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PARA MI

LA ESPOSA

Aviso de la autora

Queridos lectores:

Antes de adentrarse en esta historia, deseo pedirles disculpas por los posibles errores ortográficos o gramaticales que puedan encontrar a lo largo del texto. Esta obra ha sido escrita con pasión, dedicación y mucho amor, y aunque he hecho todo lo posible por corregir y revisar cada detalle, soy consciente de que la perfección no siempre es alcanzable. Espero que estos pequeños errores no interfieran con su experiencia de lectura ni opaquen el mensaje y la emoción que deseo transmitir.

Asimismo, a lo largo de la obra encontrarán imágenes que sirven como representación simbólica o emocional de lo que están viviendo los protagonistas en ciertos momentos clave. Estas ilustraciones no representan literalmente a los personajes, sino que son una forma artística de acercarse a su mundo interior, sus emociones, sus luchas y sus deseos. Les invito a interpretarlas con libertad y sentirlas como una extensión del alma de esta historia.

Gracias por tomarse el tiempo de leer esta obra. Agradezco profundamente su apoyo, su interés y su corazón abierto. Sin ustedes, los lectores, las historias no tendrían voz ni destino.

Con cariño y gratitud

GENESIS YEPES

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

3 años antes

—¡Cristopher, qué buenas putas!

—exclamó con una sonrisa arrogante mientras se recostaba brevemente en el respaldo acolchado de su enorme cama king size

—. Hicieron un buen trabajo… pero ya es hora de levantarse. En unos segundos sonará mi alarma.

La habitación estaba iluminada por la luz tenue del amanecer que comenzaba a filtrarse por las persianas eléctricas.

Las paredes eran de un gris mate moderno, decoradas con obras de arte abstracto, y el ambiente olía a una mezcla de perfume caro y sexo reciente. En la cama, dos mujeres desnudas dormían plácidamente, una pelirroja y la otra de cabello oscuro, aún abrazadas como si la noche no hubiera terminado.

De pronto, el sonido de la alarma rompió el silencio sensual que quedaba en el ambiente.

El pitido insistente llenó la habitación, haciendo que las chicas se movieran con incomodidad entre las sábanas de seda. La pelirroja intentó acercarse a Cristopher para darle un beso de despedida, tal vez con la esperanza de que él cambiara de idea y prolongara ese momento íntimo. Pero Cristopher fue más rápido: se levantó de un brinco, como si lo hubiera tocado la electricidad, y caminó hacia el borde de la cama.

—Es hora de irse de mi cama

—dijo con un tono cargado de superioridad y altanería, casi como si estuviera echando a dos empleadas que ya habían cumplido con su función.

Las chicas, medio adormecidas, se resistieron con un tímido "unos minutos más", sus voces suplicantes apenas audibles entre las sábanas.

Cristopher no esperó. De un tirón, les quitó la sábana de encima, dejando sus cuerpos al descubierto.

—Cristopher: He dicho que es hora de irse, —reafirmó con firmeza, esta vez sin ningún dejo de sensualidad.

La pelirroja bufó molesta.

—Qué altanero eres

murmuró mientras se incorporaba.

Ambas se levantaron sin decir nada más. Recogieron su ropa interior del suelo alfombrado y caminaron hacia el baño para asearse un poco antes de irse.

Pero antes de que lograran cruzar la puerta, Cristopher alzó la voz desde el otro lado de la habitación.

—Ni lo piensen. Vayan a ducharse a sus casas. Salgan de mi propiedad.

Su tono fue tan autoritario que las chicas ni siquiera respondieron. Se vistieron en silencio, con rapidez, y abandonaron la habitación sin mirar atrás.

Cristopher quedó solo, caminando de regreso hacia la cama, estirando el cuello, sin una pizca de remordimiento en la mirada.

—¿Por qué las mujeres son tan complicadas?

—dijo en voz alta, como hablándole al techo

—. ¡Dios mío! Si ellas saben que esto es solo sexo, ¿por qué se encariñan?

Yo solo quiero sexo. Punto.

Odiaba el sentimentalismo, los apegos, las preguntas innecesarias, los “te extraño” fuera de lugar. Para él, las relaciones eran solo contratos disfrazados de afecto. Por eso vivía bajo sus propias reglas, alejándose del amor como si fuera una enfermedad contagiosa. Lo que sí amaba era el poder, el lujo y el control absoluto.

—Tengo todo lo que quiero —pensó mientras caminaba hacia el baño con determinación—. Solo me falta ser el CEO de todas las empresas Bustamante… y todo estará completo.

Pero para lograr eso, primero debía saber qué demonios quería su padre de él. Y eso lo frustraba más de lo que quería admitir.

