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Una Reencarnación Tranquila

1. Vivir

Boom.

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Boooom.

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Baaang.

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El cielo ardía.

No quedaba nada.

Zero corría con el corazón latiendo al ritmo de la desesperación.

El cuerpo destrozado, la piel rasgada por garras y escombros, la sangre tibia pegándose a su carne como una segunda piel.

La espada que empuñaba era más una extensión de su voluntad que un arma.

La pistola en su cinturón, descargada hacía días, era solo un recuerdo de la esperanza.

El suelo bajo sus pies crujía como si el mundo mismo estuviera a punto de colapsar.

La ciudad, alguna vez gloriosa, ahora era un cementerio de acero, concreto y fuego.

Una sinfonía de muerte.

Todo era rojo y negro.

Fuego y humo.

Sangre y polvo.

Y por supuesto también monstruos.

—¡Maldita sea...! —gruñó Zero, sintiendo cómo su cuerpo flaqueaba. La sangre se deslizaba por la comisura de su boca con un sabor metálico y familiar. Su aliento se volvió una nube caliente en el aire envenenado.

GRRRAAAUHHH.

El rugido lo sacudió hasta el alma.

La criatura que lo perseguía parecía un experimento fallido de la naturaleza: cabeza de serpiente, cuerpo de oso, rugido de león. Como si tres horrores se hubieran fundido en uno solo. Pero lo peor no era eso…

Hormigas.

Cientos.

Miles.

Enjambres deformes, mutados, fusionados con restos de otros seres.

Mandíbulas imposibles, patas como cuchillas, ojos que no eran ojos.

Una pesadilla viviente que se retorcía y devoraba todo a su paso.

Zero sintió náuseas.

El estómago se le revolvió con un asco que quemaba.

“Ugh, qué asco…”

Y corrió.

Corrió como si el infierno entero lo persiguiera.

Porque lo hacía.

Cada paso era un suplicio.

La tierra temblaba con cada movimiento del monstruo, una vibración sorda que se sentía más en los huesos que en los oídos.

Las rodillas de Zero cedían.

El polvo lo ahogaba.

El dolor lo devoraba.

Tenía que correr.

Pero su cuerpo ya no podía.

Se quitó todo lo que le pesaba.

El cinturón.

Una pistola sin balas.

Una espada ya desgastada.

Pocas herramientas.

Todo.

Absolutamente, todo lo que traía encima de el, las dejo

Cada golpe metálico parecía una burla cruel, una campana fúnebre que anunciaba su final.

"Si no puedo ganar, debo huir."

Era una lección aprendida con sangre.

Desde niño.

Desde los cuatro años que tuvo que esconderse hasta que lo encontraron, cuando los monstruos aparecieron y el mundo colapsó.

No había tenido ni infancia adecuada según decían ellos.

En este mundo no había pasado, solo había miedo, hambre,y muchas cosas espeluznantes que podrás o no imginar.

Di Zero Sobrevivió, no porque fuera fuerte, sino porque sabía cuándo correr.

Y esta vez también quería correr.

Pero no podía.

El cuerpo de Zero se desplomó frente a una pared derruida.

Su aliento era un jadeo ahogado.

Su pecho se movía con dificultad, como si respirar costara más que pelear.

Era realmente frustrante no poder moverte como quieres.

Tosió sangre, tenía mucho dolor y además le recorría un frío que parecía como si un hielo te callera encima.

(Zero solo había visto hielo solo una vez)

—Quería… vivir… —susurró, apenas un murmullo sobre el silencio de la muerte.

Una risa amarga escapó de su garganta.

—Lo siento…

No sabía a quién le hablaba.

Tal vez a sus compañeros muertos. A los que había prometido sobrevivir.

O tal vez a sí mismo.

El suelo tembló.

El rugido del monstruo fue como una campana de sentencia.

Y entonces…

Lo alcanzó.

Zero levantó la cabeza con esfuerzo.

Lo vio.

La criatura no se detuvo.

No se abalanzó.

Se deslizó como un líquido vivo, como si la gravedad misma se torciera para dejarlo pasar.

Tenía una mandíbula triple.

Primero una grande, como la de una serpiente, cubierta de baba oscura y vapor. Luego una segunda más interna, parecida a una araña, con colmillos curvos. Finalmente, una tercera que no parecía diseñada para matar, sino para triturar. Desgarrar.

