No tenía por qué estar aquí. Mi turno acabó el miércoles a las dos de la madrugada. Sin embargo, se aproxima la fecha para pagar la renta y también la temporada de clases. Si no hago dinero extra, no me quedará suficiente para materiales y comida. Así que sí, llevo 48 horas seguidas de trabajo y voy por otras ocho.
¿Por qué? Estamos en semana festiva, así que algunos de mis compañeros se reportan enfermos para pasarla con sus novias y demás. Yo hago esos turnos y me gano un dinero extra.
Son la 1:30 de la madrugada. Mi turno termina a las 2. Creí que ya me iría a casa, nadie había llamado a decir que no podía llegar. Ya me había mentalizado para ir a dormir. Después de todo, tenía todo el fin de semana libre, aunque eso no significaba descanso para mí.
Tengo otro trabajo para mis días libres. Mi teléfono sonó a la 1:40. Puedo oír lo borracho que está Jace del otro lado.
—Amigo, por favor, sálvanos la vida. Lina no puede llegar, no tengo idea de dónde están mis llaves ni mi ropa. Pedí prestado un teléfono para llamarte.
Ruedo los ojos. ¡Son unos irresponsables! Se suponía que debía recibirme en 20 minutos.
—Sí, sí, yo me quedo, pero a ver si se miden. Un día despertarás en una terrible situación.
Lo escucho reír. Lo decía en serio: las borracheras que se cargan son terribles. Y ahora que sale con Lina, una de las enfermeras, es peor. Aunque, pobre, conociendo a Jace, le doy una semana como máximo. Nunca toma una relación en serio.
Jace: —Pues el trío de anoche valió la pena. Por cierto, si papá te pregunta...
Ya sabía lo que iba a decir, así que terminé la frase:
—Lo sé. Le diré que tenías un compromiso de trabajo y que no te he visto.
Jace: —Gracias, amigo, eres el mejor.
Se escucha feliz. Yo me dispongo a colgar la llamada.
—Adiós. Algunos sí trabajamos.
Me lavé la cara y volví al trabajo.
—Buenos días, Christian. ¿Aún por aquí? ¿Tu turno no terminó hace media hora?
Levanté la cabeza de lo que hacía para responder a su saludo.
—Buenos días, doctor Echeverry. De hecho, mi turno se extendió por unas horas más.
Lo veo negar con una expresión algo preocupada. Lleva su mano a su maletín y me entrega un chocolate.
Doctor E: —Cuida tu salud. Estás muy joven para cargarte tanto, muchacho. Ojalá Jace fuera la mitad de responsable que tú.
El doctor Echeverry siempre ha sido alguien amable. Dice que trabajo de más para mi edad. Quizás sea cierto. Apenas tengo 20 años y aún no termino mis estudios. Y precisamente para eso necesito el dinero. Recibo el chocolate y agradezco su amabilidad. En verdad lo necesitaba; lo que traje ya se acabó.
Doctor E: —Te quiero en el piso 6 esta jornada. Hay pacientes especiales ahí. Tendrás que ser muy discreto. Eres de los pocos que puedo llevar. ¿Podrás?
Asentí a su pregunta y me levanté justo cuando una de mis compañeras venía.
—Parece que ha habido una gran conmoción en la ciudad. Por la puerta de urgencias llegaron unas personas muy heridas. Quizás nos necesiten —me comentó revisando unos ingresos, y luego añadió—: Ve a descansar por lo menos unos quince minutos. Has trabajado mucho.
En estos momentos me vendrían bien esos quince minutos, pero el deber llama.
—Gracias, pero haré guardia en el piso 6.
Me miró con sorpresa y casi gritando dijo:
—¡No te creo! ¿Sabes quién está en ese piso?
Negué a su pregunta. Tampoco tenía interés en ello. No suelo interesarme por los chismes de pasillo acerca de ellos. Mi deber es cuidar de los pacientes, no sus vidas personales. Supongo que por eso no caigo muy bien.
Estaba por irme y Kelly me detuvo.
Kelly: —¿Podrías hacerme un favor?
Eso parecía más una súplica.
