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Oscura Tentación

Despertar en la oscuridad

La oscuridad era densa, cálida, como un velo húmedo que se adhería a su piel. El silencio absoluto solo era interrumpido por el leve sonido de su respiración. ¿Estaba… muerta?

Intentó moverse, pero su cuerpo no respondía. Una sensación de vacío recorría su pecho, y su mente parecía sumergida en una neblina. Poco a poco, el mundo empezó a perfilarse. Un aroma familiar… lavanda, mezclada con cera de velas y madera antigua. Entonces, el dolor la alcanzó como una ola helada.

"¿Dónde estoy…?"

Sus labios se movieron, pero su voz era infantil, suave, desconocida. Con un sobresalto, abrió los ojos.

El techo era alto, decorado con relieves dorados y cortinas de terciopelo. A su lado, un espejo revelaba algo imposible: una niña de piel tan blanca como la nieve, de cabello negro azabache y ojos tan oscuros que parecían absorber la luz. Su reflejo la observaba con una expresión atónita. Ese no era su rostro. Ese no era su cuerpo.

El miedo se transformó en confusión, luego en asombro… y finalmente en horror.

—Esto es una broma… —susurró, y su vocecita infantil tembló como una campana de cristal.

Cerró los ojos, deseando despertar en su habitación, en su cuerpo… Pero cuando volvió a mirar, todo seguía igual. Los muebles lujosos. La decoración antigua. El reflejo de una niña que no era ella. Y entonces, como una descarga eléctrica, los recuerdos llegaron.

Una novela visual. Un juego +19 que solía jugar en secreto. “Crimson Hearts: Destino de Placer”.

La historia de una chica que despertaba en una academia de élite, rodeada por tres hombres irresistibles: un cazador de élite, un vampiro aristócrata y un hombre lobo mestizo de sangre real. Todos luchaban por conquistarla… y por desatar sus deseos más profundos. Ella había terminado todos los finales. Incluidos los malos. Especialmente el de la villana, que era cruel, arrogante, y terminaba muerta o usada como juguete por los protagonistas si interfería demasiado.

—No puede ser… No puede ser… —repitió mientras se levantaba tambaleándose.

Se acercó al espejo, con las manos temblorosas. Tocó su mejilla. Fría. Pálida. Perfectamente delineada. Arien Valemira.

—¡NO! —gritó con la desesperación de quien ha leído su sentencia de muerte.

Volvió a sentarse sobre la cama, sin poder contener el temblor de su cuerpo. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera abandonar ese cuerpo que no era suyo. Y sin embargo, estaba atrapada en él.

—Si esto es real… si estoy en la infancia de Arien… entonces todavía no ha comenzado la historia principal.

La protagonista del juego no aparecería hasta dentro de ocho años. Ocho años antes de que los protagonistas masculinos la conozcan. Ocho años para cambiar su destino.

Inspiró hondo. El miedo seguía ahí, pero algo más nació en su pecho: determinación.

Ella no iba a ser la villana de una historia diseñada para destruirla. No. Ella escribiría su propia trama, su propio final.

Una puerta se abrió con suavidad. Una mujer de cabello canoso y mirada dulce entró con una bandeja.

—Señorita Arien, ha despertado. —Su tono era amable, casi maternal—. ¿Desea tomar su desayuno en la cama?

La pequeña Arien —o más bien, la joven que ahora vivía en su cuerpo— ladeó la cabeza.

—¿Quién eres?

La mujer parpadeó, sorprendida, pero no ofendida.

—Soy Thalia, su institutriz. Estoy a cargo de su educación, costumbres y horarios. ¿Se encuentra bien?

Arien asintió lentamente. Thalia no era un personaje importante en el juego, pero sí una figura constante. Discreta, leal… y útil.

—Sí… solo tuve un sueño extraño.

Thalia sonrió, colocó la bandeja sobre la mesa cercana y se inclinó levemente.

—El sol está alto. Su padre el duque y la duquesa han salido esta mañana, así que tiene el día libre, mi lady.

