcido.

El cielo tenía un tono rojo pálido, como si estuviera amaneciendo eternamente.

Los árboles no eran árboles: parecían columnas de carne y hueso envueltas en ramas negras.

Y frente a él, una figura encapuchada lo observaba, arrodillada.

—Finalmente… has despertado, mi señor Sukuna.

Victor retrocedió un paso.

—¿Qué… dijiste?

El encapuchado bajó la cabeza hasta tocar el suelo con la frente.

—Mi nombre es Enra. Soy tu sirviente. Y he esperado quinientos años tu regreso. El mundo… necesita que lo maldigas una vez más.

Victor tragó saliva.

Cinco siglos.

¿Dónde estaba?

¿Era el mundo de Jujutsu Kaisen? No… algo estaba mal. Todo estaba distorsionado, como una versión aún más oscura del universo que conocía. Como si Sukuna hubiese conquistado o arrasado todo lo que tocó antes de desaparecer.

—¿Dónde estoy?

—En las Tierras Malditas. El núcleo de tu dominio… el mundo que fundaste en la era de la Aniquilación. Y tú has vuelto, mi rey.

Victor apretó los puños.

—Yo no soy Sukuna. No soy… ese monstruo.

Pero su cuerpo ardía con energía maldita. Las marcas negras brillaban en su piel. La tierra misma temblaba a su paso.

—Oh, pero lo eres. Tu alma puede ser otra… pero el poder es tuyo ahora. ¿Acaso lo desprecias?

La voz de Sukuna volvió a resonar en su cabeza.

—No puedes negarlo. Ya no eres un héroe. Nadie lo recuerda. Nadie te llora. El niño que salvaste ya olvidó tu rostro.

Victor apretó los dientes. Su corazón latía con furia.

—¡Cállate!

—Entonces, dime —se burló Sukuna—. ¿Qué vas a hacer, Victor? ¿Luchar contra todos? ¿Convertirte en el monstruo? ¿O usar mi poder para algo más?

Victor cayó de rodillas.

Su alma… se rompía en dos.

El adolescente que amaba los animes, que soñaba con mundos donde el bien triunfa… y el rey maldito que ahora ardía en su interior, hambriento de guerra, destrucción… y libertad absoluta.

—Dame… tiempo —susurró—. No voy a cederte nada. Este cuerpo puede ser tuyo… pero el alma es mía.

Enra levantó la mirada, confundido.

—¿Mi señor?

Victor se puso de pie lentamente. Su mirada se endureció.

—No soy tu señor. Pero usaré este poder. A mi manera.

El cielo se estremeció.

La tierra tembló.

Y a lo lejos, en el horizonte, otros lo sintieron.

Criaturas, maldiciones, humanos distorsionados… todos los habitantes de aquel mundo oscuro levantaron la cabeza al mismo tiempo.

El Rey había despertado.

Pero no era el mismo.

No era Ryomen Sukuna.

Era Victor, el forastero.

La anomalía.

La chispa que incendiaría el equilibrio.

Y con su llegada… la historia volvería a escribirse con sangre.

Capítulo 2: Ecos de un mundo olvidado

Un estruendo sacudió el aire.

En un segundo, nubes negras se formaron sobre el cielo rojizo de las Tierras Malditas.

En el otro extremo del continente, en lo que parecía ser una versión deteriorada y decadente de Tokio, un grupo de hechiceros se reunió alrededor de un sello que acababa de romperse. La energía maldita que emanaba era tan densa, tan sofocante… que incluso los más experimentados sudaban frío.

Gojo Satoru fue el primero en aparecer. De pie sobre un edificio a medio derrumbar, con sus manos en los bolsillos y su habitual sonrisa confiada, miraba hacia el horizonte.

—No pensé que tendría que decir esto de nuevo, pero… parece que Sukuna ha vuelto.

—Imposible —gruñó Nanami Kento, ajustando sus gafas y su corbata con desdén—. Lo sellamos. Lo destruimos. Esa cosa no debería existir ya.

—Tal vez no se trata de nuestro Sukuna —intervino Yuki Tsukumo, con los brazos cruzados—. Pero esta energía… no miente.