—Incluso si quien está allí es una celebridad, no voy a pedirle ningún autógrafo por ti. Sería incómodo. Y tampoco voy a decirte quién era. Conoces las reglas.
Kelly: —No quiero su autógrafo, y ya sé quién es. Lo que quiero es que detalles cada parte de él y luego me lo describas. He oído que ese hombre está mejor que bien, que es la personificación...
—OK —dije, casi para interrumpir lo que sería una lluvia de halagos para un paciente que solo requería de mi lado profesional—. Sabes que eso no pasará.
Rematé la conversación entrando al elevador y me detuve en el piso indicado.
Al llegar, me sorprendí: estaba vacío. No había nadie en el área de recepción. ¿Seguro era el piso correcto? Miré atrás para asegurarme. Sí, lo era. Salté sorprendido cuando una mano me tocó el hombro. Era el doctor Echeverry.
Doctor E: —Christian, por aquí. Tú te encargarás de tratar las heridas del señor Stewart.
Me quedé congelado cuando oí ese apellido. ¿No podían ser los mismos Stewart? Digo, es un apellido común... ¿o no? Debían ser otros.
Salí de mis pensamientos cuando oí a Melissa avisarle al doctor que el quirófano estaba listo. Se fue de inmediato y no pude preguntarle en qué habitación estaba el paciente. Ni modo, tengo que hacerlo por mi cuenta.
Caminé un poco, viendo todas las habitaciones cerradas. ¿Qué pasó con los pacientes de este piso? No dejaba de preguntarme eso. Bueno, casi nunca hay muchos en este lugar. Son un poco más costosas las habitaciones de este piso, o eso oí.
Vi una habitación con la puerta semiabierta. Tomé aire antes de entrar. Si resultaba ser ese hombre, quería estar preparado.
Me quedé congelado.
No era quien yo pensaba. El hombre que estaba ahí parecía ser joven. Estaba sin camisa y de espaldas. Pero no era esa persona. Por fin solté el aire que había contenido y me fijé un poco más en esa persona.
Cielos, era como unos 20 cm más alto que yo, de cabello castaño, con una espalda ancha y firme. Eso no fue lo que me impresionó… bueno, sí, ya que se veía muy bien. Pero, aunque solo fuera su espalda, transmitía ser alguien muy imponente y dominante. Totalmente mi tipo.
---
ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ
Al principio pensaba hacer esta novela de temática ABO, ya que así es como la escribí originalmente. He hecho algunas modificaciones y aún estoy pensando si debería cambiar el género de la historia también.
—B-buenas noches.
Rayos, me oí patético. De verdad me puso nervioso y ni siquiera lo he visto directamente. Tragué con dificultad cuando se giró. No tenía para nada una expresión amigable en su rostro... y vaya que tenía un hermoso rostro: muy varonil y sensual. De solo imaginarme una sonrisa de él, mi cara ardió.
Luego de reprenderme mentalmente, evité mirarlo más de la cuenta, aunque ya había visto lo suficiente: sus increíbles y fuertes brazos, su marcado abdomen, esa “v” que se alcanzaba a ver al final de este, y lo bien que se le marcaban esos pantalones... rayos, hay gente que nació demasiado bendecida.
—Por fin. Creí que tendría que atenderme yo mismo.
Sentí cómo mi vientre se contrajo y casi jadeé un instante. Su voz era malditamente sexy, profunda y masculina.
—Lo lamento. —Fue lo único que pude decir mientras me disponía a hacer mi trabajo. Nunca he sido del tipo que se emboba por nada, pero rayos, nunca había visto nada como él. Levanté la vista, evitando ahora analizar otras cosas que no fueran sus heridas. Ni siquiera noté que tenía una en el lado derecho de su cabeza; se supone que eso es lo primero que debo ver. También había otra a la altura de la clavícula. Ninguna era seria, pero en definitiva, era un crimen lastimar ese cuerpo.
Ya tenía todo, pero había un problema: él seguía mirándome como si quisiera matarme.
—¿Qué esperas? Haz tu trabajo. Como lo pensé, son unos inútiles.