Cuando la mujer salió, Arien se bajó de la cama y caminó descalza hasta la ventana. Al correr las cortinas, se encontró con la visión de un jardín inmenso, lleno de rosales blancos y estatuas de mármol. Más allá, una torre alta y un bosque espeso.

—Entonces… este es el ducado Valemira —murmuró.

Recordaba que, en el juego, el linaje Valemira era noble, pero estaba en decadencia. Su madre era una mujer fría, y su padre apenas la miraba. Arien original había sido moldeada por el abandono, la presión y el rencor. Por eso se convirtió en la villana.

Pero ella… ella no dejaría que eso sucediera.

—No seré su títere. No seguiré su guión —dijo, apretando los puños—. Ni la protagonista, ni los hombres que la rodean.

Ese mismo día, recorrió el castillo en silencio, memorizando los pasillos, el acceso al jardín, la torre, la biblioteca.

Encontró el salón de entrenamiento, donde más adelante sería humillada por el cazador en uno de los “malos finales” del juego. Sonrió con desdén.

—Ni siquiera me acercaré a ti —murmuró, pensando en el frío y arrogante cazador de ojos azules.

Subió a la torre más alta, desde donde se divisaba el bosque prohibido. Allí viviría el hombre lobo en su juventud. Un salvaje sin control que, en la historia original, despreciaba a la villana… hasta que decidía tomarla a la fuerza si se interponía en su camino.

—Conmigo no te cruzarás, bestia.

Y por último, bajó hasta la biblioteca subterránea, donde solía esconderse el vampiro. El más enigmático, el más seductor… y el más cruel en los finales negativos.

—No pienso caer en sus trampas. Ninguno me tocará. Nadie me destruirá.

Pero lo que no sabía… es que con cada decisión que tomaba, con cada vez que desviaba el rumbo original del juego… más fuerte se hacía la atracción de los protagonistas hacia ella.

Y ella, sin saberlo, ya había activado la ruta del deseo prohibido.

La villana en la niñez

Antes de despertar en ese mundo, mi vida no tenía nada de especial.

No era rica, ni tenía un romance apasionado con nadie. Vivía sola, en un pequeño departamento de una ciudad abarrotada, donde el ruido nunca dormía y las luces ocultaban el cielo. Trabajaba en una tienda de libros usados durante el día y por las noches me sumergía en novelas visuales y juegos románticos que me hacían olvidar la rutina.

“Crimson Hearts: Destino de Placer” era uno de mis favoritos. No por la heroína —que me parecía demasiado ingenua—, sino por lo retorcida que podía llegar a ser la historia. Placer y peligro. Seducción y traición. Me fascinaba.

Irónicamente, mi personaje favorito… era la villana.

Arien Valemira. Elegante, orgullosa, feroz. La típica mujer que todos odiaban en el juego, pero que yo… secretamente admiraba. Quizá porque entendía su soledad. Quizá porque, como ella, también sabía lo que era vivir sin que nadie realmente te mirara.

Murió en todos los finales. Quemada viva, asesinada por celos, vendida como esclava. Todos celebraban su caída. Y yo lloraba por ella.

No sé cómo morí. Solo recuerdo un dolor punzante en el pecho mientras volvía a casa una noche lluviosa. Y luego… oscuridad.

Ahora estoy aquí. En su cuerpo. En su niñez. Tengo una segunda oportunidad. No solo para vivir… sino para salvar a Arien. Para salvarme a mí.

Ese día, bajé por el pasillo principal de la mansión Valemira, curiosa por conocer a mis "padres". El duque y la duquesa Valemira.

Sabía por el juego que su relación con Arien era más que distante. Pero verlo con mis propios ojos fue... inquietante.

Los encontré en el salón del té. Ambos sentados, rígidos como estatuas de mármol. La duquesa, bellísima, de cabello rubio y ojos azules fríos como el invierno. El duque, imponente, con mirada severa y labios delgados como una línea de espada.

Cuando entré, apenas levantaron la vista.

—¿Qué haces aquí, Arien? —preguntó la duquesa, con una voz dulce, pero vacía.

—Pensé que… podía saludarlos.

El duque bufó y volvió a su copa de vino.

—Estamos ocupados.

