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JUEGOS PICANTES "Volver A La Soltería"

1. Lo voy a matar…

¡Buenos días, preciosas mujeres! ✨ Vengo con una maravillosa novela que es fruto de una colaboración muy especial.

Acosé a Euge hasta que no le quedó de otra que aceptarme como su coequipera 🤭🤣 ¡Y aquí estamos, listas para traerles una historia increíble!

Trabajar juntas en esta nueva historia es un reto emocionante, lleno de creatividad y sorpresas. ¡No puedo esperar para compartir más detalles con ustedes!

¡No se la pueden perder! 💖📖

Narrador omnisciente

“Día de las madres…”

Lola Ribera se observa en el espejo con el ceño fruncido. Ni siquiera su "patas de lana" ha tenido la decencia de enviarle un mensaje.

"Claro, debe estar celebrándole el día a su mujercita."

A través del reflejo, ve la silueta de su hijo adolescente, Mijael, entrando a la habitación con la despreocupación de quien no teme ser inoportuno.

—Mami, llamó papá. Dice que ya viene a desayunar. ¿Qué vas a preparar? —pregunta mientras se rasca en medio de las piernas, apartando su pijama sudorosa de la entrepierna.

Lola parpadea, un par de veces, incrédula.

—¿Perdón? —responde ella, dejando escapar su molestia. El cretino de su exesposo viene como cada domingo a que le llene la panza. Pero hoy… hoy eso se terminó.

—Ma… —Mijael frunce los labios, molesto—. No vayas a comenzar. Papá viene porque nos extraña y tú ya lo vas a arruinar.

Ella se gira sobre sus talones y lo mira de frente. A sus 13 años, el chico ya la supera en altura por unos centímetros.

—Te lo voy a dejar claro, mi terrón de azúcar —dice con sarcasmo. se coloca en punta de pies y le aprieta las mejillas. Sabe que le fastidia, y justo por eso lo hace.

—Ma… —Se aparta el chiquillo con una mueca de disgusto.

—Tu querido papito tiene su casita. No entiendo qué hace metido en la mía todos los domingos cuando ni para una libra de arroz aporta —le da una palmadita en la mejilla—. Así que, si tanto lo extrañas y él quiere verlos, vayan a desayunar fuera.

Mijael bufa, cruzándose de brazos.

—Pero mamá…

Lola suspira. No quiere discutir. Es su hijo y, al final, sabe que terminará cediendo. Así que pone en marcha el plan B.

—Tienes razón, mi amor. También es tu casa.

Toma el bolso y se lo cuelga al hombro, se acerca a él y le estampa un beso en la mejilla antes de salir, añade con un tono tierno y sarcástico:

—Ahí quedan las ollas y el mercado. Nos vemos por la tarde, disfruta el día con tu padre y, por favor, cuida de tu hermanito —sin darle oportunidad de protestar, sale de la casa.

Lola sale dando un portazo, sintiendo una extraña mezcla de frustración y alivio. Hoy no tiene a su tinieblo para hacer "cositas". Ni un miserable mensaje le ha enviado el desgraciado.

"Sabe que sus amigas están celebrando el Día de la Madre, ella también merece disfrutarlo".

Con los cinco miseros dólares que tiene en su billetera va al salón de belleza, se depila las cejas y el bozo. Lo único para lo que le alcanza.

Deambula por las calles, matando el tiempo. Al pasar por una taberna, un letrero capta su atención.

"Por el Día de la Madre: barra libre para mujeres."

Sonríe y entra por un par de cervezas. Hoy no tiene que sonreír ni hablar estupideces con algún idiota, puede beber lo que quiera.

Después de unas cuantas cervezas, el sonido insistentemente de su teléfono la desespera.

Ve un mensaje de una vecina.

✉️ Vecina: Lola, el idiota de tu exmarido casi quema tu casa.

Se le eriza la piel, al leer el mensaje de la vecina. Siente que el estómago se le revuelve y la sangre le hierve.

Sale del bar como un vendaval, con una sola idea en la cabeza: matar al imbécil.

