Criaturas De La Noche
María.
En un lugar de una de las colonias más exclusivas de la Ciudad de México se alzaba una antigua casona.
Construida a finales del siglo XIX, sus numerosas habitaciones acogían a tan solo dos ocupantes.
Una de ellas era una joven mujer de veintidós años de nombre María.
El invierno en la Ciudad de México es usualmente benévolo, pero cuenta con días en los que la temperatura cae alrededor de los seis grados centígrados durante la madrugada.
María permanecía en su recámara hasta el mediodía acurrucada bajo sus cobijas en tales días.
O al menos eso es lo que deseaba hacer, pues la otra habitante de la casa entraba con un estruendo para despertarla la mayoría de veces.
Suplicó con el rostro enterrado bajo las almohadas. Había escuchado los delicados pasos de Annette detenerse a un lado de su cama después de que la puerta había sido abierta de par en par con un estruendo.
A continuación las almohadas salieron volando y la luz del sol la cegó por unos instantes.
Annette le ordenó con un grito y salió de la recámara.
María se levantó lentamente y le echó un vistazo al reloj en la pared, eran casi las diez.
Dejó salir un suspiro y saltó de la cama. A pesar de su apariencia infantil Annette era alguien a quien era siempre mejor no disgustar.
Después de vestirse salió en dirección a la cocina en el primer piso.
Ella era la encargada de cocinar, y de hacer prácticamente todas las tareas domésticas.
Cuando terminó de preparar un par de platos con huevos revueltos los llevó al comedor junto con una taza de leche con chocolate y una taza de té.
Era un desayuno simple, como todas las comidas que podía hacer, pero suficiente. El sabor era lo que menos importaba, se conformaba con que fuera comestible.
Dejó uno de los platos en frente de Annette y la taza con té y se sentó al otro lado de la mesa.
Annette
¿No sabes hacer otra cosa?
Annette dejó salir un suspiro. A diferencia de María ella no se conformaba con solo poner algo comestible en su boca.
Aunque en realidad no necesitaba comer, anhelaba tener una comida decente.
Annette
¿Cuándo vas a aprender a cocinar?
María
No tengo necesidad, con esto es suficiente.
María no volteó a verla después de responder. No necesitaba hacerlo para saber que le había dedicado una mirada llena de reproche.
Annette se levantó sin probar bocado y salió del comedor. En los más de seis años que llevaban viviendo juntas solamente había probado la comida de María en dos ocasiones.
Media hora más tarde ambas se encontraban en el sótano de la casa a punto de empezar su entrenamiento diario.
Bruja.
Annette era una maestra exigente, empujaba a María al límite y no aceptaba ninguna excusa.
María era a su vez una alumna excepcionalmente inepta. No tenía talento, así que debía esforzarse aún más que los demás.
Annette
Vas a tener que compensar tu falta de aptitud con una buena preparación física.
Annette le había dicho alguna vez.
¿Pero de qué clase de entrenamiento se trataba?
Una hereje que se dedicaba al estudio de lo oculto, aquello más allá del mundo humano que todavía se negaba a ser arrastrado a lo vulgar y mundano de la cotidianidad.
El entrenamiento solía durar cuatro horas y al terminar María se preparaba para ir al trabajo.
Todas sus necesidades estaban cubiertas, en realidad no le hacía falta trabajar, pero sentía que debía de hacer algo para distraerse.
Por lo tanto, una vez que concluyó su educación básica, consiguió trabajo en un supermercado.
No tuvo dificultades en adaptarse, el entrenamiento al que Annette la sometía la preparó para acomodar y cargar cajas durante largos periodos de tiempo sin que siquiera sudara una gota.
Pronto todos sus compañeros le dejaban las tareas pesadas a ella.
Pero eso no le molestaba, prefería el trabajo físico a tener que lidiar con los clientes. De esa forma las horas parecían pasar más rápido.
Su turno terminaba a las once de la noche.
El supermercado no estaba lejos. María iba y venía en una vieja bicicleta negra que guardaba en el estacionamiento.
Esa noche, cuando estaba a punto de irse, se cruzó con un rostro familiar.
María
Pensé que habías cambiado de turno.
Le dijo a un chico un año más joven que ella de nombre Víctor.