Ocupados. Era sábado. Nadie más estaba en esa sala. Solo ellos, el té… y el silencio helado.

—Lo siento. No quería interrumpir.

Di media vuelta. No esperé que me detuvieran. Y no lo hicieron.

Salí con el corazón apretado. Esa era la infancia de Arien. Ignorada. Rechazada. Crecida como una decoración inútil. Era un milagro que no se hubiese convertido en un monstruo aún peor.

—No. —Me detuve frente al gran ventanal—. Yo no seré como ella. Pero tampoco seré una víctima.

Decidí salir al jardín. El clima era templado, y el sol iluminaba las flores blancas como la nieve. Caminé entre las rosas hasta perderme en el pequeño bosque del castillo. Me gustaba el silencio. Me hacía sentir que el mundo aún podía cambiar.

Fue entonces cuando escuché un chasquido entre los árboles.

Me giré con el corazón latiendo con fuerza. Y ahí estaba.

Un niño. No mayor que yo en apariencia. De cabello azul oscuro, ojos azul marino que brillaban como el sol filtrado entre las hojas, y una sonrisa traviesa que me hizo estremecer.

Lo reconocí al instante.

El cazador.

Nyr Callahan. El niño que más adelante se convertiría en un letal cazador de monstruos, obsesionado con el control y la perfección. En el juego original, despreciaba a Arien por su arrogancia, hasta que ella lo humillaba… y él se vengaba de la forma más cruel y sexualmente dominante posible. Era uno de los finales más intensos del juego.

Y ahora lo tenía enfrente.

—¿Quién eres tú? —preguntó con un tono ladeado, como si ya supiera la respuesta.

Me tensé.

—No importa. Solo estaba de paso.

—¿De paso en el bosque privado de los Valemira? —se cruzó de brazos—. No pareces una sirvienta. ¿Eres la niña rara de la que todos hablan?

Me molestó. No por la pregunta, sino por su tono burlón.

—¿Y tú quién eres para hablarme así?

—Nyr Callahan. Mi padre entrena a los guardias de la mansión. Estoy aquí porque hoy están de visita.

—Entonces vete con ellos.

Me giré para marcharme, pero él dio un salto ágil y se plantó frente a mí.

—Oye, espera. Eres interesante. Tus ojos son como… como un pozo sin fondo.

—¿Y eso qué significa?

—No lo sé. Pero me gustan.

Fruncí el ceño. En el juego, Nyr era todo un encanto cuando quería… hasta que mostraba su verdadera cara. Fría. Cruel. Impulsiva. No pensaba jugar con fuego.

—Aléjate.

—¿Y si no quiero?

—Entonces gritaré.

Me observó durante unos segundos. Silencio. Tensión. Luego, se rió.

—Vaya. Tienes garras.

—No soy una niña débil.

—Tampoco pareces una noble. ¿Siempre eres así de rara?

—Solo con niños molestos.

—Entonces me gustas más.

Me alejé, esta vez sin que me detuviera. Pero podía sentir su mirada en mi espalda mientras me perdía entre los árboles. Como si ya hubiera dejado una marca invisible sobre mí.

El primer encuentro. El cazador me había visto. Me había olido. Y ahora… me había conocido.

No supe entonces que, desde ese momento, Nyr empezaría a buscarme cada vez que me viera. Que cada entrenamiento de su padre sería una excusa para cruzarse conmigo. Que detrás de su sonrisa inocente se escondía una sombra profunda… y una necesidad ardiente de dominar lo que no podía entender.

Yo solo quería alejarme de la historia original.

Pero esta historia… ya había comenzado a escribirse sola.

Me perdí entre los pasillos de la mansión, ignorando a las criadas que me miraban con una mezcla de lástima y desprecio. Ya sabía que no era querida en esa casa. No por mis padres, ni por el personal. Arien Valemira era una sombra más en los muros fríos de la mansión Valemira.

Llegué a mi habitación, cerré la puerta con fuerza y corrí las cortinas. Solo cuando estuve sola, en la penumbra, pude respirar.