El hedor era insoportable.

Olía a acido, podredumbre y óxido.

Zero intentó gritar pero solo tosió sangre.

Una garra lo alzó como si fuera una muñeca rota.

Y la boca se abrió.

Lento, fue demasiado lento.

Todo su cuerpo temblaba.

El miedo lo dejó en blanco.

No podía pensar.

No podía moverse.

Era un niño otra vez.

—No… —alcanzó a decir.

Y la mandíbula se cerró.

CRUNCH.

El sonido fue seco.

Podía escuchar claramente su piel desgarrándose, huesos rompiéndose.

La primera mordida le arrancó medio torso.

Sintió cómo su piel se abría como papel mojado.

Cómo el dolor superaba toda comprensión.

Cómo su espalda se quebraba.

Los intestinos caían por la comisura de la mandíbula como hilos pegajosos y cálidos.

Zero no murió de inmediato.

Siguió consciente.

Era una desventaja de ser un despertado.

Chomp.

Un brazo desapareció.

Snap.

Un pie.

La criatura no comía como un depredador con hambre.

Comía como un niño aplastando insectos, era muy curiosa y demasiado Torpe, pero se podía sentir un poco de diversión.

Zero sintió cómo su garganta era succionada.

El cráneo crujió.

Los ojos salieron de su órbita.

Su conciencia flotó, aún unida al cuerpo por un hilo cruel.

Y en ese instante final, solo pensó

"¿Por qué no pude vivir una vida tranquila sin el apocalipsis?."

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Había mucha oscuridad a su alrededor, pero era una oscuridad que se sentía realmente calida.

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El silencio era realmente tranquilizador, se sentía muy tranquilo, realmente no quería salir de allí.

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Había mucha paz, por primera vez en mucho tiempo, Zero no sentía dolor.

No sentía miedo.

No sentía el peso del cuerpo herido, ni la desesperación.

Solo un vacío.

Un vacío cálido.

¿Era esto la muerte?

No era tan terrible como lo imaginó.

No había abismo.

Ni fuego.

Ni juicio.

No había nada.

Y dentro de esa nada… había mucha calma.

Podía quedarse ahí.

Podía flotar para siempre.

Pero entonces, algo cambió.

Un cosquilleo.

Primero suave.

Luego más intenso.

Algo lo jalaba.

No había dolor.

No había urgencia.

Pero había una presencia que no supo reconocer

Era realmente cálido.

Y una voz.

—¡Felicidades, es un niño!

Un estallido de luz lo golpeó.

Todo era un sonido de llanto.

Zero sintió como si fuera arrojado fuera de sí mismo, fuera de la muerte y por primera vez, abrió los ojos.

No sabía lo que veía.

Todo era borroso.

Realmente le daba miedo no poder ver.

Solo veía la silueta de quién parecía ser una mujer.

Una mujer que lloraba y sonreía.

Esa mujer parecía estar cubierta de sudor, con ojeras y cabello violeta alborotado, pero sus ojos brillaban con una ternura infinita.

—Mi bebé… —susurró, acariciándolo con manos temblorosas.

Zero… no, ya no era Zero.

Ya no sentía dolor, ni heridas, ni hambre.

Tenía brazos diminutos.

Piernas regordetas. Y estaba… llorando.

Su cuerpo lloraba por él.

Se dio cuenta.

Había renacido.

Otra oportunidad.

No sabía si realmente era su mundo.

Pero.

El aire no estaba contaminado.

No había humo.

No se escuchaban explosiones, ni rugidos, ni zumbidos de enjambres. Solo el sonido de voces suaves.

La risa de una mujer.

Y ese calor…

Lo envolvieron en mantas suaves. El pecho cálido de su madre —su nueva madre— lo sostenía. El olor a leche, piel y hogar lo envolvió.

Una lágrima rodó por su mejilla sin que supiera por qué.

—Shh… shhh… ya pasó… —dijo la mujer, meciéndolo con dulzura.

Nunca había sentido eso.

Nunca.

En su vida anterior, el afecto era un recuerdo borroso.

Su madre murió cuando él tenía cinco. O eso creía. Tal vez fue antes. Tal vez ni la conoció realmente. Solo recordaba esconderse, correr, sobrevivir. Siempre solo.