Toma el primer taxi que ve. No tiene dinero, pero tiene tetas, y con un rápido movimiento se las muestra al conductor. El tipo sonríe y pisa el acelerador.

Al llegar, ve sus paredes negras por el humo y una parte del techo rota. El olor a quemado todavía impregna el aire. Sin pensarlo, se lanza sobre su ex y lo golpea con toda la furia contenida de los últimos años. Lo araña, le grita:

—¡Maldito perro desgraciado... mantenido... infeliz! Tenías que acabar con lo único que tenía —lo muerde en la oreja arrancándole un pedazo... Quiere matarlo.

"¡NO. LO VA A MATAR...!"

Los golpes caen sin piedad. Lo odia. Quiere borrarlo de la faz de la tierra.

Milton chilla como una nenita, desesperado, mientras intenta quitársela de encima.

Los policías que ya están en la escena batallan con ella para poderla separar; tienen que usar la fuerza bruta. Uno de ellos, la esposa con un chasquido metálico. Lola escupe con furia el pedazo de carne que tiene en su boca y limpia la sangre de sus labios en su hombro.

Milton corre a recogerlo y grita.

—¡Maldita demente! Ahora sí que vas a tener que trabajar por el resto de tu vida para pagarme el daño que me has hecho... Me has dejado deforme... Mi sexapil lo has arruinado.

Él siente las piernas temblorosas, la visión borrosa.

—Ayuda... me estoy muriendo, llamen a mi mamá... mis pequeños hijos van a quedar huérfanos por esa salvaje —toma su oreja y con dramatismo la cubre con sus manos.

-¡Ay, por favor! Utilízalo para alargar el mani que tienes ahí en medio —dice con burla.

—Señora, cálmense, ya tiene muchos problemas —dice uno de los policías.

—Por agresión física será detenida de 48 a 72 horas. Y si el pobre hombre desvalido levanta cargos, será otro el proceso.

Lola forcejea con furia, su respiración agitada y los ojos encendidos de rabia.

—¡Ustedes están locos! ¿De verdad creen que ese inútil puede cuidar de mis hijos? ¡Quemó mi puta casa y me dejó en la calle…! —Su mirada es puro veneno mientras fulmina a los oficiales.

Milton, con una sonrisa triunfal, se acerca lo suficiente para susurrarle:

—Ahora sí, Lolita, me dedicaré a descansar mientras espero tu cheque mensual. Ah, y ve ahorrando para mi cirugía.

El asco y la ira se mezclan en el estómago de Lola. Sin pensarlo, le escupe directo en la cara.

—¡Malditø perrø, primero mu£rta!

Milton se sobresalta un poco, pero enseguida limpia su rostro con fingida vulnerabilidad, buscando parecer la víctima.

Los oficiales reaccionan de inmediato, sujetándola con más fuerza mientras la arrastran hacia la patrulla.

—¡Señora, ya basta! —advierte uno con tono impaciente.

Lola sigue pataleando, pero su resistencia es inútil. En un abrir y cerrar de ojos, la empujan dentro del vehículo.

—Tranquila, gata salvaje. Esta noche te toca calabozo. A ver si así aprendes a comportarte —se burla uno de los policías antes de cerrar la puerta con un golpe seco.

Lola respira hondo, tratando de contener la frustración que le quema la garganta. Pero una cosa es segura: esto no se va a quedar así.

LOLA RIBERA

GRACIASSSSS INFINITAS ❤️ ❤️

2. La apuesta.

Narrador omnisciente

En otro lugar de la ciudad, Marilyn Monroe sale corriendo de uno de sus trabajo. Tiene que comprar la leche de su pequeña, junto con los pañales que su ex debía darle, y que, otra vez, nunca llegaron.

Se pregunta qué vio en él. ¡Qué idiota fue al dejarse llevar por una bonita sonrisa y un par de palabras amables!

¿De qué le sirvieron cinco años de desvelos y estudiar hasta altas horas de la noche, si antes de graduarse ya tenía una enorme barriga?

Flashback

Martín está en la cafetería con su grupo inseparable de amigos, un puñado de buenos para nada, charlando de trivialidades.

