...CAPITULO 1...
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Boom.
Boooom.
Baaang.
El cielo que caía bajo el mundo ardía, era de un color rojo.
No quedaba nada, el mundo había sido completamente destruido.
Ya no había nadie con vida.
Zero corría con el corazón lleno de adrenalina..
Su cuerpo estaba destrozado, la piel rasgada por heridas viejas y nuevas eran muy evidentes a simple vista.
la sangre tibia le escurría por su piel, casi pareciendo una segunda piel.
La espada que empuñaba era más una extensión de su voluntad que un arma, pues está ya no contaba con filo.
La pistola en su cinturón estaba descargada hacía días, pero aun así la conservaba.
Crackkkkkkkk
El suelo bajo sus pies crujía como si el mundo mismo estuviera a punto de colapsar.
La ciudad, que alguna vez fue gloriosa, ahora era un cementerio de cadáveres.
Una sinfonía de muerte llegaba a etse lugar..
Todo estaba repleto de sangre, parecía un río.
El fuego y el humo se mezclaban.
La sangre junto con el polvo se podía respirar en cada rincón del planeta.
Por supuesto, la culpa de este desastre la tenían monstruos que habían salido de las llamadas 'puertas'.
—¡Maldita sea...! —gruñó Zero, sintiendo cómo su cuerpo flaqueaba. La sangre se deslizaba por la comisura de su boca con un sabor metálico y familiar. Su aliento se volvió una nube caliente en el aire envenenado.
GRRRAAAUHHH.
El rugido lo hizo estremecer.
La criatura que ahora lo perseguía parecía un experimento fallido de la naturaleza: cabeza de serpiente, cuerpo de oso, rugido de león. Como si los tres horrores se hubieran fundido en uno solo. Pero lo peor no era eso…
Hormigas.
Cientos.
Miles.
Enjambres deformes, mutados, fusionados con restos de otros seres.
Mandíbulas imposibles, patas como cuchillas, ojos que no eran ojos.
Una pesadilla viviente que se retorcía y devoraba todo a su paso.
Ellos salen de una puerta grado +SSS.
Realmente la humanidad habia sido extinguida, el único sobreviviente en este mundo era Zero.
Zero sintió náuseas.
Su estómago se le revolvió con un asco que quemaba cada vez que volteaba hacia atrás.
“Ugh, qué asco…”
Corrió.
Corrió como si el infierno entero lo persiguiera.
Porque lo hacía.
Cada paso era un suplicio para el.
Crackkk.... Crackkkkkkkkk..... Tapppppp
La tierra temblaba con cada movimiento del monstruo, una vibración sorda que se sentía más en los huesos que en los oídos.
Las rodillas de Zero empezaban a ceder.
El polvo lo ahogaba.
El dolor lo devoraba.
Tenía que correr.
Pero su cuerpo ya no podía, pues antes de eso se había enfrentado a una especie de pajarraco.
Se quitó todo lo que le pesaba.
El cinturón.
Una pistola sin balas, realmente en este momento no le importaba.
El sonido de la espada ya desgastada resonó en sus oídos..
Las pocas herramientas que traía consigo ahora estaban en el suelo.
Todo.
Absolutamente, todo lo que traía encima de el las tiro.
Incluyendo una botella de agua o al menos lo que parecía ser una botella.
Taaakkkk.....
Cada golpe metálico parecía una burla cruel como una campana que anunciaba su muerte.
'Si no puedo ganar, debo huir'- Ese era el lema de Zero.
Una lección aprendida con sangre.
Desde niño lo tuvo que aprender, pues el apocalipsis había empezado cuando el tenía la tierna edad de cuatro años, cuando perdió a sus padres por culpa de una puerta de clase F tuvo que esconderse hasta un señor lo encontró
No había tenido ni infancia adecuada según decían ellos.
Algunos adultos decían que si hubiera algo 'sistema' como en las 'novelas web', la humanidad no hubiera perdido.
Una vez el anciano que me salvó de pequeño me entrego un libro, me dijo que era género shounen, me dijo que disfrutará algo de lectura.
realmente me gustó pero era el único 'tomo' según el anciano.
Realmente no se cómo era el mundo antes del apocalipsis, solo por relatos lo llegué a conoce.
En la era en vivo solo hay hambre, pues muchas personas murieron a causa de eso, la comida era realmente escala, al punto de que la que todavía existía era venenosa.
Todos tenían miedo, sobre todo las personas adultas que tenían familia.
La taza de natalidad ahora era inexistente, pues tanto como la madre e hijo morían a los pocos días morían.
Los monstruos no fueron los únicos, algunos humanos también eran malos si no tenías cuidado, ellos te traicionaban.
Realmente me hubiera gustado conocer el mundo que me contó ese anciano,, pero sabía que eso era imposible.
Además si Zero sobrevivió, no porque fuera fuerte, sino porque sabía cuándo correr y cuando tomar la iniciativa, al igual saber cuándo atacar al enemigo. Y esta vez le tocaba correr.
Pero no podía.
Si cuerpo en estos momentos no lo dejaba.
Era demasiado frustrante.
El cuerpo de Zero se desplomó frente a una pared derruida.
Su aliento era un jadeo ahogado.
Su pecho se movía con dificultad, como si respirar le costara más que pelear.
Era realmente frustrante no poder moverte como quieres.
Tosió sangre, tenía mucho dolor y además le recorría un frío que parecía como si un hielo te callera encima.
(Zero solo había visto hielo solo una vez y esa vez le tocó ir a pelear a una puerta de clase B, tenía solo 10 años, no tenía el equipamiento adecuado, solo un cuchillo.)
—Quería… vivir… —susurró, apenas un murmullo.
Zero no se había dado cuenta, pero las lágrimas ya corrían por su rostro.
Una risa amarga escapó de su garganta.
—Lo siento… No cumplí mi promesa.
El deseo número 5,895 era vivir hasta el final.
Cómo Zero era el más pequeño, todos acordaron dejarle sus últimos deseos antes de morir, sabían que era muy egoísta de su parte, pero realmente quería que el más pequeño viviera aunque sea en este infierno.
Pensaban que tal vez.... Tal vez en unos años la humanidad ganará y que el pudiera experimentar lo que en realidad es una vida normal.
Crackkkkkkkkk........ Clackkkk....
El suelo volvió a temblar con las pisadas.
GRRRAAAUHHH.......
El rugido del monstruo fue como una campana.
El monstruo ya lo había alcanzado.
