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El Amado De La Archiduquesa

No me interesa tu amor.

— No era necesario que ocultaran todo. Yo, Bianca Chevalier, primera princesa de este imperio y heredera del arciducado Chevalier, rompo mi compromiso contigo, Paul Mesellanas. — Bianca habló con tanta fuerza en su voz que todos escucharon con claridad.

Bianca se dio la vuelta, ignorando el torrente de lágrimas que caían por las mejillas de la novia. Los presentes la miraban con desaprobación, considerando que había arruinado un momento tan especial y que había ofendido a la novia.

Pero, ¿quién era la verdadera ofendida? ¿La mujer que lloraba desconsolada porque su matrimonio había sido opacado, o la mujer que había sido traicionada por su prometido y decidió enfrentarlo ante todos?

Los asistentes no eran más que hipócritas, apoyando sus propios deseos egoístas.

— Bianca, no debiste venir a arruinar mi boda. Nuestro compromiso fue sellado por mi abuelo y tu padre. Yo no te amo; era injusto seguir atado a tu lado —dijo Paul, mirándola con desdén mientras abrazaba a su amada Catalina.

— No me interesa tu amor. Has demostrado ser un hombre indigno de mi linaje, joven duque Mesellanas. ¿Acaso olvidas que soy una princesa? ¿Pretendías que me convirtiera en el hazmerreír de la sociedad porque no supiste mantener tu bragueta en su lugar? ¡Oh! ¿acaso no es por eso que te casas tan apresuradamente? — Bianca sonrió con ironía, fijando su mirada en el vientre de la mujer, y sus ojos se volvieron gélidos.

— ¡Oh! Veo que no sabían que su respetable Lady Catalina ha yacido con un hombre comprometido, y en su vientre lleva el fruto de su desfachatez. — Bianca fue contundente, dejando en ridículo a las defensoras de esa zorra disfrazada de cordero.

Las jóvenes señoritas que solían respaldar a Lady Catalina dieron un paso atrás, claramente deseando desvincularse de una mujer adúltera, ya que eso afectaría su reputación y futuros compromisos.

— Sus antepasados deben estar revolcándose en sus tumbas al tener un sucesor tan débil y mediocre. Qué vergüenza sería tener un esposo como usted, que dejó embarazada a su amante. Las enseñanzas de mi padre fueron en vano; tu simiente ya estaba podrida. La próxima vez que menciones mi nombre tan descuidadamente, le cortaré la lengua. Que quede claro para todos: una princesa no se arrodilla ante nadie, y ninguno de los presentes tiene mayor rango que el mio. — Bianca se alejó sin mirar atrás.

A pesar de su fría y calculadora personalidad, el corazón de Bianca estaba hecho trizas; el dolor la consumía y no quería que nadie la viera vulnerable.

Los presentes estaban furiosos; Bianca los había humillado sin esfuerzo alguno.

— Catalina, no llores. Bianca solo está dolida porque mi amor no le pertenece. — Paul intentó consolar a la novia que lloraba a mares; eso era algo que realmente le molestaba de Catalina, que por todo lloraba.

La interrupción del ex duque Mesellanas junto a su nieta Victoria, la segunda princesa del imperio, dejó a todos perplejos, pues no esperaban tal aparición.

— ¡Qué demonios has hecho! Has tirado mi esfuerzo a la basura por una meretriz. La semilla no cae lejos del árbol; eres igual que tu padre, te desconozco. — El viejo ex duque estaba furioso; su nieto había actuado como un necio.

— No deberías h...

— ¡Cállate, mujer! A mala hora me casé contigo. Tus entrañas trajeron el mal a mi familia. Debo dar gracias de que al menos mis hijas han sabido comportarse y traer honor al linaje familiar. — El duque cayó de rodillas; el dolor en su pecho era insoportable. Victoria, alarmada, llamó a los guardias para que trajeran un médico.

— Abuelo, tu capricho no te llevará a nada bueno. Deja de fingir...

— Cállate... no te... reconozco como mi nieto... — Paul fue callado por la voz quejumbrosa de su abuelo.

— Abuelo, debes calmarte, no es bueno para tu salud que te alteres. — Victoria sostenía la mitad del cuerpo de su abuelo en sus piernas; el ex duque estaba rojo de ira.

— Mi niña, cuídate y cuida... de nuestra familia... y tú... ya no eres parte de mi linaje, te repudio...

