El crujir del cabecero resonaba como un martillo contra la pared, marcando un ritmo que parecía aplastar el corazón de Fernanda con cada golpe. Su mundo se desplomaba en
pedazos frente a sus ojos. Permanecía inmóvil ante la puerta entreabierta, con los dedos aferrados al marco como si eso pudiera evitar que su alma se desmoronara. El aire se volvía denso en sus pulmones, y un frío cortante se extendía por su piel.
Fernanda no podía creer lo que veía, pero tampoco podía apartar la mirada. Cada gemido, cada movimiento, era una puñalada directa a su corazón. Su mente retrocedía en el tiempo, buscando respuestas en los recuerdos que había construido con Víctor. ¿Cuándo había empezado todo a desmoronarse? ¿Había sido culpa suya? ¿Había dejado de ser suficiente
para él?
—¡Víctor... más fuerte! La voz de Natalia se escuchaban con jadeos de placer, atormentando su mente.
Era como si el universo entero conspirara para recordarle que todo lo que había creído
verdadero era una mentira. Víctor, su mate, el hombre que la luna había destinado para ella, estaba ahora enredado en los brazos de su hermana. La traición no solo era física; era
emocional, espiritual. Era una violación a todo lo que ella había creído sagrado.
Fernanda recordó los primeros días con Víctor, cuando todo era nuevo y brillante. Él la había mirado con esos ojos llenos de promesas, y ella había creído en cada una de ellas.
Habían construido un mundo juntos, un refugio donde el amor parecía invencible. Pero ahora, ese mundo se desmoronaba ante sus ojos, y ella se preguntaba si alguna vez había sido real.
La traición tenía un sabor amargo, un ardor insoportable que se extendía desde su pecho hasta cada fibra de su ser. Quiso gritar, pero el nudo en su garganta la asfixiaba. Su corazón latía con tal fuerza que sentía que se rompería en cualquier momento.
Entonces, Víctor rugió al alcanzar su clímax. Fue un sonido salvaje, puro instinto, el mismo que alguna vez había compartido con ella. Fernanda sintió algo desgarrarse en su interior. El vínculo, ese hilo de plata que los unía, se rompió con un dolor lacerante, dejándola vacía.
Natalia giró la cabeza perezosamente, su cabello enredado cayendo por su espalda desnuda.
Una sonrisa, burlona deformó su rostro al notar la figura de Fernanda en la puerta.
—¿Hermanita? preguntó con un tono venenoso. ¿Te gusta lo que ves?
La burla fue la gota final. Fernanda sintió rabia con desesperación.
Víctor alzó la mirada en ese momento, y su rostro se congeló, se puso pálido, lleno de
culpa. Pero ella no esperó explicaciones. Sus piernas cobraron vida, alejandose de
aquella escena cruel. Salió corriendo, huyendo de la realidad que acababa de ver.
El aire frío de la noche golpeó su rostro cuando cruzó la puerta principal. La luna llena brillaba intensamente sobre las montañas de Canadá, testigo mudo de su desgracia. Su respiración era errática, sus pasos torpes, pero no se detuvo. Las lágrimas ardían en su piel como heridas sangrando.
“No puede ser verdad”, se repetía, pero la imagen de su mate con su hermana se estaban en su mente.
El bosque se extendía ante ella, oscuro y amenazante. Pero no importaba. Su corazón ya estaba roto, y el dolor la empujaba hacia lo desconocido.
Se detuvo sólo cuando sus piernas flaquearon al borde de un lago. La superficie del agua reflejaba la luna, ajena a su tormento. Se dejó caer de rodillas, clavando los dedos en la tierra húmeda, y un sollozo desgarrador escapó de su pecho.
—¿Por qué? susurró entre dientes, su voz apenas un eco entre los árboles. ¿Por qué la luna me dio a alguien que me engañaría de esa forma?
Fernanda se sentía como una extraña en su propia vida. Todo lo que había creído cierto se había desvanecido en un instante. Víctor no era el hombre que ella pensaba que era, y
Natalia, su hermana, había sido capaz de traicionarla de la manera más cruel.