Pero ahora…

Estaba en brazos de alguien.

Seguro. Caliente. Pequeño. Vivo.

Quiso hablar, decir algo, agradecer y preguntar.

Pero su garganta no emitió palabras.

Solo un débil llanto.

La mujer lo besó en la frente.

—Te llamarás Leo —dijo, sonriendo—. Mi pequeño Leo…

"Leo", pensó

Ese sería su nuevo nombre.

Su nueva vida.

Miró alrededor con ojos empañados.

No entendía mucho.

No era el mundo avanzado, destruido y gris de su vida pasada.

Era más... rústico. Antiguo. Tranquilo.

Y sobre todo, vivo.

El corazón de Leo —antes Zero— latía con fuerza en ese pequeño pecho. No por miedo. No por angustia. Sino por una emoción nueva, casi olvidada.

Esperanza.

Había reencarnado.

Tal vez, ahora… sí podría vivir.

...----------------...

Dos días después.

Leo se acostumbraba poco a poco a su nuevo cuerpo.

Pequeño, torpe, limitado.

No podía moverse mucho, pues su cuerpo no se movía como el quería.

No podía hablar, ni caminar. ni siquiera podía ver bien, pero podía sentir.

Tampoco podía entender el idioma

Era otro idioma. Pero podía sentir las intenciones de la otra persona.

Los días eran tranquilos.

Demasiado tranquilos.

A veces le daban escalofríos.

El silencio no traía muerte, sino descanso.

El sonido del agua hirviendo.

El canto de un pájaro.

El tintinear de cucharas.

Su madre lo cargaba a todas partes.

Lo envolvía en mantas, le cantaba, le hablaba.

—Hoy amaneció soleado, Leo.

Y él la miraba. Atento. Con ojos que habían visto el fin del mundo. Sin la inocencia de un lindo bebé.

A veces soñaba con la bestia.

El rugido.

Las hormigas.

La oscuridad.

Se despertaba llorando.

Pero ella siempre lo tomaba en brazos y lo calmaba.

—Shhh… ya pasó… estás a salvo, leo… —murmuraba, con la voz del cielo.

A salvo.

Sí, ella tenía razón.

Por fin estaba a salvo.

Era tan extraño.

Si existían los monstruos por supuesto que existiría la reencarnación, ya nada para el era imposible.

De ser un cazador cubierto de sangre, a un bebé en mantas suaves.

De estar solo, a estar querido.

Y en ese nuevo cuerpo… Leo se prometió algo:

Esta vez, Tendría una vida tranquila, no importaba el costos, el lo logrará.

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Y mientras dormía, el viento afuera movía las hojas de un bosque distante.

En lo más profundo de la naturaleza, una energía antigua vibraba.

Algo había cambiado.

Una chispa nueva acababa de nacer.

Leo

Aquel que había muerto entre sangre y fuego…

Aquel destinado a salvar el mundo, por fin había nacido.

Esa profecía llegó a manos de la iglesia.

Trataron de buscarlo, pero fallaron rotundamente.

Era realmente difícil buscar a alguien sin alguna pista.

Pero sabía que estaba a salvo, por lo menos, aún no era el momento de ir por el.

La otra parte se encontraba descansando entre leche tibia y canciones suaves, el no sabía nada, pero el realmente muy importante para este mundo.

Le esperaba un futuro realmente triste.

Un futuro lleno de sufrimiento.

Esa pequeña luz que podía salvar el mundo había vuelto.

Sorpresivamente esa profecía llegó no solo a la iglesia si no a unas cuantas personas o por lo menos llegó a algunos seres que habitaban ese mundo, todo era realmente incierto.

vivir pt.2

En una pequeña habitación silenciosa, el llanto de un bebé recién nacido se elevó como un eco frágil y desorientado, chocando contra las paredes y colándose entre las rendijas de la madera.

Era un sonido puro, sin malicia, pero con una angustia tan intensa que parecía arrastrar consigo el peso de una historia muy pesada, de un alma cansada que no terminaba de comprender dónde estaba.

El pequeño cuerpo se revolvía entre las mantas suaves.

Su pecho, apenas del tamaño de una fruta, subía y bajaba con cada sollozo entrecortado, como si el mundo le doliera desde el primer aliento.

El aire le quemaba los pulmones, la luz detrás de sus párpados cerrados lo hería, el tacto lo estremecía.