Cerró la puerta del baño de mármol negro y se sumergió en una ducha larga y caliente. El vapor llenó el espacio mientras el agua recorría su cuerpo esculpido por el gimnasio y la disciplina. Usó su gel favorito, ese con aroma masculino que dejaba una estela irresistible a su paso.

Veinte minutos después, salió del baño con una toalla blanca atada a la cintura. Su cabello mojado brillaba bajo la luz tenue, y su mirada, fija en el espejo, reflejaba ambición pura.

Se vistió con elegancia: traje azul marino hecho a medida, camisa blanca perfectamente planchada y zapatos italianos recién lustrados. Ajustó su reloj suizo y salió de su Penthouse, ubicado a apenas 10 minutos de las empresas Bustamante, uno de los imperios más poderosos del país.

Al llegar, entró por el lobby sin saludar a nadie. Su presencia imponía respeto, pero también cierta incomodidad. Caminaba como si el edificio le perteneciera… y, en parte, era así.

Su asistente, una joven vestida con sobriedad, se le acercó con expresión preocupada.

—Señor Bustamante, lleva diez minutos de retraso para la reunión con su padre…

Cristopher no respondió. Ni la miró. Simplemente siguió caminando hacia la sala de juntas.

Al entrar, encontró a su padre, Cristóbal Bustamante, presidiendo la mesa. Varios gerentes estaban sentados, exponiendo estadísticas sobre el rendimiento del año, las proyecciones del próximo trimestre y el gran impacto que los contratos cerrados por Cristopher habían tenido en los ingresos.

La reunión duró más de una hora y media. Cuando terminó, todos se retiraron, dejando solos a padre e hijo en la sala.

Cristopher sintió algo extraño en el pecho, una especie de ansiedad que no solía experimentar. Su padre siempre tenía un as bajo la manga, y algo le decía que ese día no sería la excepción.

—Cristopher: ¡Padre!

dijo Cristopher, rompiendo el silencio.

—Cristobal: Hijo, aún te falta algo para ser el CEO respondió Cristóbal sin rodeos.

—Cristopher: ¿Algo? Padre, lo tengo todo.

contestó Cristopher con un tono desafiante, casi insultante.

—Cristobal: ¡Cuida tu tono, Cristopher!

dijo el patriarca, golpeando la mesa con fuerza

—. No estás por encima de mí todavía.

Cristopher apretó la mandíbula.

—Cristopher: ¿Qué me falta, padre?

Cristóbal lo miró directo a los ojos y respondió con una sola palabra:

—Cristóbal: Una esposa.

Cristopher se echó a reír, incrédulo.

—Cristopher: ¿Una esposa?

Está bromeando, ¿verdad?

—Cristóbal: No, hijo mío. Tienes tres días para casarte con una mujer que no sea ambiciosa y que te ame de verdad. Mira a ver si entre todas esas mujeres con las que te has acostado hay una que te ame… o si solo están contigo por lo que les das.

Cristopher se quedó en silencio. Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios.

Sabía que ninguna de esas mujeres lo amaba. Todas eran iguales. Amaban su dinero, su cuerpo, su estatus… pero no a él. Él, como hombre, les importaba poco.

Pero entonces, una imagen cruzó por su mente. Una mujer que había tratado de olvidar, pero que, sin embargo, siempre volvía en los momentos menos esperados.

Cristopher levantó la mirada y, con una voz segura y fría, dijo:

—Cristopher: Claro, padre. En tres días estaré casado.

Cristopher

CONTRATO

Cristopher

—Padre… tú quieres una nuera que no desee mi dinero, ¿verdad? Pues te la voy a dar.

Dijo con una mezcla de ironía y seguridad. Sabía exactamente a quién buscar.

Al día siguiente, Cristopher condujo a toda velocidad durante una hora. Su auto de lujo cortaba el viento por la carretera como un rayo negro, dejando atrás el bullicio de la ciudad. Iba con las ventanillas cerradas, el aire acondicionado al máximo y la mente centrada en su objetivo. No pensaba en amor, ni en consecuencias. Solo en resultados.

Al llegar a su destino, estacionó frente a una modesta casa en un vecindario tranquilo, aunque claramente desgastado por el tiempo. Bajó del auto sin apagar el motor, subió los tres escalones de la entrada y tocó el timbre con fuerza.

Samantha abrió la puerta. Tenía 23 años, cabello castaño oscuro y unos ojos avellana que transmitían dulzura, aunque en ese momento estaban llenos de sorpresa. Llevaba una blusa sencilla y jeans, su aspecto era humilde, pero su presencia tenía algo especial. Al verlo, sonrió ligeramente, nerviosa.