Desde las sombras, apareció Fushiguro Megumi, acompañado de sus shikigamis.

—Entonces, ¿qué hacemos? ¿Vamos tras él?

—Con calma —dijo Gojo, sin perder la sonrisa—. Quiero ver primero con qué estamos tratando. Hay algo extraño en esto… algo diferente.

—¿Diferente? —preguntó Maki Zenin, con su lanza al hombro y una expresión dura—. Es Sukuna. Eso siempre significa destrucción.

—Tal vez sí —dijo Gojo, mientras sus ojos, ocultos tras su venda, brillaban levemente—. Pero esta vez… siento que no está solo ahí dentro.

---

Mientras tanto, en las Tierras Malditas…

Victor avanzaba por un sendero de huesos que conducía hacia una especie de ciudad abandonada. Su nuevo cuerpo caminaba sin esfuerzo, pero cada paso parecía retumbar como una amenaza. A su lado, Enra lo seguía con devoción silenciosa.

—Dicen que el mundo fue dividido en tres zonas tras tu caída, mi señor —explicó el siervo—. Las Tierras Malditas, donde el caos reina. El Dominio de la Luz, donde los hechiceros se reagruparon. Y el Núcleo Neutral, donde humanos sin energía maldita intentan sobrevivir.

Victor no respondió.

Su mente era un torbellino de voces, emociones y preguntas.

Pero no estaba solo.

Dentro de él, Sukuna observaba, en silencio esta vez.

Como un depredador que medía la jaula.

—¿Planeas atacarlos? ¿A los hechiceros?

—No —dijo Victor finalmente—. Planeo… entender este mundo primero. Luego decidiré.

Pero no tuvo tiempo para más.

Una figura cayó del cielo como un meteoro, rompiendo el suelo frente a él en una explosión brutal.

—¡¡SUKUNA!! —gritó la voz furiosa.

Victor apenas alcanzó a esquivar el golpe de un puño rodeado por energía negra.

Itadori Yuji.

Más adulto. Más endurecido. Pero con la misma ira en los ojos.

—¡¿Por qué estás vivo?! —gritó Yuji, con la respiración agitada—. ¡¡Yo… yo te destruí con mis propias manos!!

Victor alzó las manos.

—No soy él…

Pero ya era tarde.

Yuji cargó de nuevo.

Esta vez, Victor no esquivó. Alzó una mano… y sin pensarlo, Desmantelar cortó el aire.

Un tajo perfecto cruzó el suelo.

Yuji retrocedió a tiempo, pero su brazo sangraba.

—¡Esa maldita técnica…!

Una explosión resonó al costado. Nobara Kugisaki apareció con su martillo y clavos, usando Resonancia.

—¡Lo tengo! ¡Clavo vibrante!

Victor sintió el punzón del dolor. Su pecho ardió.

Pero en lugar de caer… sonrió.

No por placer.

Sino porque entendió que esto era real. Esta era la historia que había leído, el anime que amaba.

Y ahora… formaba parte de ella.

—No quiero luchar —dijo con voz firme.

—¡Mentiroso! —gritó Nobara—. ¡Ese cuerpo es de Sukuna! ¡No hay redención posible!

Otra presencia apareció.

Fushiguro Megumi invocó a Nue, el ave gigante, desde lo alto.

—Si de verdad no eres él… ríndete. O muere como lo hizo antes.

Victor cerró los ojos.

Y por primera vez… tomó una decisión.

—No me rendiré. No porque quiera pelear. Sino porque no tengo adónde volver. Este cuerpo… esta maldición… me eligieron a mí.

Gojo apareció en ese instante, flotando con calma.

—Vaya… qué monólogo más dramático. Casi me hace llorar.

Victor giró, con la mirada afilada.

—Gojo Satoru…

—Ese soy yo —dijo el hechicero más fuerte, con una sonrisa peligrosa—. Y tú… eres un misterio que quiero resolver.

Victor dio un paso atrás, su energía maldita se alzó como una tormenta.

—¿Qué harás? ¿Sellarme?

Gojo soltó una carcajada.

—No. Eso ya lo intentamos una vez. Esta vez, quiero ver qué decides tú.

Todos los hechiceros lo miraron confundidos.