Miró su reflejo en el agua, distorsionado por las lágrimas que caían sin cesar. ¿Quién era
ella ahora? ¿Una mujer rota, traicionada, abandonada? ¿O acaso había sido siempre así, y ella no lo había querido ver?
El vínculo con Víctor había sido algo que ella consideraba indestructible, un lazo que ni el
tiempo ni la distancia podrían romper. Pero ahora, ese lazo se había deshecho, y ella se
sentía como un barco a la deriva, sin rumbo ni destino.
—¿Qué hice mal? preguntó en voz baja, como si el lago pudiera responderle. Pero solo
hubo silencio.
Fernanda sabía que no había respuestas fáciles. La traición de Víctor y Natalia no era algo que pudiera explicarse con simples palabras. Era un dolor que se extendía más allá de lo físico, un vacío que parecía consumirla por completo.
Pero en medio de su desesperación, algo dentro de ella comenzó a cambiar. Una sensación de rabia, empezó a crecer. No podía permitir que esto la destruyera. No
podía permitir que ellos ganaran.
Con un último sollozo, Fernanda se levantó. Sus piernas temblaban, pero su voluntad era
más fuerte. Miró hacia el cielo, donde la luna brillaba con una luz fría y distante.
—No me romperán murmuró, y sus palabras sonaron como una promesa. El camino que tenía por delante era incierto, pero Fernanda sabía que no podía quedarse en
el mismo lugar. Tenía que seguir adelante, aunque fuera con el corazón roto. Porque al
final, lo único que le quedaba era a sí misma.
El crujido de ramas quebrándose resonó en la quietud del bosque, interrumpiendo el
silencio que envolvía a Fernanda. Alzó la cabeza de inmediato, su corazón palpitando en alerta. No estaba sola.
Un hombre emergió de las sombras. Alto, de complexión fuerte, con una presencia
imponente que irradiaba peligro. Sus ojos dorados brillaban bajo la luz de la luna,
cautivadores y letales. Había algo en él que hizo que la piel de Fernanda se erizara, como si su presencia desafiara la realidad misma. Era como si el bosque entero se inclinara ante él, reconociendo su autoridad.
—No deberías estar aquí dijo él, su voz profunda y firme, con un matiz de advertencia que resonó en el aire como un trueno distante.
Fernanda intentó levantarse, pero su desgracia hacía que sus piernas se
negaran a responder. El extraño se acercó con movimientos fluidos, como un depredador acechando a su presa. Cada paso que daba parecía medido, calculado, como si supiera exactamente cómo afectaba su presencia en ella.
—No voy a hacerte daño agregó, aunque su tono carecía de dulzura. Era una afirmación fría, casi indiferente. Pero este bosque no perdona a los que se dejan vencer.
Fernanda lo miró con desconfianza. No pertenecía a la manada Greywind, su aroma
lo delataba. Había algo en él, algo salvaje, indomable, que la hacía sentir tanto atraída como intimidada. Era como si su existencia desafiara las reglas del mundo que ella conocía.
—¿Quién eres? preguntó,con un destello de
curiosidad que no pudo ocultar.El hombre la observó por un instante, como si estuviera
decidiendo si valía la pena responder. Finalmente, esbozó una media sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—Marcus. Y tú, por lo que veo, eres una loba perdida.
Fernanda sintió que sus palabras la golpeaban haciéndola notar su realidad. No estaba perdida, ¿o sí?
La imagen de Víctor y Natalia volvió a su mente, y de nuevo el dolor se apoderó de su pecho.
—No estoy perdida respondió, intentando sonar convicente en lo que decía en sus palabras, aunque su corazón latía con incertidumbre.
Marcus alzó una ceja con escepticismo.
—Entonces dime, ¿qué haces aquí, llorando como si hubieras perdido todo?
El veneno de sus palabras encendió ira en Fernanda. No era solo su tono, sino
la verdad que escondían. Ella había perdido todo, o al menos eso sentía en ese momento.
—No es asunto tuyo espetó, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano, aunque sabía que su voz no sonaba tan firme como hubiera querido.
Marcus se encogió de hombros, dando un paso atrás.