—Samantha: Hola, Cris

lo saludó con una voz gentil, dulce, y con un leve temblor.

—Cristopher (entregándole un sobre): Toma.

—Samantha: ¿Qué es esto?

—Samantha: Un contrato.

—Samantha: ¿Contrato?

— Cristopher: Sí. Los papeles dicen que te casarás conmigo.

Samantha frunció el ceño, confundida.

—Samantha: ¿Qué? ¿Estás bromeando?

—Cristopher: No. A cambio, yo pagaré tus deudas. La hipoteca de esta casa es muy alta, por cierto. También me encargaré de las medicinas para tu madre, y la trasladaré a un hospital mejor. Además, recibirás un sueldo mensual durante el tiempo del contrato.

Hablaba con un tono altanero, como si le estuviera haciendo un favor a una mendiga. Samantha, atónita, dio un paso atrás.

—Samantha: ¡Estás loco! —exclamó con incredulidad.

—Cristopher: No, solo te estoy dando una solución a tu problema, Samantha.

—Samantha: No, gracias.

—Cristopher: No te estoy dando opción —le dijo, y su voz se volvió helada—. Lo vas a aceptar.

—Samantha: ¡Te dije que no!

—Cristopher: Muy bien… entonces te explico lo que sucederá en tres días: esta casa será embargada por el banco y la cuenta del hospital donde está tu madre será cerrada. Ya no recibirán más tratamiento. ¿Eso es lo que quieres?

Samantha lo miró como si no reconociera al hombre frente a ella. Lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos.

—Samantha: Eres un monstruo…

—Cristopher: Gracias

respondió Cristopher con una sonrisa cruel

—. Firma esos papeles y tus deudas están pagadas. Tu madre vive.

La joven sintió que el mundo se le venía abajo. Sus manos temblaban mientras leía el contrato. Sabía que tenía razón. El banco la había notificado. Si no pagaba en tres días, perdería la casa. En el hospital ya le habían advertido que no podían seguir cubriendo los tratamientos de su madre. Estaba contra la espada y la pared.

Entre lágrimas, Samantha tomó el bolígrafo.

—Samantha: Maldito seas…

susurró antes de firmar esos malditos papeles.

—Samantha: Perfecto. En dos días te casarás conmigo. Te mandaré un chófer, un estilista, lo que necesites para estar lista.

Cristopher se dio la vuelta y salió sin mirar atrás. Se subió a su auto y aceleró de regreso a la ciudad, como si acabara de cerrar otro contrato más en su colección.

Una hora más tarde, llegó a su penthouse. Dejó las llaves sobre la barra de mármol, se quitó el saco y se recostó unos segundos en el sofá. Respiró hondo, pero no era satisfacción lo que sentía. Había un leve cosquilleo en el pecho, uno que no supo identificar.

Samantha, mientras tanto, permanecía parada en la puerta, con el contrato aún en la mano. Sintió el peso de cada palabra firmada. Llamó al hospital. Confirmó que Cristopher había hecho un pago anticipado. El alivio por su madre se mezcló con el nudo de angustia en su garganta. ¿Qué acababa de hacer?

Más tarde…

El teléfono de Cristopher sonó.

—Cristopher: Hola, padre.

—Cristóbal: Hijo, ven a la casa.

—Cristopher: ¿Puede decirme por teléfono?

—Cristóbal: No. Ven. Te espero, Cristopher Bustamante.

—Cristopher: Está bien, padre. En 1 horas estaré allá.

Cristopher colgó, se quitó la camisa y entró al baño. Dejó que el agua caliente le cayera sobre los hombros, mientras su mente repasaba todo lo que había hecho ese día. No era cualquier mujer. Samantha Morgan había sido su amiga años atrás. Siempre lo había mirado con ternura, como si realmente lo viera a él, y no su apellido. Pero él nunca la tomó en serio… hasta ahora.

Al salir de la ducha, se vistió de forma semi-formal, peinó su cabello con gel, y se dirigió a la casa de su padre. Allí hablaron sobre los preparativos del matrimonio y su mudanza. Cristóbal fue claro: debía abandonar su estilo de vida de soltero.

Pero Cristopher tenía otros planes.

Esa misma noche, decidió despejarse. Fue al bar de su mejor amigo, Oziel Black, un hombre carismático, dueño de un exitoso club nocturno. Oziel era su opuesto: sincero, leal.

Apenas lo vio entrar, lo recibió con una carcajada.

—Oziel: ¡Hermano! Por fin llegaste.

¿Y cómo te fue con papi?