De pronto, sus miradas se desvían hacia la entrada cuando una joven cruza la puerta. Su cabello castaño oscuro cae en suaves ondas, sus ojos color miel reflejan una tímida curiosidad, y su cuerpo proporcionado no pasa desapercibido.

Fabián le da un codazo a Martín y la señala con disimulo.

—Esa es la cerebrito de Ingeniería de Sistemas. Podrías conquistarla para que te ayude a pasar las materias… así tus papis no te quitan el apoyo.

La idea queda resonando en la mente de Martín, pero frunce el ceño con desdén.

—Está linda la chica, pero se le nota la pobreza encima —dice haciendo una mueca de disgusto—. Nadie va a creer que estoy enamorado de ella.

Fabián sonríe con ironía y replica:

—No es para que te cases con ella. ¿O acaso no tienes las suficientes bolas para llevarla a la cama?

Martín entrecierra los ojos, volviendo a mirarla.

—Te apuesto tu carro contra mi moto que, antes de que finalice el semestre, tengo sus zapatitos durmiendo bajo mi cama. ¿Qué dices?

Fabián extiende la mano con una sonrisa de reto.

—Hecho.

Martín la estrecha con firmeza antes de levantarse y caminar con seguridad hacia su presa.

Marilyn está haciendo fila en la cafetería, preguntando por una vacante de mesera, cuando siente una presencia a su lado.

—Hola, preciosa, hoy los ángeles están cayendo del cielo —dice Martín con su mejor tono seductor.

Ella parpadea, desconcertada, mirando a su alrededor. Su corazón se acelera al reconocerlo.

"El chico más rico de la universidad me ha hablado… que alguien me pellizque. No, mejor que no me despierten."

—¿Preciosa, te molesta mi compañía? —insiste Martín con una sonrisa perfecta.

—¿Me estás hablando a mí? —pregunta Marilyn, señalándose con timidez.

—Por supuesto. ¿A quién más? No hay otra mujer más hermosa que tú en este lugar. Acepta un café conmigo.

Ella pestañea, sintiendo el rubor subir a sus mejillas. Nunca un chico como él se había fijado en alguien como ella. Finalmente, asiente con timidez.

Martín pide el café y, mientras Marilyn toma la bandeja, él se gira disimuladamente hacia sus amigos y levanta los pulgares en señal de victoria.

Solo le tomó un par de meses llevarla a la cama.

Marilyn, una chica vulnerable, tímida y desesperada por ser amada, cayó en sus garras sin sospechar que era solo un juego.

Poco a poco, la conquistó pareciendo ser el hombre perfecto con su sonrisa y promesas vacías. Y cuando por fin la tuvo en su cama, ella creyó que era amor.

Hasta ese día.

Marylin sostiene el test de embarazo en sus manos. Está nerviosa y ansiosa por contarle la noticia a su novio. La idea de tener ese bebé la aterra, pero también la llena de una extraña sensación de felicidad...

Fin del flashback.

Adora a su hija, pero siente el peso de la injusticia sobre sus hombros. Es ella quien tiene que trabajar limpiando casas.

Cada día, en la madrugada viaja una hora con su pequeña hasta la casa de su hermana quien es la que la cuida y en la noche el recorrido es un poco más largo, depende la casa que deba limpiar.

No se atreve a dejarla con una desconocida. Trabaja hasta tarde, tratando de juntar lo necesario para darle a su hija una vida digna: un techo donde dormir, una cuidadora, comida.

Sus días son desgastantes.

Llega al supermercado y no encuentra espacio para estacionar su coche, decide dejarlo en la calle. No tardará más de cinco minutos.

Baja de prisa, toma los pañales y la leche de los estantes, paga a la cajera y sale apresurada del supermercado.

Su día no podría terminar peor: su coche está siendo cargado por una grúa.

Se acerca al oficial de tránsito e intenta mediar.

—Señor agente, por favor, no se lleve mi coche. Es mi único medio de transporte —suplica—. Dígame, ¿cómo podemos arreglar esto?