Zero levantó la cabeza con esfuerzo.
La criatura no se detuvo.
No se abalanzó.
Se deslizó como un líquido vivo, como si la gravedad misma se torciera para dejarlo pasar.
Tenía una mandíbula triple.
Primero una grande, como la de una serpiente, cubierta de baba oscura y vapor. Luego una segunda más interna, parecida a una araña, con colmillos curvos. Finalmente, una tercera que no parecía diseñada para matar, sino para triturar y desgarrar.
El hedor que soltaba era insoportable.
Zero intentó pararse pero solo tosió sangre.
Una garra lo alzó como si fuera una muñeca rota.
Lento, fue demasiado lento.
Todo su cuerpo temblaba.
El miedo lo dejó en blanco.
No podía pensar.
No podía moverse.
Era un niño otra vez.
—ah… —alcanzó a decir.
Y la mandíbula se cerró.
CRUNCH.
El sonido fue seco.
Podía escuchar claramente su piel desgarrándose, huesos crujir y romperse.
La primera mordida le arrancó medio torso.
Sintió cómo su piel se abría como papel mojado.
Cómo el dolor superaba toda comprensión.
Cómo su espalda se quebraba.
Los intestinos caían por la comisura de la mandíbula como hilos pegajosos y cálidos.
Zero no murió de inmediato.
Siguió consciente.
Era una desventaja de ser un 'despertado'.
Los despertados, solo tenían mejorados sus sentidos o su fuerza, pero no algo más allá de eso.
Chomp.
Un brazo desapareció.
Snap.
Un pie.
La criatura no comía como un depredador con hambre.
Comía como un niño aplastando insectos, era muy curiosa y demasiado torpe, pero se podía sentir un poco de diversión.
Zero sintió cómo su garganta era succionada.
El cráneo crujió.
Los ojos salieron de su órbita.
Su conciencia flotó, aún unida al cuerpo por un hilo cruel.
Y en ese instante final, solo pensó
"Me hubiera gustado vivir una vida como la que ellos me contaban, una vida realmente traquila" - Zero cero los ojos pensando que realmente solo era una leyenda lo que ellos le contaban.
Realmente me hubiera gustado vivir.......
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Zero se despertó desorientado, pensando en que por fin ya no tendría que pelear para sobrevivir.
Había mucha oscuridad a su alrededor, pero era una oscuridad que se sentía realmente cálida, así que decidio dormir otro rato sin pensar demasiado en las cosas.
Zero realmente estaba cansado.
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El silencio era realmente tranquilizador, se sentía muy tranquilo, realmente no quería salir de allí.
Había mucha paz, tanta paz que por primera vez en mucho tiempo, Zero no sentía dolor.
Realmente no dolía, era bastante cómodo.
No sentía miedo, tampoco sentía el peso del cuerpo herido.
Tampoco sentía la preocupación de que comería mañana.
Solo había un vacío, un vacío realmente cálido y acogedor.
¿Era esto la muerte?
No era tan terrible como lo imaginó.
No había nada.
Podía quedarse ahí.
Podía flotar para siempre.
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De repente Zero sintío un cosquilleo.
Primero suave, pero de repente un gran dolor lo lleno.
Sentía que su cabeza estaba siendo aplastada contra algo duro. Sintió que se le salían los ojos.....
La cabeza le dolía horrible
Trato de moverse, trato de todo y no pasó nada, lo único que quedaba era ser fuerte y aguantar ese dolor.
Pero...... ¿Por qué sentía tanto dolor?- una línea interrumpió sus pensamientos
—¡Felicidades, es un niño!
Un estallido de luz lo golpeó.
Todo era un soNido de llanto.
Zero sintió como si fuera arrojado, todavía le dolía mucho la cabeza y su cuerpo.
No sabía lo que era, pues no podía abrir los ojos y eso le causaba aún más miedo.
Trato de abrir los ojos, hasta que en un intento lo logro.
Solo veía dos siluetas que parecían ser de mujer,
Veía todo borroso en ese momento lo que le hizo sentirse frustrado y empezó a llorar más fuerte.
La mujer parecía estar cubierta de sudor con ojeras y cabello violeta alborotado, pero sus ojos brillaban con una ternura infinita.
—Mi bebé… —susurró, acariciándolo con manos temblorosas.
No soy tu bebe, no me cargues.- aunque Zero estaba acostumbrado a que lo carguen por ser "el mas joven', no le gustaba que lo toquen las personas que no están en su lista de autorizados.
Me ocasionaba asco por alguna razón
Zero seguía llorando de frustración por no gritarle que lo soltara, además su cuerpo no le obedecía.
Pero se congelo al darse cuenta de algo.
El aire no olía a sangre ni a polvo, tampoco olía sucio, de hecho olía raro.
Zero quedó en shock y empezó a analizar su entorno, aunque no podía ver, existían sus otros sentidos.
No se escuchaban explosiones, ni rugidos, ni zumbidos de enjambres.
Solo el sonido de voces suaves.
La risa de una mujer.
sintió cómo lo envolvieron en mantas suaves. El pecho cálido de su madre —su nueva madre— lo sostenía. El olor a leche lo sorprendió.
Una lágrima diferente a las anteriores rodó por su mejilla sin que supiera por qué.
—Shh… shhh… ya pasó… —dijo la mujer, meciéndolo con dulzura.
Nunca había sentido eso.
Nunca.
En su vida anterior, el afecto era un recuerdo borroso.
Su madre murió cuando él tenía cuatro o eso creía, tal vez fue antes, tal vez ni la conoció realmente. Solo recordaba esconderse, correr, sobrevivir.
Recordaba a ese anciano que lo cuido hasta que lo protegió y termino muriendo por su culpa.
Pero ahora…
Estaba en brazos de alguien.
Quiso hablar, decir algo, y quería preguntar muchas cosas.
Pero su garganta no emitió palabras.
Solo un débil llanto.
La mujer lo besó en la frente.
—Te llamarás Leo —dijo, sonriendo—. Mi pequeño Leo…
"Leo", pensó.
Miró alrededor con ojos empañados.
No entendía mucho.
No era el mundo avanzado, destruido y gris de su vida pasada, estaba confundido..
El corazón de Leo —antes Zero— latía con fuerza en ese pequeño pecho. No por miedo. No por angustia. Sino por una emoción nueva, casi olvidada.
Esperanza.
Había vuelto a nacer......
Tal vez, ahora… sí podría vivir.
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Dos días después.