Él respondió con una sonrisa.
Trabajaba en una tienda de ropa en la misma plaza comercial, justo en frente del supermercado.
María sabía que ella le gustaba, durante los últimos seis meses había hecho un esfuerzo por "coincidir" con ella difícil de ignorar.
Víctor
Hoy es mi último turno vespertino.
María
¿Cómo va la escuela?
Le preguntó mientras comenzaban a caminar.
María
¿Te estás portando bien? ¿Puros dieces?
Víctor sentía frustración cuando ella le preguntaba sobre la universidad con cierta condescendencia.
Hacía que el año de edad de diferencia que había entre ellos pareciera un obstáculo infranqueable.
Víctor
La siguiente semana empieza el octavo semestre.
María
¿Osea que ya te falta poco?
Víctor
Para acabar las clases, todavía tengo que titularme y eso puede tomar otro año más.
La conversación siguió al mismo tiempo que avanzaban por la calle rumbo a la estación del metro cercana donde sus caminos se separarían.
Pero antes tenían que cruzar un parque.
Fue cuando se encontraron en medio de la pequeña plaza central que Víctor finalmente consiguió preguntarle lo que quería desde que habían comenzado a hablar.
Víctor
Oye... ¿Podemos intercambiar número de teléfono?
Víctor
Es que como voy a cambiar de turno ya no podré ver... Quiero decir, para estar en contacto.
Sus nervios eran visibles. María lo miró por un instante antes de responder.
María
Lo siento, pero no tengo teléfono celular.
Invitación.
Víctor
¿No tienes celular?
La idea de que alguien en la actualidad no tuviera teléfono celular le pareció imposible a Víctor.
María
Nunca he tenido la necesidad de uno.
Por un momento María pensó que quizás podía darle el número de la mansión.
Pero pronto la hizo a un lado.
Él le parecía alguien agradable. Disfrutaba de su compañía y le hubiera gustado mantener una amistad.
Tenía claro que lo mejor para ambos, especialmente para él, era mantener la misma distancia.
María
Deberíamos apurarnos.
María dijo y comenzó a caminar más rápido.
Cuando llegaron a la entrada de la estación del metro ella se despidió y como un relámpago montó en la bicicleta.
Víctor no pudo decir nada. Se tuvo que conformar con verla desaparecer en la noche.
La vida de María había estado repleta de amistades que no habían podido ser.
Ser una bruja significaba mantenerse alejada de todo lo "normal".
Pensó que en algún punto se acostumbraría, pero todavía no había llegado ese momento.
Un par de semanas pasaron antes de que se volviera a cruzar con él.
Después de darle varias vueltas en la cabeza Víctor encontró la determinación para invitarla a salir una sola vez aunque fuera una sola vez.
Un viernes esperó por ella a la salida de su turno en el supermercado.
María se sorprendió un poco al verlo.
Él dijo tímidamente mientras hacía un gesto con la mano.
María
¿No es tarde para que estés aquí?
Víctor
Bueno, tenía ganas de verte...
Víctor se sonrojó un poco, como si sus propias palabras le hubieran tomado por sorpresa.
María preguntó con un tono provocador sin darse cuenta.
Víctor
¿Te gustaría ir a tomar algo? Yo invito.
Tenía que detenerlo antes de que se hiciera más ilusiones.
Pero se detuvo de repente. Sintió que alguien la estaba observando.
Había una presencia acechando. Observó rápidamente su reloj de muñeca, eran las once y cuarto de la noche.
María
Todavía es temprano...
Su repentino cambió de actitud tomó por sorpresa a Víctor.
María
Ya es tarde, deberíamos darnos prisa.
Se subió a la bicicleta de un brinco.
María
Vamos, déjame llevarte a la estación.
Víctor obedeció y se sentó detrás de ella.
María comenzó a pedalear y tomó velocidad rápidamente provocando que él se sujetara de ella con fuerza.
Los nervios que sintió al colocar sus manos alrededor de la cintura de María fueron reemplazados por el nerviosismo que sintió conforme fue aumentando la velocidad de la bicicleta.
Víctor
¡¿Por qué vas tan rápido?!
María no respondió, estaba concentrada en llegar tan pronto como le fuera posible a la estación.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play