¿Ya hablaste del bendito matrimonio?

Cristopher frunció el ceño.

—Cristopher: Muy chistoso estás

dijo con sequedad, y le dio un apretón de manos más fuerte de lo normal.

—Oziel: Tranquilo, hermano

dijo Oziel con una sonrisa, para que le soltara la mano—. Solo bromeaba.

Pidieron unos tragos. El ambiente estaba cargado de música, luces y deseo. A los pocos minutos, llegaron unas modelos, conocidas del bar. Una rubia y una morena se acercaron a Cristopher con coquetería. Le bailaron en la mesa, seduciéndolo con movimientos lentos y miradas provocativas.

Y como era habitual… terminó la noche llevándoselas a su cama.

Porque aunque en dos días se casaría, esa noche todavía era libre.

Samantha

Oziel

DESCONOCIDO

ACTUALIDAD

En mi habitación solo escucho cómo está un put*, gimiendo

en los brazos de Christopher, como todas las noches con una diferente.

Esté maldito infierno lo que ha sido mi vida en estos últimos 3 años, pero

al fin y al cabo, agradecerle que mi madre está viva. Gracias a él fue

trasladada a un mejor hospital.

Decido bajar a la cocina por algo de comer, ya que no he salido en todo el día. La habitación son las 2 am. Al bajar a la cocina. En el pasillo se escuchan mucho más altos los gemidos de esa put.

Llegué a la cocina, me hice un pequeño aperitivo y subí a mi habitación y en un periódico vi el encabezado.

Las empresas Bustamante en aumento están con Christopher en primera plana

Las empresas Bustamante van en aumento, Christopher Bustamante

solo lleva sus empresas en aumento y abrieron unas las nuevas en California Y Florida

Y como una interrogante, ¿Quién es la esposa de Christopher Bustamante?

¿Hace 3 años de su matrimonio y no conocemos a su esposa?

¿Quién será la esposa de Christopher Bustamante?

Arrojo el periódico a un rincón y duermo

Despierto temprano, son las 7 am y gracia a Dios, no se escuchan

el gemido de esa put. Me doy un baño y disfruto de la cálida agua

caliente y me cambio con un vestido, pues voy a visitar a mi madre al hospital

al salir de la casa Christopher me pregunta que a donde voy, como que le

importa y decido ignorarlo, pues a dónde más iría al dar el siguiente paso

me vuelve hacer la misma pregunta con una voz furiosa y le respondo a

ver a mi madre y sigo mi camino y uno de sus choferes mi lleva, pues no me deja salir sola

Llego al hospital y me dirigí al consultorio del doctor, pues, me está

esperando y me dice que mi madre sigue igual que hace 3 años

Voy a la habitación donde está mi madre y me siento al lado de ella

y le hablo de que estoy bien, pues leí que la persona en coma escuchan

todo lo que uno le dice y no quiero que sepa lo miserable que ha sido mi vida sin ella

3 horas después salgo del hospital y el chófer

me está esperando y le digo que quiero caminar.

Voy viendo la hermosa ciudad de New York y en eso escucho

un carro frenar de repente, pues no me fije al cruzar la calle, siento

mi corazón salir; sale un hombre en traje, guapo de piel blanco con Barba

de ojos azules y cabello castaño, una nariz ovalada

Y me pregunta que si estoy bien

y no puedo responder de inmediato, pues me falta el aire por el susto

Me pasa la mano para ayudarme a cruza estoy roja

—Andrew: Te sientes bien

—Samantha: SÍ, SI

—Andrew: te llevo a algún lado, está roja; ¿Al hospital

—Samantha: no, estoy bien solo fue el susto

—Andrew: ¿te puedo llevar a tu casa?

—Samantha: no gracia, perdona por no fijarme al cruzar

—Andrew: perdóname tú.

Déjame llevarte a tu casa, sigue roja y no quiero que te pase algo

—Samantha: no está bien, se me pasará

En eso llega el Chófer y pregunta que pasa en una voz ruda y le

respondo que todo está bien, que no hay de que preocuparse y me lleva a casa en 20 minutos llegamos

Al entrar veo la cara furiosa de Christopher

— Cristopher: qué diablo hacía con Andrew Simmion

Yo me quedo parada, pues no sé de qué me está hablando

— Samantha: nosé de que me está hablando

—Christopher: no sabe de qué te hablo, él estaba tocando y no sabe de qué te hablo.

Pues entendí que aquel hombre que me ayudó se llama Andrew

—Samantha: no, solo no me fije cruzar la calle y bajo a ayudarme.

Seguí a mi habitación y lo dejé parado.

Andrew Simmion

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