El viejo duque dejó de respirar, causando un inmenso dolor en su nieta, quien no permitió que nadie se acercara.

— ¡Estás feliz! Acabas de matar a mi abuelo de un disgusto. — Victoria lloraba abrazada a su abuelo, mientras la ex duquesa intentaba acercarse, pero los gritos de Victoria la detuvieron en seco.

— ¡No te acerques! Tú eres la mente maestra detrás de todo esto. — Victoria se secó las lágrimas con la manga de su vestido, mirando a la mujer con puro odio.

— Te confabulaste con esa zorra para que engatusara al idiota de mi primo. Querías que fuera tu marioneta para recuperar tu lugar en el ducado, pero permíteme decirte algo: de mi cuenta corre que ninguno de ustedes sea feliz. — Victoria se alejó con el cuerpo de su abuelo.

La ex duquesa Mesellanas estaba atónita, sin darse cuenta de que las lágrimas resbalaban por su mejilla. Anhelaba recuperar su poder, pero nunca imaginó que causaría la muerte del hombre que amó tanto en su juventud. Ahora, no comprendía cómo dejó que la avaricia llenara su corazón.

Bianca chevalier

Paul Mesellanas

Catalina

¿Cuánto tiempo estuve dormida?

Cada una de sus palabras se incrustaron en mi corazón como dagas recién afiladas; su crueldad no tenía límites. Tantas veces me juró amor, y hoy, ante su amada, niega todo lo que una vez me prometió. Sin duda alguna, es un hombre sin honor, pero no le daría el placer de ver mi sufrimiento; ese bastardo no tendría más nada de mí.

Durante interminables noches, me atormenté con la misma pregunta: ¿qué salió mal? ¿Qué me faltó? El insomnio y el desvelo fueron mis compañeros, mientras esas inquietantes dudas atravesaban mi mente una y otra vez.

¿Por qué susurró dulces promesas a mi oído cuando en su pecho no albergaba sentimientos por mí?

Sentí su lejanía desde hace un año, desde que tomó posesión como el nuevo duque Mesellanas. Las cartas que nunca obtuvieron respuesta, su ausencia en cada reunión familiar, su desinterés palpable por las fechas importantes entre nosotros, tejieron una ansiedad que me envolvía como la mosca a la pequeña polilla que cayó en su trampa.

El sueño me vencía tras horas de llanto, mientras mi corazón se negaba a aceptar la cruda realidad que oscurecía mis días.

Cuando los susurros de una traición comenzaron a esparcirse en el aire del imperio, no me hice la ciega; tampoco me quedé en silencio. Lo confronté al instante. Sin embargo, sus palabras eran un eco vacío, prometiendo amor mientras alegaba que las cargas de ser duque lo consumían. Ahora me pregunto:

¿Por qué insistió si nunca me amó de verdad?

Su lejanía era tan fría como un océano helado, así que decidí tomar cartas en el asunto y contratar un investigador; necesitaba pruebas contundentes de lo que estaba sucediendo. Lo que descubrí fue un golpe devastador: meses de engaños que desgarraron mi alma. La incertidumbre me invadió, cuestionando mi valía.

¿Qué me faltó?

A pesar de la tormenta en mi interior, mi corazón se aferraba a la esperanza de que el dolor cesaría, de que algún día todo regresaría a la dulzura de los primeros días. Pero la razón, como un faro en la oscuridad, me recordaba la cruda verdad: su traición era imperdonable.

Durante semanas, tejí un plan para romper nuestro compromiso en el altar. Sí, ese infeliz ni siquiera tuvo la decencia de disolver nuestro lazo antes de unirse a su amante. Si iba a ser el hazmerreír de la sociedad, su reputación sería manchada; ellos llevarían la marca de la deshonra de por vida.

Los recuerdos invaden mi mente, creando un remolino de sentimientos. Mis lágrimas caen sin parar. ¿Es así como se siente la traición? Un dolor sofocante y agotador.

Mi vista se nubla y caigo al suelo arrodillada; el dolor en mi pecho es tan grande que a duras penas puedo soportarlo. Pero en medio de mi dolor, escuché una voz que me hizo buscar su rostro. Al alzar la cabeza, mi mirada se perdió en sus ojos.

— Alteza, nadie debe verla así. Permítame llevarla. — Sus hermosos ojos de distintos colores me hipnotizaron. Me ofreció su mano y yo alcé mis brazos; él me cargó como a toda una princesa. Me ruboricé de inmediato. No estaba bien; sé que no era lo correcto dejar que me cargara y mucho menos acurrucarme en su pecho, pero había algo en él que me hacía sentir segura. Él colocó una capa encima de mi rostro; era claro que no quería dañar mi reputación.