—¿Vas a dejarlo ir? —preguntó Maki, furiosa.

—No lo estoy dejando ir —dijo Gojo—. Estoy dejando que se defina a sí mismo.

Y luego, miró directamente a los ojos de Victor.

—Pero recuerda esto, chico. Si eliges ser Sukuna… no tendré piedad.

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En otro rincón del mundo…

Un círculo oscuro se abría.

Desde él emergían tres figuras:

Mahito, riendo como siempre.

Jogo, furioso por naturaleza.

Y una figura nueva… oculta por una túnica.

—Así que… Sukuna ha vuelto.

—No exactamente —murmuró Mahito—. Pero igual quiero jugar con él.

El tercer ser habló, con una voz tan antigua como el odio.

—Entonces, que el juego comience. El mundo no está listo… para otro Dios.

Capítulo 2 (continuación): El rey en la sombra

El silencio que siguió a las palabras de Gojo fue tan denso como la energía maldita que envolvía el aire. Todos estaban tensos, preparados para atacar en cualquier momento. Yuji, con el brazo sangrando, contenía su furia con los dientes apretados; Megumi mantenía a Nue girando en círculos sobre sus cabezas; Nobara tenía otro clavo en mano, lista para lanzarlo.

Victor, con el cuerpo de Sukuna brillando con marcas negras y ojos dobles encendidos, bajó lentamente la mano.

—No necesito su compasión —dijo, clavando los ojos en Gojo—. Pero sí necesito respuestas. Si tengo que vivir con esta forma, quiero entender por qué estoy aquí.

—Buena respuesta —sonrió Gojo—. Pero no me creas tan ingenuo. Desde hoy estarás vigilado, constantemente. Y si te sales del camino… no tendrás una segunda advertencia.

Con un movimiento rápido, Gojo desapareció.

Los demás no estaban tan convencidos.

—Esto es una locura —escupió Nobara—. No podemos permitir que esa… cosa, camine entre nosotros.

—Es lo que haría el verdadero Gojo —intervino Yuta Okkotsu, apareciendo desde las sombras, su katana cubierta de energía maldita—. Ver el potencial… antes que la amenaza.

Victor se volvió lentamente hacia él. Había leído sobre Yuta. Lo conocía. Y lo temía.

—¿Tú también piensas dejarme vivir?

—No. Yo te voy a observar —respondió Yuta, sin emoción—. Y si fallas… yo seré quien te detenga.

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Días después.

Victor fue llevado al Instituto Técnico de Magia Metropolitana de Tokio.

Había vuelto.

Pero no como espectador, ni como estudiante…

Sino como encarnación de su personaje favorito, en un mundo donde todos lo odiaban.

—Bienvenido a tu habitación —dijo Shoko Ieiri, la doctora, señalando una celda reforzada con talismanes, sellos y energía maldita. Incluso el aire parecía estar controlado dentro.

—No esperaba un trato de hotel —respondió Victor.

—No te emociones —dijo Shoko, encendiendo un cigarro—. Esta celda fue usada para contener maldiciones de grado especial. No hay privacidad. Y si activas energía maldita de más… el sistema sellará automáticamente todo el piso.

Victor se sentó. Cerró los ojos. Meditó.

Y allí, en la oscuridad de su mente, volvió a escucharla.

La risa de Sukuna.

—Así que intentas comportarte… como un humano.

—No me interesa lo que pienses —murmuró Victor mentalmente.

—¿No lo ves? —respondió Sukuna desde el fondo de su alma—. Este mundo no te quiere. Solo fingen tolerarte. Y cuando te desvíes solo un poco… te aplastarán.

Victor no respondió.

Pero las palabras resonaban con fuerza.

---

Mientras tanto, en las sombras del mundo…

—La reaparición de Sukuna ha cambiado el equilibrio —gruñó Kenjaku, oculto en un cuerpo nuevo—. Tendremos que acelerar los planes.

A su lado, Mahito giraba alegremente, jugando con una esfera de almas en sus manos.

—Quiero verlo sufrir. ¡Quiero verlo gritar como Yuji!

—Tendrás tu oportunidad —dijo Jogo, soltando una llamarada por la nariz—. Pero primero, necesitaremos despertar al resto.