—Como quieras. Pero si decides quedarte, deberías saber que este bosque devora a los
débiles.
Fernanda lo fulminó con la mirada, su orgullo resurgiendo a pesar del dolor. No podía
permitir que este extraño, por imponente que fuera, la hiciera sentir menos de lo que era.
—No soy débil declaró, levantando la barbilla con orgullo.
Marcus esbozó una sonrisa, como si estuviera evaluándola. Había algo en su mirada, algo que Fernanda no podía descifrar, pero que la hacía sentir expuesta, como si él pudiera ver más allá de su fachada.
—Eso está por verse dijo, y sin añadir más, se dio la vuelta y desapareció entre los árboles
con la misma facilidad con la que había aparecido.
Fernanda se quedó allí, inmóvil, con emociones que no lograba comprender. Frustración, miedo, pero también algo más, algo que no podía nombrar. La presencia de Marcus había sido como un terremoto, sacudiendo las bases de su dolor y dejando algo nuevo en su lugar.
El bosque parecía más silencioso ahora, como si hubiera contenido la respiración durante su encuentro. Fernanda miró hacia donde Marcus había desaparecido, sintiendo que algo en su vida había cambiado para siempre. No sabía quién era él, ni qué quería, pero una cosa era segura: no podía ignorar el impacto que había tenido en ella.
Con un suspiro, se levantó, sintiendo que sus piernas respondían por fin. El lago seguía allí, reflejando la luna, pero ahora parecía menos amenazante, como si el encuentro con Marcus le hubiera dado una nueva perspectiva.
—No soy débil repitió para sí misma, esta vez con más convicción.
Y aunque no sabía qué le depararía el futuro, algo dentro de ella había cambiado. Marcus
había despertado algo de resistencia que no estaba dispuesta a dejar apagar.
El bosque ya no parecía tan oscuro, y Fernanda no estaba dispuesta a rendirse. No todavía.
El bosque se extendía como un manto oscuro e infinito frente a Fernanda. Sus pasos eran torpes, guiados más por la desesperación que por el instinto. El frío le calaba los huesos, pero apenas lo sentía. Solo quería alejarse. De la casa. De Víctor. De Natalia.
—Tienes que salir de aquí la voz de Sacha, su loba interior, resonó con fuerza en su mente. Era una voz grave, calmada, pero esta vez cargada de urgencia.
—¿A dónde puedo ir? susurró Fernanda en un tono quebrado mientras apartaba ramas que arañaban su piel.
—No importa. Corre. No podemos quedarnos aquí. El peligro está más cerca de lo que crees.
Las palabras de Sacha la llenaron de un miedo que la hizo mirar hacia atrás. ¿La estaban siguiendo? Quizás Víctor, o peor, Natalia, intentando humillarla aún más. Su corazón latía con fuerza.
Mientras avanzaba, un recuerdo enterrado en su memoria se abrió paso, transportándola al pasado.
Hace años...
“¡Fernanda, espera!” Natalia, de solo ocho años, corría tras ella con torpeza. Las risas de ambas llenaban el pequeño claro del bosque cercano a su casa en Canadá. Sus padres siempre les advertían que no se alejaran demasiado, pero la curiosidad era más fuerte que el miedo.
Fernanda, dos años mayor, se detuvo para mirar a su hermana. Natalia tropezó y cayó al suelo, riendo mientras sacudía la tierra de su vestido.
—¡Estás tan lenta! bromeó Fernanda, pero extendió la mano para ayudarla a levantarse.
—No soy lenta, solo que tú eres una loca que corre sin mirar Natalia infló las mejillas, pero pronto las dos volvieron a reír.
Ese día parecía eterno, lleno de sol y risas. Hasta que el aire cambió. Fernanda lo notó primero: un silencio pesado reemplazó el canto de los pájaros, y el viento dejó de mover las hojas.
—Volvamos a casa susurró Fernanda, sintiendo un nudo en el estómago.
Pero cuando regresaron, todo había cambiado. La puerta de su cabaña estaba rota, y el olor metálico de la sangre llenaba el aire. Dentro, encontraron a sus padres… muertos, sus cuerpos destrozados por lobos renegados. Aquella visión las marcó para siempre.
