NovelToon NovelToon

Desde Que Te Vi

Introducción

Introducción al lector

Querido lector:

Gracias por tener entre tus manos esta historia. Antes de que te adentres en sus páginas, quiero hablarte directamente. Porque esta no es solo una novela de romance, drama y misterio. Es un viaje de obsesión silenciosa, de amor en la sombra, de decisiones que alteran destinos y de encuentros que desafían la lógica, el tiempo y la moral. Esta es la historia de Mariana y Mauricio. Y nada de lo que vivirás junto a ellos será sencillo. Pero sí profundamente intenso.

Mariana es una chica como muchas que conocés: risueña, apasionada, valiente, con una familia cálida y ruidosa que la adora. Vive en un pueblo pequeño donde todos se conocen, donde la panadería de su familia es casi un lugar sagrado para los vecinos. Sus días se dividen entre los estudios, el trabajo, la cocina que comparte con su madre y sus hermanos… y sus dibujos, que son el rincón donde puede ser totalmente libre. Ella no lo sabe, pero mientras dibuja en el techo de su casa, con auriculares y la brisa fresca en la cara, hay alguien que la está mirando. Que la ha estado mirando desde hace años.

Ese alguien es Mauricio Viconti. Un nombre que provoca respeto y temor en el mundo de la mafia. Un hombre frío, metódico, lleno de cicatrices que no siempre se ven. Tiene tatuajes que relatan pasados violentos, un imperio empresarial que maneja con puño de hierro, y un corazón que solo ha latido con intensidad una vez… la primera vez que vio a Mariana saliendo de la escuela con su cuaderno en brazos y la risa explotando como un verano anticipado. Desde ese momento, su mundo giró en torno a ella. Sin que ella lo supiera.

Durante años, Mauricio la observó desde las sombras. No solo se aseguró de que estuviera a salvo: manipuló piezas invisibles para acercarse a su vida sin perturbarla. Le envió regalos anónimos, eliminó amenazas, intervino discretamente cuando alguien se le acercaba demasiado. Él no sabía cómo amar de otra forma. No creció entre abrazos ni palabras dulces. Pero la amó. A su modo, en silencio, como un lobo cuidando desde el borde del bosque.

Esta novela no es una típica historia de amor. Acá hay obsesión, dilemas morales, giros inesperados, momentos oscuros y luminosos. Habla de cómo el amor puede transformarte… o consumirte. De cómo a veces la mayor prueba de amor es dejar que el otro elija libremente, aun si eso significa perderlo. Pero también es una historia sobre crecer, sobre encontrar la fuerza para perseguir tus sueños incluso si el camino da miedo. Sobre familia, sobre identidad, sobre límites.

A vos, lector o lectora, te invito a sumergirte sin prejuicios. A dejar que Mariana te haga reír con sus ocurrencias, que sus hermanos te hagan sentir parte de la familia, que el pasado de Mauricio te sacuda. Que te preguntes: ¿hasta dónde está bien amar? ¿Cuándo deja de ser amor y se convierte en obsesión? ¿Se puede redimir alguien como Mauricio?

Esta historia no te va a dar todas las respuestas. Pero te aseguro que te hará sentir. Mucho.

Gracias por dejarme contártela.

Con cariño y emoción,

La autora

Capítulo Uno La risa que lo condenó

El motor de la camioneta negra blindada rugía en bajo, como un lobo respirando con paciencia antes del ataque. Estaba estacionada frente a una escuela secundaria cualquiera, de un pueblo cualquiera. Mauricio Viconti, sin embargo, era todo menos común.

Apoyado contra el asiento, su mirada oscura observaba el edificio con aparente indiferencia. Sus tatuajes asomaban por el cuello de la camisa impecable, y cada uno de ellos tenía una historia que nadie se atrevía a preguntar. Porque él no era hombre de explicaciones. Era ley y sentencia en el mundo que gobernaba desde las sombras.

Nadie lo miraba a los ojos.

Nadie se atrevía a interrumpirlo.

Nadie… hasta ella.

—Va a empezar en cinco minutos —le murmuró Lucio, su mano derecha, sin dejar de revisar el reloj—. ¿Entramos?