El oficial la mira de arriba a abajo. Tiene el ceño fruncido y está de mal humor; acaba de discutir con un hombre que lo golpeó y le rompió el labio.

—Señorita, ¿acaso no sabe que sobornar a la autoridad es un delito? —dice con tono amenazante.

Marilyn siente rabia. ¿Por qué todo le tiene que pasar a ella?

—Yo no he dicho eso, y si usted lo interpretó así, es porque así lo siente —responde, elevando la voz.

—¿No sabe que soy la autoridad y que puedo enviarla a la cárcel para que se le quite lo alzadita? —la amenaza nuevamente.

—Ustedes siempre hacen lo que les da la gana con los ciudadanos de bien, en vez de ir tras los delincuentes.

—No tengo tiempo para sus rabietas. Queda detenida por irrespeto a la autoridad pública —dice el policía, esposándola y subiéndola a la patrulla.

—¡Usted no puede hacerme esto! Tengo una niña pequeña por la que debo ir —grita desesperada, sollozando.

—¡Cállese! O serán más horas las que pasará en el calabozo —le grita otro policía.

Al llegar a la estación, la llevan a una celda donde hay varias mujeres con cara de pocas amigas. Se siente indefensa y temerosa. El marido de su hermana debe estar furioso…

Marylin Monroe

MARTÍN DÍAZ

3. En la comisaría.

Narrador omnisciente

La insistencia del teléfono a esa hora de la noche, hace que el pulso de Monic Benavides se acelere tanto que es incapaz de tomar el teléfono sin temblar.

—Residencia Sánchez- Benavides, ¿quién habla? —pregunta temerosa, temiendo lo peor.

"¿Un accidente? ¿Algo le pasó a Miguel?"

—¡Monic! ¡Soy yo, Leticia! —responde la voz de su amiga, entrecortada y acelerada.

Monic cierra los ojos aliviada, lo que le dura unos segundos. No es el hospital ni la policía con malas noticias sobre Miguel. Pero algo anda mal. Leticia suena... diferente.

—¿Leticia? ¿Qué pasa? ¿Dónde estás?

—En la comisaría, amiga. Fue una tontería. Un malentendido con unos idiotas... Necesito que vengas por mí —explica Leticia, apurada, como si alguien pudiera escucharla.

—¿En la comisaría? ¿Qué demonios hiciste ahora?

—Nada grave, ¡te lo juro! Pero necesito salir de aquí antes de que la prensa aparezca. Y no tengo a nadie más a quien llamar... Ayúdame, Monic, por favor.

Monic se pasa la mano por el cabello, desordenando. Suspira y mira la hora en el reloj de pared. Las manecillas marcan las 11:37 de la noche.

—Dame unos minutos, ¿sí? Necesito llamar a una niñera. Miguel no contesta nunca cuando está en... "Reuniones importantes". —Su voz se torna amarga al final. Leticia lo nota.

—Reuniones, claro… —dice Leticia en un tono cargado de insinuación, pero sin añadir más.

—Ya hablaremos de eso... —dice mirando por la ventana—. Déjame organizarme por los niños y voy para allá.

Cuelga luego de que Leticia le dé el nombre de la comisaria donde está y marca el número de Miguel otra vez.

El teléfono suena tres veces antes de irse directo al buzón de voz. Aprieta los labios con fuerza, sintiendo una oleada de rabia mezclada con inseguridad. Lleva meses sospechando que algo anda mal, pero cada vez que intenta confrontarlo, Miguel la evade con excusas y sonrisas forzadas.

—Idiota… —murmura, colgando el teléfono bruscamente.

Monic vuelve a sentarse, se frota las sienes y busca el número de la niñera en su agenda.

En la comisaría, Leticia Casallas se cruza de brazos mientras un oficial la empuja sin demasiada ceremonia de regreso a la celda común. La puerta de metal se cierra con un rechinido que hace eco en el pasillo.

Dentro, unas cuantas mujeres se acomodan en los bancos contra las paredes. Una de ellas, alta y con el cabello teñido de rubio platinado, discute con un policía en voz alta.