En definitiva, ya me cayó mal. ¿Qué se cree este imbécil? Sí, está guapo. Y si encontrara un chico así... no, no. Este es un idiota.
—Necesito que se siente para poder hacer mi trabajo, señor.
Debía moderar mi tono, pero la verdad es que quería que notara mi enojo. Lo oí chasquear la lengua con molestia y se sentó. Comencé a limpiar sus heridas, siendo profesional, pero sin ningún cuidado. Aun así, no se quejó ni un poco. Terminé rápido, tiré lo que había usado.
—Quítese los pantalones, por favor.
Por fin, una expresión de asombro... aunque luego me miró como si fuera a matarme.
Stewart: Pequeña basura...
Ignoré eso.
—No se confunda. Solo estoy haciendo mi trabajo, se-ñor.
Stewart: Conozco a los tipos como tú y me dan asco. No has dejado de verme con cara de estúpido desde que entraste...
Bien, me descubrió, pero...
—Estamos en el mismo barco. Los tipos como usted son peor que la basura. Lo único que tienen es dinero, pero como persona no valen nada...
Sí que estaba molesto. Esa vena que se asomaba en su frente, mientras su mirada se ensombrecía, lo demostraba. Menos mal que las miradas no matan. Todavía tenía que hacer mi trabajo, así que volví a hablarle.
—Por el rastro de humedad en su pierna derecha, diría que está sangrando. No puedo estar seguro, debido a que el color lo dificulta... a menos que se haya orinado en los pantalones, lo cual sería entendible.
Su mirada de furia seguía presente, pero se quitó los pantalones. Yo decidí mirar en dirección opuesta mientras lo hacía. De verdad detestaba a este tipo.
¿No podía creer que no se hubiera dado cuenta de una herida como esa? Era la peor de todas. Además, había un fragmento de vidrio dentro.
No era profunda ni comprometía su arteria. Le advertí sobre el dolor antes de sacarla, pero no se quejó ni siquiera un poco.
Aunque sus músculos se tensaron, luego de que terminé, se relajó. Vendé su herida. Me di cuenta de que no prestaba atención: miraba algo en su celular. Mejor. No quería su molesta mirada sobre mí.
—El doctor vendrá luego a formularle medicamentos para el dolor y evitar una posible infección, si es necesario. Con permiso.
Caminé hacia la salida. No sabía si me escuchaba.
Stewart: ¡Espera!
Me detuve casi de inmediato tras oírlo y lo miré.
—¿Necesita algo más, el se-ñor?
Stewart: Abajo está un hombre que me trae un traje. Ve por él. Mi ropa se arruinó.
Ni siquiera dijo “por favor”. ¿Cree que soy su sirviente? Claro que no quería ir, pero su pierna estaba herida. Cuanto menos esfuerzo hiciera, sería mejor para él.
—Veré si puedo hacerle ese favor.
Stewart: No veas si puedes. Hazlo.
Salí de ahí. De verdad es un idiota. No quiero ir. En estos momentos es cuando odio esa parte mía que es considerada con todos, incluso con sujetos como él.
Me aseguré de que no había más pacientes y bajé por la ropa de ese grosero.
Había una llamativa camioneta negra estacionada en toda la entrada y un hombre ahí de pie.
—Buenos días. ¿Es usted quien viene por la ropa del señorito Stewart?
El hombre parecía de unos treinta y algo, y también su actitud era amable. Asentí a su pregunta.
—¿Cómo está él?
Ahora estaba preocupado. Supongo que es algún familiar, aunque lo dudo. Le habló de forma muy formal... y algo graciosa.
—Él está bien. Sus heridas no fueron serias. Su actitud es su verdadero problema.
Dije eso sin pensar, pero tampoco me arrepentí. El hombre suspiró aliviado y me sonrió.
—Gracias por cuidar del señorito Stewart.
Solo asentí, y él me entregó la ropa perfectamente acomodada. La recibí y me fui. No niego que tenía unas ganas de mancharla o de hacerle unos cuantos agujeros. Me aguanté y la entregué en perfecto estado.