Mauricio no respondió. Estaba quieto. En tensión. Como si algo invisible lo hubiera dejado clavado ahí, al otro lado del vidrio polarizado.

Y entonces, la vio.

Salía de la escuela riendo con otras dos chicas. Llevaba el uniforme arrugado, medias a la mitad, el cabello rizado suelto, y en sus brazos apretaba un cuaderno grueso, desgastado en las esquinas. Daba pasos grandes, sin delicadeza, como si el mundo no la mirara. Y aún así, era imposible no verla.

—¿Quién es esa? —preguntó Mauricio, con una voz tan baja que sonó como un pensamiento.

Lucio frunció el ceño, girando para seguir su mirada.

—¿La chica? ¿La del cuaderno? No sé. ¿Una alumna? ¿Qué pasa?

Mauricio no apartaba los ojos.

Ella reía. Fuerte. De verdad. Con esa risa sin filtro que parece música y provoca vértigo. Había algo salvajemente puro en su forma de moverse, de hablar con sus amigas, de tirar el cabello hacia atrás como si el viento le debiera obediencia.

Y entonces, como si el universo jugara su carta más peligrosa, Mariana —aunque él no sabía aún su nombre— se detuvo.

Y miró hacia la calle.

Hacia él.

Fue solo un segundo. Medio segundo. Quizás ella solo se detuvo por el sonido de un pájaro, o por una palabra de su amiga.

Pero Mauricio sintió el mundo detenerse.

—¿Qué edad tiene esa chica? —preguntó, sin apartar la vista.

Lucio lo miró con cautela.

—¿Importa? Es menor, seguro. ¿Por qué la mirás así, jefe?

Mauricio no respondió. Solo ladeó la cabeza, estudiándola. Ella reía otra vez, caminando en dirección contraria, perdiéndose entre el gentío adolescente.

Pero ya estaba grabada en su cabeza. Como una imagen bendita… o una condena.

El cuaderno en sus manos, los bordes gastados por el uso, fue lo último que vio antes de que desapareciera.

Y lo supo.

Lo supo con la certeza con la que firmaba una sentencia de muerte.

—Lucio —dijo con calma, como quien pide un café—, averiguá todo sobre ella.

—¿Perdón?

—Nombre, dirección, familia, a qué hora se duerme, con quién habla, qué dibuja. Quiero saber si llora cuando está sola. Quiero saber qué escucha, qué sueña, qué la asusta.

No perdás el rastro. Nunca.

Lucio lo miró con una mezcla de sorpresa y respeto temeroso.

—¿Y si ella se aleja?

Mauricio sonrió por primera vez en días. No una sonrisa amable. Una que nacía del centro del pecho, de ese lugar donde todo lo que tocaba se volvía suyo.

—No se va a alejar.

Algún día, ella va a venir a mí. Por su propia voluntad.

Pero no sabrá que todo ya estaba escrito.

Lucio asintió, tragando saliva. Porque sabía lo que eso significaba.

Y entonces, sin más, Mauricio bajó de la camioneta y se dirigió a su reunión de sangre, amenazas y dinero sucio…

Con el dibujo de una adolescente latina de curvas suaves y risa escandalosa tatuándosele en el alma.

La tormenta había comenzado.

Capítulo Dos Pan caliente, hermanos brutos y el chico que se creía malo

—¡Mariana! ¡Acordate de llevar la lista del pan integral, por favor! —gritó su madre desde la cocina antes de que saliera corriendo a la escuela con la mochila al hombro y el pelo aún húmedo.

—¡Sí, mamá! ¡La metí en el cuaderno de dibujo, no te preocupes! —gritó ella de vuelta, justo antes de tropezarse con una zapatilla de uno de sus hermanos.

Su casa era un caos. Un hermoso, cálido, ruidoso caos.

Eran cinco: su madre, que era el alma de la casa; ella, la única mujer entre cuatro varones (tres hermanos y su papá que había fallecido hacía ya casi una década); y los hornos de la pequeña panadería familiar que funcionaba desde la planta baja de su hogar.

Panadería “La Esperanza”.

Así se llamaba. Y vaya si le hacía honor al nombre. Porque cada día, con esfuerzo, con harina en la cara y manos agrietadas, sostenían no solo un negocio, sino una vida entera tejida con amor.