Leo se acostumbraba poco a poco a su nuevo cuerpo.
Pequeño, torpe y bastante limitado.
No podía moverse mucho, pues su cuerpo no se movía como el quería.
No podía hablar, ni caminar. ni siquiera podía ver bien, pero podía sentir.
Tampoco podía entender el idioma
Era otro idioma, pero podía sentir las intenciones de la otra persona.
Los días eran tranquilos.
Demasiado tranquilos.
A veces le daban escalofríos.
El silencio ahora no traía muerte, sino descanso.
El sonido del agua hirviendo.
El canto de un pájaro.
El tintinear de cucharas.
Su madre lo cargaba a todas partes.
—Hoy amaneció soleado, Leo.
Y él la miraba atento con esos ojos que habían visto infinidades de muertes.
No tenían la inocencia de un lindo bebé.
A veces soñaba con su antiguo mundo.
El rugido.
Las hormigas.
Aquella figura invisible que atacaba sigilosamente a las personas y dejo más de 2,000 muertes.
Se despertaba llorando.
Pero ella siempre lo tomaba en brazos y lo calmaba.
—Shhh… ya pasó… estás a salvo, leo… —murmuraba, con la voz del cielo.
A salvo.
Sí, ella tenía razón.
Por fin estaba a salvo.
Era tan extraño.
Si existían los monstruos por supuesto que existiría una nueva vida, ya nada era imposible.
ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ
En lo más profundo de la naturaleza, una energía antigua vibraba.
Algo había cambiado.
Una chispa nueva acababa de nacer.
Leo
Aquel que había sobrevivido ante innumerables pruebas del 'escritor'.
Aquel destinado a salvar este mundo, por fin había nacido.
Esa profecía llegó a manos de la iglesia.
Trataron de buscarlo, pero fallaron miserablemente.
Era realmente difícil buscar a alguien sin alguna pista.
Pero sabía que estaba a salvo, por lo menos, aún no era el momento de ir por el.
El mundo le había dicho que estaba con una buena persona que daría la vida por el.
Mientras eso pasaba Zero ahora conocido como Leo se encontraba descansando entre leche tibia y canciones suaves, el no sabía nada, pero el realmente es muy importante para este mundo.
Le esperaba un futuro realmente triste.
Un futuro lleno de sufrimiento.
Un futuro lleno de soledad.
El mudo realmente será cruel con ese pequeño niño, pero el mundo no le da pruebas que no podrá superar.
Y esa pequeña luz que podía salvar el mundo había vuelto por fin a su lugar de origen.
Sorpresivamente,, esa profecía llegó no solo a la iglesia si no a unas cuantas personas, por lo menos llegó a algunos seres que habitaban ese mundo al igual a los que no habitan este mundo, todo era realmente incierto
Pero la luna, emocionada porque por fin la luz más hermosa bajaría a este mundo, adornó el cielo con estrellas titilantes y un resplandor suave como un suspiro que limpio todas las impurezas malvadas que habitaban el mundo.. y los humanos, con el corazón palpitando, la llamaron " La Noche del Primer Latido de la Luz más pura"
^^^Continuara.....^^^
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...CAPITULO 2...
En una pequeña habitación silenciosa, el llanto de un bebé recién nacido se elevó como un eco frágil y desorientado, chocando contra las paredes y colándose entre las rendijas de la madera.
Era un sonido puro, sin malicia, pero con una angustia tan intensa que parecía arrastrar consigo el peso de una historia muy pesada, de un alma cansada que no terminaba de comprender dónde estaba.
El pequeño cuerpo se revolvía entre las mantas suaves.
Su pecho, apenas del tamaño de una fruta, subía y bajaba con cada sollozo entrecortado, como si el mundo le doliera desde el primer aliento.
El aire le quemaba los pulmones, la luz detrás de sus párpados cerrados lo hería, el tacto lo estremecía.
Todo era demasiado.
Un grito más lo sacudió.
WAAHH... WAAHH...
La habitación era cálida, sí, pero no lo suficiente para calmar la presión en su diminuto pecho.
La sensación del frío aire al rozar su piel suave era abrumadora.
Era como si el mundo estuviera demasiado vivo, demasiado presente, y su cuerpecito no pudiera con todo al mismo tiempo.
El bebé era Zero o al menos, lo había sido.
Un nombre, una identidad, un pasado… todo eso todavía palpitaba en lo profundo de su conciencia, aferrado como una raíz vieja que se niega a morir.
Pero ese ya no era su nombre.
Ahora tenía otro.
Leo....
Leo...
El nombre nuevo flotaba en el aire era muy desconocido.
Como un guante que aún no calzaba del todo, pero que poco a poco comenzaba a envolverlo.
La confusión no tardó en convertirse en miedo.
Su llanto se hizo más agudo, más desesperado.
No podía ver bien, no podía moverse, no podía hablar.
Todo lo que era, todo lo que había sido, estaba encerrado en un cuerpo diminuto, incapaz de reaccionar como su mente le pedía.
Y sin embargo, en medio de ese llanto, la verdad se volvió imposible de ignorar.
Sí. Había vuelto a nacer.
No era un sueño.
No era una alucinación, realmente estaba vivo.
Lo entendía, con esa certeza cruda que sólo se alcanza cuando se ha vivido demasiado.
Ya no estaba en su antiguo mundo.
Ya no era Zero.
Era Leo.
Un bebé recién nacido.
Había vuelto a empezar.
Su llanto continuó.
Su cuerpecito se sacudía por el esfuerzo, los músculos débiles se contraen sin fuerza, las manos temblaban sin dirección.
El llanto brotaba como una cascada contenida durante demasiado tiempo.
Sus lágrimas eran saladas y calientes, resbalaban por sus mejillas redondas y palpitantes.
Volver a nacer trajo consigo muchos problemas.
Uno de los más inquietantes era que, cada vez que se quedaba dormido, siempre recordaba algo de su vida anterior.
No importaba cuánto intentara aferrarse a la calma que ahora sentía, el pasado lo alcanzaba en sus sueños.
A veces eran fragmentos vagos: el sonido de la lluvia golpeando contra una ventana rota, el olor metálico de la sangre impregnando el aire, el crujido de escombros bajo sus pies, otras veces, eran recuerdos tan vívidos que, al despertar, le costaba reconocer si estaba vivo o muerto.
En sus sueños, el pasado volvía a envolverlo con un peso realmente insoportable.
No solo veía los recuerdos malos de su vida anterior, sino que también escuchaba esa voz que no ya no recordaba en lo absoluto.