Todo era demasiado.

Un grito más lo sacudió.

—"WAAHH... WAAHH..."

La habitación era cálida, sí, pero no lo suficiente para calmar la presión en su diminuto pecho.

La sensación del frío aire al rozar su piel suave era abrumadora.

Era como si el mundo estuviera demasiado vivo, demasiado presente, y su cuerpecito no pudiera con todo al mismo tiempo.

El bebé era Zero. O, al menos, lo había sido.

Un nombre, una identidad, un pasado… todo eso todavía palpitaba en lo profundo de su conciencia, aferrado como una raíz vieja que se niega a morir.

Pero ese ya no era su nombre.

Ahora tenía otro.

Leo....

Leo...

El nombre nuevo flotaba en el aire era muy desconocido.

Como un guante que aún no calzaba del todo, pero que poco a poco comenzaba a envolverlo.

La confusión no tardó en convertirse en miedo.

Su llanto se hizo más agudo, más desesperado.

No podía ver bien, no podía moverse, no podía hablar.

Todo lo que era, todo lo que había sido, estaba encerrado en un cuerpo diminuto, incapaz de reaccionar como su mente le pedía.

Y sin embargo, en medio de ese llanto, la verdad se volvió imposible de ignorar.

Sí. Había reencarnado.

No era un sueño.

No era una alucinación.

Lo entendía, con esa certeza cruda que sólo se alcanza cuando se ha vivido demasiado.

Ya no estaba en su antiguo mundo.

Ya no era Zero.

Era Leo.

Un bebé recién nacido.

Había vuelto a empezar.

Y eso, lejos de consolarlo, lo hundía más.

Su llanto continuó.

Su cuerpecito se sacudía por el esfuerzo, los músculos débiles se contraen sin fuerza, las manos temblaban sin dirección.

El llanto brotaba como una cascada contenida durante demasiado tiempo.

Sus lágrimas eran saladas y calientes, resbalaban por sus mejillas redondas y palpitantes.

Volver a nacer trajo consigo muchos problemas.

Uno de los más inquietantes era que, cada vez que se quedaba dormido, siempre recordaba algo de su vida anterior.

No importaba cuánto intentara aferrarse a la calma que ahora sentía, el pasado lo alcanzaba en sus sueños.

A veces eran fragmentos vagos: el sonido de la lluvia golpeando contra una ventana rota, el olor metálico de la sangre impregnando el aire, el crujido de escombros bajo sus pies. Otras veces, eran recuerdos tan vívidos que, al despertar, le costaba reconocer el mundo en el que ahora vivía.

En sus sueños, el pasado volvía a envolverlo con un peso realmente insoportable.

No solo veía los recuerdos malos de su vida anterior, sino que también escuchaba esa voz que, si no volvía a oír una vez más, nunca la recordaría del todo.

Era una voz que resonaba en su sueño con una nitidez aterradora.

Una voz que no se atrevía a olvidar, pero con el paso del tiempo le costaba recordar.

Era un eco persistente en su mente, suave, pero firme, como un susurro en la oscuridad.

A veces le hablaba con dulzura, otras con un tono severo que lo hacía estremecer.

Pero la voz seguía allí en su mente.

Era una voz verdaderamente cálida.

Era una voz que acababa de recordar muy claramente.

"Mi pequeño Zero, no tengas miedo, mamá te va a proteger."

Las palabras llegaron a él, acariciando su ser de una manera tan profunda que lo hizo temblar, como si esa voz pudiera sanar todas las heridas, todas las ausencias que sentía en su pecho.

La voz lo envolvía con ternura, como una manta invisible que acariciaba su alma.

Su pecho se apretó con fuerza. "Mamá...".

Esa palabra se sentía extrañamente pesada.

En su vida anterior, no recordaba haberla pronunciado con tanta claridad.

Esa palabra resonaba en lo más profundo de su ser, pero al mismo tiempo, le parecía tan lejana, tan extrañamente familiar y a la vez tan distante.

"WAAAHHHH"

Zero, mientras seguía llorando, no se dio cuenta de que alguien caminaba hacia él.

Tak… Tak…

—"Leo, cariño…" —dijo una voz suave, acariciando el aire.

Leo. Así lo había llamado.

Ya no Zero.