Me apoyé contra la puerta. Mi corazón aún latía con fuerza por el encuentro con Nyr. Su forma de mirarme… su sonrisa confiada… no era solo la de un niño curioso. Había algo más. Algo que no encajaba con su edad. Era como si desde ahora ya tuviera esa naturaleza depredadora que en el juego lo volvía adictivo y peligroso.

—Esto será más difícil de lo que pensé… —murmuré.

Me senté en la cama, apretando las sábanas con los dedos. El juego original decía que la heroína aparecería cuando ambas tuvieran quince años. Aún faltaban ocho. Ocho años para que la historia comenzara. Ocho años para prepararme.

Tenía una ventaja. Sabía cada giro de la historia. Cada ruta, cada pasión, cada traición. Conocía a los protagonistas y sus debilidades, sus deseos ocultos, sus cicatrices.

—Tengo que evitar todos los eventos importantes… —me dije en voz baja—. No puedo acercarme a la heroína. No debo enamorar a nadie. No debo causar celos. No debo resaltar.

Era una lista larga de “no debo”, pero no me importaba. Cualquier cosa era mejor que morir como una villana odiada por todos.

Me puse de pie y fui hacia el escritorio de roble en la esquina. Saqué una hoja de papel y una pluma. Si quería sobrevivir, debía organizarme.

Objetivo: Cambiar el destino de Arien Valemira.

Bajo esa frase, comencé a escribir mi plan, dividiendo las ideas por prioridades:

Evitar la trama original.

—No involucrarse con la heroína.

—Ignorar a los tres protagonistas masculinos.

—Mantener un perfil bajo.

Fortalecerme emocional y físicamente.

—Entrenar la espada en secreto.

—Estudiar política, economía y magia (aunque fuera básica).

—Aprender a manipular si es necesario.

Buscar aliados.

—Criados, nobles menores, algún tutor confiable.

—Controlar la información y los rumores.

Descubrir al enemigo en las sombras.

—En el juego, nunca se revelaba quién asesinaba a Arien cada vez que jugaba en la ruta oculta.

—Alguien que la odiaba desde antes del inicio del juego.

—Puede estar en la mansión… o más cerca de lo que creo.

Ganar independencia.

—Conseguir un título o terreno propio.

—Romper la dependencia del ducado Valemira.

Solté la pluma. El papel temblaba ligeramente entre mis dedos. Era solo una niña. Pero dentro de mí había una adulta. Una que ya había vivido una vida. Una que no pensaba morir otra vez sin luchar.

Miré mi reflejo en el espejo. Piel blanca como la nieve. Ojos oscuros como el abismo. Cabello como la medianoche. Hermosa. Misteriosa. Peligrosa. No por naturaleza, sino por decisión.

—No seré la villana de nadie. —Toqué el vidrio con la punta de mis dedos—. Esta vez, el juego es mío.

Me di la vuelta, con el corazón más firme que nunca.

Afuera, la historia seguía su curso. El destino esperaba. Pero yo… ya había decidido cómo escribir el mío.

Escapando del destino

La mañana era fría y húmeda. El rocío aún colgaba de las ramas del jardín interior como si el mundo entero no quisiera despertar. Pero yo ya estaba en pie, con un vestido sencillo, el cabello trenzado y los labios apretados en una línea decidida.

Hoy comenzaba mi plan.

Aunque la mayoría de nobles se preparaban para brillar en fiestas, yo decidí enfocarme en algo más útil: sobrevivir. Y para eso… necesitaba fuerza. No podía depender solo de mi conocimiento del juego. Ese mundo no era un simple conjunto de rutas programadas. Era real. Aquí dolía. Aquí la muerte era definitiva.

Y si quería evitarla, debía aprender a luchar.

Recordé que, en el juego, el duque Callahan —padre de Nyr, el cazador— entrenaba a los guardias de élite del reino. Era estricto, implacable y uno de los mejores espadachines vivos. Si alguien podía enseñarme, era él.

Pero había un problema.

—¿Estás segura, señorita Arien? —me preguntó la doncella Emma mientras ajustaba mi abrigo.

—Sí. ¿Por qué la duda?