Era una voz que resonaba en su sueño con una nitidez aterradora.
Una voz que no se quería olvidar, pero con el paso del tiempo no la recordaba.
Era un eco persistente en su mente, era suave, pero firme, como un susurro en la oscuridad.
A veces le hablaba con dulzura, otras con un tono severo que lo hacía estremecer.
Pero la voz seguía allí en su mente.
Era una voz verdaderamente cálida.
Era una voz que acababa de recordar muy claramente.
"Mi pequeño Zero, no tengas miedo, mamá te va a proteger de esos monstruos."
Las palabras llegaron a él, acariciando su ser de una manera tan profunda que lo hizo temblar, como si esa voz pudiera sanar todas las heridas, todas las ausencias que sentía en su pecho.
La voz lo envolvía con ternura, como una manta invisible que acariciaba su alma.
Su pecho se apretó con fuerza. "Mamá...".
Esa palabra se sentía extrañamente pesada.
En su vida anterior, no recordaba haberla pronunciado con tanta claridad.
Esa palabra resonaba en lo más profundo de su ser, pero al mismo tiempo, le parecía tan lejana, tan extrañamente familiar y a la vez tan distante.
"WAAAHHHH"
Zero, mientras seguía llorando, no se dio cuenta de que alguien caminaba hacia él.
Tak… Tak…
—"Leo, cariño…" —dijo una voz suave, acariciando el aire.
Leo. Así lo había llamado.
Ya no Zero.
Ya no soy el sobreviviente más joven.
Ahora era Leo.
Un bebé… un niño deseado y amado.
¿Acaso realmente lo era?
No sabía qué pensar.
La mujer se acercó, y el bebé sintió su calor antes de sentir sus brazos.
Ella lo levantó con mucho cuidado, lo acunó con manos firmes y dulces, y comenzó a arrullarlo con lentitud.
El movimiento era hipnótico, y aunque su llanto aún se oía, el ritmo de su respiración comenzó a cambiar.
—"Shhh… ya está… mamá está aquí…"
La voz femenina no era la misma que recordaba en sus sueños, pero era parecida.
Lo suficiente para que sus pensamientos desaparecieran aún más.
Su corazón latía con fuerza, agitado, atrapado entre sus dos realidades: el pasado que se negaba a morir, y el presente que aún no entendía.
Aun todavía no había aceptado esto.
Pero su cuerpo no le daba opción.
Estaba cansado.
Tan, tan cansado…
Una fatiga, más allá de lo físico, lo aplastaba. Como si hubiera vivido mil años y ahora todo su peso cayera sobre sus pequeños huesos de recién nacido. Cada respiración era un esfuerzo. Cada sollozo le raspaba la garganta.
Y entonces, justo cuando su cuerpo empezaba a rendirse, sintió algo diferente.
Un calor en la frente.
Leve al principio, como una caricia tibia.
Luego más persistente.
Una fiebre.
Su cuerpecito reaccionaba al estrés y a la batalla silenciosa entre su alma y su pequeño cuerpo.
La mujer —su madre— lo notó de inmediato. Acarició su frente con ternura, murmuró palabras reconfortantes que Leo no entendía, pero cuyo tono lo envolvía como un bálsamo.
—"Todo está bien, mi amor. Solo estás cansado. Mamá está aquí."
Leo no comprendía las palabras, pero sí el tono.
Era como escuchar música bajo el agua, distante pero reconfortante.
Cerró los ojos un instante.
La fiebre era extrañamente acogedora.
No ardía como en su vida anterior, cuando las enfermedades significaban la muerte.
No.
Esta fiebre era diferente.
Su cuerpo se relajó un poco más.
La tela del vestido de su madre le rozaba las mejillas.
Su manita temblorosa se aferró torpemente a ella, instintiva, como si supiera que ese contacto lo anclaba a la realidad.
No quería soltarla.
No ahora.
No cuando por primera vez sentía algo parecido a un refugio.
El llanto ya no salía.
Su garganta ardía, sus ojos estaban pesados.
Solo quedaba el murmullo del corazón de su madre latiendo cerca del suyo, como un tambor suave que le decía: estás a salvo, estás aquí, puedes descansar.
La fiebre subió apenas un poco más.
Pero no le importó.
No había peligro.
No había monstruos.
No había alarmas, ni hambre, ni lluvia ácida, ni disparos.
Solo el vaivén lento de los brazos de su madre y su voz arrullándolo en un lenguaje que su alma comprendía aunque su mente no pudiera traducir.
—"Mi pequeño bebé Leo… tienes una gran fuerza."
Las palabras lo abrazaron como una canción de cuna, y con un último suspiro, se entregó al sueño.
Por primera vez, Leo no luchó contra el cansancio.
Y simplemente… se permitió descansar.
Cuando cerró los ojos, su madre se inclinó sobre él con ternura y con la yema de su dedo índice, tocó suavemente su frente.
Una luz tenue y calida en forma de un lindo osito apareció en la frente del bebe al contacto, para luego desaparecer.
—Mi pequeño bebé… —susurró ella con una sonrisa melancólica—, con este hechizo vas a olvidar muchas cosas malas y buenas solo que se va a tardar un poquito, tal vez algunos días o incluso un año en olvidar todo. Solo por un tiempo mientras creces, te lo prometo y cuando seas más grande, te daré la opción de retirar el hechizo si quieres, bebe.
Le acarició el cabello con suavidad, y en su mirada había un amor tan profundo como el cielo nocturno.
—Duerme tranquilo, mi amor.
^^^Continuara.....^^^
La oscuridad se rompió por una tenue luz cuando sus párpados temblorosos se empezaron a agitar.
Leo abrió los ojos lentamente, casi pareciendo temeroso del mundoz pues tenía la sensación de haber tenido una pesadilla, pero no lo recordaba.
Habían pasado aproximadamente dos semanas desde que nació, pero ser un bebé hacía que el tiempo se sintiera de forma tan diferente.
Él sintió que habían pasado años, como si todo lo que había experimentado fuera una eternidad comprimida en una fracción de tiempo.
Todo el tiempo solo se la había pasado durmiendo, comiendo, usando el pañal y el proceso se repite.
La oscuridad se rompió por una tenue luz cuando sus párpados temblorosos se abrieron lentamente.
Todo era borroso.
Las sombras se movían a su alrededor como si tuvieran vida propia, pero no lograba distinguirlas con claridad.