—¡Te digo que fue defensa propia! —gruñe la mujer, con las manos en la cintura—. Ese cabrón quería largarse sin pagar. ¿Yo qué se supone que haga? ¿Despedirlo con una sonrisa?

—Vamos, Cherry, ¿cuántas veces vas a usar la misma excusa? Deberías ser más amable con tus clientes si quieres conservar el negocio.

Cherry da un paso al frente, clavándole la mirada.

—¿Sabes qué? ¡Que te lo lleves tú a la cama la próxima vez! Seguro que lo haces mejor con lo que te pagan aquí.

Leticia sonríe de lado, apoyándose contra los barrotes.

—¿Y tú quién eres? No tienes pinta de pertenecer a este lugar —comenta, cruzando los brazos.

Leticia se encoge de hombros.

—Un mal día, nada más. Tú eres Cherry, ¿cierto? El oficial parecía conocerte bien.

—No tanto como cree. Pero sí, Cherry, a tus órdenes —responde con una sonrisa irónica, extendiendo una mano.

Leticia la estrecha y señala el banco vacío.

—Cuéntame, ¿al menos valió la pena el altercado?

Cherry bufa con fuerza, rodando los ojos.

—Por supuesto que no. Le subí la tarifa porque el muy desgraciado la tenía chiquita y ni siquiera sabía usarla.

Leticia se echa a reír, cubriéndose la boca para no hacer demasiado ruido.

—¡Ay, por favor! Yo lo he hecho gratis con uno así durante años. ¿Te imaginas lo que es eso?

Cherry la observa por un segundo antes de estallar en carcajadas. Ambas ríen con ganas, hasta que una de las otras mujeres las mira mal, chasqueando la lengua.

—Bueno, ahora ya lo sabes. Hay que saber cobrar. Al menos tú deberías aplicarlo —bromea Cherry, dándole un codazo amigable.

Leticia asiente, todavía sonriendo…

—No tuve elección, mi padre decidió el maldito matrimonio… Mateo parecía un hombre gentil, trabajador y servicial.

Cherry levanta una ceja y suelta con ironía:

—Me imagino que eso fue hasta que peló el cobre.

Leticia frunce el ceño, dejando ver que no entiende.

—Ay, güera, lo que te falta es mundo —dice Cherry, respirando hondo—. Hasta que enseñó su verdadero rostro.

Leticia asiente y sonríe con amargura.

—Sí. Al principio acepté mi suerte y, con el tiempo, decidí darle una oportunidad a Mateo. En la empresa automotriz que mi padre me dejó, los hijos de puta no me aceptaron como CEO porque, según ellos, dirigir una empresa era cosa de hombres. Como si un p£ne y un par de pelotas te hicieran más inteligente.

Cherry suelta una carcajada.

—Pero tú tienes una lengua afilada. Y, sinceramente, creo que tienes más huevos que ellos.

Leticia baja la mirada, esboza una sonrisa de medio lado y sacude la cabeza con ironía.

—Puede que sí… pero esos hijos de su… —respira hondo, conteniendo la rabia— no me dejan ocupar el lugar que me corresponde. Al final, Mateo pasa de ser el hijo de un pobre diablo a quedarse con mi puesto como CEO… y darse la gran vida.

Cherry resopla y chasquea la lengua.

—Pero el desgraciado pito chiquito te debe tener en un altar.

Leticia suelta una risa amarga.

—Ya quisiera. Salta como una maldita pulga de cama en cama, mientras yo parto el lomo trabajando… y ese cabrón solo firma y se lleva los halagos.

Aprieta la mandíbula y se pasa una mano por el rostro, respirando hondo, tratando de contener la furia y la frustración que la carcomen. Deja escapar una risa sin humor.

—El imbécil cree que acostándose con cuanta p£rra se le cruce en el camino le va a crecer el chitø.

Hace una pausa, cruza los brazos y habla con total ironía.

—Pero eso sí, el cabrón sí salió fértil… En la primera cøgida me hizo mellizos. Me tocó mandar a sellar la fábrica.

LETICIA CASALLAS

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