— La llevaré en mi carruaje. No puedo permitir que nadie la vea en este estado. Usted es la primera princesa de este imperio; no debe derramar lágrimas por nadie. Es una pequeña mimosa que debe ser consentida. — Su voz grave y varonil resonó en mi oído como una hermosa melodía a la cual solo pude asentir con melancolía.

Estando en el carruaje, él no me soltó, pero yo tampoco protesté. En su regazo me sentía segura; el sueño y el cansancio terminaron por vencerme.

Al despertar, lo primero que vi fueron sus enigmáticos ojos.

— Me alegra verte despierta. — Él pasó su mano por mi cabello con una delicadeza que no podría describir.

— ¿Cuánto tiempo estuve dormida? — Esa era la única pregunta coherente que danzaba en mi mente, mientras él me obsequiaba una sonrisa inquietante que me dejó con un cosquilleo en la boca del estómago.

— Lo suficiente para que recuperaras fuerzas. No te preocupes, no llegarás tarde al palacio. — Tendría que estar completamente desquiciada si no reconociera la atracción peligrosa que emanaba de este hombre. Su piel era tan pálida como su cabello, creando un contraste hipnotizante con sus ojos, que parecían contener secretos inexplicables.

— Mi lord, ¿cómo podría agradecerle por lo que ha hecho por mí? — Este hombre había salvaguardado mi dignidad, y sentía que debía encontrar una manera de recompensarlo.

— Acompáñame en el baile de esta noche. — Una extraña sensación de familiaridad me invadió. ¿De dónde lo conozco? Sabía que su presencia causaría revuelo. Ser vista del brazo de un hombre ajeno a mi familia daría mucho de qué hablar durante el baile, pero, ¿qué importaba?

Mi compromiso había caído en ruinas, y el puesto de archiduque estaba vacante. Muchos querrían acercarse por intereses, pero esta noche, yo elegiría mi propio destino.

¿Qué mejor manera de entrar en un lugar que de la mano de un desconocido? Así, los oportunistas no se atreverían a acercarse. Si este hombre tuviera malas intenciones, habría aprovechado el momento en que me quedé dormida en sus brazos para arruinar mi reputación y forzarme a un matrimonio que no deseaba.

— Necesito llegar a casa; no puedo presentarme así. — Me sentía hecha un desastre; no podía permitirme esa imagen.

— Me tomé la libertad de encargarme de eso. Espero que le guste mi pequeño obsequio. En cuanto cruce esa puerta, vendrán a asistirla con todo lo que necesite.

No pude articular ni una palabra antes de que él se levantara y abandonara la habitación, dejándome llena de curiosidad. Pero, casi de inmediato, dos doncellas entraron como un torbellino, listas para asustarme con devoción, y parecía que estaban realmente emocionadas por mi presencia.

— ¡Oh, Alteza, está deslumbrante! — exclamó la más joven al verme; su dulzura era contagiosa.

— La princesa es tan hermosa que no necesita mucho maquillaje, aunque use un toque sutil para resaltar sus delicadas facciones. Y debo decir, usted tiene los mismos ojos que su difunta abuela. — Me miré en el espejo, buscando confirmar los halagos de esas dos mujeres, y debo admitir que me veía más hermosa de lo habitual. La mujer tenía razón; mis ojos eran un reflejo exacto de los de mi abuela materna, un verde tan claro que, a veces, parecían azules.

— Muchas gracias, han hecho un trabajo excepcional. — Y no era un cumplido vacío; el peinado era una obra de arte que realzaba el magnífico vestido rojo, que me quedaba como un guante.

Este hombre tuvo suerte de que acertara con mi talla, ya que mi cintura es más pequeña de lo habitual y las costureras del ducado suelen tener problemas para confeccionar algo a mi medida.

— No tiene que agradecer; el gran general nos honra al permitirnos atender a la primera princesa. — ¿El gran general? Entonces, quien me ayudó es el hijo de mi tía Adanis, la condesa de Colonna. Es curioso, ha cambiado demasiado; la última vez que lo vi, yo tenía diez años y él siempre había evitado cualquier tipo de acercamiento conmigo. Parecía que me odiara, pero eso explica por qué su rostro me resultaba tan familiar.