Ya no el sobreviviente del fin del mundo.

Ahora era Leo.

Un bebé… un niño deseado y amado.

¿Acaso realmente lo era?

No sabía qué pensar.

La mujer se acercó, y el bebé sintió su calor antes de sentir sus brazos.

Ella lo levantó con sumo cuidado, lo acunó con manos firmes y dulces, y comenzó a arrullarlo con lentitud.

El movimiento era hipnótico, y aunque su llanto aún se oía, el ritmo de su respiración comenzó a cambiar.

—"Shhh… ya está… mamá está aquí…"

La voz femenina no era la misma que recordaba en sus sueños, pero era parecida.

Lo suficiente para que sus pensamientos desaparecieran aún más.

Su corazón latía con fuerza, agitado, atrapado entre sus dos realidades: el pasado que se negaba a morir, y el presente que aún no entendía.

Aun todavía no había aceptado esto.

Pero su cuerpo no le daba opción.

Estaba cansado.

Tan, tan cansado…

Una fatiga, más allá de lo físico, lo aplastaba. Como si hubiera vivido mil años y ahora todo su peso cayera sobre sus pequeños huesos de recién nacido. Cada respiración era un esfuerzo. Cada sollozo le raspaba la garganta.

Y entonces, justo cuando su cuerpo empezaba a rendirse, lo sintió.

Un calor en la frente.

Leve al principio, como una caricia tibia.

Luego más persistente.

Una fiebre.

Su cuerpecito reaccionaba al estrés y a la batalla silenciosa entre su alma y su pequeño cuerpo.

La mujer —su madre— lo notó de inmediato. Acarició su frente con ternura, murmuró palabras reconfortantes que Leo no entendía, pero cuyo tono lo envolvía como un bálsamo.

—"Todo está bien, mi amor. Solo estás cansado. Mamá está aquí."

Leo no comprendía las palabras, pero sí el tono

Era como escuchar música bajo el agua, distante pero reconfortante.

Cerró los ojos un instante.

La fiebre era extrañamente acogedora.

No ardía como en su vida anterior, cuando las enfermedades significaban la muerte.

No.

Esta fiebre era diferente.

Su cuerpo se relajó un poco más.

La tela del vestido de su madre le rozaba las mejillas.

Su manita temblorosa se aferró torpemente a ella, instintiva, como si supiera que ese contacto lo anclaba a la realidad.

No quería soltarla.

No ahora.

No cuando por primera vez sentía algo parecido a un refugio.

El llanto ya no salía.

Su garganta ardía, sus ojos estaban pesados.

Solo quedaba el murmullo del corazón de su madre latiendo cerca del suyo, como un tambor suave que le decía: estás a salvo, estás aquí, puedes descansar.

La fiebre subió apenas un poco más.

Pero no le importó.

No había peligro.

No había monstruos.

No había alarmas, ni hambre, ni lluvia ácida, ni disparos.

Solo el vaivén lento de los brazos de su madre y su voz arrullándolo en un lenguaje que su alma comprendía aunque su mente no pudiera traducir.

—"Mi pequeño bebé Leo… tienes una gran fuerza."

Las palabras lo abrazaron, y con un último suspiro, se entregó al sueño.

Por primera vez, Leo dejó de resistirse.

Y simplemente… se permitió descansar.

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

^^^Editado 2^^^

Nueva vida pt.1

La oscuridad se rompió por una tenue luz cuando sus párpados temblorosos se empezaron a agitar.

Leo abrió los ojos lentamente, casi pareciendo temeroso del mundo..

Habían pasado aproximadamente dos semanas desde que nació, pero ser un bebé hacía que el tiempo se sintiera de forma tan diferente.

Él sintió que habían pasado años, como si todo lo que había experimentado fuera una eternidad comprimida en una fracción de tiempo.

Todo el tiempo solo se la había pasado durmiendo, comiendo, usando el pañal y el proceso se repite.

La oscuridad se rompió por una tenue luz cuando sus párpados temblorosos se abrieron lentamente.

Todo era borroso.

Las sombras se movían a su alrededor como si tuvieran vida propia, pero no lograba distinguirlas con claridad.

Solo veía manchas de colores, formas indefinidas que se desplazaban ante él.

De vez en cuando, un destello de luz pasaba por su campo de visión, iluminando las formas de la habitación, pero nada más.