—El señor Callahan no suele aceptar alumnos que no sean varones…

—Tendré que convencerlo, entonces.

Y también estaba el otro problema: Nyr.

Cada vez que pensaba en él, algo en mi estómago se revolvía. No por miedo exactamente, sino por lo incómodo de su presencia. Tenía esa forma inquietante de observarme, como si supiera que yo escondía algo… como si adivinara que no era solo una niña.

Evitarlo sería una prioridad. Solo necesitaba que su padre me aceptara. Y luego, rezar para no cruzarme con su molesta sonrisa más de lo necesario.

El patio de entrenamiento estaba cubierto de tierra endurecida. Espadas de práctica colgaban ordenadas en un muro de piedra. El sonido del acero chocando llenaba el aire, junto con los gritos de soldados entrenando.

Y en el centro, como un pilar inamovible, estaba él.

El duque Ethan Callahan.

Alto, robusto, de cabello oscuro con toques de plata y una barba perfectamente recortada. Su sola presencia imponía respeto. Los guardias lo obedecían sin rechistar, como si su voz llevara el peso de una orden divina.

Me acerqué con paso firme, respirando hondo.

—Duque Callahan —dije, con voz clara.

Él se giró lentamente y me evaluó de arriba abajo.

—¿La hija del duque Valemira?

—Asi es. Quiero entrenar con usted.

Un murmullo recorrió el lugar. Algunos guardias rieron por lo bajo.

El hombre arqueó una ceja.

—¿Tú? ¿Con la espada?

—Sí.

—¿Por qué?

Podría haber dicho cualquier excusa. Que quería protegerme. Que me gustaba la esgrima. Que era por curiosidad. Pero no.

—Porque no quiero morir. —Lo miré directo a los ojos—. No quiero ser una muñeca en el ducado Valemira.

Un silencio denso cayó sobre el patio. El duque entrecerró los ojos, luego soltó una carcajada grave.

—Tienes agallas. Bien. No esperes que te trate con delicadeza. Entrenarás como un soldado más. ¿Entendido?

Asentí con fuerza.

—Sí, señor.

Las siguientes semanas fueron brutales.

Cada mañana me levantaba antes del amanecer. Corría alrededor del patio diez veces, hacía ejercicios hasta que mis músculos ardían y luego practicaba posturas básicas con una espada de madera más pesada que yo.

Callahan no tenía piedad. Me gritaba, me corregía, me empujaba al límite. Pero no me rendía. Cada corte fallido, cada caída, era una lección. Con cada herida, me hacía más fuerte. Más rápida. Más precisa.

El cuerpo de Arien, aunque frágil al inicio, comenzó a responder.

Y entonces… apareció él.

—¿Tú otra vez?

Lo escuché antes de verlo. Esa voz burlona que ya empezaba a reconocer entre la multitud.

Nyr.

—No me mires así —dijo mientras caminaba hacia mí con las manos en los bolsillos y una sonrisa floja en el rostro—. No vine a molestarte. Mucho.

—Entonces vete.

—¿Desde cuándo te interesa entrenar con espadas? Las niñas nobles como tú solo saben jugar con abanicos.

—Yo no soy como las demás.

—Eso ya lo noté.

Me giré para seguir con mi rutina, ignorándolo. Pero él se sentó en una viga cercana, como si fuera su palco privado para observarme sudar y fallar.

—Tu postura es mala —comentó al cabo de unos minutos.

—¿Y tú qué sabes?

—Mi padre me ha entrenado desde que sé caminar.

—Entonces quédate callado y déjame entrenar.

—¿Por qué te esfuerzas tanto? No tienes por qué hacerlo.

Lo miré. No tenía sentido hablarle de futuros alternativos o muertes inevitables. Así que respondí con la verdad más simple.

—Porque nadie vendrá a salvarme.

Su sonrisa se apagó. Por un segundo, sus ojos mostraron una sombra de comprensión. Luego se levantó y se alejó sin decir una palabra.

Desde entonces, venía todos los días.

Nunca entrenaba conmigo. Solo me observaba. Comentaba, hacía bromas, a veces incluso me traía agua o un pañuelo. No sabía si lo hacía para molestarme o por otra razón… pero evitaba mirarlo más de lo necesario.