Desde entonces, Fernanda se convirtió en la protectora de Natalia, la hermana fuerte que juró nunca permitir que algo así volviera a suceder. Pero ahora, en el presente, todo se sentía como una burla cruel del destino.
—Concéntrate, Fernanda la voz de Sacha la sacó de su ensimismamiento. Estamos en peligro.
—¿Peligro? preguntó en voz alta, sus ojos escaneando el bosque.
No tardó en obtener su respuesta. Un gruñido bajo y amenazante se escuchó detrás de ella. Giró rápidamente, y su corazón se detuvo al verlos: tres hombres lobo emergieron de entre las sombras. Sus ojos brillaban con un rojo antinatural, y sus sonrisas eran depredadoras.
—Miren lo que tenemos aquí dijo uno, un hombre musculoso con una cicatriz que cruzaba su rostro. Una loba perdida en nuestro territorio.
Fernanda retrocedió, pero tropezó con una raíz y cayó al suelo.
—¡Levántate! gritó Sacha. ¡Lucha!
Sabía que tenía que transformarse, pero estaba agotada, y el vínculo roto con Víctor había debilitado su conexión con su loba.
—No tienes por qué tener miedo, hermosa continuó el hombre mientras se acercaba. Los otros dos la rodearon, sus ojos recorriéndola con una lujuria que la hizo temblar. Nosotros podemos cuidar de ti… muy bien.
Fernanda cerró los ojos, sintiendo que su cuerpo temblaba. Entonces, el sonido de un gruñido profundo llenó el aire. Era un gruñido diferente, uno que hizo que los tres hombres lobo se detuvieran.
Fernanda abrió los ojos y vio a Marcus emerger de las sombras, su figura imponente iluminada por la luz de la luna. Sus ojos dorados brillaban con una intensidad que hizo que el aire a su alrededor pareciera vibrar.
—No deberían meterse con lo que no les pertenece dijo Marcus, su voz con amenaza que hizo que los hombres lobo retrocedieran.
El hombre con la cicatriz gruñó, pero no parecía tan seguro como antes.
—Esto no es asunto tuyo, Marcus dijo, aunque su voz temblaba ligeramente.
Marcus sonrió, pero no había humor en esa sonrisa.
—Todo lo que sucede en este bosque es asunto mío respondió, avanzando hacia ellos con una calma que resultaba aterradora.
Fernanda observó la escena con alivio y temor. Marcus no parecía un hombre lobo común; era algo más, algo primitivo y poderoso. Los hombres lobo intercambiaron miradas y, finalmente, dieron un paso atrás.
—Esto no ha terminado gruñó el hombre con la cicatriz antes de desaparecer entre los árboles, seguido por los otros dos.
Marcus se volvió hacia Fernanda, y por un momento, ella sintió que el tiempo se detenía. Sus ojos dorados la miraron con una intensidad que la hizo sentir expuesta, como si pudiera ver cada una de sus heridas, cada uno de sus secretos.
—No deberías seguir aquí dijo finalmente, su voz más suave de lo que ella esperaba.
Fernanda se levantó, sintiendo que sus piernas aún temblaban.
—No tengo a dónde más ir respondió, con voz apunto de llorrar.
Marcus la observó por un momento, como si estuviera evaluándola.
—Este bosque no es un lugar para lobas débiles dijo finalmente.
—Ya te dije que no soy débil replicó Fernanda, levantando la barbilla con orgullo.
Marcus esbozó una media sonrisa, y pareció genuina.
—Eso no vi cuando esos tres renegados te estaban atacando dijo, y extendió una mano hacia ella. Ven conmigo. No puedo dejarte aquí.
Fernanda miró su mano,con desconfianza. No sabía quién era Marcus, ni qué quería, pero algo en él la hacía sentir segura, como si finalmente hubiera encontrado un refugio en medio de la tormenta.
Con un suspiro, tomó su mano, y juntos se adentraron en el bosque, dejando atrás el pasado y enfrentando un futuro incierto.
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