Un suave shh shh resonó en el aire, la voz familiar de su madre.

La escuchaba, aunque no entendía sus palabras.

Todo parecía distante, como si viniera de un lugar muy lejano.

Leo intentó enfocar su vista, sus pequeños ojitos se movieron, pero la visión seguía borrosa, como si el mundo entero estuviera sumido en una niebla suave y etérea.

Intentó mover las manitas, pero sus brazos todavía no respondían con la coordinación que quería.

Aun así, comenzó a hacer pequeños movimientos, como si se estuviera preparando para explorar ese mundo que apenas podía ver.

El sonido cercano de pasos suaves hizo que su cuerpo se tensara.

Un susurro cálido acarició su oído.

—Hola, bebé. ¿Cómo te sientes hoy? —dijo su madre con una sonrisa llena de ternura, aunque para Leo todo lo que podía hacer era enfocarse en el sonido de su voz.

Ahhh ahhh- leo soltó un sonido de bebe.

'Todo es borroso'

Una sombra sin forma estaba frente a el.

No entendía por qué no veía bien, tampoco entiende el idioma que hablaba pero esa sombra, tenía una sensación cálida y familiar le decía que era su mamá.

El bebé pestañeó, tratando de enfocar, pero sus ojos aún eran débiles, incapaces de dar forma al mundo que lo rodeaba.

Solo distinguía manchas de luz y oscuridad.

Algo suave tocó su mejilla.

Un sonido, un murmullo dulce y cariñoso, vibró en el aire.

No entendía las palabras, pero la voz la conocía.

Su cuerpo se removió ligeramente entre las mantas, pequeños dedos agitándose en el aire sin rumbo.

"mmmm, ahhh"

Un leve quejido escapó de sus labios.

No sabía por qué, solo sentía la necesidad de ser sostenido.

Y entonces, su mamá lo tomo en brazos.

Esos brazos lo envolvieron con ternura, levantándolo del lugar donde descansaba.

El movimiento era suave y tranquilizador que calmó el desorden en su diminuto pecho.

Su cabeza se apoyó contra algo cálido y firme, y el sonido de un corazón latiendo llenó sus oídos.

No podía ver con claridad.

@No podía entender nada.

Le daba miedo no poder ver bien.

Pero podía sentir.

El bebé suspiró entrecortadamente, sus pequeños puños relajándose mientras el calor de su madre lo envolvía por completo.

Después de un rato, la suavidad de los brazos de su madre lo rodeó, calmándolo completamente.

El bebé, aún con los ojos cerrados, se aferró a ella con una pequeña sonrisa.

Pero pronto, un nuevo sentimiento apareció, uno que lo inquietó: el hambre.

Tenía mucha hambre.

Pero le daba vergüenza, había visto a señoras en su vida anterior como cuidaban a los bebés, al igual el había ayudado con el cuidado también.

Pero tenía que sobrevivir.

Así que con una determinación el pequeño zero hizo su movimiento.

No quería pasar hambre como antes así que...

'Tu puedes zero'- pensó con determinación el pequeño.

Pero un sonido lo saco de su hilo de pensamientos.

Su estómago dio un pequeño gruñido, un sonido tan suave que apenas se escuchó entre los susurros de la habitación.

Los dedos diminutos de Leo comenzaron a buscar, como si su cuerpo supiera lo que necesitaba.

Su boca se abrió en un pequeño ahh, moviéndose inquieta hacia el pecho de su madre.

Ella, al sentir su movimiento, lo acarició suavemente en la cabeza con una sonrisa llena de ternura.

—¿Tienes hambre, pequeño? —dijo con voz suave.

'uhh, si tengo hambre'.

Con una rapidez calmada, ajustó a Leo en sus brazos, colocándolo cuidadosamente contra su pecho.

'ugh otra vez estos instintos'

El bebé, instintivamente, comenzó a succionar, el suave slurp llenando la habitación, un sonido que le era familiar y reconfortante.

Con cada pequeño trago que tomaba se iba sintiendo más lleno.

El calor de su madre, el sonido de su respiración tranquila, y el flujo constante de leche lo rodeaban, proporcionando una paz que no había conocido antes.

Su estómago, antes inquieto, ahora estaba satisfecho, y con cada sorbo, el bebé dejó escapar un suspiro de satisfacción, sintiendo cómo su pequeño estómago se llenaba.