Solo veía manchas de colores, formas indefinidas que se desplazaban ante él.
De vez en cuando, un destello de luz pasaba por su campo de visión, iluminando las formas de la habitación, pero nada más.
Un suave shh shh resonó en el aire, la voz familiar de su madre.
La escuchaba, aunque no entendía sus palabras.
Todo parecía distante, como si viniera de un lugar muy lejano.
Leo intentó enfocar su vista, sus pequeños ojitos se movieron, pero la visión seguía borrosa, como si el mundo entero estuviera sumido en una niebla suave y etérea.
Intentó mover las manitas, pero sus brazos todavía no respondían con la coordinación que quería.
Aun así, comenzó a hacer pequeños movimientos, como si se estuviera preparando para explorar ese mundo que apenas podía ver.
El sonido cercano de pasos suaves hizo que su cuerpo se tensara.
Un susurro cálido acarició su oído.
—Hola, bebé. ¿Cómo te sientes hoy? —dijo su madre con una sonrisa llena de ternura, aunque para Leo todo lo que podía hacer era enfocarse en el sonido de su voz.
Ahhh ahhh- leo soltó un sonido de bebe.
'Todo es borroso'
Una sombra sin forma estaba frente a el.
No entendía por qué no veía bien, tampoco entiende el idioma que hablaba pero esa sombra, tenía una sensación cálida y familiar le decía que era su mamá.
El bebé pestañeó, tratando de enfocar, pero sus ojos aún eran débiles, incapaces de dar forma al mundo que lo rodeaba.
Solo distinguía manchas de luz y oscuridad.
Algo suave tocó su mejilla.
Un sonido, un murmullo dulce y cariñoso, vibró en el aire.
No entendía las palabras, pero la voz la conocía.
Su cuerpo se removió ligeramente entre las mantas, pequeños dedos agitándose en el aire sin rumbo.
"mmmm, ahhh"
Un leve quejido escapó de sus labios.
No sabía por qué, solo sentía la necesidad de ser sostenido.
Y entonces, su mamá lo tomo en brazos.
Esos brazos lo envolvieron con ternura, levantándolo del lugar donde descansaba.
El movimiento era suave y tranquilizador que calmó el desorden en su diminuto pecho.
Su cabeza se apoyó contra algo cálido y firme, y el sonido de un corazón latiendo llenó sus oídos.
No podía ver con claridad.
Le daba miedo no poder ver bien.
El bebé suspiró entrecortadamente, sus pequeños puños relajándose mientras el calor de su madre lo envolvía por completo.
Después de un rato, la suavidad de los brazos de su madre lo calmo completamente.
El bebé, aún con los ojos cerrados, se aferró a ella con una pequeña sonrisa.
Pero pronto, un nuevo sentimiento apareció, uno que lo inquietó: el hambre.
Tenía mucha hambre.
Pero le daba vergüenza, había visto a señoras en su vida anterior como cuidaban a los bebés, al igual el había ayudado con el cuidado también.
(nota de autor: recuerden que se va a tardar un tiempo para que todo sus recuerdos se vayan)
Pero tenía que sobrevivir.
Así que con una determinación el pequeño Leo hizo su movimiento.
No quería pasar hambre como antes así que...
'Tu puedes zero'- pensó con determinación el pequeño.
Pero un sonido lo saco de su hilo de pensamientos.
Su estómago dio un pequeño gruñido, un sonido tan suave que apenas se escuchó entre los susurros de la habitación.
Los dedos diminutos de Leo comenzaron a buscar, como si su cuerpo supiera lo que necesitaba.
Su boca se abrió en un pequeño ahh, moviéndose inquieta hacia el pecho de su madre.
Ella, al sentir su movimiento, lo acarició suavemente en la cabeza con una sonrisa llena de ternura.
—¿Tienes hambre, bebe? —dijo con voz suave.
'uhh, si tengo hambre, dame leche'.
Con una rapidez calmada, ajustó a Leo en sus brazos, colocándolo cuidadosamente contra su pecho.
'ugh otra vez estos instintos'
El bebé, instintivamente, comenzó a succionar, el suave slurp llenando la habitación, un sonido que le era familiar y reconfortante.
Con cada pequeño trago que tomaba se iba sintiendo más lleno.
El calor de su madre, el sonido de su respiración tranquila, y el flujo constante de leche lo rodeaban, proporcionando una paz que no había conocido antes.
Su estómago, antes inquieto, ahora estaba satisfecho, y con cada sorbo, el bebé dejó escapar un suspiro de satisfacción, sintiendo cómo su pequeño estómago se llenaba.
El slurp continuó hasta que, finalmente, Leo se separó ligeramente de su madre, sus pequeños labios aún pedían más, aunque su necesidad ya estaba saciada.
Después de que Leo terminó de alimentarse, su madre lo levantó suavemente, sosteniéndolo contra su pecho para después hacer un pequeño movimiento.
Con mucho cuidado, lo inclinó ligeramente hacia un lado, asegurándose de que su cabecita descansara cómodamente en su hombro.
El bebé, aún somnoliento, se quedó quieto por un momento, su pequeño cuerpo reposando en los brazos de su madre.
Ella, con una sonrisa suave, empezó a acariciar su espalda con movimientos firmes y tranquilos, buscando alentar el pequeño eructo que liberaría la presión en su estómago.
El contacto de su mano era cálido y reconfortante, y Leo, aunque apenas consciente de lo que ocurría, comenzó a sentir una ligera sensación de incomodidad en su pancita.
De repente, un pequeño ghhh escapó de su boca, seguido de un suave erup que resonó ligeramente en la habitación. Era un sonido inocente, más como un suspiro que como un estruendo, pero la liberación era evidente.
Su madre sonrió y le dio una palmada suave pero firme en su espaldita, un pequeño tap que le dio el empujón final.
—Eso es, mi bebe, ya estás mejor —murmuró, acariciando nuevamente su espalda, como si lo aliviara de cualquier incomodidad.
Leo, ya completamente aliviado del pequeño malestar que causó el eructo, se acomodó aún más en los brazos de su madre no sin antes ser abrigado correctamente con una manta calientita.
Con los ojitos cerrados y su cuerpecito relajado, comenzó a sumirse en un sueño tranquilo, el sonido constante del corazon de su madre y el suave murmullo de su respiración como la canción de cuna perfecta.
El suave shh, shh de su madre se convirtió en el único sonido en la habitación, acompañado del leve sonido de su respiración. Poco a poco, el peso de su cabeza sobre el hombro de su madre lo llevó más y más hacia el sueño profundo, un sueño lleno de calma y calor.