Stewart: Retírate.
Es un patán. Y tampoco quería estar ahí.
—De nada, señorito.
Cerré la puerta y me morí de risa tras ver su cara. Ja, ja.
Lástima que mi alegría se acabó cuando alguien apareció.
—Vaya, normalmente no estás tan feliz. ¿Algo bueno pasó?
Ese sujeto es un idiota también, solo que este es del tipo acosador. De esos que quieres atar del cuello con un enorme trozo de metal y que se hunda en el mar.
Bueno, quizás solo yo quiero hacer eso. Además, se cree el adonis personificado.
—Doctor Beltrán, buenos días.
Evité lo que era un intento por ponerme las manos encima. Hace mucho quiero golpearlo. Aún no quiero perder mi trabajo, y menos por un estúpido como él.
Doctor B: ¿Estás libre el fin de semana o no? ¿Qué tal si vamos a beber algo en la noche?
—No, gracias.
Doctor B: Vamos. Sé que no eres tan inocente como todos piensan. No te vas a arrepentir, te lo aseguro.
Este maldito supone que tiene derecho a acosarme solo porque me vio una vez salir de un motel con un hombre. Digo, sí, me gustan los hombres.
Pero entre Charles y yo no pasa nada. Solo somos amigos, y yo lo salvaba de lo que, según él, era la peor de sus conquistas. A simple vista, el hombre estaba muy bien, pero su “paquete” lo decepcionó, y como se puso algo pesado, yo tuve que ir a salvarlo.
Charles es un año y unos meses mayor que yo, pero es más inmaduro y demasiado irresponsable. Al menos en sus romances, jamás mide las consecuencias mientras tenga diversión. Aunque hay una cosa que detesta con ganas: a su jefe, o eso dice él.
Como sea, debo lidiar con este tipo.
—Lo diré así para que lo entienda, “doctor”: usted no es mi tipo. Y sinceramente, es molesto tener que lidiar con sus acosos en mi lugar de trabajo. Presentaré una queja si no me deja en paz.
Doctor B: No te atreverías.
—Si fuera usted, no me pondría a prueba.
Aún parecía que no me creía. Básicamente, nadie aquí sabe que me gustan los hombres. No porque lo haya querido ocultar, sino porque no le veo la necesidad de hacerlo. Pero tampoco me importa si alguien se entera.
—A mí me da igual si se enteran. Usted es otra historia: es un acosador de hombres, tal vez hasta de mujeres. Un rumor así no le conviene... ¿No andaba de novio de la doctora Gómez?
Palideció rápidamente. No pude evitar sonreír. Me preguntaba por qué no hice esto antes.
Cuando me giré para irme, ese sujeto salía. Espero no nos haya escuchado.
Bueno, tampoco me importa. Apenas y me miró. Entró al elevador. Yo también entré. Después de todo, iba al primer piso también.
No acostumbro a hablar con nadie en el elevador. De hecho, no soy de los que inician la conversación. Pero esta situación me estaba incomodando.
Él ponía nervioso a quien sea, de eso no hay duda. Aunque yo, aparte de nervioso, seguía molesto.
Suspiré con alivio cuando por fin llegué al primer piso y la puerta se abrió. Salí rápidamente. Y él también, solo que hacia la salida.
—Oh cielos, ¿ese hombre es humano?
Lilly estaba babeando. Bueno, él lo ameritaba. Pero creo que a ella le habría dado un derrame nasal si lo hubiera visto como yo lo vi... mierda, mejor no pienso en eso. Lo que siguió después no fue agradable. Es un idiota.
Lilly: ¿Tú lo atendiste? Dime, ¿está bien su cuerpo?
Rodé los ojos.
—Sí, él está bien. ¿No ves que se va? Y ya dejen de babear. No es para tanto.
(Y no es más que un grosero y arrogante. Espero no tener que atenderlo nunca.)
Esto último únicamente lo pensé. Pero de verdad, no quiero verlo otra vez.
—¿De verdad no sabes quién era?
Renata parecía sorprendida de que no supiera quién era él.
—No. Y la verdad, no me importa.