Kenjaku extendió una mano sobre un mapa del mundo maldito.

—Abramos los sellos. Que todos los Espíritus de Grado Especial vuelvan. Quiero ver si este “nuevo Sukuna” puede sobrevivir… a lo que viene.

---

Instituto Jujutsu – Entrenamiento forzado

—¡Levántate, bastardo! —gritó Maki, lanzando a Victor contra el suelo.

El entrenamiento no era opcional.

Gojo lo había dejado claro: si Victor quería vivir, tendría que ganarse cada segundo.

—¡Otra vez! —dijo Panda, lanzándole una roca gigante.

Victor se cubrió con Cocina Encendida, quemando el proyectil antes de que lo aplastara.

—¡No uses técnicas mortales! —gritó Nobara—. ¡No estamos jugando!

Victor gruñó. Su cuerpo estaba cubierto de sudor y sangre, pero no cedía.

Cada noche, tenía pesadillas.

Cada día, tenía que contener el impulso maldito que brotaba dentro.

Y sin embargo, algo extraño pasaba.

Victor comenzaba a entender a Sukuna.

Su poder.

Su hambre.

Su desesperación.

No como un fan.

Sino como el único ser vivo que compartía su alma.

---

Una noche, en lo alto del Instituto…

Gojo se acercó, mirando las estrellas.

—¿No duermes?

—No puedo —respondió Victor, sentado en silencio.

—¿Temes soñar con él?

—No. Temo que un día… me guste lo que me dice.

Gojo lo miró con seriedad.

—Te contaré algo, Victor. Cuando Yuji compartía su cuerpo con Sukuna, el chico luchaba todos los días. Nunca dejó de resistirse. Nunca dejó de ser él.

—¿Y qué le pasó?

—Sukuna lo destruyó desde dentro.

Un silencio denso cayó entre los dos.

—¿Por qué me ayudas? —preguntó Victor, de pronto.

—Porque tú aún no has decidido qué eres —respondió Gojo, con una mirada seria por primera vez—. Pero si un día te decides por ser él… yo también tomaré mi decisión.

Y con eso, desapareció.

Capítulo 3: El Trono de Sangre

Una semana después.

La tensión dentro del Instituto era cada vez más densa.

Victor, aún bajo vigilancia constante, había demostrado una fuerza descomunal durante los entrenamientos. Pero no era solo eso… Era la precisión. La crueldad. El instinto asesino que brotaba de él cuando peleaba.

Algunos decían que era inevitable.

Otros… que era el principio del fin.

Y entonces llegó la alerta.

—Maldición de grado especial —anunció Ijichi, pálido—. Distrito de Shinjuku. Zona de evacuación colapsada. Hay sobrevivientes atrapados. Ningún hechicero ha logrado acercarse. Todos… han muerto.

—¿Quién fue el último enviado? —preguntó Gojo, ya abrochándose los guantes.

—Kento Nanami.

Un silencio mortal cayó en la sala.

—Prepárense. Esta misión es de alto riesgo —ordenó Gojo—. Yuji, Megumi, Nobara, Yuta, Maki… Victor irá con ustedes.

—¿Qué? —gritó Nobara—. ¡No pienso ir con ese asesino!

—Tampoco me agrada la idea —murmuró Megumi—. Su presencia es una bomba de tiempo.

—Por eso irán juntos —dijo Gojo, con esa sonrisa que nadie podía leer—. Si algo sale mal… estarán ahí para detenerlo. O morir en el intento.

 

Shinjuku. Zona cero.

La ciudad estaba desierta. Calles cubiertas de humo, sangre seca en las paredes, autos destruidos, farolas dobladas como papel.

Victor caminaba en silencio, rodeado por los demás. Yuji no dejaba de observarlo, los músculos tensos. Megumi mantenía a sus shikigamis cerca. Nobara ni siquiera lo miraba.

Yuta, siempre en el centro, parecía tranquilo… pero su katana estaba desenvainada.

—Están aquí… —dijo Maki, con la lanza en alto.

Un grito atravesó las sombras. Un sonido inhumano, de múltiples gargantas desgarradas. Desde una grieta en el suelo emergieron las maldiciones: deformes, brillando con energía negra, ojos abiertos por todas partes.