Pero de repente, algo lo despertó.
Un ligero tirón en su barriguita lo hizo fruncir el ceño y abrir los ojos un poco, confundido. Era una sensación extraña y un tanto incómoda. Su madre, al percatarse de que el pequeño se movía, lo observó con ternura.
—¿Qué pasa, pequeño? —susurró, notando que algo no estaba bien.
Leo dejó escapar un pequeño mmm e intento mover sus piernitas, como si intentara decirle que algo no estaba bien. La presión en su pancita lo incomodaba. Fue entonces cuando su madre, con una sonrisa tranquila y comprensiva, lo acostó suavemente sobre la cama, tomando cuidado de que su cabecita estuviera bien apoyada.
—Veo que te has ensuciado, cariño —dijo, hablando con esa voz dulce que solo los bebés pueden entender aunque no comprendan las palabras exactas.
Con movimientos ágiles, su madre comenzó a desvestirlo cuidadosamente, quitando el pequeño mameluco que antes lo cubría, para llegar al pañal que, evidentemente, ya había cumplido su función.
Leo se quejó levemente, su rostro mostrando una mueca de incomodidad, mientras sus pequeñas manos intentaban alcanzar la tela de su ropita, sintiendo la frescura del aire.
La madre, sin perder la calma, empezó a destaparlo y le dio una pequeña palmada en su barriguita.
—Tranquilo, cariño —le susurró, acariciando su abdomen con ternura.
El sonido del pañal desabrochandose se oyó un crack sutil. Con manos firmes y delicadas, la madre limpió a su pequeño, aplicando con cuidado el aceite que protegería su piel de la irritación.
El bebé, sintiendo el alivio de la limpieza, dejó escapar un leve suspiro y movió las piernitas en señal de alivio.
Mientras ella le ponía un pañal limpio, Leo observaba con sus ojitos aún somnolientos.
Los parpadeos eran lentos, pero su madre, atenta, lo arropó de nuevo, envolviéndolo en la suavidad de su manta.
—Todo listo, pequeño —dijo, levantándolo nuevamente y acercándolo a su pecho con un suspiro satisfecho.
Leo, ya mucho más cómodo, dejó escapar un pequeño ahh de alivio. Sus ojitos, ahora más pesados, comenzaron a cerrarse lentamente de nuevo, y en el momento en que su madre lo abrazó, el calor y la seguridad lo envolvieron por completo.
Con un último suspiro de calma, el bebé volvió a quedarse dormido, arrullado por el latido tranquilo de su madre, que lo abrazaba con amor....
El día termino muy rápidamente y Zero ya se estaba acostumbrando a la rutina de comer, dormir y despertar.
...----------------...
Al día siguiente se despertó aún con mas energia.
Era un día cálido y soleado cuando su madre decidió que había llegado el momento.
El primer baño de Leo.
Ella preparó todo con esmero: el agua tibia, la pequeña bañera, y una toalla suave parecida a una nube, lista para envolverlo después.
Leo, curioso aunque aún pequeño, observaba desde su manta con los ojos grandes y brillantes.
'Nunca he visto algo así, en mi vida pasada no había agua y solo nos limpiamos con un trapo húmedo pero ¿Qué son esas cosas?'.
’¿Una ballena pequeña?’
Sus manos jugueteaban con los pliegues de su ropa, y su carita mostraba una mezcla de emoción y un leve desconcierto.
—Hoy es tu primer baño, bebe leo —dijo su madre con una sonrisa llena de ternura mientras lo tomaba con suavidad, levantándolo del lugar donde descansaba.
Con movimientos suaves, ella lo desvistió, preparándolo para la experiencia.
Cuando el agua tocó su piel, Leo se tensó un poco, sorprendido por la sensación fresca, pero pronto la suavidad del agua lo relajó.
"mmmm, mmmm" -'wuao es agua caliente era un lujo'
Plop....... plop....
Unas pequeñas gotas cayeron de la Por supuesto, aquí tienes una versión más fluida, emotiva y coherente del fragmento, conservando el tono tierno y mágico:
Las palabras lo abrazaron como una canción de cuna, y con un último suspiro, se entregó al sueño.
Por primera vez, Leo no luchó contra el cansancio.
Y simplemente… se permitió descansar.
Cuando cerró los ojos, su madre se inclinó sobre él con ternura. Con la yema de su dedo índice, tocó suavemente su frente.
Una luz tenue, cálida como un suspiro, brotó del contacto.
—Mi pequeño bebé… —susurró ella con una sonrisa melancólica—, con este hechizo vas a olvidar muchas cosas. Solo por un tiempo, lo prometo. Cuando seas grande, vendré a quitártelo.
Le acarició el cabello con suavidad, y en su mirada había un amor tan profundo como el cielo nocturno.
—Duerme tranquilo, mi amor.
¿Quieres que el hechizo tenga un nombre especial o que se muestre un poco del motivo por el cual debe olvidar? También puedo hacerlo más largo o añadir pensamientos de la madre.
en su pancita, haciéndolo dar un pequeño salto.
Él parpadeó un par de veces, tratando de entender qué estaba sucediendo, pero la risa suave de su madre lo tranquilizó.
—Shh, tranquilo, pequeño. son solo burbujas —dijo ella, frotando suavemente su espalda con la esponja.
Leo hizo una pequeña expresión de sorpresa, como si descubriera un nuevo mundo. De repente, sus piernas comenzaron a moverse con entusiasmo, como si el agua lo invitara a jugar.
Un pequeño splash sonó cuando sus piernitas golpearon ligeramente el agua.
'aaahh, los instintos de bebe'
Zero se había dado cuenta que su pequeño cuerpo se movía involuntariamente, el no podía controlar esos movimientos, así que se rindió y solo lo dejo fluir.
Su madre no pudo evitar reír suavemente.
—Parece que te gusta, ¿eh? —dijo, rociando un poco más de agua sobre su barriguita.
Leo dejó escapar un pequeño giggle, como si estuviera disfrutando de la sensación del agua corriendo por su piel, entonces, con un pequeño giro, levantó sus manitas y comenzó a moverlas como si intentara atrapar el agua que caía, haciendo que el sonido de sus movimientos se acompañara con un splash tras otro splash.
—¡Qué travieso! —exclamó su madre con una risa contagiosa, mientras continuaba bañándolo con cuidado. Cada gota de agua caía sobre él, y Leo, con los ojitos brillando de curiosidad, levantaba las manos como si intentara salpicar más, causando pequeñas lluvias de agua a su alrededor.