Era parte del juego. Uno de los protagonistas. Un peligro con una sonrisa de niño. Y yo no pensaba caer en su trampa.

Aunque… algo en mí empezaba a dudar de todo.

Un mes después, me encontraba en el bosque detrás del castillo practicando movimientos con la espada. Estaba sola. O eso pensaba.

—Vas mejorando —dijo una voz detrás de mí.

Giré bruscamente, levantando la espada por reflejo.

Nyr estaba ahí, apoyado en un árbol, con una rama en la boca como si fuera un trozo de paja.

—¿Me estás siguiendo?

—No. Te encontré por casualidad.

—Claro.

—No te acerques tanto a mi padre —dijo de pronto, y su tono cambió—. Él entrena bien, pero no confía en nadie. Si algún día te ve como una amenaza, no dudará en destruirte.

Fruncí el ceño.

—¿Eso es una advertencia?

—Es un consejo. Y un favor.

Lo miré con desconfianza.

—¿Por qué me das un favor?

Nyr bajó la rama de su boca y me miró con seriedad por primera vez.

—Porque me gustas. Aunque seas insoportable.

Me quedé helada.

Él sonrió, luego se giró y desapareció entre los árboles.

Yo me quedé sola, con el corazón acelerado.

Me quedé en silencio unos segundos, viendo el lugar por donde Nyr había desaparecido. El bosque volvió a llenarse del sonido del viento y el canto de los pájaros… como si no hubiera pasado nada.

Pero mi corazón seguía latiendo como un tambor fuera de control.

—¿Me gustas? —repetí en voz baja, atónita.

Me senté sobre una piedra, con la espada apoyada a un lado, y cubrí mi rostro con ambas manos.

—¡Pero si somos niños! ¡Ni siquiera tengo diez años completos en este mundo maldito!

Claro, en mi mente seguía siendo una mujer adulta que reencarnó en el cuerpo de una niña. Sabía lo que era el romance, la pasión, los celos, las citas... ¡Incluso tenía experiencia amorosa en mi mundo anterior, aunque no salí con nadie en mucho tiempo! Pero nada, absolutamente nada, me había preparado para escuchar esas palabras con un tono tan serio saliendo de un mocoso de nueve años con ojos azul marino y una sonrisa de pillo.

—¿Cómo puede alguien enamorarse tan rápido? ¿En qué momento lo hice suspirar? ¡Apenas me ha visto sudar, tropezar y quejarme durante los entrenamientos!

Me levanté y comencé a pasearme de un lado a otro.

—¿Será fetiche por las mujeres espadachín? ¿O le gustó que le grite? ¿O quizás le pareció lindo cómo me caí de cara el otro día? ¡¿Eso le pareció adorable acaso?!

Suspiré con desesperación.

—Esto no tiene sentido. Debe estar confundido. Es solo una admiración infantil. Sí. Eso. Admira mi determinación y valentía. Nada romántico. Nada hormonal. ¡Solo un respeto prematuro por mis agallas!

Aunque...

Mi mente no pudo evitar recordar un momento. Aquel día en que me había desmayado por entrenar de más y, al despertar, había encontrado un pequeño ramo de flores silvestres en mi ventana. En ese entonces, pensé que había sido Emma. Pero… ahora no estaba tan segura.

Me senté de nuevo, con la cara roja como un tomate cocido.

—¿¡Y si es en serio!? ¡¿Qué voy a hacer con un niño que me corteja en pleno campo de entrenamiento!? ¡¿Qué sigue, una declaración escrita con plumas y una cena de galletas?!

Me tumbé en el pasto, lanzando los brazos como si fuera una estrella derrotada.

—¡Esto no estaba en mi plan de supervivencia! ¡Nadie me preparó para un acosador precoz con cara bonita!

Un pájaro pasó volando por encima de mí. Lo observé con resignación.

—Y solo es el primero… Todavía faltan el hombre lobo y el vampiro.

Me giré de lado, enterrando la cara en la hierba.

—Estoy condenada.

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