—Grado especial confirmado —dijo Megumi—. Más de cinco.

—¡A luchar! —gritó Yuji, lanzándose al frente con un puñetazo directo.

 

El combate comenzó.

Yuji y Nobara atacaron en sincronía. Golpes y clavos malditos volaban por el aire, reventando maldiciones por docenas. Megumi invocaba a Max Elephant, arrojando toneladas de agua sobre el campo para ralentizar a los enemigos.

Victor se mantenía al margen, observando.

—¿Vas a pelear o no? —gritó Maki, partiéndole el cráneo a una maldición con su naginata.

—Solo estoy esperando… —susurró Victor—. A lo interesante.

Y entonces apareció.

Una figura alta, cubierta con un manto hecho de lenguas y brazos humanos. Ojos que lloraban sangre. Sonriente. Poderosa.

El verdadero enemigo.

—Encantado… de conocer al Rey de las Maldiciones —susurró la criatura—. ¿Sabías que tú eres la razón de mi existencia?

Victor dio un paso al frente.

—¿Quién eres?

—Yo soy Shikanuma, una maldición nacida del odio hacia ti. De cada víctima. Cada cuerpo. Cada lágrima que dejaste tras de ti, Sukuna.

Victor sintió un estremecimiento.

No era su culpa.

Pero era su responsabilidad.

Y entonces lo aceptó.

—Chicos, retrocedan —dijo con voz grave—. Esto ya no es su pelea.

—¡No te hagas el héroe! —gritó Yuji—. ¡Tú no eres Sukuna!

—Exacto —respondió Victor, mientras abría la palma de su mano—. Yo no soy Sukuna. Pero él… es parte de mí.

"Cocina Encendida."

El fuego brotó entre sus dedos. Una flecha de llamas se formó, girando como una lanza viva. La lanzó.

Shikanuma se envolvió en sombras, pero la explosión cubrió todo el cruce de la ciudad.

—Interesante… —dijo la criatura, riendo entre el humo—. ¡Pero no basta!

La batalla se volvió caótica.

Yuta invocó a Rika, que rugió con furia descomunal.

Megumi activó Dominios Parciales, extendiendo sombras por las calles.

Victor liberó "Desmantelar", cortando maldiciones invisibles en el aire. El campo entero se convirtió en una danza de muerte.

Pero entonces…

Shikanuma extendió una mano.

—Dominio Expandido: Cuna de los Lamentos.

El cielo se volvió negro. Las paredes de energía maldita se cerraron sobre ellos. El suelo desapareció.

Dentro del dominio, cada rincón estaba cubierto de huesos y gritos. Rostros atrapados en las paredes, pidiendo ayuda.

Y ahí, en el centro… Victor cayó de rodillas.

El dominio bloqueaba toda energía positiva.

No podía usar la técnica inversa.

Estaba sangrando.

—¿Es esto lo que siente un humano? —susurró—. Dolor… impotencia…

Y Sukuna, dentro de él, reía.

—¿Ves ahora, niño? ¿Por qué dominé este mundo?

Victor miró sus manos.

Sangre.

Pero también poder.

Entonces se puso de pie.

Y sonrió.

—No soy tú.

—¿Qué?

—Soy Victor. No me importa lo que fuiste. Pero si este es mi cuerpo… entonces también es mi trono.

Y con un rugido, Victor activó su propio Dominio.

—Relicario Demoníaco.

El templo surgió, cubriendo al dominio de Shikanuma. Cráneos, fuego, bocas demoníacas. Las técnicas de "Cortar" y "Desmantelar" estallaron en toda dirección.

Shikanuma gritó. Su cuerpo era atravesado por cientos de cortes simultáneos. El dominio colapsó.

Victor salió, cubierto de sangre.

Diferente.

Más fuerte.

Más oscuro.

Pero… aún Victor.

Los demás lo miraban, en silencio.

Yuta bajó su espada.

Yuji no dijo nada.

Gojo apareció finalmente, cruzando los brazos con una sonrisa leve.

—Lo lograste.

Victor respiró hondo.