El slurp continuó hasta que, finalmente, Leo se separó ligeramente de su madre, sus pequeños labios aún pedían más, aunque su necesidad ya estaba saciada.

Después de que Leo terminó de alimentarse, su madre lo levantó suavemente, sosteniéndolo contra su pecho para después hacer un pequeño movimiento.

Con mucho cuidado, lo inclinó ligeramente hacia un lado, asegurándose de que su cabecita descansara cómodamente en su hombro.

El bebé, aún somnoliento, se quedó quieto por un momento, su pequeño cuerpo reposando en los brazos de su madre.

Ella, con una sonrisa suave, empezó a acariciar su espalda con movimientos firmes y tranquilos, buscando alentar el pequeño eructo que liberaría la presión en su estómago.

El contacto de su mano era cálido y reconfortante, y Leo, aunque apenas consciente de lo que ocurría, comenzó a sentir una ligera sensación de incomodidad en su pancita.

De repente, un pequeño ghhh escapó de su boca, seguido de un suave erup que resonó ligeramente en la habitación. Era un sonido inocente, más como un suspiro que como un estruendo, pero la liberación era evidente.

Su madre sonrió y le dio una palmada suave pero firme en su espaldita, un pequeño tap que le dio el empujón final.

—Eso es, mi bebe, ya estás mejor —murmuró, acariciando nuevamente su espalda, como si lo aliviara de cualquier incomodidad.

Leo, ya completamente aliviado del pequeño malestar que causó el eructo, se acomodó aún más en los brazos de su madre no sin antes ser abrigado correctamente con una manta calientita.

Con los ojitos cerrados y su cuerpecito relajado, comenzó a sumirse en un sueño tranquilo, el sonido constante del corazon de su madre y el suave murmullo de su respiración como la canción de cuna perfecta.

El suave shh, shh de su madre se convirtió en el único sonido en la habitación, acompañado del leve sonido de su respiración. Poco a poco, el peso de su cabeza sobre el hombro de su madre lo llevó más y más hacia el sueño profundo, un sueño lleno de calma y calor.

Pero de repente, algo lo despertó.

Un ligero tirón en su barriguita lo hizo fruncir el ceño y abrir los ojos un poco, confundido. Era una sensación extraña y un tanto incómoda. Su madre, al percatarse de que el pequeño se movía, lo observó con ternura.

—¿Qué pasa, pequeño? —susurró, notando que algo no estaba bien.

Leo dejó escapar un pequeño mmm e intento mover sus piernitas, como si intentara decirle que algo no estaba bien. La presión en su pancita lo incomodaba. Fue entonces cuando su madre, con una sonrisa tranquila y comprensiva, lo acostó suavemente sobre la cama, tomando cuidado de que su cabecita estuviera bien apoyada.

—Veo que te has ensuciado, cariño —dijo, hablando con esa voz dulce que solo los bebés pueden entender aunque no comprendan las palabras exactas.

Con movimientos ágiles, su madre comenzó a desvestirlo cuidadosamente, quitando el pequeño mameluco que antes lo cubría, para llegar al pañal que, evidentemente, ya había cumplido su función.

Leo se quejó levemente, su rostro mostrando una mueca de incomodidad, mientras sus pequeñas manos intentaban alcanzar la tela de su ropita, sintiendo la frescura del aire.

La madre, sin perder la calma, empezó a destaparlo y le dio una pequeña palmada en su barriguita.

—Tranquilo, cariño —le susurró, acariciando su abdomen con ternura.

El sonido del pañal desabrochandose se oyó un crack sutil. Con manos firmes y delicadas, la madre limpió a su pequeño, aplicando con cuidado el aceite que protegería su piel de la irritación.

El bebé, sintiendo el alivio de la limpieza, dejó escapar un leve suspiro y movió las piernitas en señal de alivio.

Mientras ella le ponía un pañal limpio, Leo observaba con sus ojitos aún somnolientos.

Los parpadeos eran lentos, pero su madre, atenta, lo arropó de nuevo, envolviéndolo en la suavidad de su manta.

—Todo listo, pequeño —dijo, levantándolo nuevamente y acercándolo a su pecho con un suspiro satisfecho.