'esto es divertido'
Splash... Plop... Tssssss.
Leo soltó una risita, sus piernas moviéndose con más emoción, y en cada pequeño movimiento, el agua parecía convertir el momento en un juego alegre.
Al finalizar, su madre lo envolvió con cuidado en la toalla suave, cubriéndolo con ternura mientras lo acariciaba para secarlo.
Leo, no quería que el momento terminara.
En su rostro había una expresión de alegría pura, como si el baño hubiera sido el mejor juego que había tenido.
Mientras su madre lo vestía con ropa limpia, leo todavía estaba pensando en las 'burbujas'.
Pero una voz lo interrumpió.
—Vamos a dormir, cariño. —dijo su madre, abrazándolo mientras lo arrullaba.
Leo, con los ojitos soñolientos, ya no pudo evitar dejar escapar un suspiro contento, sus manitas todavía moviéndose en el aire, como si el agua lo siguiera rodeando en sus sueños.
^^^continuara......^^^
Ya han pasado tres meses desde que llegué a este mundo.
Sí, tres meses desde que nací con este pequeño cuerpo indefenso, envuelto en suaves mantas y con una voz que apenas puede hacer más que llorar.
Aunque no puedo hablar ni moverme con libertad aún, mi mente… sigue siendo mía aunque he olvidado algunas cosas de mi vida anterior.
También he estado observando mi entorno.
Mis ojos, aunque al principio sólo veían sombras y luces difusas, ahora empiezan a enfocarse mejor.
Ya distingo los colores suaves de las cortinas, los cabellos de mi madre y la forma borrosa de su sonrisa.
Puedo seguir su rostro cuando se inclina sobre mí, y ya reconozco su voz incluso antes de que aparezca.
Mi oído también se ha agudizado: escucho el crujir de la madera bajo sus pasos, la forma en que contiene la respiración cuando se asusta, y los susurros que lanza al viento cuando cree que estoy dormido.
Pero estoy seguro de algo.
Mamá… mamá está huyendo de algo.
Lo he notado en la forma en que se sobresalta cada vez que alguien toca la puerta.
En cómo nos cambia de lugar cada pocas noches, nunca durmiendo dos veces seguidas en la misma habitación. He aprendido a leer su angustia en sus gestos, en cómo aprieta los labios cuando cree que no la veo. A veces, cuando la luna brilla con fuerza, se sienta a mi lado y llora en silencio, como si sus lágrimas pudieran protegerme de lo que teme.
Las mayoría de veces termino con una fiebre muy leve, pero al poco tiempo se me quita rápidamente.
No sé qué o quién la persigue, pero sé que es real.
Tan real como mi despertar en este frágil cuerpo de bebé. Y aunque mis manos tiemblan al intentar cerrarse en puños diminutos, y mis piernas apenas responden, hay una promesa ardiendo en mi corazón infantil: algún día creceré, y cuando lo haga, protegeré a mamá como ella me ha protegido.
Mamá me acuna en sus brazos.
Sus ojos están cansados, pero me sonríe como si yo fuera su único pedazo de paz.
Me gusta cuando hace eso.
Me hace sentir seguro.
—Ay, cariño… —susurra mientras acaricia mi mejilla con los dedos tibios—. Hoy fue un día difícil, ¿sabes?
Yo la miro. No entiendo todo lo que dice, pero su voz me llega suave, como un arrullo.
Quiero decirle que la escucho, que estoy aquí, que no está sola.
Mis labios se abren y dejo salir un leve “ah… guh…”
Ella ríe bajito.
—¿Tú también lo sentiste, verdad? Eres muy listo… —me besa la frente—. Perdón por tener que movernos tanto. Es que… hay gente mala, cariño. Pero no dejaré que te encuentren, lo prometo.
“Baaa… maaa…” trato de decirle su nombre. O al menos eso intento.
Sus ojos se llenan de lágrimas.
—Mi bebé hermoso… —susurra con la voz temblorosa—. Gracias por llegar a mi vida. Si no fuera por ti, no sé si habría tenido fuerzas para seguir.
No sé por qué llora. Pero el calor de su pecho, el ritmo de su corazón, su aroma… todo eso me dice que está triste, y a la vez feliz. Y me hace desear, con todo lo que soy, poder abrazarla fuerte algún día.
Por ahora, solo puedo alzar una manito torpe y dejarla caer sobre su brazo.
Ella me aprieta contra su pecho.
—Ya casi es hora de irnos de nuevo. Pero esta vez será un lugar más seguro… lo prometo, estaremos más tiempo allí.
No entiendo mucho, pero entiendo esto: estamos huyendo. Pero también… estamos juntos.
Al día siguiente ya estábamos en otro lugar.
No sabia como mamá era tan rápida en cambiar de lugar, tal vez algún día sabría cómo lo hace.
El sol entra en la habitación pequeña .
Mamá se ha levantado temprano, como siempre, para preparar lo poco que tenemos.
Yo estoy acostado en la cuna, mirando el techo con mis ojos cada vez más enfocados.
Hoy veo claramente una grieta delgada que cruza la madera vieja sobre mí.
Es fascinante.
Por un rato.
Pero pronto me aburro.
Quiero moverme.
Quiero sentarme.
¡Quiero seguir a mamá!
Con esfuerzo, intento levantar mis brazos.
Se alzan apenas unos centímetros y caen pesadamente sobre mi panza.
Frunzo el ceño.
A ver otra vez… ¡arriba! Nada.
Solo un débil movimiento que me hace soltar un “aguh” frustrado.
Intento girarme.
Mi cabeza se ladea torpemente, y luego mi cuerpo rueda apenas hacia un lado. ¡Casi! Pero en lugar de darme la vuelta, termino con la cara aplastada contra el colchón.
Un sonido de queja escapa de mi garganta: “Mmmmmm…”
Mis piernas se mueven como si nadaran en el aire
Agito los pies, intento empujar con ellos.
Nada.
Mi cuerpo es como una masa blandita que no responde como quiero. Por dentro me hierve la impaciencia.
“¡Maaah!” grito, frustrado.
No es sólo un balbuceo esta vez.
Es un llamado.
Mamá aparece al instante, asomándose con esa mirada preocupada que tanto detesto ver en su rostro.
Pero cuando me ve haciendo pucheros, cambia a una sonrisa tierna.