El Gran General

Princesa, princesa

— Altesa, ante mis ojos, usted brilla más que el diamante más preciado; su belleza es inigualable, es la estrella más deslumbrante que jamás haya contemplado. — Debo reconocer que es un buen erudito; al parecer, no solo le gusta el arte de la guerra.

— Lo sé, soy consciente de que heredé la belleza de mi madre y de mi abuela, lo que me hace irresistible, hasta que se dan cuenta de que soy el reflejo de mi padre. Usted irradia un atractivo impresionante; el color negro le asienta de maravilla, aunque el azul resalta su peligrosa belleza, gran general. — Él sonreía divertido.

— Veo que ya revelaron mi identidad; si no nos damos prisa, llegaremos tarde, Milady. — Entrelacé mi brazo con el de él, y un pequeño escalofrío me recorrió la espalda. Este hombre es peligroso y de eso estoy segura; mi instinto no me miente. El silencio fue perpetuo; durante todo el trayecto, su aura me inquietaba, pero mantuve mi serenidad; no era el momento de flaquear.

— Milady, me complace ser su acompañante esta noche. — Él tomó mi mano y me ayudó a bajar del carruaje; es todo un caballero galante. Ahora entiendo por qué mi tía halagaba tanto sus modales.

— A pesar de ser familia, no sé nada al respecto de usted; su presencia siempre fue una sombra en los eventos familiares. — La curiosidad me carcomía y, en lo más profundo, quería saber más de él, conocer los misterios que oculta esa inquietante sonrisa.

— ¿Familia? — Sentí que la pregunta fue hecha con frialdad, y al detener su paso, su mirada oscura se clavó en mí. En ese instante, me sentí como una hoja arrastrada por el viento, pequeña y vulnerable. No entiendo por qué me siento tan indefensa y protegida a su lado; este sentimiento es extraño y me embarga como una niebla misteriosa. Todo lo que viene de él es un misterio.

— Sí, mi tía es tu madre; es lógico que seamos familia. Eres como uno de mis primos. — Aunque mantuvo esa sonrisa inquietante, su mirada se volvió demasiado fría para mi gusto. ¿Por qué será que no me gusta que me mire así?

— Princesa, princesa... mi madre era la doncella de tu madre, y cuando ella se casó con mi padre, yo ya existía. No hay lazo de parentesco que nos una; mi sangre no corre por tus venas, así que no me compares con tus primos, porque tú y yo no somos familia, aunque a lo mejor lleguemos a serlo... pero no de la forma que piensas. — Todo ese tiempo, tuvo mi rostro acunado en sus manos; sus labios se posaron en mi nariz, haciéndome sonrojar.

— Está bien, entiendo, pero no vuelvas a acercarte tanto, no es correcto. — Le dije, tratando de poner distancia entre nosotros, pero él seguía riendo como si nada hubiera pasado.

Estábamos esperando a ser anunciados. Mis nervios se hicieron presentes; él puso su mano encima de la mía, dándome calma. Su embriagante olor me tranquilizó.

Respiré hondo y puse mi mirada en alto, y repetí la misma frase que me ha ayudado a mantenerme de pie en las peores circunstancias.

Eres una princesa, una auténtica joya imperial. Las princesas no se doblegan ante simples mortales; su cabeza siempre tiene que estar en alto, solo hacen una leve inclinación ante el emperador. Una princesa es un regalo, un símbolo de amor y grandeza.

— ¡Su alteza, la primera princesa Bianca Chevalier, acompañada del gran general del imperio Nikolai Colonna!

Un par de copas cayeron al suelo, esparciendo los cristales brillantes a su alrededor. Jadeos, miradas de sorpresa, destellos de rabia y un toque de temor; nosotros juntos éramos un caos fascinante.

Los nobles estaban experimentando un torbellino de emociones que algunos no se molestaron en ocultar. No podía negarlo, este caos me fascinaba intensamente.

Todas las princesas tenemos un toque de locura. No solo fuimos educadas para ser perfectas y delicadas; en secreto, nos entrenaron para ser letales, para acaparar todo el poder en defensa de los nuestros.

Mi tía Madeleine tomó el lugar de mi madre, siendo la flor de la sociedad, la joya más preciada, aunque ella ya tiene su objetivo bien vigilado. Todas tenemos una misión especial: proteger a nuestro emperador, a los reyes y príncipes del imperio, siendo sus armas secretas. Estamos dispuestas a morir por el bien del imperio.

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