Mariana era la menor. La princesa guerrera, como le decían sus hermanos.

—¡¿Quién dejó las bolsas de harina abiertas otra vez?! —gritó ella esa mañana mientras pisaba el suelo blanco con sus zapatillas escolares.

—No llores, hermanita, que eso se limpia fácil. ¿Querés que te saque la lengua también o con el comentario basta? —le respondió Elías, el mayor, desde el mostrador.

—Sos un bestia, Elías. —Mariana le tiró una pelotita de miga de pan que tenía en la mano—. Y encima ya no te queda gracia. Ni pelo, de paso.

—¡Me estás buscando! —dijo entre risas mientras corría tras ella.

Así eran.

Bestias dulces.

Brutos protectores.

Ella protestaba todo el tiempo, se quejaba de lo controladores que eran, de cómo siempre querían saber dónde estaba, con quién hablaba, si ese “amiguito” era realmente un amigo… pero la verdad era que los amaba con el alma.

Después de clases, Mariana siempre ayudaba en la panadería. Amasaba, rellenaba, hacía inventario. Su especialidad eran los postres. Y sí, sabía que era buena.

Era su carta de poder.

—¿Querés flan? Bueno, entonces me prestás la moto esta noche.

—¿Se te antojó lemon pie? Ah, mirá qué casualidad… yo necesito que me firmen el permiso para el viaje escolar.

—¿Torta de tres leches? Primero decime quién es la chica nueva del gimnasio con la que andás todo transpirado por ahí, ¿eh?

Sí, Mariana sabía jugar.

Pero también sabía cuidar.

Su mamá tenía una afección cardíaca que la obligaba a descansar y a no esforzarse. Así que todos —los cuatro hijos— se turnaban para que la casa y la panadería funcionaran sin que ella se preocupara por nada.

Y aunque Mariana soñaba con estudiar diseño, con dibujar modelos, colores, formas… con ver sus ideas en pasarelas o revistas, sabía que no era momento. Eso estaba allá, en la ciudad. Lejos. Demasiado lejos de su madre.

Por ahora, dibujaba en sus cuadernos gastados. Se ilusionaba con las combinaciones que creaba entre baguettes y botones, entre miga y moda.

Ese día, sin embargo, su mente no estaba ni en postres ni en pasarelas.

—¡Y te juro que me sacó el lápiz del estuche como si fuera el dueño del mundo! —dijo entre carcajadas a sus amigas mientras salían de la escuela.

—Ay, Maru, ¿pero por qué le dijiste que tenía cara de… de qué era que le dijiste?

—¡De empanada vencida! —respondió entre risas Mariana—. ¡Porque se le frunció todo cuando lo dejé en ridículo! Ese tipo se cree el "malo de la escuela", el intocable, el que todas miran. Pero si me busca… ¡me encuentra!

Sus amigas estallaron en carcajadas.

Y ella también.

No era que fuera rebelde. No era de buscar problemas. Pero cuando algo le parecía injusto, o alguien se ponía en “modo imbécil”, su carácter salía como pan quemado: fuerte y directo.

Llevaba el cuaderno de dibujo contra el pecho. El uniforme algo desprolijo. Las medias caídas. Y una risa de esas que llenaban la vereda. Una risa que no se puede fabricar ni imitar. Una risa que vivía en libertad.

Y entonces, lo sintió.

Un segundo.

Un escalofrío raro.

Como si alguien la estuviera mirando.

Se giró de forma instintiva y miró hacia la calle.

Una camioneta negra, enorme, oscura como la noche más cerrada estaba estacionada al frente. Los vidrios polarizados no dejaban ver nada. Nadie salía. Nadie entraba.

Pero había algo.

Una presencia que no sabía explicar.

—Qué raro… —murmuró.

—¿Qué cosa? —le preguntó una de sus amigas.

—Nada, pensé que… Bah, no sé.

Se encogió de hombros y siguió caminando. Riéndose otra vez. Con esa libertad de quien aún no sabe que está siendo observada. Que su historia ya no le pertenece del todo. Que alguien, desde las sombras, la eligió.

Y que su vida, su mundo y su corazón… nunca volverían a ser los mismos.

Download MangaToon APP on App Store and Google Play

novel PDF download
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play