—¿Otra vez estás peleando con tu cuerpo, bebé?
Me levanta en brazos y yo descanso mi mejilla contra su pecho.
Mi respiración se calma poco a poco.
—Tienes tanta energía… ¿Qué harás cuando puedas correr, eh?
No lo sé, mamá. Pero cuando llegue ese momento… no pienso quedarme quieto nunca más.
Pocos segundos después mamá camina hacia una silla parecida a una mecedora que parecía vieja y sonaba con un constante crujido por el movimiento.
Ella que me sostiene en sus brazos comenzó a hablar.
Su voz era muy calida y recorfrotante.
—Hoy hiciste muchos ruiditos —me dice con una sonrisa cansada, acariciándome el cabello—. ¿Estás intentando decirme algo?
“Gaa… ahhh… mmmaa…” respondo, como si de verdad pudiera.
—¿Eso es “mamá”? —pregunta, fingiendo sorpresa mientras se ríe bajito—. ¿Lo dijiste en serio? ¡Mi bebé dijo “mamá”!
Yo intento repetirlo, más fuerte, pero sólo sale un sonido torpe, acompañado de una baba que me corre por la comisura de los labios.
Frunzo el ceño.
'No es justo.'
'¡En mi cabeza, lo digo perfecto!'
Ella ríe otra vez y me limpia con una esquinita de la manta.
—Ay, cariño… siempre estás tan serio, tan atento. A veces siento que ya entiendes más de lo que deberías.
'Sí, mamá. Entiendo más de lo que puedes imaginar. Y me duele no poder decírtelo.'
Entonces, lo intento otra vez.
Quiero mover mis brazos, tocar su rostro con intención, no sólo por reflejo. Pero mi manita apenas alcanza a levantar unos centímetros antes de caer torpemente sobre su pecho.
“Mmmh…”
Mamá me sostiene la mano con las suyas, cálidas y seguras.
La mueve despacito, como si bailara conmigo.
—Ya crecerás —susurra—. No te apures. Por ahora, yo estoy aquí para ti.
Sus palabras son un bálsamo. Aunque mi cuerpo me frustra, aunque mi alma quiere correr, hablar, protegerla… su voz me calma.
—Prométeme que siempre serás mi bebé, incluso cuando crezcas —dice, posando su frente contra la mía.
Yo la miro con los ojos bien abiertos. Y si pudiera prometerle algo, sería esto: que nunca la dejaré sola.
Nunca dejaría que salga lastimada
Más tarde, cuando el cielo ya se ha pintado de tonos lavanda y dorado, mamá me recuesta en una manta extendida sobre el suelo de madera
Estamos cerca del ventanal.
Afuera, las luciérnagas ya empiezan a brillar como pequeñas estrellas flotantes.
Aunque no he visto el exterior se ve hermoso.
Ella se acuesta junto a mí, sonriendo mientras me observa mover los bracitos con torpeza, como si nadara en el aire.
—Eres más fuerte, ¿eh? —susurra—. Pronto vas a empezar a girarte. Vas a ver. Así que tómatelo con calma cariño.
Yo la miro fijamente, como siempre.
Sus ojos tienen un brillo suave, como si guardaran un secreto cálido que sólo ella y yo conocemos. Entonces, mamá extiende su mano sobre la manta… y algo cambia en el aire.
Una chispa.
Literalmente.
De la punta de sus dedos brota una pequeña luz, como una flor luminosa flotante.
Se eleva lentamente, girando sobre sí misma, y luego se divide en dos, tres, cinco puntitos de luz que flotan a nuestro alrededor como si bailaran.
Mis ojos se abren en completo asombro.
“Aaaah…!” exclamo, agitando los brazos, intentando atraparlas.
Un reflejo involuntario vuelve a aparecer.
Mamá ríe con dulzura.
—No te asustes. Es sólo un poco de luz. Esto… —dice, mientras una esfera dorada se posa sobre mi nariz antes de desvanecerse— Esto lo usaba para dormir cuando era pequeña. La abuela me lo enseñó.
Quiero atraparlas, tocarlas, pero cada vez que una está cerca, mis manitas no logran sujetarla. Gimo de frustración, pataleo, y hago un puchero. “Mmmmh…”
—Tranquilo, mi amor… —dice mamá, inclinándose sobre mí—. La magia es juguetona con los pequeñitos. A veces se escapa sólo para verlos reír.
Yo no río.
Estoy muy ocupado intentando controlar mis manos, pero entonces, mamá me toma en brazos y empieza a tocar mi mejilla .
Ella crea una lucecita más, solo para mí.
La deja flotar justo frente a mis ojos.
No se escapa.
Se queda ahí, quieta, cálida, titilante.
Y en ese instante, me calmo.
La miro sin pestañear.
—¿Ves? —susurra mamá—. Tú también tienes algo especial. Lo siento cada vez que te abrazo. Eres un bebé muy especial.
Ella me besa la frente, y la luz se disuelve en el aire como una caricia más.
—Eres tan hermoso cuando estás sorprendido…te he dicho alguna vez que eres el bebé más bello que he visto en el mundo? —dice mientras me acomoda sobre la manta, con mis brazos abiertos y las piernitas medio torcidas como solo un bebé puede dormir.
Yo parpadeo, lento.
La calidez de su voz y el vaivén suave de las luces me pesan en los párpados.
La magia todavía titila en el aire, suave como una canción que solo el corazón entiende.
Ella no se va.
Se queda a mi lado, acariciándome el cabello con las yemas de los dedos.
—Shhh… ya está. Hoy viste algo nuevo. Te portaste muy valiente.
Mi respiración se hace más profunda. Mis bracitos, que hace un momento peleaban contra la gravedad, ahora descansan sin resistencia.
El mundo se vuelve borroso… tibio… seguro.
Y justo antes de que me duerma del todo, siento el último roce de su magia: una pequeña luz que se desliza sobre mi pecho como un beso invisible, cálido, protector.
Y aunque el pequeño no se dio cuenta, una pequeña flor apareció en su pequeña muñeca para después desaparecer sin dejar rastro como si nunca hubiera estado allí desde el principio.
—Duerme bien mi pequeño leo, está luz te protegera del peligro —susurra mamá, y su voz es lo último que oigo antes de que todo se vuelva un sueño—. Estoy aquí. Siempre estaré aquí para ti.
Con eso su mundo se desvaneció en una oscuridad muy calida quedándose dormido en ese pequeño espacio seguro para Zero.
^^^Continuara.......^^^
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