Leo, ya mucho más cómodo, dejó escapar un pequeño ahh de alivio. Sus ojitos, ahora más pesados, comenzaron a cerrarse lentamente de nuevo, y en el momento en que su madre lo abrazó, el calor y la seguridad lo envolvieron por completo.

Con un último suspiro de calma, el bebé volvió a quedarse dormido, arrullado por el latido tranquilo de su madre, que lo abrazaba con amor....

El día termino muy rápidamente y Zero ya se estaba acostumbrando a la rutina de comer, dormir y despertar.

...----------------...

Al día siguiente se despertó aún con mas energia.

Era un día cálido y soleado cuando su madre decidió que había llegado el momento.

El primer baño de Leo.

Ella preparó todo con esmero: el agua tibia, la pequeña bañera, y una toalla suave parecida a una nube, lista para envolverlo después.

Leo, curioso aunque aún pequeño, observaba desde su manta con los ojos grandes y brillantes.

'Nunca he visto algo así, en mi vida pasada no había agua y solo nos limpiamos con un trapo humedo peroo ¿Qué son esas cosas?'.

’¿Una ballena pequeña?’

Sus manos jugueteaban con los pliegues de su ropa, y su carita mostraba una mezcla de emoción y un leve desconcierto.

—Hoy es tu primer baño, bebe leo —dijo su madre con una sonrisa llena de ternura mientras lo tomaba con suavidad, levantándolo del lugar donde descansaba.

Con movimientos suaves, ella lo desvistió, preparándolo para la experiencia.

Cuando el agua tocó su piel, Leo se tensó un poco, sorprendido por la sensación fresca, pero pronto la suavidad del agua lo relajó.

"mmmm, mmmm" -'wuao es agua caliente era un lujo'

Plop, plop.

Unas pequeñas gotas cayeron de la esponja en su pancita, haciéndolo dar un pequeño salto.

Él parpadeó un par de veces, tratando de entender qué estaba sucediendo, pero la risa suave de su madre lo tranquilizó.

—Shh, tranquilo, pequeño. son solo burbujas —dijo ella, frotando suavemente su espalda con la esponja.

Leo hizo una pequeña expresión de sorpresa, como si descubriera un nuevo mundo. De repente, sus piernas comenzaron a moverse con entusiasmo, como si el agua lo invitara a jugar.

Un pequeño splash sonó cuando sus piernitas golpearon ligeramente el agua.

'aaahh, los instintos de bebe'

Zero se había dado cuenta que su pequeño cuerpo se movía involuntariamente, el no podía controlar esos movimientos, así que se rindió y solo lo dejo fluir.

Su madre no pudo evitar reír suavemente.

—Parece que te gusta, ¿eh? —dijo, rociando un poco más de agua sobre su barriguita.

Leo dejó escapar un pequeño giggle, como si estuviera disfrutando de la sensación del agua corriendo por su piel, entonces, con un pequeño giro, levantó sus manitas y comenzó a moverlas como si intentara atrapar el agua que caía, haciendo que el sonido de sus movimientos se acompañara con un splash tras otro splash.

—¡Qué travieso! —exclamó su madre con una risa contagiosa, mientras continuaba bañándolo con cuidado. Cada gota de agua caía sobre él, y Leo, con los ojitos brillando de curiosidad, levantaba las manos como si intentara salpicar más, causando pequeñas lluvias de agua a su alrededor.

'esto es divertido'

Splash... Plop... Tssssss.

Leo soltó una risita, sus piernas moviéndose con más emoción, y en cada pequeño movimiento, el agua parecía convertir el momento en un juego alegre.

Al finalizar, su madre lo envolvió con cuidado en la toalla suave, cubriéndolo con ternura mientras lo acariciaba para secarlo.

Leo, no quería que el momento terminara.

En su rostro había una expresión de alegría pura, como si el baño hubiera sido el mejor juego que había tenido.

Mientras su madre lo vestía con ropa limpia, leo todavía estaba pensando en las 'burbujas'.

Pero una voz lo interrumpió.

—Vamos a dormir, cariño. —dijo su madre, abrazándolo mientras lo arrullaba.

Leo, con los ojitos soñolientos, ya no pudo evitar dejar escapar un suspiro contento, sus manitas todavía moviéndose en el aire, como si el agua lo siguiera rodeando en sus sueños.

^^^Editado 3^^^

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