Y por primera vez desde que llegó a este mundo…

No sintió miedo.

 

Capítulo 3 (Parte Final): Ecos de Sangre

Victor cayó de rodillas al salir del dominio. La batalla había terminado, pero dentro de su mente, la guerra apenas comenzaba.

Sus ojos se abrieron con fuerza. Algo lo arrastraba desde dentro… como una ola que lo ahogaba en memorias que no le pertenecían.

Memorias de Sukuna.

Y entonces, el mundo cambió.

Todo a su alrededor se tornó rojo. El cielo ennegrecido, las calles reventadas, edificios partidos como vidrio. Gritos. Fuego. Sangre.

Shibuya.

Victor estaba parado en el centro de aquel infierno, pero no en su cuerpo… sino en el de Sukuna.

Su mirada era fría. Su respiración, calma.

Frente a él, un mar de cuerpos mutilados. Personas que corrían, suplicaban, ardían.

Y Sukuna… reía.

—Ah… ¿Lo recuerdas ahora? —susurró la voz dentro de su mente—. Ese fue uno de mis momentos más hermosos.

Victor no podía moverse.

Solo observaba.

—¡AYUDAAAA!

Una niña corría, ensangrentada, buscando a su madre. Sukuna se inclinó. Extendió la mano.

Y la desintegró con una sonrisa.

—¡BASTA! —gritó Victor desde dentro de esa pesadilla—. ¡ESO NO FUI YO!

Pero lo sentía.

El olor de la carne quemada.

El crujido de huesos rompiéndose bajo sus pies.

La satisfacción.

—¿Por qué lo hiciste…? —susurró Victor, al borde del llanto.

Sukuna respondió con tono seco.

—Porque pude. Porque era divertido. Porque todos querían un dios… así que me convertí en su infierno.

La escena cambió.

Ahora estaban sobre los restos del Edificio Hikarie.

Frente a él, un rostro conocido: Jogo, la maldición de fuego, estaba arrodillado, derrotado.

Sukuna, sin expresión, le dio una última oportunidad. "Si me golpeas una vez… te dejaré vivir."

Victor vio cómo Sukuna lo incineraba con crueldad, a pesar del respeto que Jogo mostraba.

—No tienes compasión… ni siquiera por los de tu clase —murmuró Victor.

—Compasión es debilidad. Tú lo aprenderás, pequeño intruso —rió Sukuna.

La escena cambió una vez más.

Ahora estaba Itadori, de pie, mirando lo que había hecho.

El dolor.

La rabia.

La culpa.

—Esto… fue tu culpa —le gritó Itadori a Sukuna—. ¡Todo esto!

Y Sukuna… se limitó a carcajearse.

Victor sintió como si una daga le abriera el pecho.

Porque entendía esa desesperación.

Ese dolor de cargar con el pecado de otro.

 

Regresó al presente.

El cuerpo de Victor temblaba. La sangre aún goteaba de su brazo. Los ojos de sus compañeros lo miraban… con miedo.

—¿Victor? —preguntó Yuta, lentamente.

—…Shibuya… —murmuró.

Yuji apretó los puños.

—¿Qué dijiste?

Victor lo miró.

Y por un instante, en su rostro… se reflejaron los ojos de Sukuna.

—…Vi todo. Lo que hizo. Lo que… lo que tú viviste.

Yuji lo empujó contra una pared.

—¡Cállate! ¡Tú no tienes derecho!

—Lo sé… —susurró Victor, sin oponer resistencia—. Pero tengo que cargarlo. Si esto es lo que soy ahora… entonces debo conocer todo. Incluso lo más sucio.

Yuji lo miró, jadeando.

Sus puños temblaban.

Pero no lo golpeó.

Porque en los ojos de Victor no vio burla.

Ni orgullo.

Solo culpa. Y miedo.

Gojo se acercó desde atrás.

—Ahora entiendes, ¿cierto? —le dijo al oído—. Esto no es solo poder, chico. Es historia. Es legado. Es sangre.

—¿Por qué… por qué me tocó a mí? —preguntó Victor.

Gojo sonrió, enigmático.

—Tal vez… para que por primera vez, alguien cargue con ese poder… sin dejar que lo consuma.

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