Renata: Pues deberías. Él es Dean Stewart. ¿Te suena ahora?
Por lo que veo, es una familia importante. Y al parecer, estaba equivocado. No son los mismos Stewart.
—No. Pero estoy seguro de que me lo dirás.
Me arrastró por el pasillo. Debíamos ver a los pacientes, y comenzó a hablar entusiasmada.
Renata: ¡Verás! Los Stewart son los reyes en la industria de la moda, aunque también tienen muchos otros negocios productivos. Una cadena hotelera y...
—¿En resumen?
Pregunté abriendo la puerta de nuestro primer paciente.
Renata: En resumen... ¿cómo es que no sabes de ellos?
Narra Christian
Por suerte, mi turno terminó bien. El señor Echeverri no preguntó por Jace, y eso me alegró; no me gusta mentir, aunque a veces sea necesario. Pero Jace es un caso... un niño adulto, o algo así, suele decir Caro.
Llegué a casa y me di un refrescante baño. Tiré el celular en la mesita de noche, no sin antes ponerlo en modo avión. Odio cuando intento dormir y las notificaciones o llamadas me interrumpen.
Para mi mala suerte, no fueron las notificaciones las que no me dejaban dormir, sino mis propios pensamientos... o más bien, los recuerdos de ese tipo. Rayos, su cuerpo es una locura, pero era un estúpido.
Me reproché por pensar en eso, así que tomé el celular para distraerme. Puse una caricatura que suele ver Charles, aunque ni siquiera me gusta.
Pero esa era la idea: con esas imágenes era imposible pensar en él. No sé en qué momento me quedé dormido.
Cuando desperté eran las dos. Bruno me había programado para el turno de la noche, así que preparé algo de comer. De hecho, tenía hambre.
Después de comer, me puse a limpiar. Normalmente mi departamento está ordenado y limpio, así que terminé muy rápido. Incluso me dio tiempo de cambiar de lugar la cama y otras cosas de mi habitación.
Ya había terminado cuando llamaron a la puerta. Dos hombres vestidos con trajes elegantes —a quienes jamás había visto— estaban allí. Un tercero se abrió paso entre ellos. Lo reconocí de inmediato.
Hace doce años, ese mismo hombre llegó a mi casa para darme la peor noticia de mi vida. Su nombre es Hernán.
—¿Qué quieren esta vez?
Hernán: Venimos en representación de la señora Stewart. Ella aún guarda un profundo agradecimiento hacia su madre por el acto heroico de hace doce años. Por eso, quiere que usted se case con su nieto mayor, el joven...
—No necesito nada de esa familia, y menos ser parte de ella. Dígale eso a su patrona.
Cerré la puerta en sus narices. Ni siquiera reparé en que había dicho “nieto”, no “nieta”. Tampoco me interesaba oír más.
Hace doce años también vinieron a ofrecerme una compensación. Yo ni siquiera sabía que mi madre había muerto intentando proteger a un niño de esa familia.
Ella era todo lo que tenía. Me sentía muy orgulloso de ella, era la mejor policía del mundo. Estaba de descanso ese día. Salió a comprar algo, debía ser un trayecto corto... pero nunca volvió.
No importaba cuánto dinero me dieran, eso no la traería de vuelta. Lo peor fue que me llevaron a un hogar adoptivo. Mi nueva familia viajaba mucho, y así fue como terminé viviendo aquí.
Con el tiempo, cuando supieron de mi orientación, todo cambió. Me fui de la casa a los dieciséis años por los malos tratos. Desde entonces, me cuido solo.
Supongo que en lugar de pagar la renta, mejor busco otro lugar donde vivir. No quiero volver a ver a esas personas en mi puerta.
Narra Dean:
Tuve una mañana ocupada lidiando con los sujetos que dejaron en ese estado a Roger.
Pero apenas llegué, me encontré en medio de una discusión absurda. Lo de anoche fue una provocación clara, algo que no voy a dejar pasar. Y, sin embargo, a mi padre se le ocurre citarme para decirme que debo casarme.
Qué maldita estupidez. No tengo ningún interés en algo como el matrimonio. Lo que menos esperaba eran sus razones.
Henry: Dean, tu abuela está muy mal. El médico dijo que su corazón no resistirá mucho.
—Si la abuela está mal, hay que llevarla al mejor hospital, o traer a los mejores médicos del mundo. Pero no me digas que me case.
Henry: Es la voluntad de tu abuela. Su único deseo es verte casado y feliz antes de partir. No puedes negarle eso.
—No... no puedo negarme. Está bien, me casaré.
Vi a mi padre sonreír con aprobación.
Henry: Gracias, hijo. Ve a ver a tu abuela cuando termines tus pendientes.
—De acuerdo.
Mi padre se fue. Ahora tengo que pensar en casarme. Eso significa buscar una novia. Con lo estricta que es mi abuela, el problema será encontrar una que le agrade.
Ya tengo suficientes problemas con nuestros negocios ilegales como para pensar en matrimonio.
Al parecer, esta vez no es como otras, cuando la abuela enfermaba por unos días y luego se recuperaba. Ya lleva más de un mes en cama.
No ganaba nada quedándome allí, así que fui a verla. Samuel, su mano derecha, me recibió. Ha trabajado para la familia por años.
Me dijo que la salud de la abuela empeora cada día. Confesó con tristeza que quizás no pueda celebrar su aniversario. Aunque el abuelo murió hace más de ocho años, la abuela sigue celebrando su aniversario de bodas cada año. Eso sería dentro de seis meses... ¿tan mal estaba?
Entré a su habitación y me senté a su lado. Pensé que dormía, pero no.
Antonia: Por fin has venido a verme.
—He estado algo ocupado. ¿Cómo te sientes?
Sonrió. Me alegré cuando dijo que no pensaba morir aún, pero remató con: “No hasta que estés felizmente casado”. Le dije que cumpliría ese capricho... siempre y cuando no nos dejara tan pronto.
Soltó la misma sonrisa cómplice de siempre, esa que muestra cuando se sale con la suya. Lo siguiente que me dijo me dejó en shock.
Antonia: Entonces te alegrará saber que ya he elegido a tu pareja.
No estaba sorprendido. Estaba en shock. ¿Ya había elegido a mi prometida? ¿Tan grave estaba realmente? Bueno, se veía débil... pero ella nunca deja de darme sorpresas. Quise saber quién sería.
Samuel entró, anunciando que Hernán estaba allí. Según entendí, él traería la respuesta de mi futura esposa. Pero Hernán dijo: “El joven Castañeda se ha negado al compromiso”.
¿Había oído mal? ¿Dijo joven? ¿Y de dónde era ese apellido? Ninguna de las familias con las que tenemos tratos lo tiene. Quise saber qué estaba pasando.
Samuel me entregó unos documentos: la investigación de un tal Christian Castañeda. Un chico. El hijo de la mujer que me salvó hace años.
Mi abuela quiere que ese chico sea mi esposo. ¡Una locura! ¿Yo, con esposo?
Tragué el disgusto que sentía. ¿Y él había rechazado el compromiso? ¿Quién se cree?
Antonia: Dean, debes ir a verlo. Convéncelo de que se case contigo.
Por supuesto que no iba a hacerlo... pero no podía darle esa respuesta a mi abuela. Está demasiado delicada. Y al parecer no solo quiere verme casado, sino también pagar su deuda con ese chico. Por cierto, su cara me sonaba de algún lado... pero supongo que tiene una cara común.
Aunque no quería, le dije a la abuela que iría a convencerlo. Rayos.
Salí de su casa molesto conmigo mismo. Resulta que tengo dos semanas hasta el día de la boda. Lo peor es que este martes hay una cena con toda la familia... y mi prometido debe estar presente.
Ahora voy rumbo a la dirección que figura en los documentos. ¿Qué voy a decirle? No lo sé. Pero por las buenas o por las malas, ese chico será mi esposo.
Ya me divorciaré una vez que la abuela se haya ido. Recibirá una buena compensación económica. Eso es lo que debió hacerse desde el principio. No orquestar un absurdo como este.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play